miércoles, 4 de febrero de 2015

JORDAN BRUNO GENTA-"El filósofo y los Sofistas"- LECCIONES 19 Y 20

JORDAN BRUNO GENTA

LECCIÓN XIX 
La gran preocupación de Sócrates es la identidad. Ha consagrado su vida a buscar la identidad en todo y, antes que en ninguna otra cosa, en sí mismo.  ¿Y en qué consiste la identidad consigo mismo? Los comentaristas han insistido siempre en que el problema moral es el centro de la especulación socrática. Más todavía, puede decirse que es cosa definitivamente juzgada, que con su aparición, la filosofía griega deja de ser cosmológica para asumir un carácter antropológico.
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 Es notorio que la historia externa y material acusa este giro del pensamiento; pero la verdad es que la última ratio de tal radical conversión especulativa no puede ser la inquietud de un profesor de moral por importante que sea su personalidad. Convengamos en que sería poco razonable.  Más bien, esa conversión importa un decisivo avance del pensamiento filosófico hacia su objeto propio, puesto que la investigación del principio del universo adquiere un enfoque más adecuado dirigiéndose al alma antes que al mundo físico. La filosofía presocrática desde Tales de Mileto, perseguía la misma meta pero se extraviaba irremediablemente por los caminos del mundo exterior, donde volvía siempre a recaer sobre la causa material, la más inferior y subalterna de todas las razones explicativas del ser; apenas le era posible elevarse precariamente hasta la necesidad de un principio ordenador del mundo, pero de un orden exterior y mecánico cuyo fin no se percibe ni se comprende. La especulación socrática significa que el alma se constituye en el centro de la investigación acerca del principio de la realidad universal y que por esta vía, se profundiza en las razones principales del ser: la esencia y el fin. Desde entonces por los caminos interiores del ser se avanza realmente hacia los principios del universo; ellos definen el verdadero cauce del pensamiento filosófico. Toda vez que se rehúsan o desconocen las grandes vías, los reales caminos, vemos aparecer alguna forma de materialismo más o menos expresa; es decir, alguna forma de pensamiento antifilosófico. Conocerse a sí mismo es establecer la identidad de la propia alma y distinguirla de lo que ella no es; importa tanto como declarar su concepto, lo que es en sí misma considerada. No se habría llegado jamás a descubrir el concepto por otro camino y, por lo tanto, el principio de la verdadera ciencia: tan sólo el alma es estrictamente proporcionada a la inteligencia del alma; los demás seres están por encima o por debajo de su capacidad intelectual. Aquí puede apreciarse hasta qué punto encierra buena parte de la verdad, la ética intelectualista de Sócrates, puesto que la identidad moral del hombre coincide necesariamente en el principio, con su identidad lógica y ontológica. La finalidad propia del hombre es el testimonio de la verdad, la declaración de lo que es. Decir lo que es, significa comenzar a ser realmente uno mismo; existir en identidad consigo mismo, sin confusión ni contradicción interiores.
Se comprende sin mayor dificultad que el problema del ser, el problema del conocer y el problema de la conducta son uno y el mismo problema fundamental en el hombre, por cuanto la sabiduría y la verdad constituyen el mejor ser y también la obligación primera de la criatura racional. La sabiduría y la verdad son las cualidades propias del alma inteligente, su valor y perfección de ser, donde coinciden todos los otros valores y cualidades inmateriales: la bondad, la justicia, la belleza, la utilidad y el placer. Los valores son las cualidades, o mejor, las cualidades existenciales del ser, perfilan su actualidad y el grado de plenitud o de precariedad alcanzados en la existencia. Sus contrarios –el error, la falsedad, la maldad, la injusticia, la fealdad, el perjuicio y el dolor-, denuncian una disminución o privación que sufre el ser en el acto de existir. No es que todos los valores se reduzcan a uno primero y principal; no es que se resuelvan absolutamente en la Verdad, como parece ser la tesis de Sócrates; pero es que en la Verdad y sólo en ella, pueden ser reconocidos, preferidos y respetados tal como son realmente. Por el contrario, en el error y en la falsedad se confunden, se sustituyen y se mezclan entre sí y con sus negaciones como resultados de las engañosas apariencias; así se llega a la identificación dialéctica del ser con el no ser, al acomodo del bien con el mal y a la mezcla de los placeres más apartados e incongruentes, tal como ocurre cuando se quiere “disfrutar de una buna cena y de un buen concierto al mismo tiempo. 192 ”  
El placer es de suyo una cosa útil, justa, bella y verdadera, puesto que es la pura manifestación del acto de ser, la plenitud de un acto y tiene que ser consciente, sentido, sabido por el sujeto que goza. Lo grave es esa preferencia antinatural por los placeres inferiores y la resolución de todos los placeres a su expresión más sensual; por esto es que “la búsqueda del placer, con justicia, se tiene por sospechosa, porque a menudo constituye la búsqueda del más bajo de los placeres. 193 ”  Lo verdaderamente grave es posponer, postergar o sacrificar lo que es superior a lo inferior; lo que vale más a lo que vale menos. Y lo peor de todo es emplear lo superior para lo inferior; convertir en instrumento de lo más bajo a lo más alto; humillar la dignidad a la adulación y el servilismo. El saber y la verdad son principios de la justicia; pero es preciso distinguir entre la sabiduría que es el conocimiento profundo que el alma tiene de ella misma y la habilidad que es el conocimiento  superficial que el alma tiene de las cosas exteriores. La sabiduría nos mejora porque es nuestro mejor ser, y nos hace dichosos porque es una plenitud de ser, nuestro más acabado y cumplido existir; la habilidad no nos mejora intrínsecamente, sólo nos permite mejorar y usar las otras cosas para comer y vestir, para estar cómodos y seguros materialmente; para que cada uno disfrute con los suyos una felicidad de potrero verde, como dice Nietzsche.
                                                 192 GILBERT K CHESTERTON , Sobre la búsqueda del placer . Incluido en G. K. CHESTERTON , Obras Completas , volumen I, Barcelona, 2da. Edición, 1961, pp. 1200-1224.  Sin datos respecto de la versión utilizada por el autor.  193 Ibidem.
Todos los saberes y verdades que sólo nos procuran habilidades para el uso de las cosas exteriores o para el uso del propio cuerpo –leer y escribir, las cuatro operaciones y conocimientos generales, manualidades y ejercicios físicos, contabilidad y taquidactilografía, todo lo que se suele entender por educación común o escuela de aprendizaje-, no nos mejora y es completamente extraño a la perfección intelectual y moral del hombre. Todos esos saberes son ajenos e indiferentes a la sabiduría, a la justicia y al pudor. Claro está que allí donde el tipo hombre se ha empequeñecido al extremo de no ser más que una sombra y ha degradado hasta confundir la felicidad humana –individual y colectiva-, con la habilidad para existir a gusto, ya no se puede entender siquiera el lenguaje de Sócrates; sus palabras y actitudes tienen que interpretarse necesariamente como manifestaciones de rematada locura o como la más pura hipocresía y engaño de las ideas elevadas. De ahí que a Callicles, el más osado y el más impúdico de los discípulos de Gorgias, le resulte intolerable y el colmo de la insensatez, oírle repetir a Sócrates con serena firmeza: 
SÓCRATES . - Dichoso es, primero, aquel que no lleva maldad en su alma y, después, el que se ve librado del mal por el castigo y la expiación. El más desdichado es, en cambio, aquel que comete injusticias y no se ve librado de ellas, así sea el más poderoso señor de la tierra 194 . 
Esta palabra de la sabiduría, este lenguaje de la filosofía, que parece desmentido y refutado por los hechos menudos y por los hechos más notables de la vida de los pueblos y de los individuos, tiene el carácter de lo definido y de lo definitivo; de aquello que se sostiene igual a sí mismo a través de las circunstancias infinitamente cambiantes. Por esto es que los modernos representantes de la Civilización y del Progreso han desterrado a la Filosofía de la escuela y de la política, sin dejar de hacerle alguna reverencia, disimulando con un guiño para los espectadores que están en el secreto de los tiempos. ¡Nada de vanas metafísicas ni de ociosas retóricas abstractas; mucha habilidad manual y mucho lenguaje concreto y productivo de la práctica experimental! ¡Nada de verdades absolutas ni de normas inmutables que pretendan obstaculizar la evolución y el progreso incesante hacia el más allá! ¡Nada de palabras eternas que pretendan significar siempre lo mismo y paralizar el progreso; el lenguaje tiene que ser plegadizo, adaptable, manuable, ágil y de fácil adaptación como una mano experta! Pero Sócrates insiste en su posición y la contrasta agudamente a la del sofista Callicles: 
SÓCRATES . – [...] He observado todos los días que, a pesar de lo elocuente que eres, cuando los objetos de tu amor opinan de distinto modo que                                                  194 Gorgias , 478 e – 479 a.
tú, y cualquiera que sea su manera de pensar, no te sientes con fuerzas para contradecirlos y que pasas de lo blanco a lo negro si les place. En efecto, cuando hablas en una reunión de Atenienses, si sostienen que las cosas no son tal como dices, cambias enseguida de parecer para conformarte a sus opiniones [...] pero la filosofía mantiene siempre el mismo lenguaje. Lo que ahora te parece tan extraño es de ella; estabas presente cuando se dijo. Así, pues, o refuta lo que por boca mía dijo hace muy poco o pruébale que cometer la injusticia y vivir en la impunidad después de haberla cometido no es el peor de todos los males; o si dejas subsistir esta verdad en toda su fuerza [...] Callicles nunca estará de acuerdo consigo mismo y toda su vida será una perfecta contradicción. Y yo, al menos, amigo mío, soy de opinión que para mí valdría mucho más que mi lira estuviese mal montada y desafinada y que la mayoría no concordara conmigo, antes de que yo no estuviera de acuerdo conmigo mismo y me contradijera 195 .  
Lejos de arredrarse, Callicles se dispone a rebatir con las armas retóricas más mortíferas y destructoras que puedan imaginarse, aquellas que parecen responder al espíritu de sinceridad y de máxima franqueza y que, en realidad, son pura mendacidad y engaño: la franqueza impúdica o la cínica desnudez que presenta como entereza la degradación moral, como fuerza dominadora el servilismo de las pasiones y como veracidad la falta de vergüenza y el desenfado de la propia bajeza. El cínico Callicles concluirá más o menos en estos términos: la justicia y el pudor que se alaban, glorifican y proclaman universalmente como el fundamento mismo del equilibrio social y de la paz entre los hombres, no son otra cosa que ficciones o ilusiones necesarias para vivir, meros artificios contrarios a la naturaleza humana 196 . Quiere decir que la naturaleza no es lo que es, sino el reflejo mismo de la flaqueza y de la deformidad de Callicles; así el esclavo de sus pasiones se presenta como verdadero poder y señorío de sí; la incontinencia absoluta como fuerza desbordante y la trasgresión permanente de la ley como la única ley de la naturaleza. Pero antes de desarrollar el argumento del sofista, examinemos brevemente la nueva arma dialéctica, esta habilidad retórica del espíritu de iniquidad.
                                                 195 Gorgias , 481 d e – 482 b c. 196 Cf. Gorgias , 482 c y ss.
La ventaja que Sócrates ha obtenido siempre en las disputas con los sofistas, acaso no resida en la superioridad de sus argumentos y sea, más bien, consecuencias de las trabas que el falso pudor y una timidez invencible imponen al discurso de sus adversarios. La intervención de Callicles va a terminar con los inconvenientes creados por los prejuicios sociales y las íntimas opresiones, y los contrincantes reanudarán la lucha en igualdad de condiciones. Sócrates tiene que enfrentarse ahora con un espíritu libre de prejuicios, impúdico, desvergonzado, capaz de osarlo todo y para quien todo está permitido. Callicles comienza por acusar a Sócrates de su propio vicio retórico: la sustitución de una cosa por otra valiéndose de los significados contradictorios que posee un mismo vocablo: 
CALLICLES . – [...] Si alguno te habla de lo que atañe a la naturaleza y de lo que está en el orden de la naturaleza, tú le interrogas acerca de lo que está en el orden de las leyes convencionales 197 . 
Según Callicles, su adversario interrogado acerca de la ley en el sentido de necesidad de la naturaleza, responde con un discurso sobre la ley en el sentido de una regla convencional que puede ser de un modo u otro porque es obra del arbitrio de los hombres. El uso impuesto por los intereses creados ha consagrado la confusión de los significados y corrientemente no reparamos en la necesaria distinción. En conformidad con la naturaleza, lo peor es también lo más feo; por consiguiente, sufrir una injusticia es lo peor y lo más feo que puede acontecernos; pero según las mentiras convencionales más feo y más malo es cometer una injusticia. Si atendemos a la naturaleza, sucumbir a la injusticia no es propio de un hombre sino de un vil esclavo para quien más vale morir que seguir viviendo, puesto que es incapaz de defenderse por sí mismo de las ofensas y de los agravios que le son inferidos. He aquí la razón por la cual, sigue discurriendo Callicles, las leyes que rigen la Ciudad han sido escritas por los débiles. Más todavía, la justicia y el pudor son verdaderas trampas, hábilmente dispuestas para apresar a los privilegiados de la naturaleza, a los que han nacido para vivir a su arbitrio y entregarse sin medida a sus pasiones. La multitud de los débiles sabe aprovechar eficazmente el cansancio momentáneo, el hastío que suele apoderarse de los acostumbrados a triunfar o de los escrúpulos de conciencia que consigue introducir una prédica sutil y continuada, especulando con el temor a la muerte y con las ulterioridades de ultratumba. Y la retórica de la debilidad llega hasta convencer a los fuertes de que su propio interés, su verdadera conveniencia, está en aceptar la legalidad que sólo contempla los intereses de las mayorías.
                                                 197 Gorgias , 483 a. 
Así logran atemorizar a los más fuertes e impiden que prevalezcan en su poderío y en su derecho al placer, llevándolos a la convicción de que es feo, malo e injusto aventajar a los otros en fuerza y en el disfrute de la vida. Por todas estas razones que Callicles juzga decisivas e incontrovertibles, aconseja a Sócrates no insistir en sus deplorables y equívocos argumentos y a que abandone la vana y pueril filosofía que sólo trata extravagancias y que terminará por reducirlo a la miseria. Le parece bien  
[...] tener un barniz de filosofía, el que se necesite para el cultivo del espíritu, y no creo vergonzoso que un joven filosofe. Pero seguir filosofando en la edad viril, me parece ridículo, Sócrates. Los que se consagran a la filosofía me hacen la misma impresión que los niños que todavía no hablan bien y que no piensan más que en jugar [...] Un joven entregado a ella me complace y lo encuentro muy en su lugar, y juzgo que tiene nobleza de sentimientos; si la desdeña me parece un alma baja que jamás se creerá capaz de una bella y generosa acción. Mas cuando veo a un anciano filosofando todavía y que no ha renunciado a este estudio, le considero merecedor de ser castigado con el látigo 198 . 
Esto significa que para Callicles, la filosofía sólo puede admitirse como un adorno y un motivo de lucimiento para la juventud; pero no sólo es inútil para afrontar la realidad de la vida sino que corrompe a los mejor dotados y los incapacita para defenderse a sí mismos y para proteger a otros de las asechanzas del mundo; incluso los expone a verse desposeídos de todos sus bienes por sus enemigos y a arrastrar en su patria una vida sin honor. De ahí que inste a Sócrates a cambiar de modelo y de ideal; y a seguir a las personas que han conquistado fama y riquezas y que gozan de las otras ventajas de la vida. El sofista le propone al filósofo que cambie la filosofía por la habilidad; la sabiduría que consiste en el mejor ser del hombre y que nos lleva a vivir peligrosamente, por la habilidad del existir a gusto. Examinaremos la respuesta de Sócrates a tan solícita invitación.       
                                                 198 Gorgias , 485 a b .
LECCIÓN XX 
Callicles es capaz de osarlo todo; acaba de saltar el último cerco, acusando un desprecio sin límites por los límites convencionales de la ley y del pudor. Su largo discurso quiere probar tanto por su contenido como por el hecho de haberse pronunciado que la verdadera ley de la naturaleza, el derecho natural consiste en entregarse y en acrecentar las pasiones, en lugar de resistirlas y de encauzarlas razonablemente . Esto significa declarar la piedra libre de las pasiones y que la justicia de la ley brilla tanto más cuanto más lozanas y más fuertes se manifiesten, al margen de toda distinción entre buenas y malas, excluida la presencia admonitoria de los falaces escrúpulos de la conciencia. La distinción del bien y del mal, tanto como los escrúpulos, no serían  más que recursos defensivos inventados por los débiles y los fracasados para impresionar y someter a los fuertes y poderosos. 
CALLICLES .- [...] Desde la juventud nos ganamos y nos llevamos a los mejores y más fuertes de entre nosotros; los formamos y los domamos como se doma a los cachorros de león, por medio de discursos llenos de encantos y prestigio, haciéndoles saber que es preciso subordinarse a la legalidad y que en esto consiste lo bello y lo justo 199 . 
Pero la verdad es, sostiene Callicles con cínico aplomo, que si surge un varón magníficamente dotado 
[CALLICLES ][...] que sacudiendo y rompiendo todas esas trabas encontrara el medio de desembarazarse de ellas y que pisoteando vuestros escritos, vuestros prestigios, vuestros discursos y leyes antinaturales y aspirando a elevarse sobre todos, de esclavo se convirtiera en vuestro señor, entonces se vería brillar la justicia tal como es, manifestando sus derechos. Píndaro, me parece, apoya estos sentimientos en una oda que dice: la ley es reina de los mortales y de los inmortales; ella misma, añade , lleva consigo la fuerza poderosa que su mano convierte en legítima, juzgo de ello por los trabajos de Hércules, que sin haberlos comprado ... Estas son, poco más o menos, las palabras de Píndaro, porque no sé de memoria la oda. Pero su sentido es que Hércules se llevó los bueyes de Gerión sin haberlos comprado y sin                                                  199 Gorgias , 483 e.
que se los hubiesen dado, dejando comprender que su acción era justa según la naturaleza y que los bueyes y todos los demás bienes de los débiles e insignificantes pertenecen de derecho al más fuerte y al mejor [...] 200 . Movido por estas poderosas razones y las que anteriormente expuso, Callicles quiere apartar a Sócrates de la filosofía, cuyo cultivo apenas se justifica en la dorada mocedad pero que considera pernicioso y funesto en la madurez de la vida ya que, en el fondo, es una escuela de debilidad, de impotencia y de humillación. El estudio continuado de la filosofía o sabiduría humana nos haría incapaces de defendernos y de defender a los próximos, de los agravios y de las ofensas recibidas. Se trata, repetimos una vez más, de elegir entre la sabiduría que nos entrega inermes a la rapacidad de los demás y la sofística que nos hace hábiles para existir a gusto y sacar el partido más ventajoso de cada situación. La sabiduría tiene el inconveniente de los principios inmutables y de las formas fijas que la hace poco apta para los acomodos circunstanciales y la priva de la necesaria flexibilidad para plegarse a las oportunidades que se presenten. La dialéctica de las apariencias que emplean los sofistas y los demagogos, tiene la ventaja de su extrema movilidad y de su fácil adaptación a las perspectivas cambiantes; puede pasar rápidamente del pro al contra desde que no está ceñida por la esencia, sino que se desplaza sobre los infinitamente multivariados y variables accidentes. Sócrates culpa a la ignorancia, su falta de visión y de acomodo con la realidad circundante; lo grave es que no termina de convencerse a pesar de la copiosa prueba de razones y de hechos con que lo abruman sus adversarios. Y por eso suplica a Callicles quiera indicarle lo que debe hacer; espera que tan hábil retórico, indiferente a cualesquiera escrúpulos y que discurre con toda libertad, franqueando todas las vallas, oriente sus pasos en la mudanza del alma. Tan sólo le queda una pequeña duda, aunque lo suficientemente inquietante como para no darle tregua; si Callicles consiguiera disipársela, quedaría convencido y acataría sin reservas sus condiciones. 
SÓCRATES .-¿Piensas en lo mismo cuando dices que uno es mejor y cuando dices que uno es más poderoso? Porque te confieso que no he podido comprender lo que querías decir, ni si por los más poderosos entendías los más fuertes y si es preciso que los más débiles estén sometidos a los más fuertes como parece lo insinuaste al decir que los grandes Estados atacan a los pequeños y más fuertes, lo que hace suponer que más fuerte, más poderosos y mejores son la misma cosa. ¿O se puede ser mejor y al propio tiempo más pequeño y más débil; más poderoso y también                                                  200 Gorgias , 484 a b c
peor? ¿O el mejor y el más poderoso están comprendidos en la misma definición? Hazme ver claramente si más poderoso, mejor y más fuerte expresan la misma idea o ideas diferentes 201 . 
Para Callicles, mejor y más poderoso tienen el mismo significado, siempre que no se entienda más poderoso, en el sentido de más fuerte físicamente. Dos o más esclavos de Callicles no son mejores ni más poderosos que su amo, aunque reunidos sean más fuertes. Los mejores, aclara Callicles, son los que más valen y, por lo tanto, serán los más sabios y los que poseen virtudes análogas. Sócrates se apresura a concluir, en vista de la premisa aceptada por su adversario, que si un sabio es mejor que diez mil que no lo son, a él le corresponde mandar y a los otros obedecer; y que, además, su preeminencia lo hace acreedor a tener más que sus subordinados. Pero el hecho de ser mejor, de valer más que los otros y de tener derecho a mandarlos, ¿comporta, por ejemplo, que tenga una parte mejor de alimentos? ¿No es más razonable concluir que siendo el encargado de su distribución y habida cuenta de la diversa complexión y temperamento de cada uno, aspirará a tener la proporción y calidad que le conviene, es decir, más que unos y menos que otros? Y todavía agrega Sócrates: 
[...] y si por casualidad fuera el más débil, menos que todos, Callicles, no obstante ser el mejor. ¿No te parece posible, mi buen amigo? 202 
De donde resulta que sea el mejor e incluso el que ejerza el poder y la autoridad sobre los otros, no exija poseer más que los otros; por ejemplo, ser los más fuertes físicamente o los más ricos no requiere tener una parte mejor en bienes materiales. Pero Callicles no acepta las analogías con el mundo de los cocineros y de los proveedores de los medios de subsistencia; insiste en que sólo se refiere a los más expertos en el gobierno y administración de la República, no sólo entendidos sino más valientes y capaces de ejecutar los proyectos que han concebido sin fatiga y que a ellos les corresponde tener más que los otros, puesto que son los que mandan y éstos los que obedecen. Sócrates le pregunta entonces si tales hombres de gobierno y de mando tienen imperio sobre sí mismos, es decir, si son temperantes, dueños de sí y capaces de dominar sus pasiones y apetitos. Callicles no puede menos que sonreír cínicamente al escuchar las candorosas apreciaciones sobre las almas temperantes que disimulan la impotencia para satisfacer sus apetitos y pasiones, haciendo ver que todo su
                                                 201 Gorgias , 488 c d . 202 Gorgias , 490 c.
empeño consiste en reprimirlas y en encuadrarlas dentro de la norma ética, predicando un falso ascetismo y coacción de sí mismos que pretenden erigirse en la verdadera fuerza y en el real poder del hombre, el imperio sobre sí mismo . En otros términos, se trata de una mentira necesaria para vivir y darle un aspecto elevado a la vida, en la que se hacen cómplices la gran mayoría de los mortales que suman todas las formas de la debilidad, de la cobardía y de la miseria humanas. La doctrina de las virtudes y las coacciones legales no son más que los medios de encadenar a los varones fuertes y bien nacidos, como ya se ha visto. El elogio de la temperancia, de la moderación y de la justicia, no es más que una pretendida sublimación de las pasiones y de los apetitos insatisfechos. Con su habitual desenfado y la libertad de expresión propia de los cínicos, nos repetirá Callicles que 
CALLICLES .- [...] para tener una vida feliz es preciso que las pasiones tomen todo el incremento posible y no se las reprima, satisfaciendo cada una a medida que nace 203 . 
He aquí el verdadero orden de la naturaleza, según la sofística y la demagogia de todas las épocas decadentes; el aparente estado de salud y de pujante vitalidad que resplandece con la liberación de los instintos primarios y el auge de la sensualidad. El ascetismo se presenta, entonces, como una violación contra natura y como una disciplina fingida de quienes no pueden vivir su vida y se retraen, pusilánimes, de sus íntimas apetencias. Ningún espectáculo más deplorable y más vergonzoso que ver a un hombre que dispone de un gran poder sobre otros hombres, mostrarse templado, ecuánime y generoso, es decir, privándose de disfrutar sin medida de todos los bienes de la vida, puesto que nadie podría impedírselo y sujetándose a las leyes, a los discursos y a las censuras de los abogados de los débiles e incapaces. Y Callicles concluye, una vez más: 
CALLICLES .- La molicie, la intemperancia, el desenfreno cuando nada les falta, son la virtud y la felicidad. Todas esas otras ideas, esas convenciones contrarias a la naturaleza, no son más que extravagancias humanas que no deben ser tenidas en cuenta en absoluto 204 . 
Sócrates reconoce que muchos piensan lo mismo que Callicles, pero no se atreven a expresarlo; pocos son los que se resistirán a abrazar ese género de vida, si pudieran hacerlo impunemente y no encontrasen trabas en el camino. A pesar de ello, estima que la felicidad tiene, más bien, la forma de un reposo y de
                                                 203 Gorgias , 491 e – 492 a. 204 Gorgias , 492 c.
una inmovilidad que la de una agitación y movilidad infinitas, como ocurre en el alma de los intemperantes, semejante a 
SÓCRATES .- [...] un tonel agujereado a causa de su insaciable avidez 205 . 
Resultaría así que la felicidad se alcanza con una vida ordenada que se satisface con lo que posee y procura contenerse en sus límites, dueña de sí y de sus actos. Por otra parte, resulta evidente que todo deseo es doloroso puesto que responde a alguna necesidad; satisfacerlo nos procura un placer que termina al consumarse, siempre que se trate de deseos sensuales. En este orden de apetitos ocurre que si se experimenta un placer es en función de dolor; de tal modo que estas dos sensaciones concurren juntas y se dan a un tiempo en la misma vivencia; por esto es que cuando estamos satisfechos, con la sed se apaga también el placer de beber. Más todavía, si seguimos bebiendo llegaremos a experimentar exclusivamente dolor hasta la náusea. Los placeres sensuales, aún dentro de sus límites inexorables de tiempo y de lugar, no se gozan sin su dosis correspondiente de dolor porque tienen la precariedad del momento propiamente dicho, es decir, del acto imperfecto que consiste en el devenir de una materia aunque su principio sea espiritual: la actualización se va cumpliendo a través de un padecer y se agota en el preciso momento que cesa el padecimiento. Por esto es, también, que los placeres y los dolores físicos tienen la individuación exclusiva y excluyente de la materia; se goza y se sufre en una soledad sin compañía, en un instante de máximo extrañamiento de toda comunidad y comunión en otras almas. De ahí que el hombre necesite rescatarse, por ejemplo, de la materialidad y de la soledad animal de sus comidas, restableciendo la comunión de las almas por medio del diálogo cordial o de la lectura elevada. La magia de la palabra comunicativa transfigura un goce puramente animal en uno de los actos más socialmente humanos y en el nobilísimo placer de la mesa tendida en la intimidad del hogar y de los amigos. 
Volviendo sobre la cuestión de los placeres y de los dolores, la argumentación de Sócrates demuestra que no es lícito identificar el bien con el placer y el mal con el dolor, puesto que hay placeres y dolores como los físicos que se experimentan y cesan de experimentarse al mismo tiempo; en cambio, no es posible que coincidan el bien y el mal y, más bien, cabe decir que se excluyen absolutamente. De donde resulta que una cosa es el bien y el mal y otra el placer y el dolor. Además, ocurre que los insensatos y los cuerdos, los cobardes y los valientes experimentan dolores y placeres. La verdad es, concluye Sócrates 
                                                 205 Gorgias , 493 b.
SÓCRATES .- [...] que el bueno y el malo experimentan de una manera igual el placer y el dolor y el malo quizás más 206 . 
La tesis de Callicles, según la cual, lo bueno y lo justo es acrecentar las pasiones sin discernir entre honestas y deshonestas, así como procurarse la mayor suma de placeres que su satisfacción procura, ha quedado totalmente destruida, refutada y anulada por el examen de la condición de los placeres y dolores inferiores y de su relación con el bien y el mal. Claro está que el placer en sí mismo considerado, es cosa buena, sea cual fuere el placer de que se trate; siempre es un síntoma del acto, de la plenitud del ser; pero el placer no es el bien mismo sino que el bien es su medida y su fin. 
SÓCRATES.- Porque, si te acuerdas, convinimos Polo y yo, que tenemos que obrar en vista del bien en todas las cosas. ¿Opinas también como nosotros que el bien es el objetivo de todas nuestras acciones y que todo lo demás debe referirse a él y no el bien a las otras cosas? [...] Entonces hay que hacer todo, hasta lo agradable y placentero con miras al bien y no el bien con miras a lo placentero y agradable 207 . 
Este orden se nos impone toda vez que distinguimos entre placeres buenos y placeres malos o entre placeres mejores y placeres peores. Preguntemos, otra vez, si aquellos que tienen la responsabilidad del gobierno y del mando, deben complacer a la multitud sin tener en cuenta su mejor ser o si la administración del placer y del dolor debe hacerse en vista del Bien Común.              
                                                 206 Gorgias , 499 a. 207 Gorgias , 499 e – 500 a.