Lunes 25 de Noviembre de 2019
América latina
La mentira de los "golpes buenos"
"Funcionarios estadounidenses han desarrollado una
mala costumbre de respaldar la intromisión militar en la política
global; irónicamente, en nombre de la democracia.
Algunos proclamaron la renuncia del presidente de Bolivia, Evo
Morales, después de casi 14 años en el poder, como una victoria para la
democracia. Aunque su régimen siguió siendo popular, los esfuerzos cada
vez más descarados de Morales para cumplir un cuarto mandato en el cargo
habían provocado protestas violentas. Aunque Morales inicialmente
parecía decidido a aferrarse al poder, el punto de inflexión parece
haber sido la deserción de las fuerzas militares y de seguridad de
Bolivia. El domingo 10, el comandante de las fuerzas armadas lo presionó
públicamente para que renunciara.
Si bien existe cierto debate sobre si los acontecimientos en Bolivia
constituyen un "golpe" o una "revolución popular", el papel del ejército
en la expulsión de Morales tiene muchas de las características de un
intento de golpe típico. Los golpes de Estado generalmente se entienden
como intentos ilegales y abiertos de derrocar al Ejecutivo. Aquellos que
involucran a generales y otros oficiales de alto rango, con frecuencia,
se cumplen sin el uso de violencia. En cambio, pueden tomar la forma de
presión pública para dimitir.
El presidente estadounidense, Donald Trump, aplaudió al ejército de
Bolivia por presionar a Morales. Afirmó que los acontecimientos en ese
país llevaron al mundo "un paso más cerca de un Hemisferio Occidental
completamente democrático, próspero y libre".
Esta no es la primera vez que los funcionarios estadounidenses
insinúan que la intervención militar en la política podría ayudar a los
países a introducir un gobierno más democrático. En abril pasado, cuando
el líder de la oposición venezolana, Juan Guaidó, pidió a los soldados
que se unieran a él para expulsar al presidente Nicolás Maduro del
poder, el secretario de Estado Mike Pompeo sugirió que el Golpe
propuesto por Guaidó resultaría en "una transición democrática
pacífica".
Del mismo modo, en 2013, cuando los líderes militares de Egipto
expulsaron del poder a Mohamed Morsi, el primer gobernante elegido
democráticamente del país, los funcionarios de la administración de
Barack Obama lo describieron como una expresión de la voluntad popular,
en lugar de un intento de golpe de Estado. El secretario de Estado, John
F. Kerry, afirmó que al derrocar a Morsi, el ejército estaba
"restaurando la democracia", en lugar de tomar el poder.
La tentación de respaldar las maniobras políticas internas de los
líderes militares contra regímenes hostiles es claramente fuerte para
los responsables políticos de los Estados Unidos. Además, en los últimos
años, varios observadores han sugerido que los golpes podrían ser la
única forma de eliminar del poder a dictadores atrincherados. Los golpes
a veces logran reemplazar a los gobernantes represivos por otros más
democráticos, y desde el final de la Guerra Fría, estos llamados "buenos
golpes", aquellos que son seguidos rápidamente por elecciones
competitivas, han aumentado en número. Los ejemplos incluyen los golpes
de Estado en Níger en 1991 y Guinea-Bissau en 2003, que precedieron a
elecciones libres y justas.
Pero la fe en los militares para restaurar la democracia está fuera
de lugar. De hecho, hay poca evidencia de que los golpes de Estado y
otras formas de intervención militar den como resultado un gobierno más
democrático. A pesar del reciente aumento en el número de "buenos golpes
de Estado", a menudo, simplemente, reemplazan a un dictador por otro.
Igual de importante, esas intervenciones militares que son seguidas
por elecciones rara vez producen cambios duraderos. En Egipto, por
ejemplo, las organizaciones de derechos humanos documentaron arrestos
masivos, arbitrarios, la detención de manifestantes y trabajadores de
derechos humanos, nuevas restricciones a las organizaciones no
gubernamentales y la represión de la oposición política. El mismo
optimismo fuera de lugar siguió al golpe de Estado de 2006 en Tailandia.
¿Qué hace que los "buenos golpes" conduzcan a malos resultados? La
respuesta básica es que dejar que la interferencia de las élites
militares en el proceso político no se controle, en última instancia,
socava las normas de control civil de los militares que son un requisito
previo para un gobierno estable y democrático. Alienta a los oficiales
militares a verse por encima de la ley. Por lo tanto, cuando las élites
civiles invitan a los oficiales militares a influir en la política, es
difícil lograr que se detengan. El propio Morales aprendió esto por las
malas. Cuando la crisis actual comenzó a desarrollarse, apeló
directamente a los militares para que lo ayudaran a permanecer en el
poder, sólo para ver cómo su peso iba contra sus oponentes.
Además, se trata de una política estadounidense de larga data para
reforzar la norma del control civil de los militares en el extranjero,
como se refleja en los programas de asistencia de seguridad de los
departamentos de Estado y Defensa, que dedican recursos sustanciales a
convencer a los militares extranjeros para que acepten ese control. Las
desviaciones oportunistas de estos principios por parte de las sucesivas
administraciones presidenciales sólo socavan tales compromisos y logran
poco en la promoción de la democracia real.
Una respuesta a la crisis en Bolivia consistente con la promoción de
un gobierno democrático implicaría condenar simultáneamente tanto el
presunto fraude electoral que desencadenó la reciente crisis como la
respuesta de los militares a la misma. La tentación de confiar en los
militares para controlar a los posibles autoritarios continuará
surgiendo en el contexto de protestas masivas. Pero la supervivencia a
largo plazo de la norma democrática depende de resistirse a esa
tentación".
Por Erica De Bruin
Profesora del Hamilton College (Nueva York, Estados Unidos)
Autora de "Cómo prevenir golpes de Estado", de pronta publicación