jueves, 5 de febrero de 2015

EL ANTICRISTO MANEJA LOS HILOS DE LA IGLESIA Y DE LOS GOBIERNOS DEL MUNDO

EL ANTICRISTO MANEJA LOS HILOS DE LA IGLESIA Y DE LOS GOBIERNOS DEL MUNDO
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«antes de instaurar el Nuevo Orden Mundial, que es político, se deberá instaurar la Única Religión Mundial» (Conchiglia)
Hay muchas personas a quienes no les gusta Bergoglio. Esto es, cada día, más evidente. No se puede esconder. No se puede disimular ya. Ni siquiera los que lo siguen se encuentran a gusto con él, porque no les da lo que ellos quieren: una iglesia sin cruz, sin doctrina, sin sacramentos, sin Cristo.
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Es necesario ir a la única Religión mundial. Pero no se puede ir si no se acaba con la Iglesia Católica. Hay que meter en la Iglesia Católica la división en la doctrina. Esto es lo que Bergoglio no ha podido hacer todavía. No le han dejado porque él sólo es un hombre que habla su vida de pecado, pero que no sabe poner en una ley, en una norma, esa vida.

Bergoglio es el falso profeta, pero no es la persona del Falso Profeta: no está en la iglesia del anticristo. Está, a penas, levantando su nueva estructura de iglesia. Ya ha puesto su primera división: el gobierno horizontal; pero le falta lo más importante: la doctrina.

Bergoglio es un hombre que no convierte a nadie, porque es un hombre que busca el ecumenismo sin la cruz.

«los creyentes en Cristo no pueden permanecer divididos. Si quieren combatir verdadera y eficazmente la tendencia del mundo a anular el Misterio de la Redención, deben profesar juntos la misma verdad sobre la Cruz. ¡La Cruz! La corriente anticristiana pretende anular su valor, vaciarla de su significado, negando que el hombre encuentre en ella las raíces de su nueva vida; pensando que la Cruz no pueda abrir ni perspectivas ni esperanzas: el hombre, se dice, es sólo un ser terrenal que debe vivir como si Dios no existiese» (Juan Pablo II – Ut unum sint, n.1).

No hay división si hay fe en la verdad sobre la Cruz. Si los hombres no creen en la Cruz, no sólo como un hecho histórico, sino también real, eterno, que permanece y se realiza en cada Altar, entonces los hombres nunca podrán unirse en Cristo.

Cristo une en Su Cruz: ahí está toda la Vida de la Iglesia. La Cruz es el Camino hacia la Verdad de la Vida Divina. A los pies de la Cruz permaneció la Virgen y el discípulo amado. Los demás huyeron en la gran división de sus mentes humanas. El hombre no tiene otro camino, otra esperanza: el mundo hay que llevarlo a la Cruz. Hay que crucificar al hombre viejo para que renazca el nuevo.

No se puede ir al mundo sin la Cruz de Cristo, sin el mensaje que ésta representa: oración y penitencia. ¡Conversión!

«la unidad dada por el Espíritu Santo no consiste simplemente en el encontrarse juntas unas personas que se suman unas a otras. Es una unidad constituida por los vínculos de la profesión de la fe, de los sacramentos y de la comunión jerárquica». (Juan Pablo II – Ut unum sint, n.9).

Fe católica, sacramentos y jerarquía: esta es la unidad que pide el Espíritu a Su Iglesia.

Y esto es, precisamente, lo que no se ve por ninguna parte.

Hombres que se pasan la vida repensando la antropología y la moral: «Hace años que tendría  que ser posible que se ordenen tanto hombres como mujeres, tanto célibes como casados» (Juan Masía, sj).

Cardenales que han perdido el juicio: «leer con respeto los textos de Lutero y sacar provecho de sus ideas» (Cardenal Marx).

Obispos que han perdido el temor de Dios y la verdad de la Iglesia: «No podemos vivir en una Iglesia con doscientos años de retraso» (Obispo Nicolás Castellanos).

La Jerarquía va buscando una religión mundial. Por eso, es necesario presentar al mundo un nuevo Cristo, un nuevo concepto del cristianismo, una nueva doctrina basada -en todo- en el lenguaje humano, en sus formas, no en la verdad.

Hay que llevar a Cristo al pueblo, a encontrarse con los hombres:

«Pongamos ante los ojos de la mente el icono de María Madre que va con el Niño Jesús en brazos. Lo lleva al Templo, lo lleva al pueblo, lo lleva a encontrarse con su pueblo» (2 de febrero del 2015).

Esta es toda la espiritualidad de Bergoglio: los hombres, el pueblo, la humanidad, sus problemas, sus vidas.

Bergoglio nunca puede predicar la verdad del Evangelio: hay que sumergir al hombre en la muerte de Cristo.

«Con Él hemos sido sepultados por el Bautismo para participar en su muerte, para que como Él resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva» (Rom 6, 4).

La Virgen María no lleva a Su Hijo para encontrarse con su pueblo. Lo lleva para presentarlo al Señor: Ella debía cumplir los deberes que como primogénito le imponía la Ley (Ex 13, 2s: “todo varón primogénito sea consagrado al Señor”) y la purificación de la Madre, prescrita en el Levítico (12, 1 s: “un par de tórtolas o dos pichones”). Pero más allá de estas ceremonias legales, la Virgen lleva a Su Hijo al Templo para que se revele la Verdad a los hombres.

La Presentación del Niño en el Templo es la segunda manifestación de Jesús. La primera a los pastores, humildes y sencillos. Jesús viene por estas almas, que son dóciles al Espíritu de la Verdad en sus corazones. Pero Jesús también se manifiesta a las almas que vivían de la esperanza del Mesías; el anciano Simeón. Y el testimonio de este hombre -testimonio de la Verdad, que se manifiesta a su alma, en los brazos de Su Madre- es la manifestación del Niño: Jesús es el Salvador y la luz de las Naciones. Un hombre que da testimonio de la verdad que contempla: eso es Simeón. Y eso es lo que no es ninguna Jerarquía actual en la Iglesia.

Es lo que enseña un verdadero Papa:

«¿Quién es, en realidad, este recién nacido? La respuesta a esta pregunta, fundamental para la historia del mundo y de la humanidad, la da proféticamente el anciano Simeón, quien, estrechando al Niño entre los brazos, ve e intuye en El “la salvación” de Dios, la “luz para alumbrar a las naciones”, la “gloria” del pueblo de Israel, la “ruina y la resurrección de muchos en Israel”, el “signo de contradicción”. Todo esto es ese Niño, que, aun siendo “Rey de la gloria”, “Señor del templo”, entra allí por vez primera, en silencio, en ocultamiento y en fragilidad de naturaleza humana» (2 de febrero de 1981).

Un Papa legítimo y verdadero, como Juan Pablo II, enseña la misma Palabra de Dios: no la cambia, no la interpreta a su manera humana, no habla para el pueblo, para quedar bien con los hombres; sino que transmite el mismo pensamiento que está contenido en la Palabra de Dios, que es la Mente de Cristo.

Un falso Papa enseña su impostura:

«Guiemos el pueblo a Jesús dejándonos a su vez guiar por Él. Eso es lo que debemos ser: guías guiados». Esto es lo que deben ser los consagrados para este hombre. Una frase muy bonita, pero sin ninguna verdad: ser guías guiados. Es la mayor estupidez de este hombre.

El consagrado tiene que imitar a Jesús:

«estáis llamados a una particular imitación de Jesús y a un testimonio vivido de las exigencias espirituales del Evangelio en la sociedad contemporánea. Y si el cirio, que tenéis en la mano, es también símbolo de vuestra vida ofrecida a Dios, ésta debe consumarse toda entera para su gloria» (2 de febrero de 1981).

Imitar a Cristo, -es lo que enseña un verdadero Papa-, dar testimonio de la Verdad del Evangelio en un mundo que no quiere la verdad. Y es un testimonio que es radical:

«Pero precisamente por esta opción tan radical, os convertís, como Cristo y como María, en un “signo de contradicción”, es decir, es un signo de división, de ruptura y de choque en relación con el espíritu del mundo, que pone la finalidad y la felicidad del hombre en la riqueza, en el placer y en la autoafirmación de la propia individualidad» (Ib).

Esto es lo que no se encuentra en ningún discurso de Bergoglio: hay que romper con el espíritu del mundo, hay que ser signo de división con el mundo.

Bergoglio no da la doctrina de Cristo, sino su cristo, la doctrina que tiene en su mente sobre Cristo. Por eso, dice esa frase hermosa, pero sin la doctrina de Cristo. ¿Qué significa ser guiados por Cristo? Imitarlo. ¿Y cómo se imita a Cristo? Expiando los pecados del pueblo. ¿Y cómo se guía al pueblo hacia Cristo? Hay que meterlo en la muerte de Cristo: en la cruz, en la penitencia, en el despojo de todas las cosas por amor a Cristo.

¿Enseña esto, Bergoglio, en este discurso? No; Bergoglio predica un cristo sin doctrina, sin verdad. Sólo enseña sus frases bonitas, que sólo demuestran una cosa: este hombre sólo habla por hablar, para que los demás den publicidad a sus discursos. Pero, mientras tanto, obra otra cosa a lo que habla, a la propaganda que dan los demás de sus palabras. Así se hace la nueva iglesia: a base de impostura religiosa, de fariseísmo, el más perfecto de todos.

Bergoglio enseña como un falso papa, que sólo habla para la masa de los ignorantes, y de los tibios y pervertidos:

1. Una obediencia falsa: «quien sigue a Jesús se pone en el camino de la obediencia, imitando de alguna manera la «condescendencia» del Señor, abajándose y haciendo suya la voluntad del Padre, incluso hasta la negación y la humillación de sí mismo (cf. Flp 2,7-8). Para un religioso, caminar significa abajarse en el servicio, es decir, recorrer el mismo camino de Jesús, que «no retuvo ávidamente el ser igual a Dios» (Flp 2,6). Rebajarse haciéndose siervo para servir».

a. El camino de la obediencia no es imitar la condescendencia del Señor, no es abajarse, no es la negación y la humillación de sí mismo: es obrar la Voluntad de Dios. Se obedece a Dios para hacer lo que Él quiere. Son dos cosas diferentes: que Cristo no muestre Su Gloria a los hombres y su obediencia al Padre, hasta la muerte. Bergoglio mete ambas cosas en el mismo saco para un fin: sé obediente a los hombres, a los mayores, a la mente del hombre: «El fortalecimiento y la renovación de la Vida Consagrada pasan por un gran amor a la regla, y también por la capacidad de contemplar y escuchar a los mayores de la Congregación». Escuchar a los mayores: escucha a tantos superiores falsos como hay en la Iglesia. Escucha a tantos herejes y apóstatas de la fe en Cristo como hay en las congregaciones, asociaciones, seminarios, etc… ¡Aquella Jerarquía que no dé la verdad no se la puede escuchar, no se la puede obedecer aunque estén como Superiores! Pero a Bergoglio lo que le interesa es:

b. Su conclusión: «caminar significa abajarse en el servicio». Es su impostura religiosa: bájate de tus ideas, de tus dogmas, de tus liturgias, de la verdad absoluta, con el fin de servir a todos los hombres, al pueblo. Es siempre su humanismo: rebájate en la mentira para servir a los demás.

No tiene nada que ver con lo que un Papa verdadero enseña a los religiosos: «También vosotros, hermanos y hermanas queridísimos, debéis conservar siempre intacta esa “voluntad de oblación”, con la que habéis respondido generosamente a la invitación de Jesús para seguirle más de cerca, en el camino hacia el Calvario, mediante los sagrados vínculos que os unen a El de manera singular en la castidad, en la pobreza y en la obediencia: estos votos constituyen una síntesis, en la que Cristo desea manifestarse a Sí mismo, entablando —a través de vuestra respuesta—, una lucha decisiva contra el espíritu de este mundo» (2 de febrero de 1981): caminar significa tener una voluntad de oblación para llegar a la Cruz, a la muerte con Cristo en la Cruz. Y se llega con los votos de castidad, de pobreza y de obediencia. Esto no lo enseña Bergoglio porque ni los tiene ni sabe cómo vivirlos. La obediencia es una voluntad de oblación en la que se muestra la lucha contra el espíritu del mundo. No es una obediencia para servir al mundo, que es lo que enseña Bergoglio. Todo al revés con este hombre. Todo. La casa se construye por el techo, según Bergoglio. Una vez que el hombre está arraigado en esta obediencia, es cuando sirve a los demás en la verdad de su vida. Y el servicio a los demás da frutos de vida eterna. Pero este servicio es lo último que se hace, lo de menos. Lo que importa es esa voluntad de oblación, por amor a Cristo, para imitar en todo a Cristo. Bergoglio sólo está en su camino humano de servicio a los intereses del hombre. Y, por lo tanto, tiene que predicar una:

2. Falsa sabiduría: «En el relato de la Presentación de Jesús, la sabiduría está representada por los dos ancianos, Simeón y Ana (…) El Señor les concedió la sabiduría tras un largo camino de obediencia a su ley. Obediencia que, por una parte, humilla y aniquila, pero que por otra parte levanta y custodia la esperanza, haciéndolos creativos, porque estaban llenos de Espíritu Santo».

a. La sabiduría siempre es Cristo, nunca los hombres. Los hombres participan de la sabiduría divina por la gracia y el Espíritu. En Simeón y en Ana está representada las almas fieles a la gracia y a al Espíritu. Son dos cosas totalmente diferentes.

b. Una sabiduría creativa: los hace creativos: el alma obediente no es creativa, sino imitativa de la Mente de Dios, de la vida de Cristo: pone por obra lo que Dios piensa: no crea una idea nueva ni una obra nueva. Es el lenguaje de los modernistas, que les lleva a proclamar esta gran herejía: «Perseverando en el camino de la obediencia, madura la sabiduría personal y comunitaria, y así es posible también adaptar las reglas a los tiempos: de hecho, la verdadera «actualización» es obra de la sabiduría, forjada en la docilidad y la obediencia». Vamos a cambiar el dogma, las enseñanzas de siempre en la Iglesia. Hay que adaptar la ley de Dios a los tiempos. Hay que actualizar la norma de moralidad. El magisterio de la Iglesia ya se quedó anticuado y, entonces, hay que buscar otro, más acorde con los tiempos, con la mente de los hombres, con sus culturas. ¡Y eso es sabiduría divina! ¡Esta es la gran blasfemia de este hombre, que sólo vive para su humanismo! Hay que obedecer a una mentira para ser actuales, para actualizar la sabiduría, para madurar en la sabiduría. Bergoglio lo rompe todo.

Para Bergoglio todo es un relato del hombre, todo es una fiesta para los hombres:

«Es curioso advertir que, en esta ocasión, los creativos no son los jóvenes sino los ancianos. Los jóvenes, como María y José, siguen la ley del Señor a través de la obediencia; los ancianos, como Simeón y Ana, ven en el Niño el cumplimiento de la Ley y las promesas de Dios. Y son capaces de hacer fiesta: son creativos en la alegría, en la sabiduría».

María y José son jóvenes, inexpertos, que cumplen con la ley; Simeón y Ana son los maduros, los que tienen la experiencia del conocimiento de Dios, los que saben ser creativos, los que transforman la obediencia en cumplimiento de la ley, y así hacen fiesta. Este es todo el mensaje de este hombre perverso.

Son los ancianos, como él, los que están destruyendo la Iglesia con su sabiduría creativa. En el camino de la obediencia se madura la sabiduría. Este hombre no sabe lo que está diciendo. No tiene ni idea, ni de lo que es la obediencia ni lo que es la sabiduría.

Pone la obediencia a la mente del hombre, pero no a la Mente de Dios. Y, por lo tanto, como la mente del hombre cambia, entonces se madura la sabiduría.

Cuando el hombre obedece a Dios no madura en su sabiduría, sino que crece en sabiduría. En la medida que el hombre vaya aceptando la Mente de Dios, por la obediencia, por el sometimiento de su mente a la verdad revelada, inmutable, eterna, en esa medida, el hombre crece en las virtudes: «El que guarda la Ley es hijo prudente» (Prov 28, 7). Y el virtuoso está lleno de la sabiduría divina: «en alma maliciosa no entrará la sabiduría» (Sab 1, 4).

María y José estaban anclados a una obediencia. Simeón es el más listo, por ser el más creativo, por cambiar en su mente y contemplar –en su ancianidad- lo que no ven María y José por ser jóvenes. Es todo un relato humano. Cuando Bergoglio predica el evangelio, es esto lo que hace: da su cuento, su fábula, su interpretación humana, su chiste. Y le queda algo que no tiene nada que ver con la Palabra de Dios.

Como se madura la sabiduría, entonces es posible también adaptar las reglas a los tiempos. ¿Por qué los homosexuales no pueden casarse? Hay que estar con los tiempos. ¿Por qué no dar la comunión a los malcasados? Hay que madurar en estas reglas que son fruto de una obediencia a lo antiguo. Hay que obedecer a los modernos, a las mentes de todos los soberbios, porque en ellas está la sabiduría creativa, que es – para este hombre sin nombre- una obra divina: «Y el Señor transforma la obediencia en sabiduría con la acción de su Espíritu Santo». ¡Mayor sin sentido no puede haber en la mente de Bergoglio!

¿Quién es María para este personaje?

«Los brazos de su Madre son como la «escalera» por la que el Hijo de Dios baja hasta nosotros, la escalera de la condescendencia de Dios (…) María que entra en el templo con el Niño en brazos. La Virgen es la que va caminando, pero su Hijo va delante de Ella. Ella lo lleva, pero es Él quien la lleva a Ella por ese camino de Dios, que viene a nosotros para que nosotros podamos ir a Él (…) También nosotros, como María y Simeón, queremos llevar hoy en brazos a Jesús para que se encuentre con su pueblo».

María es la que lleva en brazos a Jesús. Y no más: una madre joven, inexperta en el misterio de Cristo. Es la escalera de la condescendencia de Dios: una frase muy hermosa, pero herética:

«Cristo «tenía que parecerse en todo a sus hermanos, para ser sumo sacerdote compasivo y fiel» (Hb 2,17). Es el doble camino de Jesús: bajó, se hizo uno de nosotros, para subirnos con Él al Padre, haciéndonos semejantes a Él».

Si se va a la Palabra de Dios, se ve lo que oculta Bergoglio:

«Por esto hubo de asemejarse en todo a sus hermanos, a fin de hacerse Pontífice misericordioso y fiel, en las cosas que tocan a Dios, para expiar los pecados del pueblo»: Cristo se hace hombre, vive como los hombres, en una naturaleza humana, con un fin: expiar los pecados. Se hace sacerdote para expiar los pecados del pueblo, no para hacer fiesta con los hombres, con el pueblo.

Bergoglio calla la expiación del pecado porque no puede entrar en su discurso bello, pero sin verdad alguna. Es el discurso que gusta a la mente de los hombres. Esas mentes que ya no saben pensar la verdad, sino que sólo quieren escuchar lo que tienen en sus propias mentes. Y si hay un viejo, como Bergoglio, inexperto en la verdad, entonces se tragan cualquier cosa que sale de su inmunda boca. Y la tienen como verdad, como voluntad de Dios, como una bendición. Así siempre trabaja un falso profeta: con las formas del lenguaje humano. Formas externas: palabras bellas, frases puestas en una bandeja de plata, con un colorido que agrada a los hombres, para mostrar su mentira siempre.

Los brazos de la Virgen María no son como una escalera, sino que son el resguardo de la Madre. María protege a su Niño del mundo y de los hombres. María conserva en su corazón la Verdad y es lo que transmite al mundo cuando lleva en sus brazos a Su Hijo. María no va caminando con su Hijo para mostrarlo al pueblo. María camina con Su Hijo, en brazos, para realizar la Voluntad de Dios en Su Templo, porque María es la que está asociada en todo a Su Hijo:

«Por asociación con su Hijo, esta mujer se hace también signo de contradicción para el mundo y, a un tiempo, signo de esperanza, a quien todas las generaciones llamarán bienaventurada. La mujer que concibió espiritualmente antes de concebir físicamente, la mujer que acogió la Palabra de Dios, la mujer que se insertó íntima e irrevocablemente en el misterio de la Iglesia ejerciendo la maternidad espiritual con todos los pueblos. La mujer que es venerada como Reina de los Apóstoles sin quedar encuadrada en la constitución jerárquica de la Iglesia, y que sin embargo hizo posible toda jerarquía porque dio al mundo al Pastor y Obispo de nuestras almas. Esta mujer, esta María de los Evangelios, a quien no se menciona entre los presentes en la última Cena, acude de nuevo al pie de la cruz para consumar su aportación a la historia de la salvación. Por su actuación valiente prefigura y anticipa la valentía a lo largo de los siglos de todas las mujeres que contribuyen a dar a luz a Cristo en cada generación». (Octubre del 1979)

Leer a Juan Pablo II y leer a Bergoglio es como el día a la noche. La diferencia es abismal, porque Juan Pablo II es Papa verdadero, elegido por el Espíritu del Señor para guiar a Su Iglesia por el camino de Cristo. Pero Bergoglio no es el Papa, ni puede serlo por más que los hombres griten que Bergoglio es el Papa.

Bergoglio es sólo un falso profeta, que anuncia al anticristo de la nueva iglesia. Es ese anticristo el que va a romper la Iglesia. El anticristo es un ser inteligente que sabe romper la doctrina de Cristo con su inteligencia, con su idea, con su mente. Bergoglio sólo sabe hablar, pero no romper. Quiere romper, pero no puede. No es su tiempo.

Tiene que venir, después de él, el temido, que no es el Anticristo, sino el falso Papa que continúa la obra que ha iniciado Bergoglio. Porque hasta que no se levante la nueva iglesia, la ecuménica, la que engloba a todo el mundo, a todas las religiones, no se levanta el nuevo  orden mundial, y no puede aparecer ni el Falso Profeta ni el Anticristo.

El Anticristo necesita de un anticristo en la Iglesia: uno que lleve a la Iglesia hacia la religión mundial. Y el Anticristo necesita de un anticristo en el mundo: uno que lleve a todo el mundo hacia un gobierno mundial. Y estos dos anticristos todavía no han aparecido. Están sus voceros: Bergoglio y Obama, pero no son los indicados para el gran juego del Anticristo.

La Iglesia Católica, por las profecías, tiene que pasar dos años de sede Vacante antes de que se levante la nueva iglesia, que será la Iglesia del Anticristo. Y hasta que no muera el Papa legítimo, Benedicto XVI, Bergoglio sólo seguirá hablando de sus muchas cosas. Y, mientras entretiene  a todo el mundo con sus majaderías, se va obrando en lo oculto todo lo demás. Así, cuando llegue el tiempo requerido, se cambia todo a base de palos, de imposiciones, de sangre, de persecución.

El Anticristo está guiando a toda esta Jerarquía que apoya a Bergoglio: uno de ellos se hará con el poder en la Iglesia para hacer lo que no hace Bergoglio: dividir la doctrina, destruir el dogma. Por eso, ni entre ellos se tienen confianza: todos están en ese gobierno horizontal con el deseo, no declarado, de ser papas y así imponer la doctrina que ellos quieren en la Iglesia. A Bergoglio lo echan fuera, como a todos los demás, porque ya no sirve: sirve para la fiesta, pero no para la Iglesia que el Anticristo quiere. El Anticristo necesita una cabeza pensante, que no tenga miedo a romper el dogma. Necesita un Kasper. No necesita de un hombre que viva su pecado, como Bergoglio, porque eso ya lo tiene en el mundo y en la Iglesia. Hay que cambiar la doctrina, el dogma, para crear la nueva iglesia. Y esto hay que hacerlo a las bravas, no con sonrisitas.

Mientras Bergoglio vive su estúpida vida en la Iglesia, la doctrina no se cambia: sólo hay confusión. Sólo hay lío, división, enfrentamientos dentro de la Jerarquía y de los fieles. Y esto es sólo el fruto del gobierno de este hombre: nada claro, sin claridad, sin camino. Habla muchas cosas y nada se hace. Todo el mundo hace y deshace, pero la doctrina sigue igual. Con Bergoglio, todo sigue igual. Y esto es lo que no le gusta al Anticristo. Bergoglio fue débil en el Sínodo pasado. Y eso el Anticristo lo va a remediar en el próximo Sínodo: debe cortar la cabeza de Bergoglio para eso. Tiene que poner su anticristo, que levante su nueva iglesia mundial.