HISTORIA DEL ADVIENTO
Año Litúrgico
Dom Próspero Guéranger
SU NOMBRE
En
la Iglesia latina, se da el nombre de Adviento al tiempo destinado por
la Iglesia para preparar a los fieles a la celebración de la fiesta de
Navidad, aniversario del Nacimiento de Jesucristo.
El
misterio de este gran día merecía sin duda el honor de un preludio de
oración y penitencia; pero es imposible determinar de una manera cierta
la época en que fue instituido este tiempo de preparación, que sólo más
tarde recibió el nombre de Adviento.
El Adviento se puede considerar bajo dos puntos de vista diferentes:
– como un tiempo de preparación propiamente dicha al Nacimiento del Salvador, por medio de prácticas de penitencia,
– o como un conjunto de oficios eclesiásticos, organizado con el mismo fin.
Ya
desde el siglo V nos hallamos con la costumbre de hacer exhortaciones
al pueblo para prepararle a la fiesta de Navidad; hasta nos quedan dos
sermones de San Máximo de Turín sobre este objeto, sin mencionar otros
muchos atribuidos antiguamente a San Ambrosio y a San Agustín, y que
parecen ser de San Cesáreo de Arlés.
Aunque
estos monumentos no nos precisan todavía la duración y los ejercicios
que se practicaban en este santo tiempo, al menos nos es dado ver en
ellos la antigüedad de una práctica que señala con predicaciones
especiales el tiempo de Adviento.
San Ivo de Chartres, San Bernardo y algunos otros doctores de los siglos XI y XII nos han dejado sermones especiales de Adventu Domini,
completamente distintos de las Homilías dominicales sobre los
Evangelios de este tiempo. En las Capitulares de Carlos el Calvo, del
año 846, los Obispos advierten a este príncipe que no debe alejarlos de
sus Iglesias durante la Cuaresma, ni durante el Adviento so pretexto de
asuntos de Estado o de alguna expedición militar, porque ellos tienen
deberes particulares que cumplir durante ese tiempo, sobre todo el de la
predicación.
Un
antiguo documento donde se encuentran precisados ya el tiempo y las
prácticas del Adviento, aunque de manera poco clara todavía, es un
pasaje de San Gregorio de Tours, en el segundo libro de su Historia de
los Francos en el que cuenta que San Perpetuo, uno de sus predecesores
que ejercía su cargo hacia el año 480, había determinado que los fieles
debían ayunar tres veces a la semana, desde la fiesta de San Martín
hasta Navidad. ¿Establecía San Perpetuo, por esta ordenación, una nueva
observancia o sencillamente sancionaba una ley ya establecida? Imposible
determinarlo hoy día con exactitud. Notemos solamente que existe un
período de cuarenta días o más bien de cuarenta y tres días expresamente
señalado y consagrado a la penitencia como otra Cuaresma, aunque menos
rigurosa.
Poco
después nos hallamos con el canon nueve del primer concilio de Macón,
celebrado en 583, el cual ordena que, durante el mismo intervalo de San
Martín hasta Navidad, deberá ayunarse los lunes, miércoles y viernes y
que se celebrará el sacrificio según el rito de la Cuaresma.
Algunos
años antes, el segundo Concilio de Tours, celebrado en 567, obligaba a
los monjes a ayunar desde principios del mes de diciembre hasta Navidad.
Esta práctica penitencial se extendió pronto a toda la cuarentena,
obligatoria también para los fieles, dándosele vulgarmente el nombre de
Cuaresma de San Martín.
Las
Capitulares de Carlomagno, en el libro sexto, no dejan lugar a duda; y
Rábano Mauro asegura lo mismo en el libro segundo de su Institución de
los Clérigos. Hasta se hacían regocijos particulares en la fiesta de San
Martín, la mismo que ahora al acercarse la Cuaresma y en la fiesta de
Pascua.
CAMBIOS EN LA OBSERVANCIA
La
obligatoriedad de esta Cuaresma, que naciendo de una manera casi
imperceptible había llegado a crecer en lo sucesivo hasta llegar a ser
una ley sagrada, se fue relajando poco a poco; los cuarenta días desde
San Martín a Navidad quedaron convertidos en cuatro semanas. Ya hemos
visto que la práctica de este ayuno había nacido en Francia; de allí se
había extendido por Inglaterra, según sabemos por la Historia del
Venerable Beda; por Italia, como consta por un diploma de Astolfo rey de
los Lombardos (+ 753); por Alemania y España, etcétera, como se puede
ver por las pruebas que aporta la gran obra de Dom Marténe sobre los
antiguos Ritos de la Iglesia.
La
primera noticia que encontramos sobre la reducción del Adviento a
cuatro semanas parece ser la carta del Papa San Nicolás I a los Búlgaros
que data del siglo IX. El testimonio de Ratiero de Verona y de Abdón de
Fleury, autores del mismo siglo, sirve también para probar que el
acortamiento del ayuno del Adviento era en aquellos días cuestión
candente. Es cierto que San Pedro Damiano, en el siglo XI, supone
todavía que el ayuno del Adviento duraba cuarenta días, y San Luis, dos
siglos más tarde, también lo observaba; pero tal vez este Santo lo
practicaba así por una devoción particular.
La
disciplina de las Iglesias occidentales, después de haber reducido la
duración del ayuno de Adviento, acabó por transformarlo en una simple
abstinencia; y aun se dan Concilios desde el siglo XII, como el de
Selingstadt en 1122, que parecen no obligar con la abstinencia más que a
los clérigos. El Concilio de Salisbury, en 1281 parece que no lo
preceptúa sino para los monjes.
Por
otra parte es tal la confusión sobre esta materia, sin duda debido a
que las Iglesias de Occidente no lo hicieron objeto de una disciplina
uniforme, que Inocencio III, en su carta al Obispo de Braga, afirma que
la práctica del ayuno durante todo el Adviento, se conservaba todavía en
Roma en su tiempo, y Durando, en el mismo siglo XIII y en su
“Rationale” asegura de la misma manera que el ayuno era continuo en
Francia durante todo el curso de este santo tiempo.
Sea
lo que fuere, esta costumbre fue cayendo en desuso poco a poco, de
suerte que todo lo que le fue dado hacer al Papa Urbano V en 1362 para
detener su desaparición completa, fue obligar a todos los clérigos de su
corte a guardar la abstinencia del Adviento, sin hacer mención alguna
del ayuno y sin constreñir de ningún modo con esta ley a los demás
clérigos y mucho menos a los laicos.
San
Carlos Borromeo trató también de resucitar en su pueblo milanés, el
espíritu, si no la práctica de los antiguos tiempos. En su cuarto
Concilio obligó a los sacerdotes a que exhortasen a los fieles a
comulgar al menos todos los domingos de Cuaresma y del Adviento, y
dirigió también a sus diocesanos una carta pastoral, en la que, después
de recordar las disposiciones con que se debe celebrar este santo
tiempo, trataba de animarlos a ayunar por lo menos los lunes, miércoles y
viernes de cada semana de Adviento.
Finalmente,
Benedicto XIV, siendo todavía Arzobispo de Bolonia, y queriendo seguir
tan gloriosas huellas, dedicó su undécima Institución Eclesiástica a
despertar en el espíritu de sus fieles la elevada idea que los
cristianos de otros tiempos tenían del santo tiempo de Adviento, y a
combatir un prejuicio existente en aquella región y que consistía en
creer que el Adviento concernía sólo a los religiosos y no a los simples
fieles. Demuestra que esta afirmación, a menos que se refiera solamente
al ayuno y a la abstinencia, es verdaderamente temeraria y escandalosa,
puesto que no se puede dudar de que existe, dentro de las leyes y usos
de la Iglesia universal, un conjunto de prácticas destinadas a preparar a
los fieles a la gran fiesta del Nacimiento de Jesucristo.
La
Iglesia griega observa todavía el ayuno del Adviento, pero un ayuno
mucho más suave que el de la Cuaresma. Se compone de cuarenta días,
contando desde el 14 de noviembre, día en que la Iglesia celebra la
fiesta del Apóstol San Felipe. Durante este tiempo se guarda abstinencia
de carne, manteca, leche y huevos; pero se puede usar el aceite, vino y
peces, cosas prohibidas en Cuaresma. El ayuno propiamente dicho no
obliga más que siete días de los cuarenta; a todo el conjunto se le da
el nombre de Cuaresma de San Felipe. Los griegos justifican estas
mitigaciones diciendo que la Cuaresma de Navidad es institución monacal,
mientras que la de Pascua es de institución apostólica.
Pero,
aunque las prácticas externas de penitencia que consagraban
antiguamente el tiempo de Adviento entre los Occidentales hayan ido
mitigándose poco a poco, de manera que apenas queda vestigio alguno de
ellas fuera de los monasterios, el conjunto de la Liturgia de Adviento
no ha cambiado, y los fieles deben procurar una verdadera preparación a
la fiesta de Navidad, apropiándose su espíritu con esmero.
CAMBIOS DE LA LITURGIA
La forma litúrgica del Adviento tal cual hoy se conserva en la Iglesia Romana, ha experimentado algunos cambios.
San
Gregorio (590-604) parece haber sido el primero que compuso este
Oficio, que comprendía primeramente cinco domingos, tal como se puede
ver en los sacramentarios más antiguos de este gran Papa.
A
este propósito se puede también afirmar, siguiendo a Amalario de Metz y
a Bernón de Reichenau, los cuales a su vez son seguidos en esto por Dom
Marténe y Benedicto XIV, que el autor del precepto eclesiástico del
Adviento pudiera ser San Gregorio, aunque el uso de dedicar un tiempo
más o menos largo a la preparación de la fiesta de Navidad sea de uso
inmemorial y la abstinencia y el ayuno de este santo tiempo hayan tenido
su origen en Francia.
Según
eso, San Gregorio habría determinado para las Iglesias de rito romano
la forma de los Oficios durante esta especie de Cuaresma y sancionado el
ayuno que le acompañaba, dejando a, pesar de todo cierta libertad a las
diversas Iglesias para el modo de practicarlo.
Como
se ve por Amalario, San Nicolás I, Bernón de Reichenau, Ratiero de
Verna etc., a partir del siglo IX y X los domingos habían quedado
reducidos a cuatro; es el número que trae también el Sacramentario
gregoriano trasmitido por Pamelius y que parece haber sido copiado en
esa época.
Desde
entonces no ha variado la duración del Adviento en la Iglesia Romana,
habiéndose fijado en cuatro semanas, y cayendo en la cuarta la fiesta de
Navidad, a no ser que esta coincida con el Domingo.
Por
consiguiente, a la práctica actual se le puede calcular una antigüedad
de mil años, al menos por lo que se refiere a la Iglesia romana; ya que
existen pruebas de que algunas Iglesias de Francia guardaron la
costumbre de las cinco semanas hasta el siglo XIII.
Todavía
la Iglesia ambrosiana cuenta seis semanas en su Liturgia de Adviento; y
el Misal gótico o mozárabe guarda la misma costumbre. En cuanto a la
Iglesia galicana, los fragmentos que Dom Mabillon nos ha conservado de
su liturgia, nada nos dicen a este propósito, pero es lógico opinar con
este sabio, cuya autoridad está corroborada por la de Dom Marténe, que
la Iglesia de las Galias seguía en este punto, como en otros muchos, las
costumbres de la Iglesia gótica, es decir que la Liturgia de su
Adviento se componía también de seis domingos y seis semanas.
Por
lo que se refiere a los Griegos, sus Rúbricas para el tiempo de
Adviento se pueden ver en las Menees, a continuación del Oficio del 14
de noviembre. No tienen Oficio propio para el Adviento y durante este
tiempo tampoco celebran la Misa de Presantificados, como en Cuaresma.
Pero, en los Oficios de los Santos que se celebran entre el 15 de
noviembre y la dominica más próxima a Navidad, se hacen frecuentes
alusiones a la Natividad del Señor, a la divina Maternidad de María, a
la gruta de Belén, etc.
El
domingo que precede a Navidad, celebran la fiesta que llaman de los
Santos abuelos, es decir la conmemoración de los Santos del Antiguo
Testamento, con el fin de rememorar el ansia del Mesías.
A
los días 20, 21, 22 y 23 de diciembre los honran con el título de
Ante-Fiesta de Navidad; dominando la idea del misterio del Nacimiento
del Salvador toda la Liturgia, a pesar de que celebren en esos días el
Oficio de varios Santos.