EL ANTICRISTO MANEJA LOS HILOS DE LA IGLESIA Y DE LOS GOBIERNOS DEL MUNDO
«antes de instaurar el Nuevo Orden Mundial, que es político, se deberá instaurar la Única Religión Mundial» (Conchiglia)
Hay
muchas personas a quienes no les gusta Bergoglio. Esto es, cada día,
más evidente. No se puede esconder. No se puede disimular ya. Ni
siquiera los que lo siguen se encuentran a gusto con él, porque no les
da lo que ellos quieren: una iglesia sin cruz, sin doctrina, sin
sacramentos, sin Cristo.
PRESIONE "MAS INFORMACION" A SU IZQUIERDA PARA LEER ARTICULO
Es
necesario ir a la única Religión mundial. Pero no se puede ir si no se
acaba con la Iglesia Católica. Hay que meter en la Iglesia Católica la
división en la doctrina. Esto es lo que Bergoglio no ha podido hacer
todavía. No le han dejado porque él sólo es un hombre que habla su vida
de pecado, pero que no sabe poner en una ley, en una norma, esa vida.
Bergoglio
es el falso profeta, pero no es la persona del Falso Profeta: no está
en la iglesia del anticristo. Está, a penas, levantando su nueva
estructura de iglesia. Ya ha puesto su primera división: el gobierno
horizontal; pero le falta lo más importante: la doctrina.
Bergoglio es un hombre que no convierte a nadie, porque es un hombre que busca el ecumenismo sin la cruz.
«los
creyentes en Cristo no pueden permanecer divididos. Si quieren combatir
verdadera y eficazmente la tendencia del mundo a anular el Misterio de
la Redención, deben profesar juntos la misma verdad sobre la Cruz.
¡La Cruz! La corriente anticristiana pretende anular su valor, vaciarla
de su significado, negando que el hombre encuentre en ella las raíces
de su nueva vida; pensando que la Cruz no pueda abrir ni perspectivas ni
esperanzas: el hombre, se dice, es sólo un ser terrenal que debe vivir
como si Dios no existiese» (Juan Pablo II – Ut unum sint, n.1).
No
hay división si hay fe en la verdad sobre la Cruz. Si los hombres no
creen en la Cruz, no sólo como un hecho histórico, sino también real,
eterno, que permanece y se realiza en cada Altar, entonces los hombres
nunca podrán unirse en Cristo.
Cristo
une en Su Cruz: ahí está toda la Vida de la Iglesia. La Cruz es el
Camino hacia la Verdad de la Vida Divina. A los pies de la Cruz
permaneció la Virgen y el discípulo amado. Los demás huyeron en la gran
división de sus mentes humanas. El hombre no tiene otro camino, otra
esperanza: el mundo hay que llevarlo a la Cruz. Hay que crucificar al
hombre viejo para que renazca el nuevo.
No se puede ir al mundo sin la Cruz de Cristo, sin el mensaje que ésta representa: oración y penitencia. ¡Conversión!
«la
unidad dada por el Espíritu Santo no consiste simplemente en el
encontrarse juntas unas personas que se suman unas a otras. Es una
unidad constituida por los vínculos de la profesión de la fe, de los
sacramentos y de la comunión jerárquica». (Juan Pablo II – Ut unum sint, n.9).
Fe católica, sacramentos y jerarquía: esta es la unidad que pide el Espíritu a Su Iglesia.
Y esto es, precisamente, lo que no se ve por ninguna parte.
Hombres que se pasan la vida repensando la antropología y la moral: «Hace años que tendría que ser posible que se ordenen tanto hombres como mujeres, tanto célibes como casados» (Juan Masía, sj).
Cardenales que han perdido el juicio: «leer con respeto los textos de Lutero y sacar provecho de sus ideas» (Cardenal Marx).
Obispos que han perdido el temor de Dios y la verdad de la Iglesia: «No podemos vivir en una Iglesia con doscientos años de retraso» (Obispo Nicolás Castellanos).
La
Jerarquía va buscando una religión mundial. Por eso, es necesario
presentar al mundo un nuevo Cristo, un nuevo concepto del cristianismo,
una nueva doctrina basada -en todo- en el lenguaje humano, en sus
formas, no en la verdad.
Hay que llevar a Cristo al pueblo, a encontrarse con los hombres:
«Pongamos
ante los ojos de la mente el icono de María Madre que va con el Niño
Jesús en brazos. Lo lleva al Templo, lo lleva al pueblo, lo lleva a
encontrarse con su pueblo» (2 de febrero del 2015).
Esta es toda la espiritualidad de Bergoglio: los hombres, el pueblo, la humanidad, sus problemas, sus vidas.
Bergoglio nunca puede predicar la verdad del Evangelio: hay que sumergir al hombre en la muerte de Cristo.
«Con
Él hemos sido sepultados por el Bautismo para participar en su muerte,
para que como Él resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre,
así también nosotros vivamos una vida nueva» (Rom 6, 4).
La
Virgen María no lleva a Su Hijo para encontrarse con su pueblo. Lo
lleva para presentarlo al Señor: Ella debía cumplir los deberes que como
primogénito le imponía la Ley (Ex 13, 2s: “todo varón primogénito sea consagrado al Señor”) y la purificación de la Madre, prescrita en el Levítico (12, 1 s: “un par de tórtolas o dos pichones”). Pero más allá de estas ceremonias legales, la Virgen lleva a Su Hijo al Templo para que se revele la Verdad a los hombres.
La
Presentación del Niño en el Templo es la segunda manifestación de
Jesús. La primera a los pastores, humildes y sencillos. Jesús viene por
estas almas, que son dóciles al Espíritu de la Verdad en sus corazones.
Pero Jesús también se manifiesta a las almas que vivían de la esperanza
del Mesías; el anciano Simeón. Y el testimonio de este hombre
-testimonio de la Verdad, que se manifiesta a su alma, en los brazos de
Su Madre- es la manifestación del Niño: Jesús es el Salvador y la luz de
las Naciones. Un hombre que da testimonio de la verdad que contempla:
eso es Simeón. Y eso es lo que no es ninguna Jerarquía actual en la
Iglesia.
Es lo que enseña un verdadero Papa:
«¿Quién
es, en realidad, este recién nacido? La respuesta a esta pregunta,
fundamental para la historia del mundo y de la humanidad, la da
proféticamente el anciano Simeón, quien, estrechando al Niño entre los
brazos, ve e intuye en El “la salvación” de Dios, la “luz para alumbrar a
las naciones”, la “gloria” del pueblo de Israel, la “ruina y la
resurrección de muchos en Israel”, el “signo de contradicción”. Todo
esto es ese Niño, que, aun siendo “Rey de la gloria”, “Señor del
templo”, entra allí por vez primera, en silencio, en ocultamiento y en
fragilidad de naturaleza humana» (2 de febrero de 1981).
Un
Papa legítimo y verdadero, como Juan Pablo II, enseña la misma Palabra
de Dios: no la cambia, no la interpreta a su manera humana, no habla
para el pueblo, para quedar bien con los hombres; sino que transmite el
mismo pensamiento que está contenido en la Palabra de Dios, que es la
Mente de Cristo.
Un falso Papa enseña su impostura:
«Guiemos el pueblo a Jesús dejándonos a su vez guiar por Él. Eso es lo que debemos ser: guías guiados». Esto es lo que deben ser los consagrados para este hombre. Una frase muy bonita, pero sin ninguna verdad: ser guías guiados. Es la mayor estupidez de este hombre.
El consagrado tiene que imitar a Jesús:
«estáis llamados a una particular imitación de Jesús y a un testimonio vivido de las exigencias espirituales del Evangelio
en la sociedad contemporánea. Y si el cirio, que tenéis en la mano, es
también símbolo de vuestra vida ofrecida a Dios, ésta debe consumarse
toda entera para su gloria» (2 de febrero de 1981).
Imitar
a Cristo, -es lo que enseña un verdadero Papa-, dar testimonio de la
Verdad del Evangelio en un mundo que no quiere la verdad. Y es un
testimonio que es radical:
«Pero
precisamente por esta opción tan radical, os convertís, como Cristo y
como María, en un “signo de contradicción”, es decir, es un signo de
división, de ruptura y de choque en relación con el espíritu del mundo,
que pone la finalidad y la felicidad del hombre en la riqueza, en el
placer y en la autoafirmación de la propia individualidad» (Ib).
Esto
es lo que no se encuentra en ningún discurso de Bergoglio: hay que
romper con el espíritu del mundo, hay que ser signo de división con el
mundo.
Bergoglio no da la doctrina de Cristo, sino su cristo,
la doctrina que tiene en su mente sobre Cristo. Por eso, dice esa frase
hermosa, pero sin la doctrina de Cristo. ¿Qué significa ser guiados por
Cristo? Imitarlo. ¿Y cómo se imita a Cristo? Expiando los pecados del
pueblo. ¿Y cómo se guía al pueblo hacia Cristo? Hay que meterlo en la
muerte de Cristo: en la cruz, en la penitencia, en el despojo de todas
las cosas por amor a Cristo.
¿Enseña
esto, Bergoglio, en este discurso? No; Bergoglio predica un cristo sin
doctrina, sin verdad. Sólo enseña sus frases bonitas, que sólo
demuestran una cosa: este hombre sólo habla por hablar, para que los
demás den publicidad a sus discursos. Pero, mientras tanto, obra otra
cosa a lo que habla, a la propaganda que dan los demás de sus palabras.
Así se hace la nueva iglesia: a base de impostura religiosa, de
fariseísmo, el más perfecto de todos.
Bergoglio enseña como un falso papa, que sólo habla para la masa de los ignorantes, y de los tibios y pervertidos:
1. Una obediencia falsa: «quien
sigue a Jesús se pone en el camino de la obediencia, imitando de alguna
manera la «condescendencia» del Señor, abajándose y haciendo suya la
voluntad del Padre, incluso hasta la negación y la humillación de sí
mismo (cf. Flp 2,7-8). Para un religioso, caminar significa abajarse en
el servicio, es decir, recorrer el mismo camino de Jesús, que «no retuvo
ávidamente el ser igual a Dios» (Flp 2,6). Rebajarse haciéndose siervo
para servir».
a.
El camino de la obediencia no es imitar la condescendencia del Señor,
no es abajarse, no es la negación y la humillación de sí mismo: es obrar
la Voluntad de Dios. Se obedece a Dios para hacer lo que Él quiere. Son
dos cosas diferentes: que Cristo no muestre Su Gloria a los hombres y
su obediencia al Padre, hasta la muerte. Bergoglio mete ambas cosas en
el mismo saco para un fin: sé obediente a los hombres, a los mayores, a
la mente del hombre: «El fortalecimiento y la renovación de la
Vida Consagrada pasan por un gran amor a la regla, y también por la
capacidad de contemplar y escuchar a los mayores de la Congregación».
Escuchar a los mayores: escucha a tantos superiores falsos como hay en
la Iglesia. Escucha a tantos herejes y apóstatas de la fe en Cristo como
hay en las congregaciones, asociaciones, seminarios, etc… ¡Aquella
Jerarquía que no dé la verdad no se la puede escuchar, no se la puede
obedecer aunque estén como Superiores! Pero a Bergoglio lo que le
interesa es:
b. Su conclusión: «caminar significa abajarse en el servicio».
Es su impostura religiosa: bájate de tus ideas, de tus dogmas, de tus
liturgias, de la verdad absoluta, con el fin de servir a todos los
hombres, al pueblo. Es siempre su humanismo: rebájate en la mentira para
servir a los demás.
No tiene nada que ver con lo que un Papa verdadero enseña a los religiosos: «También
vosotros, hermanos y hermanas queridísimos, debéis conservar siempre
intacta esa “voluntad de oblación”, con la que habéis respondido
generosamente a la invitación de Jesús para seguirle más de cerca, en el
camino hacia el Calvario, mediante los sagrados vínculos que os unen a
El de manera singular en la castidad, en la pobreza y en la obediencia:
estos votos constituyen una síntesis, en la que Cristo desea
manifestarse a Sí mismo, entablando —a través de vuestra respuesta—, una
lucha decisiva contra el espíritu de este mundo» (2 de febrero de 1981):
caminar significa tener una voluntad de oblación para llegar a la Cruz,
a la muerte con Cristo en la Cruz. Y se llega con los votos de
castidad, de pobreza y de obediencia. Esto no lo enseña Bergoglio porque
ni los tiene ni sabe cómo vivirlos. La obediencia es una voluntad de oblación
en la que se muestra la lucha contra el espíritu del mundo. No es una
obediencia para servir al mundo, que es lo que enseña Bergoglio. Todo al
revés con este hombre. Todo. La casa se construye por el techo, según
Bergoglio. Una vez que el hombre está arraigado en esta obediencia, es
cuando sirve a los demás en la verdad de su vida. Y el servicio a los
demás da frutos de vida eterna. Pero este servicio es lo último que se
hace, lo de menos. Lo que importa es esa voluntad de oblación, por amor a
Cristo, para imitar en todo a Cristo. Bergoglio sólo está en su camino
humano de servicio a los intereses del hombre. Y, por lo tanto, tiene
que predicar una:
2. Falsa sabiduría: «En
el relato de la Presentación de Jesús, la sabiduría está representada
por los dos ancianos, Simeón y Ana (…) El Señor les concedió la
sabiduría tras un largo camino de obediencia a su ley. Obediencia que,
por una parte, humilla y aniquila, pero que por otra parte levanta y
custodia la esperanza, haciéndolos creativos, porque estaban llenos de
Espíritu Santo».
a.
La sabiduría siempre es Cristo, nunca los hombres. Los hombres
participan de la sabiduría divina por la gracia y el Espíritu. En Simeón
y en Ana está representada las almas fieles a la gracia y a al
Espíritu. Son dos cosas totalmente diferentes.
b. Una sabiduría creativa: los hace creativos:
el alma obediente no es creativa, sino imitativa de la Mente de Dios,
de la vida de Cristo: pone por obra lo que Dios piensa: no crea una idea
nueva ni una obra nueva. Es el lenguaje de los modernistas, que les
lleva a proclamar esta gran herejía: «Perseverando en el camino
de la obediencia, madura la sabiduría personal y comunitaria, y así es
posible también adaptar las reglas a los tiempos: de hecho, la verdadera
«actualización» es obra de la sabiduría, forjada en la docilidad y la
obediencia». Vamos a cambiar el dogma, las enseñanzas de
siempre en la Iglesia. Hay que adaptar la ley de Dios a los tiempos. Hay
que actualizar la norma de moralidad. El magisterio de la Iglesia ya se
quedó anticuado y, entonces, hay que buscar otro, más acorde con los
tiempos, con la mente de los hombres, con sus culturas. ¡Y eso es
sabiduría divina! ¡Esta es la gran blasfemia de este hombre, que sólo
vive para su humanismo! Hay que obedecer a una mentira para ser
actuales, para actualizar la sabiduría, para madurar en la sabiduría.
Bergoglio lo rompe todo.
Para Bergoglio todo es un relato del hombre, todo es una fiesta para los hombres:
«Es
curioso advertir que, en esta ocasión, los creativos no son los jóvenes
sino los ancianos. Los jóvenes, como María y José, siguen la ley del
Señor a través de la obediencia; los ancianos, como Simeón y Ana, ven en
el Niño el cumplimiento de la Ley y las promesas de Dios. Y son capaces
de hacer fiesta: son creativos en la alegría, en la sabiduría».
María
y José son jóvenes, inexpertos, que cumplen con la ley; Simeón y Ana
son los maduros, los que tienen la experiencia del conocimiento de Dios,
los que saben ser creativos, los que transforman la obediencia en
cumplimiento de la ley, y así hacen fiesta. Este es todo el mensaje de
este hombre perverso.
Son los ancianos, como él, los que están destruyendo la Iglesia con su sabiduría creativa. En el camino de la obediencia se madura la sabiduría. Este hombre no sabe lo que está diciendo. No tiene ni idea, ni de lo que es la obediencia ni lo que es la sabiduría.
Pone
la obediencia a la mente del hombre, pero no a la Mente de Dios. Y, por
lo tanto, como la mente del hombre cambia, entonces se madura la sabiduría.
Cuando
el hombre obedece a Dios no madura en su sabiduría, sino que crece en
sabiduría. En la medida que el hombre vaya aceptando la Mente de Dios,
por la obediencia, por el sometimiento de su mente a la verdad revelada,
inmutable, eterna, en esa medida, el hombre crece en las virtudes: «El que guarda la Ley es hijo prudente» (Prov 28, 7). Y el virtuoso está lleno de la sabiduría divina: «en alma maliciosa no entrará la sabiduría» (Sab 1, 4).
María
y José estaban anclados a una obediencia. Simeón es el más listo, por
ser el más creativo, por cambiar en su mente y contemplar –en su
ancianidad- lo que no ven María y José por ser jóvenes. Es todo un
relato humano. Cuando Bergoglio predica el evangelio, es esto lo que
hace: da su cuento, su fábula, su interpretación humana, su chiste. Y le
queda algo que no tiene nada que ver con la Palabra de Dios.
Como se madura la sabiduría, entonces es posible también adaptar las reglas a los tiempos.
¿Por qué los homosexuales no pueden casarse? Hay que estar con los
tiempos. ¿Por qué no dar la comunión a los malcasados? Hay que madurar
en estas reglas que son fruto de una obediencia a lo antiguo. Hay que
obedecer a los modernos, a las mentes de todos los soberbios, porque en
ellas está la sabiduría creativa, que es – para este hombre sin nombre-
una obra divina: «Y el Señor transforma la obediencia en sabiduría con la acción de su Espíritu Santo». ¡Mayor sin sentido no puede haber en la mente de Bergoglio!
¿Quién es María para este personaje?
«Los
brazos de su Madre son como la «escalera» por la que el Hijo de Dios
baja hasta nosotros, la escalera de la condescendencia de Dios (…) María
que entra en el templo con el Niño en brazos. La Virgen es la que va
caminando, pero su Hijo va delante de Ella. Ella lo lleva, pero es Él
quien la lleva a Ella por ese camino de Dios, que viene a nosotros para
que nosotros podamos ir a Él (…) También nosotros, como María y Simeón,
queremos llevar hoy en brazos a Jesús para que se encuentre con su
pueblo».
María es la que lleva en brazos a Jesús. Y no más: una madre joven, inexperta en el misterio de Cristo. Es la escalera de la condescendencia de Dios: una frase muy hermosa, pero herética:
«Cristo
«tenía que parecerse en todo a sus hermanos, para ser sumo sacerdote
compasivo y fiel» (Hb 2,17). Es el doble camino de Jesús: bajó, se hizo
uno de nosotros, para subirnos con Él al Padre, haciéndonos semejantes a
Él».
Si se va a la Palabra de Dios, se ve lo que oculta Bergoglio:
«Por
esto hubo de asemejarse en todo a sus hermanos, a fin de hacerse
Pontífice misericordioso y fiel, en las cosas que tocan a Dios, para
expiar los pecados del pueblo»: Cristo se hace hombre, vive
como los hombres, en una naturaleza humana, con un fin: expiar los
pecados. Se hace sacerdote para expiar los pecados del pueblo, no para
hacer fiesta con los hombres, con el pueblo.
Bergoglio
calla la expiación del pecado porque no puede entrar en su discurso
bello, pero sin verdad alguna. Es el discurso que gusta a la mente de
los hombres. Esas mentes que ya no saben pensar la verdad, sino que sólo
quieren escuchar lo que tienen en sus propias mentes. Y si hay un
viejo, como Bergoglio, inexperto en la verdad, entonces se tragan
cualquier cosa que sale de su inmunda boca. Y la tienen como verdad,
como voluntad de Dios, como una bendición. Así siempre trabaja un falso
profeta: con las formas del lenguaje humano. Formas externas: palabras
bellas, frases puestas en una bandeja de plata, con un colorido que
agrada a los hombres, para mostrar su mentira siempre.
Los
brazos de la Virgen María no son como una escalera, sino que son el
resguardo de la Madre. María protege a su Niño del mundo y de los
hombres. María conserva en su corazón la Verdad y es lo que transmite al
mundo cuando lleva en sus brazos a Su Hijo. María no va caminando con
su Hijo para mostrarlo al pueblo. María camina con Su Hijo, en brazos,
para realizar la Voluntad de Dios en Su Templo, porque María es la que
está asociada en todo a Su Hijo:
«Por asociación con su Hijo, esta mujer se hace también signo de contradicción para el mundo y,
a un tiempo, signo de esperanza, a quien todas las generaciones
llamarán bienaventurada. La mujer que concibió espiritualmente antes de
concebir físicamente, la mujer que acogió la Palabra de Dios, la mujer
que se insertó íntima e irrevocablemente en el misterio de la Iglesia
ejerciendo la maternidad espiritual con todos los pueblos. La mujer que
es venerada como Reina de los Apóstoles sin quedar encuadrada en la
constitución jerárquica de la Iglesia, y que sin embargo hizo posible
toda jerarquía porque dio al mundo al Pastor y Obispo de nuestras almas.
Esta mujer, esta María de los Evangelios, a quien no se menciona entre
los presentes en la última Cena, acude de nuevo al pie de la cruz para
consumar su aportación a la historia de la salvación. Por su actuación
valiente prefigura y anticipa la valentía a lo largo de los siglos de
todas las mujeres que contribuyen a dar a luz a Cristo en cada
generación». (Octubre del 1979)
Leer
a Juan Pablo II y leer a Bergoglio es como el día a la noche. La
diferencia es abismal, porque Juan Pablo II es Papa verdadero, elegido
por el Espíritu del Señor para guiar a Su Iglesia por el camino de
Cristo. Pero Bergoglio no es el Papa, ni puede serlo por más que los
hombres griten que Bergoglio es el Papa.
Bergoglio
es sólo un falso profeta, que anuncia al anticristo de la nueva
iglesia. Es ese anticristo el que va a romper la Iglesia. El anticristo
es un ser inteligente que sabe romper la doctrina de Cristo con su
inteligencia, con su idea, con su mente. Bergoglio sólo sabe hablar,
pero no romper. Quiere romper, pero no puede. No es su tiempo.
Tiene que venir, después de él, el temido,
que no es el Anticristo, sino el falso Papa que continúa la obra que ha
iniciado Bergoglio. Porque hasta que no se levante la nueva iglesia, la
ecuménica, la que engloba a todo el mundo, a todas las religiones, no
se levanta el nuevo orden mundial, y no puede aparecer ni el Falso
Profeta ni el Anticristo.
El
Anticristo necesita de un anticristo en la Iglesia: uno que lleve a la
Iglesia hacia la religión mundial. Y el Anticristo necesita de un
anticristo en el mundo: uno que lleve a todo el mundo hacia un gobierno
mundial. Y estos dos anticristos todavía no han aparecido. Están sus
voceros: Bergoglio y Obama, pero no son los indicados para el gran juego
del Anticristo.
La
Iglesia Católica, por las profecías, tiene que pasar dos años de sede
Vacante antes de que se levante la nueva iglesia, que será la Iglesia
del Anticristo. Y hasta que no muera el Papa legítimo, Benedicto XVI,
Bergoglio sólo seguirá hablando de sus muchas cosas. Y, mientras
entretiene a todo el mundo con sus majaderías, se va obrando en lo
oculto todo lo demás. Así, cuando llegue el tiempo requerido, se cambia
todo a base de palos, de imposiciones, de sangre, de persecución.
El
Anticristo está guiando a toda esta Jerarquía que apoya a Bergoglio:
uno de ellos se hará con el poder en la Iglesia para hacer lo que no
hace Bergoglio: dividir la doctrina, destruir el dogma. Por eso, ni
entre ellos se tienen confianza: todos están en ese gobierno horizontal
con el deseo, no declarado, de ser papas y así imponer la doctrina que
ellos quieren en la Iglesia. A Bergoglio lo echan fuera, como a todos
los demás, porque ya no sirve: sirve para la fiesta, pero no para la
Iglesia que el Anticristo quiere. El Anticristo necesita una cabeza
pensante, que no tenga miedo a romper el dogma. Necesita un Kasper. No
necesita de un hombre que viva su pecado, como Bergoglio, porque eso ya
lo tiene en el mundo y en la Iglesia. Hay que cambiar la doctrina, el
dogma, para crear la nueva iglesia. Y esto hay que hacerlo a las bravas,
no con sonrisitas.
Mientras
Bergoglio vive su estúpida vida en la Iglesia, la doctrina no se
cambia: sólo hay confusión. Sólo hay lío, división, enfrentamientos
dentro de la Jerarquía y de los fieles. Y esto es sólo el fruto del
gobierno de este hombre: nada claro, sin claridad, sin camino. Habla
muchas cosas y nada se hace. Todo el mundo hace y deshace, pero la
doctrina sigue igual. Con Bergoglio, todo sigue igual. Y esto es lo que
no le gusta al Anticristo. Bergoglio fue débil en el Sínodo pasado. Y
eso el Anticristo lo va a remediar en el próximo Sínodo: debe cortar la
cabeza de Bergoglio para eso. Tiene que poner su anticristo, que levante
su nueva iglesia mundial.