jueves, 28 de noviembre de 2019

El odio agazapado.


El odio agazapado. Por Miguel De Lorenzo

Numerosa, bien podríamos decir inmensa,  ha sido la lista de ministros insignificantes, absurdos, rigurosamente inútiles que padecemos los argentinos desde hace demasiado tiempo.
Pocos, no obstante reúnen  tan escrupulosa  nulidad como el ex ministro de salud.  Se trata de un ministro mono tema, lo suyo es el aborto. Un funcionario de quien no conocemos otras iniciativas, nunca un  plan de salud nacional, de protección para los más desamparados  del país,  ni siquiera llevó adelante un calendario de vacunación adecuado etc.
Pero en cuanto al aborto ahí sí, aparecen bien detallados, minuciosos estatutos,  para abortar más rápido, de la manera más amplia y más completa, sin límites de edad, ni tiempo, ni oposiciones, ni consultas, ni parejas, ni padres, ni alternativas de ninguna clase.  Además todo por cuenta del estado, el estado bobo y perverso,  que rapiña a diestra y siniestra,   sin dar casi nada a cambio,  de esto si se  haría  cargo. Extraño. .

Porque el reglamento no solo legitima, sino arma un  combo,  donde legalización  y gratuidad  van agarrados de la mano, sin soltarse.  Se trata de cancelar, de borrar la más mínima  responsabilidad de las personas involucradas en la gestación de un nuevo ser. Ustedes hagan lo que quieran, como quieran, cuando se les antoje, el estado los banca a morir, es decir a matar, el estado se hace cargo  de  “eliminar las consecuencias”.
Desde otro costado, los que piden por la ley, estarían reclamando un trato diferente de los demás, privativo,  en cierto modo como si tratase de ciudadanos  inimputables, dado que la demanda en el fondo se podría sintetizar en: ustedes háganse cargo, no nos pidan a nosotros responsabilidad moral,  económica, social,  ni moral.
Más allá de las consideraciones biológicas que claramente definen la presencia de un nuevo ser humano, es insólito y muy  grave que, de golpe y porrazo  un ex ministro,   a través de un reglamento  menor, aplique la pena de muerte en un país donde no existe.  Pero es aún peor, porque  si el que pretende hacerlo  es  médico y  además es el encargado  de salud la nación, eso ya cae en la profundidad del espanto.
Sería difícil negar que  el aborto fuera el tema central del ministro Rubinstein. Al final de su inolvidable gestión ministerial laureada por la más estruendosa inutilidad, a pocos días de irse, tenía reservado  este feroz golpe de gracia para los bebés en el vientre de sus madres,  tal vez únicamente comparable al  de aquel otro titán de la salud, el ex ministro Ginés González García.
El odio agazapado, finalmente, a último momento estalló,  saltando sobre las víctimas más inocentes. Todo sucede como si el secretario saliente, intentara  dejarle el camino allanado al presidente entrante. Tal vez un pacto entre iguales, puede ser.
A pesar del veto presidencial, algo quedó del furor Rubinstein. Logró  incluir  en el  PMO las hormonas para  disfrazar el sexo biológico. Hemos visto a chicos de 3, 4, 5 años –  que saben nada de sexualidad – y de repente afirman,  con la solidez y  la seriedad de sus seis años,  que quieren cambiar aquello que ignoran. Es demasiado obvio  que madres y padres son los verdaderos  artífices del supuesto deseo infantil.  Y bien sabemos que   al hombre dios del siglo XXI,  nada debe negársele y para él nada es imposible.
Ahora llega otro presidente y un nuevo ministro de salud,  vienen al son de la banda K,  pero de entrada nomás Alberto anticipó: si al  aborto. Es “un tema de salud pública”, sostuvo,   como si unas pocas muertes – penosísimas muertes todas y cada una de ellas, claro está – pudiesen constituirse en  razón suficiente para legalizar otras muertes, o sea para que no sucedan esas  desdichadas muertes, el tema de salud pública lo “arreglan”  mandando a morir a cientos de miles de inocentes
Es difícil  negar que la sinuosa e inquietante progresía  vaticana,  tuviera que ver con la instalación  de la candidatura Fernández,  a la que por otra parte dieron amplio apoyo, pero de golpe los obispos argentinos  dicen estar sorprendidos por esta definición abortista de Alberto.  Ellos creían que un tipo que demostró cambiar  sus convicciones más profundas, una vez por mes,  podía ser fiel a la palabra empeñada.
Otro problema, tal vez una nueva traición, que agita la apacible demagogia populista  del Vaticano.