El culpable nuestro de cada día
En
su siempre activa búsqueda de culpables, la presidente y sus amanuenses
han insinuado, ya que no acusado, que la mano negra detrás de la
corrida del dólar tiene nombre y apellido: Juan José Aranguren, CEO de
Shell y por historia personal y pertenencia a una empresa “maldita” es
un buen enemigo a quien- aprovechando la intrínseca estupidez y complejo
de “persecuta” de muchos argentinos- se le puede echar la culpa de casi
todo lo que nos ha sucedido, desde la revolución del parque hasta la
errada canalización del Atuel.
Si bien ya estamos más que acostumbrados- diez años es más que
suficiente para tenerlos “junados”- a la hipocresía del “relato” y a la
búsqueda cotidiana del “chivo expiatorio”, elemento éste, necesario para
exculparse de las burradas que ellos mismos cometen, querer que creamos
que una operación de 1,6 millones de dólares- autorizada por el Banco
Central y hecha a través de bancos reconocidos- tiene incidencia en un
mercado en el que este mismo Banco Central tuvo que deshacerse de cien
millones de dólares de nuestras reservas para estabilizarlo, no
solamente es una mentira enfermizamente infantil sino que nos están
diciendo- luego de diez años que llevamos sin reaccionar frente a las
“mulas” que nos meten- que hemos dejado de ser ciudadanos para pasar a
ser, lisa y llanamente, “la gilada” que se cree cualquier cosa.
Supongamos, aunque sea por un momento, que lo que hizo Aranguren es
la despreciable villanía que el gobierno dice que es. Aún así, ésta no
sería otra cosa que el árbol con que estos ineptos quieren tapar el
bosque que es la incoherente política cambiaria que el gobierno- por
medio de Axel Kicillof- implementó hace un año y medio y que no ha sido
otra cosa que un siniestro y rotundo fracaso del cual ni siquiera el
pobre Kicillof es totalmente responsable ya que solo hizo lo que la
presidente, en su terquedad, soberbia e ignorancia, quería que se
hiciera.
La República ha llegado a una situación donde las posibilidades de
arreglo son cada vez más escasas. El cuento de la “reina entre
algodones” solo tiene como consecuencia que ya nadie puede contarle a
ella cual es la realidad. Aquejada de una obstinación patológica
provocada por una difusa ideología que se quedó en el tiempo pero que
aún sirve para enfrentar a los argentinos, cree que la República es una
comarca con más ovejas que seres humanos y que solo se necesitan
pastores y algunos pocos perros para encausar sus fantasías. Pensar en
llegar, sea como sea, al 2015 es hoy una alucinación malsana, ¿hasta
donde creen los políticos- tanto oficialistas como opositores- que se
estirará la paciencia de la gente que ve como su salario, entre IVA,
ganancias e inflación, se ha reducido en no menos de un 49% desde el 1°
de enero?
Sería totalmente irreal creer que en algún momento esta troupe de
ignaros petulantes recapacitará y tratarán de retomar un camino con
algo de lógica y sentido común. Hay demasiada pedantería en la
presidente como para pensar que tendrá el coraje de cambiar el rumbo de
colisión que le ha impuesto a su gobierno.
Si diputados y senadores tuvieran las agallas necesarias para pensar
antes en la Patria que en sus bolsillos, si no fueran una recua de
pequeños hombrecitos temblorosos que solo piensan en bobadas y rapiña,
no pasarían veinticuatro horas sin que un pedido de juicio político
primero, y civil y penal después, cayera sobre la cabeza de la
presidente, pero esas cosas suceden en otros lugares; lugares donde la
valentía, la dignidad y el compromiso por el bien común rigen las
conciencias de aquellos que se llaman representantes del pueblo.