El odio agazapado. Por Miguel De Lorenzo
Numerosa, bien podríamos decir inmensa,
ha sido la lista de ministros insignificantes, absurdos, rigurosamente
inútiles que padecemos los argentinos desde hace demasiado tiempo.
Pocos, no obstante reúnen tan
escrupulosa nulidad como el ex ministro de salud. Se trata de un
ministro mono tema, lo suyo es el aborto. Un funcionario de quien no
conocemos otras iniciativas, nunca un plan de salud nacional, de
protección para los más desamparados del país, ni siquiera llevó
adelante un calendario de vacunación adecuado etc.
Pero en cuanto al aborto ahí sí,
aparecen bien detallados, minuciosos estatutos, para abortar más
rápido, de la manera más amplia y más completa, sin límites de edad, ni
tiempo, ni oposiciones, ni consultas, ni parejas, ni padres, ni
alternativas de ninguna clase. Además todo por cuenta del estado, el
estado bobo y perverso, que rapiña a diestra y siniestra, sin dar
casi nada a cambio, de esto si se haría cargo. Extraño. .
Porque el reglamento no solo legitima,
sino arma un combo, donde legalización y gratuidad van agarrados de
la mano, sin soltarse. Se trata de cancelar, de borrar la más mínima
responsabilidad de las personas involucradas en la gestación de un nuevo
ser. Ustedes hagan lo que quieran, como quieran, cuando se les antoje,
el estado los banca a morir, es decir a matar, el estado se hace cargo
de “eliminar las consecuencias”.
Desde otro costado, los que piden por la
ley, estarían reclamando un trato diferente de los demás, privativo,
en cierto modo como si tratase de ciudadanos inimputables, dado que la
demanda en el fondo se podría sintetizar en: ustedes háganse cargo, no
nos pidan a nosotros responsabilidad moral, económica, social, ni
moral.
Más
allá de las consideraciones biológicas que claramente definen la
presencia de un nuevo ser humano, es insólito y muy grave que, de golpe
y porrazo un ex ministro, a través de un reglamento menor, aplique
la pena de muerte en un país donde no existe. Pero es aún peor, porque
si el que pretende hacerlo es médico y además es el encargado de
salud la nación, eso ya cae en la profundidad del espanto.
Sería difícil negar que el aborto fuera
el tema central del ministro Rubinstein. Al final de su inolvidable
gestión ministerial laureada por la más estruendosa inutilidad, a pocos
días de irse, tenía reservado este feroz golpe de gracia para los bebés
en el vientre de sus madres, tal vez únicamente comparable al de
aquel otro titán de la salud, el ex ministro Ginés González García.
El odio agazapado, finalmente, a último
momento estalló, saltando sobre las víctimas más inocentes. Todo sucede
como si el secretario saliente, intentara dejarle el camino allanado
al presidente entrante. Tal vez un pacto entre iguales, puede ser.
A pesar del veto presidencial, algo
quedó del furor Rubinstein. Logró incluir en el PMO las hormonas
para disfrazar el sexo biológico. Hemos visto a chicos de 3, 4, 5 años
– que saben nada de sexualidad – y de repente afirman, con la solidez
y la seriedad de sus seis años, que quieren cambiar aquello que
ignoran. Es demasiado obvio que madres y padres son los verdaderos
artífices del supuesto deseo infantil. Y bien sabemos que al hombre
dios del siglo XXI, nada debe negársele y para él nada es imposible.
Ahora
llega otro presidente y un nuevo ministro de salud, vienen al son de
la banda K, pero de entrada nomás Alberto anticipó: si al aborto. Es
“un tema de salud pública”, sostuvo, como si unas pocas muertes –
penosísimas muertes todas y cada una de ellas, claro está – pudiesen
constituirse en razón suficiente para legalizar otras muertes, o sea
para que no sucedan esas desdichadas muertes, el tema de salud pública
lo “arreglan” mandando a morir a cientos de miles de inocentes
Es difícil negar que la sinuosa e
inquietante progresía vaticana, tuviera que ver con la instalación de
la candidatura Fernández, a la que por otra parte dieron amplio apoyo,
pero de golpe los obispos argentinos dicen estar sorprendidos por esta
definición abortista de Alberto. Ellos creían que un tipo que demostró
cambiar sus convicciones más profundas, una vez por mes, podía ser
fiel a la palabra empeñada.
Otro problema, tal vez una nueva traición, que agita la apacible demagogia populista del Vaticano.