POR EL DR. ANTONIO CAPONNETTO
CAPITULO-2-
LOS PRINCIPIOS OLVIDADOS
"¡El
sufragio universal es la mentira universal! "..."Del sufragio
universal se ha hecho arma de partido; bajo este punto de vista ni
nombrarlo nos dignaríamos. Pero el sufragio universal es hoy, más que
todo, base de un sistema filosófico en oposición a los sanos principios
de derecho y de Religión [...] y constituye la esencia de lo que se ha
querido llamar derecho nuevo, como si el derecho fuese tal si no es
eterno". Se trata, en suma, de una "sucia quisicosa", cuyo punto de
partida es "admitir como dogma filosófico la infalibilidad de las
turbas".
Félix Sarda y Salvany, La mentira universal, mayo, 1874.
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..."una democracia que llega al grado de perversidad que consiste en atribuir en la sociedad la soberanía al pueblo".
San Pió X, Notre charge apostolique.
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..."la vida de las naciones se halla disgregada por el culto ciego al valor numérico".
Pío XII,
===============================================================
La organización política mundial, del 6 de abril de 1951,
"El Estado liberal, jacobino y democrático edificado sobre el hombre egoísta y el sufragio universal, han permitido que la riqueza del poder Soberano de la Nación haya sido reemplazado por el poder de la riqueza sin Dios y sin Patria. La plutocracia internacional a la sombra de la llamada soberanía popular, mediatiza a los poderes públicos y explota a las naciones". "La soberanía popular comporta una real subversión atea y materialista, por cuanto sustituye a la soberanía divina, y se postula como un principio absoluto e incondicionado"...
Jordán Bruno Genta
Félix Sarda y Salvany, La mentira universal, mayo, 1874.
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..."una democracia que llega al grado de perversidad que consiste en atribuir en la sociedad la soberanía al pueblo".
San Pió X, Notre charge apostolique.
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..."la vida de las naciones se halla disgregada por el culto ciego al valor numérico".
Pío XII,
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La organización política mundial, del 6 de abril de 1951,
"El Estado liberal, jacobino y democrático edificado sobre el hombre egoísta y el sufragio universal, han permitido que la riqueza del poder Soberano de la Nación haya sido reemplazado por el poder de la riqueza sin Dios y sin Patria. La plutocracia internacional a la sombra de la llamada soberanía popular, mediatiza a los poderes públicos y explota a las naciones". "La soberanía popular comporta una real subversión atea y materialista, por cuanto sustituye a la soberanía divina, y se postula como un principio absoluto e incondicionado"...
Jordán Bruno Genta
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CAPITULO-2-
LOS PRINCIPIOS OLVIDADOS
-VI-
Un católico no puede integrar la partidocracia
TE
TEMAS 1-2-3-4
1-
Los partidos políticos son el fruto de la destrucción del sistema
tradicional de representación y de participación política, basado en las
instituciones naturales.
----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
2.-Los partidos conspiran contra la justicia, principalmente contra la justicia distributiva.
----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
3.-Los
partidos políticos -como una extensión y manifestación natural del
liberalismo al que encarnan y sirven- no sólo parten de la aceptación de
todas las ficciones ideológicas precedentemente analizadas, sino que
exhiben su existencia como garantía del funcionamiento del sistema, como
los medios y los remedios para que el Régimen pueda coronar con éxito
su estabilidad.
----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
4.-
Los partidos políticos no representan al pueblo, ni lo que el pueblo
pudiera hacer a través de ellos debe considerarse verdadera
participación política.
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Con
los partidos políticos ocurre algo similar a lo que venimos diciendo
sobre la democracia. Hay una crítica válida aplicada al estar, a la
conflictiva coyuntura actual que los descalifica, a su defectuoso
funcionamiento concreto, al generalizado descreimiento de que son objeto
y hasta a las desafiliaciones o desafectaciones masivas que padecen hoy
sus cuadros. Para cualquier persona decente, decir en la actualidad
"partidos políticos", equivale a mentar un objeto pasible de las peores
sospechas cuanto no de las más repugnantes acciones. Ni convocan a las
juventudes, ni satisfacen a los adultos, ni comunican fiabilidad al
hombre común, ni resultan garantía alguna de bienestar general.
Percibidos como simples negocios, como ocasión de prebendas múltiples y
rápidos posicionamientos financieros, si algún prestigio gozaron otrora
al calor de ciertas militancias en boga, han devenido al momento en
reductos indignos para abrigo de figurones intercambiables.
El fenómeno es universal y se ha acentuado en las últimas décadas, hasta el punto de que su imperioso análisis ocupa hoy un papel destacado y casi obsesivo en los trabajos de Investigación de sociólogos, politólogos y consultoras de opinión49 . De allí cierto inevitable estupor que nos causa el espectáculo de aquellos católicos dedicados a lanzar o a integrar partidos políticos, pues no solamente se niegan a recordar los principios doctrinales que no deberían ser traicionados, sino que se niegan a algo mucho más obvio como es la constatación empírica del extendido descrédito partidista. Se puede no fabricar carretas por razones de principios. Pero quienes no crean en ellos, o no estén dispuestos aguardarle fidelidad podrían hoy no fabricarlas teniendo en cuenta que nadie confía en ellas para trasladarse de un sitio al otro.
El fenómeno es universal y se ha acentuado en las últimas décadas, hasta el punto de que su imperioso análisis ocupa hoy un papel destacado y casi obsesivo en los trabajos de Investigación de sociólogos, politólogos y consultoras de opinión49 . De allí cierto inevitable estupor que nos causa el espectáculo de aquellos católicos dedicados a lanzar o a integrar partidos políticos, pues no solamente se niegan a recordar los principios doctrinales que no deberían ser traicionados, sino que se niegan a algo mucho más obvio como es la constatación empírica del extendido descrédito partidista. Se puede no fabricar carretas por razones de principios. Pero quienes no crean en ellos, o no estén dispuestos aguardarle fidelidad podrían hoy no fabricarlas teniendo en cuenta que nadie confía en ellas para trasladarse de un sitio al otro.
49-
Cfr. A modo de ejemplo ilustrativo -y sobre todo por la amplia
bibliografía citda al respecto- el ensayo de Julio Alvárez Sabogal,
Crisis de los partidos políticos en América Latina,
http://www.monografias.com/trabajos36/crisis-partidos-politicos/crisis-partidos-politicos.shtml.
En
la Argentina, el panorama es aún más grotesco, y viene de lejos. Era el
año 1938 -por marcar algún hito- cuando el Padre Castellani describió
en Su Romance de la patria bella el hartazgo de los "politiqueros y
comités / y los partidos tan igualitos como porotos / quítate tú que me
pongo yo/ porque soy más guapo / y la gran farsa de echar los votos".
Pero fue algo más recientemente, el 21 de octubre de 2001, que una voz
emanada del núcleo mismo del sistema, la de Eduardo Duhalde, sorprendió
al periodismo con unas declaraciones tan veraces cuanto lapidarias:
"Tenemos un oficialismo que está desarticulado y un partido de oposición
inorgánico y fraccionado. Somos una dirigencia de mierda en la que me
incluyo. Éste es mi pensamiento. Y la gente dice cosas peores de
nosotros: nos llaman corruptos, delincuentes, incapaces, mediocres,
vendepatrias... Todos los calificativos que usted quiera. Esto es lo que
la gente piensa de la clase política". Obsceno y verídico retrato ante
el que resulta de una extrema ridiculez la iniciativa de la Cámara
Nacional Electoral, lanzada hacia fines del año 2007, de crear un
Consejo Consultivo de los Partidos Políticos para paliar en algo el
generalizado repudio de una sociedad hacia sus partidócratas abyectos.
La hez no puede ser barrida por personajes salidos y alimentados del
mismo estercolero. La causa de la suciedad no puede causar a la vez la
pulcritud y el decoro.
Todo esto es muy significativo e importante, y prueba con hechos la nocividad de la teoría democrática y partidocrática que tamaña praxis engendra.
Pero no deja de ser una crítica per accidens.
Hay cuestiones de fondo para cuestionar la existencia y la naturaleza misma de la partidocracia, que surgen de las olvidadas enseñanzas clásicas y católicas, y que brevemente pasamos a exponer.
1- Los partidos políticos son el fruto de la destrucción del sistema tradicional de representación y de participación política, basado en las instituciones naturales. El triunfo de la Revolución y de la Modernidad -con su consiguiente lucha contra todas las manifestaciones del Orden Natural- significó la extinción deliberada de los cuerpos intermedios; de esos diversos y múltiples organismos vivos que vinculan a los hombres entre sí, y le sirven a la par que como antídoto para evitar su aislamiento- como puente frente al poder del Estado.
Considerado el sujeto como simple individualidad; unido a otros sólo por la ilusión de un pacto o de un contrato social; desarraigado de sus sociedades naturales; desamparado frente al Estado; convertido en un número equivalente a un voto, era catastróficamente lógico que irrumpieran los partidos como nucleamientos ideológicos y artificiales para alzarse con el monopolio de la representatividad pública. Fue el golpe de gracia contra la Ciudad Cristiana.
Porque en los cuerpos intermedios, el hombre, amén de encontrar su natural encepamiento y su refugio, y su proteción y representación ante la máxima autoridad, encontraba u sitio en la escala social, su posicionamiento jerárquico en pirámide institucional. Formaban, como gráficamente lo ha dicho Wilhelmsen, una red de organismos vivos, emanados en un siglo exclusivamente cristiano, que engarzaban todas las dimensiones de la existencia humana, organizados por los mismos pueblos, espontáneamente, para defenderse y crecer tanto en lo económico como en lo social y espiritual50.
Los partidos, en cambio, aspiran por definición a convertirse en el Estado mismo, a constituirse en el poder central y hegemónico. Usado el ciudadano como sufragante, queda en el oIvido después por ese mismo instrumento ideológico que le quitó los cuerpos intermedios y que no está preparado, ni le interesa estar, para actuar como tal. "La libertad política", entonces, nos dice el precitado Wilhelmsen, "no nació con el sistema de partidos del liberalismo del siglo XVIII y del siglo IXX51; antes bien les fue quitada a los hombres y a las sociedades por esta maquinaria atroz de manipular a las
masas, que es la votocracia del régimen de partidos.
2.-Los partidos conspiran contra la justicia, principalmente contra la justicia distributiva. Porque por su condición inherente defienden la parte, la sección, el segmento; y cuando esa
Todo esto es muy significativo e importante, y prueba con hechos la nocividad de la teoría democrática y partidocrática que tamaña praxis engendra.
Pero no deja de ser una crítica per accidens.
Hay cuestiones de fondo para cuestionar la existencia y la naturaleza misma de la partidocracia, que surgen de las olvidadas enseñanzas clásicas y católicas, y que brevemente pasamos a exponer.
1- Los partidos políticos son el fruto de la destrucción del sistema tradicional de representación y de participación política, basado en las instituciones naturales. El triunfo de la Revolución y de la Modernidad -con su consiguiente lucha contra todas las manifestaciones del Orden Natural- significó la extinción deliberada de los cuerpos intermedios; de esos diversos y múltiples organismos vivos que vinculan a los hombres entre sí, y le sirven a la par que como antídoto para evitar su aislamiento- como puente frente al poder del Estado.
Considerado el sujeto como simple individualidad; unido a otros sólo por la ilusión de un pacto o de un contrato social; desarraigado de sus sociedades naturales; desamparado frente al Estado; convertido en un número equivalente a un voto, era catastróficamente lógico que irrumpieran los partidos como nucleamientos ideológicos y artificiales para alzarse con el monopolio de la representatividad pública. Fue el golpe de gracia contra la Ciudad Cristiana.
Porque en los cuerpos intermedios, el hombre, amén de encontrar su natural encepamiento y su refugio, y su proteción y representación ante la máxima autoridad, encontraba u sitio en la escala social, su posicionamiento jerárquico en pirámide institucional. Formaban, como gráficamente lo ha dicho Wilhelmsen, una red de organismos vivos, emanados en un siglo exclusivamente cristiano, que engarzaban todas las dimensiones de la existencia humana, organizados por los mismos pueblos, espontáneamente, para defenderse y crecer tanto en lo económico como en lo social y espiritual50.
Los partidos, en cambio, aspiran por definición a convertirse en el Estado mismo, a constituirse en el poder central y hegemónico. Usado el ciudadano como sufragante, queda en el oIvido después por ese mismo instrumento ideológico que le quitó los cuerpos intermedios y que no está preparado, ni le interesa estar, para actuar como tal. "La libertad política", entonces, nos dice el precitado Wilhelmsen, "no nació con el sistema de partidos del liberalismo del siglo XVIII y del siglo IXX51; antes bien les fue quitada a los hombres y a las sociedades por esta maquinaria atroz de manipular a las
masas, que es la votocracia del régimen de partidos.
2.-Los partidos conspiran contra la justicia, principalmente contra la justicia distributiva. Porque por su condición inherente defienden la parte, la sección, el segmento; y cuando esa
Federico Wilhelmsen, La evolución de los cuerpos intermedios, Buenos Aires. Cruz y Fierro, 1967, p. 11, 13, 14.
Ibidem, p. 16.
parcialidad o bando se hace cargo del Estado, el Estado mismo se convierte en instrumento de la división y del divisor triunfante, lesionando así gravemente la práctica del bien común.
De la mano de Santo Tomás, se ha preguntado Pieper con su habitual hondura, cómo será posible en la democracia cumplir con el requisito de la justicia distributiva, cuando los electores "apenas si intervienen una sola vez y como individuos aislados" en la opción por alguno de los candidatos partidarios, y cuando "el representante del todo social [electo] es de suyo, al mismo tiempo, en una medida considerablemente mayor, representante de los intereses de grupos o individuos particulares". Cómo será posible "administrar el bien común a todos", si en "la estructura de la democracia", el elegido y el elector constituyen un binomio que declara explícitamente "estar interesado en la satisfacción de su derecho particular. Así, pues, el problema de la moderna democracia de partidos es, concretamente hablando, el de demostrar cómo un partido puede no ser partidista [... ] Se impone la necesidad de llamar la atención sobre el problema y el riesgo específico que aquí se oculta [...] Aquí se ponen de manifiesto los límites de la democracia como forma determinada de gobierno o de administración del bien común [...] y la limitación interna de la democracia"52. Esta incapacidad para la justicia distributiva no debe sorprendernos, pues bien miradas las cosas, por funesto que resulte, es el corolario obligado de la misma "lógica" del sistema partidocrático. En efecto, si el Estado no se define más a sí mismo como confesional o ético, sino como un ente regulador de los intereses partidistas, como un campo de fuerzas de los intereses de grupo, al decir de Johannes Messner, ¿por que habría de involucrarse en la tutela del bonum commune, cuando la rivalidad y la competencia violenta de las partes se ha convertido en la esencia misma de la vida política estatal?. ¿Por qué exigirle concordia si su misma naturaleza consiste en ser "objeto de asalto y ocupación por parte de las fracciones en pugna"?53.
Ibidem, p. 16.
parcialidad o bando se hace cargo del Estado, el Estado mismo se convierte en instrumento de la división y del divisor triunfante, lesionando así gravemente la práctica del bien común.
De la mano de Santo Tomás, se ha preguntado Pieper con su habitual hondura, cómo será posible en la democracia cumplir con el requisito de la justicia distributiva, cuando los electores "apenas si intervienen una sola vez y como individuos aislados" en la opción por alguno de los candidatos partidarios, y cuando "el representante del todo social [electo] es de suyo, al mismo tiempo, en una medida considerablemente mayor, representante de los intereses de grupos o individuos particulares". Cómo será posible "administrar el bien común a todos", si en "la estructura de la democracia", el elegido y el elector constituyen un binomio que declara explícitamente "estar interesado en la satisfacción de su derecho particular. Así, pues, el problema de la moderna democracia de partidos es, concretamente hablando, el de demostrar cómo un partido puede no ser partidista [... ] Se impone la necesidad de llamar la atención sobre el problema y el riesgo específico que aquí se oculta [...] Aquí se ponen de manifiesto los límites de la democracia como forma determinada de gobierno o de administración del bien común [...] y la limitación interna de la democracia"52. Esta incapacidad para la justicia distributiva no debe sorprendernos, pues bien miradas las cosas, por funesto que resulte, es el corolario obligado de la misma "lógica" del sistema partidocrático. En efecto, si el Estado no se define más a sí mismo como confesional o ético, sino como un ente regulador de los intereses partidistas, como un campo de fuerzas de los intereses de grupo, al decir de Johannes Messner, ¿por que habría de involucrarse en la tutela del bonum commune, cuando la rivalidad y la competencia violenta de las partes se ha convertido en la esencia misma de la vida política estatal?. ¿Por qué exigirle concordia si su misma naturaleza consiste en ser "objeto de asalto y ocupación por parte de las fracciones en pugna"?53.
52 Josef Pieper, Justicia y fortaleza, Madrid, Rialp, 1968, p. 134-137. Subrayados propios.
53 Cfr. Fulvio Ramos, La Iglesia y la democracia, Buenos Aires, Cruy Fierro, 1984, p. 121.
3.-Los partidos políticos -como una extensión y manifestación natural del liberalismo al que encarnan y sirven- no sólo parten de la aceptación de todas las ficciones ideológicas precedentemente analizadas, sino que exhiben su existencia como garantía del funcionamiento del sistema, como los medios y los remedios para que el Régimen pueda coronar con éxito su estabilidad. Sufragio universal, soberanía del pueblo, derecho nuevo, constitucionalismo moderno, voluntad general, pactismo o contractualismo jurídico, y demás imposturas, no podrían vehiculizarse en la práctica sin la presencia activa de la partidocracia. Recíprocamente, ésta no hallaría su razón de ser sin aquellas mendacidades ideológicas que le dan sustento y vida.
Por consiguiente, no es a la Nación a la que se deben prima facie los partidos, sino al modelo político que los ha engendrado, para cuyo servicio han sido concebidos, y sin el cual carecerían de toda significación. Si un partido fuera nacionalista -usando ahora la palabra en sentido lato- lo primero que debería hacer es autodisolverse como partido, para no seguir cooperando a la disgregación y atomización de la sociedad nacional. Y si fueran cristianos sus dirigentes o fundadores, lo primero que deberían hacer es declarar la expresa incompatibilidad que existe, tanto histórica como filosóficamente, entre el partidocratismo y la concepción institucional de la Ciudad Cristiana a la luz del Magisterio de la Iglesia.
Prolongación en el ámbito político de las controversias fatídicas que significan en el ámbito social las luchas de clases, los partidos no agrupan a los hombres por sus anhelos de alcanzar el bienestar, la virtud y la salvación, sino por el propósito manifiesto de imponer-tras un golpe de suerte electoralista- sus respectivos programas ideológicos; y sobre todo, por imponer aquellos intereses económicos que les otorgan financiamiento o que se encuentran en el origen de las afiliaciones más determinantes. Por doquier se ha señalado la malsana coyunda entre partidocracia y plutocracia, triste realidad que para verse consumada no necesita forzosamente del movimiento de grandes capitales o de renombrados magnates, sino de la misma y funesta lógica del sistema que sólo otorga eI respaldo y el subsidio del Estado Democrático a quienes probadamente no vayan a conspirar contra su legitimidad.
Pobres o ricos, con escasos o con muchos recursos, los partidos gozan todos de las franquicias estatales, que una camarilla oligárquica se asegura siempre de que no falten, pues de faltar significaría el fin de sus propias ventajas e incontables prebendas.
Está entonces en la misma naturaleza del partido, partir y dividir, desunir, desensamblar, agrupar sectorialmente según mandatos del mercado, de la clase o de las ideologías. Asegurar y amortiguar la supervivencia del Estado Democrático y de sus oligarquías financieras, y refrendar la legitimidad del status quo. Pero de un status en el que la paz y la unidad ya no son posibles. "Cuando se dividen los ciudadanos y se declaran muchos partidos" -dice Cicerón en el comienzo del libro sexto de su República- "existe sedición". Las pasiones encontradas perturban la armonía del cuerpo social, y "las pasiones, como no se sacian, arrastran a toda clase de crímenes a aquellos a quienes enardecen con sus seducciones". Después Nuestro Señor sintetizaría el drama con palabras de vida eterna: "todo reino dividido en sí mismo perecerá" (Mt. 12, 25).
Por eso Félix Lamas, precisamente en una obra dedicada a la concordia política, señala las luchas partidarias como causa de la discordia y del quiebre de "los vínculos de solidaridad que conforman la trama del tejido social". Vale la pena escuchar sus razones: "Las luchas partidarias reflejan, a la vez que agudizan, el desgarramiento ideológico y el enfrentamiento entre intereses particulares contrapuestos. En virtud de su propia índole, pues, tienden a comprometer o poner en peligro la unidad política del Estado, sobre todo si los partidos y sus luchas llegan a instalarse en los órganos deliberativos o de mando del país; y esto último sucede fatalmente cuando, como ocurre en el régimen demoliberal, los partidos políticos consiguen convertirse en intermediarios forzosos de la representación política. En tales casos, la discordia política, que conmueve incluso la misma estructura gubernativa, es un ingrediente necesario del régimen [...] El régimen liberal parti-docrático, tal como ha sido dicho ya tantas veces, es la proyección al campo político del sistema libreconcurrencista en el orden económico. El demoliberalismo burgués presenta, también en el plano político, los fenómenos de los monopolios, la inflación de los intermediarios, la competencia en lucha, etc; es una forma de institucionalización de la discordia [...] En el fondo, se cree poder arribar a la realización del interés general como una resultante de la combinación de intereses particulares, o bien, desembozadamente se pretende erigir el interés de un grupo o sector en absolutamente dominante respecto a los demás grupos o sectores. Los partidos políticos no representan jurídica ni socialmente [... ] los intereses legítimos de sectores reales y determinados de la población, sino tan solo a intereses particulares que pretenden imponerse, o a sus instancias ideológicas. Los partidos, como su propio nombre parece indicarlo, representan la fragmentación en partes no naturales del cuerpo social. Cuando la población se ve forzada a elegir a través de ellos sus representantes en el parlamento, resulta que en lugar de haber diputados que representen a la Nación, a determinadas partes geográficas de la misma o a sectores legítimos de la vida social y económica, sólo hay diputados que representan a partidos políticos. No hay representantes del pueblo sino de partidos, que se agrupan en tales o cuales bloques; se llega incluso al extremo de desnaturalizar las constituciones federales [...], ya que más que representantes de tal estado o de tal provincia (que supondría la representación de sus intereses reales), son representantes disciplinados de su partido [...] Las luchas partidarias, inevitables en la realidad política, pero fortalecidas e institucionalizadas en el régimen demoliberalburgués, cargadas de intereses e ideologías contrapuestos, son la amenaza permanente contra la paz del Estado y son un germen, siempre activo, de guerra civil"54.
Hemos citado in extenso, permitiéndonos destacar en bastardilla algunos pasajes, para que se complete la comprensión del problema de fondo que acarrea la existencia misma de los partidos. Es un problema de fondo que la propia índole partidocrática comprometa la unidad nacional, llevando la crispación divisionista hasta tal punto que el partisanismo, con su connatural violencia, suele resultar la derivación lógica de las luchas entre facciones ideológicas. Es un problema de fondo que la discordia quede institucionalizada con la exis-
3.-Los partidos políticos -como una extensión y manifestación natural del liberalismo al que encarnan y sirven- no sólo parten de la aceptación de todas las ficciones ideológicas precedentemente analizadas, sino que exhiben su existencia como garantía del funcionamiento del sistema, como los medios y los remedios para que el Régimen pueda coronar con éxito su estabilidad. Sufragio universal, soberanía del pueblo, derecho nuevo, constitucionalismo moderno, voluntad general, pactismo o contractualismo jurídico, y demás imposturas, no podrían vehiculizarse en la práctica sin la presencia activa de la partidocracia. Recíprocamente, ésta no hallaría su razón de ser sin aquellas mendacidades ideológicas que le dan sustento y vida.
Por consiguiente, no es a la Nación a la que se deben prima facie los partidos, sino al modelo político que los ha engendrado, para cuyo servicio han sido concebidos, y sin el cual carecerían de toda significación. Si un partido fuera nacionalista -usando ahora la palabra en sentido lato- lo primero que debería hacer es autodisolverse como partido, para no seguir cooperando a la disgregación y atomización de la sociedad nacional. Y si fueran cristianos sus dirigentes o fundadores, lo primero que deberían hacer es declarar la expresa incompatibilidad que existe, tanto histórica como filosóficamente, entre el partidocratismo y la concepción institucional de la Ciudad Cristiana a la luz del Magisterio de la Iglesia.
Prolongación en el ámbito político de las controversias fatídicas que significan en el ámbito social las luchas de clases, los partidos no agrupan a los hombres por sus anhelos de alcanzar el bienestar, la virtud y la salvación, sino por el propósito manifiesto de imponer-tras un golpe de suerte electoralista- sus respectivos programas ideológicos; y sobre todo, por imponer aquellos intereses económicos que les otorgan financiamiento o que se encuentran en el origen de las afiliaciones más determinantes. Por doquier se ha señalado la malsana coyunda entre partidocracia y plutocracia, triste realidad que para verse consumada no necesita forzosamente del movimiento de grandes capitales o de renombrados magnates, sino de la misma y funesta lógica del sistema que sólo otorga eI respaldo y el subsidio del Estado Democrático a quienes probadamente no vayan a conspirar contra su legitimidad.
Pobres o ricos, con escasos o con muchos recursos, los partidos gozan todos de las franquicias estatales, que una camarilla oligárquica se asegura siempre de que no falten, pues de faltar significaría el fin de sus propias ventajas e incontables prebendas.
Está entonces en la misma naturaleza del partido, partir y dividir, desunir, desensamblar, agrupar sectorialmente según mandatos del mercado, de la clase o de las ideologías. Asegurar y amortiguar la supervivencia del Estado Democrático y de sus oligarquías financieras, y refrendar la legitimidad del status quo. Pero de un status en el que la paz y la unidad ya no son posibles. "Cuando se dividen los ciudadanos y se declaran muchos partidos" -dice Cicerón en el comienzo del libro sexto de su República- "existe sedición". Las pasiones encontradas perturban la armonía del cuerpo social, y "las pasiones, como no se sacian, arrastran a toda clase de crímenes a aquellos a quienes enardecen con sus seducciones". Después Nuestro Señor sintetizaría el drama con palabras de vida eterna: "todo reino dividido en sí mismo perecerá" (Mt. 12, 25).
Por eso Félix Lamas, precisamente en una obra dedicada a la concordia política, señala las luchas partidarias como causa de la discordia y del quiebre de "los vínculos de solidaridad que conforman la trama del tejido social". Vale la pena escuchar sus razones: "Las luchas partidarias reflejan, a la vez que agudizan, el desgarramiento ideológico y el enfrentamiento entre intereses particulares contrapuestos. En virtud de su propia índole, pues, tienden a comprometer o poner en peligro la unidad política del Estado, sobre todo si los partidos y sus luchas llegan a instalarse en los órganos deliberativos o de mando del país; y esto último sucede fatalmente cuando, como ocurre en el régimen demoliberal, los partidos políticos consiguen convertirse en intermediarios forzosos de la representación política. En tales casos, la discordia política, que conmueve incluso la misma estructura gubernativa, es un ingrediente necesario del régimen [...] El régimen liberal parti-docrático, tal como ha sido dicho ya tantas veces, es la proyección al campo político del sistema libreconcurrencista en el orden económico. El demoliberalismo burgués presenta, también en el plano político, los fenómenos de los monopolios, la inflación de los intermediarios, la competencia en lucha, etc; es una forma de institucionalización de la discordia [...] En el fondo, se cree poder arribar a la realización del interés general como una resultante de la combinación de intereses particulares, o bien, desembozadamente se pretende erigir el interés de un grupo o sector en absolutamente dominante respecto a los demás grupos o sectores. Los partidos políticos no representan jurídica ni socialmente [... ] los intereses legítimos de sectores reales y determinados de la población, sino tan solo a intereses particulares que pretenden imponerse, o a sus instancias ideológicas. Los partidos, como su propio nombre parece indicarlo, representan la fragmentación en partes no naturales del cuerpo social. Cuando la población se ve forzada a elegir a través de ellos sus representantes en el parlamento, resulta que en lugar de haber diputados que representen a la Nación, a determinadas partes geográficas de la misma o a sectores legítimos de la vida social y económica, sólo hay diputados que representan a partidos políticos. No hay representantes del pueblo sino de partidos, que se agrupan en tales o cuales bloques; se llega incluso al extremo de desnaturalizar las constituciones federales [...], ya que más que representantes de tal estado o de tal provincia (que supondría la representación de sus intereses reales), son representantes disciplinados de su partido [...] Las luchas partidarias, inevitables en la realidad política, pero fortalecidas e institucionalizadas en el régimen demoliberalburgués, cargadas de intereses e ideologías contrapuestos, son la amenaza permanente contra la paz del Estado y son un germen, siempre activo, de guerra civil"54.
Hemos citado in extenso, permitiéndonos destacar en bastardilla algunos pasajes, para que se complete la comprensión del problema de fondo que acarrea la existencia misma de los partidos. Es un problema de fondo que la propia índole partidocrática comprometa la unidad nacional, llevando la crispación divisionista hasta tal punto que el partisanismo, con su connatural violencia, suele resultar la derivación lógica de las luchas entre facciones ideológicas. Es un problema de fondo que la discordia quede institucionalizada con la exis-
54-Félix A. Lamas, La concordia política, Buenos Aires, Abeledo Perrot 1975- p. 34-38.
tencia
y el funcionamiento de los partidos, pues el fin de la po-lítica deja
de ser el bien común para ser el arte de deslabonar, desavenir, encismar
y encizañar. Es un problema de fondo que las partes naturales del
cuerpo social -aquello que tradicio-nalmente se conoce como cuerpos
intermedios- sean reemplazadas por partes no naturales; y que los
intereses legítimos y reales de la res publica sean desplazados por
otros espurios y fictos. Es un problema de fondo, en suma, que los
genuinos representantes del pueblo -cuya existencia, se diga lo que se
quiera hoy, quedaba garantizada en las cristianas monarquías con sus
entramados forales y corporativos- hayan cedido su lugar a los
asalariados funcionarios de las cúpulas partidistas, que únicamente se
representan a sí mismos. Es un problema de fondo, al fin, que a fuerza
de alimentarse de discordias y de disensiones, no haya nada más
peligroso que los partidos para amenazar la tranquilidad en el orden y
suscitar enfrentamientos intestinos en el seno mismo de una Nación.
4.- Los partidos políticos no representan al pueblo, ni lo que el pueblo pudiera hacer a través de ellos debe considerarse verdadera participación política. Porque de las formas graduales y concretas, jerárquicas y orgánicas de participar que tenía previstas la sociedad cristiana, a la participación actual mediante el voto, las asambles comiteriles o las movilizaciones masificantes, existe la misma distancia que media entre lo genuino y lo paródico o entre lo auténtico y lo apócrifo.
Sigue siendo válida la definición agustiniana de pueblo -estampada en el libro II de La Ciudad de Dios- como "una asociación basada en el consentimiento del derecho y en la comunidad de intereses". Esto es, como lo contrario de una adición discorde de individualidades abstractas, para perfilarse en cambio como un organismo vivo, nutrido de instituciones naturales, bajo la tutela de una autoridad, de un orden, de una norma. Así concecido y definido, tendrá ese pueblo una identidad substancial irrevocable, una forma, un modo de ser. Una tradición, sería tal vez la palabra exacta.
Pues ocurre que los partidos políticos, precisamente porque han nacido por y para la ruptura del Orden Social Cristiano, no sólo declaran abolida la recta noción de pueblo, reemplazándola por la bastarda categorización de electorado o masa consensuable, sino que, consiguientemente, declaran abolida la perennidad del ser nacional, quedando sujeta la misma a tantas construcciones y decontrucciones ideológicas como se les ocurra a los partidócratas que se alzan con el poder. Como bien lo ha advertido Fulvio Ramos, forma parte de la misma logicidad ruinosa de la partidocracia, que si uno o varios partidos que "responden a ideologías totalmente extrañas" a la Nación real e histórica, conquistan el poder, queden habilitados y legitimados para conducir a esa Nación "a la pérdida de su continuidad histórica y hasta de la propia identidad nacional"55 . No es necesario decir que la Argentina ofrece al respecto una rotunda y dolorosa prueba; pero otro sí podría agregarse de no pocas naciones europeas e hispanoamericanas.
Es que no debe considerarse de poca monta el argumento vertebral, ya esgrimido en estas líneas. Los partidos políticos, al nacer y crecer en la discordia, se configuran como causa deficiente del orden social; esto es, como aquello que la disgrega, disyunta y desvincula, conduciéndola incluso a su misma extinción. En tanto engendros circunstanciales y artificiales, encarnan el apetito desordenado de las partes contra la unidad concorde de la polis, resultando ab initio y afortiori un mal actual o potencial, del que convendrá siempre defenderse en aras del bien común.
Sobredimensionados e hipertrofiados deliberadamente por la Revolución, con el expreso objeto de tumbar el ordenamiento institucional cristiano, los partidos empezaron por convertirse en terribles medios aptos para asaltar el poder, pero I e aniñaron monopolizando despóticamente la representatividad y la participación política, hasta alcanzar hoy, de hecho, el rango de fines en sí mismos. Nadie puede dedicarse a la praxis política sin ellos, ni aspirar a cargo alguno o a función pública, ni existir siquiera para el mundo oficial fuera de la criba tiránica de sus estructuras y reglamentos. Trasmutación totalitaria de medios en fines, de por sí gravísima por la subversión que implica, pero que se acentúa si se tiene en cuenta que ese protagonismo hegemónico de los partidos no ha significado sino el incremento y la exacerbación de las discordias.
4.- Los partidos políticos no representan al pueblo, ni lo que el pueblo pudiera hacer a través de ellos debe considerarse verdadera participación política. Porque de las formas graduales y concretas, jerárquicas y orgánicas de participar que tenía previstas la sociedad cristiana, a la participación actual mediante el voto, las asambles comiteriles o las movilizaciones masificantes, existe la misma distancia que media entre lo genuino y lo paródico o entre lo auténtico y lo apócrifo.
Sigue siendo válida la definición agustiniana de pueblo -estampada en el libro II de La Ciudad de Dios- como "una asociación basada en el consentimiento del derecho y en la comunidad de intereses". Esto es, como lo contrario de una adición discorde de individualidades abstractas, para perfilarse en cambio como un organismo vivo, nutrido de instituciones naturales, bajo la tutela de una autoridad, de un orden, de una norma. Así concecido y definido, tendrá ese pueblo una identidad substancial irrevocable, una forma, un modo de ser. Una tradición, sería tal vez la palabra exacta.
Pues ocurre que los partidos políticos, precisamente porque han nacido por y para la ruptura del Orden Social Cristiano, no sólo declaran abolida la recta noción de pueblo, reemplazándola por la bastarda categorización de electorado o masa consensuable, sino que, consiguientemente, declaran abolida la perennidad del ser nacional, quedando sujeta la misma a tantas construcciones y decontrucciones ideológicas como se les ocurra a los partidócratas que se alzan con el poder. Como bien lo ha advertido Fulvio Ramos, forma parte de la misma logicidad ruinosa de la partidocracia, que si uno o varios partidos que "responden a ideologías totalmente extrañas" a la Nación real e histórica, conquistan el poder, queden habilitados y legitimados para conducir a esa Nación "a la pérdida de su continuidad histórica y hasta de la propia identidad nacional"55 . No es necesario decir que la Argentina ofrece al respecto una rotunda y dolorosa prueba; pero otro sí podría agregarse de no pocas naciones europeas e hispanoamericanas.
Es que no debe considerarse de poca monta el argumento vertebral, ya esgrimido en estas líneas. Los partidos políticos, al nacer y crecer en la discordia, se configuran como causa deficiente del orden social; esto es, como aquello que la disgrega, disyunta y desvincula, conduciéndola incluso a su misma extinción. En tanto engendros circunstanciales y artificiales, encarnan el apetito desordenado de las partes contra la unidad concorde de la polis, resultando ab initio y afortiori un mal actual o potencial, del que convendrá siempre defenderse en aras del bien común.
Sobredimensionados e hipertrofiados deliberadamente por la Revolución, con el expreso objeto de tumbar el ordenamiento institucional cristiano, los partidos empezaron por convertirse en terribles medios aptos para asaltar el poder, pero I e aniñaron monopolizando despóticamente la representatividad y la participación política, hasta alcanzar hoy, de hecho, el rango de fines en sí mismos. Nadie puede dedicarse a la praxis política sin ellos, ni aspirar a cargo alguno o a función pública, ni existir siquiera para el mundo oficial fuera de la criba tiránica de sus estructuras y reglamentos. Trasmutación totalitaria de medios en fines, de por sí gravísima por la subversión que implica, pero que se acentúa si se tiene en cuenta que ese protagonismo hegemónico de los partidos no ha significado sino el incremento y la exacerbación de las discordias.
55-Fuvio Ramos, La Iglesia y la democracia, Buenos Aires, Cruz y Fierro 184- p. 122-123.
fenómeno del partisanismo -agudamente retratado por Cari Schmitt- contiene entre otras manifestaciones "el animus furandi" del "partido revolucionario", que "como tal, es el que representa la verdadera y, en el fondo, la única organización totalitaria". "Partisano quiere decir partidario, uno que va con un partido", y que a menudo "se identifica con la agresividad absoluta de una ideología de revolución mundial o tec-nicista"56. Mas cuando esto sucede la destrucción de las estructuras sociales es inminente; la comunidad queda expuesta en trance existencia!; las zonas de la inseguridad, del miedo y de la desconfianza general crecen, y un verdadero paisaje de traición lo domina todo, acostumbrando a los hombres a vivir bajo la insidia, el acecho y aún el terror57.
Con razón el Papa Pió XI, en 1922, declaraba con angustia el panorama sombrío al que tenían sometido los partidos a las sociedades todas sobre las acuales se enseñoreaban. "Añádanse [a los males descriptos] las luchas de partido para el gobierno de la cosa pública, en la que las partes contendientes suelen de ordinario hostilizarse con la mira puesta, no sinceramente, según las varias opiniones, en el bien público, sino en el logro del propio provecho con daño del bien común. Y así vemos cómo van en aumento las conjuras, cómo se originan insidias, atentados contra los ciudadanos y contra los mismos ministros de la autoridad; cómo se acude al terror, a las amenazas, a las francas rebeliones y a otros desórdenes semejantes, tanto más perjudiciales cuanto mayor es la parte que en el gobierno tiene el pueblo, cual sucede con las modernas formas representativas"58.
La brillante síntesis pontificia vuelve a ubicarnos en el centro de la cuestión, y a separar así lo accidental de lo esencial en la crítica a la existencia misma de los partidos. No se trata de enojosas situaciones coyunturales, ni de cuestionables líderes o deplorables programas. No sólo esto, claro, o tanto más que podría apuntarse al calor de la actual farandulización y mercantilización de la política. Es, la partidocracia, la corrupción de la concordia y del bien común, la disolución de la unidad y del orden, el atropello al institucionalismo real, natural y orgánico, la desvertebración y desjerarquización de las comunidades históricas, el destronamiento del hombre concreto por el hombre abstracto, la prevalencia de la sedición y de la anomia, la causa deficiente convertida en una perversa causalidad motriz.
fenómeno del partisanismo -agudamente retratado por Cari Schmitt- contiene entre otras manifestaciones "el animus furandi" del "partido revolucionario", que "como tal, es el que representa la verdadera y, en el fondo, la única organización totalitaria". "Partisano quiere decir partidario, uno que va con un partido", y que a menudo "se identifica con la agresividad absoluta de una ideología de revolución mundial o tec-nicista"56. Mas cuando esto sucede la destrucción de las estructuras sociales es inminente; la comunidad queda expuesta en trance existencia!; las zonas de la inseguridad, del miedo y de la desconfianza general crecen, y un verdadero paisaje de traición lo domina todo, acostumbrando a los hombres a vivir bajo la insidia, el acecho y aún el terror57.
Con razón el Papa Pió XI, en 1922, declaraba con angustia el panorama sombrío al que tenían sometido los partidos a las sociedades todas sobre las acuales se enseñoreaban. "Añádanse [a los males descriptos] las luchas de partido para el gobierno de la cosa pública, en la que las partes contendientes suelen de ordinario hostilizarse con la mira puesta, no sinceramente, según las varias opiniones, en el bien público, sino en el logro del propio provecho con daño del bien común. Y así vemos cómo van en aumento las conjuras, cómo se originan insidias, atentados contra los ciudadanos y contra los mismos ministros de la autoridad; cómo se acude al terror, a las amenazas, a las francas rebeliones y a otros desórdenes semejantes, tanto más perjudiciales cuanto mayor es la parte que en el gobierno tiene el pueblo, cual sucede con las modernas formas representativas"58.
La brillante síntesis pontificia vuelve a ubicarnos en el centro de la cuestión, y a separar así lo accidental de lo esencial en la crítica a la existencia misma de los partidos. No se trata de enojosas situaciones coyunturales, ni de cuestionables líderes o deplorables programas. No sólo esto, claro, o tanto más que podría apuntarse al calor de la actual farandulización y mercantilización de la política. Es, la partidocracia, la corrupción de la concordia y del bien común, la disolución de la unidad y del orden, el atropello al institucionalismo real, natural y orgánico, la desvertebración y desjerarquización de las comunidades históricas, el destronamiento del hombre concreto por el hombre abstracto, la prevalencia de la sedición y de la anomia, la causa deficiente convertida en una perversa causalidad motriz.
56- Cari Schmitt, Teoría deí partisano, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1966, p. 25 y ss. "ibidem, p. 101-102.
18 Pió XI, Ubi arcano Dei, 4.
18 Pió XI, Ubi arcano Dei, 4.