viernes, 29 de noviembre de 2019

HISTORIA DEL ADVIENTO


HISTORIA DEL ADVIENTO


Año Litúrgico
Dom Próspero Guéranger
SU NOMBRE
En la Iglesia latina, se da el nombre de Adviento al tiempo destinado por la Iglesia para preparar a los fieles a la celebración de la fiesta de Navidad, aniversario del Nacimiento de Jesucristo.
El misterio de este gran día merecía sin duda el honor de un preludio de oración y penitencia; pero es imposible determinar de una manera cierta la época en que fue instituido este tiempo de preparación, que sólo más tarde recibió el nombre de Adviento.
El Adviento se puede considerar bajo dos puntos de vista diferentes:
– como un tiempo de preparación propiamente dicha al Nacimiento del Salvador, por medio de prácticas de penitencia,
– o como un conjunto de oficios eclesiásticos, organizado con el mismo fin.
Ya desde el siglo V nos hallamos con la costumbre de hacer exhortaciones al pueblo para prepararle a la fiesta de Navidad; hasta nos quedan dos sermones de San Máximo de Turín sobre este objeto, sin mencionar otros muchos atribuidos antiguamente a San Ambrosio y a San Agustín, y que parecen ser de San Cesáreo de Arlés.
Aunque estos monumentos no nos precisan todavía la duración y los ejercicios que se practicaban en este santo tiempo, al menos nos es dado ver en ellos la antigüedad de una práctica que señala con predicaciones especiales el tiempo de Adviento.

San Ivo de Chartres, San Bernardo y algunos otros doctores de los siglos XI y XII nos han dejado sermones especiales de Adventu Domini, completamente distintos de las Homilías dominicales sobre los Evangelios de este tiempo. En las Capitulares de Carlos el Calvo, del año 846, los Obispos advierten a este príncipe que no debe alejarlos de sus Iglesias durante la Cuaresma, ni durante el Adviento so pretexto de asuntos de Estado o de alguna expedición militar, porque ellos tienen deberes particulares que cumplir durante ese tiempo, sobre todo el de la predicación.
Un antiguo documento donde se encuentran precisados ya el tiempo y las prácticas del Adviento, aunque de manera poco clara todavía, es un pasaje de San Gregorio de Tours, en el segundo libro de su Historia de los Francos en el que cuenta que San Perpetuo, uno de sus predecesores que ejercía su cargo hacia el año 480, había determinado que los fieles debían ayunar tres veces a la semana, desde la fiesta de San Martín hasta Navidad. ¿Establecía San Perpetuo, por esta ordenación, una nueva observancia o sencillamente sancionaba una ley ya establecida? Imposible determinarlo hoy día con exactitud. Notemos solamente que existe un período de cuarenta días o más bien de cuarenta y tres días expresamente señalado y consagrado a la penitencia como otra Cuaresma, aunque menos rigurosa.
Poco después nos hallamos con el canon nueve del primer concilio de Macón, celebrado en 583, el cual ordena que, durante el mismo intervalo de San Martín hasta Navidad, deberá ayunarse los lunes, miércoles y viernes y que se celebrará el sacrificio según el rito de la Cuaresma.
Algunos años antes, el segundo Concilio de Tours, celebrado en 567, obligaba a los monjes a ayunar desde principios del mes de diciembre hasta Navidad. Esta práctica penitencial se extendió pronto a toda la cuarentena, obligatoria también para los fieles, dándosele vulgarmente el nombre de Cuaresma de San Martín.
Las Capitulares de Carlomagno, en el libro sexto, no dejan lugar a duda; y Rábano Mauro asegura lo mismo en el libro segundo de su Institución de los Clérigos. Hasta se hacían regocijos particulares en la fiesta de San Martín, la mismo que ahora al acercarse la Cuaresma y en la fiesta de Pascua.
CAMBIOS EN LA OBSERVANCIA
La obligatoriedad de esta Cuaresma, que naciendo de una manera casi imperceptible había llegado a crecer en lo sucesivo hasta llegar a ser una ley sagrada, se fue relajando poco a poco; los cuarenta días desde San Martín a Navidad quedaron convertidos en cuatro semanas. Ya hemos visto que la práctica de este ayuno había nacido en Francia; de allí se había extendido por Inglaterra, según sabemos por la Historia del Venerable Beda; por Italia, como consta por un diploma de Astolfo rey de los Lombardos (+ 753); por Alemania y España, etcétera, como se puede ver por las pruebas que aporta la gran obra de Dom Marténe sobre los antiguos Ritos de la Iglesia.
La primera noticia que encontramos sobre la reducción del Adviento a cuatro semanas parece ser la carta del Papa San Nicolás I a los Búlgaros que data del siglo IX. El testimonio de Ratiero de Verona y de Abdón de Fleury, autores del mismo siglo, sirve también para probar que el acortamiento del ayuno del Adviento era en aquellos días cuestión candente. Es cierto que San Pedro Damiano, en el siglo XI, supone todavía que el ayuno del Adviento duraba cuarenta días, y San Luis, dos siglos más tarde, también lo observaba; pero tal vez este Santo lo practicaba así por una devoción particular.
La disciplina de las Iglesias occidentales, después de haber reducido la duración del ayuno de Adviento, acabó por transformarlo en una simple abstinencia; y aun se dan Concilios desde el siglo XII, como el de Selingstadt en 1122, que parecen no obligar con la abstinencia más que a los clérigos. El Concilio de Salisbury, en 1281 parece que no lo preceptúa sino para los monjes.
Por otra parte es tal la confusión sobre esta materia, sin duda debido a que las Iglesias de Occidente no lo hicieron objeto de una disciplina uniforme, que Inocencio III, en su carta al Obispo de Braga, afirma que la práctica del ayuno durante todo el Adviento, se conservaba todavía en Roma en su tiempo, y Durando, en el mismo siglo XIII y en su “Rationale” asegura de la misma manera que el ayuno era continuo en Francia durante todo el curso de este santo tiempo.
Sea lo que fuere, esta costumbre fue cayendo en desuso poco a poco, de suerte que todo lo que le fue dado hacer al Papa Urbano V en 1362 para detener su desaparición completa, fue obligar a todos los clérigos de su corte a guardar la abstinencia del Adviento, sin hacer mención alguna del ayuno y sin constreñir de ningún modo con esta ley a los demás clérigos y mucho menos a los laicos.
San Carlos Borromeo trató también de resucitar en su pueblo milanés, el espíritu, si no la práctica de los antiguos tiempos. En su cuarto Concilio obligó a los sacerdotes a que exhortasen a los fieles a comulgar al menos todos los domingos de Cuaresma y del Adviento, y dirigió también a sus diocesanos una carta pastoral, en la que, después de recordar las disposiciones con que se debe celebrar este santo tiempo, trataba de animarlos a ayunar por lo menos los lunes, miércoles y viernes de cada semana de Adviento.
Finalmente, Benedicto XIV, siendo todavía Arzobispo de Bolonia, y queriendo seguir tan gloriosas huellas, dedicó su undécima Institución Eclesiástica a despertar en el espíritu de sus fieles la elevada idea que los cristianos de otros tiempos tenían del santo tiempo de Adviento, y a combatir un prejuicio existente en aquella región y que consistía en creer que el Adviento concernía sólo a los religiosos y no a los simples fieles. Demuestra que esta afirmación, a menos que se refiera solamente al ayuno y a la abstinencia, es verdaderamente temeraria y escandalosa, puesto que no se puede dudar de que existe, dentro de las leyes y usos de la Iglesia universal, un conjunto de prácticas destinadas a preparar a los fieles a la gran fiesta del Nacimiento de Jesucristo.
La Iglesia griega observa todavía el ayuno del Adviento, pero un ayuno mucho más suave que el de la Cuaresma. Se compone de cuarenta días, contando desde el 14 de noviembre, día en que la Iglesia celebra la fiesta del Apóstol San Felipe. Durante este tiempo se guarda abstinencia de carne, manteca, leche y huevos; pero se puede usar el aceite, vino y peces, cosas prohibidas en Cuaresma. El ayuno propiamente dicho no obliga más que siete días de los cuarenta; a todo el conjunto se le da el nombre de Cuaresma de San Felipe. Los griegos justifican estas mitigaciones diciendo que la Cuaresma de Navidad es institución monacal, mientras que la de Pascua es de institución apostólica.
Pero, aunque las prácticas externas de penitencia que consagraban antiguamente el tiempo de Adviento entre los Occidentales hayan ido mitigándose poco a poco, de manera que apenas queda vestigio alguno de ellas fuera de los monasterios, el conjunto de la Liturgia de Adviento no ha cambiado, y los fieles deben procurar una verdadera preparación a la fiesta de Navidad, apropiándose su espíritu con esmero.
CAMBIOS DE LA LITURGIA
La forma litúrgica del Adviento tal cual hoy se conserva en la Iglesia Romana, ha experimentado algunos cambios.
San Gregorio (590-604) parece haber sido el primero que compuso este Oficio, que comprendía primeramente cinco domingos, tal como se puede ver en los sacramentarios más antiguos de este gran Papa.
A este propósito se puede también afirmar, siguiendo a Amalario de Metz y a Bernón de Reichenau, los cuales a su vez son seguidos en esto por Dom Marténe y Benedicto XIV, que el autor del precepto eclesiástico del Adviento pudiera ser San Gregorio, aunque el uso de dedicar un tiempo más o menos largo a la preparación de la fiesta de Navidad sea de uso inmemorial y la abstinencia y el ayuno de este santo tiempo hayan tenido su origen en Francia.
Según eso, San Gregorio habría determinado para las Iglesias de rito romano la forma de los Oficios durante esta especie de Cuaresma y sancionado el ayuno que le acompañaba, dejando a, pesar de todo cierta libertad a las diversas Iglesias para el modo de practicarlo.
Como se ve por Amalario, San Nicolás I, Bernón de Reichenau, Ratiero de Verna etc., a partir del siglo IX y X los domingos habían quedado reducidos a cuatro; es el número que trae también el Sacramentario gregoriano trasmitido por Pamelius y que parece haber sido copiado en esa época.
Desde entonces no ha variado la duración del Adviento en la Iglesia Romana, habiéndose fijado en cuatro semanas, y cayendo en la cuarta la fiesta de Navidad, a no ser que esta coincida con el Domingo.
Por consiguiente, a la práctica actual se le puede calcular una antigüedad de mil años, al menos por lo que se refiere a la Iglesia romana; ya que existen pruebas de que algunas Iglesias de Francia guardaron la costumbre de las cinco semanas hasta el siglo XIII.
Todavía la Iglesia ambrosiana cuenta seis semanas en su Liturgia de Adviento; y el Misal gótico o mozárabe guarda la misma costumbre. En cuanto a la Iglesia galicana, los fragmentos que Dom Mabillon nos ha conservado de su liturgia, nada nos dicen a este propósito, pero es lógico opinar con este sabio, cuya autoridad está corroborada por la de Dom Marténe, que la Iglesia de las Galias seguía en este punto, como en otros muchos, las costumbres de la Iglesia gótica, es decir que la Liturgia de su Adviento se componía también de seis domingos y seis semanas.
Por lo que se refiere a los Griegos, sus Rúbricas para el tiempo de Adviento se pueden ver en las Menees, a continuación del Oficio del 14 de noviembre. No tienen Oficio propio para el Adviento y durante este tiempo tampoco celebran la Misa de Presantificados, como en Cuaresma. Pero, en los Oficios de los Santos que se celebran entre el 15 de noviembre y la dominica más próxima a Navidad, se hacen frecuentes alusiones a la Natividad del Señor, a la divina Maternidad de María, a la gruta de Belén, etc.
El domingo que precede a Navidad, celebran la fiesta que llaman de los Santos abuelos, es decir la conmemoración de los Santos del Antiguo Testamento, con el fin de rememorar el ansia del Mesías.
A los días 20, 21, 22 y 23 de diciembre los honran con el título de Ante-Fiesta de Navidad; dominando la idea del misterio del Nacimiento del Salvador toda la Liturgia, a pesar de que celebren en esos días el Oficio de varios Santos.