viernes, 29 de noviembre de 2019

LA DEMOCRACIA: CUESTIONES DOCTRINALES. La posición de SAN PÍO X

viernes, 27 de septiembre de 2019

La posición de San Pio X ante la democracia - Antonio Caponnetto



LA DEMOCRACIACUESTIONES DOCTRINALES.

La posición de SAN PÍO X

ANTONIO CAPONNETTO


IMPORTANTÍSIMA E IMPRESCINDIBLE ACLARACIÓN PREVIA

         Los que siguen de cerca este debate acerca de lo que genéricamente podríamos llamar “Los católicos frente a la democracia, las elecciones y los partidos”, ya conocen de sobra las posiciones de unos y otros arguyentes, y no tienen más que evaluarlas, pensando y obrando después con la libertad de los hijos de Dios.
           El problema lo tienen –y seriamente- los que, por diversas razones, no han seguido estas cuestiones disputadas, y de pronto reciben, de parte de personas supuestamente afines, enseñanzas que pueden causar desconcierto, confusión o incongruencia.
         Pensando en estas personas –jóvenes o adultas- es que me ha parecido pertinente reproducir ahora las páginas que hace unos años le dediqué a estas dilucidaciones doctrinales.


           Cuando estas páginas a las que aludo fueron publicadas, tenía frente a mi a concretos y singulares opugnadores a los que me era imprescindible mencionar con nombres y apellidos.
Para mí todo esto es historia antigua, y no tengo el menor interés en reiniciar ninguna reyerta personal. Expliqué en su momento con abundancia de detalles y de razones porqué, para mí, la tal reyerta personal había perdido completamente su sentido. Me mantengo en esta tesitura, y con el paso de los años más se han ampliado mis motivos para no considerar interlocutores válidos a ciertos personajes.




Ahora bien; al reproducir las páginas que siguen, con el propósito confeso de cooperar al esclarecimiento teórico, tropiezo con el inconveniente de que algunos de tales nombres forzosamente aparecen. Como no debo ni renunciar al susodicho esclarecimiento, ni incumplir con la palabra de cesar la personalización del debate para centrarlo exclusivamente en lo doctrinal, es que encarezco y ruego de un modo especial a los lectores, que hagan completa abstracción y total prescindencia de los nombres de aquel o aquellos contendientes particulares de otrora, para ceñirse exclusivamente en las cuestiones doctrinales.



         Esta es LA IMPORTANTÍSIMA E IMPRESCINDIBLE ACLARACIÓN PREVIA QUE DESEO HACER. Mucho más necesaria cuando recientemente venimos de protagonizar un penoso episodio causado por la declaración pública de un Centro de Estudios, cuya posición tuvo que ser pulida y especificada para evitar disgustos mayores a los que ya se habían causado.



         Por última vez entonces, antes de reproducir estas páginas ya publicadas en años y libros anteriores: olvídese el lector de la alusión a Fulano y a Mengano, y céntrese en lo que realmente importa. En este caso el Magisterio de San Pío X ante el tema que nos ocupa.  



            Porque lo que nos faltaba era leer que San Pío X  nos manda ser demócratas y liberales.





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San Pío X y el candidato menos indigno





Una variante directa de la doctrina del mal menor, y en rigor una aplicación de la misma, es la propuesta de votar al candidato menos indigno. Esta polémica, en particular, sacudió a integristas y no integristas en la España de principios del siglo XX, con acusaciones recíprocas que exigieron la mediación de la misma Jerarquía, buscando echar algún paño frío en el inflamado ambiente.



El Padre Pablo Suárez, de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, desde los Cuadernos de La Reja dio a conocer parcialmente esta ilustrativa reyerta. Su nota –titulada Moralidad del voto a candidatos menos indignos- fue acogida por Panorama Católico[1], en vísperas de las elecciones presidenciales del 28 de octubre de 2007 y, hasta donde sabemos, también por el nº 214 de Tradición Católica, Madrid, febrero de 2008.



Dos aclaraciones de los interesados en difundir este debate se impone respetar y aprovechar. La primera, es la que aparece en el epígrafe del artículo original, cuando la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, sostiene que “la finalidad última y principal” del artículo de marras, es que “‘tengan todos presentes que, ante el peligro de la religión o del bien público, a nadie le es lícito permanecer ocioso’. Porque ante la enormidad del mal, corremos el grave riesgo de renunciar a la acción, por pequeña que esta sea, por el bien común de la patria y de la sociedad”. Pero que de ningún modo es finalidad del escrito “alentar la participación de los católicos en la farsa electoral, porque si hay algo que fue llevando a los Estados cristianos a la catástrofe en que nos hallamos, fue creer imposible la resistencia a los dogmas republicanos de la Revolución”.



La segunda aclaración procede del autor del ensayo, advirtiendo al comienzo del mismo que “para quien esto escribe, no es del caso convertirse en abanderado de ellas se refiere a las notas de las que dará cuenta sobre la elección del candidato menos indigno], sino tan solo arrimar un dato más reputado importante que sirva como elemento de juicio subsidiario para encarar esta espinosa cuestión, con la cual ciertamente tienen que habérselas los católicos contemporáneos”[2].



Aclaraciones hechas, la nota del Padre Pablo Suárez comenta dos escritos aparecidos en la revista madrileña Razón y Fe, durante los meses de octubre y diciembre de 1905. El primero es del Padre Venancio Minteguiaga, y se titula Algo sobre las elecciones municipales. El segundo –en apoyo del anterior- es del Padre Villada, y se titula escuetamente De elecciones. En ambos campea una casuística por momentos agobiante, pues aunque procuran no salirse del ámbito  doctrinal –esto es, el de la recta exposición de la legítima doctrina del mal menor- la ansiedad porque los católicos indiferentes de sus respectivos municipios hagan algo para evitar el triunfo de los protervos es tan grande que, a la postre, resulta una conminación inmediatista más que una dilucidación conceptual.



No negamos ni la intención ortodoxa de sendos clérigos españoles, ni el sentido de la oportunidad de este despliegue casuístico que se vieron obligados a desarrollar, pues según nos informa el Padre Suárez, “la apatía y el retraimiento”, sumados a “la falta de inteligencia y unión entre ellos”, caracterizaban a los católicos de aquellos municipios hacia 1905. Mientras que anarquistas, socialistas y liberales de todo pelaje mostraban una hostilidad creciente y virulenta contra la Religión y la Patria. Pero –insistimos- algo mediatizada por el sentido de la perentoriedad, la doctrina del mal menor predicada por Minteguiaga y Villada –amén de algunas concesiones al catolicismo liberal- se enreda por momentos en un juego de reglas y excepciones difíciles de deslindar. Lo que prueba una vez más cuán delicado y peligroso es el tránsito por el que esta doctrina malminorista se convierte en táctica electoral[3].



Se define, por ejemplo, al “candidato menos indigno” como aquel que menos hostilidad persecutoria manifiesta hacia la Iglesia, en contraste con el “candidato más hostil a la Religión”. ¿Pero es que acaso ese “conformarse cada vez con menos” que define a la tibieza, debe llevarnos a optar entre quienes apenas si incediarían los templos, de triunfar electoralmente, contra aquellos otros que además violarían a las religiosas y torturarían a los monjes? ¿Desde cuándo la indignidad –cualquiera sea el grado que tenga- se nos ofrece como materia de elección voluntaria? ¿Desde cuándo, incluso, y como lo señalara no sin remordimientos el mismo Villada, se le ofrece como alternativa  a “una tierra de laudable tenacidad y santa intolerancia contra herejes, moros y turcos”? ¿Cómo controlar que la indignidad menor no derive en mayor, inexorablemente, si precisamente la regla natural de todo vicio es que empiece siendo pequeño al principio para convertirse en grande al final? ¿A qué considerar hostilidad menor o mayor contra la Fe? ¿León Ferrari con sus múltiples exposiciones sacrílegas auspiciadas por el poder político, es menos indigno que la abortista Argibay, miembro de la Suprema Corte de Justicia? ¿Bonafini profanando la Catedral de Buenos Aires es menos indigna que Kirchner suprimiendo las capellanías castrenses? ¿La candidata Carrió, con su enorme crucifijo sobre el pecho, apoyando la causa de progresistas, invertidos y masones, es menos indigna que Estela Carlotto enrolada explícitamente en la guerra revolucionaria marxista? ¿Los católicos liberales son menos indignos que los comunistas? ¿Quiénes divinizan a la democracia resultan peores que aquellos que la critican bajo cuerda, pero se avienen a entrar públicamente en su juego? ¿Los que mercan por oficio con el sistema, porque “su dios es su vientre”, son más indignos que aquellos que gritaban “¡Dios y Patria o muerte!” y se vendieron por un plato de lentejas?



Se le pide además al católico -y es otro ejemplo del enredo casuístico al que aludíamos-que vote al menos indigno “sin mala intención”, sino “únicamente con la intención manifiesta de rechazar y de evitar a toda costa la elección del candidato más hostil a la Religión”. Que en este caso “elegir lo menos malo es elegir lo bueno”, “con tal de que no se apruebe nada de malo en el candidato indigno”. No podemos evitar la sensación de estar ante un verdadero galimatías. ¿Quién tiene el intenciómetro para medir las propias o ajenas intenciones y sabernos a salvo de cooperaciones formales con el mal? ¿Cómo hago pública que mi intención es buena, para no confundir a los demás y dar escándalo, toda vez que me ven elegir a un indigno, cualquiera sea el porcentaje de indignidad que posea? (Recuérdese que uno de los requisitos del malminorismo enunciado por el mismo Padre Minteguiaga, es que se pueda “evitar debidamente”  al aplicárselo “el escándalo que hubiere”). ¿Cómo hago para no arrastrar a otros a la confusión, y evitar el horrible daño posterior, si el menos indigno se mostró como tal nada más que para obtener inescrupulosamente mis votos? El mismo Padre Minteguiaga reconoce que “las elecciones no son más que una mentira y una farsa de mal género”, llenas “de coacciones, fraudes, amaños y chanchullos”. Que el candidato elegido sea menos indigno, significa –valga la redundancia- que tenga menos indignidad. Esto es que tenga menor bajeza, injusticia, ruindad o abyección. ¿Cómo será “elegir lo bueno” y “no aprobar nada de malo”, eligiendo a alguien cuya “virtud” consiste en tener menos vicios?



Se le enseña asimismo al católico –y vamos por el tercer ejemplo de lo que juzgamos es una casuística enredosa- que al menos indigno al que se le da el voto, se lo pone “en ocasión de abusar de su oficio”; como ser “al concejal o al diputado” elegido. Como se le da ocasión de pecar al usurero si se le pide un préstamo, o de asesinar a quien se entrega armas previendo que va a abusar de ellas. Pero en este poner en ocasión de una malicia o ponerse uno mismo no habría falta, pues se hace “para obtener un bien relativo proporcionado, como es evitar un daño mucho mayor que haría el más indigno”. Algo así como combatir la inundación con agua o la insolación tomando sol.



Es cierto que hay diferencias entre la causa y la ocasión de pecar; que mientras la primera es intrínseca a la voluntad desviada, la segunda se presenta como algo extrínseco. Pero rechazar las ocasiones de pecado nos está moralmente exigido, y es además posible, por aquello de que “qui tenetur ad finem, tenetur ad media”, es decir, quien puede poner un límite respecto del fin, también puede limitar los medios para obtenerlo. En este caso, se entiende, estamos hablando de un fin malo que habría que limitar, empezando por poner límites a los medios que me puedan conducir a él. También se sabe que no son idénticas las ocasiones próximas que las remotas de un pecado; y que estas últimas no implican una amenaza inminente. De cualquier manera –continua o discontinua- una ocasión próxima me involucra directamente en el peligro de pecar, no hace del pecado algo remoto, y por lo tanto resulta desaconsejable. ¿Qué seguridad tengo de que poniendo al menos indigno en ocasión de ser  el más indigno, no lo hará, efectivamente, y sólo se conformará con ser el menos indigno por respeto a mi condición de simple cooperador material? ¿Qué seguridad tengo de que mi voto entregado al menos indigno no es mi propia ocasión próxima de pecado, si en definitiva estoy queriendo impedir un grado de liberalismo con otro grado de liberalismo, ignorando que todos los grados se concatenan fatalmente entre sí? ¿Por qué se recuerda con encomio la “laudable tenacidad y santa intransigencia”, y después se pide la negociación pusilánime con el verdugo de Cristo más amable y elegante?



Escuchemos una vez la voz de San Pío X: “Están pues muy equivocados los que creen y esperan para la Iglesia, un estado permanente de plena tranquilidad, de prosperidad universal, y un reconocimiento práctico y unánime de su poder, sin contradicción alguna; pero es peor y más grave el error de aquellos, que se engañan pensando que lograrán esta paz efímera, disimulando los derechos y los intereses de la Iglesia, sacrificándolos a los intereses privados, disminuyéndolos injustamente, complaciendo al mundo "en donde domina enteramente el demonio", con el pretexto de simpatizar con los fautores de la novedad y atraerlos a la Iglesia, como si fuera posible la armonía entre la luz y las tinieblas, entre Cristo y el Demonio. Son éstos, sueños de enfermos, alucinaciones que siempre han ocurrido y ocurrirán mientras haya soldados cobardes, que arrojen las armas a la sola presencia del enemigo, o traidores, que pretendan a toda costa hacer las paces con los contrarios, a saber, con el enemigo irreconciliable de Dios y de los hombres”[4] .



Más allá de estos reparos nuestros al enredo casuístico de las notas de  Minteguiaga y Villada, hay que comprender el contexto en el que fueron escritas.  Cansados de los malminoristas –confundidos muchas veces con los católicos liberales- los principales representantes del integrismo tenían sus motivos cuando acusaban a los artículos de aquellos jesuitas de Razón y Fe de fomentar la confusión y la contemporización con el error. “Sorprende que haya hombres como el Padre Minteguiaga” –decía Nocedal en uno de sus alegatos- “capaces de pensar y sostener que, con agregarle una gota de agua pura, se puede beber con confianza una copa de veneno, cuando hasta los niños de teta saben que basta una gota de veneno para convertir en tósigo mortal una copa de agua purísima”[5].  De las mismas e intransigentes filas pusieron en evidencia que, en un opúsculo anterior titulado Casos de conciencia sobre el liberalismo, el Padre Villada había sostenido la posición contraria a la que ahora sostenía; y en las vigorosas páginas de El Siglo Futuro se agregaba: “En 1872 había en Francia 81.951 personas empadronadas que no profesaban ninguna religión; hoy asciende su número a varios millones. ¡Oh delicias de la transigencia y del mal menor!” […]¡Monstruosa teoría del mal menor! ¿Cuándo dejarán estos mestizos de macillar los santos nombres de español y católico? […] El Padre Villada no debió resucitar esa teoría para favorecer únicamente a los enemigos de Dios, a los que militan en las filas del condenado catolicismo liberal y perjudicar a los católicos sanos”[6].



A la carga contra Minteguiaga y Villada, y vapuleando sus posiciones, sentenciará Nocedal en la más conocida de sus obras sobre la materia: “No, con el mal menor las órdenes religiosas no vivirán, o vivirán con vilipendio, en la dependencia del poder civil […]; esto es, lo mismo y peor que con el mal mayor. La única manera de que las órdenes religiosas y el clero todo, y la Iglesia de Dios vivan en España, tengan libertad y triunfen, no es ponerse en las garras de los partidos liberales, menores o peores, sino al contrario, unir a los católicos en el amor de la verdad íntegra, en el odio a todo mal [y que luche contra] todos los partidos liberales […] hasta vencerlos y exterminarlos […]Jamás puede ser lícito favorecer a ningún partido liberal, por manso, hipócrita y pérfido que sea”[7].



Si alguien quisiera atemperar estos reparos integristas, que ciertamente no nos parecen antojadizos sino atendibles, podría sostener que la situación no era promisoria en 1905, rodeada la vida política española de ideologías extrañas a la Verdad, y ganados los creyentes por las discordias o el indiferentismo. Lo cierto es que el debate trajo su revuelo, obligando también a que instancias superiores a los protagonistas del mismo intervinieran para dar su veredicto. Y que Roma no quiso echar más leña al fuego, inclinándose más bien por moderar las controversias. Como pasa siempre que se quiere moderar, los especialistas en mitigar la verdad salen favorecidos, y los intransigentes no quedan enteramente bien parados.



Fue así que el mismísimo San Pío X, el 20 de febrero de 1906, remitió una carta sobre el tema al Obispo de Madrid, la cual a nuestro juicio – y a pesar de que fue usada por aquellos aludidos mitigadores profesionales de la verdad- es el  aporte más aprovechable que nos deja  este episodio.



San Pío X campea por encima de la disputa suscitada por las notas de Razón Española. No se inclina por la doctrina del mal menor ni por el principio del doble efecto, sino por un consejo prudencial aplicable a un tiempo y a un espacio determinado. Afirma que la doctrina del mal menor comunicada por Minteguiaga y Villada nada contiene “que no sea enseñado actualmente por la mayor parte de los Doctores de Moral”, y llama a los católicos a deponer “las antiguas discordias de partido” para luchar en beneficio material y espiritual del país. Ninguna casuística asoma en su carta al Obispo, ni preceptiva que cueste descifrar, ni longitud de palabras innecesaria. Ninguna táctica malminorista ni tibieza de procederes. “Tengan todos presente” –dice- “que ante el peligro de la religión o del bien público, a nadie es lícito permanecer ocioso”. “Es menester que los católicos […] dejados a un lado los intereses de partido, trabajen con denuedo por la incolumidad de la religión y de la patria”. Es decir: no al abstencionismo o neutralismo político, y no al partisanismo disociador.



En consecuencia -y condescendiendo a un terreno más acotado y operativo, puesto que para eso había sido consultado- será aceptable y deseable, sostiene,  que “tanto a las asambleas administrativas como a las políticas o del reino vayan aquellos que, consideradas las condiciones de cada elección y las circunstancias de los tiempos y de los lugares,[…] parezca que han de mirar mejor por los intereses de la religión y de la patria en el ejercicio de su cargo público”. Si hay que elegir, pues, en ámbitos municipales o locales, a quienes tengan que desempeñarse en asambles administrativas o políticas, el consejo prudencial del Pontífice es muy claro. No a los males menores ni a los menos indignos, sino a aquellos que “han de mirar mejor por los intereses de la religión y de la patria en el ejercicio de su cargo público”.



De todos modos, corre por cuenta de quien no sepa proporcionar las cosas, conferirle a este buen consejo pastoral de San Pío X, el carácter de dogma de fe.





San Pío X y la participación política



         

          Por el modo de presentación formal es un poco más complejo que los anteriores, y por eso iremos despaciosamente.

   

         Las palabras literales del Dr. Hernández son las siguientes, comenzando por el subtítulo en negrita:



          San Pío X insta a participar



         Ante el peligro de la religión o del bien público nadie puede permanecer ocioso”.



         Lo que transcribiremos ahora es un párrafo textual de Antonio [Caponnetto](comillas) en que él reproduce (va en comillas adentro) a San Pío X. Para que se entienda mejor, lo que es textual del Papa va en negritas y la letra común es del Doctor Caponnetto.



         “‘Tengan todos presente´ – dice [San Pío X]-  ´que ante el peligro de la religión o del bien público, a nadie es lícito permanecer ocioso´. ´Es menester que los católicos [corchetes de A.C.] dejados a un lado los intereses de partido, trabajen con denuedo por la incolumidad de la religión y de la patria´. Es decir: no al abstencionismo o neutralismo político, y no al partisanismo disociador”.





         “En consecuencia –y condescendiendo [el Papa] a un terreno más acotado y operativo, puesto que para eso había sido consultado- será aceptable y deseable, sostiene, que ´tanto a las asambleas legislativas como a las políticas o del reino vayan aquellos que, consideradas las condiciones de cada elección y las circunstancias de los tiempos y de los lugares […] parezca que han de mirar mejor por los intereses de la religión y de la patria en el ejercicio de su cargo público´. Si hay que elegir, pues, en ámbitos municipales o locales, a quienes tengan que desempeñarse en asambleas administrativas o políticas, el consejo prudencial del Pontífice es muy claro. No a los males menores ni a los menos indignos, sino a aquellos que ´han de mirar mejor por los intereses de la religión y de la patria en el ejercicio de su cargo público´. De todos modos, corre por cuenta de quien no sepa proporcionar las cosas, conferirle a este buen consejo pastoral de San Pío X, el carácter de dogma de fe” [ps. 260-281 de La perversión democrática].





         Reflexión



         El texto y su lugar en el libro La perversión… nos merece estas observaciones: a) El Papa aconseja participar en las elecciones políticas; b) Es obvio entonces que Pío X no consideraba para nada que sea un pecado el hecho de votar y participar, como algo intrínsecamente malo, como si fuera fornicar, robar, idolatrar o practicar la fecundación artificial; c) Agreguemos que el libro que estamos analizando está repleto de citas a las que el autor acude para avalar sus críticas a los partidos, pero que en el mismo momento en que logra su objetivo se vuelven en contra de la tesis de que sea pecado votar o “partidopolizar”. Si el Papa aconseja votar en estos casos, entonces no es cierto que sea intrínsecamente malo hacerlo”[8].





         Hasta aquí el texto de Hernández, con todas sus particularidades formales: bastardillas, negritas,corchetes, paréntesis,etc.





         Lo primero que debemos enmendar es el modo y el fin con el que han sido reproducidos los párrafos precedentes de La perversión democrática.



         El fin,según se acaba de leer,es probar que San Pio X, “aconseja participar en las elecciones politicas”; que “no consideraba para nada que sea un pecado el hecho de votar y participar, como algo intrínsecamente malo”; y que “si el Papa aconseja votar en estos casos, entonces no es cierto que sea intrínsecamente malo hacerlo”.



         De acuerdo con este fin –que no es en absoluto el que surge del caso de San Pío X tratado en La perversión democrática, y que por lo tanto ha sido tergiversado- surge el problema del modo. Concretamente que la cita se fragmenta y descontextualiza para hacerla servir a un fin distinto al que se aplicó en el texto original.



         El caso del que nos hemos ocupado en La perversion democrática –y del que Hernandez, como dijimos, extrae la cita con modificaciones y descontextualizaciones inexplicables- no es el del Papa San Pío X avalando el sufragio universal, ni la partidopolización,  ni siquiera el de la evaluación moral del acto electoral o partidocrático. Mucho menos el de San Pío X “instando a participar” en los meandros coyunturales del régimen masónico. Es un caso mucho más acotado y ceñido, en tiempo y espacio: el de la mediación doctrinal y prudencial que le tocó hacer,sobre la cuestión del mal menor, en carta fechada el 20 de febrero de 1906, dirigida al Obispo de Madrid.



         El Papa tuvo que intervenir en una reyerta suscitada por una diversidad de notas polémicas aparecidas en la revista Razón Española, durante el año 1905. Las notas –como ya adelantamos- eran principalmente sobre la doctrina del mal menor; y sus protagonistas el Padre Venancio Minteguiaga y el Padre Villada, jesuitas y casuistas ambos. En el debate intervino Nocedal y algún otro representante de la llamada escuela integrista, y cuando el enredo parecía no tener fin y el tema en litigio era acuciante, tomó la palabra San Pío X, a pedido del obispo madrileño.



         Entonces, y tras analizar los pormenores de este caso, sostenemos lo siguiente [tomando a continuación, al autotranscribirnos la cautela de poner en negrita lo que es textual del Pontífice]:



San Pío X campea por encima de la disputa suscitada por las notas de Razón Española. No se inclina por la doctrina del mal menor ni por el principio del doble efecto, sino por un consejo prudencial aplicable a un tiempo y a un espacio determinado. Afirma que la doctrina del mal menor comunicada por Minteguiaga y Villada nada contiene ‘que no sea enseñado actualmente por la mayor parte de los Doctores de Moral’, y llama a los católicos a deponer ‘las antiguas discordias de partido’ para luchar en beneficio material y espiritual del país. Ninguna casuística asoma en su carta al Obispo, ni preceptiva que cueste descifrar, ni longitud de palabras innecesaria. Ninguna táctica malminorista ni tibieza de procederes. ‘Tengan todos presente –dice- que ante el peligro de la religión o del bien público, a nadie es lícito permanecer ocioso. Es menester que los católicos […] dejados a un lado los intereses de partido, trabajen con denuedo por la incolumidad de la religión y de la patria”. Es decir, no al abstencionismo o neutralismo político, y no al partisanismo disociador.



En consecuencia -y condescendiendo a un terreno más acotado y operativo, puesto que para eso había sido consultado- será aceptable y deseable, sostiene,  que ‘tanto a las asambleas administrativas como a las políticas o del reino vayan aquellos que, consideradas las condiciones de cada elección y las circunstancias de los tiempos y de los lugares,[…] parezca que han de mirar mejor por los intereses de la religión y de la patria en el ejercicio de su cargo público’. Si hay que elegir, pues, en ámbitos municipales o locales, a quienes tengan que desempeñarse en asambles administrativas o políticas, el consejo prudencial del Pontífice es muy claro. No a los males menores ni a los menos indignos, sino a aquellos que ‘han de mirar mejor por los intereses de la religión y de la patria en el ejercicio de su cargo público’.



De todos modos, corre por cuenta de quien no sepa proporcionar las cosas, conferirle a este buen consejo pastoral de San Pío X, el carácter de dogma de fe”.



Hasta aquí, decimos ahora, nuestro propio texto, que ocupa las páginas 260 y 261 de “La perversión democrática”. Es rápido darse cuenta de que en esas páginas nuestras a las que remite Hernández no aparece el Papa pidiendo sufragio universal o libre juego de los partidos políticos. Ni siquiera aparece diciendo que será aceptable y deseable la intervención de los católicos para que a los cargos públicos vayan quienes miren mejor por la religión y la patria. Dice algo distinto, no contrario ni opuesto, pero sí diferente, en un contexto redondamente ajeno del que se lo ha extrapolado. Y por lo tanto con otra significación.



Pero ya al margen del destrato que ha sufrido esta cita de La perversión democrática, la verdad es que resulta difícil adscribir a San Pío X a una evolución de la Santa Sede respecto de la participación de los católicos en la política”, en el sentido de una mayor contemporización con las prácticas democráticas del liberalismo. Y esto no solo por el mantenimiento del Non Expedit sino por la promulgación de encíclicas como Gravissimo officii o Notre charge apostolique. La verdad es que las predilecciones políticas del Pontífice cuyo lema fue Instaurar todo en Cristo estaban muy lejos de cualquier evolución a favor del sufragio universal o de la partidocracia.



Todo un signo de su posición en la materia fue la designación del prestigioso Cardenal Merry del Val como Secretario de Estado. Cuando al poco tiempo de ocupar la sila petrina, se le planteó a San Pio X la llamada Ley de las Cultuales, obra del masón Emilio Combes, por entonces a cargo del gobierno francés; juntos, ambos hombres, el Pontífice y su Secretario de Estado, rechazaron con firmeza la ignominia, aún sabiendo que al hacerlo exponían a los católicos galos a la marginación política, a la persecución civil y hasta a la expoliación fiscal. Prevaleció el valiente “non possumus”, tras una noche de vigilia y de oración.



“No dejaba de preocupar al Papa la orientación que en varios Estados iba tomado la política. Se tendía a romper todos los lazos y principios cristianos en la vida pública. En varias alocuciones de consistorios, en discursos, en multitud de escritos, condenó estas tendencias. Su posición en Roma y con respecto al gobierno italiano permaneció inmutable, siguiendo la norma de 1870. En cambio, en varios círculos católicos de Italia, que iban formando algunas asociaciones cristiano-demócratas, y por parte de varios obispos y distinguidos seglares, se pretendía dejar de lado el principio del ‘non expedit’, que había prohibido a los católicos tomar parte en las elecciones legislativas y en la vida politica. El Papa en principio rechazó la tendencia; pero dejó a la prudencia de los obispos el dispensar en casos concretos, aunque siempre reservándose la última palabra. De este modo entró en el Parlamento el año 1909 un grupo de 24 diputados, que representaban los intereses y principios católicos. En el punto de la cuestión romana, Pío X se mantuvo inflexible. En Roma mismo corrían tiempos malos para la misma persona del papa, como cuando el 20 de septiembre de 1910, el judío Natham, alcalde de la ciudad, tuvo un discurso sumamente injurioso al papa [...]. También prohibió [San Pío X], contra las representaciones de varias personalidades católicas de Francia, las Associations Cultuelles, previstas por la ley de separación, porque prescindían de la jerarquía establecida por Dios y conducían finalmente a la sujeción de la Iglesia bajo el yugo del Estado liberal; la prohibición apareció en la encíclica Gravissimo Officii munere, del 10 de agosto de 1906[...]. No dejó de preocupar al Papa la acción católica de Italia, que tendía a desarrollar su actividad como democracia cristiana. Ante todo anhelaba el Sumo Pontifice la unánime aceptacion de los principios básicos de León XIII, desterrando la diversidad de tendencias. En segundo lugar, quería evitar que esa democracia cristiana prescindiese de la autoridad de los obispos. La dificultad era tanto mayor en Italia, cuanto que esa democracia tendía también a ejercitar actividades políticas, que en Italia estaban vedadas a los católicos”[9].



La prolongada cita de Llorca-García Villoslada-Montalbán no necesita interpretaciones, pero se nos permitirá colocar algunos énfasis didácticos en orden a aclarar aún más el tema específico que nos ocupa:



-San Pío X condena las tendencias modernas a separar la acción política de los principios cristianos tradicionales. Si a algo insta no es a participar en campañas electorales, sino –y como lo dijera Benedicto XVI- a tomar conciencia de que “en la base de nuestra acción apostólica, en los diversos campos en que trabajamos, debe haber siempre una íntima unión personal con Cristo, que hay que cultivar y acrecentar día tras día” [10].



-San Pío X, lejos de considerar inocua o neutra cualquier clase de participación politica, se opuso a ciertos “círculos católicos de Italia que iban formando algunas asociaciones cristiano-demócratas”. Lejos asimismo de negarle nocividad inherente a ciertas prácticas cívicas, confrontó con “varios obispos y distinguidos seglares, que pretendían dejar de lado el principio del non expedit, que había prohibido a los católicos tomar parte en las elecciones legislativas y en la vida política”.



-San Pío X mantuvo la inflexibilidad y la intransigencia respecto de la pugna con el Estado liberal y masónico, dentro o fuera de Italia. Hasta tal punto que, “contra las representaciones de varias personalidades católicas”  se manifestó en clara disconformidad con determinadas organizaciones que, aunque bien intencionadas, en la práctica, podían conducir a los católicos que actuaran en las cosas públicas, a quedar sometidos “bajo el yugo del Estado liberal”.



-San Pío X, en consonancia con su antecesor León XIII, hizo público su rechazo a la llamada democracia cristiana, y a quienes tendían a canalizar sus opciones y actividades políticas bajo los modos y los contenidos “que en Italia estaban vedadas a los católicos”.



-San Pío X, aunque “reservándose la última palabra”, confió a  “la prudencia de los obispos” la facultad de otorgar “dispensas” “en casos concretos”, para quienes quisieran dedicarse a la actividad política auspiciada por el sistema, sea para poder elegir o ser elegidos. Se trata de éso: de dispensas en casos concretos, garantizadas por la prudencia de los obispos de los respectivos lugares en los que esas dispensas y esos casos concretos fuesen necesarios.



-San Pío X, al igual que sus antecesores y predecesores, no tenía por qué considerar “un pecado el hecho de votar y participar como algo intrínsecamente malo”. Y si no lo consideró así, la tal consideración en absoluto impugna nuestra perspectiva, puesto que –como ya fue aclarado desde el instante inicial de esta réplica, nunca sostuvimos tal afirmación. Hay pecado sí, en el liberalismo; y hay pecado en la mentira que el sufragio universal nos impone con su principio de que el éxito numérico es criterio de verdad. Pero ni hay pecado en participar en política, ni en la posibilidad –bajo ciertas circunstancias, requisitos y condiciones- de elegir a un gobernante o de ser elegido para determinado cargo.



Es la clásica distinción –sobre la que hemos insistido hasta el cansancio en La perversión democrática- entre tesis e hipótesis. La tesis es la doctrina católica en toda su pureza y esplendor; la hipótesis es lo que es posible realizar, o necesario de tolerar, teniendo en cuenta las circunstancias y las situaciones particulares. Con la condición de que jamás se sacrifique la vigencia de la tesis en el altar del circunstancialismo o del oportunismo político. Ni de que se use la hipótesis como pretexto para  anular la perennidad de la tesis. Ni que se olvide el axioma de que a mayor tolerancia de un mal inevitable, mayor es el grado de imperfección y de riesgo moral.



Pero esta última actitud, lamentablemente, es la que parece orientar los pasos del Dr.Héctor Hernández. Y en ocasiones hasta tales extremos, que cada hipótesis que triunfa sobre una tesis, se convierte en motivo de regocijo, de justificación de personales conductas o de enrostramiento de que tal tesis ha sido, por fin, superada.



La verdad es que si hay un mal puerto para ir por leña de democracia, sufragio universal y partidopolización, ese puerto es el pontificado de San Pío X.



Quien se detenga en algunos párrafos claves de su encíclica Notre charge apostolique podrá comprobarlo sin dificultad. En el número 14, por lo pronto, condenando los errores de Le Sillon sostiene que esta agrupación “quiere dividirla [ a la autoridad], o mejor dicho, multiplicarla de tal manera que cada ciudadano llegue a ser una especie de rey”. La autoridad[dicen los Sillonistas] es cierto, dimana de Dios, pero reside primordialmente en el pueblo, del cual se desprende por vía de elección o, mejor aún, de selección, sin que por esto se aparte del pueblo y sea independiente de él; será exterior, pero sólo en apariencia; en realidad será interior, porque será una autoridad consentida”.



Resulta evidente que lo reprobado es el principio básico del sufragio universal, según el cual cada hombre es un voto, cada voto una autoridad soberana o regia, esa autoridad se entrega en elecciones a un sujeto determinado, y del pueblo depende tanto como emana.



 Por eso, que cinco parágrafos después, en el número 19 de la Notre charge apostolique, agrega San Pío X, recordando expresamente a León XIII, que “la autoridad pública procede de Dios, no del pueblo ni puede ser revocada por el pueblo”. Para acotar en el número 28: “Su catolicismo [el de los Sillonistas] es deficiente porque admite sólo el régimen democrático.[...]. Enfeuda, pues, su religión a un partido político. Nos, no tenemos que demostrar que el advenimiento de la democracia universal no significa nada para la acción de la Iglesia en el mundo”.



La democracia universal, entonces, la del sufragio universal, la del derecho nuevo, la del constitucionalismo moderno, la de la soberanía del pueblo y la de la partidocracia, vuelve deficiente el catolicismo de quienes aceptan tales premisas. Y los enfeuda a una predilección discorde y opuesta respecto del Magisterio de la Iglesia.



En el Motu Proprio Fin dalla prima nostra enciclica, del 18 de diciembre de 1903, San Pío X marca una distancia insalvable entre esta “democracia universal” y la única acepción válida de la expresión “democracia cristiana”, dada por León XIII, como “acción benéfica en favor del pueblo, fundada en el derecho natural y en los principios del Evangelio”. Y para disipar malos entendidos se dirige a quienes así conciben la actividad pública en pro del bien común, para recordarles que “deberán abstenerse en absoluto de tomar parte en cualquier acción política, que en las presentes circunstancias, por razones de orden altísimo, está prohibida a todos los católicos”[11].



Dos años después, en 1905, en la Encíclica Il Fermo proposito, mantiene lo esencial de esta postura antiregiminosa, mitigando la cuestión del abstencionismo absoluto con la presentación de algunas alternativas, que ya había esbozado anteriormente.



San Pío X, en efecto, remite a su precitado Motu Proprio, para recordar que les es legítimo y necesario a los católicos cooperar al bien de las respectivas patrias que habitan mediante la “Acción Popular Cristiana, que abraza en sí todo el movimiento social católico, un ordenamiento fundamental que fuese como la regla práctica del trabajo común y el lazo de la concordia y caridad”.



“Singularmente eficaz”, denomina también  a “cierta institución de índole general que, con el nombre de Unión Popular, está ordenada a juntar los católicos de todas las clases sociales[...], en torno a un solo centro común de doctrina, de propaganda y de organización social [...].Los católicos, quedando a salvo las obligaciones impuestas por la ley de Dios y por los mandatos de la Iglesia, pueden[...] mostrarse tan idóneos o más que los otros en el cooperar a la felicidad material y civil del pueblo”[12].



A continuación les recuerda a los italianos, que “deben participar con permiso en la vida política”, de conformidad  con “la norma decretada por Nuestro Antecesor de s.m, Pío IX, y continuada después por el otro Predecesor Nuestro de s.m, León XIII”; mas acota un punto capital, que transcribimos textualmente: “Pero la posibilidad de esta benigna concesión Nuestra ha de poner a los católicos en la obligación de prepararse cuerda y seriamente para la vida política, cuando a ella fueren llamados. Por eso importa mucho que aquella misma actividad, loablemente ejercitada ya por los católicos en prepararse con buen régimen electoral a la vida administrativa de los Municipios y Consejos provinciales, se extienda por igual a prepararse convenientemente y a organizarse para la vida política...”[13].



Así como de los textos más arriba mencionados surge la inequívoca impugnación de San Pío X del sufragio universal y de las mentiras ideológicas del liberalismo que giran alrededor de este mito basal; en estos textos agregados a continuación, el Papa solicita a los católicos una participación política que no privilegie las estructuras partidocráticas sino las instituciones sociales; y reclama sobre todo que preparándose “cuerda y seriamente para la vida política”, lo hagan ejercitándose “con buen régimen electoral”. No vemos qué duda puede caber de que ese buen régimen electoral no es el sufragio universal, por cuyo apego –entre otras muchas cosas- se sancionó a los Sillonistas. Precisamente lo que se está buscando es una alternativa cuerda y seria.



Digamos por último, a propósito de un cierto mitigamiento que supone el Dr. Hernández, en la posición del Magisterio de considerar que la democracia y sus usos (sufragio universal, partidopolización compulsiva, soberanía del pueblo, etc) poseen una perversión intrínseca, que fue el Papa San Pío X, en la Vehementer Nos, parágrafo 12, el que habló de “maldad intrínseca” para referirse a la injerencia del Estado en los ámbitos propios de competencia eclesiástica.



Es verdad que la dura expresión, en principio, se aplica al caso francés; específicamente a la creación de las llamadas Sociedades Cultuales, mediante la cuales el Estado  masón se entremetía en los asuntos eclesiásticos, tras separar la Iglesia del Estado.



Pero esta encíclica es el fruto de varios jalones repulsivos que no pueden omitirse, pues en su conjunto marcan el derrotero de aquello en lo que se convierte la Política de Estado en un país, bajo el dominio combinado del liberalismo y del marxismo. Por ejemplo, la ley declarando obligatoria la instrucción laica en la enseñanza primaria pública (28 marzo de 1882);la ley restableciendo el divorcio (27 julio de 1884);la  ley suprimiendo las oraciones públicas al comenzar los periodos parlamentarios (14 agosto de 1884);la ley contra el patrimonio de las Ordenes y Congregaciones religiosas (29 diciembre de 1884); la ley excluyendo de la enseñanza pública a los institutos religiosos (30 octubre de 1886);la  ley declarando obligatorio el servicio militar de los clérigos (15 julio de 1889); la ley excluyendo del derecho común a las Ordenes y Congregaciones religiosas (1 julio de 1901);la ley de supresión de los Institutos religiosos dedicados a la enseñanza (17 julio de 1904).



En una vibrante homilía del 19 de abril de 1909, el gran Papa Santo del siglo XX, arengaba  a los buenos católicos, diciéndoles: “El que se revuelve contra la autoridad de la Iglesia con el injusto pretexto de que la Iglesia invade los dominios del Estado, pone límites a la verdad; el que la declara extranjera en una nación, declara al mismo tiempo que la verdad debe ser extranjera en esa nación; el que teme que la Iglesia debilite la libertad y la grandeza de un pueblo, está obligado a defender que un pueblo puede ser grande y libre sin la verdad. No, no puede pretender el amor un Estado, un Gobierno, sea el que sea el nombre que se le dé, que, haciendo la guerra a la verdad, ultraja lo que hay en el hombre de más sagrado. Podrá sostenerse por la fuerza material, se le temerá bajo la amenaza del látigo, se le aplaudirá por hipocresía, interés o servilismo, se le obedecerá, porque la religión predica y ennoblece la sumisión a los poderes humanos, supuesto que no exijan cosas contrarias a la santa a ley de Dios. Pero, sí el cumplimiento de este deber respecto de los poderes humanos, en lo que es compatible con el deber respecto de Dios, hace la obediencia más meritoria, ésta no será por ello ni más tierna, ni más alegre, ni más espontánea, y desde luego nunca podrá merecer el nombre de veneración y de amor”.



Lo que queremos decir, ya sin subterfugios, es que los elementos constitutivos esenciales, en virtud de los cuales Pío X habla de una maldad intrínseca en el caso francés, pueden aplicarse analógicamente y en sentido traslaticio, al caso español, como lo haría después Pío XI en la Dilectissima Nobis; y a la actual situación argentina, tras largas décadas de persecución al catolicismo, y muy especialmente bajo la actual tiranía kirchnerista.



No se nos diga que en la Argentina de hoy no se aplican las palabras tajantes de San Pio X: la Verdad es extranjera en la nación; el pueblo es tenido por grande y por libre si rechaza la Verdad. Y tanto el Estado como el Gobiernohaciendo la guerra a la verdad, ultrajan lo que hay en el hombre de más sagrado”.



Le cabe pues, a nuestro actual sistema, analógicamente hablando, el calificativo de ingénitamente malo, que usara San Pío X. En consecuencia, quien cooperase a la convalidación o legitimación o contemporización del tal sistema y de sus usos políticos connaturales, estaría moralmente desencaminado y aún en gravísimo riesgo espiritual y moral.







San Pío X:enseña distinto y contradictorio que los liberales.



Hemos dicho ya que nadie está obligado a escribir dos veces su propio libro. Pero quedó dicho asimismo que, excepción hecha del estudioso amable y disciplinado, el grueso de los lectores no tienen porqué recordar los pormenores de una intrincada disputa. Amparado en esta debilidad del lector promedio, y descontextualizando completamente todo, el Dr.Héctor Hernández aborda el caso de San Pío X, para concluir en que el gran Papa santo “enseña distinto y contradictorio que el libro La perversión democrática[14].



El ardid nos obliga a un sintético recuerdo de nuestra posición sobre el caso de San Pío X, explayada entre las páginas 253 y 261 de La perversión democrática, y que es a la que se refiere el Dr. Hernández.



-En el capítulo tercero, titulado “Cuestiones Disputadas”, hay un punto, el V, denominado “El mal menor”. Ese punto, a su vez, se subdivide en varias cuestiones, siendo la 5º la llamada “Propuesta de votar al candidato menos indigno”. Dicha “Propuesta” fue el fruto de un intenso y acalorado debate entre católicos españoles integristas y no integristas, ocurrido a principios del siglo XX, concretamente en 1905, sobre todo a través de las páginas de la publicación La Razón Española. La polémica fue tan caldeada y resonante que obligó a la intervención de la Jerarquía Eclesiástica, y obligó en última instancia a una participación mediadora del mismo Pío X. Este es el primer contexto omitido por el Dr. Hernández. No existe un San Pío X pidiendo “votopartidar”, o eximiendo de culpas al sufragio universal y a la partidocracia. Existe, sí, un Papa que se ve obligado a mediar en un conflicto local, de carácter regionalista, y que, como veremos, falla con prudencia y cautela.



-La noticia de este debate entre integristas y no integristas españoles, fue dada a conocer en la Argentina en el año 2007, por laicos y sacerdotes prestigiosos vinculados a la Fraternidad Sacerdotal San Pío X. Aclararon ellos, entonces, y de un modo tan expreso cuanto rotundo, que de ningún modo, al anoticiar sobre este punto, se quería “alentar la participación de los católicos en la farsa electoral, porque si hay algo que fue llevando a los Estados cristianos a la catástrofe en que nos hallamos, fue creer imposible la resistencia a los dogmas republicanos de la Revolución” (cfr. La perversión democrática, p. 254).



Este es el segundo contexto omitido por el Dr. Hernández; y se comprende. Pues si hay un sayo que penosamente le cabe es el de creer imposible, en la práctica la resistencia a los dogmas democratistas. Antes bien, su propuesta y su conducta operativa se encolumnan cada vez más entre quienes optan por aceptar las reglas de juego del sistema, participando del mismo.



-El debate entre los españoles, concretamente entre los sacerdotes Minteguiaga y Villada, tuvo, por un lado, cierta cuota exasperante de casuística, que no hacía sino enredar y enredar el objeto de análisis, hasta tornar difícil cualquier esclarecimiento. Y tuvo asimismo el transfondo urgido y urgente de quienes deseaban hacer algo para frenar el avance de las fuerzas masónicas en la propia patria. Intervino Nocedal, exasperado y con cien buenas razones en su cabeza, para quejarse amargamente de las maniobras malminoristas. Y gritó a los cuatro vientos lo que toda persona sensata ya sabía; esto es, que el mal menor sigue siendo un mal; y que si de participar se trata en la vida política para prestar un servicio al bien común, lo ideal sería “unir a los católicos en el amor de la verdad íntegra, en el odio a todo mal y en la lucha contra todos los partidos liberales, hasta vencerlos y exterminarlos. ¡Jamás puede ser lícito favorecer a ningún partido liberal, por manso, hipócrita y pérfido que sea”(Cfr. La perversión democrática, p. 259).



Este es el tercer contexto omitido por el Dr. Hernández. La pugna era alrededor de la cuestión del mal menor; más detalladamente, alrededor de un aspecto singular del mismo, sobre si es posible discernir un candidato menos indigno que otros, y en ese caso, darle o no algún apoyo. Contexto relevante según analizamos en su momento, porque la verdad es que la casuística no alcanzó ni alcanza para este discernimiento, dejando sus aportes un marco espacioso para la duda, el error y las equivocaciones prácticas. A diferencia del Dr. Hernández, a quien hemos visto expedirse a favor del masomenismo y del facticismo de sesgo maquiavélico, este debate y sus implicancias conceptuales y prácticas ponía de relieve la cantidad de cuidados morales que había que sopesar a la hora de participar en la vida política.



-Recién entonces, y dentro de estos tres contextos omitidos y escamoteados, aparece la palabra de San Pío X. En las antípodas de lo que supone Hernández, el Papa no sale a decir: a) “que participar en las elecciones políticas no es intrínsecamente malo”; b) “que la tesis de que es intrínsecamente malo votopartidar no es cierta”; c) que “no es pecado contra el primero y el octavo mandamiento” el sufragio universal; d) que “puede ser virtuoso defender[a la patria] y la Religión votando o participando de los partidos políticos”[15].



Ninguna de estas tres afirmaciones que –al sólo efecto de contradecirnos- el Dr. Hernández le atribuye a San Pío X, son fidedignas o constatables. Se trata de conjeturas, deducciones, implicancias e hipótesis sin el más mínimo fundamento en los textos del Pontífice. Para que San Pío X enseñara “distinto y contradictorio de La perversión democrática”, como triunfalmente concluye el Dr. Hernández, el mismo debería probar que San Pío X se mostró favorable al liberalismo, a la soberanía del pueblo, a la fragmentación partidocrática de la vida social y política, a la vigencia del Derecho Nuevo, a la mentira del sufragio universal, al poder del mayoritarismo sobre los derechos de la Verdad, a la contemporización con el mundo y al pecado de idolatrar el fallo de las multitudes por sobre los derechos de Dios. Mientras nada de esto pruebe ni pueda probar, deberá honestamente retirar lo dicho, que es sólo una nueva chicana dialéctica para que el lector se sienta compelido a elegir entre un libro, el nuestro, y el Magisterio de la Iglesia. Sirva recordar, además, complementariamente, que cuando San Pío X tuvo esta mediación sobre la elección del mal menor, las elecciones municipales o provinciales a las que se aludían en el debate, solían ceñirse a mandatos administrativos, sin compromisos partidocráticos definidos, prevaleciendo en ellas los juegos de sectores de influencia, no las competencias que hoy conocemos como electoralistas y partidistas. Son, a todas luces, situaciones diferentes.



-A todo eso, ¿qué es lo que ha dicho San Pío X en el debate en el que se vio inmiscuido y tuvo que terciar con todo el peso de su autoridad? Debate dado en el universo de los católicos españoles y no “en la vida política italiana”, como sostiene Hernández[16]. Para que no se nos sospeche de agregar o de quitar algo, repetiremos el análisis hecho en las páginas 260 y 261 de La Perversión democrática:



“Fue así que el mismísimo San Pío X, el 20 de febrero de 1906, remitió una carta sobre el tema al Obispo de Madrid, la cual a nuestro juicio – y a pesar de que fue usada por aquellos aludidos mitigadores profesionales de la verdad- es el aporte más aprovechable que nos deja este episodio. San Pío X campea por encima de la disputa suscitada por las notas de Razón Española. No se inclina por la doctrina del mal menor ni por el principio del doble efecto, sino por un consejo prudencial aplicable a un tiempo y a un espacio determinado. Afirma que la doctrina del mal menor comunicada por Minteguiaga y Villada nada contiene ‘que no sea enseñado actualmente por la mayor parte de los Doctores de Moral’, y llama a los católicos a deponer ‘las antiguas discordias de partido’ para luchar en beneficio material y espiritual del país. Ninguna casuística asoma en su carta al Obispo, ni preceptiva que cueste descifrar, ni longitud de palabras innecesaria. Ninguna táctica malminorista ni tibieza de procederes. ‘Tengan todos presente’ –dice- ‘que ante el peligro de la religión o del bien público, a nadie es lícito permanecer ocioso’. ‘Es menester que los católicos […] dejados a un lado los intereses de partido, trabajen con denuedo por la incolumidad de la religión y de la patria’. Es decir: no al abstencionismo o neutralismo político, y no al partisanismo disociador. En consecuencia -y condescendiendo a un terreno más acotado y operativo, puesto que para eso había sido consultado- será aceptable y deseable, sostiene, que ‘tanto a las asambleas administrativas como a las políticas o del reino vayan aquellos que, consideradas las condiciones de cada elección y las circunstancias de los tiempos y de los lugares,[…] parezca que han de mirar mejor por los intereses de la religión y de la patria en el ejercicio de su cargo público’. Si hay que elegir, pues, en ámbitos municipales o locales, a quienes tengan que desempeñarse en asambleas administrativas o políticas, el consejo porudencial del Pontífice es muy claro. No a los males menores ni a los menos indignos, sino a aquellos que ‘han de mirar mejor por los intereses de la religión y de la patria en el ejercicio de su cargo público’”.



El Dr. Hernández supone que estos textos pontificios “parecen venírsele encima” [a Antonio Caponnetto], y que por eso mismo hemos agregado: “De todos modos, corre por cuenta de quien no sepa proporcionar las cosas, conferirle a este buen consejo pastoral de San Pío X, el carácter de dogma de fe”[17].



La verdad es que en buena hora se nos vengan encima todos los textos del pontificado de San Pío X; incluso este que volvemos a reproducir y que en nada contradice lo que venimos enseñando. Sencillamente porque el Papa no está llamando al mundo católico a una campaña política demoliberal y sufragista, partidocrática y electoralera, sino que le está diciendo a los católicos españoles que viven un conflicto determinado, en una región determinada, que traten de solucionarlo del mejor modo posible: velando por los intereses de la Religión y de la Patria.



En cuanto a la molesta prevención estampada entonces, volvemos a reiterarla. Porque no es posible que –como han hecho algunos, y no sólo de orientación progresista- este buen consejo pastoral ofrecido para dirimir una reyerta de circunstancias, sea tomado como un dogma, según el cual, y poniendo en contradicción consigo mismo al Papa San Pío X, éste aparezca justificando y santificando a la democracia liberal.



Hernández mismo lo ha hecho al omitir los tres contextos fundamentales dentro de los cuales se explican las palabras del Pontífice; al suponer que las mismas están librando de maldad inherente al sufragio universal y dando rienda suelta al juego de la partidocracia, o declarando la inmaculada concepción de lo que él ha dado en llamar votopartidar. Los que “parecen venírsele encima al Dr. Hernández”, a la hora de sostener sus argumentaciones amparado en la autoridad de San Pío X, son los textos fundantes de su pontificado, en los que llueven las admoniciones y las reprobaciones contra el pecaminoso y maldito sistema liberal y democrático, y en especial contra aquellos católicos modernistas que manifiestamente optan por calificarse como demócratas y cristianos. E supremi apostolatus, Gravissimo officii, Lamentabili sane, Notre charge apostolique, Vehementer nos, y tantos otros documentos eximios están frente a nosotros, para que nos dejemos de estupideces votopartidizantes, y nos dispongamos a la lucha para Instaurar todo en Cristo. Tal, por si alguien lo ha olvidado, el lema pontifical de San Pío X.



Pero debemos decir otras cosas al respecto.



San Pío X es el autor de una encíclica titulada Il fermo proposito, dada en Roma, el 11 de junio de 1905. En rigor es una carta dirigida a los obispos de toda Italia, que sienta un precedente válido para el resto de los países. El Papa se muestra especialmente preocupado por los caminos que deberían seguir los católicos dedicados a la acción social y política. Y propone tres cursos de acción, precisamente para que esa acción social y política tenga fisonomía propia y se diferencie de la de aquellos que no son hijos fieles de la Iglesia, o la de aquellos a quienes nada les importa aliarse con el inicuo sistema.



El primer camino es el de constituir una Unión Popular, bajo la presidencia de un noble: el conde Medolago Albani. La Unión Popular no era un partido político ni cosa parecida, sino una escuela de formación, de adoctrinamiento y de militancia apostólica en pro del bien común. El segundo camino fue la creación de una Unión Económico-Social, bajo los auspicios de otra figura patricia, el Comendador Paolo Pericoli. Al igual que la Unión Popular, esta asociación no tenía ni los caracteres ni los fines de los partidos políticos. Y el tercer camino era la constitución de una Unión Electoral, al mando de Giuseppe Toniolo, personalidad relevante beatificada por Benedicto XVI, el 29 de abril de 2012. Toniolo, habrá que recordarlo, tampoco era un partidócrata ni un puntero electoral. Padre de siete hijos e intelectual de cierto fuste, su mayor preocupación política estuvo puesta en la vigencia y en la utilidad de los cuerpos intermedios, y en el testimonio docente de la Doctrina Social de la Iglesia. Valdría la pena sopesar y evaluar su figura, próxima al pensamiento tomista, a la espiritualidad teresiana y amigo personal de San Juan Bosco[18].



Si se lee con detenimiento este proyecto socio-político de San Pío X estampado en Il fermo proposito, se advertirá de modo claro que el Pontífice, continuaba y prolongaba la decisión del Non Expedit, tomada por sus antecesores. Hace una expresa referencia diciendo: “Gravísimas razones Nos disuaden, Venerables Hermanos, de seguir la norma decretada por Nuestro Antecesor de feliz memoria Pío IX, y continuada después por el otro Predecesor Nuestro, de feliz memoria León XIII, en su largo pontificado, en virtud de la cual queda, generalmente, prohibida a los católicos en Italia la participación en el poder legislativo”[19]. Pero también es cierto que, en el mismo punto, el Papa no descarta la posibilidad futura de que ciertos católicos quieran o deban “tener parte directa en la vida política del país por medio de la representación popular en las cámaras legislativas”; lo cual puede suceder “en casos particulares” y pidiendo [los interesados] “la oportuna dispensa”, si es que está en juego “el supremo bien de la sociedad”[20].



Lo interesante es que, para esos casos futuros que prevé el Pontífice, se establecen algunas condiciones, pero una muy particular que no debe pasar inadvertida: “Pero la posibilidad de esta benigna concesión Nuestra ha de poner  a los católicos en la obligación de prepararse cuerda y seriamente, para la vida política, cuando a ella fueren llamados. Por eso, importa mucho que aquella misma actividad, loablemente ejercitada ya por los católicos en prepararse con buen régimen electoral a la vida administrativa de los Municipios y Concejos provinciales, se extienda por igual a prepararse convenientemente y a organizarse para la vida política, según que lo recomendó con oportunidad en su Circular del 3 de diciembre de 1904 la Presidencia general de las Obras económicas en Italia. Al mismo tiempo se tendrán que inculcar y seguir en la práctica los demás principios que regulan la conciencia del verdadero católico. Porque el verdadero católico ha de tener presente, ante todas las cosas y en cualquier coyuntura, que ha de portarse como tal acercándose a los empleos públicos y desempeñándolos con el firme y constante propósito de promover, según su posibilidad, el bien social y económico de la patria, particularmente del pueblo, conforme a las máximas de la civilización puramente cristiana, y de defender al mismo tiempo los intereses supremos de la Iglesia, que son los de la religión y de la justicia”[21].



Como según parece esta encíclica Il fermo proposito no fue todo lo acatada que el Santo Padre hubiera deseado, promulgó otra, el 28 de julio de 1906, titulada Pieni l’animo di salutare timor. Se prescribe en la misma: “Por lo demás, Venerables Hermanos, a fin de poner un dique eficaz a esta desviación de las ideas, y a esta propagación del espíritu de independencia, con Nuestra autoridad prohibirnos de hoy en adelante a todos los clérigos y sacerdotes dar su nombre a cualquier asociación que no dependa de los Obispos. De modo especial y nominalmente prohibimos a los mismos, bajo pena para los clérigos de inhabilidad para las Sagradas Ordenes y para los sacerdotes de suspensión en el acto de las cosas divinas, inscribirse en la Liga Democrática Nacional, cuyo programa es el de  Roma-Torrette del 20 Octubre de 1905, y el Estatuto, sin nombre de autor, fue impreso en Bolonia a la vera de la Comisión Provisoria[…] Prevenid el mal, en donde afortunadamente aún no se muestra; extinguidlo con rapidez allí donde recién ha nacido; y donde por desventura es ya adulto, extirpadlo con mano enérgica y resuelta”[22].



Se nos permitirá glosar lo necesario, pues los textos precedentes se comentan solos:



a) San Pío X diseña una opción política para los católicos. Mientras en el plano teórico o conceptual sostiene dicha opción en el firme rechazo del liberalismo, del socialismo, de la masonería y de la democracia cristiana; en el plano práctico encarrila esa opción mediante instituciones o asociaciones que nada tienen que ver con los partidos políticos, y que más bien están muy cerca de los tradicionales cuerpos intermedios.



b) San Pío X no cree en el sufragio universal y mantiene la consigna de no votar ni ser votado, válida para los italianos, mientras durase el conflicto entre el poder temporal y la autoridad petrina. Pero previendo que dicho conflicto llegaría un día a su fin, decidió preparar a los católicos con la mejor formación posible, y aún con las mejores medidas de alcance práctico. Es entonces que habla de “prepararse con un buen régimen electoral”. La fórmula textual –en la cual no entendemos cómo no han reparado el Dr. Hernández y otros de su misma posición ideológica- no abriga lugar a dudas. No es bueno el régimen electoral vigente del sufragio universal. Es necesario buscar otro modo para que los ciudadanos puedan designar y ser designados. Algo que encaja perfectamente en la doctrina clásica de la Iglesia al respecto. No al sufragio universal. Sí a un buen régimen electoral.



c) San Pío X (y en esto, si se nos permite la comparación, coincidiendo sin saberlo con Rodolfo Irazusta), pensaba que el único modo de mitigar los males inherentes del sufragio universal -cuya extinción no podía ejecutar- era que resultase lo menos universal posible. Esto es, que se transformara en algo distinto de lo que es. Por ejemplo, que se acotara a elecciones comarcales, aldeanas o regionales, en las cuales los vínculos entre electores y elegidos respetaran más la escala humana o corporativa, o atenuaran en algo los males del cuantitativismo anónimo y disoluto. Por eso, entre otros motivos, terció en el famoso debate entre Minteguiaga y Villada, que incidía en una porción determinada de ciudadanos con un problema lugareño por resolver; y por eso, a la hora de plantear la posibilidad de hacer excepciones o de conceder permisos especiales en materia de representación popular, recomienda que sea en municipios o en consejos provinciales; y pauta las condiciones de esos eventuales representantes de manera muy firme. Las repetimos: “el verdadero católico ha de tener presente, ante todas las cosas y en cualquier coyuntura, que ha de portarse como tal acercándose a los empleos públicos y desempeñándolos con el firme y constante propósito de promover, según su posibilidad, el bien social y económico de la patria, particularmente del pueblo, conforme a las máximas de la civilización puramente cristiana, y de defender al mismo tiempo los intereses supremos de la Iglesia, que son los de la religión y de la justicia”.



d) San Pío X condenó sin atenuantes, y con severas penas, a los católicos democráticos y partidocráticos liberales y modernistas. Sean los de Le Sillon, los de la Liga Democrática Nacional, los seguidores de Rómolo Murri, George Tyrrel, Lucien Laberthonnière, Le Roy,Fogazzaro o Bureau. Es decir, no solamente a los italianos que tenían vedado involucrarse en el Régimen por el motivo agregado de las tensiones entre el mismo y el Papado, sino a todos aquellos que adhirieran a posiciones heterodoxas. En diciembre de 1903, incluso, publicó el Motu Proprio Fin dalla prima nostra en el cual delineaba una normativa fundamental para la acción social de los católicos, en contraste neto con las llamadas ideas o corrientes católico-democráticas.



Nos dice allí el Papa: “la Democracia Cristiana no debe tener nada que ver con la política, y nunca debe ser capaz de servir a tales fines o a los partidos políticos; este no es su campo; pero debe ser un movimiento benéfico para el pueblo, y se basa en la ley de la naturaleza y los preceptos del Evangelio.  La Democracia Cristiana en Italia debe abstenerse de participar en cualquier acción política, pues está en las actuales circunstancias prohibidas a todos los católicos, por razones de orden más elevado”[23]. “Los  escritores demócrata-cristianos deben, como todos los otros escritores católicos, presentar a examen todos los escritos que se refieren a la religión, la moral cristiana y la ética natural, en virtud de la Constitución Officiorum et munerum (Art. 41)[…].Deben obtener el consentimiento previo para la publicación de los escritos de carácter meramente técnico”[24].



Conste que los condenados, lejos de rectificar sus yerros, le declararon una guerra sórdida al Santo Padre, como sucedió precisamente con la Liga Democrática Nacional.



e) San Pío X -y es el juicio descalificador de un modernista el que sin querer lo pondera de modo excelso- representaba “una Iglesia demasiado anclada en un pasado que no volvería, y en un talante intransigente incapaz de dialogar con una sociedad cada día más plural y secularizada […]. No estaba dispuesto a que los más intelectuales escandalizaran a los más sencillos […]. Tomó el nombre de Pío en recuerdo de los pontífices de tal nombre ‘que en el último siglo se opusieron con coraje al multiplicarse de las sectas y de los errores’. El filósofo francés Blondel señaló que la elección del nombre ya era una indicación de la dirección del pontificado y, de hecho,da la impresión de que se sentía más identificado con el talante de Pío IX que con el de su inmediato predecesor, de quien pensaba que había sido demasiado contemporizador[…]. No era un optimista con relación al tiempo que le tocó vivir. ‘Nuestro mundo sufre un mal: la lejanía de Dios. Los hombres se han alejado de Dios, han prescindido de Él en el ordenamiento político y social. Todo lo demás son claras consecuencias de esa postura’ escribió en su primera encíclica […]. Creía que no se podía separar lo que pertenecía a la Fe y las costumbres de lo que era propio de la política. Esto llevaba naturalmente a preferir las asociaciones de tipo confesional y a rechazar las tendencias más autónomas o los intentos interconfesionales […]. Condenó con determinación [a los modernistas] y rechazó el cristianismo democrático que ellos defendían […]. En mayo de 1911, con la encíclica Iamdudum in Lusitania, denunció en la legislación de la Nueva República Portuguesa la voluntad ‘de despreciar a Dios, repudiar la fe católica, injuriar al romano pontífice, dividir a la Iglesia’ […]. No tembló su pulso y condenó, desterró, reprendió y modificó organigramas, personas, libros y situaciones con absoluto desparpajo”[25].



Ante la vista, ya recapitulatoria, de cuanto llevamos dicho sobre este extraordinario Pontífice, nos da grima leer al Dr. Hernández que insiste en sostener que “San Pío X enseña distinto y contradictorio que el libro La perversión democrática”. Pocas veces un magisterio petrino acompañó y avaló tanto la tesis que sostenemos, como el magisterio límpido y valiente de San Pío X. La misma pena nos invade ante los gruesos sarcasmos de nuestro crítico. Por ejemplo, el que sostiene que un seguidor coherente de este libro [La perversión democrática]debiera decir que el Papa San Pío X estaba aconsejando cometer pecados mortales públicos seriales”[26], o preguntarse mordazmente cómo es posible que “San Pío X no alcanzó a ver que era pecado” votopartidar.



Para el Dr. Hernández, muy desatento ya a las reales y tajantes prescripciones y condenaciones de San Pío X, “puede ser virtuoso defender la Argentina y la Religión votando o participando de los partidos políticos”[27]. Votando con la mentira universal del sufragio universal, único vigente en el país; y participando de esas estructuras de pecado que son los partidos, insertos formalmente en la canallesca partidocracia.





[1] Cfr. http://www.panodigital.com/secciones/dos-interesantes-documentos-de-la-fsspx-sobre-las-elecciones-en-la-argentina



[2] Queremos agradecer expresamente al Padre Pablo Suárez la deferencia que ha tenido, tanto al pasarnos su escrito original como al hacernos una diversidad de aportaciones posteriores, en sucesivas y bien sazonadas cartas.

[3] “[…] El apreciar a cada caso cuál es mayor mal o bien relativo no siempre es fácil y, por consiguiente, así los electores como también los jefes de partido, y éstos quizás más que los primeros, deben consultar en caso de duda a personas doctas y piadosas y, a poder ser, de autoridad en la Iglesia que, bien informadas del caso en las diversas combinaciones lícitas que pueden ocurrir, sin pasión política y guiadas por el amor sincero del amor y más sólido bien de la Religión y de la Patria, serán las mejores dispuestas para formar y emitir un juicio prudente”. Son palabras del Padre Villada en su artículo De elecciones. Cfr. Padre Pablo Suárez, Moralidad del voto…etc, ibidem. No queremos extremar las cosas, pero estos sensatos requisistos para discernir el mal menor en una elección concreta, no parecen estar hoy a nuestro alcance en la Argentina, por lo menos a la hora de buscar “personas doctas y piadosas y, a poder ser, de autoridad en la Iglesia”. Lamentablemente, si son lo uno –doctas y piadosas- no son lo otro: autoridades en la Iglesia.

[4] San Pío X,  Communium rerum, 14

[5] Cit. Por M.Arboleya Martínez, Otra masonería. El integrismo. Contra la Compañía de Jesús y contra el Papa, Madrid-Barcelona-Buenos Aires,Compañía Ibero Americana de Publicaciones Mundo Latino, 1930, p. 257-258.

[6] Ibidem, p. 259-260

[7] Ramón Nocedal, El mal menor, en sus Obras Completas, vol. III, Madrid, Imprenta de Fortanet, 1909,  p. 250, 251 y 95.

[8] Héctor Hernández, Pensar y Salvar la Argentina SOBRE SI ES PECADO...etc.,ob.cit.,p. 7

[9] Llorca, García Villoslada, Montalbán, Historia de la Iglesia Católica, vol.IV...etc.,ob.cit,p. 440-442. Subrayados nuestros.

[10] Benedicto XVI,Catequésis del miércoles 18 de agosto de 2010, en el Palacio Apostólico de Castel Gandolfo

[11] San Pío X, Motu Proprio Fin dalla prima nostra enciclica, 18-12-1903,parágrafo XIII.

[12] San Pío X, Il Fermo proposito, parágrafos 12,13 y 16.

[13] Ibidem, parágrafos 17 y 18. Subrayados nuestros.

[14] Héctor Hernández, Pensar y salvar la Argentina…etc.ob.cit.,p. 114.

[15] Ibidem, p. 114.

[16] Ibidem

[17] Ibidem

[18] Cfr. vg. Rita María Cancio, José Toniolo. Discípulo de Santa Teresa de Jesús,apóstol de la Acción Católica, México,Botas, 1956.

[19] Pío X, Il fermo proposito, 17.

[20] Ibidem

[21] Ibidem, 18. Las negritas son nuestras.

[22] Pío X, Pieni l’animo di salutare timor, 22-23.

[23] Pío X, Fin dalla prima nostra, XIII.

[24] Ibidem, XVII.

[25] Juan María Laboa,Los Papas del siglo XX, Madrid, BAC, 1998, p.16-24. Bastardillas nuestras.

[26] Héctor Hernández, Pensar y salvar la Argentina…etc.ob.cit.,p. 113


[27] Ibidem, p. 114.



Nacionalismo Católico San Juan Bautista