Me
gusta que vuelva Cristina. No es por nada, pero si tengo que bancarme
lo que queda del modelo de redistribución de formularios de la AFIP,
está bueno alegrar un poco el asunto con los delirios descriptivos de
dimensiones paralelas.
La Presi reapareció de un modo sádico. Habilitó una cadena nacional
para que todos veamos cómo le habla a la militancia. La monada estaba
tan emocionada por verla de vuelta que no cayó en incoherencias tan
notorias como hablar de un país de pleno empleo mientras se anuncia un
plan para jóvenes que no tienen laburo y/o pertenecen a familias sin
laburo.
Propio de una vuelta como la gente, Cris armó un listado de grandes
éxitos, hizo una analogía entre los titulares de los diarios y la
Dictadura, culpó a la década del ’90 de los problemas de los próximos
tres milenios y le pegó a Clarín, el único grupo que pudo adecuarse a la
ley de medios. De paso, anunció el nuevo plan.
La política a implementar por el Gobierno parte de una diferencia
sustancial frente a la Asignación Universal por Hijo: no es financiado
por la ANSeS, sino que es solventado por el tesoro nacional, en un
contexto en el que el Banco Central no para de perder dólares de a mil
millones por mes. Los destinatarios, en este caso, son los jóvenes de
entre 18 y 24 años que no posean un trabajo formal o no lleguen a la
mínima y que pretendan continuar con sus estudios primarios, secundarios
o universitarios.
La incógnita no aclarada por la Presidenta es cuál es el sentido de
una asignación de estudios muy superior a la asignación destinada para
la canasta básica de la infancia ($600 vs. $460), en un país en el que
la educación es pública, gratuita e irrestricta y en el que existe la
suficiente variedad de turnos y becas para que cualquiera pueda cursar
sus estudios en la medida que lo desee.
“Debemos marchar hacia la utopía de una sociedad absolutamente
igualitaria”, arrojó la multimillonaria hotelera y empleada pública,
para el regocijo de la muchachada, de lo cual se desprende que el camino
a la igualdad es premiar al que se rasca el hoyo, frente al pibe que
tiene tres laburos y cursa una carrera universitaria rindiendo libre,
estudiando en el bondi, en el horario del almuerzo y en el baño.
Para justificar la idea de los planes estudiantiles, Cris señaló que
los chicos “ni-ni” son producto del neoliberalismo que dejó sin empleo a
sus padres. Sus hijos, que ya califican para un transplante de manos de
tanto rascarse los gobelinos, tampoco estudian ni trabajan, y con $600
pesos apenas podrían pagar un tercio de los lentes negros de Florencia,
pero no viene al caso.
O sí. Hay miles de motivos para que alguien no estudie ni labure y no
siempre es pasar necesidades. La falta de estudios superiores no anula
la posibilidad de acceder a un empleo y cualquiera que sepa escribir su
nombre y sumar de a tres dígitos califica para cajero de supermercado.
Estudiar se hace por ganas, por voluntad. Las ganas de estudiar las
desencadena un modelo de vida, una aspiración a seguir. Y las
aspiraciones van de la mano de la realidad. En un país en el que se
puede ser propietario sólo si se es hijo único y los padres se mueren,
la aspiración personal se ve limitada a lo que se puede alcanzar: un
alquiler, pilcha, salir de joda, un autito.
Antes admiraba a los que se pasaban la vida estudiando, metiendo
posgrados, doctorados y aprendiendo tres idiomas mientras trabajaban en
empleos que no tenían nada que ver con lo que estudiaban. Ahora los miro
con ternura. Es envidiable la fe que tienen en que algún día podrán ser
grosos en lo que hacen, cuando hace tiempo que la meritocracia se
convirtió en un concepto atacable, maligno y sinónimo de garca.
Nueve lucas para arrancar a alquilar un dos ambientes apto
profesional por el que pagaran dos lucas y media hasta que pinte un
aumento del 20%. Cinco lucas en una computadora medio pelo, otros quince
mil en un mobiliario que aparenta ser presentable y, si se estudió
alguna carrera con matrícula, lo que haya que pagar de licencia. El que
no puede bancarlo por unos cuantos años, termina rapiñando un puesto de
cagatintas en una repartición oficial. ¿Quién en su sano juicio puede
apostar a romperse el culo estudiando?
La derrota cultural es total y lograron imponer el imperio de la
dialéctica más pedorra que pueda existir, donde no se busca la síntesis y
sólo hay luchas de antítesis que no se sabe a qué se oponen. Lo
conseguimos de un modo tan brutal que hasta nos da miedo señalar como
malo las políticas del gobierno. Criticamos los resultados y el manejo
de la política aplicada, compartimos notas de cráneos que afirman
fervientemente que el problema no fue que nos metieron al Estado hasta
en las cubeteras del congelador, sino que fueron corruptos. O sea, que
en realidad no nos jode el kirchnerismo, sino los kirchneristas.
La
rebeldía se convirtió en el conformismo de pedir un Estado que regule
hasta qué numero tengo que apretar en el control remoto para ver un
canal de cable. Más Estado y más militancia es el sinónimo de la
rebelión contra la nada. Frente a esta realidad, la opción que se planta
como más rebelde es la de los que dicen que son corruptos, pero que el
Estado tiene que estar presente hasta para definir si la milanesa lleva
provenzal o no. La rebeldía del siglo XXI es el conformismo homogéneo e
igualitario en el que quien pretende ser mejor que otro, es tildado de
clasista.
“Tenés que comprometerte más”, piden muy sueltos de cuerpo gente que
está tan al pedo que lo único que tienen para hacer es tratar como
mascotas a los demás, en vez de dedicar algo de ese esfuerzo a estar
menos al pedo. “En vez de quejarte, participá”, afirman los castrados
ideológicos que aún no entendieron que el país no es el consorcio de un
edificio y que nuestro sistema es representativo por algo: para que los
que saben se dediquen a arbitrar los medios necesarios para que los que
sabemos de otras cosas nos dediquemos a producir.
Cualquiera que tenga un ingreso legal en este país, es socio
fifty-fifty con el Estado, aunque no lo quiera y aunque en su vida haya
conocido ni a un concejal del partido de Tapalqué. ¿Acaso no hay mayor
compromiso participativo que seguir trabajando a pesar de esa perversa
ecuación? Pagamos contra nuestra voluntad por servicios que no existen y
pagamos muy a nuestro pesar para suplir esos mismos servicios ¿Encima
tenemos que “participar” para que eso no pase más?
Ninguno
de los pibes que participan y se comprometen con tareas “sociales y
gratuitas” puede explicar porqué cada año tienen que caminar más cuadras
para llegar de una punta a la otra de ese insulto que llamamos villas.
Si existiera la chance de señalar esa realidad, la respuesta consistirá
en culpables que pueden mutar entre la patria sojera, las corporaciones
mediáticas, la clase media egoísta -como si todavía existiera- o los
resabios del neoliberalismo, y todo en una misma argumentación.
Incógnitas sobre cómo puede un flaco de 18 años pertenecer a una
familia sin laburo por culpa del neoliberalismo en un país que dice
tener pleno empleo, se suma a preguntas como en qué cabeza entra que se
deba festejar con un estampillado que el país del crecimiento a tasas
chinas necesite de la AUH casi 5 años después de implementada y a casi
once del inicio de la gestión kirchnerista, o cómo se puede ser pobre
teniendo empleo. Preguntar cualquiera de estas cosas, califica para una
remake de Cosmos de Carl Sagan.
No pueden hacer frenar los trenes y pretendemos que frenen la
inflación y el dólar. No logran que una sola empresa funcione y queremos
que arreglen algo. No pueden garantizar que haya luz en verano ni gas
en invierno. Saqueos, policías hambreados, pibes que manguean en cadena,
gente que duerme en la calle de a tres por cuadra, muertes sádicas en
choreos cotidianos, créditos hipotecarios para el que demuestra que no
lo necesita, sistemas de salud colapsados y una presión tributaria
escandinava para una calidad de vida subsahariana.
Nos dijeron que venían a poner un Estado presente y nos trajeron un
Estado que nos abre la heladera, nos putea por no tener cerveza y
pregunta que hay para comer mientras ocupa el sillón del living. Pero
eso sí, presente.
Y así, después de once años del crecimiento más groso de la historia
de la Vía Láctea, el gobierno se dedica al asistencialismo. Diría que en
algo fallaron, pero sería olvidarme que, en su esencia, el kirchnerismo
es eso: la administración de la pobreza.
Jueves. El asistencialismo no es la medicina, es la enfermera que te
cuida mientras el doctor te cura. Y acá, el doctor se fue de putas.
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relatodelpresente