Nuevo ultraje a la estatua de Colón
LOS TALIBANES DEL INDIGENISMO
LOS TALIBANES DEL INDIGENISMO
El Gobierno nacional acaba de consumar un nuevo ultraje contra el monumento a Cristóbal Colón que dominaba, hasta hace poco, la porteña plaza homónima. Esta vez, aprovechando quizás la modorra del verano, la estatua ha sido prácticamente destruida, desmontadas una a una sus piezas algunas de las cuales han sufrido roturas quizás irreparables. Una auténtica barbarie. Una furia iconoclástica propia de talibanes: los talibanes del indigenismo.
Porque de eso se trata y es necesario hablar sin eufemismos. Aquí no hay ninguna razón urbanística que justifique, ni de lejos, el traslado del monumento ni queda claro para nada que exista una real intención de trasladarlo. Tampoco se ve la necesidad de reparar el grupo escultórico ni se ha dado, hasta ahora, muestra alguna de que se lo vaya a reparar. No. Lo único claro y por demás evidente es que se trata de una ofensiva -hasta ahora la más audaz- de la ideología indigenista que el Gobierno ha hecho suya como que la promueve, la difunde por todos los medios, la impone en los planes de enseñanza pública y, ahora, estalla en esta iconoclastia entre pueril y perversa.
Dicho esto hay que añadir enseguida que el indigenismo es una ideología radicalmente anticatólica y antiespañola sostenida en una patraña histórica de larga data y siempre renovada: la leyenda negra. Es una mentira y por lo mismo tiene algo (o mucho) de diabólico; y lo afirmo sin ruborizarme y exponiéndome, a sabiendas, a las burlas de propios y extraños: ¿hemos o no hemos de creer al Señor cuando dice que el demonio es mentiroso y padre de la mentira (Juan 4, 44)?
Esta patraña diabólica es el ariete con el que se pretende destruir la identidad hispanocatólica de nuestros pueblos. Es esa identidad la que no se soporta, la que no se admite, la que estorba. Por eso la Iglesia y España son falsamente acusadas de genocidio, de exterminio de indios, de sometimiento cultural, de violar los derechos humanos. Las dos, la Iglesia y España, son llevadas a la rastra ante los nuevos sanedrines de la opinión pública y de la “memoria histórica”, presididos por modernos caifaces, para ser juzgadas, condenadas y crucificadas. El juicio es inapelable. La sentencia no admite revisión.
Para que nada falte en esta suerte de parábola de la Pasión de Cristo, también están los judas. Españoles que piden perdón por el Descubrimiento y la Conquista de América y católicos vergonzantes empeñados en una pastoral aborigen que excluye expresamente la evangelización. Gracias a unos y a otros, el indigenismo avanza, blindado en la “corrección política”, sin que nadie cierre su paso pues quienes debieran hacerlo están paralizados por una suerte de terrorismo moral ejercido sin pausa y sin piedad por las izquierdas y sus socios progresistas.
Esto explica el silencio, casi unánime, que ha rodeado a este y los anteriores atentados contra la estatua del “Príncipe de las Carabelas” según la feliz expresión de Darío. Hasta ahora sólo han hablado y han hecho oír su voz de protesta, los italianos. Ellos donaron el monumento a la Ciudad de Buenos Aires y ahora un Gobierno argentino se empeña en removerlo de su sitio con excusas inadmisibles. Es de agradecer, y mucho, estos nobles esfuerzos de una comunidad tan querida y próxima. Pero no son los italianos los que puedan dar las razones últimas del reclamo porque eso le corresponde hacerlo a la conciencia católica e hispánica. Pero, ¿dónde está esa conciencia? ¿Dónde están los católicos que defiendan al Cristóforo que nos trajo a Cristo? ¿Dónde están las voces de la Hispanidad que hoy debieran alzarse más fuertes que nunca en defensa de la España Descubridora, Conquistadora y Evangelizadora? ¿Quién hablará por los Capitanes de España, por los teólogos de Salamanca, por los misioneros que sembraron la Fe a costa, incluso, del martirio? ¿Quién blandirá una espada por Nuestra Señora Isabel?
En medio del sopor del verano y de las almas esperamos que, aquende y allende el Océano, alguien alce la voz de la Civilización ante esta nueva embestida de los talibanes.
Mario Caponnetto
Mar del Plata, enero de 2014
Porque de eso se trata y es necesario hablar sin eufemismos. Aquí no hay ninguna razón urbanística que justifique, ni de lejos, el traslado del monumento ni queda claro para nada que exista una real intención de trasladarlo. Tampoco se ve la necesidad de reparar el grupo escultórico ni se ha dado, hasta ahora, muestra alguna de que se lo vaya a reparar. No. Lo único claro y por demás evidente es que se trata de una ofensiva -hasta ahora la más audaz- de la ideología indigenista que el Gobierno ha hecho suya como que la promueve, la difunde por todos los medios, la impone en los planes de enseñanza pública y, ahora, estalla en esta iconoclastia entre pueril y perversa.
Dicho esto hay que añadir enseguida que el indigenismo es una ideología radicalmente anticatólica y antiespañola sostenida en una patraña histórica de larga data y siempre renovada: la leyenda negra. Es una mentira y por lo mismo tiene algo (o mucho) de diabólico; y lo afirmo sin ruborizarme y exponiéndome, a sabiendas, a las burlas de propios y extraños: ¿hemos o no hemos de creer al Señor cuando dice que el demonio es mentiroso y padre de la mentira (Juan 4, 44)?
Esta patraña diabólica es el ariete con el que se pretende destruir la identidad hispanocatólica de nuestros pueblos. Es esa identidad la que no se soporta, la que no se admite, la que estorba. Por eso la Iglesia y España son falsamente acusadas de genocidio, de exterminio de indios, de sometimiento cultural, de violar los derechos humanos. Las dos, la Iglesia y España, son llevadas a la rastra ante los nuevos sanedrines de la opinión pública y de la “memoria histórica”, presididos por modernos caifaces, para ser juzgadas, condenadas y crucificadas. El juicio es inapelable. La sentencia no admite revisión.
Para que nada falte en esta suerte de parábola de la Pasión de Cristo, también están los judas. Españoles que piden perdón por el Descubrimiento y la Conquista de América y católicos vergonzantes empeñados en una pastoral aborigen que excluye expresamente la evangelización. Gracias a unos y a otros, el indigenismo avanza, blindado en la “corrección política”, sin que nadie cierre su paso pues quienes debieran hacerlo están paralizados por una suerte de terrorismo moral ejercido sin pausa y sin piedad por las izquierdas y sus socios progresistas.
Esto explica el silencio, casi unánime, que ha rodeado a este y los anteriores atentados contra la estatua del “Príncipe de las Carabelas” según la feliz expresión de Darío. Hasta ahora sólo han hablado y han hecho oír su voz de protesta, los italianos. Ellos donaron el monumento a la Ciudad de Buenos Aires y ahora un Gobierno argentino se empeña en removerlo de su sitio con excusas inadmisibles. Es de agradecer, y mucho, estos nobles esfuerzos de una comunidad tan querida y próxima. Pero no son los italianos los que puedan dar las razones últimas del reclamo porque eso le corresponde hacerlo a la conciencia católica e hispánica. Pero, ¿dónde está esa conciencia? ¿Dónde están los católicos que defiendan al Cristóforo que nos trajo a Cristo? ¿Dónde están las voces de la Hispanidad que hoy debieran alzarse más fuertes que nunca en defensa de la España Descubridora, Conquistadora y Evangelizadora? ¿Quién hablará por los Capitanes de España, por los teólogos de Salamanca, por los misioneros que sembraron la Fe a costa, incluso, del martirio? ¿Quién blandirá una espada por Nuestra Señora Isabel?
En medio del sopor del verano y de las almas esperamos que, aquende y allende el Océano, alguien alce la voz de la Civilización ante esta nueva embestida de los talibanes.
Mario Caponnetto
Mar del Plata, enero de 2014