viernes, 27 de septiembre de 2019
La posición de San Pio X ante la democracia - Antonio Caponnetto
LA DEMOCRACIA: CUESTIONES DOCTRINALES.
La posición de SAN PÍO X
ANTONIO CAPONNETTO
IMPORTANTÍSIMA E IMPRESCINDIBLE ACLARACIÓN PREVIA
Los que siguen
de cerca este debate acerca de lo que genéricamente podríamos llamar
“Los católicos frente a la democracia, las elecciones y los partidos”, ya
conocen de sobra las posiciones de unos y otros arguyentes, y no tienen más que
evaluarlas, pensando y obrando después con la libertad de los hijos de Dios.
El problema lo tienen –y seriamente-
los que, por diversas razones, no han seguido estas cuestiones disputadas, y de
pronto reciben, de parte de personas supuestamente afines, enseñanzas que
pueden causar desconcierto, confusión o incongruencia.
Pensando
en estas personas –jóvenes o adultas- es que me ha parecido pertinente reproducir
ahora las páginas que hace unos años le dediqué a estas dilucidaciones
doctrinales.
Cuando estas páginas a las que aludo
fueron publicadas, tenía frente a mi a concretos y singulares opugnadores
a los que me era imprescindible mencionar con nombres y apellidos.
Para mí todo
esto es historia antigua, y no tengo el menor interés en reiniciar ninguna
reyerta personal. Expliqué en su momento con abundancia de detalles y de
razones porqué, para mí, la tal reyerta personal había perdido completamente su
sentido. Me mantengo en esta tesitura, y con el paso de los años más se han
ampliado mis motivos para no considerar interlocutores válidos a ciertos
personajes.
Ahora bien; al
reproducir las páginas que siguen, con el propósito confeso de cooperar al
esclarecimiento teórico, tropiezo con el inconveniente de que algunos de tales
nombres forzosamente aparecen. Como no debo ni renunciar al susodicho
esclarecimiento, ni incumplir con la palabra de cesar la personalización del
debate para centrarlo exclusivamente en lo doctrinal, es que encarezco y ruego de un modo especial a los
lectores, que hagan completa abstracción y total prescindencia de los nombres
de aquel o aquellos contendientes particulares de otrora, para ceñirse
exclusivamente en las cuestiones doctrinales.
Esta
es LA IMPORTANTÍSIMA
E IMPRESCINDIBLE ACLARACIÓN PREVIA QUE DESEO HACER. Mucho
más necesaria cuando recientemente venimos de protagonizar un penoso episodio
causado por la declaración pública de un Centro de Estudios, cuya posición tuvo
que ser pulida y especificada para evitar disgustos mayores a los que ya se
habían causado.
Por
última vez entonces, antes de reproducir estas páginas ya publicadas en años y
libros anteriores: olvídese el lector de la alusión a Fulano y a Mengano, y
céntrese en lo que realmente importa. En
este caso el Magisterio de San Pío X ante el tema que nos ocupa.
Porque lo que nos faltaba era leer que San
Pío X nos manda ser demócratas y
liberales.
ººººººººººº
San Pío X y el candidato menos indigno
Una variante directa de
la doctrina del mal menor, y en rigor una aplicación de la misma, es la
propuesta de votar al candidato menos
indigno. Esta polémica, en particular, sacudió a integristas y no
integristas en la España
de principios del siglo XX, con acusaciones recíprocas que exigieron la
mediación de la misma Jerarquía, buscando echar algún paño frío en el inflamado
ambiente.
El Padre Pablo Suárez, de la Fraternidad Sacerdotal
San Pío X, desde los Cuadernos de La Reja dio a conocer
parcialmente esta ilustrativa reyerta. Su nota –titulada Moralidad del voto a candidatos menos indignos- fue acogida por Panorama Católico[1], en vísperas de las elecciones
presidenciales del 28 de octubre de 2007 y, hasta donde sabemos, también por el
nº 214 de Tradición Católica, Madrid,
febrero de 2008.
Dos aclaraciones de los interesados en
difundir este debate se impone respetar y aprovechar. La primera, es la que
aparece en el epígrafe del artículo original, cuando la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, sostiene que “la finalidad última y principal” del
artículo de marras, es que “‘tengan todos presentes que, ante el peligro de la
religión o del bien público, a nadie le es lícito permanecer ocioso’. Porque
ante la enormidad del mal, corremos el grave riesgo de renunciar a la acción,
por pequeña que esta sea, por el bien común de la patria y de la sociedad”.
Pero que de ningún modo es finalidad del
escrito “alentar la participación de los católicos en la farsa electoral,
porque si hay algo que fue llevando a los Estados cristianos a la catástrofe en
que nos hallamos, fue creer imposible la resistencia a los dogmas republicanos
de la Revolución”.
La segunda aclaración procede del autor
del ensayo, advirtiendo al comienzo del mismo que “para quien esto escribe, no
es del caso convertirse en abanderado de ellas se refiere a las notas de las
que dará cuenta sobre la elección del candidato menos indigno], sino tan solo
arrimar un dato más reputado importante que sirva como elemento de juicio subsidiario
para encarar esta espinosa cuestión, con la cual ciertamente tienen que
habérselas los católicos contemporáneos”[2].
Aclaraciones hechas, la nota del Padre
Pablo Suárez comenta dos escritos aparecidos en la revista madrileña Razón y Fe, durante los meses de octubre
y diciembre de 1905. El primero es del Padre Venancio Minteguiaga, y se titula Algo sobre las elecciones municipales.
El segundo –en apoyo del anterior- es del Padre Villada, y se titula
escuetamente De elecciones. En ambos
campea una casuística por momentos agobiante, pues aunque procuran no salirse
del ámbito doctrinal –esto es, el de la
recta exposición de la legítima doctrina del mal menor- la ansiedad porque los
católicos indiferentes de sus respectivos municipios hagan algo para evitar el
triunfo de los protervos es tan grande que, a la postre, resulta una
conminación inmediatista más que una dilucidación conceptual.
No negamos ni la intención ortodoxa de
sendos clérigos españoles, ni el sentido de la oportunidad de este despliegue casuístico
que se vieron obligados a desarrollar, pues según nos informa el Padre Suárez,
“la apatía y el retraimiento”, sumados a “la falta de inteligencia y unión
entre ellos”, caracterizaban a los católicos de aquellos municipios hacia 1905.
Mientras que anarquistas, socialistas y liberales de todo pelaje mostraban una
hostilidad creciente y virulenta contra la Religión y la Patria. Pero
–insistimos- algo mediatizada por el sentido de la perentoriedad, la doctrina
del mal menor predicada por Minteguiaga y Villada –amén de algunas concesiones
al catolicismo liberal- se enreda por momentos en un juego de reglas y
excepciones difíciles de deslindar. Lo que prueba una vez más cuán delicado y
peligroso es el tránsito por el que esta doctrina malminorista se convierte en
táctica electoral[3].
Se define, por ejemplo, al “candidato
menos indigno” como aquel que menos hostilidad persecutoria manifiesta hacia la Iglesia, en contraste con
el “candidato más hostil a la
Religión”. ¿Pero es que acaso ese “conformarse cada vez con
menos” que define a la tibieza, debe llevarnos a optar entre quienes apenas si
incediarían los templos, de triunfar electoralmente, contra aquellos otros que
además violarían a las religiosas y torturarían a los monjes? ¿Desde cuándo la
indignidad –cualquiera sea el grado que tenga- se nos ofrece como materia de
elección voluntaria? ¿Desde cuándo, incluso, y como lo señalara no sin
remordimientos el mismo Villada, se le ofrece como alternativa a “una tierra de laudable tenacidad y santa
intolerancia contra herejes, moros y turcos”? ¿Cómo controlar que la indignidad
menor no derive en mayor, inexorablemente, si precisamente la regla natural de
todo vicio es que empiece siendo pequeño al principio para convertirse en
grande al final? ¿A qué considerar hostilidad menor o mayor contra la Fe? ¿León Ferrari con sus
múltiples exposiciones sacrílegas auspiciadas por el poder político, es menos
indigno que la abortista Argibay, miembro de la Suprema Corte de
Justicia? ¿Bonafini profanando la
Catedral de Buenos Aires es menos indigna que Kirchner
suprimiendo las capellanías castrenses? ¿La candidata Carrió, con su enorme
crucifijo sobre el pecho, apoyando la causa de progresistas, invertidos y
masones, es menos indigna que Estela Carlotto enrolada explícitamente en la
guerra revolucionaria marxista? ¿Los católicos liberales son menos indignos que
los comunistas? ¿Quiénes divinizan a la democracia resultan peores que aquellos
que la critican bajo cuerda, pero se avienen a entrar públicamente en su juego?
¿Los que mercan por oficio con el sistema, porque “su dios es su vientre”, son
más indignos que aquellos que gritaban “¡Dios y Patria o muerte!” y se
vendieron por un plato de lentejas?
Se le pide además al católico -y es
otro ejemplo del enredo casuístico al que aludíamos-que vote al menos indigno
“sin mala intención”, sino “únicamente con la intención manifiesta de rechazar
y de evitar a toda costa la elección del candidato más hostil a la Religión”. Que en este
caso “elegir lo menos malo es elegir lo bueno”, “con tal de que no se apruebe
nada de malo en el candidato indigno”. No podemos evitar la sensación de estar
ante un verdadero galimatías. ¿Quién tiene el intenciómetro para medir las propias o ajenas intenciones y
sabernos a salvo de cooperaciones
formales con el mal? ¿Cómo hago pública que mi intención es buena, para no
confundir a los demás y dar escándalo, toda vez que me ven elegir a un indigno,
cualquiera sea el porcentaje de indignidad que posea? (Recuérdese que uno de
los requisitos del malminorismo enunciado por el mismo Padre Minteguiaga, es
que se pueda “evitar debidamente” al
aplicárselo “el escándalo que hubiere”). ¿Cómo hago para no arrastrar a otros a
la confusión, y evitar el horrible daño posterior, si el menos indigno se
mostró como tal nada más que para obtener inescrupulosamente mis votos? El
mismo Padre Minteguiaga reconoce que “las elecciones no son más que una mentira
y una farsa de mal género”, llenas “de coacciones, fraudes, amaños y
chanchullos”. Que el candidato elegido sea menos indigno, significa –valga la
redundancia- que tenga menos indignidad. Esto es que tenga menor bajeza,
injusticia, ruindad o abyección. ¿Cómo será “elegir lo bueno” y “no aprobar
nada de malo”, eligiendo a alguien cuya “virtud” consiste en tener menos
vicios?
Se le enseña asimismo al católico –y
vamos por el tercer ejemplo de lo que juzgamos es una casuística enredosa- que
al menos indigno al que se le da el
voto, se lo pone “en ocasión de abusar de su oficio”; como ser “al concejal o
al diputado” elegido. Como se le da ocasión de pecar al usurero si se le pide
un préstamo, o de asesinar a quien se entrega armas previendo que va a abusar
de ellas. Pero en este poner en ocasión
de una malicia o ponerse uno mismo no habría falta, pues se hace “para obtener
un bien relativo proporcionado, como es evitar un daño mucho mayor que haría el
más indigno”. Algo así como combatir la inundación con agua o la insolación
tomando sol.
Es cierto que hay diferencias entre la causa y la ocasión de pecar; que mientras la primera es intrínseca a la
voluntad desviada, la segunda se presenta como algo extrínseco. Pero rechazar las ocasiones de pecado nos está
moralmente exigido, y es además posible, por aquello de que “qui tenetur ad
finem, tenetur ad media”, es decir,
quien puede poner un límite respecto del fin, también puede limitar los medios
para obtenerlo. En este caso, se entiende, estamos hablando de un fin malo que
habría que limitar, empezando por poner límites a los medios que me puedan
conducir a él. También se sabe que no son idénticas las ocasiones próximas que las remotas de un pecado; y que estas últimas no implican una amenaza
inminente. De cualquier manera –continua o discontinua- una ocasión próxima me
involucra directamente en el peligro de pecar, no hace del pecado algo remoto,
y por lo tanto resulta desaconsejable. ¿Qué seguridad tengo de que poniendo al menos indigno en ocasión de ser el más indigno, no lo hará, efectivamente,
y sólo se conformará con ser el menos indigno por respeto a mi condición de
simple cooperador material? ¿Qué seguridad tengo de que mi voto entregado al
menos indigno no es mi propia ocasión próxima de pecado, si en definitiva estoy queriendo impedir un grado de
liberalismo con otro grado de liberalismo, ignorando que todos los grados
se concatenan fatalmente entre sí? ¿Por qué se recuerda con encomio la
“laudable tenacidad y santa intransigencia”, y después se pide la negociación
pusilánime con el verdugo de Cristo más amable y elegante?
Escuchemos una vez la voz de San Pío X: “Están pues
muy equivocados los que creen y esperan para la Iglesia, un estado
permanente de plena tranquilidad, de prosperidad universal, y un reconocimiento
práctico y unánime de su poder, sin contradicción alguna; pero es peor y más grave el error de aquellos, que se engañan
pensando que lograrán esta paz efímera, disimulando los derechos y los
intereses de la Iglesia,
sacrificándolos a los intereses privados, disminuyéndolos injustamente,
complaciendo al mundo "en donde
domina enteramente el demonio", con el pretexto de simpatizar con
los fautores de la novedad y atraerlos a la Iglesia, como
si fuera posible la armonía entre la luz y las tinieblas, entre Cristo y el Demonio. Son éstos, sueños de enfermos, alucinaciones que siempre han ocurrido y
ocurrirán mientras haya soldados cobardes, que arrojen las armas a la sola
presencia del enemigo, o traidores, que pretendan a toda costa hacer las paces
con los contrarios, a saber, con el enemigo irreconciliable de Dios y de los
hombres”[4] .
Más allá de estos reparos nuestros al enredo
casuístico de las notas de Minteguiaga y
Villada, hay que comprender el contexto en el que fueron escritas. Cansados de los malminoristas –confundidos
muchas veces con los católicos liberales- los principales representantes del
integrismo tenían sus motivos cuando acusaban a los artículos de aquellos
jesuitas de Razón y Fe de fomentar la
confusión y la contemporización con el error. “Sorprende que haya hombres como
el Padre Minteguiaga” –decía Nocedal en uno de sus alegatos- “capaces de pensar
y sostener que, con agregarle una gota de agua pura, se puede beber con
confianza una copa de veneno, cuando hasta los niños de teta saben que basta
una gota de veneno para convertir en tósigo mortal una copa de agua purísima”[5]. De las mismas e intransigentes filas pusieron
en evidencia que, en un opúsculo anterior titulado Casos de conciencia sobre el liberalismo, el Padre Villada había
sostenido la posición contraria a la que ahora sostenía; y en las vigorosas
páginas de El Siglo Futuro se
agregaba: “En 1872 había en Francia 81.951 personas empadronadas que no
profesaban ninguna religión; hoy asciende su número a varios millones. ¡Oh
delicias de la transigencia y del mal menor!” […]¡Monstruosa teoría del mal
menor! ¿Cuándo dejarán estos mestizos
de macillar los santos nombres de español y católico? […] El Padre Villada no
debió resucitar esa teoría para favorecer únicamente a los enemigos de Dios, a
los que militan en las filas del condenado catolicismo liberal y perjudicar a
los católicos sanos”[6].
A la carga contra Minteguiaga y Villada, y
vapuleando sus posiciones, sentenciará Nocedal en la más conocida de sus obras
sobre la materia: “No, con el mal menor las órdenes religiosas no vivirán, o
vivirán con vilipendio, en la dependencia del poder civil […]; esto es, lo
mismo y peor que con el mal mayor. La única manera de que las órdenes
religiosas y el clero todo, y la
Iglesia de Dios vivan en España, tengan libertad y triunfen,
no es ponerse en las garras de los partidos liberales, menores o peores, sino
al contrario, unir a los católicos en el amor de la verdad íntegra, en el odio
a todo mal [y que luche contra] todos los partidos liberales […] hasta
vencerlos y exterminarlos […]Jamás puede ser lícito favorecer a ningún partido
liberal, por manso, hipócrita y pérfido que sea”[7].
Si alguien quisiera atemperar estos reparos
integristas, que ciertamente no nos parecen antojadizos sino atendibles, podría
sostener que la situación no era promisoria en 1905, rodeada la vida política
española de ideologías extrañas a la
Verdad, y ganados los creyentes por las discordias o el
indiferentismo. Lo cierto es que el debate trajo su revuelo, obligando también
a que instancias superiores a los protagonistas del mismo intervinieran para
dar su veredicto. Y que Roma no quiso echar más leña al fuego, inclinándose más
bien por moderar las controversias. Como pasa siempre que se quiere moderar,
los especialistas en mitigar la verdad salen favorecidos, y los intransigentes
no quedan enteramente bien parados.
Fue así que el mismísimo San Pío X, el 20 de
febrero de 1906, remitió una carta sobre el tema al Obispo de Madrid, la cual a
nuestro juicio – y a pesar de que fue usada por aquellos aludidos mitigadores
profesionales de la verdad- es el aporte
más aprovechable que nos deja este episodio.
San Pío X campea por encima de la disputa suscitada
por las notas de Razón Española. No
se inclina por la doctrina del mal menor ni por el principio del doble efecto,
sino por un consejo prudencial aplicable a un tiempo y a un espacio
determinado. Afirma que la doctrina del mal menor comunicada por Minteguiaga y
Villada nada contiene “que no sea enseñado actualmente por la mayor parte de
los Doctores de Moral”, y llama a los católicos a deponer “las antiguas
discordias de partido” para luchar en beneficio material y espiritual del país.
Ninguna casuística asoma en su carta al Obispo, ni preceptiva que cueste
descifrar, ni longitud de palabras innecesaria. Ninguna táctica malminorista ni
tibieza de procederes. “Tengan todos presente” –dice- “que ante el peligro de la religión o del bien público, a nadie es lícito
permanecer ocioso”. “Es menester que los católicos […] dejados a un lado los intereses de partido, trabajen con denuedo
por la incolumidad de la religión y de la patria”. Es decir: no al abstencionismo
o neutralismo político, y no al partisanismo disociador.
En consecuencia -y condescendiendo a un terreno más
acotado y operativo, puesto que para eso había sido consultado- será aceptable
y deseable, sostiene, que “tanto a las
asambleas administrativas como a las políticas o del reino vayan aquellos que,
consideradas las condiciones de cada elección y las circunstancias de los
tiempos y de los lugares,[…] parezca que
han de mirar mejor por los intereses de la religión y de la patria en el
ejercicio de su cargo público”. Si hay que elegir, pues, en ámbitos
municipales o locales, a quienes tengan que desempeñarse en asambles
administrativas o políticas, el consejo prudencial del Pontífice es muy claro.
No a los males menores ni a los menos indignos, sino a aquellos que “han de mirar mejor por los intereses de la religión y
de la patria en el ejercicio de su cargo público”.
De todos modos, corre por cuenta de quien no sepa
proporcionar las cosas, conferirle a este buen consejo pastoral de San Pío X, el
carácter de dogma de fe.
San Pío X y la participación política
Por el modo de presentación formal es
un poco más complejo que los anteriores, y por eso iremos despaciosamente.
Las
palabras literales del Dr. Hernández son las siguientes, comenzando por el
subtítulo en negrita:
San Pío X insta a participar
“Ante el peligro de la religión o del bien
público nadie puede permanecer ocioso”.
Lo
que transcribiremos ahora es un párrafo textual de Antonio [Caponnetto](comillas)
en que él reproduce (va en comillas adentro) a San Pío X. Para que se entienda
mejor, lo que es textual del Papa va en negritas y la letra común es del Doctor
Caponnetto.
“‘Tengan todos presente´ – dice [San Pío
X]- ´que ante el peligro de la religión o del bien público, a nadie es
lícito permanecer ocioso´. ´Es menester que los católicos [corchetes de
A.C.] dejados a un lado los intereses de
partido, trabajen con denuedo por la incolumidad de la religión y de la patria´.
Es decir: no al abstencionismo o neutralismo político, y no al partisanismo
disociador”.
“En
consecuencia –y condescendiendo [el Papa] a un terreno más acotado y operativo,
puesto que para eso había sido consultado- será aceptable y deseable, sostiene,
que ´tanto a las asambleas legislativas
como a las políticas o del reino vayan aquellos que, consideradas las
condiciones de cada elección y las circunstancias de los tiempos y de los
lugares […] parezca que han de mirar mejor por los intereses de la religión y
de la patria en el ejercicio de su cargo público´. Si hay que elegir, pues,
en ámbitos municipales o locales, a quienes tengan que desempeñarse en
asambleas administrativas o políticas, el consejo prudencial del Pontífice es
muy claro. No a los males menores ni a los menos indignos, sino a aquellos que
´han de mirar mejor por los intereses de la religión y de la patria en el
ejercicio de su cargo público´. De todos modos, corre por cuenta de quien no
sepa proporcionar las cosas, conferirle a este buen consejo pastoral de San Pío
X, el carácter de dogma de fe” [ps. 260-281 de La perversión democrática].
Reflexión
El
texto y su lugar en el libro La
perversión… nos merece estas observaciones: a) El Papa aconseja participar en las elecciones políticas; b) Es obvio
entonces que Pío X no consideraba para
nada que sea un pecado el hecho de votar y participar, como algo
intrínsecamente malo, como si fuera fornicar, robar, idolatrar o practicar la
fecundación artificial; c) Agreguemos
que el libro que estamos analizando está repleto de citas a las que el autor
acude para avalar sus críticas a los partidos, pero que en el mismo momento en
que logra su objetivo se vuelven en
contra de la tesis de que sea pecado votar o “partidopolizar”. Si el Papa
aconseja votar en estos casos, entonces no
es cierto que sea intrínsecamente malo hacerlo”[8].
Hasta
aquí el texto de Hernández, con todas sus particularidades formales:
bastardillas, negritas,corchetes, paréntesis,etc.
Lo
primero que debemos enmendar es el modo
y el fin con el que han sido
reproducidos los párrafos precedentes de La
perversión democrática.
El
fin,según se acaba de leer,es probar que San Pio X, “aconseja participar en las
elecciones politicas”; que “no consideraba para nada que sea un pecado el hecho
de votar y participar, como algo intrínsecamente malo”; y que “si el Papa
aconseja votar en estos casos, entonces no es cierto que sea intrínsecamente
malo hacerlo”.
De
acuerdo con este fin –que no es en
absoluto el que surge del caso de San Pío X tratado en La perversión democrática, y que por lo tanto ha sido tergiversado-
surge el problema del modo. Concretamente
que la cita se fragmenta y descontextualiza para hacerla servir a un fin
distinto al que se aplicó en el texto original.
El
caso del que nos hemos ocupado en La
perversion democrática –y del que Hernandez, como dijimos, extrae la cita
con modificaciones y descontextualizaciones inexplicables- no es el del Papa
San Pío X avalando el sufragio universal, ni la partidopolización, ni siquiera el de la evaluación moral del
acto electoral o partidocrático. Mucho menos el de San Pío X “instando a
participar” en los meandros coyunturales del régimen masónico. Es un caso mucho
más acotado y ceñido, en tiempo y espacio: el de la mediación doctrinal y
prudencial que le tocó hacer,sobre la
cuestión del mal menor, en carta fechada el 20 de febrero de 1906, dirigida
al Obispo de Madrid.
El
Papa tuvo que intervenir en una reyerta suscitada por una diversidad de notas
polémicas aparecidas en la revista Razón
Española, durante el año 1905. Las notas –como ya adelantamos- eran
principalmente sobre la doctrina del mal menor; y sus protagonistas el Padre
Venancio Minteguiaga y el Padre Villada, jesuitas y casuistas ambos. En el
debate intervino Nocedal y algún otro representante de la llamada escuela
integrista, y cuando el enredo parecía no tener fin y el tema en litigio era
acuciante, tomó la palabra San Pío X, a pedido del obispo madrileño.
Entonces,
y tras analizar los pormenores de este caso, sostenemos lo siguiente [tomando a
continuación, al autotranscribirnos la cautela de poner en negrita lo que es
textual del Pontífice]:
“San Pío X campea por encima de la disputa
suscitada por las notas de Razón Española.
No se inclina por la doctrina del mal menor ni por el principio del doble efecto,
sino por un consejo prudencial aplicable a un tiempo y a un espacio
determinado. Afirma que la doctrina del mal menor comunicada por Minteguiaga y
Villada nada contiene ‘que no sea
enseñado actualmente por la mayor parte de los Doctores de Moral’, y llama
a los católicos a deponer ‘las antiguas
discordias de partido’ para luchar en beneficio material y espiritual del
país. Ninguna casuística asoma en su carta al Obispo, ni preceptiva que cueste
descifrar, ni longitud de palabras innecesaria. Ninguna táctica malminorista ni
tibieza de procederes. ‘Tengan todos
presente –dice- que ante el peligro
de la religión o del bien público, a nadie es lícito permanecer ocioso. Es menester que los católicos […] dejados a un lado los intereses de partido,
trabajen con denuedo por la incolumidad de la religión y de la patria”. Es
decir, no al abstencionismo o neutralismo político, y no al partisanismo
disociador.
En consecuencia -y condescendiendo a un terreno
más acotado y operativo, puesto que para eso había sido consultado- será
aceptable y deseable, sostiene, que ‘tanto a las asambleas administrativas como
a las políticas o del reino vayan aquellos que, consideradas las condiciones de
cada elección y las circunstancias de los tiempos y de los lugares,[…] parezca
que han de mirar mejor por los intereses de la religión y de la patria en el
ejercicio de su cargo público’. Si hay que elegir, pues, en ámbitos
municipales o locales, a quienes tengan que desempeñarse en asambles
administrativas o políticas, el consejo prudencial del Pontífice es muy claro.
No a los males menores ni a los menos indignos, sino a aquellos que ‘han de mirar
mejor por los intereses de la religión y de la patria en el ejercicio de su
cargo público’.
De todos modos, corre por cuenta de quien no sepa
proporcionar las cosas, conferirle a este buen consejo pastoral de San Pío X,
el carácter de dogma de fe”.
Hasta aquí, decimos ahora, nuestro propio texto,
que ocupa las páginas 260 y 261 de “La perversión democrática”. Es rápido darse
cuenta de que en esas páginas nuestras a las que remite Hernández no aparece el
Papa pidiendo sufragio universal o libre juego de los partidos políticos. Ni
siquiera aparece diciendo que será aceptable y
deseable la intervención de los católicos para que a los cargos públicos vayan
quienes miren mejor por la religión y la patria. Dice algo distinto, no
contrario ni opuesto, pero sí diferente, en un contexto redondamente ajeno del
que se lo ha extrapolado. Y por lo tanto con otra significación.
Pero ya al margen del destrato que
ha sufrido esta cita de La perversión
democrática, la verdad es que resulta difícil adscribir a San Pío X a una “evolución de la Santa Sede respecto de
la participación de los católicos en la política”, en el sentido de una mayor
contemporización con las prácticas democráticas del liberalismo. Y esto no solo
por el mantenimiento del Non Expedit
sino por la promulgación de encíclicas como Gravissimo
officii o Notre charge apostolique.
La verdad es que las predilecciones políticas del Pontífice cuyo lema fue Instaurar todo en Cristo estaban muy
lejos de cualquier evolución a favor del sufragio universal o de la
partidocracia.
Todo un
signo de su posición en la materia fue la designación del prestigioso Cardenal
Merry del Val como Secretario de Estado. Cuando al poco tiempo de ocupar la
sila petrina, se le planteó a San Pio X la llamada Ley de las Cultuales, obra del masón Emilio Combes, por entonces a
cargo del gobierno francés; juntos, ambos hombres, el Pontífice y su Secretario
de Estado, rechazaron con firmeza la ignominia, aún sabiendo que al hacerlo
exponían a los católicos galos a la marginación política, a la persecución
civil y hasta a la expoliación fiscal. Prevaleció el valiente “non possumus”,
tras una noche de vigilia y de oración.
“No dejaba
de preocupar al Papa la orientación que en varios Estados iba tomado la
política. Se tendía a romper todos los lazos y principios cristianos en la vida
pública. En varias alocuciones de
consistorios, en discursos, en multitud de escritos, condenó estas tendencias.
Su posición en Roma y con respecto al gobierno italiano permaneció inmutable,
siguiendo la norma de 1870. En cambio, en varios círculos católicos de Italia,
que iban formando algunas asociaciones cristiano-demócratas, y por parte de
varios obispos y distinguidos seglares, se pretendía dejar de lado el principio
del ‘non expedit’, que había
prohibido a los católicos tomar parte en las elecciones legislativas y en la
vida politica. El Papa en principio
rechazó la tendencia; pero dejó a la prudencia de los obispos el dispensar en casos concretos, aunque
siempre reservándose la última palabra. De este modo entró en el Parlamento el
año 1909 un grupo de 24 diputados, que representaban los intereses y principios
católicos. En el punto de la cuestión romana,
Pío X se mantuvo inflexible. En Roma mismo corrían tiempos malos para la
misma persona del papa, como cuando el 20 de septiembre de 1910, el judío
Natham, alcalde de la ciudad, tuvo un discurso sumamente injurioso al papa [...].
También prohibió [San Pío X], contra las representaciones de varias
personalidades católicas de Francia, las Associations
Cultuelles, previstas por la ley de separación, porque prescindían de la
jerarquía establecida por Dios y conducían
finalmente a la sujeción de la
Iglesia bajo el yugo del Estado liberal; la prohibición
apareció en la encíclica Gravissimo
Officii munere, del 10 de agosto de 1906[...]. No dejó de preocupar al Papa
la acción católica de Italia, que tendía
a desarrollar su actividad como democracia cristiana. Ante todo anhelaba el
Sumo Pontifice la unánime aceptacion de los principios básicos de León XIII,
desterrando la diversidad de tendencias. En segundo lugar, quería evitar que
esa democracia cristiana prescindiese de la autoridad de los obispos. La dificultad
era tanto mayor en Italia, cuanto que esa
democracia tendía también a ejercitar actividades políticas, que en Italia
estaban vedadas a los católicos”[9].
La
prolongada cita de Llorca-García Villoslada-Montalbán no necesita
interpretaciones, pero se nos permitirá colocar algunos énfasis didácticos en
orden a aclarar aún más el tema específico que nos ocupa:
-San Pío X condena las tendencias modernas a
separar la acción política de los principios cristianos tradicionales. Si a
algo insta no es a participar en campañas electorales, sino –y como lo dijera
Benedicto XVI- a tomar conciencia de que “en la base de nuestra acción
apostólica, en los diversos campos en que trabajamos, debe haber siempre una
íntima unión personal con Cristo, que hay que cultivar y acrecentar día tras
día” [10].
-San Pío X, lejos de considerar inocua o neutra
cualquier clase de participación politica, se opuso a ciertos “círculos
católicos de Italia que iban formando algunas asociaciones
cristiano-demócratas”. Lejos asimismo de negarle nocividad inherente a ciertas
prácticas cívicas, confrontó con “varios obispos y distinguidos seglares, que
pretendían dejar de lado el principio del non
expedit, que había prohibido a los católicos tomar parte en las elecciones
legislativas y en la vida política”.
-San Pío X mantuvo la inflexibilidad y la
intransigencia respecto de la pugna con el Estado liberal y masónico, dentro o
fuera de Italia. Hasta tal punto que, “contra las representaciones de varias
personalidades católicas” se manifestó en clara disconformidad con
determinadas organizaciones que, aunque bien intencionadas, en la práctica,
podían conducir a los católicos que actuaran en las cosas públicas, a quedar
sometidos “bajo el yugo del Estado liberal”.
-San Pío X, en consonancia con su antecesor León
XIII, hizo público su rechazo a la llamada democracia cristiana, y a quienes
tendían a canalizar sus opciones y actividades políticas bajo los modos y los
contenidos “que en Italia estaban vedadas a los católicos”.
-San Pío X, aunque “reservándose la última
palabra”, confió a “la prudencia de los
obispos” la facultad de otorgar “dispensas” “en casos concretos”, para quienes
quisieran dedicarse a la actividad política auspiciada por el sistema, sea para
poder elegir o ser elegidos. Se trata de éso: de dispensas en casos concretos, garantizadas por la prudencia de
los obispos de los respectivos lugares en los que esas dispensas y esos casos
concretos fuesen necesarios.
-San Pío X, al igual que sus antecesores y
predecesores, no tenía por qué considerar “un pecado el hecho de votar y
participar como algo intrínsecamente malo”. Y si no lo consideró así, la tal consideración en absoluto impugna
nuestra perspectiva, puesto que –como ya fue aclarado desde el instante
inicial de esta réplica, nunca sostuvimos tal afirmación. Hay pecado sí, en el
liberalismo; y hay pecado en la mentira que el sufragio universal nos impone
con su principio de que el éxito numérico es criterio de verdad. Pero ni hay
pecado en participar en política, ni en la posibilidad –bajo ciertas circunstancias, requisitos y condiciones- de elegir a
un gobernante o de ser elegido para determinado cargo.
Es la clásica distinción –sobre la que hemos
insistido hasta el cansancio en La
perversión democrática- entre tesis e
hipótesis. La tesis es la doctrina católica en toda su pureza y esplendor;
la hipótesis es lo que es posible realizar, o necesario de tolerar, teniendo en
cuenta las circunstancias y las situaciones particulares. Con la condición de
que jamás se sacrifique la vigencia de la tesis en el altar del
circunstancialismo o del oportunismo político. Ni de que se use la hipótesis
como pretexto para anular la perennidad
de la tesis. Ni que se olvide el axioma de que a mayor tolerancia de un mal inevitable,
mayor es el grado de imperfección y de riesgo moral.
Pero esta
última actitud, lamentablemente, es la que parece orientar los pasos del
Dr.Héctor Hernández. Y en ocasiones hasta tales extremos, que cada hipótesis
que triunfa sobre una tesis, se convierte en motivo de regocijo, de justificación
de personales conductas o de enrostramiento de que tal tesis ha sido, por fin,
superada.
La verdad
es que si hay un mal puerto para ir por leña de democracia, sufragio universal
y partidopolización, ese puerto es el pontificado de San Pío X.
Quien se detenga en algunos párrafos claves de su
encíclica Notre charge apostolique
podrá comprobarlo sin dificultad. En el número 14, por lo pronto, condenando
los errores de Le Sillon sostiene que
esta agrupación “quiere dividirla [ a la autoridad], o mejor dicho,
multiplicarla de tal manera que cada ciudadano llegue a ser una especie de
rey”. La autoridad[dicen los Sillonistas] es cierto, dimana de Dios, pero
reside primordialmente en el pueblo, del cual se desprende por vía de elección
o, mejor aún, de selección, sin que por esto se aparte del pueblo y sea
independiente de él; será exterior, pero sólo en apariencia; en realidad será
interior, porque será una autoridad consentida”.
Resulta evidente que lo reprobado es el principio
básico del sufragio universal, según el cual cada hombre es un voto, cada voto
una autoridad soberana o regia, esa autoridad se entrega en elecciones a un
sujeto determinado, y del pueblo depende tanto como emana.
Por eso,
que cinco parágrafos después, en el número 19 de la Notre charge apostolique, agrega San Pío X,
recordando expresamente a León XIII, que “la autoridad pública procede de Dios, no del
pueblo ni puede ser revocada por el pueblo”. Para acotar en el número 28: “Su
catolicismo [el de los Sillonistas] es deficiente porque admite sólo el
régimen democrático.[...]. Enfeuda, pues, su religión a un partido político.
Nos, no tenemos que demostrar que el advenimiento de la democracia universal no
significa nada para la acción de la
Iglesia en el mundo”.
La
democracia universal, entonces, la del sufragio universal, la del
derecho nuevo, la del constitucionalismo moderno, la de la soberanía del pueblo
y la de la partidocracia, vuelve deficiente el catolicismo de quienes aceptan
tales premisas. Y los enfeuda a una predilección discorde y opuesta respecto
del Magisterio de la Iglesia.
En
el Motu Proprio Fin dalla prima nostra enciclica, del 18 de diciembre de
1903, San Pío X marca una distancia insalvable entre esta “democracia
universal” y la única acepción válida de la expresión “democracia cristiana”,
dada por León XIII, como “acción benéfica en favor del pueblo, fundada en el
derecho natural y en los principios del Evangelio”. Y para disipar malos
entendidos se dirige a quienes así conciben la actividad pública en pro del bien
común, para recordarles que “deberán abstenerse en absoluto de tomar parte en
cualquier acción política, que en las presentes circunstancias, por razones de
orden altísimo, está prohibida a todos los católicos”[11].
Dos
años después, en 1905, en la Encíclica Il
Fermo proposito, mantiene lo esencial de esta postura antiregiminosa,
mitigando la cuestión del abstencionismo absoluto con la presentación de
algunas alternativas, que ya había esbozado anteriormente.
San
Pío X, en efecto, remite a su precitado Motu Proprio, para recordar que
les es legítimo y necesario a los católicos cooperar al bien de las respectivas
patrias que habitan mediante la “Acción Popular Cristiana, que abraza en sí
todo el movimiento social católico, un ordenamiento fundamental que fuese como
la regla práctica del trabajo común y el lazo de la concordia y caridad”.
“Singularmente
eficaz”, denomina también a “cierta
institución de índole general que, con el nombre de Unión Popular, está
ordenada a juntar los católicos de todas las clases sociales[...], en torno a
un solo centro común de doctrina, de propaganda y de organización social
[...].Los católicos, quedando a salvo las obligaciones impuestas por la ley de
Dios y por los mandatos de la
Iglesia, pueden[...] mostrarse tan idóneos o más que los
otros en el cooperar a la felicidad material y civil del pueblo”[12].
A
continuación les recuerda a los italianos, que “deben participar con permiso en
la vida política”, de conformidad con
“la norma decretada por Nuestro Antecesor de s.m, Pío IX, y continuada después
por el otro Predecesor Nuestro de s.m, León XIII”; mas acota un punto capital,
que transcribimos textualmente: “Pero la posibilidad de esta benigna concesión
Nuestra ha de poner a los católicos en la obligación de prepararse cuerda y
seriamente para la vida política, cuando a ella fueren llamados. Por eso
importa mucho que aquella misma actividad, loablemente ejercitada ya por los
católicos en prepararse con buen régimen electoral a la vida
administrativa de los Municipios y Consejos provinciales, se extienda por igual
a prepararse convenientemente y a organizarse para la vida política...”[13].
Así
como de los textos más arriba mencionados surge la inequívoca impugnación de
San Pío X del sufragio universal y de las mentiras ideológicas del liberalismo
que giran alrededor de este mito basal; en estos textos agregados a
continuación, el Papa solicita a los católicos una participación política que
no privilegie las estructuras partidocráticas sino las instituciones sociales;
y reclama sobre todo que preparándose “cuerda y seriamente para la vida
política”, lo hagan ejercitándose “con buen régimen electoral”. No vemos qué
duda puede caber de que ese buen régimen electoral no es el sufragio universal,
por cuyo apego –entre otras muchas cosas- se sancionó a los Sillonistas.
Precisamente lo que se está buscando es una alternativa cuerda y seria.
Digamos
por último, a propósito de un cierto mitigamiento que supone el Dr. Hernández,
en la posición del Magisterio de considerar que la democracia y sus usos
(sufragio universal, partidopolización compulsiva, soberanía del pueblo, etc)
poseen una perversión intrínseca, que fue el Papa San Pío X, en la Vehementer
Nos, parágrafo 12, el que habló de “maldad intrínseca”
para referirse a la injerencia del Estado en los ámbitos propios de competencia
eclesiástica.
Es
verdad que la dura expresión, en principio, se aplica al caso francés;
específicamente a la creación de las llamadas Sociedades Cultuales, mediante la
cuales el Estado masón se entremetía en
los asuntos eclesiásticos, tras separar la Iglesia del Estado.
Pero esta encíclica es el fruto de varios jalones
repulsivos que no pueden omitirse, pues en su conjunto marcan el derrotero de
aquello en lo que se convierte la Política de Estado en un país, bajo el
dominio combinado del liberalismo y del marxismo. Por ejemplo, la ley
declarando obligatoria la instrucción laica en la
enseñanza primaria pública (28 marzo de 1882);la ley restableciendo el divorcio
(27 julio de 1884);la ley suprimiendo
las oraciones públicas al comenzar los periodos parlamentarios
(14 agosto de 1884);la ley contra el patrimonio
de las Ordenes y Congregaciones religiosas (29 diciembre de 1884); la ley excluyendo
de la enseñanza pública a los institutos religiosos (30 octubre de 1886);la ley declarando
obligatorio el servicio militar de los clérigos (15 julio de 1889); la ley
excluyendo del derecho común a las Ordenes y
Congregaciones religiosas (1 julio de 1901);la ley de supresión de los
Institutos religiosos dedicados a la enseñanza (17 julio de 1904).
En una vibrante homilía del 19 de abril de 1909, el
gran Papa Santo del siglo XX, arengaba a
los buenos católicos, diciéndoles: “El que se revuelve contra la autoridad de la Iglesia con el injusto pretexto de que la Iglesia invade los
dominios del Estado, pone límites a la verdad; el que la declara extranjera en
una nación, declara al mismo tiempo que la verdad debe ser extranjera en esa
nación; el que teme que la
Iglesia debilite la libertad y la
grandeza de un pueblo, está obligado a defender que un pueblo puede ser grande
y libre sin la verdad. No, no puede pretender el amor
un Estado, un Gobierno, sea el que sea el nombre que se le dé, que, haciendo la
guerra a la verdad, ultraja lo que hay en el hombre
de más sagrado. Podrá sostenerse por la fuerza material, se le temerá bajo la amenaza
del látigo, se le aplaudirá por hipocresía, interés o servilismo, se le
obedecerá, porque la religión predica y ennoblece la sumisión a los poderes
humanos, supuesto que no exijan cosas contrarias a la santa a ley de Dios.
Pero, sí el cumplimiento de este deber respecto
de los poderes humanos, en lo que es compatible con el deber respecto de Dios,
hace la obediencia más meritoria, ésta no será por ello ni más tierna, ni más alegre,
ni más espontánea, y desde luego nunca podrá merecer el nombre de veneración y de
amor”.
Lo
que queremos decir, ya sin subterfugios, es que los elementos constitutivos
esenciales, en virtud de los cuales Pío X habla de una maldad intrínseca en el caso francés, pueden aplicarse analógicamente
y en sentido traslaticio, al caso español, como lo haría después Pío XI en la Dilectissima Nobis; y a la actual situación argentina, tras largas
décadas de persecución al catolicismo, y muy especialmente bajo la actual
tiranía kirchnerista.
No se nos diga que en la Argentina de hoy no se
aplican las palabras tajantes de San Pio X: la Verdad es extranjera en la
nación; el pueblo es tenido por grande y por libre si rechaza la Verdad. Y tanto el Estado como
el Gobierno “haciendo la guerra a la
verdad, ultrajan lo que hay en el hombre de más sagrado”.
Le cabe pues, a nuestro actual sistema, analógicamente hablando, el
calificativo de ingénitamente malo,
que usara San Pío X. En consecuencia, quien cooperase a la convalidación o
legitimación o contemporización del tal sistema y de sus usos políticos
connaturales, estaría moralmente desencaminado y aún en gravísimo riesgo
espiritual y moral.
San
Pío X:enseña distinto y contradictorio que los liberales.
Hemos
dicho ya que nadie está obligado a escribir dos veces su propio libro. Pero
quedó dicho asimismo que, excepción hecha del estudioso amable y disciplinado, el
grueso de los lectores no tienen porqué recordar los pormenores de una
intrincada disputa. Amparado en esta debilidad del lector promedio, y
descontextualizando completamente todo, el Dr.Héctor Hernández aborda el caso
de San Pío X, para concluir en que el gran Papa santo “enseña distinto y
contradictorio que el libro La perversión
democrática”[14].
El
ardid nos obliga a un sintético recuerdo de nuestra posición sobre el caso de
San Pío X, explayada entre las páginas 253 y 261 de La perversión democrática, y que es a la que se refiere el Dr.
Hernández.
-En
el capítulo tercero, titulado “Cuestiones Disputadas”, hay un punto, el V, denominado
“El mal menor”. Ese punto, a su vez, se subdivide en varias cuestiones, siendo
la 5º la llamada “Propuesta de votar al candidato menos indigno”. Dicha
“Propuesta” fue el fruto de un intenso y acalorado debate entre católicos
españoles integristas y no integristas, ocurrido a principios del siglo XX, concretamente
en 1905, sobre todo a través de las páginas de la publicación La
Razón Española. La polémica fue tan caldeada y resonante
que obligó a la intervención de la Jerarquía Eclesiástica,
y obligó en última instancia a una participación mediadora del mismo Pío X. Este es el primer contexto omitido por el
Dr. Hernández. No existe un San Pío X pidiendo “votopartidar”, o eximiendo
de culpas al sufragio universal y a la partidocracia. Existe, sí, un Papa que
se ve obligado a mediar en un conflicto local, de carácter regionalista, y que,
como veremos, falla con prudencia y cautela.
-La
noticia de este debate entre integristas y no integristas españoles, fue dada a
conocer en la Argentina
en el año 2007, por laicos y sacerdotes prestigiosos vinculados a la Fraternidad
Sacerdotal San Pío X. Aclararon ellos, entonces, y de un modo
tan expreso cuanto rotundo, que de ningún modo, al anoticiar sobre este punto,
se quería “alentar la participación de los católicos en la farsa electoral,
porque si hay algo que fue llevando a los Estados cristianos a la catástrofe en
que nos hallamos, fue creer imposible la resistencia a los dogmas republicanos
de la Revolución”
(cfr. La perversión democrática, p.
254).
Este es el segundo contexto
omitido por el Dr. Hernández; y se comprende. Pues si hay
un sayo que penosamente le cabe es el de creer imposible, en la práctica la
resistencia a los dogmas democratistas. Antes bien, su propuesta y su conducta
operativa se encolumnan cada vez más entre quienes optan por aceptar las reglas
de juego del sistema, participando del mismo.
-El
debate entre los españoles, concretamente entre los sacerdotes Minteguiaga y
Villada, tuvo, por un lado, cierta cuota exasperante de casuística, que no
hacía sino enredar y enredar el objeto de análisis, hasta tornar difícil
cualquier esclarecimiento. Y tuvo asimismo el transfondo urgido y urgente de
quienes deseaban hacer algo para frenar el avance de las fuerzas masónicas en
la propia patria. Intervino Nocedal, exasperado y con cien buenas razones en su
cabeza, para quejarse amargamente de las maniobras malminoristas. Y gritó a los
cuatro vientos lo que toda persona sensata ya sabía; esto es, que el mal menor sigue siendo un mal; y que
si de participar se trata en la vida política para prestar un servicio al bien
común, lo ideal sería “unir a los católicos en el amor de la verdad íntegra, en
el odio a todo mal y en la lucha contra todos los partidos liberales, hasta
vencerlos y exterminarlos. ¡Jamás puede ser lícito favorecer a ningún partido
liberal, por manso, hipócrita y pérfido que sea”(Cfr. La perversión democrática, p. 259).
Este es el tercer contexto
omitido por el Dr. Hernández. La pugna era alrededor de la
cuestión del mal menor; más detalladamente, alrededor de un aspecto singular
del mismo, sobre si es posible discernir un candidato menos indigno que otros,
y en ese caso, darle o no algún apoyo. Contexto relevante según analizamos en
su momento, porque la verdad es que la casuística no alcanzó ni alcanza para
este discernimiento, dejando sus aportes un marco espacioso para la duda, el
error y las equivocaciones prácticas. A diferencia del Dr. Hernández, a quien
hemos visto expedirse a favor del masomenismo y del facticismo de sesgo
maquiavélico, este debate y sus implicancias conceptuales y prácticas ponía de
relieve la cantidad de cuidados morales que había que sopesar a la hora de
participar en la vida política.
-Recién
entonces, y dentro de estos tres contextos omitidos y escamoteados, aparece la
palabra de San Pío X. En las antípodas de lo que supone Hernández, el Papa no
sale a decir: a) “que participar en las elecciones políticas no es
intrínsecamente malo”; b) “que la tesis de que es intrínsecamente malo
votopartidar no es cierta”; c) que “no es pecado contra el primero y el octavo
mandamiento” el sufragio universal; d) que “puede ser virtuoso defender[a la
patria] y la Religión
votando o participando de los partidos políticos”[15].
Ninguna
de estas tres afirmaciones que –al sólo efecto de contradecirnos- el Dr.
Hernández le atribuye a San Pío X, son fidedignas o constatables. Se trata de
conjeturas, deducciones, implicancias e hipótesis sin el más mínimo fundamento
en los textos del Pontífice. Para que San Pío X enseñara “distinto y
contradictorio de La perversión
democrática”, como triunfalmente concluye el Dr. Hernández, el mismo
debería probar que San Pío X se mostró favorable al liberalismo, a la soberanía
del pueblo, a la fragmentación partidocrática de la vida social y política, a
la vigencia del Derecho Nuevo, a la mentira del sufragio universal, al poder
del mayoritarismo sobre los derechos de la Verdad, a la contemporización con el mundo y al
pecado de idolatrar el fallo de las multitudes por sobre los derechos de Dios.
Mientras nada de esto pruebe ni pueda probar, deberá honestamente retirar lo
dicho, que es sólo una nueva chicana dialéctica para que el lector se sienta
compelido a elegir entre un libro, el nuestro, y el Magisterio de la Iglesia. Sirva recordar,
además, complementariamente, que cuando San Pío X tuvo esta mediación sobre la elección
del mal menor, las elecciones municipales o provinciales a las que se aludían
en el debate, solían ceñirse a mandatos administrativos, sin compromisos
partidocráticos definidos, prevaleciendo en ellas los juegos de sectores de
influencia, no las competencias que hoy conocemos como electoralistas y
partidistas. Son, a todas luces, situaciones diferentes.
-A
todo eso, ¿qué es lo que ha dicho San Pío X en el debate en el que se vio
inmiscuido y tuvo que terciar con todo el peso de su autoridad? Debate dado en
el universo de los católicos españoles y no “en la vida política italiana”,
como sostiene Hernández[16].
Para que no se nos sospeche de agregar o de quitar algo, repetiremos el
análisis hecho en las páginas 260 y 261 de La
Perversión
democrática:
“Fue
así que el mismísimo San Pío X, el 20 de febrero de 1906, remitió una carta
sobre el tema al Obispo de Madrid, la cual a nuestro juicio – y a pesar de que
fue usada por aquellos aludidos mitigadores profesionales de la verdad- es el
aporte más aprovechable que nos deja este episodio. San Pío X campea por encima de la disputa suscitada por las notas de Razón
Española. No se inclina por la doctrina del mal menor ni por el principio
del doble efecto, sino por un consejo prudencial aplicable a un tiempo y a un
espacio determinado. Afirma que la doctrina del mal menor comunicada por
Minteguiaga y Villada nada contiene ‘que no sea enseñado actualmente por la
mayor parte de los Doctores de Moral’, y llama a los católicos a deponer ‘las
antiguas discordias de partido’ para luchar en beneficio material y espiritual
del país. Ninguna casuística asoma en su carta al Obispo, ni preceptiva que
cueste descifrar, ni longitud de palabras innecesaria. Ninguna táctica malminorista
ni tibieza de procederes. ‘Tengan todos presente’ –dice- ‘que ante el
peligro de la religión o del bien público, a nadie es lícito permanecer ocioso’.
‘Es menester que los católicos […] dejados a un lado los intereses de
partido, trabajen con denuedo por la incolumidad de la religión y de la
patria’. Es decir: no al abstencionismo
o neutralismo político, y no al partisanismo disociador. En consecuencia
-y condescendiendo a un terreno más acotado y operativo, puesto que para eso
había sido consultado- será aceptable y deseable, sostiene, que ‘tanto a las
asambleas administrativas como a las políticas o del reino vayan aquellos que,
consideradas las condiciones de cada elección y las circunstancias de los
tiempos y de los lugares,[…] parezca que han de mirar mejor por los
intereses de la religión y de la patria en el ejercicio de su cargo público’.
Si hay que elegir, pues, en ámbitos municipales o locales, a quienes tengan que
desempeñarse en asambleas administrativas o políticas, el consejo porudencial
del Pontífice es muy claro. No a los males menores ni a los menos indignos,
sino a aquellos que ‘han de mirar mejor por los intereses de la religión y
de la patria en el ejercicio de su cargo público’”.
El
Dr. Hernández supone que estos textos pontificios “parecen venírsele encima” [a
Antonio Caponnetto], y que por eso mismo hemos agregado: “De todos modos, corre
por cuenta de quien no sepa proporcionar las cosas, conferirle a este buen
consejo pastoral de San Pío X, el carácter de dogma de fe”[17].
La
verdad es que en buena hora se nos vengan encima todos los textos del
pontificado de San Pío X; incluso este que volvemos a reproducir y que en nada
contradice lo que venimos enseñando. Sencillamente porque el Papa no está
llamando al mundo católico a una campaña política demoliberal y sufragista,
partidocrática y electoralera, sino que le está diciendo a los católicos
españoles que viven un conflicto determinado, en una región determinada, que
traten de solucionarlo del mejor modo posible: velando por los intereses de la Religión y de la Patria.
En
cuanto a la molesta prevención estampada entonces, volvemos a reiterarla. Porque
no es posible que –como han hecho algunos, y no sólo de orientación
progresista- este buen consejo pastoral ofrecido para dirimir una reyerta de
circunstancias, sea tomado como un dogma, según el cual, y poniendo en contradicción
consigo mismo al Papa San Pío X, éste aparezca justificando y santificando a la
democracia liberal.
Hernández
mismo lo ha hecho al omitir los tres contextos fundamentales dentro de los
cuales se explican las palabras del Pontífice; al suponer que las mismas están
librando de maldad inherente al sufragio universal y dando rienda suelta al
juego de la partidocracia, o declarando la inmaculada concepción de lo que él
ha dado en llamar votopartidar. Los
que “parecen venírsele encima al Dr. Hernández”, a la hora de sostener sus
argumentaciones amparado en la autoridad de San Pío X, son los textos fundantes
de su pontificado, en los que llueven las admoniciones y las reprobaciones
contra el pecaminoso y maldito sistema liberal y democrático, y en especial
contra aquellos católicos modernistas que manifiestamente optan por calificarse
como demócratas y cristianos. E supremi
apostolatus, Gravissimo officii, Lamentabili sane, Notre charge apostolique,
Vehementer nos, y tantos otros documentos eximios están frente a nosotros,
para que nos dejemos de estupideces votopartidizantes, y nos dispongamos a la
lucha para Instaurar todo en Cristo. Tal,
por si alguien lo ha olvidado, el lema pontifical de San Pío X.
Pero
debemos decir otras cosas al respecto.
San
Pío X es el autor de una encíclica titulada Il
fermo proposito, dada en Roma, el 11 de junio de 1905. En rigor es una
carta dirigida a los obispos de toda Italia, que sienta un precedente válido
para el resto de los países. El Papa se muestra especialmente preocupado por
los caminos que deberían seguir los católicos dedicados a la acción social y
política. Y propone tres cursos de acción, precisamente para que esa acción
social y política tenga fisonomía propia y se diferencie de la de aquellos que
no son hijos fieles de la
Iglesia, o la de aquellos a quienes nada les importa aliarse
con el inicuo sistema.
El
primer camino es el de constituir una Unión
Popular, bajo la presidencia de un noble: el conde Medolago Albani. La Unión Popular no era un partido
político ni cosa parecida, sino una escuela de formación, de adoctrinamiento y
de militancia apostólica en pro del bien común. El segundo camino fue la
creación de una Unión Económico-Social,
bajo los auspicios de otra figura patricia, el Comendador Paolo Pericoli. Al
igual que la Unión Popular,
esta asociación no tenía ni los caracteres ni los fines de los partidos
políticos. Y el tercer camino era la constitución de una Unión Electoral, al mando de Giuseppe Toniolo, personalidad
relevante beatificada por Benedicto XVI, el 29 de abril de 2012. Toniolo, habrá
que recordarlo, tampoco era un partidócrata ni un puntero electoral. Padre de
siete hijos e intelectual de cierto fuste, su mayor preocupación política
estuvo puesta en la vigencia y en la utilidad de los cuerpos intermedios, y en
el testimonio docente de la Doctrina Social
de la Iglesia.
Valdría la pena sopesar y evaluar su figura, próxima al
pensamiento tomista, a la espiritualidad teresiana y amigo personal de San Juan
Bosco[18].
Si
se lee con detenimiento este proyecto socio-político de San Pío X estampado en Il fermo proposito, se advertirá de modo
claro que el Pontífice, continuaba y prolongaba la decisión del Non Expedit, tomada por sus antecesores.
Hace una expresa referencia diciendo: “Gravísimas razones Nos disuaden,
Venerables Hermanos, de seguir la norma decretada por Nuestro Antecesor de
feliz memoria Pío IX, y continuada después por el otro Predecesor Nuestro, de
feliz memoria León XIII, en su largo pontificado, en virtud de la cual queda,
generalmente, prohibida a los católicos en Italia la participación en el poder
legislativo”[19].
Pero también es cierto que, en el mismo punto, el Papa no descarta la
posibilidad futura de que ciertos católicos quieran o deban “tener parte
directa en la vida política del país por medio de la representación popular en
las cámaras legislativas”; lo cual puede suceder “en casos particulares” y
pidiendo [los interesados] “la oportuna dispensa”, si es que está en juego “el
supremo bien de la sociedad”[20].
Lo
interesante es que, para esos casos futuros que prevé el Pontífice, se
establecen algunas condiciones, pero una muy particular que no debe pasar
inadvertida: “Pero la posibilidad de esta benigna concesión Nuestra ha de
poner a los católicos en la obligación
de prepararse cuerda y seriamente, para la vida política, cuando a ella fueren
llamados. Por eso, importa mucho que aquella misma actividad, loablemente
ejercitada ya por los católicos en prepararse
con buen régimen electoral a la vida administrativa de los Municipios y
Concejos provinciales, se extienda por igual a prepararse convenientemente y a
organizarse para la vida política, según que lo recomendó con oportunidad en su
Circular del 3 de diciembre de 1904 la Presidencia general de las Obras económicas en
Italia. Al mismo tiempo se tendrán que inculcar y seguir en la práctica los
demás principios que regulan la conciencia del verdadero católico. Porque el
verdadero católico ha de tener presente, ante todas las cosas y en cualquier
coyuntura, que ha de portarse como tal acercándose a los empleos públicos y
desempeñándolos con el firme y constante propósito de promover, según su
posibilidad, el bien social y económico de la patria, particularmente del
pueblo, conforme a las máximas de la civilización puramente cristiana, y de
defender al mismo tiempo los intereses supremos de la Iglesia, que son los de la
religión y de la justicia”[21].
Como
según parece esta encíclica Il fermo
proposito no fue todo lo acatada que el Santo Padre hubiera deseado, promulgó
otra, el 28 de julio de 1906, titulada Pieni
l’animo di salutare timor. Se prescribe en la misma: “Por lo demás, Venerables Hermanos, a
fin de poner un dique eficaz a esta desviación de las ideas, y a esta
propagación del espíritu de independencia, con Nuestra autoridad prohibirnos de
hoy en adelante a todos los clérigos y sacerdotes dar su nombre a cualquier
asociación que no dependa de los Obispos. De modo especial y nominalmente
prohibimos a los mismos, bajo pena para los clérigos de inhabilidad para las
Sagradas Ordenes y para los sacerdotes de suspensión en el acto de las cosas divinas, inscribirse
en la Liga Democrática Nacional, cuyo programa es el
de Roma-Torrette del 20 Octubre de 1905, y el
Estatuto, sin nombre de autor, fue impreso en Bolonia a la vera de la Comisión Provisoria[…]
Prevenid el mal, en donde afortunadamente aún no se muestra; extinguidlo con
rapidez allí donde recién ha nacido; y donde por desventura es ya adulto,
extirpadlo con mano enérgica y resuelta”[22].
Se nos permitirá glosar lo necesario,
pues los textos precedentes se comentan solos:
a) San Pío X diseña una opción política
para los católicos. Mientras en el plano teórico o conceptual sostiene dicha
opción en el firme rechazo del liberalismo, del socialismo, de la masonería y
de la democracia cristiana; en el plano práctico encarrila esa opción mediante
instituciones o asociaciones que nada
tienen que ver con los partidos políticos, y que más bien están muy cerca
de los tradicionales cuerpos intermedios.
b) San Pío X no cree en el sufragio
universal y mantiene la consigna de no votar ni ser votado, válida para los
italianos, mientras durase el conflicto entre el poder temporal y la autoridad
petrina. Pero previendo que dicho conflicto llegaría un día a su fin, decidió
preparar a los católicos con la mejor formación posible, y aún con las mejores
medidas de alcance práctico. Es entonces que habla de “prepararse con un buen régimen electoral”. La fórmula textual –en
la cual no entendemos cómo no han reparado el Dr. Hernández y otros de su misma
posición ideológica- no abriga lugar a dudas. No es bueno el régimen electoral vigente del sufragio universal. Es
necesario buscar otro modo para que los ciudadanos puedan designar y ser
designados. Algo que encaja perfectamente en la doctrina clásica de la Iglesia al respecto. No al
sufragio universal. Sí a un buen régimen electoral.
c) San Pío X (y en esto, si se nos
permite la comparación, coincidiendo sin saberlo con Rodolfo Irazusta), pensaba
que el único modo de mitigar los males inherentes del sufragio universal -cuya
extinción no podía ejecutar- era que resultase lo menos universal posible. Esto
es, que se transformara en algo distinto
de lo que es. Por ejemplo, que se acotara a elecciones comarcales, aldeanas
o regionales, en las cuales los vínculos entre electores y elegidos respetaran
más la escala humana o corporativa, o atenuaran en algo los males del
cuantitativismo anónimo y disoluto. Por eso, entre otros motivos, terció en el
famoso debate entre Minteguiaga y Villada, que incidía en una porción
determinada de ciudadanos con un problema lugareño por resolver; y por eso, a
la hora de plantear la posibilidad de hacer excepciones o de conceder permisos
especiales en materia de representación
popular, recomienda que sea en municipios o en consejos provinciales; y
pauta las condiciones de esos eventuales representantes
de manera muy firme. Las repetimos: “el verdadero católico ha de
tener presente, ante todas las cosas y en cualquier coyuntura, que ha de
portarse como tal acercándose a los empleos públicos y desempeñándolos con el
firme y constante propósito de promover, según su posibilidad, el bien social y
económico de la patria, particularmente del pueblo, conforme a las máximas de
la civilización puramente cristiana, y de defender al mismo tiempo los
intereses supremos de la
Iglesia, que son los de la religión y de la justicia”.
d) San Pío X condenó sin
atenuantes, y con severas penas, a los católicos democráticos y partidocráticos
liberales y modernistas. Sean los de Le
Sillon, los de la Liga Democrática Nacional, los seguidores de Rómolo
Murri, George Tyrrel, Lucien Laberthonnière, Le Roy,Fogazzaro o Bureau. Es
decir, no solamente a los italianos que tenían vedado involucrarse en el
Régimen por el motivo agregado de las tensiones entre el mismo y el Papado,
sino a todos aquellos que adhirieran a posiciones heterodoxas. En diciembre de
1903, incluso, publicó el Motu Proprio Fin
dalla prima nostra en el cual delineaba
una “normativa fundamental para la acción social de los católicos”, en contraste neto con las llamadas
ideas o corrientes católico-democráticas.
Nos dice allí el Papa: “la Democracia Cristiana
no debe tener nada que ver con la política, y
nunca debe ser capaz de servir a tales fines o a los partidos políticos; este no es su campo; pero debe ser un movimiento
benéfico para el pueblo, y se basa en la ley de la naturaleza y los preceptos
del Evangelio. La Democracia Cristiana en Italia debe abstenerse de
participar en cualquier acción política, pues está en las actuales
circunstancias prohibidas a todos los católicos, por razones de orden más
elevado”[23]. “Los escritores demócrata-cristianos
deben, como todos los otros escritores católicos, presentar a examen todos los escritos
que se refieren a la religión, la moral cristiana y la ética natural, en virtud
de la Constitución Officiorum et munerum (Art. 41)[…].Deben obtener
el consentimiento previo para la publicación de los escritos de carácter
meramente técnico”[24].
Conste que los
condenados, lejos de rectificar sus yerros, le declararon una guerra sórdida al
Santo Padre, como sucedió precisamente con la Liga Democrática Nacional.
e) San Pío X -y es
el juicio descalificador de un modernista el que sin querer lo pondera de modo
excelso- representaba “una Iglesia demasiado anclada en un pasado que no
volvería, y en un talante intransigente incapaz de dialogar con una sociedad
cada día más plural y secularizada […]. No estaba dispuesto a que los más
intelectuales escandalizaran a los más sencillos […]. Tomó el nombre de Pío en
recuerdo de los pontífices de tal nombre ‘que en el último siglo se opusieron
con coraje al multiplicarse de las sectas y de los errores’. El filósofo
francés Blondel señaló que la elección del nombre ya era una indicación de la
dirección del pontificado y, de hecho,da
la impresión de que se sentía más identificado con el talante de Pío IX que con
el de su inmediato predecesor, de quien pensaba que había sido demasiado
contemporizador[…]. No era un optimista con relación al tiempo que le tocó
vivir. ‘Nuestro mundo sufre un mal: la lejanía de Dios. Los hombres se han
alejado de Dios, han prescindido de Él en el ordenamiento político y social.
Todo lo demás son claras consecuencias de esa postura’ escribió en su primera
encíclica […]. Creía que no se podía
separar lo que pertenecía a la Fe
y las costumbres de lo que era propio de la política. Esto llevaba naturalmente a preferir las asociaciones de tipo
confesional y a rechazar las tendencias más autónomas o los intentos
interconfesionales […]. Condenó con determinación [a los modernistas] y rechazó el cristianismo democrático que
ellos defendían […]. En mayo de 1911, con la encíclica Iamdudum in Lusitania, denunció en la legislación de la Nueva República Portuguesa la
voluntad ‘de despreciar a Dios, repudiar la fe católica, injuriar al romano
pontífice, dividir a la
Iglesia’ […]. No tembló su pulso y condenó, desterró,
reprendió y modificó organigramas, personas, libros y situaciones con absoluto
desparpajo”[25].
Ante la vista, ya
recapitulatoria, de cuanto llevamos dicho sobre este extraordinario Pontífice,
nos da grima leer al Dr. Hernández que insiste en sostener que “San
Pío X enseña distinto y contradictorio que el libro La perversión democrática”. Pocas veces un magisterio petrino
acompañó y avaló tanto la tesis que sostenemos, como el magisterio límpido y
valiente de San Pío X. La misma pena nos invade ante los gruesos sarcasmos de
nuestro crítico. Por ejemplo, el que sostiene que “un seguidor coherente de
este libro [La perversión democrática]debiera
decir que el Papa San Pío X estaba aconsejando cometer pecados mortales
públicos seriales”[26],
o preguntarse mordazmente cómo es posible que “San Pío X no alcanzó a ver que
era pecado” votopartidar.
Para
el Dr. Hernández, muy desatento ya a las reales y tajantes prescripciones y
condenaciones de San Pío X, “puede ser virtuoso defender la Argentina y la Religión votando o
participando de los partidos políticos”[27].
Votando con la mentira universal del sufragio universal, único vigente en el
país; y participando de esas estructuras de pecado que son los partidos,
insertos formalmente en la canallesca partidocracia.
[1] Cfr.
http://www.panodigital.com/secciones/dos-interesantes-documentos-de-la-fsspx-sobre-las-elecciones-en-la-argentina
[2] Queremos
agradecer expresamente al Padre Pablo Suárez la deferencia que ha tenido, tanto
al pasarnos su escrito original como al hacernos una diversidad de aportaciones
posteriores, en sucesivas y bien sazonadas cartas.
[3] “[…] El apreciar
a cada caso cuál es mayor mal o bien relativo no siempre es fácil y, por
consiguiente, así los electores como también los jefes de partido, y éstos
quizás más que los primeros, deben consultar en caso de duda a personas doctas
y piadosas y, a poder ser, de autoridad en la Iglesia que, bien
informadas del caso en las diversas combinaciones lícitas que pueden ocurrir,
sin pasión política y guiadas por el amor sincero del amor y más sólido bien de
la Religión
y de la Patria,
serán las mejores dispuestas para formar y emitir un juicio prudente”. Son
palabras del Padre Villada en su artículo De
elecciones. Cfr. Padre Pablo Suárez, Moralidad
del voto…etc, ibidem. No queremos extremar las cosas, pero estos sensatos
requisistos para discernir el mal menor en una elección concreta, no parecen
estar hoy a nuestro alcance en la
Argentina, por lo menos a la hora de buscar “personas doctas
y piadosas y, a poder ser, de autoridad en la Iglesia”. Lamentablemente,
si son lo uno –doctas y piadosas- no
son lo otro: autoridades en la Iglesia.
[4] San
Pío X, Communium rerum, 14
[5] Cit. Por
M.Arboleya Martínez, Otra masonería. El
integrismo. Contra la
Compañía de Jesús y contra el Papa,
Madrid-Barcelona-Buenos Aires,Compañía Ibero Americana de Publicaciones Mundo
Latino, 1930, p. 257-258.
[6] Ibidem, p.
259-260
[7] Ramón Nocedal, El mal menor, en sus Obras Completas, vol. III, Madrid,
Imprenta de Fortanet, 1909, p. 250, 251
y 95.
[8] Héctor Hernández, Pensar y Salvar la Argentina SOBRE SI
ES PECADO...etc.,ob.cit.,p. 7
[9] Llorca, García Villoslada, Montalbán, Historia de la Iglesia Católica,
vol.IV...etc.,ob.cit,p. 440-442. Subrayados nuestros.
[10] Benedicto XVI,Catequésis del miércoles
18 de agosto de 2010, en el Palacio Apostólico de Castel Gandolfo
[11] San Pío X, Motu Proprio Fin dalla prima nostra enciclica,
18-12-1903,parágrafo XIII.
[12] San Pío X, Il Fermo proposito, parágrafos 12,13 y 16.
[13] Ibidem, parágrafos 17 y 18. Subrayados
nuestros.
[14] Héctor Hernández, Pensar y salvar la
Argentina…etc.ob.cit.,p. 114.
[15] Ibidem, p. 114.
[16] Ibidem
[17] Ibidem
[18] Cfr. vg. Rita María Cancio, José Toniolo. Discípulo de Santa Teresa de
Jesús,apóstol de la Acción Católica,
México,Botas, 1956.
[19] Pío X, Il fermo proposito, 17.
[20] Ibidem
[21] Ibidem, 18. Las negritas son
nuestras.
[22] Pío X, Pieni l’animo di salutare timor, 22-23.
[23] Pío X, Fin dalla prima nostra, XIII.
[24] Ibidem, XVII.
[25] Juan María Laboa,Los Papas del siglo XX, Madrid, BAC,
1998, p.16-24. Bastardillas nuestras.
[26] Héctor Hernández, Pensar y salvar la
Argentina…etc.ob.cit.,p. 113