martes, 3 de febrero de 2015

Aprendiendo a pensar: lógica de los sofismas (5-21)

Aprendiendo a pensar: lógica de los sofismas (5-21)

A) Sofismas de premisa falsa o dudosa
      Consisten en tomar como premisa cierta para un razonamiento una proposición que en realidad es falsa, o que no ha sido sufi­cientemente demostrada. Se denominan también “sofismas a priori”, porque el defecto está en el comienzo, antes de empezar a razonar, y “sofismas de prejuicio”, pues parten de la asevera­ción de algo que se da por cierto sin que esté comprobado[1].
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Dado que las premisas son el fundamento de la conclusión, el so­fisma de falsa premisa ha recibido asimismo el nombre de “error fundamental”. Más modernamente, algunos autores lo han denomi­nado “sofisma de simple inspección”, porque para impugnarlos no es necesario revisar la inferencia, sino que bastaría observar las premisas y detectar la falsedad de una de ellas; pero esa denominación es inadecuada, porque muchas veces la falsedad de la premisa no puede descubrirse mediante la mera inspección.
      Veamos algunos ejemplos:
[14]      Sólo las ciencias útiles deben ser estudiadas por los jóve­nes.
La historia, la filosofía y las humanidades no son ciencias útiles.
La historia, la filosofía y las humanidades no deben ser es­tudiadas por los jóvenes.
La primera premisa es falsa, porque los estudios no se justifi­can solamente por su utilidad (utilidad para ejercer empleos, para obtener dinero, para adquirir poder, etc.), sino que los conocimientos en sí mismos pueden ser valiosos, aun cuando no sirvan para conseguir otra cosa, en cuanto el conocimiento mismo es una perfección del espíritu, y también en cuanto le permite al hombre compren­derse a sí y comprender la realidad. (En este ejemplo, además, hay que considerar la ambigüedad del término “útil”, pues este vocablo puede significar aquello que sirve para provechos temporales, pero también puede significar aquello que brinda frutos espirituales).
      Muchas veces sucede que la premisa falsa de la cual se ha partido no está explícita, sino implícita, de manera que tenemos un entimema, es decir un razonamiento que se expresa de manera abreviada, pues una de sus premisas está tácita en el enunciado. Así por ejemplo, cuando decimos: «No hay conocimiento científico sobre el alma, porque el alma no es algo empíricamente verifica­ble», está actuando allí la premisa tácita siguiente: «Todo conocimiento científico es acerca de cosas em­píricamente verifica­bles».
[15]      Todo conocimiento científico es acerca de cosas empírica­mente verificables.
El alma no es una cosa empíricamente verificable.
No hay conocimiento científico acerca del alma.
Pero la primera premisa es una afirmación falsa, porque existen ciencias que no tienen por objeto cosas verificables en la expe­riencia sensible, por ej. la matemática y también las discipli­nas filosóficas.
      Miles de sofismas de este género se dicen diariamente, porque se parte de afirmaciones admitidas como ciertas, y que en reali­dad son falsas, o al menos no han sido debidamente demostradas, y sin embargo se las toma como si fuesen verdaderas y ciertas, y se razona a partir de ellas.
      Puede ser legítimo elaborar un razonamiento a partir de premisas que no han podido demostrarse, cuando cuentan con cierta probabilidad de verdad. En tal caso, son válidas las conclusiones que se afirmen como conclusiones probables. El yerro está en pretender para ellas la certeza, o conferirles un grado de probabilidad mayor que el que le corresponde, de acuerdo con la probabilidad que portan las premisas.
      Un ejemplo de falsa premisa es «A todos se les debe permitir el ingreso a la Universidad». Esto es un error, porque la Uni­versidad debe ser el lugar de los altos estudios, y entonces sólo deben acceder a ella “quienes posean condiciones intelectuales suficientes para llevar adelante altos estudios”. Otro ejemplo de falsa premisa: «La Edad Media fue una época oscura para el intelecto». Este es un prejuicio muy corriente, que se repite porque se lo ha oído decir, y por crasa ignorancia histórica, puesto que en la denominada “Edad Media” europea, que fue un período de más de mil años, hubo en muchos lugares una notable producción filosófica, y además en esa edad histórica na­cieron las universidades, con un alto nivel académico y un in­tenso ejercicio de la discusión filosó­fica en su seno, para men­cionar aquí solamente algunos ­datos[2].
      Un ejemplo de premisa que quizás sea verdadera, pero que quizás no lo sea, porque no se ha demostrado, y por tanto no sirve para un razonamiento concluyente, es la proposición que dice: «Hay vida en otros planetas»; el argumento que se constru­yese a partir de esta aseveración carecería de validez, porque la existencia de vida extraterrestre es posible, pero no es algo que actualmente se conozca como verdadero. Otro ejemplo de afirmación no de­mostrada es «El hombre desciende del mono» (o de «un antepasado común entre aquél y el mono»), o también «El hombre es el resultado de una evolución de las especies animales». La teoría evolucionista transformista con respecto a la cuestión del origen del hombre nunca ha sido demostrada; es una mera hipótesis, que se apoya en ciertos argumentos de muy endeble proba­bilidad[3].
      Muchas frases corrientes se repiten tanto que la gente las acepta sin reflexionar, y a partir de ellas se elaboran conclu­siones. Solamente son legítimos los razonamientos que parten de aseveraciones que han sido demostradas, o que no necesitan de­mostrarse, porque son inmediatamente evidentes en sí mismas.
      Hemos ejemplificado con algunos prejuicios comunes en nues­tros días. Ilustremos ahora con un prejuicio que fue común de la Anti­güedad: «Los fenómenos terrestres y los fenómenos celestes son esencialmente diferentes entre ellos, y no pueden, de ningún modo, estar sometidos a las mismas leyes». Hace siglos se pen­saba que la materia de la luna, las estrellas y los demás astros era una materia diferente y superior de la materia que se halla en la Tierra y también que los fenómenos que pueden suceder en esta última no pueden ocurrir en aquélla.
      La falsa premisa puede a su vez provenir de una falsa gene­ralización, es decir que puede haberse obtenido como conclusión de un razonamiento vicioso por indebida generalización. Así por ejemplo la aseveración «Todo anciano de más de 70 años ha per­dido parte de su memoria» puede funcionar como una falsa premisa de un razonamiento, y puede haberse obtenido como conclusión in­correcta de un argumento como éste: N.N. a los 85 años padece disminución de su memoria; Z.Z., de 70 años de edad, ha perdido parte de su memoria; X.X. a los 75 años no tiene la misma memo­ria que antes… en conclusión todos los septuagenarios son des­memoriados.
      Para mostrar la falsedad de una premisa universal son muy útiles los silogismos de la tercera figura, pues siempre produ­cen conclusiones particulares. Por ejemplo, si queremos destruir la premisa «Todos los hombres septuagenarios padecen una disminución importante de sus facultades mentales», podemos formar el siguiente silogismo:
Algunos septuagenarios gobiernan exitosamente países importantes (por ejemplo XX, YY, ZZ).
Los que gobiernan exitosamente países importantes no tienen una disminu­ción importante de sus facultades mentales.
Luego no todo septuagenario…
También podemos argumentar, para destruir la misma premisa uni­versal: «Los que escriben obras brillantes gozan del pleno uso de sus facultades; algunos ancianos de más de 70 años escriben obras brillantes…».
      Una de las maneras de incurrir en el sofisma de premisa falsa o infundada es tener una aseveración como verdadera y cierta por el hecho de que la haya admitido algún autor notable. A veces se toma la opinión de una persona calificada o de un conjunto de personas y se la tiene como verdadera, con prescin­dencia de toda prueba al respecto[4].
      Se lamentaban los autores de la Lógica de Port-Royal de que «el poco amor que los hombres tienen por la verdad, hace que no se preocupen la mayor parte del tiempo de distinguir lo que es verdadero de aquello que es falso. Dejan entrar en su espíritu toda clase de discursos y máximas, gustan más de suponerlas ver­daderas que de examinarlas; si no las entienden, quieren creer que los otros las entienden más, y así se llenan la memoria con una infinidad de cosas falsas, oscuras y no entendidas, y razo­nan luego sobre estos principios, casi sin considerar lo que dicen»[5]. Así van pasando las premisas falsas de unas bocas a otras y de unas mentes a otras.

[1] Prejuicio es el juicio que se afirma sin que se tenga de él una justificación racional (V. Paul Foulquié, Diccionario cit.).
[2] Cfr. Guillermo Fraile, Historia de la filosofía, v. II 1ª parte, B.A.C., Madrid, 1975, ps. 8-29; E. Bagué, Edad media. Diez siglos de civilización. Miracle, Barcelona, 1942; Gustave Cohen, La gran claridad de la Edad media, Huemul, Bs. As., 1965; Regine Pernoud, A la luz de la Edad media, Granica, Bs. As., 1988; AA.VV., El legado de la Edad media, edic. orig. por la Univ. de Oxford; edic. en castellano por Pegaso, Madrid, 1944.
[3] Con respecto a las supuestas «bases científicas» en que pretende sustentarse la tesis del transformismo, motivos de espacio y de oportunidad nos impiden hacer aquí algún desarrollo del asunto. Quisimos mencionar el tema, por su gran importancia. Para un conocimiento y consideración crítica de los hechos y argumentos que suelen invocar quienes afirman la descendencia del hombre a partir del simio, cfr. Enrique Díaz Araujo, El evolucionismo, Mikael, Paraná, 1981, ps. 37-141; Raúl Leguizamón, Fósiles polémicos. Análisis crítico sobre la evidencia fósil del origen del hombre, Córdoba, 1984.
[4] Véase el “argumento de autoridad”, más adelante, en II, C).
[5] Logique de Port-Royal (La Logique, ou l’Art de Penser, contenant, outre les règles communes, plusieurs observations nouvelles propres à former le jugement), Discours I.