In Memoriam: Padre Emilio Parrado (1927 - 2015) – Augusto TorchSon
A los 87 años, el padre Emilio Andrés Parrado
pasó a formar parte de los Bienaventurados que mueren en el Señor.
Habiendo
cumplido celosamente con la tarea para la cual fue elegido por Nuestro
Creador hace más de 6 décadas, hoy merecidamente descansa en los brazos
de su amado Señor
Jesucristo.
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Vaya a modo de inmensa gratitud, este, nuestro pequeño homenaje.
El
padre Parrado, nos contaba con mucha alegría que a la edad de 9 años, no habiendo
sido bautizado todavía, y deseoso de formar parte de la Iglesia,
fue caminando hasta la parroquia cercana a pedir él mismo el sacramento ya que
como él decía, pasó su infancia “sin
restaurar su naturaleza caída”. Y así guardaba el certificado de
bautismo en su libro de las Liturgias de las Horas, y lo mostraba con mucho orgullo.
Siempre repetía “obras son amores y no buenas
razones” y dio testimonio con su vida dicha creencia.
Hombre de acción, sin descuidar nunca su vida
de oración, siempre dejó grandes obras en las parroquias a las que fue asignado.
Colegios parroquiales, talleres para manualidades, campos para la práctica de
deportes y hasta un lugar para albergar a quienes venían a estudiar de otras
provincias y tenían escasos recursos; se cuentan entre sus innumerables obras.
Un relato que sirve para caracterizar
adecuadamente la viril santidad de este sacerdote, tuvo lugar cuando estuvo
destinado a la que sería posteriormente la Parroquia de Fátima, por él construida.
En aquellos tiempos el padre se desplazaba en bicicleta, en la cual, entre
otras cosas, pedía colaboraciones para su obra y hasta trasladaba materiales para
la misma. Viendo esta situación un grupo de jóvenes diariamente se burlaban a
su paso y le gritaban: “cuervo”. Esto se repitió unas
cuantas ocasiones hasta que el padre Emilio tiró la bicicleta al piso e
increpando a los insolentes les preguntó quien le había dicho de esa manera.
Con prepotencia y hasta con sorna, uno de los muchachos se levantó y dijo que
él había sido, a lo que el padre respondió con una terrible cachetada que dejó
tan sorprendido al ahora apocado brabucón, que lo dejó sin palabras, y ante el
silencio de todos, el padre les dijo con toda firmeza: “y el sábado los espero para
ayudar en la obra porque estamos construyendo la cancha de básquet”,
cosa que se cumplió tal cual fue ordenado, y por quienes en adelante serían sus
discípulos. Cabe acotar que el padre Parrado con su metro ochenta, tenía un
varonil porte que siempre generaba respeto.
Siempre estuvo presto a ayudar a los fieles
que tenían problemas de distinta índole, y esto en el más absoluto de los anonimatos.
Lo sabemos por los testimonios de sus beneficiarios.
Habiéndole tocado vivir la época de la lucha
antisubversiva en Argentina, como nacionalista y patriota nunca ocultó su
condición de anticomunista, razón por la cual fue difamado y perseguido y tuvo
que ser destinado en el año 1975 a la ciudad Estadounidense de Alexandria en el
condado de Arlington (tal vez como castigo, tal vez para protegerlo). Incluso
fue mencionado en el libro del judaico agente marxistoide, Horacio Verbitsky, en su libro “La mano izquierda de Dios” tratando de desprestigiarlo inventando inverosímiles
e incomprobables acciones de nuestro querido Padre Parrado en contra de estos agentes
apátridas, por los cuales nunca manifestó simpatía pero que de ninguna manera persiguió.
Y a pesar de tantas obras con la que
manifestó el amor a Dios y la fidelidad en el desempeño de su sacerdocio, nunca
descuidó la oración. Y es que en las más de ocho horas diarias que pasaba
confesando, uno siempre lo encontraba con
su Breviario o su Biblia en profunda y concentrada meditación de las enseñanzas
divinas. Habiendo sido un gran lector, disfrutaba particularmente leyendo al
padre Castellani con quien tuvo el placer de estar en un par de ocasiones, con
los libros de su amigo el padre Alfredo Saenz, o con la revista “Cabildo”, de la
cual era seguidor, especialmente admiraba el trabajo en la misma del Dr.
Antonio Caponnetto. Gustaba mucho también de la lectura de los libros de la
Beata Catalina Emmerick de quien tenía su colección completa en sus versiones
originales.
Desapegado por completo de cualquier respeto
humano, nuestro querido padre Parrado fue un ejemplo del “Si, Si; No, No”, que nos
enseña Nuestro Señor. Albergando siempre a los sacerdotes caídos en desgracia,
nunca tuvo dudas a la hora de auxiliar a sus hermanos, entre los cuales hubo más
de un Judas.
Su amistad y colaboración con la gente de la Fraternidad
Sacerdotal San Pio X, así como su amor por la Tradición, le trajeron no pocos
disgustos, especialmente con el por entonces arzobispo más afecto a la Teología de la
Liberación que a la Ortodoxia Católica, hoy recompensado en su heterodoxia por
Bergoglio con el birrete cardenalicio.
Como mencionamos en nuestro artículo sobre el
“asistencialismo
de la neo-iglesia”,
el padre Parrado tenía plena conciencia
sobre la revolución sucedida en la Iglesia en los años posteriores al
Concilio Vaticano II, sustituyendo peligrosamente el correcto
Cristocentrismo del catolicismo, por la visión antropocentrista de la
fe. Y así
repetía constantemente “Omnia
per ipsum facta sunt,et sine ipso factum est nihil quod factum est”
(Todas las cosas fueron hechas por Él, y nada de lo que fue hecho, se hizo sin
Él), agregando que hasta la última partícula de polvo del planeta más distante
era obra de Dios, y repitiendo siempre de memoria la poesía de Santa Teresa de
Jesús “Nada Te Turbe”, en la convicción que sólo Dios basta. Y así combatía la postura errónea de la fe
que busca primero “las añadiduras” antes que el “Reino y la Justicia”.
Con frecuencia repetía en sus homilías que en
el momento de la Consagración en la Misa, temblaba en la plena consciencia del
indescriptible milagro que en ese instante se producía. De la misma manera solía
recordarnos sobre la inmensa responsabilidad que para él (y todos los
sacerdotes) implicaba la absolución en el Sacramento de la Confesión.
Y fue uno de sus grandes apostolados el del
Sacramento de la Confesión. En sus maratónicas sesiones de confesiones,
convirtió a grandes pecadores (entre los cuales me encuentro) y hasta trajo de
Regreso a Casa a personas de otras religiones, especialmente judíos, acción que
hoy sería motivo de escándalo para el “Obispo de Roma”.
Animaba siempre a los penitentes invitándolos
a confesarse diciéndoles: “no te preocupes, yo me hago cargo”;
y gran satisfacción sentía al ver un verdadero arrepentimiento, de la misma
manera que no ocultaba su enojo cuando intentaban los “impenitentes” justificar
sus acciones. Esto le trajo no pocas enemistades de quienes consideraban que
era demasiado rígido al no ser condescendiente con sus “debilidades”, postura tristemente desde hace un par de años, muy de moda en el Vaticano (¿Quien soy yo para juzgar? diría alguien).
En sus Misas Novus Ordo siempre decía (aunque
en lengua vernácula) muchas de las oraciones correspondientes a la Misa del “Rito Antiguo”.
Habiendo sido exorcista, hasta en sus últimos
años en los cuales sentía que sus fuerzas no eran suficientes para tan
desgastante tarea; nunca rechazó asistir a quienes se sospechaba estar bajo la
influencia del Maligno, diciendo que no se los podía dejar desamparados.
Tenía un amor particular por los niños, que
era siempre correspondido por éstos. Así siempre tenía los bolsillos llenos de
caramelos o de sus famosos “alfajores de maicena”, para obsequiárselos y por
los cuales sentía también él una gran debilidad.
Le gustaba mucho recordar su larga travesía
de regreso a Argentina desde los EEUU, casi en la frontera con Canadá, trayecto
que hizo en su viejo auto “Rambler”, patente HVR544, que conservó hasta no hace
muchos años, y que, posteriormente al no poder conducir más, regaló a su
mecánico.
Hombre de una inmensa generosidad, nunca
negaba asistencia hasta económica a quién lo necesitara, siempre y cuando
cumplieran antes con Dios. Así fue de gran ayuda para nuestro apostolado y
militancia, poniendo también a nuestra disposición el salón parroquial para las
actividades de nuestro por entonces grupo nacionalista “La Barbarie”.
De los pocos pasatiempos que tenía el padre
Parrado, podemos mencionar como disfrutaba viendo “El Chavo del 8” con el que se reía con la candidez de un niño, y también
le gustaba hacer inmensos rompecabezas. Sin ningún fanatismo, le gustaba el fútbol y era hincha de River y Sportivo Guzman.
Antes de terminar, es importante
recordar su absoluta convicción de estar asistiendo a los tiempos finales de la
Historia, con el consiguiente Regreso Glorioso de Nuestro Señor Jesucristo, al
que imaginaba majestuoso con su imponente presencia juzgando a las naciones y a
las personas; situación esta que no le causaba ningún temor, sino todo lo
contrario, lo llenaba de esperanza al ver al mundo tan irremediablemente
corrompido. Uno de sus sueños era vivir para presenciar la Parusía.
Sin pretender hacer acusaciones personales, en
honor a la verdad, es necesario decir que nuestro muy querido padre Parrado
padeció una inmensa y gran injusticia al ser expulsado por la fuerza de su
última parroquia y llevado a un geriátrico. En dicha institución, no sólo
estaba encerrado, sino que al tener sólo cuidadores durante el día, a la noche
era exageradamente sedado y este exceso agravó inmensamente su enfermedad. Esto
hasta que ya en un estado de casi inconsciencia, pudo ser rescatado por sus
parientes que lo atendieron muy bien hasta sus momentos finales. Sin embargo,
tanto quienes lo pusieron en esa situación, como la jerarquía que apoyó, fuera
de hacerle un daño le hicieron un gran favor, porque coronaron su vida con el
martirio.
Y en este momento cuando las lágrimas ya no pueden ser retenidas por
mis ojos, mi tristeza y dolor como el de sus muchísimos
hijos espirituales, tienen su origen en una conducta no desprovista de
egoísmo;
la de sabernos privados de éste Santo Soldado de Cristo que hoy deja su
amada Patria Terrena para entrar definitivamente en la Patria Celestial.
Y con su celo de verdadero Pastor, en su lucha incansable
por librar almas de las garras del demonio, nos acercó un poco más al
Cielo, poniéndonos más al alcance de
nuestra salvación.
Augusto
Como homenaje final, ponemos la canción que con tanto orgullo cantaba al final de sus Misas.
Nacionalismo Católico San Juan Bautista