Aprendiendo a pensar: lógica de los sofismas (5-21)
A) Sofismas de premisa falsa o dudosa
Consisten en tomar como premisa cierta para un
razonamiento una proposición que en realidad es falsa, o que no ha sido
suficientemente demostrada. Se denominan también “sofismas a priori”, porque el defecto está en el comienzo, antes de empezar a razonar, y “sofismas de prejuicio”, pues parten de la aseveración de algo que se da por cierto sin que esté comprobado[1].
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Dado que las premisas son el fundamento de la conclusión, el sofisma de falsa premisa ha recibido asimismo el nombre de “error fundamental”.
Más modernamente, algunos autores lo han denominado “sofisma de simple
inspección”, porque para impugnarlos no es necesario revisar la
inferencia, sino que bastaría observar las premisas y detectar la
falsedad de una de ellas; pero esa denominación es inadecuada, porque
muchas veces la falsedad de la premisa no puede descubrirse mediante la
mera inspección.
Veamos algunos ejemplos:
[14] Sólo las ciencias útiles deben ser estudiadas por los jóvenes.
La historia, la filosofía y las humanidades no son ciencias útiles.
La historia, la filosofía y las humanidades no deben ser estudiadas por los jóvenes.
La primera premisa es falsa, porque los estudios no se
justifican solamente por su utilidad (utilidad para ejercer empleos,
para obtener dinero, para adquirir poder, etc.), sino que los
conocimientos en sí mismos pueden ser valiosos, aun cuando no sirvan
para conseguir otra cosa, en cuanto el conocimiento mismo es una
perfección del espíritu, y también en cuanto le permite al hombre
comprenderse a sí y comprender la realidad. (En este ejemplo, además,
hay que considerar la ambigüedad del término “útil”, pues este vocablo
puede significar aquello que sirve para provechos temporales, pero
también puede significar aquello que brinda frutos espirituales).
Muchas veces sucede que la premisa falsa de la
cual se ha partido no está explícita, sino implícita, de manera que
tenemos un entimema, es decir un razonamiento que se expresa de
manera abreviada, pues una de sus premisas está tácita en el enunciado.
Así por ejemplo, cuando decimos: «No hay conocimiento científico sobre
el alma, porque el alma no es algo empíricamente verificable», está
actuando allí la premisa tácita siguiente: «Todo conocimiento científico
es acerca de cosas empíricamente verificables».
[15] Todo conocimiento científico es acerca de cosas empíricamente verificables.
El alma no es una cosa empíricamente verificable.
No hay conocimiento científico acerca del alma.
Pero la primera premisa es una afirmación falsa,
porque existen ciencias que no tienen por objeto cosas verificables en
la experiencia sensible, por ej. la matemática y también las
disciplinas filosóficas.
Miles de sofismas de este género se dicen
diariamente, porque se parte de afirmaciones admitidas como ciertas, y
que en realidad son falsas, o al menos no han sido debidamente
demostradas, y sin embargo se las toma como si fuesen verdaderas y
ciertas, y se razona a partir de ellas.
Puede ser legítimo elaborar un razonamiento a
partir de premisas que no han podido demostrarse, cuando cuentan con
cierta probabilidad de verdad. En tal caso, son válidas las conclusiones
que se afirmen como conclusiones probables. El yerro está en
pretender para ellas la certeza, o conferirles un grado de probabilidad
mayor que el que le corresponde, de acuerdo con la probabilidad que
portan las premisas.
Un ejemplo de falsa premisa es «A todos se
les debe permitir el ingreso a la Universidad». Esto es un error, porque
la Universidad debe ser el lugar de los altos estudios, y entonces
sólo deben acceder a ella “quienes posean condiciones intelectuales
suficientes para llevar adelante altos estudios”. Otro ejemplo de falsa
premisa: «La Edad Media fue una época oscura para el intelecto». Este es
un prejuicio muy corriente, que se repite porque se lo ha oído decir, y
por crasa ignorancia histórica, puesto que en la denominada “Edad
Media” europea, que fue un período de más de mil años, hubo en muchos
lugares una notable producción filosófica, y además en esa edad
histórica nacieron las universidades, con un alto nivel académico y un
intenso ejercicio de la discusión filosófica en su seno, para
mencionar aquí solamente algunos datos[2].
Un ejemplo de premisa que quizás sea
verdadera, pero que quizás no lo sea, porque no se ha demostrado, y por
tanto no sirve para un razonamiento concluyente, es la proposición que
dice: «Hay vida en otros planetas»; el argumento que se construyese a
partir de esta aseveración carecería de validez, porque la existencia de
vida extraterrestre es posible, pero no es algo que actualmente se
conozca como verdadero. Otro ejemplo de afirmación no demostrada es «El
hombre desciende del mono» (o de «un antepasado común entre aquél y el
mono»), o también «El hombre es el resultado de una evolución de las
especies animales». La teoría evolucionista transformista con
respecto a la cuestión del origen del hombre nunca ha sido demostrada;
es una mera hipótesis, que se apoya en ciertos argumentos de muy endeble
probabilidad[3].
Muchas frases corrientes se repiten tanto que la
gente las acepta sin reflexionar, y a partir de ellas se elaboran
conclusiones. Solamente son legítimos los razonamientos que parten de
aseveraciones que han sido demostradas, o que no necesitan demostrarse,
porque son inmediatamente evidentes en sí mismas.
Hemos ejemplificado con algunos prejuicios
comunes en nuestros días. Ilustremos ahora con un prejuicio que fue
común de la Antigüedad: «Los fenómenos terrestres y los fenómenos
celestes son esencialmente diferentes entre ellos, y no pueden, de
ningún modo, estar sometidos a las mismas leyes». Hace siglos se
pensaba que la materia de la luna, las estrellas y los demás astros era
una materia diferente y superior de la materia que se halla en la
Tierra y también que los fenómenos que pueden suceder en esta última no
pueden ocurrir en aquélla.
La falsa premisa puede a su vez provenir de una falsa generalización,
es decir que puede haberse obtenido como conclusión de un razonamiento
vicioso por indebida generalización. Así por ejemplo la aseveración «Todo
anciano de más de 70 años ha perdido parte de su memoria» puede
funcionar como una falsa premisa de un razonamiento, y puede haberse
obtenido como conclusión incorrecta de un argumento como éste: N.N. a
los 85 años padece disminución de su memoria; Z.Z., de 70 años de edad,
ha perdido parte de su memoria; X.X. a los 75 años no tiene la misma
memoria que antes… en conclusión todos los septuagenarios son
desmemoriados.
Para mostrar la falsedad de una premisa universal
son muy útiles los silogismos de la tercera figura, pues siempre
producen conclusiones particulares. Por ejemplo, si queremos destruir
la premisa «Todos los hombres septuagenarios padecen una disminución
importante de sus facultades mentales», podemos formar el siguiente
silogismo:
Algunos septuagenarios gobiernan exitosamente países importantes (por ejemplo XX, YY, ZZ).
Los que gobiernan exitosamente países importantes no tienen una disminución importante de sus facultades mentales.
Luego no todo septuagenario…
También podemos argumentar, para destruir la misma
premisa universal: «Los que escriben obras brillantes gozan del pleno
uso de sus facultades; algunos ancianos de más de 70 años escriben obras
brillantes…».
Una de las maneras de incurrir en el sofisma de
premisa falsa o infundada es tener una aseveración como verdadera y
cierta por el hecho de que la haya admitido algún autor notable. A veces
se toma la opinión de una persona calificada o de un conjunto de
personas y se la tiene como verdadera, con prescindencia de toda prueba
al respecto[4].
Se lamentaban los autores de la Lógica de Port-Royal
de que «el poco amor que los hombres tienen por la verdad, hace que no
se preocupen la mayor parte del tiempo de distinguir lo que es verdadero
de aquello que es falso. Dejan entrar en su espíritu toda clase de
discursos y máximas, gustan más de suponerlas verdaderas que de
examinarlas; si no las entienden, quieren creer que los otros las
entienden más, y así se llenan la memoria con una infinidad de cosas
falsas, oscuras y no entendidas, y razonan luego sobre estos
principios, casi sin considerar lo que dicen»[5]. Así van pasando las premisas falsas de unas bocas a otras y de unas mentes a otras.
[1] Prejuicio es el juicio que se afirma sin que se tenga de él una justificación racional (V. Paul Foulquié, Diccionario cit.).
[2] Cfr. Guillermo Fraile, Historia de la filosofía, v. II 1ª parte, B.A.C., Madrid, 1975, ps. 8-29; E. Bagué, Edad media. Diez siglos de civilización. Miracle, Barcelona, 1942; Gustave Cohen, La gran claridad de la Edad media, Huemul, Bs. As., 1965; Regine Pernoud, A la luz de la Edad media, Granica, Bs. As., 1988; AA.VV., El legado de la Edad media, edic. orig. por la Univ. de Oxford; edic. en castellano por Pegaso, Madrid, 1944.
[3]
Con respecto a las supuestas «bases científicas» en que pretende
sustentarse la tesis del transformismo, motivos de espacio y de
oportunidad nos impiden hacer aquí algún desarrollo del asunto. Quisimos
mencionar el tema, por su gran importancia. Para un conocimiento y
consideración crítica de los hechos y argumentos que suelen invocar
quienes afirman la descendencia del hombre a partir del simio, cfr.
Enrique Díaz Araujo, El evolucionismo, Mikael, Paraná, 1981, ps. 37-141; Raúl Leguizamón, Fósiles polémicos. Análisis crítico sobre la evidencia fósil del origen del hombre, Córdoba, 1984.
[4] Véase el “argumento de autoridad”, más adelante, en II, C).
[5] Logique de Port-Royal (La
Logique, ou l’Art de Penser, contenant, outre les règles communes,
plusieurs observations nouvelles propres à former le jugement), Discours I.