Chile: el revés de la trama. Por Enrique Díaz Araujo (2-2)
5. Situación política: la Derecha
En
Chile suele llamarse a las cosas por su nombre, para evitar equívocos.
Al pan, pan. Allí la Derecha se llama Derecha, desde que la constituyen
las fuerzas políticas no revolucionarias. En la Argentina se emplean mil
eufemismos para tornar innombrable la Derecha. El problema viene de
antiguo, porque los Conservadores no conservaban más que el Liberalismo,
y cuando ellos desaparecieron, su sitio cívico quedó vacío y lo
reemplazaron los militares. A su turno, al fin del último gobierno
militar, los partidos políticos acreditados, socialistas en diverso
grado, estigmatizaron el “golpe de Estado Militar” como la más funesta
de las especies políticas, incorporando ese dogma en las escuelas y
medios de comunicación. De ahí que acá nadie quiera ser tenido por
“derechista”, cual lacra leprosa. No obstante, el arribo de
anti-izquierdistas como Donald Trump en USA y Vladimir Putin en Rusia,
ha modificado el panorama partidario, hasta el punto que un personaje
como el brasileño Jair Bolsonaro, no vacila en auto-calificarse como
derechista. Al parecer, se ha clausurado el tiempo posterior a la
Segunda Guerra Mundial, donde ser defensor del orden social se tenía por
equivalente a “fascista”.
En realidad, todo indica que la Derecha se
pondrá de moda. Como el partido “Cabildo Abierto”, del Grl. Guido Manini
Ríos en el Uruguay o como la “Acción Republicana” de José Antonio Kast,
en Chile, que se identifican con la proclamación identitaria de
Bolsonaro (al modo de Marion Le Pen en Francia, Orban en Hungría,
Salvini en Italia, Vox en España, o la Alternativa en Alemania). Mal que
les pese a sus censores de Izquierda.
Pues
bien, en Chile hace rato que la Derecha es Derecha. Y en dos
oportunidades ha conquistado la Presidencia, con Sebastián Piñera. Dato
de nuevo asombro en la Argentina.
La
Derecha chilena es una alianza básicamente constituida por dos
partidos: Renovación Nacional y UDI (Unión Demócrata Independiente). El
primero, heredero del viejo partido Conservador de Arturo Alessandri,
con dos líderes Andrés Allamand y Sebastián Piñera, es de
centro-derecha, elitista, liberal en lo económico. El segundo fue creado
como ente pinochetista duro. Derechista directo, pero con mixtura
social-cristiana, puesto que se declara de inspiración cristiana. Jaime
Guzmán le enseñó una mística sustentada en la incorruptibilidad. Ambos
partidos decididos defensores de las FF.AA. y de Seguridad. Siendo
mayoritaria, la UDI le ha dejado la primera candidatura a RN, porque
Piñera es uno de los más grandes empresarios chilenos (Latam), que goza
de buen nombre en sus negocios (que separa con un fideicomiso de la
política).
La
Alianza marchó bien durante buen lapso. Pero ocurrieron dos hechos que
han cambiado las cosas. Primero, la situación de los militares
pinochetistas encausados por delitos de Lesa Humanidad. Como en la
Argentina, como en el resto de Iberoamérica, el embate guerrillero
comandado por Manuel “Barbarroja” Piñero Losada, desde el Departamento
América del Comité Central del Partido Comunista Cubano, tuvo su momento
de gloria, hasta que los ejércitos americanos los combatieron y
aniquilaron. Represión que no se hizo con buenos modales y con bastante
clandestinidad. Restauradas las instituciones civiles, se pasó a una
loca represión de los represores. “Nos comimos a los caníbales”, dijo
Jorge Luis Borges. Los militares que enfrentaron a los guerrilleros
pasaron a la cárcel, con reclusión perpetua. Y acá se dio una diferencia
con la Argentina. Los militares trasandinos en actividad no se
desentendieron de la suerte -mala suerte- de sus camaradas de armas,
como si aconteció en la Argentina, donde, encima, fueron reducidos a su
más mínima expresión. Los chilenos exigieron amnistía general para
aquellos eventuales delitos. Y, ¿quiénes debían tramitar esa extinción
de acciones penales? Los derechistas, naturalmente. Estos, corridos
desde adentro y desde afuera por las Organizaciones de Derechos Humanos,
mañerearon y fueron postergando la petición. El tema hizo crisis cuando
la UDI postuló a Pablo Longueira para la Presidencia, y este sostuvo el
cumplimiento de la promesa de amnistía antes tomada. De inmediato se lo
reemplazó a Longueira, con el argumento de que padecía depresión, y, en
su lugar fue Evelyn Matthei. Dado que ella era hija de un jefe de la
aviación, los derechistas creyeron que habían aplacado a los
peticionantes militares. No fue así. Las elecciones presidenciales de
2013 las ganó Michelle Bachelet. Mejor dicho, las perdió Matthei y la
UDI. En efecto: en Chile, a diferencia de la Argentina, el voto es
voluntario, y para emitirlo hay que inscribirse en el padrón. Teniendo
presente ese régimen, para la UDI se dieron estos resultados
comparativos:
Año 2005———1.028.925 votos——21,56 % del total
Año 2013————662.447 votos——-14,69% del total
Es decir: 366.478 votos menos en cuatro años.
¿Qué había sucedido? Simple y llanamente: el voto castigo. La verdadera ganadora fue la abstención:
52,5 % del total. Pero, advierta el lector que no se trató de mera
indiferencia o dejadez cívica. No. Esa gente fue y se inscribió y
después no votó. Abstención activa. Para que los destinatarios del
mensaje lo comprendieran fácilmente. Los no-votantes le hacían pagar a
la UDI su incumplimiento de la promesa de amnistía. Era el Partido
Pro-Militar, la Familia Militar, que pasaba la cuenta.
De
ahí en adelante, el derrumbe de la UDI fue incontenible. En el 2017
sacaron solo 201.119, con el 11, 05 %. Porque a lo anterior se sumaron
ciertos escándalos de corrupción (Gabino Noboa, Ernesto Silva) que
deterioraron su antigua imagen. Del partido ahora conducido por
Jacqueline van Rysselberghe, se separaron los “republicanos” dirigidos
por José Antonio Kast, que proclaman sin temor su derechismo, y que en
la elección de 2017 obtuvieron el 8% de los votos.
En
este estado de la cuestión, en medio de esta crisis, reaparece el
problema militar. Ante el caos violento desatado, el Presidente Piñera
manifiesta que se está ante una guerra, y que, de consiguiente, va a
establecer el estado de excepción, y el Ejército va a patrullar las
calles, con toque de queda. Así sucedió un día. Luego el Jefe de la
Defensa Nacional y encargado de la Seguridad en la Región Metropolitana
de Santiago, Grl. Div. Javier Iturriaga del Campo, manifestó que él no
estaba en guerra con nadie, y la fuerza armada desapareció de la escena.
¿Por qué? Según serios trascendidos, las FF.AA. habrían planteado
condiciones para encabezar la represión. Primero, la libertad de todos
los hombres de armas que se hallan presos en el penal de Punta Peuco.
Segundo, libre maniobra para proceder. Tercero, que no se repitiera lo
acontecido al final del Gobierno Militar de los años 70 / 90.
De
esa situación se deriva el giro de ciento ochenta grados de Piñera,
despidiendo a su gabinete, incorporando centristas o
centro-izquierdistas que fueran accediendo a los reclamos callejeros, y
por fin, la convocatoria a una Asamblea Constituyente que proceda a la
reforma de la Carta de 1980. No lo ha hecho por bueno, por conciliador o
tolerante. Lo ha hecho por débil, porque carece de
fuerza que lo respalde, y porque Carabineros en cualquier momento podría
bajar la guardia, dado que once de ellos ya han sido encausados por
magistrados pacifistas acusados de violación de derechos humanos. De los
buenos chicos que los atacan, por ahora, nada.
Pero nosotros no podremos dispensarnos del estudio de los incendiarios. Allá vamos.
6. El malón
Ahora,
mediados de noviembre de 2019, ya no hay más secreto. Ayer fue
incendiada la catedral de Puerto Montt y derribada la estatua de Pedro
de Valdivia en Concepción. Faltaba solo la rúbrica: Movimiento
Anarco-Mapuche, Guerra de Arauco.
En
verdad, los anuncios no escaseaban. En la pared de una de las asoladas
estaciones del Metro se hallaba escrito: “Wall mapu” (o sea “tierra
circundante”). ¿A quién, sino a ellos, se le iba a ocurrir quemar el
Santuario de María Auxiliadora en Talca o la iglesia de los Carmelitas
en Viña del Mar, la de San Francisco en Valdivia, la de la Vera Cruz y
la de la Asunción en Santiago? Los economicistas, que centran toda la
causa de la crisis chilena en la desigualdad en el ingreso, ¿podían
explicar la destrucción de otros 12 templos, católicos o evangélicos, o
el incendio de la Universidad privada Pedro de Valdivia en Santiago?
Ese
tipo de gentes se preguntaba: ¿quiénes son estos vándalos que destruyen
medios de transporte urbanos?, ¿qué ganan con semejante barbaridad?
Aplicaban al caso la lógica griega, de una acción que procura un
resultado adecuado. No. No y no. Acá no se busca ningún efecto parcial.
Se quema el tren como se podían incendiar todos los automóviles de la
ciudad: por pertenecer a la civilización occidental. De igual modo que
se arrasan los templos por ser símbolos de la cultura cristiana. Contra la civilización occidental y cristiana
se movilizan ellos. Esa misma civilización occidental y cristiana que
los buenos burgueses liberales toman un tanto en sorna. Pues, para los
mapuches belicosos sí que existe, o subsiste, y, como siempre, ansían
destruirla, empezando por demoler las instituciones y estatuas de aquel
gran conquistador español, don Pedro de Valdivia, que los batió y que
ellos mataron empalándolo.
Ahora
resuenan ciertos nombres: Coordinadora Arauco- Malleco (CAM); RAM,
Resistencia Ancestral Mapuche. Se investiga un poco más, y aparece The Mapuche Nation. Entidad con sede – muy sugestiva- en Lodge Street número 6, Bristol, Gales, Reino Unido de Gran Bretaña.
Lo
que provoca la búsqueda de ciertos datos. En Chile, dice el diccionario
y el censo de 2017, hay 1.745.147 mapuches, o sea el 9, 93 % del total
de la población. Gente que vive principalmente en las zonas de los ríos,
Bío Bío y Araucanía. La ciudad de Temuco es su centro geográfico.
Algunos mansos, otros belicosos.
No
obstante, una duda subsiste. Esos sujetos que se han batido en las
calles de Santiago con Carabineros, enmascarados, con filtros antigases,
con gomeras, con bidones de combustibles, con mochilas donde portan
piedras y bombas molotov, muchos de ellos rubios ¿son solo pobres
mapuches exaltados?
Ahí
es donde aparece otra pintada en las paredes del Metro. Es una letra A,
envuelta en un círculo. Claro: símbolo internacional del Anarquismo. De
esa buena gente que hace pocos años atrás incendió media ciudad de
Hamburgo, en Alemania. Especialistas en quemar autos y ómnibus. Ellos se
trasladan con rapidez a cualquier parte del mundo adonde ven signos de
desorden. En esta oportunidad, a Santiago de Chile. Hace rato que tienen
buenas relaciones con los mapuches, cuyas formaciones desfilan con las
banderas negras del anarquismo. En cualquier caso, el periódico “El
Surco”, del anarquismo chileno destaca que la “Guerra de Arauco lleva
tres siglos”.
Excelente
sociedad para generar caos. Para planificar ataques simultáneos que
desorienten a la policía. Que van muy bien preparados para enfrentar a
las fuerzas anti-motines, con su vehículos “guanacos” y sus motos todo
terreno. Lucha pareja, que en el país trasandino lleva semanas de
transcurrir.
7 . Epílogo
Todavía, si se ahonda el análisis daremos con otros elementos explicativos de la crisis trasandina.
Uno, por ejemplo, es el de la “Revolución de las Expectativas”.
Es un punto vinculado a la presencia de las clases medias. En la
Argentina las clases medias predominantes desde antiguo caminan hacia
abajo. Las medias altas se deslizan por ese tobogán a las medias-medias,
y estas, a su turno, retroceden a medias-bajas. Fenómeno silencioso,
con gente cicatera, pudorosa, que trata que no se les note el
empobrecimiento progresivo. En Chile la situación es inversa. Las
flamantes clases medias suben en el escalafón social, al calor del
crecimiento del PBI per capita y exige una mayor cuota en la
distribución del Ingreso. Así se genera las Revolución de las
Expectativas insatisfechas. Aspiraciones amplias, difusas, que se
dilatan con el transcurrir de los días, que nadie sabe dónde se
terminarán.
Al lado de ese fenómeno sociológico cabalga otro de carácter psicológico, de psicología social. Es el la “Psicología de las Multitudes”,
que tan bien estudiara Gustave Le Bon. Ahí vemos a los mismos
individuos con conductas opuestas, fuera o dentro de las manifestaciones
multitudinarias. El apacible vecino que suele sacar a pasear su perro,
ahora lo vemos en medio de la muchedumbre saltando y gritando como un
energúmeno. Él, a quien se le importaba un rábano el orbe jurídico, al
presente gesticula reclamando una inmediata reforma constitucional. Los
franceses consideran que la “manif” contagia como un sarampión.
Es que hay un contagio verbal notorio. Desde ocultas usinas se redactan
consignas, para darle letra a la multitud. Los líderes manipuladores
sugestionan o hipnotizan a las masas. Persuasión precaria, dado que así
como la chispa incendiaria salta cuando menos se piensa, por un motivo
baladí -en Chile un leve aumento del boleto del Metro- y crece como una
bola de nieve, otro buen día amengua y se extingue. Cual la ola marina
contra el acantilado rocoso, pronto se pierde en bramido y espuma. En
Chile, las deserciones han sido cuantiosas e impresionantes. De algo más
de un millón de manifestantes se descendió a menos de cincuenta mil.
Siempre por la avenida Alameda, desde Plaza Italia al centro. Bajón que
el periodismo progresista se ha negado a registrar. No ha querido ver
que el buen vecino ha vuelto a pasear su perro.
¿Será
esto duradero? Habría que ser pitoniso para contestar esa pregunta. En
realidad, nadie lo sabe. Por supuesto, que los manipuladores
organizadores de esas marchas insistirán en su proyecto caótico. Pero se
ignora si las muchedumbres responderán o no a los cantos demagógicos de
las sirenas.
Pronóstico
reservado, pues. Marchas intimidantes de la oposición. Incontestadas
porque las formaciones oficialistas están muy disminuidas. El Ejército
que se resguarda en sus cuarteles. El Presidente que arroja todo el
lastre que puede, que de centro-derecha se pasó a la centro-izquierda,
sin por eso levantar vuelo. Y los anarco-mapuches que siguen quemando lo
que se les ponga a tiro.
En
suma: nadie sabe cómo termina esta película. Lo único seguro es que los
mapuches no cejarán en su empeño. Bien lo decía Martín Fierro:
“El indio es indio y no quiere
apiar de su condición;
ha nacido indio ladrón
y como indio ladrón muere” (2ª. IV, 493).
Esa, claro está, es una mirada “occidental y cristiana”. Muchos en
Chile -y en la Argentina- no quieren saber nada con esa visión. Así les
irá. Ya veremos.
Enrique Díaz Araujo