¡ALÉJATE DEL HEREJE!
Mons. Andrés Morello)
ALEJATE DEL HEREJE
DEVITA HERETICUM HOMINEM ( Tít. 3, 10)
Principalmente a partir del Concilio Vaticano II, aunque hubo numerosas
intentonas precedentes, ha nacido todo un movimiento ecuménico de
acercamiento a las otras religiones, no ya solamente las cristianas que
un día se separaran de la única Iglesia de Nuestro Señor, sino, aún
hacia las mismas religiones no cristianas, paganas e idolátricas, y esto
particularmente en los últimos años.
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Inversamente al modo habitual de obrar de la Santa Iglesia durante todo
el decurso de su existencia, desde la edad apostólica hasta el reinado
de S.S. Pío XII, el antedicho acercamiento no consiste en una cálida
acogida a las almas sinceramente convertidas que ansían cobijarse bajo
la sombra protectora de la Iglesia, sino en un silenciamiento de la
doctrina y en una aceptación tácita o casi expresa de las otras
religiones tan falsas como sean en sí mismas, como otros tantos caminos
legítimos de salvación y de culto al único Dios verdadero.
Dicha actitud, generalizada hoy en obispos y prelados y, Juan Pablo II,
responde a una serie de falsos presupuestos, de entre los cuales se
destacan dos a los que querríamos hacer breve referencia:
- (A) Uno filosófico: una noción equivocada de la verdad.
- (B) el otro teológico: la identificación de la verdadera religión con el puro sentimiento religioso.
(A) Una noción equivocada de la verdad:
La verdad, en una sana
filosofía realista no es sino la adecuación entre el intelecto y la
cosa, es decir, entre el sujeto que conoce y aquello que conoce, de modo
que el fruto de sus conocimientos, sensaciones y conceptos,
correspondan realmente a la realidad misma de la cosa conocida. Ahora
bien, si la verdad, entonces, corresponde necesariamente al ser mismo de
la cosa conocida, de manera tal que si no corresponde no hay verdad,
entonces, la verdad respecto a algo no puede ser sino una, es decir,
aquélla que se adecue de manera conveniente a la cosa a la cual se
refiere.
Esto aplicado en el orden religioso significa que sólo puede haber una
sola religión verdadera, la que atribuye adecuadamente el culto debido
al Dios. Aceptado este principio, toda religión que no corresponda al
único Dios y que no le brinde el único culto que le es debido, no es
verdadera; más aún, es falsa, peligrosa y ofensiva de los derechos del
único Dios.
(B) La identificación del. sentimiento religioso con la verdadera religión:
No es sino un sentimentalismo religioso, que se siente tocado en las
fibras más profundas de su sensibilidad desordenada, al contemplar
cualquier manifestación religiosa por absurda que sea. Si se es sincero
en la adoración de un ídolo, un totem o un animal, poco importa para
ellos, lo que importa es que se siente. Sería igual que admirar el
sentimiento que une a dos adúlteros, o a dos concubinos, o a dos
anormales, cuando en realidad ese sentimiento jamás será amor verdadero,
ya que el amor supone buscar el bien del otro, y, en los casos citados,
no se hace más que mandar e irse al infierno, que es el peor de los
males.
En la práctica, estos errores básicos, conducen a obispos y pastores y a
Juan Pablo II a buscar una amalgama religiosa con las otras religiones
cristianas, paganas o idolátricas, guiados por un claro espíritu
modernista, consciente o no, consentido o no consentido, y, según esto,
de mayor o menor culpabilidad.
Así se entienden las actitudes inauditas de Juan Pablo II afirmando la
creencia común en el único Dios, que sería el mismo que el de los
musulmanes (discurso en Casablanca); o el de los judíos; la oración
común con sacerdotes animistas invocando las fuerzas naturales (última
visita a Togo); la recepción de cenizas sagradas en un rito pagano en
Madras (India), habitualmente interpretado como de pertenencia a una
secta falsa; las reuniones ecuménico de Asís, etc.
Esa participación de Juan Pablo II en ritos paganos o no católicos,
rezando con ellos o dándole signos de respeto a la religión que
profesan, es lo que moralmente se llama “communicatio in sacris”. Es
decir, la asistencia activa y formal a esos falsos ritos y que dejan
traslucir una aceptación tácita, al menos, de los mismos.
Dice el Código de Derecho Canónico promulgado por S.S. Benedicto XV y
codificado por mandato de S.S. San Pío X: Cánon 1258, 1: No es lícito a
los fieles asistir activamente, de cualquier modo que sea, o tomar parte
en las funciones sagradas de los acatólicos.
Comentario (B.A.C., Código comentado, 1957):
1. “La
asistencia activa o formal que el cánon prohíbe consiste en tomar parte
en las funciones sagradas de los acatólicos por ejemplo, alternando con
ellos el rezo o recibiendo los sacramentos de su mano.”
2.
“La presencia pasiva o material consiste en acudir a dichas
solemnidades o actos de culto, pero sólo con el cuerpo, de forma que,
por la actitud aparezca de una manera clara que ninguna parte se toma en
ellos… Pero siempre se requiere causa grave, y además que se evite el
peligro de perversión para los que asisten; y el de escándalo para los
demás.”
La llamada “communicatio in sacris” positiva y formal es a la que
hacemos referencia. Es decir a participación de un católico en las
funciones sagradas y públicas de un culto no católico, herético,
cismático, infiel, etc; con la intención de honrar a Dios con ese culto.
La Iglesia la ha prohibido siempre bajo todas sus formas, ya que sería
la profesión de un culto falso y la negación, al menos implícita del
verdadero culto, aparte del escándalo. (Cfr. R. Naz, “Communicatio in
sacris”, D.D.C. 111, 1091-1095; y Cardenal Roberti, Diccionario de
Teología Moral, pág. 233).
El 8 de junio del año 1859 el Santo Oficio decretó: “Es ilícito invitar
a los herejes en las sagradas funciones a sentarse en el coro, cantar
alternadamente con ellos, darles la paz, las sagradas cenizas, candelas y
ramos bendecidos y todas las otras cosas del culto externo, que con
derecho se estiman como indicio de consentimiento y de vínculo
interior”. Agrega el Padre Merckelback, O.P. en su Summa Theologiae
Moralis, T. I, N 752, ss.: “La participación activa en los ritos
sagrados o culto público de los infieles o acatólicos es ilícita ya que
es una aprobación implícita del ejercicio del culto y de la secta. Si se
hace con herejes o cismáticos, en razón del derecho natural y
eclesiástico, en sí misma y regularmente es gravemente ilícita para los
fieles:
- 1. En razón del peligro de perversión en la Fe católica;
- 2. por el peligro de participación en el rito herético;
- 3. por el peligro de ocasión de escándalo o seducción;
- 4. en razón de la adhesión a la secta falsa que significa dicha participación.
Con los infieles (judíos y paganos), a fortiori es ilícita, sobre todo
porque su culto suele ser falso y supersticioso… La participación en los
oficios, salmodias, preces, ritos, por lo que se comporta como herético
y a ellos se une, nunca es lícita, aunque sea exigida por la autoridad
pública.”
Dicha participación en los cultos paganos, o la aceptación pública de
los mismos, constituye, en definitiva, una negación al menos implícita
de la Fe católica. “El precepto de la Fe prohíbe que la Fe sea negada,
ya sea interna y externamente y por ser un precepto negativo, coliga en
todas las circunstancias. Niega la Fe quien realiza un acto que le es
contrario, internamente si lo hace sólo con el pensamiento, externamente
quien dice, hace u omite algo por lo que la verdadera Fe es negada;
seriamente, quien la niega de hecho tanto interna como externamente;
fingidamente quien la niega sólo exteriormente. La niega también de modo
indirecto e implícito, quien hace algo que habitualmente es considerado
como una negación de la Fe y profesión de una secta falsa, aunque no
tenga intención de hacerlo. Ahora bien, nunca es lícito negar la Fe, ya
que esto constituye una gravísima injuria hecha a Dios: Quien niega la
Fe, o juzga que la divina Revelación no es verdadera, o al menos, se
avergüenza de la majestad divina.
“Quien me negare ante los hombres, yo le negaré ante mi Padre que está en los cielos” (S.Mt.X,33);
“Quien se avergonzare de mí y de mis palabras, de él se avergonzará el
Hijo del hombre cuando venga en su majestad” (S. Lc.,IX-26)
Por lo cual la Iglesia siempre tuvo la negación de la Fe como un pecado
gravísimo aún en tiempo de persecusiones. Además, su negación fingida
(ficta) es una mentira injuriosa a Dios y nociva al prójimo en razón del
escándalo, por lo cual la Iglesia consideró siempre un pecado grave la
negación aún externa de la Fe. Peca pues, aunque conserve la Fe,
contrariando el precepto negativo de la Fe.
La Fe se puede negar de muchas maneras, por ejemplo, por las palabras
(ejemplo: si alguien interrogado, la niega); por los hechos (quien seria
o fingidamente ejerce acciones que por su misma naturaleza o por las
circunstancias que las rodean, necesariamente significa la profesión de
la falsa religión. Quien sacrifica a un ídolo, o genuflecta ante él, o
comulga en la cena protestante, o con ellos canta o reza frecuentemente,
niega la Fe, ya que por esos hechos profesa una falsa religión) (Cfr.
H. Noldin, Summa Theologiae moralis, II De Praeceptis, De negatione
fidei, artículo S, N° 19, ss.)
La Iglesia quiere precaver prudentemente sobre todo la incolumnidad de
los fieles, que han de ser protegidos de la perversión del
indiferentismo, y el bien, en segundo lugar, de los acatólicos, que por
su misma exclusión de la Iglesia son incitados a buscar la verdadera
religión (A. Bermeersch, S.l. Theologiae moralis, T.II, N° 48-51).
No es otra la enseñanza de San Pablo:
“Os ruego pues, hermanos. que observéis a aquellos que hacen disensiones y ofensas, aparte de la doctrina que aprendisteis, y os alejéis de ellos. De esta manera no sirven a Cristo sino a su vientre; y por palabras dulces y bendiciones seducen los corazones de los inocentes”. (Rom. XVI, 17)
“Evita al hombre herético, luego de una o dos correcciones, sabiendo que se ha revelado y delinquió siendo condenado por su propio juicio”. (Tito, III, 10).
Por todo lo dicho vemos cómo, al menos de hecho, dejando a sólo Dios el
juicio de las intenciones y de las conciencias, la actitud ecuménica
contemporánea es escandalosa y gravemente anticaritativa, contrariamente
a lo que piensan sus fautores. La caridad exige buscar el bien del
otro, principalmente el bien espiritual, su salvación ante todo, y no
dejarlo en un error que podría acarrearle fácilmente la eterna
condenación. Rezar con ellos, visitarlos, manifestarles amistad, sin
indicarles su error, ni advertirles los peligros del mismo, es
escandaloso para ellos y para las buenas almas. Dice Santo Tomás que el
escándalo es un dicho, hecho u omisión con ocasión del cual otro peca
fácilmente (II-II, q.43. a.l). Es un hecho al que le falta rectitud y
que da a otro la ocasión de su ruina espiritual. No se trata solamente
del escándalo directo por el cual alguien intenta que otro peque, sino
también del escándalo indirecto en el cual se prevé el pecado ajeno y se
permite, aunque no se busque. Aún en este segundo caso, su autor peca
verdaderamente contrariando la corrección fraterna. Si pues, la caridad
nos obliga a que impidamos al menos el pecado grave del prójimo, con más
razón nos impone que no seamos nosotros ocasión del pecado ajeno (Cfr.
Bermeersch, Theologiae moralis, T.II, N° 111, ss.). Ese escándalo es
siempre pecado al oponerse al precepto de la caridad (S. Mt. XVIII, 6).
Si la caridad obliga a corregir al prójimo y a impedir que caiga con más
razón obliga a no incitarlo a pecar por el mal ejemplo. Habría pues
peligro de escándalo si la asistencia a los oficios de los acatólicos
indujera a los fieles a pensar que aquélla religión es falsa, y los
acatólicos tomaran pie de ahí para confirmarse en el error, lo que
habitualmente sucede en el moderno ecumenismo.
Finalmente, nos parece oportuno el citar textualmente a S.S. Pío XI en
su encíclica “Mortalium animos”, del 6 de enero de 1928:
“(.
..) Convencidos de que son rarísimos los hombres privados de todo
sentimiento religioso, parecen haber visto en ello esperanza de que no
será difícil que los pueblos, aunque disientan unos de otros en materia
de religión, convengan fraternalmente en la profesión de algunas
doctrinas que sean como fundamento común de la vida espiritual.
Con tal
fin suelen estos mismos organizar congresos, reuniones y conferencias,
con no escaso número de oyentes, e invitar a discutir allí
promiscuamente a todos, a infieles de todo género, a cristianos y hasta a
aquéllos que apostataron miserablemente de Cristo o con obstinada
pertinacia niegan la divinidad de su Persona o misión. Tales tentativas
no pueden, de ninguna manera obtener la aprobación de los católicos,
puesto que están fundadas en la falsa opinión de los que piensan que
todas las religiones son, con poca diferencia, buenas y saludables, pues
aunque de distinto modo, todas nos demuestran y significan igualmente
el ingénito y nativo sentimiento con que somos llevados hacia Dios y
reconocemos obedientemente su imperio.
Cuantos
sustentan esta opinión, no sólo yerran y se engañan sino también
rechazan la verdadera Religión, adulterando su concepto esencial, y poco
a poco vienen a parar al naturalismo y al ateísmo; de donde claramente
se sigue que, cuantos se adhieren a tales opiniones y tentativas, se
apartan totalmente de la Religión revelada por Dios (. ..)
(. ..)
Exhortándonos, pues, la conciencia de Nuestro deber a no permitir que la
grey del Señor sea sorprendida por perniciosas falacias, invocamos
vuestro celo, Venerables Hermanos, para evitar mal tan grave (…)
(…)
Dios, Creador de todas las cosas, nos ha creado a los hombres con el fin
de que le conozcamos y le sirvamos. Tiene, pues nuestro Creador,
perfectísimo derecho a ser servido por nosotros (…) Ninguna religión
puede ser verdadera fuera de aquella que se funda en la palabra revelada
por Dios, revelación que comenzara desde el principio, y continuara
durante la Ley Antigua, fue perfeccionada por el mismo Jesucristo por la
Ley Nueva. Ahora bien: si Dios ha hablado es evidente: que el hombre
está obligado a creer absolutamente la Revelación de Dios, y a obedecer
totalmente sus preceptos. Y con el fin de que cumpliésemos bien lo uno y
lo otro, para gloria de Dios y salvación nuestra, el Hijo unigénito de
Dios fundó en la tierra su Iglesia (…)
(…)
Siendo todo esto así, claramente se ve que ni la Sede Apostólica puede
en manera alguna tener parte en dichos Congresos ni de ningún modo
pueden los católicos. favorecer ni cooperar a semejantes intentos; y si
lo hiciesen, darían autoridad a una falsa religión cristiana, totalmente
ajena a la única y verdadera Iglesia de Cristo (…)
(…) ¿Y
habremos Nos de sufrir -cosa que sería por todo extremo injusta- que la
verdad revelada por Dios, se rindiese y entrase en transacciones? Porque
de lo que ahora se trata es de defender la verdad revelada.”
(“Mortalium animos”, Nos. 2, 3, 6,7,10,11).
Acabemos trayendo a colación este célebre texto de Lactancio: “Sólo la
Iglesia Católica es la que conserva el culto verdadero. Ella es la
fuente de la verdad, la morada de la Fe, el templo de Dios; quien quiera
que en é1 no entre o de él salga, perdido ha la esperanza de vida y de
salvación. Menester es que nadie se engañe a sí mismo con pertinaces
discusiones. Lo que aquí se ventila es la vida y la salvación; a la cual
si no se atiende con diligente cautela, se perderá y se extinguirá”.
(Mígne, P.L. 6, col. 542-B a 543-A).
Roguemos una vez más a María Santísima, en este su mes del Santísimo
Rosario, que venga en ayuda de la Santa Iglesia y que nos permita
brindar la vida, si fuese su santa voluntad, por su honor y el de su
Divino Hijo Jesús.
Ave María Purísima.
Rincón Inalef. Mallín Ahogado, 7 de junio año 2005
c.c. 165 (8430) El Bolsón. Río Negro
Te-Fax: (02944) 49 10 80
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