sábado, 30 de noviembre de 2019

CAPITULO 3 CUESTIONES DIPUTADAS-(V)


POR EL DR. ANTONIO CAPONNETTO
         "¡El sufragio universal es la mentira univer­sal! "..."Del sufragio universal se ha hecho arma de partido; bajo este punto de vista ni nombrarlo nos dignaríamos. Pero el sufragio universal es hoy, más que todo, base de un sistema filosófico en oposición a los sanos principios de derecho y de Religión [...] y constituye la esencia de lo que se ha querido llamar derecho nuevo, como si el derecho fuese tal si no es eterno". Se trata, en suma, de una "sucia quisicosa", cuyo punto de partida es "admitir como dogma filosófico la infalibilidad de las turbas".

Félix Sarda y Salvany, La mentira universal, mayo, 1874.
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..."una democracia que llega al grado de perver­sidad que consiste en atribuir en la sociedad la soberanía al pueblo".

San Pió X, Notre charge apostolique.
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..."la vida de las naciones se halla disgregada por el culto ciego al valor numérico".

Pío XII,
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La organización política mundial, del 6 de abril de 1951,

"El Estado liberal, jacobino y democrático edifi­cado sobre el hombre egoísta y el sufragio univer­sal, han permitido que la riqueza del poder Sobe­rano de la Nación haya sido reemplazado por el poder de la riqueza sin Dios y sin Patria. La plu­tocracia internacional a la sombra de la llamada soberanía popular, mediatiza a los poderes pú­blicos y explota a las naciones". "La soberanía popular comporta una real sub­versión atea y materialista, por cuanto sustituye a la soberanía divina, y se postula como un prin­cipio absoluto e incondicionado"...

Jordán Bruno Genta
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SUBTITULOS DEL CAPITULO 3

CUESTIONES DIPUTADAS
I-
"LA INEVITABILIDAD DEL SISTEMA Y DEL PRESENTE Y EL CARACTER DE MEDIO DE ALGUNOS HECHOS POLITICOS, COMO LA FORMACION DE PARTIDOS OTORGAN LEGITIMIDAD" 
II-
"LOS HECHOS POLITICOS COMO EL SUFRAGIO UNIVERSAL Y EL ORDENAMIENTO CONSTITUCIONAL LIBERAL, IMPUESTOS POR EL TIEMPO HALLAN SU LEGITIMIDAD EN TAL IMPOSICION Y EN SU PERDURABILIDAD CRONOLOGICA"
III-
"LA OBLIGACION MORAL DE VOTAR Y DE PARTICIPAR EN EL SISTEMA ES EL REMEDIO PARA EVITAR EL ERROR DEL ABASTECIMIENTO POLITICO"

IV-
"LOS PARTIDOS POLITICOS SON IRREEMPLAZABLES Y CONSTITUYEN EL UNICO MEDIO QUE TENEMOS DE PARTICIPAR EN LA VIDA CIVICA"
V-
EL MAL MENOR


CAPITULO-3-
CUESTIONES DISPUTADAS
 
-V
"EL MAL MENOR"
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-V-El mal menor

El enunciado elemental de este principio es bien conocido, y pertenece al patrimonio común de la filosofía perenne. "Cuando es forzoso escoger entre dos cosas, en cada una de las cuales hay peligro, se debe elegir aquella de la que menos mal se siga". Y el ejemplo trilladamente puesto, a guisa de ilustración, es el del hipotético paciente al que mutilan un miembro para que siga vivo. Muerte inevitable y amputación son dos males; pero el segundo es el menor, y entonces se escoge. No se hallará moralista que se oponga a este principio.


"Aplicando la doctrina al tema eleccionario" -dice Meneghini- "al votarse por un representante considerado mal menor, no se está haciendo el mal menor, sino permitiendo el acceso [al poder] de alguien que, posiblemente, según antecedentes, lo hará". Se debe votar "al partido que parezca menos peligroso; al proceder así, no se están avalando aquellos aspectos cuestionables de su plataforma, sino, simplemente, eligiendo el mal Menor"99.
Son muchas las aclaraciones que este delicado tema impone. De modo que procederemos por partes.
98-Gustavo Franceschi, La Democracia...etc, ibidem, p. 14-15. Volvemos a recordar que, paradójicamente, el autor no conculca el sistema sino que lo avala. Pero no es éste el lugar para analizar sus yerros. Mario Meneghini, Mal menor en las elecciones...etc, ibidem, p. 3-4. El autor menciona a Palumbo y a Haring para sostener su afirmación.
1.- El mismo principio del mal menor trae en su enunciado el de los requisitos básicos sin los cuales su puesto en practica sería calamitosa. Pero tales requisitos -en el apuro por votar, en la demencia de considerar a "la mentira universal" una obligación moral y en la urgencia de que no se desautorice ni se desaproveche el "privilegio electoral de participar"-suelen quedar relegados u olvidados. Recordemos, pues, los mas significativos: a) nunca es legítimo hacer el mal para conseguir el bien; b) ni buscar positivamente un acto desordenado pe se; c) esa elección del mal menor ha de ser temporaria y excepcional, contándose con la seguridad de evitar, efectivamente, un mal mayor, o promover a la postre un bien más grande; d) se debe tratar de una situación de emergencia y no de una circunstancia convertida en regular y habitual; e) solo mediante un probado ejercicio de la prudencia se puede llevar a cabo, bajo causales excepcionales, no como vía ordinaria de praxis política; f) se debe determinar objetivamen¬te que aquello considerado mal menor sea efectivamente tal, y tío una apreciación meramente táctica propia deljuego electoral; g) como jamás el mal, por menor que sea, puede ser el fin del acto moral, hay que tener la suficiente certeza de probabilidad de que el bien mayor, a mediano plazo, se seguirá fi¬nalmente de ese mal menor; h) la voluntad que nos incline a ese mal menor tiene que estar libre de taras y de coacciones, principalmente de la especulación estratégica sobre los beneficios personales que se seguirían de ese mal menor instalado en el poder.
En su conjunto, como se advierte, la puesta en práctica del mal menor no es una tarea sencilla, ni puede ejecutarse con un encogimiento de hombros en cada comicio, sin arduos discernimientos, alta responsabilidad y seria capacitación. Condiciones todas que no son comunes entre los votantes, aún entre los sedicentemente católicos, puestos bajo el influjo de una Jerarquía heterodoxa y pusilánime. Es un grave y duro ejercicio del intelecto práctico, que si no se mueve ajustadísimamente en el delgado margen de la tolerancia legítima, cae en la impunidad. Por eso, y muy apropiadamente, enseña León XIII, a propósito de la tolerancia, que: a) lo primero es "buscar el remedio en el restablecimiento de los sanos principios"; b) si hay que tolerar, que se sepa que no es una situación ideal, sino violenta, por ser "contraria a la verdad y a la justicia", permitida con el solo objeto de "evitar un mal mayor o para adquirir y conservar un mayor bien"; c) el mal tolerado, por menor que sea, "no debe jamás aprobárselo ni querérselo por sí mismo"; d) "hay que reconocer, si queremos mantenernos dentro de la verdad, que cuanto mayor es el mal que a la fuerza debe ser tolerado en un Estado, tanto mayor es la distancia que separa a este Estado del mejor régimen político"100.
Nuevamente estamos ante el eterno dilema de la tesis y la hipótesis. La hipótesis es el error que se tolera, cuando por causa de extrema necesidad no se puede implementar el bien ideal deseado; cuando no se dan las condiciones óptimas o las circunstancias posibilitadoras para que dicho bien ideal esplenda en toda su magnitud. Pero cuando así son las cosas, por causa de fuerza mayor; cuando no puede sino tolerarse y no existe forma de evitar o permitir un mal, pues entonces -aún así o por lo mismo- la recta doctrina (tesis) no debe ser rechazada como ficción o utopía inalcanzable. "Debe ser considerada como el ideal de la vida pública temporal y meta del esfuerzo político auténticamente cristiano. También la santificación personal es obra difícil y, a menudo, desalentadora, mas no por ello se la abandona con pesimismo"101. Resumiendo lo dicho hasta aquí, y haciendo abstracción por un momento de que el sufragio universal es siempre ilegítimo, con o sin mal menor, esta última doctrina, prevista por el Magisterio de la Iglesia, no se presenta para nada como un procedimiento que se pueda cumplir automática y regularmente, sino como un acto excepcional cargado de requisitos y de condiciones. Repásese en conciencia esos precisos requisitos y condiciones, y sobre todo la obligación primera de "buscar el remedio en el restablecimiento de los sanos principios", y se verá que no puede proponerse, sin más, en cada comicio, que cada quien vote el mal menor según su conciencia. La distinción entre el mal menor como principio moral de aplicación extraordinaria y como táctica sufragista
100- León XIII, Libertas, 23.
101- Cfr. Isabel Cárdenas de Becu, La Iglesia y la intolerancia, Buenos Aires, Buschi, 1953, p. 68-69.

de uso ordinario, es lo primero que se impone. Y lamentable-mente, lo primero que se omite.
Un párrafo de Juan Pablo II parece dilucidar esta cuestión. Después de haber fijado como regla que "al mal no se le hacen concesiones"102, que "nunca es lícito someterse ni participar en una campaña de opinión a favor de una ley [intrínsecamente injusta], ni darle el sufragio del propio voto", se menciona el caso especial, la excepción que confirma la regla. Dicho caso especial podría ser el de una ley que se promulgara para "limitar los daños de esa ley [intrínsecamente injusta] y disminuir así los efectos negativos" de la misma. Sería entonces un "intento legítimo y obligado de limitar sus aspectos inicuos". Entre una ley intrínsecamente injusta y otra que contrarrestara o impidiera su aplicación, no puede haber dudas sobre la conveniencia de votar a esta última. Es, claramente, la opción del bien contra el mal. Porque la regla, insistimos, es que al mal no se le pueden hacer concesiones, y que nos asiste el derecho de "no participar en acciones moralmente malas". "Los cristianos, como todos los hombres de buena voluntad, están llamados, por un grave deber de conciencia, a no prestar su colaboración formal a aquellas prácticas que, aun permitidas por la legislación civil, se oponen a la Ley de Dios. En efecto, desde el punto de vista moral, nunca es lícito cooperar formalmente en el mal. Esta cooperación nunca puede justificar se [...] en el hecho de que la ley civil la prevea y exija [...] El rechazo a participar en la ejecución de una injusticia no sólo es un deber moral, sino también un derecho humano fundamental"103.
No cuesta mucho deducir aplicaciones concretas al tema que nos ocupa. Una legislación civil, aunque se presente con carácter obligatorio y exigitivo, no puede apartarnos de la regla de no hacerle concesiones al mal, de o participar en acciones moralmente malas, y de no cooperar formalmente con mal aLguno. Sólo el bien merece nuestro concurso. El res-

102-Monseñor Javier Lozano Barragan, Jefe de la Delegación de Observación de la Santa Sede en la XX Sesión Especial de la Asamblea General de las Naciones Unidas, pronunció este mensaje pontificio en Nueva York, el 10 de junio de 1998.
103-Juan Pablo II, Euangelium vitae, 73-74.

to es casuística aplicable por vía de excepción, bajo la conduc-ción cuidadosa de la prudencia y de la caridad.
Meneghini -y muchos con él- opinan que, mediante la elección del mal menor -convertido en regla- y específicamente encarnado en un partido o en un candidato, "no se está avalando aquellos aspectos cuestionables de su plataforma". Es una posición demasiado laxa y a la vez demasiado restrictiva; y es, al mismo tiempo, un sentido algo menguado de la responsabilidad. Voto por un partido, por ejemplo, porque se manifiesta a favor de la defensa de la vida, desde la concepción hasta la muerte. Pero a la vez dicho partido promueve una educación basada en el laicismo integral, o un capitalismo salvaje. ¿Mediante qué artilugio o reserva mental puedo deslindar que sufragué en pro de la cultura de la vida y no de aquellos males sin cuento? ¿Es que acaso el voto anónimo, secreto y masivo, permite este tipo de discriminaciones y sutilezas? ¿Me promete el candidato alzado con el poder gracias a mi voto, que cuando aplique la educación laicista y la usura, hará la pública salvedad de que yo no quise eso? ¿Y tengo yo, simple número en el padrón y guarismo en el escrutinio, la posibilidad de aclararle a mis compatriotas que voté el punto 1 del programa, pero no el 2 y el 3?
La reponsabilidad, dice David Isaacs, consiste en "asumir las consecuencias de los actos intencionados, resultado de las decisiones que tome; y también de los actos no intencionados, de tal modo que los demás queden beneficiados lo más posible o, por lo menos no perjudicados". Ser responsable significa querer y tener que rendir cuentas, desechando esa malsana "tendencia habitual de recurrir a excusas para justificar el no cumplimiento de alguna indicación, y la tendencia de no comprometerse en ningún asunto hasta que se ve que va a salir bien". Desórdenes éticos al que se le suma otro, el más frecuente hoy de todos, y que consiste en creer que ejercito mi responsabilidad y soy un modelo de conducta, porque me disculpo con fuertes ayes y golpizas de pecho, una vez provocada la catástrofe. "Somos responsables de todos nuestros actos [... ] también cuando son resultado de una falta de previsión"104.
104- David Isaacs, La educación de las virtudes humanas, Pamplona, Eunsa, 1996, p. 139yss.
 Quien vota al partido antiabortista, pero sabiendo que "hay otros aspectos cuestionables de su plataforma", es responsable del acto intencional de defender la vida inocente, y de los actos no intencionales, que insensatamente no previo, o no quiso prever, que cometan los hombres de ese partido, instalados en el poder por su voto. Es responsable y no puede poner excusas; ni puede no hacerse cargo, ni puede exculparse a posteriori. Sabía de antemano que había aspectos cuestionables. Luego, los daños al prójimo que esos tales aspectos causen, los actos no intencionados a que den lugar, entran también en la esfera de su responsabilidad. Es responsable quien elige un conductor para trasladarse de una ciudad a otra porque el automóvil es cómodo; y es responsable si nos accidentamos por no prever -sabiéndolo de antemano- que había "aspectos cuestionables" en el motor de dicho automóvil.
La sentencia de Aristóteles estampada en el comienzo de su Peri Ouranou, debe hacernos recapacitar sobre estas decisiones malminoristas: "un error pequeño al principio es grande al final". Podrá discutirse todo lo metafísicamente que se quiera si el mal se hace, o si es privación de un bien; si el que busca el mal menor en rigor está buscando algún bien oculto y potencial. Pero escapa al arduo terreno de la metafísica para ingresar en el del mero sentido común, saber que al permitir "el acceso al poder de alguien que posiblemente, según antecedentes, hará un mal menor", estoy cooperando a ese mal menor. Mi forma de cooperación consiste, precisamente, en "permitir el acceso". Por eso es sólo una elipsis la de Meneghini, cuando sostiene que "al votarse por un representante considerado mal menor, no se está haciendo el mal menor". Como mínimo, se está construyendo el error pequeño del principio.
2.- En vísperas de una elección -insistimos: haciendo abstracción momentáneamente de la intrínseca invalidez del sufragio universal- nuestra obligación moral es doble. Por un lado, saber que (si no es ineludiblemente obligatorio) cuando no hay bien no hay que elegir. Porque humanamente hablando la causa del mal es la claudicación de una causa buena, la voluntad deficiente de la criatura, la incapacidad de hacer bien lo bueno. "Es el acto defectivo de nuestra libertad contra el orden del ser"105. Y esta claudicación, deficiencia, incapacidad o acto defectivo, conforma para el sujeto un "mal de culpa", como lo llama Santo Tomás106, porque implica la ruptura intencional del orden de las predilecciones. Si sabiendo que no hay bien elegimos igual; si pudiendo no elegir elegimos igual aún con ausencia de bienes; si no siéndonos obligatorio elegir sin presencia de bienes, insistimos en elegir y en mover a otros a que elijan, nos ponemos -como mínimo- en riesgo de ejecutar un mal de culpa. Es curioso que quienes propician el mal menor no se detengan a considerar la posibilidad de la abstención, siquiera como mal menor. Conminan a votar y votan conminatoriamente, como si en eso radicara la panacea.
La segunda obligación que nos asiste en vísperas de una elección, es la que está sintetizada en la Sagrada Escritura: "no seguirás en el mal a la mayoría" (Éxodo 23, 2). Porque en ese caso -y es tristemente frecuente en la sociedad de masas- la política deja de ser la búsqueda del bien común, para serlo del mal común.
Si al amparo del malminorismo, y pudiendo abstenernos, no sólo elegimos sino que proponemos el mal menor como obstáculo al triunfo del mal mayor, nuestra acción se convierte en objetable, lisa y llanamente hablando. Porque la conciencia regida por la sindéresis nos pide practicar el bien y evitar el mal, si se nos permite recordar lo elemental que, al buen decir de Tomás Casares, es lo fundamental.
En efecto, la responsabilidad no debe caer en reduccionismos éticos; en este caso, en el de limitarse a elegir pasivamente entre males; máxime cuando los llamados frecuentemente menores, suelen ser hoy entre nosotros, de pesado volumen y larga duración. Al fin de cuentas, mayor o menor, el mal siempre se sustantiviza mal, indepedientemente de cómo se adjetive.
Los malminoristas tienen, en la mayoría de los casos, la mejor intención, y no lo pondríamos en duda. Pero justo es decir que, en sus anhelos y en su prédica, suelen sumarse otras motivaciones, si no aviesas, cuanto menos desaconsejables. Como por ejemplo, el cansancio de la lucha contrarrevolucionaria, el
105-Alberto Caturelli, El abismo del mal, Buenos Aires, Gladius, 2007, p. 84.
106-Santo Tomás, Suma Teológica, 1, 48, 6 c.

afán de obtener alguna victoria, por pírrica que resulte, el abandono del irrenunciable mandato de León XIII de "buscar primero el remedio en el restablecimiento de los sanos principios", el pesimismo en la victoria del ideal, el menosprecio por el testimonio de la coherencia extrema y martirial, y la ingenuidad de creer en las reglas de juego del sistema. La seguidilla de desaciertos que cometen acaba siendo fatal. Primero toleran la convivencia de la verdad con la mentira, y arguyen comúnmente para ello la parábola del trigo y la cizaña, sin reparar en su sentido escatológico, y sin querer advertir que la mezcla temporariamente consentida es por amor al trigo, no por respeto a la cizaña. Después admiten con fatalismo y determinismo que no hay más remedio que dar por legitimada una situación institucional y legal impuesta en forma estable y "pacífica" durante largos años. En tercer lugar, se acostumbran a la Revolución y a la Modernidad, rechazando -en el mejor de los casos- su tiránica presencia en la vida privada y en ámbitos específicos como el moral y el religioso, pero convalidando sus criterios en el terreno político. El paso siguiente es contemporizar más plenamente con el error, renunciando a llamarse confesionales o testigos de la Realeza Social de Jesucristo. Al final, votan sin mayores problemas de conciencia al candidato más adecentado o al programa menos depravado; y nada se consigue, excepto la continuidad del Régimen y la alegría del mismo por saber integrados y encuadrados a quienes deberían estar llamados a ser sus impugnadores.
Los campeones de la eficiencia y del realismo -en nombre cíe los cuales descalifican a los poetas, los líricos, los principistas-sólo resultan eficientes para garantizar el continuismo. Mejor servicio a la Revolución no pueden prestarle. Con razón escribe Ayuso que, la del mal menor, es una "doctrina que no termina de aprender la lección, que la historia confirma con usura, de la imposibilidad de acomodarse con el mal para evitar males mayores. Porque, como sostuvo Maeztu, el mal nunca es limitado sino que lleva tras de sí un mal mucho mayor que no se muestra sino cuando tiene confianza en el triunfo"107.
La triste realidad es que los malminoristas no logran disipar el mal. Suman al ya instalado el de su propia confusión y revoltijo, el de su conformismo y poquedad, construyendo un esca-
107Miguel Ayuso, La política, oficio...etc, ibidem, p. 82.
lon más a la Torre de Babel, un nuevo y grueso trazo al círculo vicioso. Distraen y malgastan el entusiasmo y el esfuerzo que debería centrarse en la justísima guerra contrarrevolucionaria, e instalan un clima espiritual de sumisa condescendencia, que no conoce derrotas porque primero ha extirpado el sueño de la victoria de los ideales cristianos como meta política. Perseguir "la inspiración cristiana del Orden Social", y trabajar activamente para ello desde "asociaciones de apostolado", con hondo carácter evangelizador y misionero, no es premisa que haya desaparecido de la Iglesia en el siglo XIII.
Está dicho en el número 37 de la Lumen Gentium. Y que del mayor mal Dios puede sacar un bien, sin que por eso el mal deje de ser mal; de lo que se sigue que con cuánta mayor razón le pasará lo mismo al hombre, analógicamente hablando, no es tampoco algo que se disipó en antiguas ortodoxias.
Está asentado en el n° 312 del Catecismo de la Iglesia Católica.
Dicha ya sin cortapisas, la verdad es que "la táctica del mal menor predica la resignación; y no precisamente la resignación cristiana, sino la sumisión y la tolerancia al tirano, a la injusticia y al atropello. Con tácticas malminoristas no habrían existido el alzamiento español de 1936, ni las guerras carlistas, ni habría caído el muro de Berlín. No habría habido Guerra de la Independencia Española, ni insurgencia católica en la Vendée, ni Cristeros en México. Y tal vez ninguna oposición habría encontrado el avance islámico por Europa. No habrían existido ni Lepanto, ni Cruzadas, ni Reconquista. Porque el mal menor [se olvida] de que la mayor riqueza de la Iglesia -su única riqueza- es el testimonio de la Verdad, testimonio que si sigue hoy vivo es gracias a la sangre de los mártires. Porque hay ejemplos sobrados en los que el triunfo del malminorismo ha dado el poder a partidos que  reclamando el voto católico han consentido, como es el caso de la Democracia Cristiana en Italia, una legislación anticristiana (divorcio, aborto, etc.).
En definitiva, el malminorismo no ha sido derrotado nunca porque en sí mismo es una derrota anticipada, una especie de cómodo suicidio colectivo. Es el retroceso, la postura vergonzante y defensiva, el complejo de inferioridad. Defendiendo una táctica de mal menor, los cristianos renuncian al protagonismo de la historia, como si Cristo no fuese Señor de la historia. Se creen maquiavelos y sólo son una sombra en retirada. Niegan en la práctica la posibilidad de una doctrina social cristiana, y niegan la evidencia de una sociedad que, con todas sus imperfecciones, ha sido cristiana. El malminorismo, contrapeso necesario de una Revolución que en el fondo es anticristiana, ha fracasado siempre, desde su mismo nacimiento. En cambio, la historia de la Iglesia y de los pueblos cristianos está llena de hermosos ejemplos en los que el optimismo -o mejor, la esperanza cristiana-, nos enseña que es posible, con la ayuda de Dios, construir verdaderas sociedades cristianas. La política cristiana no ha fracasado en la medida en que todavía hoy seguímos viviendo de las rentas de la vieja cristiandad occidental"108.
3.- Meneghini -que no explícita en ningún momento la distinción entre la doctrina del mal menor y el mal menor en tanto táctica eleccionaria, y que tampoco hace las aclaraciones necesarias a la cuestión doctrinal- propone sin más la táctica como una derivación automática de la doctrina. Ello sería posible porque la política "es como un itinerario que se cumple con realidades indóciles, sobre un terreno escarpado", "una opción entre dificultades", una acción que "se asemeja a la física, pues se enfrenta con algunos datos inmodificables en la sociedad que debe regir. Los que tratan de cambiar desde sus raíces una realidad social que les disgusta porque no es perfecta, no se detienen ante los aspectos positivos que arrasarían al eliminar el trigo con la cizaña (...) Los hechos deben ser tomados como son, no como quisiéramos que fuesen, de lo contrario nos limitaríamos a una política hipotética, a aplicarse en un futuro indefinido, mientras nos abstenemos de operar sobre la realidad actual, porque no nos satisface"109.
Citando a Balmes a través de García Escudero, Meneghini agrega que "en política no es verdadero lo inaplicable
108- E Javier Garisoain Otero, El mal menor y el voto útil, cfr. Arbil, n. 100, http://www.arbil.org/100garis.htm
109- Mario Meneghini, La doctrina del mal menor. Su aplicación a la política argentina, en http://presonales.ciudad.com.ar/accioncivica/ prod04.htm(...) 

porque desde el momento que una teoría no se puede realizar es señal de que está en lucha con la misma naturaleza de las cosas y que, por tanto, no es verdadero con relación a ellas". El "régimen constitucional vigente", en cambio, goza de aplicación desde 1853, y "cuando queda consolidado un régimen su aceptación es obligatoria, con obligación impuesta por el bien común", ya que "en cada sociedad, un conjunto de circunstancias históricas determinan una forma particular de gobierno, y como siempre, el poder político procede exclusivamente de Dios"110.
Nuestro autor se da cuenta de que "el sistema político vigente adolece de graves defectos", y de que "nada nos obliga a manifestar conformidad con el orden jurídico vigente, y es lícita toda acción destinada a modificarlo, siempre que sea compatible con los principios doctrinarios". Pero "como el acceso al gobierno depende de una elección", sólo queda elegir o ser elegido de acuerdo al sistema que nos rige, recordando que "cuando un pueblo parece preferir a los malos dirigentes, es sencillamente porque faltan buenos dirigentes".
Disipando cualquier escrúpulo al respecto, y convencido de que "podemos encontrar en la antigua doctrina del mal menor una ayuda invalorable", se aclara que "la teología moral al estudiar la cooperación en los pecados ajenos, distingue entre la cooperación formal -que constituye siempre un pecado, por contribuir al pecado de otro- y la cooperación material. Es lícita la cooperación material, siempre que con una acción se defienda un bien superior o se impida un mal mayor. Una actitud rigorista que impida hacer cualquier cosa de la que otro pueda aprovecharse para el mal, haría imposible toda acción política"111.
Casi como un sarcasmo -que calificaríamos de otro modo si no justipreciáramos su integridad moral- el autor nos deja este consejo final: "la prédica abierta y el testimonio de una conducta coherente con los principios, son los mejores instrumentos para engendrar adhesión y lograr influencia efectiva en la realidad social"112.
110-Ibidem.
111-Ibidem.
112-Ibidem. Meneghini pone como ejemplo práctico de mal menor "la Formularemos ahora nuestros comentarios.

-Ya hemos visto en recientes páginas anteriores que Menegini proclamaba como tarea esencial del político, la de la humilde docilidad a la realidad. De modo que desconcierta en parte su reciente afirmación, según la cual, las realidades son indóciles. Si admitimos lo primero, lo único que le quedaría al político es sucumbir ante el poder de lo fáctico; pero no para discernir entre hechos buenos o malos, sino para admtir la prerrogativa ineluctable de lo fenomenológico. Si aceptamos lo segundo -esto es, de resultar indóciles las realidades, lo único que le quedaría al político es el desconcierto y el caos.
Ser gobernado antes que gobernar.
Se necesita otra visión para salir de esta aporía. El realismo nos está exigido a todos, sin que el político pueda escapar a la regla. Cuanto más "escarpado" sea el terreno, cuantas más sean las dificultades entre las que haya que optar, al decir de Indalecio Gómez, cuanto más "inmodificables" se presenten ciertas circunstancias, mayor será la obligación del reaprédica de Esquiú" a favor de la Constitución de 1853. Pero ya hemos visto en el capítulo precedente (punto 5), no sólo el error cometido ortunamente por Esquiú, sino su propio arrepentimiento y enmienda. Agrega además que "en 150 años de vigencia del sistema institucional, nunca el Episcopado Argentino ha modificado el criterio" [de Esquiú]. Tampoco es exactamente así, ya que la Iglesia -equivocándose o acertando ha acompañado ciertos cambios institucionales en el país, dando prioridad, no a la Constitución de 1853 sino a lo que juzgó el Bien Común. Agreguemos incluso que, en 1949, la Comisión Permanente del Episcopado Argentino elevó a Perón un importante proyecto para modificar la Constitución de 1853, suprimiendo o alterando sus artículos más notoriamente liberales y masónicos, pero dicho proyecto fue desatendido. "El rechazo de Perón a las propuestas de la Iglesia había abierto una brecha que nunca se cerraría". Cfr. Horacio Verbitsky, Cristo Vence. La Iglesia en la Argentina. Un siglo de historia política (1884-1983), y 1 Buenos Aires, Sudamericana, 2007, p. 227. El autor anoticia con algún detalle del proyecto de los Obispos, fechándolo en enero de 1949, y remitiendo para su localización a Papeles del Venerable Episcopado remitidos por la Curia de Buenos Aires. 1938-1954, Archivo CEA. Cfr. Cristo...etc, ibidem, p.386, nota 854. Al fin, hablemos crudo: en el supuesto caso de que el Episcopado nunca hubiera modificado el criterio inicial de Esquiú, lo único que quedaría probada es la persistencia de nuestros pastores en ciertos errores prudenciales. Algo de lo que hoy podemos dejar tristísima constancia.
 Pero el realismo -como ha notado Gilson vigorosamente- parte del conocimiento del objeto tal cual es, y se sabe en la obligación gnoseológica de aprehenderlo tal como es. El error está en creer que esa captato fidedigna del objeto me obliga además a adherir moralmente a su contenido o a su fin, si precisamente por medio de esa captatio descubro su naturaleza perversa. Tanto en la introspección como en la extroversión, que el realista diga: res sunt, no equivale a que diga también "es bueno que sean", puesto que se dan por racimos las cosas negativas que se suceden y ante las cuales tenemos el deber del rechazo o de la enmienda. La aprobación recta es aprobación de lo amado; esto es de lo que por su innegociable valor intrínseco merece ser amado. Desaprobar lo odioso, lo feo, lo mendaz, lo malévolo, los horribles hechos consumados, no me convierte en un idealista o en un utópico. Tampoco el contraponer a esa desaprobación el anhelo de un deber ser normativo. Realismo no es neutralidad de juicios, ni aprobación fatídica e inmodiñcable de lo malo que existe.
Combinadas armónicamente todas y cada una de las partes de la prudencia, las realidades no serán "indóciles", pues tendremos señorío sobre ellas; el terreno "escarpado" nos fatigará y agotará, pero conoceremos el camino y su puerto de llegada; y presentadas las dificultades, no optaremos entre las mismas sino entre las soluciones posibles, porque la política es el arte de hacer posible lo necesario. Experiencia y razón son virtudes del político; previsión y circunspección además; precaución e imperio, y una alta dosis de decoro, que no es un adorno de la conducta sino la capacidad de inteligir el decus que las cosas poseen; esto es su potencia mayor y mejor. Si el político rige, preserva, custodia, se enseñorea; si no sólo administra o recuenta sino que ejerce lapotestas como genuino homo conditor, ni las realidades le serán indóciles, ni los anegamientos del terreno lo apartarán de la diritta via, ni serán males sus alternativas habituales. Se ha escrito mucho al respecto como para intentar aquí una síntesis113.
113 Sugerimos las siguientes lecturas: Etienne Gilson, El realismo metódico, Madrid, Rialp, 1974; Francisco Javier Vocos, El Gobernante, Buenos Aires, Cruz y Fierro, 1982, y Carlos 
Disandro, Sentido político de los romanos, Buenos Aires, Horizontes del Gral, 1970.
La política, entonces, reclama la juntura con la teología la metafísica, con las virtudes cardinales y naturales, con las virtudes naturales y cardinales madre que es la prudencia. Pero por el rumbo del más craso positivismo andamos si la identificamos con la física, y si al amparo de esta ciencia exacta declaramos nuestra pesimísta resignación ante la inmodificabilidad del sistema, como quien se rinde ante la inevitabilidad de las leyes de Kepler. No puedo ni debo alterar la ley de gravedad, ni la atracción de los polos opuestos, ni la rotación de la tierra; pero aunque estos hechos físicos se sucedan desde siempre mientras el hombre vive, sin que sea cuerdo que él los ignore, la naturaleza de los hechos que le toca protagonizar en tanto político, no son de esta índole. La sustitución en la vida del espíritu, de una virtud como la prudencia por una técnica como la que pueden emplear los físicos; la rebelión de la polesis contra la praxis, de lo factible contra lo agible, es una de las subversiones más radicales que ha introducido la Revolución. "La política pertenece al orden práctico y más concretamente a la esfera del obrar humano. Pero como el obrar se apoya en el ser, toda consideración política debe remitirse en sus fundamentos a una concepción antropológica que le sirva de soporte [...] A través de la actividad polética se busca la perfección de obras externas al sujeto que las realiza. A través de la praxis se busca la perfección del hombre mismo. Es el campo de la prudencia. La politica tiene elementos técnicos, factibles, pero en lo fundamental pertenece al campo de lo agible y está regida por la prudencia política"114.
Lo verdaderamente grave del planteo de Meneghini -y de quienes pudieran adherir a su pensamiento- es que por el contexto y por el tono de sus afirmaciones, los que están en falta no son los malditos artífices de la Revolución Mundial Anticristiana, que han trastrocado el orden natural de la política; ni tampoco los liberales que han impuesto en la patria, a sangre y fuego, un constitucionalismo masónico y una institucionalidad acorde. Los desubicados y reprobables somos nosotros -utopistas e idealistas- que en vez de conformarnos al
114- Bernardino Montejano, Proyecto Nacional y Política, en AA.W, Actualidad de la Doctrina Social de la Iglesia, Buenos Aires, Abeledo Perrot, 1980, p. 116-117.
sistema estable y pacífico que nos rige desde hace tanto tiempo, y de acatar las autoridades legal y electoralmente elegidas, "tratamos de cambiar desde sus raíces una realidad social que nos disgusta porque no es perfecta", y ni siquiera nos detenemos "ante los aspectos positivos que arrasaríamos al eliminar el trigo de la cizaña".
El resultado de este razonamiento es muy sencillo. No fue la Revolución la que "cambió desde sus raíces" el Orden Cristiano, alterándolo todo. Somos nosotros, nostágicos soñadores del Orden Cristiano, insolentes aventureros que queremos pasar del plano intelectual -donde es lícito soñar bondades- al plano práctico donde rige la tiranía de lo fáctico, los que venimos a alterar tantos siglos de pacífica y estable antinaturaleza. Somos nosotros los culpables de recordar que "al principio no fue así". Díscolos teóricos y principistas, aferrados nada menos que al deber ser de las cosas, a las causas ejemplares y a los paradigmas recién salidos de las manos de Dios. Toda nuestra es la culpa por persistir con el anacrónico omnía instaurare in Christo, y no entender que "consolidado un régimen su aceptación es obligatoria".
Lo cierto es que no es nuestro propósito cambiar desde sus raíces una realidad social que nos disgusta porque no es perfecta. Sino volver a las raíces, enraizamos y enceparnos nuevamente, reaccionando con altivez en contra de una realidad social que nos subleva e indigna, no por no ser perfecta sino por no ser cristiana. No por no responder a nuestras utopías, sino por haber traicionado violentamente la realidad querida y creada por Dios. No porque seamos rebeldes a la autoridad consolidada, per se, sino porque sabemos del deber de rebelarse contra la autoridad ilegítima.
Lo cierto igualmente, no es que nos mueva "una política hipotética a aplicarse en un futuro indefinido". Nos mueve una política real, aplicada en un pasado concreto; esto es, en una tradición viva, que nos fue robada y saqueada vilmente por los protagonistas de la Revolución. Los hechos "son tomados como son". ¡Vaya si como son los tomamos! Por eso, si son pésimos, los deploramos y combatimos; y les oponemos no el "como quisiéramos que fuesen", sino el como Dios quiso que fueran hasta que los hombres los sacaron de quicio. No; habrá que repetir una y mil veces más con San Pío X
en Nostre Charge Apostolique; lo nuestro no es una hipótesis futurible e indefinida, "la civilización no estopor inventarse, en la ciudad por construirse en las nubes. Ha existido, existe la civilización cristiana, es la Ciudad Católica. No se trata más que de instaurarla y restaurarla sobre sus naturales y divinos fundamentos, siempre renovados, de la utopía nociva, de la rebeldía y de la impiedad".
Nada más opuesto a este mandato pontificio que "abstenernos de operar sobre la realidad actual porque no nos satisface". Luchamos contra el utopismo, no somos sus propulsores; contra los que quisieran que los hechos fueran imagen de su pequeñez y no reflejo de la grandeza del Padre. Y operamos sobre la realidad actual precisamente porque no nos satisface. Porque nos resulta incómoda, diría José Antonio; porque nos causa cólera y asco; porque no nos sentimos como pez en el agua en ella, mendigando los mendrugos putrefactos de un partido de ocasión, de un retazo de sufragio, de una alianza electoralera con peronistas o gorilas. Nos abstenemos, o procuramos hacerlo, de "pecar contra Dios y contra Martín Fierro", al decir de Castellani. Pero nunca de actuar sobre la realidad de esta patria enferma, para intentar la salvaguarda de las poquísimas semillas cristianas que aún pudieran quedar, y hacerle frente a los protagonistas de la perversión democrática, con nuestras menguadas fuerzas.
Ni utopistas, ni idealistas, ni abstencionistas. Simples sabedores -sin olvidos- de que "el único remedio para extirpar los males presentes e impedir los peligros que amenazan es restituir los principios y la práctica del cristianismo en la vida privada como en todas las esferas del cuerpo social"115. "Hay que volver al orden fijado por Dios también en las relaciones entre los Estados y los pueblos; volver a un verdadero cristianismo en el Estado y entre los Estados"116.
En cuanto a la amonestación recibida, en el sentido de que nuestra furia ristianizadora o nuestro deseo irrefragable de no respetar la institucionalidad estable y pacíficamente constituida, pudiera llevarnos a eliminar el trigo con la cizaña, creemos tener aprendido el Catecismo de Primera Comunión.
115-León XIII, Sapientiae christianae, 2.
116-Pío XII, Negly ultrum.

Lo que el Señor ha querido enseñarnos en aquella mentada parábola, es que buenos y malos coexisten misteriosamente entreverados hasta la siega final que a El le corresponde; que a nosotros, como escribe San Cipirano, nos toca trabajar para que podamos ser trigo y hacernos merecedores de habitar en los graneros del Señor; que ni hemos de encizañarnos los que presumimos de buenos, ni hemos de desistir de la trigalización de los malos; que si nos precipitamos impulsivamente en erradicar los sembrados nocivos corremos el riesgo de arrancar-con la misma precipitación impulsiva- los frutos nobles y saludables. Pero "si de las palabras de Cristo se quisiese inferir una exhortación a dejar crecer todo mal sin restricción alguna, debería dejarse también en libertad a los ladrones y homicidas; y denunciar como anticristiana la conducta de San Pablo cuando decidió excomulgar a aquel corintio vicioso y ordenar su expulsión de la comunidad de los fieles [... ] No podemos echar a los pecadores ocultos, aunque nos persigan, pero sí a los pecadores manifiestos, sobre todo si dañan a los demás [... ] Lo que el Señor enunció en la parábola fue una ley general [... ] Jesús no se refirió a los casos particulares, donde podría ser preferible para el trigo que tal o cual planta de cizaña fuese erradicada, sin esperar la cosecha, sobre todo si la cizaña no se contentara con crecer junto al trigo, sino que se hubiese propuesto dañarlo y devorarlo". Siempre será conveniente al respecto "recordar el modo de proceder de San Pablo con los corintios: 'Os escribí que no os mezclaseis con quien, llamándose hermano, fuese fornicario, o codicioso, o idólatra, o ultrajador, o borracho, o ladrón; con ese tal, ni comer. Expeled al malvado de entre vosotros' (1 Cor 5, 11-13)17.
-Vuelve a tomar carácter de error gravísimo el de Meneghini, cuando tras una descontextualizada cita de Balmes, descalifica a los que se oponen al "régimen consolidado", afirmando de ellos -y de su utopismo e irrealismo- que "en política no es verdadero lo inaplicable". De modo que, los tales utopistas e idealistas deberían escarmentar de una vez, dán-
117 Alfredo Sáenz, Los parábolas del Evangelio según los Padres de la Iglesia. El misterio de la Iglesia, Buenos Aires, Gladius, 2001, p. 235 y ss.
dose cuenta de que "desde el momento que una teoría no se puede realizar es señal de que está en lucha con la misma aturaleza de las cosas y que, por lo tanto, no es verdadero con relación a ellas".
Bien ha distinguido el mismo Balmes los grados de posíbilidad o de aplicabilidad que tienen los actos, dilucidando paralelamente los casos de imposibilidad metafísica, física y moral118. No puede darse un triángulo circular, ni un cuerpo que arrojado al vacío no caiga, pero hay cosas moralmente imposibles, a fuer de repugnantes o de violentas contra la naturaleza, y que sin embargo se aplican y prosperan, bien que a la larga el Orden Natural se toma sus durísimos desquites. De resultas, tanto en el plano individual como en el social, no es cierto que sólo lo verdadero sea aplicable. Debería serlo como mandato de la sindéresis y del Decálogo, pero no lo es. Y casi rige hoy, penosamente, la ley inversa; aquella que enunciara el Cardenal Pie: se ha probado todo, se ha aplicado todo, solo resta probar la Verdad.
Un horrible descubrimiento ha hecho el hombre contemporáneo, dice Juan Pablo II en la Veritatis Splendor-, a saber, que si la naturaleza limita su libertad, prefiere violar la primera para dar rienda suelta a la segunda. "La naturaleza debería ser superada por la libertad, dado que constituye su límite y su negación"119. Entonces, desde tamaña óptica, es "aplicable" la homosexualidad en el terreno privado o la democracia en el terreno político.
Es aplicable la contranatura y la mentira porque para este hombre envilecido, el neo evangelio le dice que sólo la impostura lo hará libre.
Precisamente de esta aplicabilidad política del mal se quejaba Balmes, cuando refiriéndose a los tiempos y a las tendencias del siglo, sostenía que "los reformadores no han querido resignarse al papel de utopistas, sino que, empeñados en hacer aplicaciones de sus ideas, se han erigido en fundadores y directores de una sociedad nueva, enteramente calcada sobre los principios que ellos excogitasen". No contentándose "con meditar en el retiro de su gabinete, con pasearse en espíritu por mundos imaginarios [...] o con escribir un libro", es-
118-Jaime Balmes, El Criterio, Buenos Aires, Diusión, 1952, p. 28-37. 19 Juan Pablo II, Veritatis Splendor, 46
119-Juan Pablo II, Veritats Splendor

tos personajes saltaron a la acción para imponer sus desdichados proyectos120. Puede una teoría estar en pugna "con la naturaleza de las cosas", como lo están las ideas liberales y marxistas, e imponerse de todos modos. Y puede la verdad católica seguir siendo inconcusa y perenne, y resultar sin embargo, como en nuestros días, desterrada y cautiva.
Mas no era a los católicos a quien se dirigía Balmes la advertencia, según la cual, "en política no es verdadero lo inaplicable", sino precisamente a los protestantes y sus epígonos, recriminándoles que "la experiencia ha enseñado que una organización política que no esté acorde con la social, no sirve de nada para el bien de la nación, y antes al contrario, derrama sobre ellas un diluvio de males"121. Porque la causa de todos estos fracasos políticos la veía el filósofo español en la irreligión, ya que "quien no acata la majestad divina, ¿cómo quereis que respete la humana? [... ] Cuando no hay un punto fijo donde se afiance el primer eslabón de la cadena", se suceden "la insurrección, la asonadas, la anarquía"; y se concluye en aquel trastocamiento descripto por Guizot: "donde no vemos asambleas, elecciones, urnas y votos, suponemos ya el poder absoluto, y a la libertad sin garantías"122.
De modo que, Balmes mediante, llegamos a conclusiones exactamente opuestas a las que propone el amigo Meneghini. Y sostenemos sin ambages que es un error peligrosísimo -engendrador y justificador de las peores tiranías, y por lo mismo contrario a la doctrina católica- instar a la aceptación obligatoria de un régimen, fincando su legitimidad en su perdurabilidad y consolidación en el tiempo, y lo que es mucho peor, deduciendo de tan falsa legitimidad su condición de autoridad procedente de Dios. No resiste la menor confrontación con la lógica y con el sentido común, dar por legítimo un sistema en aras de su duración cronológica, de su consolidación por "un conjunto de circunstancias históricas", o por su aplicabilidad estable en la vida de un país. El comunismo es
120-Jaime Balmes, Estudios sociales, en su Obras Completas, Madrid, BAC, 1949, vol. V, p. 558.
121-Jaime Balmes, Eí protestantismo comparado con el catolicismo, Buenos Aires, Emecé, 1945, p. 567.
122-Ibidem, p. 503 y 568.

intrínsecamente perverso y gozó de estas características de "legitimidad". El liberalismo es un "virus insidioso y oculto", y tmabien podría decirse lo mismo de él. Y en nuestro país, lo que comunmente llamamos Régimen, y que auna en sí tanto los desvarios liberales como los marxistas, disfruta del mismo y extraño privilegio de "legitimidad".
Meneghini admite que dicho Régimen "adolece de graves defectos", que "nada nos obliga a manifestar conformidad con el orden jurídico vigente, y que es lícita toda acción destinada a modificarlo, siempre que sea compatible con los principios doctrinarios". Pero dentro de esos principios doctrinarios está la desobediencia civil, la resistencia a la tiranía, el levantamiento armado y aún el tiranicidio123, y sin embargo, no sólo no lo predica sino que propone la solución del mal menor dentro del marco electoral vigente. Y simplifica esta última cuestión sosteniendo que "cuando un pueblo parece preferir a los malos dirigentes, es sencillamente porque faltan buenos dirigentes". La culpa, una vez más, la tendrían -no las multitudes adocenadas, indoctas y desquiciadas- que entregan su voto al peor, "por un poco de asado con cuero y otro poco de vino falsificado", al decir de Anzoátegui, sino los buenos dirigentes que no quieren presentarse como candidatos, por rechazo al sistema. La culpa de que en el lupanar los clientes solo puedan elegir entre meretrices, la tienen las muchachas decentes, porque son abstencionistas, y en el colmo del utopismo todavía anhelan formar un hogar católico.
No se han dado cuenta aún de que la prostitución se ha consolidado pacífica, legal y establemente desde hace larguísimas décadas. Por lo que, en teoría, si les place, pueden seguir prefiriendo la pureza; pero en la práctica están obligadas a aceptar el poder de lo fáctico. Sobre este error funesto también ha dicho lo suyo Jaime Balmes, al enseñar que "un hecho consumado, por solo serlo, no es legítimo, y por consiguiente no es digno de respeto.
El ladrón que ha robado, no adquiere derecho a la cosa robada; el incendiario que ha reducido a cenizas una casa, no es menos digno de castigo y merecedor de que se le fuerce a la in-
123 Cfr. Jorge Guillermo Pórtela, La justificación iusnaturalista de la desobediencia civil y de la objeción de conciencia, Buenos Aires, Educa, 2005
demnización, que si se hubiese detenido en su conato; todo esto es tan claro, tan evidente, que no consiente réplica. Quien lo contradiga es enemigo de toda moral, de toda justicia, de todo derecho; establece el exclusivo dominio de la astucia y de la fuerza. Por pertenecer los hechos consumados al orden social y político no cambian de naturaleza"124.
En esto tiene razón Mario Meneghini: en que "la prédica abierta y el testimonio de una conducta coherente con los principios, son los mejores instrumentos para engendrar adhesión y lograr influencia efectiva en la realidad social". El detalle, no menor por cierto, es acertar con los principios, respecto de los cuales hay que guardar testimonio de coherencia hasta el final.
4.- Ha dicho también Meneghini, en el texto que le venimos comentando, y citando a Bernhard Háring, que en materia de "cooperación en los pecados ajenos", hay que distinguir entre "la cooperación formal -que constituye siempre un pecado por contribuir al pecado del otro- y la cooperación material.
Es lícita la cooperación material, siempre que con una acción se defienda un bien superior o se impida un mal mayor. Una actitud rigorista que impida hacer cualquier cosa de la que otro pueda aprovecharse para el mal, haría imposible toda acción política".
Nuestro autor dice esto porque -católico práctico y hombre honesto, como ya lo hemos reiterado- no se le escapa que una de las objeciones que pesa sobre la ejecución del mal menor, y específicamente sobre el voto dado al mal menor, es la de estar cooperando al pecado ajeno. Y por supuesto, partidario explícito del malminorismo, como es, quiere disipar de la conciencia de los que así obren la culpa de estar cooperando al pecado ajeno. Pero también aquí se imponen sucesivas distinciones, que no han sido hechas.
Puede aceptarse sin sobresaltos la distinción tradicional entre lo formal y lo material en el orden de los males o de cooperación con los mismos. Por cooperación formal se entiende la que realiza quien actúa o interviene consintiendo
124- Jaime Balmes, El protestantismo comparado...etc, ibidem, p. 532-533.
el pecado mismo. La material en cambio, tiene lugar cuando la acción pecaminosa, se participa de algún modo en hacerlo posible. Si la primera nunca es lícito prestarla por razones obvias, la segunda tampoco puede ser propuesta como regla. Es una excepción atenuante que obra como tal bajo ciertas condiciones. La primera de ellas es que tal Cooperaración material se nos imponga ante un caso de real necesidad, y que estemos definitivamente seguros de que no nojs queda otro camino. Hablar genéricamente, sin precisar las imprescindibles distinciones, de la ilicitud de cooperar formalmente y de la licitud de cooperar materialmente, puede fomentar todavía más la conciencia laxa en el ya relajado mundo que vivimos. De lo primero que debe hablar un buen Cristiano, no es de la posibilidad de cooperar al mal pecando lo menos posible, sino del deber de ser cooperador de Dios para restablecer su Reino sobre la tierra y batallar contra los enemigos de su divina realeza. "Ha de tenerse presente" -dice precisamente Haring- que, por mas que la culpa de los diversos coooperadores difiera en grados, no difiere en cuanto a la especie ... ] Del hecho de que sean muchos los que contribuyen a una acción pecaminosa, no se sigue que disminuya la culpa objetiva de cada uno; más bien aumenta, pues con la colaboración se peca también contra la caridad, corroborando la maldad de los demás, o facilitando su acción pecaminosa125 Un axioma seguro y más que aconsejable sería el de cooperar activamente al bien posible, rechazar rotundamente toda cooperación formal o sospechosa de tal, y usar de la prudencia para evitar en lo posible la cooperación material.
No obstante la aparente sencillez y tranquilidad! moral que arroja esta división de las cooperaciones, en la práctica las cosas son algo más complejas.
Porque puede darse el caso de un acto intrínsecamente malo en el que se coopere sin intención de consentir el pecado de un tercero. Como por jemplo, vender anticonceptivos. Por la naturaleza del acto al que coopero mi mal sería formal, por la ausencia de intenciones cooperadoras del mal, sólo se trataría de una cooperación ma-
125- Bernhard Háring, La ley de Cristo, Barcelona, Herder, 1961, Libro II II, Sección Segunda, III. Hay versión digital:
http://www.mercaba.org/Haring/ U/102135jtecados_contra_amor projimo.htm


 terial. Por eso es que algunos moralistas prefieren reservar la cooperación material para los casos en que el acto con que se coopera sea bueno o indiferente por su objeto, y subdividií después entre cooperación formal subjetiva y objetiva, siendo la primera la tradicionalmente llamada formal, y la según da la que hemos descripto por vía casuística128.
Con independencia de estas sutilezas nada desdeñables parece evidente concluir en que mayor será la culpabilidad del cooperador cuanto más se acerque a una cooperación formal. Y que hay cooperación formal tanto cuando se aprueba per se el pecado del otro, como cuando se presta concurso voluntario para que el otro lo ejecute. Paralelamente, habrá sólo cooperación material, si la acción ejecutada es buena o indiferente, si no existe intención alguna de provocar con ella males ulteriores, aunque se sepa que tal posibilidad existe. Por eso aclara el precitado Háring: "para que la acción del cooperador material merezca una condenación moral, es preciso que haya previsto o debido prever con seguridad, o por lo menos con probabilidad, el abuso que de ella se había de hacer. Pero esta previsión no ha de radicar en la acción considerada en sí misma, que de suyo no se encamina al pecado del agente principal (pues de lo contrario habría cooperación formal). Dicha presunción o conocimiento se desprende de las circunstancias especiales, de las tristes experiencias pasadas, de la participación de otras, en fin, de la directa manifestación de las malas intenciones del agente principal"127.
Este énfasis puesto en las circunstancias, a los efectos de precisar si cabe o no una condenación moral, no debe ser minimizado ni desatendido. Pues cuando el objeto y la intención de un acto pueden ofrecer vacilaciones para determinar con rigor su carácter moral o no, el análisis de las circunstancias sabe inclinar la balanza hacia un lado u otro de lo legítimo o ilegítimo. Aquí y ahora, en concreto, las circunstancias me han de dar la garantía de no estar contribuyendo a un pecado visible.
126-Cfr. Foro de Teología Moral San Alfonso María de Ligorio, Recensión a Fernando Cuervo, Principios morales de uso más frecuente.
Enseñanzas de encíclica Veritatis Splendor, Madrid, Rlalp, 1 995, http:/
/www.foromoral.com.ar/respuesta.asp?id=78.
127    Bernhard Háring, La íey...etc, ibidem.

SI dadas determinadas circunstancias de tiempo y espacio se nos pide que arreglemos un consultorio médico con trabajos de albanileía, no se podrá calificar al acto más que de bueno o nutro. Pero si quien nos encarga la tarea es un cirujano plástico dedicado a medrar inescrupulosa e irresponsablemente con la moda del rejuvenecimiento, las mismas circunstancias de tiempo y espacio descalifican moralmente nuestra tarea. Una rosa es poder desinvolucrarse de las ulterioridades maliciosas de un acto, porque desconozco el abuso que pueda hacer del misino aquel con quien estoy cooperando. Y otra cosa es que el acto que llevo a cabo ya me ofrezca la constancia, actual y presente, de que servirá para consumar un pecado o una inconducta. No es ocioso al respecto prestar atención a esta recomendación pontificia: "en tales colaboraciones [la de los católicos en el ejercicio de sus actividades económicas o sociales] procuren ante todo ser siempre consecuentes consigo mismos y no aceptar jamás compromisos que puedan dañar la Integridad de la religión o de la moral"128.
Ahora sí, salvedades hechas, podemos decir que la cooperación material sólo podría ser legítima en defensa de un bien superior o como obstáculo a un mal mayor, pero respetando a rajatabla el principio de que el fin no justifica los medios; y por lo tanto, no procurando jamás un buen efecto valiéndose de otros malos. Asimismo, al aplicar este principio, deberemos ser cuidadosos de no estar procurando una ventaja privada, ni de resultar movidos por el temor o por el oportunismo.
Pues bien, no somos expertos en teología moral. Quede dicho. No queremos parecernos ni a ciertos ultramontanistas ni a ciertos angelistas, sea que por vía de un rigor extremo los unos, o de una desencarnada visión los otros, llamen pecado a todo o se desentiendan del pecar, sencillamente porque se desentienden de vivir en la tierra. No es la nuestra una actitud escrupulosa que "impida hacer cualquier cosa de la que otro pueda aprovecharse para el mal". Es sí, una actitud coherente que impide llamar bueno a lo que es malo porque lo hacemos nosotros, como impide hacer lo que de un modo implícito o explícito entre en colisión con la recta doctrina y el obrar con-
Juan XXIII, Mater et Magistra, 239.
corde. Pero es el caso de aplicar lodo lo antedicho a nuestro tema específico, y la siguiente es nuestra breve conclusión:
a) Quien participa del sufragio universal se involucra en una mentira de funestas repercusiones para el Orden Social, pecando contra el Octavo Mandamiento. Se trata de una actuación o intervención consintiendo el pecado mismo, cual es el de la mentira dañosa. Agrava el daño la proyección que el mismo tiene sobre el bien común nacional, con lo que queda comprometida la virtud de la piedad, ligada al Cuarto Mandamiento. Eí acto de mentir es intrínsecamente malo; luego, la cooperación sería formal y no material.
b) La acción de sufragar, mediante la mentira universal del sufragio universal, no es moralmente buena o indiferente: es participar de un fraude, de una subversión, de una colosal estafa política, de una rebelión contra la recta escala de los bienes. Es fácil colegir además, que dadas las circunstancias que rodean al candidato, antes y después de las elecciones; concretamente la circunstancia de estar inserto en el sistema democrático frente al que tiene que rendir cuentas, el abuso que pueda hacer de mi concurso es inevitable. El acto de sufragar ya lleva ínsito la constancia de que contribuirá al
mantenimiento de la perversión democrática. Luego, la cooperación no sería meramente material sino formal.
c)El liberalismo es pecado. "La democracia moderna es la democracia clásica en estado de pecado mortal" I29) . Ser católico y ser liberal es, además, sumar al pecado del liberalismo el de la incongruencia. Los principios que acepto al aceptarlas reglas de juego del sistema liberal conspiran gravemente
contra la concepción católica de la política, y consuman el destronamiento intencional y demoníaco de Jesucristo. El abrazar o fundar un partido que públicamente no reniegue y efectivamente no haga rechazo de los principios del liberalismo -como la soberanía del pueblo, el derecho nuevo, el
constitucionalismo moderno, el sufragio universal, el laicismo
129 Jean Madiran, On ne se moque pas de Dieu, Paris, Nouvelles Editions Latines, 1957, p. 67.
intrgral etc- equivale a aprobar, patrocinar o impulsar dichos principios luego, la cooperación seríaJormal.
La solución es elegir no votar, para no votar pecando. Elegir a abstenerse de ser partícipe del sufragio universal y de cuanta impostura teórico-práctica el mismo conlleva. Elegir contra todas las formas de pragmatismo oportunista, la coherencia extrema. Preguntamos sin retórica a los malminoristas y católicos regiminosos: cuándo Paulo VI dijo que "el cristiano que quiere vivir su fe en una acción política concebida como servicio, no puede adherirse, sin contradecirse a sí misino, a sistemas ideológicos que se oponen, radicalmente o en puntos sustanciales, a su fe y a su concepción del hombre. No es lícito, por tanto, favorecer a la ideología marxista [pero] tampoco la ideología liberal"130, preguntamos sin retóricai, decíamos, cuándo se nos pide ser coherentes en política, y se nos recuerda que no es coherente ser liberal y ser marxista; ¿por qué seríamos coherentes y no pecaríamos contra esta clara advertencia moral, aceptando el sufragio universal, la soberanía del pueblo y todos aquellos principios ideológicos pregonados en común por liberales y marxistas? ¿Por qué si aceptamos lo sustancial de la Revolución, no nos convertimos en revolucionarios?...
5.- Una variante directa de la doctrina del mal menor, y en rigor una aplicación de la misma, es la propuesta de votar al candidato menos indigno. Esta polémica, en particu¬lar, sacudió a integristas y no integristas en la España de principios del siglo XX, con acusaciones recíprocas que exigieron la mediación de la misma Jerarquía, buscando echar algún paño frío en el inflamado ambiente.
El Padre Pablo Suárez, de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, desde los Cuadernos de La Reja dio a conocer parcialmente esta ilustrativa reyerta. Su nota -titulada Moralidad del voto a candidatos menos indignos- fue acogida por Panorama Católico131, en vísperas de las elecciones presidenciales del 28 de octubre de 2007 y, hasta donde sabe-
130-Paulo VI, Octogésima adveniens, 26.
131-Cfr.  http://www.panodigital.com/secciones/dos-interesantes-documentos-de-la-fsspx-sobre-las-elecciones-en-la-argentina.

mos, también por el n   214 de Tradición Católica. Madrid Febrero 2008.
Dos aclaraciones de los interesados en difundir este debate se impone respetar y aprovechar. La primera, es la que , aparece en el epígrafe del artículo original, cuando la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, sostiene que "la finalidad última y principal" del artículo de marras, es que "tengan todos presenil . que, ante el peligro de la religión o del bien público, a nadie le es lícito per manecer ocioso'. Porque ante la enormidad del ma, corremos el grave riesgo de renunciar a la acción, por pequeña que esta sea, por el bien común de la patria y de la sociedad Pero que de ningún modo es finalidad del escrito "alentar la participación de los católicos en la farsa electoral, porque si hay algo que fue llevando a los Estados cristianos a la catastrofe en que nos hallamos, fue creer imposible la resistencia a los dogmas republicanos de la Revolución".
La segunda aclaración procede del autor del ensayo, advirtiendo al comienzo del mismo que "para quien esto escribe, no es del caso convertirse en abanderado de ellas [se refiere a las notas de las que dará cuenta sobre la elección del candidato menos indigno), sino tan solo arrimar un dato más reputado importante que sirva como elemento de juicio subsidiario para encarar esta espinosa cuestión, con la cual ciertamente tienen que habérselas los católicos contemporáneos"132.
Aclaraciones hechas, la nota del Padre Pablo Suárez comenta dos escritos aparecidos en la revista madrileña Razón y Fe, durante los meses de octubre y diciembre de 1905. El primero es del Padre Venancio Minteguiaga, y se titula Algo sobre las elecciones municipales. El segundo -en apoyo del anteriores del Padre Villada, y se titula escuetamente De elecciones. En ambos campea una casuística por momentos agobiante, pues aunque procuran no salirse del ámbito doctrinal -esto es, el de la recta exposición de la legítima doctrina del mal menor- la ansiedad porque los católicos indiferentes de sus respectivos municipios hagan algo para evitar el triunfo de los protervos es
132 Queremos agradecer expresamente al Padre Pablo Suárez la deferencia que ha tenido, tanto al pasarnos su escrito original como al hacernos una diversidad de aportaciones posteriores, en sucesivas y bien sazonadas cartas.
tan grande a la postre, resulta una conminación inmedia mas que una dilucidación conceptual.
No negamos ni la intención ortodoxa de sendos clérigos españoles ni el sentido de la oportunidad de este despliegue casístíco que se vieron obligados a desarrollar, pues según nos inlorma el Padre Suárez, "la apatía y el retraimiento", sumados a "la falta de inteligencia y unión entre ellos", caracterizaban a los católicos de aquellos municipios hacia 1905, mientras que anarquistas, socialistas y liberales de todo pelaje mostraban una hostilidad creciente y virulenta contra la Religión y la Patria. Pero -insistimos- algo mediatizada por el sentido de por el sentido de la perentoriedad, la doctrina del mal menor predicada por Minteguiada y Villada -amén de algunas concesiones al catolicismo liberal- se enreda por momentos en un juego de reglas y incepciones difíciles de deslindar. Lo que prueba una vez más can delicado y peligroso es el tránsito por el que esta doctrina-malminorista se convierte en táctica electoral133.
Se define, por ejemplo, al "candidato menos indigno" como aquel que menos hostilidad persecutoria manifiesta hacia lo Iglesia, en contraste con el "candidato más hostil a la Religión". ¿Pero es que acaso ese "conformarse cada vez con menos" que define a la tibieza, debe llevarnos a optar entre quienes apenas si incediarían los templos, de triunfar electoralmente, contra aquellos otros que además violarían a las religiosas y torturarían a los monjes? ¿Desde cuándo la indigni-
133"[...] El apreciar a cada caso cuál es mayor mal o bien relativo no siempre es fácil y, por consiguiente, así los electores como también los Jefes de partido, y éstos quizás más que los primeros, deben consultar en caso de duda a personas doctas y piadosas y, a poder ser, de autoridad en la Iglesia que, bien informadas del caso en las diversas combinaciones lícitas que pueden ocurrir, sin pasión política y guiadas por el amor sincero y más sólido bien de la Religión y de la Patria, serán las mejores dispuestas para formar y emitir un juicio prudente". Son palabras del Padre Villada en su artículo De elecciones. Cfr. Padre Pablo Suárez. Moralidad del voto...etc, ibidem. No queremos extremar las cosas, pero estos sensatos requisistos para discernir el mal menor en una elección concreta, no parecen estar hoy a nuestro alcance en la Argentina, por lo menos a la hora de buscar "personas doctas y piadosas y, a poder ser, de autoridad en la Iglesia". Lamentablemente, si son lo uno -doctas y piadosas- no son lo otro: autoridades en la Iglesia.
dad -cualquiera sea el grado que tenga- se nos ofrece corno materia de elección voluntaria? ¿Desde cuándo, incluso, y como lo señalara no sin remordimientos el mismo Villada, se le ofrece como alternativa a "una tierra de laudable tenacidad y santa intolerancia contra herejes, moros y turcos"? ¿Cómo controlar que la indignidad menor no derive en mayor, inexorablemente, si precisamente la regla natural de todo vicio es que empiece siendo pequeño al principio para convertirse en grande al final? ¿A qué considerar hostilidad menor o mayor contra la Fe? ¿León Ferrari con sus múltiples exposiciones sacrilegas auspiciadas por el poder político, es menos indigno que la abortista Argibay, miembro de la Suprema Corte de Justicia? ¿Bonafini profanando la Catedral de Buenos Aires es menos indigna que Kirchner suprimiendo las capellanías castrenses? ¿La candidata Carrió, con su enorme crucifijo sobre el pecho, apoyando la causa de progresistas, invertidos y masones, es menos indigna que Estela Carlotto enrolada explícitamente en la guerra revolucionaria marxista? ¿Los católicos liberales son menos indignos que los comunistas? ¿Quienes divinizan a la democracia resultan peores que aquellos que la critican bajo cuerda, pero se avienen a entrar públicamente en su juego? ¿Los que mercan por oficio con el sistema, porque "su dios es su vientre", son más indignos que aquellos que gritaban "¡Dios y Patria o muerte!" y se vendieron por un plato de lentejas?
Se le pide además al católico -y es otro ejemplo del enredo casuístico al que aludíamos- que vote al menos indigno "sin mala intención", sino "únicamente con la intención manifiesta de rechazar y de evitar a toda costa la elección del candidato más hostil a la Religión". Que en este caso "elegir lo menos malo es elegir lo bueno", "con tal de que no se apruebe nada de malo en el candidato indigno". No podemos evitar la sensación de estar ante un verdadero galimatías. ¿Quién tiene el intenciómetro para medir las propias o ajenas intenciones y sabernos a salvo de cooperaciones formales con el mal? ¿Cómo hago pública que mi intención es buena, para no confundir a los demás y dar escándalo, toda vez que me ven elegir a un indigno, cualquiera sea el porcentaje de indignidad que posea? (Recuérdese que uno de los requisitos del malminorismo enunciado por el mismo Padre Minteguiaga, es que se pueda "evitar debidamente" al aplicárselo "el escándalo que hubiere ¿Como hago para no arrastrar a otros a la confusión, y evitar el horrible daño posterior, si el menos indigno se mostró como tal nada más que para obtener inescrupulosamente mis votos? El mismo Padre Minteguiaga reconoce que "las elecciones no son más que una mentira y una farsa de mal género", llenas "de coacciones, fraudes, amaños y chanchullos". Que el candidato elegido sea menos indigno, significa -valga la redundancia- que tenga menos indignidad. Esto es que tenga menor bajeza, injusticia, ruindad o abyección. ¿Cómo será "elegir lo bueno" y "no aprobar nada de malo", eligiendo a alguien cuya "virtud" consiste en tener menos vicios?.
Se le enseña asimismo al católico -y vamos por el tercer ejemplo de lo que juzgamos es una casuística enredosa- que al menos indigno al que se le da el voto, se lo pone "en ocasión de abusar de su oficio" como ser "al concejal o al diputado" elegido. Como se le da ocasión de pecar al usurero si se le pide un préstamo, o de asesinar a quien se entrega armas previendo que va a abusar de ellas. Pero en este poner en ocasión de una malicia o ponerse uno mismo no habría falta, pues se hace "para obtener un bien relativo propocionado, como es evitar un daño mucho mayor que haría el más indigno". Algo así como combatir la inundación con agua o la insolación tomando sol. Es cierto que hay diferencias entre la causa y la ocasión de pecar: que mientras la primera es intrínseca a la voluntad desviada, la segunda se presenta como algo extrínseco. Pero rechazar las ocasiones de pecado nos está moralmente exigido, y es además posible, por aquello de que "qui tenelur adjlnem, tenetur ad media", es decir, quien puede poner un límite respecto del fin, también puede limitar los medios para obtenerlo. En este caso, se entiende, estamos hablando de un fin malo que habría que limitar, empezando por poner límites a los medios que me puedan conducir a él. También se sabe que no son idénticas las ocasiones próximos que las remotas de un pecado: y que estas últimas no implican una amenaza inminente. De cualquier manera -continua o discontinua- una ocasión próxima me involucra directamente en el peligro de pecar, no hace del pecado algo remoto, y por lo tanto resulta desaconsejable. ¿Qué seguridad tengo de que poniendo al menos indigno en ocasión de ser el más indigno, no lo hará, efectivamente, y sólo se conformará con ser el menos indigno por respeto a mi condición de simple cooperador material? ¿Que seguridad tengo de que mi voto entregado al menos indigno no es mi propia ocasión próxima de pecado, si en definitiva estoy queriendo impedir un grado de liberalismo con otro grado de liberalismo, ignorando que todos los grados se concatenan fatalmente entre sí? ¿Por qué se recuerda con encomio la "laudable tenacidad y santa intransigencia", y después se pide la negociación pusilánime con el verdugo de Cristo más amable y elegante?
Escuchemos una vez la voz de San Pío X: "Están pues muy equivocados los que creen y esperan para la Iglesia, un estado permanente de plena tranquilidad, de prosperidad universal, y un reconocimiento práctico y unánime de su poder, sin contradicción alguna; pero es peor y más grave el error de aquellos, que se engañan pensando que lograrán esta paz efímera, disimulando los derechos y los intereses de la Iglesia, sacrificándolos a los intereses privados, disminuyéndolos injustamente, complaciendo al mundo "en donde domina enteramente el demonio", con el pretexto de simpatizar con los fautores de la novedad y atraerlos a la Iglesia, como si fuera posible la armonía entre la luz y las tinieblas, entre Cristo y el demonio. Son éstos, sueños de enfermos, alucinaciones que siempre han ocurrido y ocurrirán mientras haya soldados cobardes, que arrojen las armas a la sola presencia del enemigo, o traidores, que pretendan a toda costa hacer las paces con los contrarios, a saber, con el enemigo irreconciliable de Dios y de los hombres"134.
Más allá de estos reparos nuestros al enredo casuístico de las notas de Minteguiaga y Villada, hay que comprender el contexto en el que fueron escritas. Cansados de los malminoristas -confundidos muchas veces con los católicos liberales-los principales representantes del integrismo tenían sus motivos cuando acusaban a los artículos de aquellos jesuítas de Razón y Fe de fomentar la confusión y la contemporización con el error. "Sorprende que haya hombres como el Padre Minteguiaga" -decía Nocedal en uno de sus alegatos- "capaces de pensar y sostener que, con agregarle una gota de agua pura,
134-San Pío X, Communium rerum, 14.
se puede beber con confianza una copa de veneno, cuando hasta los niños de teta saben que basta una gota de veneno para convertir en tósigo mortal una copa de agua purísima"135 De las mismas e intransigentes filas pusieron en evidencia que, en un opúsculo anterior titulado Casos de conciencia sobre el liberalismo, el Padre Villada había sostenido la posición contraria a la que ahora sostenía; y en las vigorosas páginas de El Siglo Futuro se agregaba: "En 1872 había en Francia 81.951 personas empadronadas que no profesaban ninguna religión: hoy asciende su número a varios millones. ¡Oh delicias de la transigencia y del mal menor!" [...] ¡Monstruosa teoría del mal menor! ¿Cuándo dejarán estos mestizos de mancillar los santos nombres de español y católico? [... ] El Padre Villada no debió resucitar esa teoría para favorecer únicamente a los enemigos de Dios, a los que militan en las filas del condenado catolicismo liberal y perjudicar a los católicos sanos"138.
A la carga contra Minteguiaga y Villada, y vapuleando sus posiciones, sentenciará Nocedal en la más conocida de sus obras sobre la materia: "No, con el mal menor las órdenes religiosas no vivirán, o vivirán con vilipendio, en la dependencia del poder civil [...]; esto es, lo mismo y peor que con el mal mayor. La única manera de que las órdenes religiosas y el clero todo, y la Iglesia de Dios vivan en España, tengan libertad y triunfen, no es ponerse en las garras de los partidos liberales, mejores o peores, sino al contrario, unir a los católicos en el amor de la verdad íntegra, en el odio a todo mal [y que luche contra] todos los partidos liberales [...] hasta vencerlos y exterminarlos [...]Jamás puede ser lícito favorecer a ningún partido liberal, por manso, hipócrita y pérfido que sea"137.
Si alguien quisiera atemperar estos reparos integristas, que ciertamente no nos parecen antojadizos sino atendibles, podría sostener que la situación no era promisoria en 1905.
135- Cit. Por M. Arboleya Martínez, Oirá masonería. El integrismo. Contra la Compañía de Jesús y contra el Papa, Madrid-Barcelona-Buenos
Aires, Compañía Ibero Americana de Publicaciones Mundo Latino, 1930, p. 257-258.
136- Ibidem, p. 259-260.
137- Ramón Nocedal, El mal menor, en sus Obras Completas, vol. III, Madrid, Imprenta de Fortanet, 1909, p. 250, 251 y 95.

rodeada la vida política española de ideologías extrañas a la Verdad, y ganados los creyentes por las discordias o el indiferentismo. Lo cierto es que el debate trajo su revuelo, obligando también a que instancias superiores a los protagonistas del mismo intervinieran para dar su veredicto. Y que Roma no quiso echar más leña al fuego, inclinándose más bien por moderar las controversias. Como pasa siempre que se quiere moderar, los especialistas en mitigar la verdad salen favorecidos, y los intransigentes no quedan enteramente bien parados.
Fue así que el mismísimo San Pío X, el 20 de febrero de 1906, remitió una carta sobre el tema al Obispo de Madrid, la cual a nuestro juicio -y a pesar de que fue usada por aquellos aludidos mitigadores profesionales de la verdad- es el aporte más aprovechable que nos deja este episodio.
San Pío X campea por encima de la disputa suscitada por las notas de Razón Española. No se inclina por la doctrina del mal menor ni por el principio del doble efecto, sino por un consejo prudencial aplicable a un tiempo y a un espacio determinado. Afirma que la doctrina del mal menor comunicada por Minteguiaga y Villada nada contiene "que no sea enseñado actualmente por la mayor parte de los Doctores de Moral", y llama a los católicos a deponer "las antiguas discordias de partido" para luchar en beneficio material y espiritual del país. Ninguna casuística asoma en su carta al Obispo, ni preceptiva que cueste descifrar, ni longitud de palabras innecesaria. Ninguna táctica malminorista ni tibieza de procederes. "Tengan todos presente" -dice- "que ante el peligro de la religión o del bien público, a nadie es lícito permanecer ocioso". "Es menester que los católicos [...] dejados a un lado los intereses de partido, trabajen con denuedo por la incolumidad de la religión y de la patria". Es decir: no al abstencionismo o neutralismo político, y no al partisanismo disociador.
En consecuencia -y condescendiendo a un terreno más acotado y operativo, puesto que para eso había sido consultado- será aceptable y deseable, sostiene, que "tanto a las asambleas administrativas como a las políticas o del reino vayan aquellos que, consideradas las condiciones de cada elección y las circunstancias de los tiempos y de los lugares,|...] parezca que han de mirar mejor por las intereses de la religión y de la patria en el ejercicio de su curgo publico". Si hay que elegir, pues, en ámbitos municipales o locales, a quienes tengan que desempeñarse en asambleas administrativas o políticas, el consejo prudencial del Pontífice es muy claro. No a los males menores ni a los menos Indignos, sino a aquellos que "han de mirar mejor por los Intereses de la religión y de la patria en el ejercicio de su cargo público".
De todos modos, corre por cuenta de quien no sepa proporcionar las cosas, conferirle a este buen consejo pastoral de San Pío X, el carácter de dogma de fe.
6.- Al margen de estas muy necesarias consideraciones doctrinales que venimos haciendo, hay algo de orden práctico sobre el mal menor -tal vez demasiado ligado a la "viveza argentina"- que también es necesario aclarar. Porque la verdad sea dicha, con alguna pudibundez: entre nosotros el mal menor no se ha presentado nunca como un objeto de dilucidación moral, sino como una vulgar táctica para alzarse con alguna cuota de poder, esgrimida por aquellos a quienes repugna todo abstencionismo, pero ninguna mella les hace la grave prevención etica que pesa sobre el relativismo y el pragmatismo'138.
Malminoristas resultan así los que han pretendido "entrar en el sistema para cambiarlo desde adentro". Terminaron subsumidos y tragados por el mismo, cuando no rentados y alquilados a onerosos precios. Los que -como
138"Un país con 700 partidos es un país excéntrico, por decir lo menos [...] Dicha cifra [...] es la resultante de la laxitud extrema del sistema en vigor. Aunque parezca mentira, un fenómeno de tal dimensión está fundado no en la inverosímil diversidad de ideas que pueda campear en la ciudadanía argentina, sino en una caudalosa e insumergible picaresca entrenada en obtener con ardides provechos personales de las arcas del Estado. A costa de éste funcionan, en efecto, remedos de partidos que constituyen, en realidad, cajas recaudadoras de verdaderas empresas familiares, como se comprueba con la coincidencia entre el domicilio de sus autoridades y el de las organizaciones con personería para actuar en competencias electorales". Editorial, Un sistema de partidos enfermos. La Nación, Buenos Aires, 2 de marzo de 2008. p. 34.
descubridores del Mediterráneo- descubrieron un día que podían aprovecharse de la estructura de algún partido mayoritario para capitalizar sus votos. El partido mayoritario los usó, los descartó, y siguió naturalmente su curso de iniquidades.
Los que "entristas" o "foquistas", se metieron camouflados en la partidocracia, se aliaron con ella o buscaron cierta posibilidad tangencial de triunfar electoralmente, como furgón de cola de algún movimiento masivo, sumaron a la mentira del partido en que se infiltraban, la mentira inherente que toda infiltración supone, respondiendo así a un mal con otro mal, sin demasiados escrúpulos. Adoptan los métodos de los hijos de las tinieblas queriendo conservarse hijos de la luz. No tardan mucho en parecerse a los métodos que adoptan.
*Los que dicen practicar la reserva mental, valerse de los mismos recursos de los enemigos (como si fuera legítimo emular al mal), y nos repiten para tranquilizarse que todo es cuestión de "sacarse de encima ahora lo que más molesta, y después veremos", confunden la sagacidad con la astucia, se rinden a la forma mentís pragmatista del adversario, y el potencial "después veremos" se transforma en un ahora y eternamente transigimos con el mal. Hacen un paréntesis con el deber de hablar claro para conquistar espacios de poder; si al fin lo conquistan, ese mismo paréntesis los vuelve viles e insolventes para la misión testimonial. Como el que es fiel en lo poco será en lo mucho fiel, también sucede con el desleal en aparentes cosas pequeñas: suele acabar cometiendo felonías mayúsculas.
*Los que han intentado conciliar un supuesto testimonio católico dentro del Régimen con la incompatibilidad que el mismo ofrece al católico serio, se olvidaron de la enseñanza aristotélica, según la cual, en toda comparación entre lo bueno y lo malo sufre lo bueno; y de la enseñanza teresiana que nos pide preferir la Verdad en soledad al error en compañía. Contaminaron lo bueno y sentaron el triste precedente de que hasta las ideas son negociables, como enseñaba el indigno John Dewey. Pierden las elecciones y pierden la coherencia. ¿Cuál es la ganancia? ¿Lo que el Estado paga por voto, aunque se salga último en el escrutinio?
*Los que contemporizaron con el error, callando verdades sustantivas, jurando decirlas a posteriori, una vez alcanzada la victoria clectoralista, cuando la alcanzaron, el grado de compromiso establecido con el error y el deseo de conservar el puesto conquistado, les impidió toda actitud testimonial. Se olvidan de que la omisión de una verdad necesaria es tanto o más grave que la emisión de una mentira; y a la postre constatan la amarga validez de lo que gustaba repetir el Padre Eliseo Melchiori: "cuando nos ponemos a gitanear siempre nos ganan los gitanos verdaderos".
*Los que arman "partidos de los buenos" para "votar en positivo", y enredan o arrastran a los buenos a vulnerar cada uno de los principios rectores de la concepción católica de la política, mimetizándose con el sistema y aprobando el examen de educación democrática: son albañiles de la torre de Babel, comensales del banquete revolucionario, interlocutores válidos de la modernidad, piezas ajustables de la república plural y sincretista, alumnos dóciles y mansos -ya lo hemos dicho-puestos en la fila y esperando el turno correspondiente, para aprobar el examen de educación democrática. Son liberales, lo sepan o no.
No juzgamos las intenciones de nadie, pero los frutos están a la vista y no pueden negarse. Amén de la ineficacia de tantos aprendices de Maquiavelo -que renuncian a los principios en pos de los resultados, y se quedan sin resultados y sin principios- lo concreto es que, cada uno a su turno, todos estos intentos malminoristas, terminaron consolidando el mal mayor, que es la democracia. Por eso, ya no como doctrina -que no negamos- sino como táctica, la verdad es que el mal menor sólo ha sido funcional al mal mayor. Por consiguiente, la decisión de no aceptar esta táctica, no es un mero prurito purista personal sino una conducta ligada a la preservación del bien común. Si para combatir a Belcebú terminamos convertidos en Luzbel, socios de Mamón o consensuadores de Asmodeo, el infierno ya no son los otros, como diría Sartre. Somos nosotros mismos.
El Abba Matoes, uno de los Padres del Desierto, predicaba que el demonio sabe alimentar el alma de quien se inclina al mal, entregándole ocasiones precisamente a aquella parte inferior propensa a la inclinación. Santo Tomás, a su debido tiempo, aclaró que lo que se pone al final al construir, será lo primero que se ha de voltear al destruir. Y San Juan de la Cruz repetía que un pájaro es esclavo y no puede volar, sea incapaz de romper un hilo delgado o la gruesa cadena que lo tiene sujeto. Quiere decir esto que hay una especie de predilección demoníaca por el mal menor. Nuestra "partecita" moral apenas inclinada al desorden, el demonio la inclina por completo y gradualmente. Nuestra cadena pequeña él la prefiere a la gruesa, pues sabe que al fin de cuentas igual nos inhibe de desplegar las alas, y se nota menos. Nuestro detalle menudo con el que terminamos la construcción de la vida espiritual, es lo primero que él destruye. "El demonio nunca nos propondría de entrada un tremendo mal, grande y patente, que, en frío, la sola idea de cometerlo nos causaría repugnancia. Pero uno pequeño, un peldaño abajo, el comienzo de una escalera que no sabemos hasta dónde podrá llevarnos, esa sí, es una propuesta para la que generalmente no estamos prevenidos con tanta fuerza"139.
Como en la partida del trile -con cartas o con dados-existe un trilero: esto es, un profesional del engaño, que nos hace creer que es fácil ganar. Cuando alentados por los "éxitos" del trilero intervenimos en pos del triunfo seguro, barajas o dados ganadores desaparecen y sólo nos queda la derrota, más la ridicula sensación de haber sido engañados. Tal lo que hace la democracia con los malminoristas. Es que el mal nunca termina donde comienza y se dispara más lejos de lo que nos parece al comienzo. El mal no se contenta con ser circunstancial o pasajero, y cuando se presenta como menor en el terreno político suele estar agazapando ulterioridades más negativas aún. Porque "la democracia liberal es una corrupción en sí misma y avanza hacia toda clase de corrupciones"140.
Entonces, hay que olvidarse de la táctica del mal menor, funcional al mayor, como decimos; y mal al fin, con diferencia de grado, no de naturaleza. Hay que trabajar por el bien posible.
"Pocas cosas" -dice Ramiro de Maeztu- "muestra la historia con claridad mayor que la imposibilidad de acomodarse
139- Cfr. Miguel Cruz, De los vicios a las virtudes, Tucumán. Grupo del Tucumán, 1994, p. 7-8.
140- Cfr. Eulogio Carrizo. El liberalismo ¿ha fracasado?, Buenos Aires, Iction, 1981, p. 74.
con el mal para evitar males mayores. El mal surge en la historia para que lo combatamos. En cuanto intentamos acatarlo para evitar males mayores' estamos perdidos, porque el mal no es nunca limitado. El mal que aparece lleva siempre detrás de sí un mal mucho mayor que no se muestra sino cuando tiene confianza en el triunfo. El mal asoma la puntita de un alfiler tan solamente para que lo toleremos. En cuanto consigue hacerse perdonar, enseña detrás del alfiler un puñal de Toledo, y detrás del puñal toledano todos los ejércitos de la Rusia roja. Siempre ha sido lo mismo. ¿Qué hubiera ocurrido con el Cristianismo si Nuestro Señor hubiera preferido acatar a Caifas y entenderse con él? ¿Qué hubiera sido de nuestra Reconquista Ni nuestros padres hubieran preferido aceptar el dominio de los moros?"141.
Don Ramiro, al fin, y colocando por delante la autoridad tio Eugenio Vegas Latapié -con su formidable Historia de un fracaso- pone como ejemplo de catástrofe estrepitosa del mal menor, el "raillement" de León XIII, y contrariamente a los pesimistas de la Generación del '98, aconseja "no meter al Cid en el sepulcro ni dejar de cabalgar"142. No es casual que los católicos liberales, regiminosos y malminoristas tengan al raillerment como dogma de fe, y obren como si después la Iglesia no hubiese tenido que lamentar sus amargos frutos de perdición.