«He
aquí que vengo hacer irrupción en Mi Iglesia; como expulsé a los
mercaderes del Templo, regreso armado con un látigo, para expulsar a
estos que no Me pertenecen» (Françoise, Jésus-Christ révèle aux
siens ce qu’est la franc-maçonnerie, Éd. du Parvis, Suisse, 1998, p. 49
– 4 de octubre 1997)
Tres principios tiene la masonería, que son los ejes de su sistema: libertad, igualdad y fraternidad.
a. La libertad individual no puede ser absoluta, sino que debe ser restringida para no limitar la libertad del otro.
b.
La igualdad es el presupuesto de la libertad: las desigualdades
económicas y políticas van contra la libertad de los hombres. Es
necesario un marxismo de corte humanista que luche por acabar con las
situaciones de falta de derechos y de rentas básicas para conseguir la
igualdad de todos los hombres.
c.
la fraternidad concebida como un deber moral, ético, como una
obligación de la persona para ayudar los demás en sus necesidades, no
sólo básicas sino en todas. Y, por eso, es necesario que todos compartan
lo que tengan con todo el mundo. Lo privado debe desaparecer, la
empresa debe desaparecer, los beneficios, vivir para una calidad de vida
tiene que desparecer en bien de todos.
Estos tres principios están metidos en la Jerarquía Eclesiástica.
Dios
ha dado al hombre la libertad absoluta, total, sin límites, sin
condiciones, sin restricciones. Y esa libertad absoluta hace que la
persona puede vivir un orden moral, un orden ético, una ley divina.
Porque
la libertad se da para hacer el bien divino. Éste es el principio de la
libertad. Y, por eso, sólo es libre aquel que sigue al Espíritu. Los
demás hombres son esclavos de muchas cosas: su inteligencia, sus
voluntades, sus vidas, sus obras, sus empresas, sus placeres, etc.
El
que vive la libertad del Espíritu se pone en la Verdad. El Espíritu
lleva al alma hacia la Verdad que la hace libre, con una libertad
absoluta, no relativa, no limitada por nada ni por nadie.
Y,
en esa libertad absoluta, el hombre vive la Verdad de su vida. Y ama a
Dios en Espíritu y en verdad. Y ama al prójimo en el Amor de Dios.
El
Amor de Dios se obra siempre en la Verdad. Nunca Dios obra Su Amor en
la mentira. No puede, porque Dios es Justicia, es recto en todo, es
orden en todo, es armonía en todo.
Los
hombres ven la Justicia de Dios como algo malo, como una Ira que lo
destruye todo. Y la Justicia de Dios es la esencia del Amor Divino. Dios
castiga por Amor. Dios tiene Ira por Amor. Dios permite los males por
Amor. Porque hay una rectitud en Dios, un orden, una Ley que no puede
limitar, transgredir, pasar, condicionar.
Y,
por tanto, Dios da Su Libertad al mismo hombre. Y es una libertad
absoluta, no relativa, ni siquiera con Dios. Por eso, el hombre puede
elegir condenarse y Dios no puede hacer nada por ese hombre, porque su
libertad es absoluta.
Cuando
se quiere explicar la libertad del hombre como algo no absoluto,
entonces, necesariamente hay que negar: el pecado, el infierno, el
purgatorio, y la misma libertad del hombre. El hombre ya no puede decir
en su vida y, por tanto, el hombre se salva porque Dios los salva, así
haga muchos males en sus vida.
Ésta
es la doctrina que muchos están predicando, porque siguen el principio
de la libertad masónica. Esto es lo que predica Francisco con su Iglesia
accidentada: como estamos en la Iglesia con nuestros pecados, Dios nos
ama así. No podemos quitarlos, vivamos felices haciendo obras buenas a
los demás: “entre una Iglesia accidentada por salir a la calle y una Iglesia enferma de autoreferencialidad, prefiero sin duda la primera”
(23 de enero). Salgan al mundo a llenarse de pecados, pero no estén en
la Iglesia mirando las verdades, los dogmas. Es preferible hacer un bien
al hombre así haya que pecar. No importa el pecado, sólo importa el
bien que hay que hacer a la otra persona. Y ¿por qué? Porque tiene una
libertad que nadie puede limitar viendo su verdad en la vida. Si te
quedas observando tu dogma, vas en contra de la libertad del otro. Ese
otro no tiene tu dogma y eso le hace daño a su vida, lo esclaviza,
porque tú estás esclavo de tus verdades.
Así
piensan muchos en la Iglesia. El primero: Francisco. Francisco no cree
en la libertad absoluta del hombre y, por eso, está en la Iglesia para
buscar una igualdad: que ancianos, niños, pobres, enfermos, etc., tengan
lo necesario para cubrir todas sus necesidades materiales, humanas,
carnales, naturales, económicas, etc. Francisco se dedica a resolver
problemas humanos, para quitar las desigualdades en lo económico y en lo
político: “A nivel global vemos la escandalosa distancia entre el lujo de los más ricos y la miseria de los más pobres”
(23 de enero). Esta es sola su preocupación. Por supuesto, no le
interesa el escándalo del pecado. Eso nunca lo menciona, porque vive
para el principio de la igualdad entre los hombres: luchemos por quitar
todo tipo de desigualdades.
La
doctrina de cristo es clara: hay tres enemigos del alma, que son:
mundo, demonio y carne. La igualdad entre los hombres es sólo un mito,
es decir, un cuento chino, una fábula, algo para entretener a los
hombres, que ya no saben cómo vivir. Porque hay demonio, es imposible
que dos hombres sean iguales. Los demonios que tiene una persona le
hace ser distinto a la otra persona. Si no se lucha contra el demonio,
los hombres son como él: un ser totalmente desigual en su naturaleza y
que, por tanto, sus obras señalan una vida de miseria y de pecado.
Porque
hay pecado, no hay dos hombres iguales. Todo pecado marca una
diferencia moral y ética entre las personas. Diferencia que crea
desigualdad entre los hombres. Si no se quita el pecado, la desigualdad
va creciendo gradualmente.
Porque el mundo está lleno de demonios y de gente pecadora, entonces en el mundo es imposible la igualdad entre los hombres.
Francisco
no lucha ni contra el demonio, ni contra el mundo, ni contra la carne. A
Francisco no le interesa el alma, sino el cuerpo. Y, por eso, esto le
conduce al tercer principio: el amor fraterno.
Pero
el problema del amor fraterno es que se ha hecho culto, dios: si no
amas a tu hermano ya no amas a Dios. Éste es el error. Del amor fraterno
nace el amor de Dios. Esto es lo que está en la mente de muchos.
Primero, tu hermano. Así demuestras tu amor a Dios. Gran error de
muchos. Y este error les lleva a negar a Dios. Dios es sólo algo
interior en la persona: su yo interior. Dios es algo en la Creación:
todo es dios. Cada uno en su yo interior tiene que crecer para formar el
yo de la Creación, en la que todos los hombres estén unidos como
hermanos. Se pone la Creación como una armonía en sí misma, sin
referencia a Dios como Creador de ella.
Por eso, la insistencia de Francisco en el amor fraterno: su evangelio de la fraternidad. “De
hecho, la fraternidad es una dimensión esencial del hombre, que es un
ser relacional. La viva conciencia de este carácter relacional nos lleva
a ver y a tratar a cada persona como una verdadera hermana y un
verdadero hermano; sin ella, es imposible la construcción de una
sociedad justa, de una paz estable y duradera” (8 de diciembre 2013). El error de Francisco poner la fraternidad como dimensión esencial del hombre. Y dice más: “la
fraternidad humana ha sido regenerada en y por Jesucristo con su muerte
y resurrección. La cruz es el “lugar” definitivo donde se funda la
fraternidad, que los hombres no son capaces de generar por sí mismos” (8 de diciembre 2013). Dice que la cruz es el origen de la fraternidad.
Ante
estas palabras de Francisco, se comprende su culto al hombre, por
encima del culto a Dios. Se comprende que Francisco sea un hombre ciego,
lleno de humanidad, que caiga en la adoración al hombre por el hombre.
Francisco
adora al hombre, pero no a Dios. Sus palabras son claras. Como el
hombre es un ser relacional, entonces es de esencia que los hombres sean
hermanos. Aquí está la clave de su adoración al hombre.
Dios
ha puesto en el ser humano su Espíritu. Y ese Espíritu relaciona a Dios
con el hombre. Sin ese Espíritu, el hombre no puede mirar a Dios y Dios
no puede dar nada al hombre.
Dios
ha puesto Su Espíritu en el hombre para que el hombre lo adore. Eso es
la esencia del ser humano: es dependiente en todo de Dios.
Dios
no pone Su Espíritu en el hombre para que el hombre sea hermano de otro
hombre. No es esencial ser hermano. No es lo primero amar a otro
hombre. No es ni siquiera necesario amar al prójimo, porque el amor al
prójimo es un fruto del amor a Dios. Es la consecuencia de lo esencial
en el ser humano. Es algo que se obra porque existe en el corazón el
amor a Dios.
La
dimensión esencial del hombre es amar a Dios, porque el hombre es un
ser que se relaciona con Dios, que tiene un Espíritu que lo lleva a
adorar a Dios, a someterse a Dios, a obedecer a Dios.
Y
si el hombre se somete a Dios, entonces el hombre ama a sus semejantes.
Peor si el hombre no se somete a Dios, el hombre no ama a nadie, ni
siquiera a sí mismo.
El amor a Dios lleva necesariamente al amor al prójimo. Pero el amor al prójimo no conduce al amor a Dios.
Pero
Francisco cae en otro error: pone la Cruz como el principio del amor
fraterno. Y, al decir, esto está negando la Obra de la Redención de
Cristo. Y la niega de un plumazo.
La
Cruz de Cristo es el lugar definitivo en que el pecado de Adán fue
vencido por Cristo. Eso sólo es la Cruz de Cristo. Adán pecó. El Nuevo
Adán murió para quitar ese pecado.
Adán pecó y todos los hombres pecaron en Él: pecado original, sin culpa en cada hombre, pero real en cada hombre.
El
Nuevo Adán murió y todos los hombres siguen en sus pecados. Porque
Cristo quita el pecado de Adán, pero no las consecuencias en todos los
hombres.
Para
quitar las consecuencias, Cristo pone sus Sacramentos. Cada alma, cada
hombre tiene que aceptar los Sacramentos para tener la Vida que Cristo
ganó para todos los hombres.
Cristo
murió en la Cruz y todos los hombres siguen sin amarse entre ellos.
Francisco dice: no. Por la Cruz, ya todos somos hermanos. Ha destruido
la Obra de la Redención.
Cristo
no regenera la humanidad por su muerte. Cristo muere para que todos los
hombres tengan Vida, porque ha quitado lo que impedía esa Vida: el
pecado de Adán.
Pero, para que los hombres tengan Vida, y no sigan en sus pecados, cada hombre –en particular- tiene que someterse a la Obra de la Redención de Cristo y ser corredentor con Cristo.
Cada
hombre tiene que aceptar en su vida esa Cruz que le salva. Tiene que
crucificarse con Cristo. Tiene que luchar por quitar sus pecados. Cristo
quitó el pecado de Adán, pero no quitó los pecados de todos los
hombres. Los pecados los quitan en la libertad que le dé el hombre.
Cristo sufrió para quitar el pecado de Adán, pero necesita que los hombres sufran con Él para quitar los pecados de cada hombre.
Como
hoy se predica que ya cristo lo ha sufrido todo, no hay que hacer
penitencia por que todos estamos salvados: es la doctrina de
fraternidad, del invento de que todos somos hermanos. Es por no
comprender la Obra de la Redención de Cristo en cada alma.
Por
eso, Francisco niega la Cruz de Cristo. La tiene que negar de forma
absoluta. No cree en Ella. Y, por tanto, no puede ver a Cristo como
Dios, como el Verbo Encarnado. Francisco no cree en nada. Habla de
muchas cosas, pero sólo porque tiene que hacer su obra de teatro en la
Iglesia.
Francisco
está lleno de palabrería barata y blasfema. Esas son todas sus
homilías. Y eso es lo que a la gente le gusta: esa palabrería que no
llena el corazón, pero que hace un daño a las almas. Un gravísimo daño.
Francisco
sigue, en todo, los principios de la masonería. Y hay muchos sacerdotes
y Obispos que hacen lo mismo. Se han convertido en lobos vestidos de
piel de oveja. Y aúllan un marxismo lleno de humanismo y así quieren
presentar a la Iglesia una primavera roja, un tiempo en que se va a
desencadenar en la Iglesia la persecución contra a aquellos que viven la
Verdad y que, por lo tanto no pueden someterse a las doctrinas
marxistas de Francisco y los suyos. No se puede dar crédito a ninguna
palabra de Francisco. Engaña en cada homilía. Engaña en cada sonrisa.
Engaña en cada obra que hace en la Iglesia.