domingo, 26 de enero de 2014

IGUALDAD

Democracia Política y sus Falsos Dogmas (III)

 – Por Eugenio Vegas Latapie

IGUALDAD

  También es equívoco el término "igualdad", como sucede con el vocablo "democracia". Precisamente esto movió al ilustre Balmes a dedicar un apartado en su Criterio bajo el título "Palabras mal definidas. Examen de la palabra igualdad". En él, con razonamientos sencillos y claros, pone de manifiesto los sofismas que comúnmente se encubren tras las expresiones de "igualdad de naturaleza", "igualdad de derechos", "igualdad social" e "igualdad ante la ley", para concluir que la única igualdad que existe entre los hombres es la de su origen y su fin (1).
  La igualdad humana fue desconocida hasta el advenimiento de Cristo. Anteriormente, la desigualdad no sólo consistía en que los hombres estuvieran divididos en clases sociales infranqueables, sino en que se aceptaba que por naturaleza unos seres nacían libres y otros esclavos.
Veamos lo que a este respecto dice Aristóteles, en un célebre pasaje de su Política: "Hay en la especie humana individuos tan inferiores a los demás, como el cuerpo al alma, como la bestia al hombre; son aquellos de los que el mejor partido que se puede sacar es el empleo de las fuerzas corporales. Partiendo de los principios que hemos sentado, esos individuos son los destinados por la naturaleza a la esclavitud, pues no hay para ellos nada mejor que obedecer. Es esclavo por naturaleza el que puede pertenecer a otro (y, en efecto, a otro pertenece), y cuya razón apenas llega al grado necesario para experimentar un vago sentimiento, sin tener la amplitud de la razón"(2).
  El cristianismo vino a enseñar por primera vez al mundo la verdadera dignidad e igualdad de los hombres, enfrentándose abiertamente con un pensamiento y una realidad social plurisecular. No predicó, sin embargo, la subversión violenta para modificar de raíz el injusto régimen social existente, ni se dedicó a alentar y excitar a la lucha de clases, en nombre de la justicia social. Con la propagación de la doctrina de que todos los hombres son hijos de un mismo Dios, y, por tanto, hermanos, logró primero suavizar la situación de los esclavos, para preparar después, lentamente, los espíritus hasta conseguir que desapareciera esa inhumana diferenciación social. En este sentido, no puede ser más reveladora y significativa la actitud de San Pablo con el esclavo Onésimo. Escapado éste de casa de su amo, en Colosas, quizá por haber sustraído algún objeto de su propiedad, llegó hasta Roma, donde fue convertido al cristianismo por el Apóstol de los gentiles, quien lo indujo a volver a casa de su señor. Se llamaba éste Filemón y había sido convertido también a la fe cristiana por San Pablo, circunstancia aprovechada por el Apóstol para enviarle con Onésimo una carta, en la que se lee: "Tal vez se te apartó por un momento para que por siempre le tuvieras, no ya como a siervo, antes, más que siervo, hermano amado, muy amado para mí, pero mucho más para ti, según la ley humana y según el Señor. Si me tienes, pues, por compañero, acógele como a mí mismo. Si en algo te ofendió o algo te debe, ponlo a mi cuenta"(3).  En este caso concreto, San Pablo no hace sino aplicar la doctrina que había enseñado en su epístola a los Efesios: "Siervos, obedeced a vuestros amos según la carne, como Cristo, con temor y temblor, en la sencillez de vuestro corazón... Y vosotros, amos, haced lo mismo con ellos, dejándoos de amenazas, considerando que en los cielos está su Señor y el vuestro y que no hay en El acepción de personas"(4).
  No otra es-ni podía ser-la moderna doctrina pontificia. León XIII enseña a este respecto: “... según las enseñanzas evangélicas, la igualdad de los hombres consiste en que, teniendo todos la misma naturaleza, están llamados todos a la misma eminente dignidad de hijos de Dios; y además en que, estando establecida para todos una misma fe, todos y cada uno deben ser juzgados según la misma ley para conseguir, conforme a sus merecimientos, el castigo o la recompensa. Sin embargo, existe una desigualdad de derecho y de autoridad que deriva del mismo Autor de la naturaleza, de quien procede toda familia en los cielos y en la tierra (Ef. m, 15)" (5).
  San Pío X, quien hubo de recorrer en su niñez, diariamente, catorce kilómetros a pie y descalzo, para poder asistir a la escuela de Castelfranco (6), reprenda la doctrina de su inmediato predecesor en el motu proprio de 18 de diciembre de 1903 sobre la Acción Popular Cristiana: "La igualdad de los diferentes miembros sociales consiste sólo en que todos los hombres tienen su origen en Dios Creador, que han sido redimidos por Jesucristo y deben a la norma exacta de sus méritos y deméritos ser juzgados o castigados por Dios (encíclica Quod apostolici muneris)"(7).
* * *
  Basten estos breves y precisos conceptos sobre el alcance de la igualdad cristiana…,  y pasemos a ocuparnos de la igualdad política, que es la que principalmente nos interesa en este momento.
  Aun cuando puedan encontrarse autores en todas las épocas que postulan la igualdad política, el gran heraldo del falso dogma de la igualdad de los hombres fue, sin embargo, Juan Jacobo Rousseau, sobre todo en su Discurso sobre el origen de la desigualdad y en el Contrato social, en quien se inspiraron los autores de la famosa Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, cuyo artículo primero dice así: "Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos. Las distinciones sociales no pueden ser fundadas más que sobre la utilidad común"(8).
  La afirmación es terminante. Los ideólogos de 1789, de espaldas a la realidad, reconocen y decretan que los hombres nacen libres-¡pobres niños, si se les dejara en libertad desde el momento de nacer!-y además iguales en derechos. Pero no se trata de una igualdad absoluta, que acarrearía la igualdad económica, sino de una simple igualdad de derechos. De ahí que en los artículos segundo y decimoséptimo de la misma Declaración se considere a la propiedad "derecho inviolable y sagrado", así como derecho natural e imprescriptible del hombre". La masa burguesa, que formaba en' su inmensa mayoría el "tercer Estado", en modo alguno toleraba que se estableciese la igualdad de bienes, no obstante ser ésta una consecuencia obligada de los principios revolucionarios. Por ello no titubeó en guillotinar a Graco Babeuf, autor del Manifeste des égaux, cuando intentó sublevar a las masas en favor del comunismo.
  Por otra parte, los más inflamados defensores, en teoría, de los principios de libertad e igualdad absolutas jamás sostuvieron que fueran éstos realizables en la práctica. Así, por ejemplo, Rousseau escribe en su Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres: "No hay que tomar las investigaciones que se pueden hacer sobre este tema como verdades históricas, sino solamente como razonamientos hipotéticos y condicionales más propios para esclarecer la naturaleza de las cosas que para demostrar su verdadero origen, y semejantes a las que hacen todos los días nuestros físicos sobre la formación del mundo"(9). Aun cuando no pretendiese con estas aclaraciones el pensador ginebrino más que tranquilizar el espíritu de los nobles y burgueses a quienes debía su propia subsistencia, no se desvirtúa por ello la auténtica fuerza explosiva que encierran. Sobre todo, si recordamos los párrafos con que se inicia la segunda parte del mencionado Discurso: "El primero que habiendo cercado un terreno se atrevió a decir: Esto es mío, y encontró gente lo bastante sencilla para creerlo, fue el verdadero fundador de la sociedad civil.
  ¡Cuántos crímenes, guerras y muertes, cuántas miserias y horrores no habría ahorrado al género humano aquel que, arrancando los mojones o rellenando las zanjas, hubiera gritado a sus semejantes: 'Guardaos de escuchar a ese impostor. Estáis perdido si olvidáis que los frutos pertenecen a todos y que la tierra no es propiedad de nadie'"(10).
  ¡Y pensar que estas lucubraciones de una mente extraviada, tan contrarias a las enseñanzas de la naturaleza y de la Historia, han logrado conmover en sus cimientos al mundo civilizado, al ser asimiladas por las masas! Gran profeta resultó Napoleón, según las palabras que refiere haberle oído en Ermenonville el marqués de Girardin; "Llegado a la Isla de los Alamas, el Primer Cónsul se detuvo ante la tumba de Juan Jacobo y dijo: ¡Habría sido mejor para la tranquilidad de Francia que este hombre no hubiera existido. - ¿y por qué, ciudadano Cónsul?, le pregunté. -Es él quien ha preparado la Revolución. -Yo creía, ciudadano Cónsul, que vos sois el menos indicado para quejarse de la Revolución. -Pues bien, el porvenir enseñará si no hubiera sido preferible, para la tranquilidad de la Tierra, que ni Rousseau ni yo hubiéramos existido jamás"(11).
  Cuando contempla Santo Tomás, en sus Comentarios a la "Política" de Aristóteles, la hipótesis de una democracia en que exista la igualdad absoluta, no duda en afirmar la incompatibilidad de toda jerarquía con el principio democrático. En la democracia pura, todos deben gobernar bien directa y simultáneamente, bien indirecta y sucesivamente. Pero los puestos públicos no pueden proveerse por elección, ya que ésta supone designar a los más idóneos, hábiles o competentes, con lo cual se contradice la hipótesis democrática de que todos los ciudadanos son absolutamente iguales. Citemos textualmente a Demongeot, a quien hemos seguido en este punto: "La elección que supone una designación consciente, fundada en consideraciones de capacidad personal, aparece, por el contrario, como una institución esencialmente aristocrática. En la democracia-dice Santo Tomás-la ley determina que los gobernantes sean elegidos por sorteo..., ya todas, ya al menos aquellas que no reclaman una gran sabiduría y una gran prudencia, como son, por ejemplo, la dirección del ejército y el consilium (12).
  Kelsen, con su rigor lógico habitual, reconoce que de la idea de que somos todos iguales, se puede deducir rectamente que "nadie debe mandar a otro"(13), con lo que reaparece la hipótesis de la anarquía, según ocurrió al examinar la idea de la libertad absoluta. Para salir al paso de ella, Kelsen que es un empírico y no un soñador de quimeras, añade inmediatamente, después de lo transcrito: "Pero la experiencia enseña que, si queremos permanecer iguales, en realidad es preciso que nos dejemos gobernar." De este modo, al intentarse el desahucio de la anarquía, queda también desahuciado el principio de la igualdad absoluta. Una vez admitida la necesidad de dejarse gobernar, se divide a los ciudadanos en dos clases políticamente desiguales: gobernantes y gobernados.
  El profesor Rudolph Laun estudia con mayor detenimiento el principio de igualdad como exigencia de la democracia. Su conclusión es la misma de Kelsen: La realidad, la experiencia, hacen imposible la aplicación de tal principio, debido a su falta absoluta de realismo. "Por su misma naturaleza -escribe Laun- los hombres son desiguales desde muchos puntos de vista. El Estado, cualquiera que sea su forma, no puede cambiar a ese respecto. No puede suprimir la desigualdad existente entre el hombre sano y el enfermo, entre el fuerte y el débil, entre el sagaz y el imbécil, etc. No puede compensar esas desigualdades sino de un modo muy restringido. No puede ofrecer nada capaz de resarcir al ciego de la pérdida de la luz, al achacoso de sus padecimientos, a la madre inconsolable por la muerte del hijo. No puede proporcionar a los seres groseros los goces artísticos reservados a las personas con dotes naturales. Aún más, el mismo Estado no puede dejar de aumentar con desigualdades artificiales las desigualdades naturales ya existentes"(14). La conclusión de Laun es terminante. A su juicio, "todas las democracias de la Historia y del tiempo presente se encuentran en general poco más o menos tan alejadas como los Estados no democráticos del ideal de la igualdad de los ciudadanos ante los deberes de obediencia"(15).
  Según hemos visto, los principios de libertad e igualdad, en los que pretende basarse la democracia, resultan incompatibles con ninguna clase de gobierno; pero como es contraria a la naturaleza la existencia de un estado anárquico, ha sido preciso adulterarlos, por medio de limitaciones más o menos importantes. La fuerza corrosiva de tales principios sigue minando, sin embargo, los espíritus de las masas y creando una situación de anarquía latente que puede provocar, en un momento dado, el derrumbamiento de los restos de civilización que aún perduran. Así hubo de admitirlo Spengler, cuando escribió: "Lo que hoy reconocemos como orden y fijamos en constituciones liberales no es más que una anarquía hecha costumbre. La llamamos democracia, parlamentarismo o self-government de los pueblos; pero es, de hecho, la mera inexistencia de una autoridad consciente de su responsabilidad, de un gobierno y con ello, de un verdadero Estado"(16).
  Así como dijimos que el principio de la libertad desenfrenada se deriva del pecado de soberbia, del non serviam, de Lucifer, también podemos encontrar el origen del principio de igualdad absoluta en el pecado de la envidia en que cayeron nuestros primeros padres en el Paraíso, al dejarse seducir por la promesa de la serpiente: Aperientur oculi vestri et eritis sicut dii, scientes bonum et malum (17). De morbus democraticus calificó Summer Maine a la envidia.
(1) Balmes: Obras Completas, ed. cit., vol XV, págs. ISO, siguientes.
(2) Aristóteles: La Política, traducción de Nicolás Estevánez, París, Garnder, s. d., págs. 11, sgs,
(3) FIm., 15-18, Sagrada Biblia, traducción de Nácar-Colunga, Madrid, B. A. C., 1959, págs. l310-1311.
(4) Eph. VI, 5, sgs, ed. cit., pág. 1279.
(5) León XIII: Quod apostolici muneris, en Doctrina Pontificia Documentos sociales, Madrid, B. A. C., 1959, pág. 184.
(6) René Bazin: Pie X, París, Flamrnarion, 1928, págs. 14 y 15; Jerónimo Dal-Gal: San Pío X, Barcelona, Publicaciones
Cristiandad, 1954, pág. 5.
(7) San Pío X: Fin dalla prima nostra enciclica, en Doctrina Pontificia. Documentos sociales, ed., cit.• pág. %4.
(8) Léon Duguit y Henri Mounier: Les constitutions et lesprincipales lois politiques de la Erance, París, Librairie Générale de Droit et de Jurisprudence, 1925, pág. l. Todas las citas de la Declaración de derechos que se hacen en este trabajo están tomadas de esta obra
(9) Rousseau: Discours sur l'origine de l'inégalité parmi les hommes, París, Union Générale d'Editions, 1963, pág. 254.
(10) Rousseau, op, cit., pág. 292.
(11) Citado por Maurras: Dictionnaire politique et critique,vol. V, pág. 134.
(12) Demongeot, op. cit. pág. 76.
(13) Kelsen, op, eít., pág. 2.
(14) Rudolph Laun: La democratie, París, Librairie Delagrave, 1933, pág. 153.
(15) Laun, op. cit., pág. 154.
(16) Oswald Spengler : Años decisivos, Madrid, Espasa Calpe, 1936, pág. 40.
(17) Génesis, 3, 5.

DON EUGENIO VEGAS LATAPIE – “Consideraciones sobre la democracia” – Discurso leído el 14 de Septiembre de 1965. Selecciones Gráficas – Madrid 1965. Págs. 73-81
Nacionalismo Católico San Juan Bautista