O CON CRISTO O CONTRA CRISTO
«Se levantará nación contra nación y reino contra reino» (Mt 24, 7).
Dentro de las familias, habrá guerra entre hermanos, entre padres e hijos por defender el Nombre de Cristo.
Dentro de la Iglesia división de opiniones: los fieles y los infieles. Los fieles a la Tradición, los infieles a ella.
Dentro
de la Iglesia un cisma de división abierto y claro, desde donde hace
falta establecer posiciones abiertas y claras. No son posibles las
medianías.
O con Cristo o contra Cristo.
PRESIONE "MAS INFORMACION" A SU IZQUIERDA PARA LEER ARTICULO
El
Papa Benedicto XVI tuvo miedo de producir el cisma: no se separó de
toda esa Jerarquía que, en la actualidad, lo han abandonado, lo han
dejado a un lado. Jerarquía preocupada por el gobierno de la Iglesia,
pero no preocupada por ser de Cristo, por ser otro Cristo, por imitar a
Cristo. Si la Jerarquía no mira a Cristo, los fieles de la Iglesia se
apartan de Cristo, para mirar sólo a los hombres. Una Jerarquía que no
está unida a Cristo produce un Rebaño que se dispersa en todas las cosas
del hombre y del mundo.
Con
el Papa Benedicto XVI todos discutiendo una nueva fórmula para gobernar
la Iglesia. Y dejaron al Papa solo. Y el Papa tuvo que claudicar,
renunciar, para que se impusiera esa nueva fórmula, la cual no es
Voluntad de Dios. Esa nueva fórmula de gobierno es la horizontalidad
impuesta desde el Vaticano.
Ese
gobierno horizontal ha destruido el fundamento de la Iglesia, que es
Pedro, el Papado. Y, por lo tanto, la consecuencia es clara: la Iglesia
de Cristo, la Iglesia en Pedro, como tal, ha dejado de existir. Sólo se
ve en el Vaticano hombres corruptos: la política de siempre, el negocio
de siempre.
Bergoglio
es un hombre que maneja el poder a base de reformas, que llevan a las
almas hacia el pecado, hacia el error, hacia el desorden más total,
consiguiendo sólo una cosa: sembrar división, discordia. Todo el mundo
discute si Bergoglio es bueno o malo. Todo el mundo ve que Bergoglio
está haciendo lo que le da la gana, según su voluntad humana, sin
atender a las normas de la Iglesia, sin tener en cuenta la ley de Dios,
tergiversando –en todo- las enseñanzas de la Iglesia y de la Palabra de
Dios. Todo el mundo pierde el tiempo hablando sobre lo que hace ese
hombre, pero nadie se atreve a echarlo. Eso es señal de que todos lo
quieren ahí, todos lo ven como una solución al problema de la Iglesia.
En
Roma, ya hay un cisma muy abierto. Y muchos católicos no se han dado
cuenta. Después de dos años, hay católicos que siguen en babia con
Beroglio.
En
la Iglesia ya hay división contraria y abierta de opiniones, en la que
cada uno debe tomar su posición. Y con todas las consecuencias.
Benedicto
XVI dejó a la Iglesia en la oscuridad: no tomó la posición verdadera.
No se puso al lado de Cristo. Se fue al otro lado: no se puede dejar a
la Iglesia en las manos del lobo.
Pedro es la cabeza de la Iglesia. Pedro es la Voz de Cristo en la Iglesia. Pedro representa a Cristo en la Iglesia.
Pedro no representa a los hombres: no es la voz de la mayoría de los Obispos.
Benedicto XVI, con su renuncia, fue voz de los Obispos. No fue voz de Cristo. Él tuvo que decantarse con Cristo. Y no lo hizo.
Hay
que dar testimonio de la verdad: Dios no quiere un gobierno horizontal.
Y si los hombres quieren ponerlo, hay que ser como Juan Pablo II: no
renuncio. Y si toca salir de Roma, se sale de Roma huyendo de los
hombres para preservar el Papado, que es el fundamento de la Iglesia.
Sin Pedro, no hay Iglesia.
Por
eso, ahora es obligación de cada alma, en la Iglesia, de decantarse: o
con Cristo o en contra de Cristo. O estás con la doctrina de Cristo o
estás con la doctrina que enseña la Jerarquía desde el Vaticano. Esa
Jerarquía ya no pertenece a la Iglesia de Cristo, sino que están
levantando su nueva estructura de iglesia: gobierno y doctrina
horizontales.
El
Rebaño de Cristo se divide entre buenos y malos: y eso es la señal de
que viene el Fin de los Tiempos. Una Iglesia dividida; una iglesia que
busca el cisma, un cisma necesario para seguir siendo la Iglesia de
Cristo. Hay que apartarse de lo que no es Verdad, quedarse solo ante la
mentira, para seguir siendo la Verdad. Hay que apartarse de esa
jerarquía falsa que se muestra como verdadera, que llama al pecado como
santo y bueno. Cristo no está representado en esa Jerarquía ni en esa
iglesia.
En
la renuncia del Papa Benedicto XVI, todos los Obispos buscaron una
modernización de la Iglesia. No buscaron una continuidad, una
permanencia en la verdad. Buscaron defender la Iglesia reduciendo la
exigencia de la Tradición y el Evangelio. Es lo que se observa con
Bergoglio. Y eso es sólo la ruina de toda la Iglesia. Eso no defiende
los intereses de Cristo, que es la Iglesia, de los ataques de los
hombres y del mundo. Eso es acomodarse a los pensamientos y a las obras
de los hombres en el mundo. Eso es abrir la Iglesia al espíritu del
mundo.
Se tiene fe en Cristo porque se ama a Cristo. Si no hay amor, no hay fe.
Y amar a Cristo es unirse a Él. Y eso sólo significa una cosa: imitarlo.
El
que ama a Cristo imita la vida de Cristo: es otro Cristo; hace las
mismas obras de Cristo porque tiene la misma mente de Cristo.
Benedicto
XVI, en su renuncia, no amó a Cristo: no lo imitó. Cristo dio Su vida
por la Verdad, que es Él mismo. Cristo no dio Su vida por un hombre, por
una idea humana, por una obra humana.
Cristo
se separó de todos los hombres. Y se quedó solo ante todos los hombres.
Y murió solo. No murió por los hombres. No murió para que los hombres
tuvieran un paraíso en la tierra. No murió por una idea política. Murió
para expiar los pecados de todos los hombres. Murió para hacer una obra
divina. Murió para poner al hombre el camino para salvar y santificar su
alma.
Y toda alma, en la Iglesia, tiene que imitar a Cristo para ser de Cristo, para amar a Cristo y poseer la fe en Cristo.
Benedicto
XVI no murió para expiar los pecados de toda la Jerarquía: no imitó a
Cristo en la Iglesia. Renunció. Tenía que haberse separado y quedarse
solo en la Verdad de Cristo. Solo con Cristo, que es permanecer en la
Iglesia de Cristo, que es seguir guiando a la Iglesia por el camino, que
es Cristo, que es enseñar a la Iglesia cómo sufrir por amor a Cristo.
Si
el Papa, en la Iglesia, no es testimonio de la vida de Cristo, entonces
¿quién lo va a ser? Todos, en la Iglesia, siguen al Papa porque es otro
Cristo. Pero si el Papa deja a toda la Iglesia en manos del lobo,
entonces ¿qué pasa con todas las almas?
Hubo un gran pecado en la renuncia del Papa Benedicto XVI: pecado en la cabeza, pecado en la Jerarquía, pecado en los fieles.
Benedicto XVI tenía que haberse separado para seguir la obra divina de la Iglesia: allí donde está Pedro, está la Iglesia. El Papado es un gobierno vertical, no horizontal. Es un gobierno en Pedro, en una cabeza.
Benedicto
XVI tenía que dar a la Iglesia el camino de salvación y de
santificación. Pero dejó a la Iglesia en el camino de condenación:
Bergoglio condena a las almas. Su doctrina es doctrina de demonios.
En
el Vaticano, ya se ha comenzado la reforma eclesial, que Dios no la
quiere. Y el Rebaño de Cristo tiene que repartirse entre un lado y otro.
O estás con Cristo o estás en contra de Cristo.
Ya
no vale: o estás con el Papa Benedicto XVI o estás con Bergoglio o con
el que le suceda. Eso ya no vale. El Papado se ha roto, se ha
aniquilado.
Para
estar con Benedicto XVI, él tiene que demostrar que sigue siendo el
Papa: tiene que dar testimonio de Cristo ante toda la Iglesia: tiene que
imitar a Cristo. Y eso no lo hace. No se puede estar con él, aunque
siga siendo el Papa hasta la muerte.
Y estar con Bergoglio es elegir el camino claro de la condenación.
Aquel
que elija estar con Bergoglio, elige estar en contra de Cristo. Esto es
lo que muchos católicos no acaban de comprender: tienen a ese hombre
como Papa. Es su perdición.
Ya
no hay que ser fieles a un Papa en la Iglesia: han quitado el Papado.
Han puesto un gobierno de muchas cabezas. ¿A qué cabezas quieres
obedecer? ¿Cuál es tu cabeza favorita? ¿Kasper? ¿Marx? ¿Pell? La Iglesia
es una cabeza: Pedro. Los demás, son cabezas en Pedro, porque se
someten a Pedro, le obedecen. ¿Quiénes del gobierno horizontal obedecen a
Bergoglio? Ninguno. Todos rodean a Bergoglio por el gran negocio que
hay. No por otra cosa. No por una verdad: todos ellos viven en el
relativismo universal de la verdad. No creen en ninguna verdad, ni
siquiera la de sus mentes humanas. Sólo creen en el dinero, o en la
fama, o en el poder que da ser papa en la nueva iglesia.
Ahora
es el momento de ser fieles a la Verdad, que es sólo Cristo. Ya la
Jerarquía, en toda la Iglesia, no da la verdad. Sólo da una mentira. Y
sólo están para eso: para mentir a todo el mundo, poniendo en sus bocas
los intereses de Dios, los intereses de Cristo.
Para
salvar a las almas del pecado, para arrancar a las almas del demonio,
se necesitan grandes oblaciones, grandes sacrificios. Están todos, en la
Iglesia, buscando cómo llenar estómagos, cómo resolver injusticias
sociales, como hacer valer los derechos de los hombres. Pero nadie busca
a Cristo, su doctrina. Nadie da testimonio del Nombre de Cristo ante
los hombres. Nadie conoce a Cristo porque no lo aman, no saben lo que es
el amor a Cristo. No lo buscan en la Eucaristía. Buscan a Cristo en los
hombres, en sus pobres, en sus conceptos tan míseros que tienen del
hombre.
Cruz, Redención, Gloria: esta es la obra de Cristo. Esto es lo que nadie busca.
Nadie quiere crucificar su voluntad humana; nadie quiere expiar los pecados; nadie quiere ser santo.
Para
crucificar los deseos del hombre, se necesita que la mente del hombre
acepte la verdad revelada: cumplir con los mandamientos de Dios. Cumplir
con el dogma.
Si
no hay una norma de moralidad, si se ataca a la ley natural, a la ley
divina, a la ley de la gracia y a la ley del Espíritu, entonces nadie
expía los pecados. Porque el pecado es una obra sin ley, en contra de
toda ley. Allí donde no hay ley, reina el pecado.
Y si las almas viven en el pecado, entonces no hay salvación, no hay santidad, no hay justificación. Hay sólo condenación.
En el Vaticano, sólo se observa otra iglesia, pero no la de Cristo. Es la iglesia de la Justicia de Dios.
«La
venganza de Dios se aproxima, el tiempo urge, penitencia, oh pecadores…
La iniquidad ha inundado la tierra, que no es sino iniquidad… ¿A qué
santos rezaremos nosotros?… La venganza celeste alcanzará todas las
clases…. Nosotros hemos abusado del sacrificio, el sacrificio cesará….
Iglesia de Dios, tu gemirás; ministros del Señor, vos lloraréis por
nuevas profanaciones….Sangre, se beberá Sangre, sangre, se beberá… La
tierra culpable será purificada por el hierro y devorará aquel que se ha
sentado en la iniquidad» (Fray Calixto, sermón del 3 de diciembre de 1751).
Esa iglesia, que están levantando desde el gobierno horizontal, es sólo iniquidad. Y no es más que iniquidad.
Si sigues a esa iglesia, ¿a qué santo de tu devoción vas a rezar? ¿A Monseñor Romero? ¿A ese hombre comunista?
¿Es esto predicar a Cristo?
«En
la medida que un hombre es feliz, se está manifestando allí, la gloria
de Cristo. En la manera que un pueblo encuentra los caminos de la paz y
la justicia, la fraternidad y el amor, Cristo está glorificándose,
Cristo está en la historia y la historia lo refleja, como alegría de los
pueblos, como confianza de los hombres» (Monseñor Oscar Romero, 20 de enero de 1980).
La gloria de Cristo, ¿está en Su Cruz o en darle al hombre una vida feliz?
«No
pongamos nuestra felicidad en gozar de una salud floreciente; de lo
contrario, estaríamos igual que los tontos mundanos privados de los
secretos celestiales» (San Pío de Pietrelcina).
Hay que padecer con Cristo para ser con él glorificados (cf. Rom 8, 17). Hay que predicar a Cristo Crucificado: «la palabra de la cruz es necedad para los que se pierden, pero es poder de Dios para los que se salvan» (1 Cor 1, 18).
En
la medida que un hombre sufre, se está manifestando allí la gloria de
Cristo, el poder de Dios. ¡Esto es predicar el Evangelio!
Para Monseñor Romero, esto es necedad: el hombre tiene que ser feliz para que se manifieste el poder de Dios.
¿Qué
opinan los católicos? ¿Cristo predicó para que el hombre fuera feliz?
¿Cristo predicó para que el pueblo encontrara los caminos de paz,
justicia, fraternidad y amor? ¿En dónde se glorifica Cristo? ¿No es en
Su Padre, en la Voluntad de Su Padre? ¿Cristo predicó la alegría de los
pueblos o la persecución por causa de su Nombre?
Las
predicaciones de este hombre están plagadas de teología de la
liberación. ¿Ahora un comunista va a ser santo? Eso es una iniquidad.
Por algo, Juan Pablo II y Benedicto XVI pararon el proceso. Ahora un
comunista, como Bergoglio, lo ha abierto. Y todos los católicos
contentos. Esto es señal de que esos católicos no buscan en sus vidas la
santidad: les da igual un santo que un marxista.
Cristo está en la historia y la historia lo refleja: todos los hombres son santos y justos. ¿Qué santidad, qué martirio por la verdad, por Cristo, hay en Romero? Ninguna.
«Nuestra
Cuaresma debe despertar el sentimiento de esa justicia social. Hacemos
un llamamiento, entonces, para que nuestra Cuaresma la celebremos así:
dándole a nuestros sufrimientos, a nuestra sangre, a nuestro dolor, el
mismo valor que Cristo le dio a su situación de pobreza, de opresión, de
marginación, de injusticia, convirtiendo todo eso en la cruz salvadora
que redime al mundo y al pueblo. Y hacer un llamamiento también, para
que sin odio para nadie nos convirtamos a compartir consuelos y también
ayudas materiales, dentro de nuestras pobrezas, junto con quienes tal
vez necesitan más» (Monseñor Oscar Romero, 2 de marzo de 1980).
Cristo dio a su situación de pobreza, de opresión, de marginación social, de injusticia,
el signo de la cruz salvadora: esto es puro marxismo. Esto no es
predicar el Evangelio. Esto no es dar testimonio de la verdad, de la
doctrina de Cristo. Esto es engañar a la gente. La Cuaresma es para
buscar la justicia social y para repartir consuelos humanos. ¡Un santo
verdadero nunca enseña estas cosas! Enseña a quitar el pecado y a hacer
expiación del pecado, para una sola cosa: salvar el alma.
Este
hombre, en sus prédicas hacía política. Coge un texto de la Sagrada
Escritura y da su versión política, no da la enseñanza espiritual:
«…
los hombres nuevos, los hombres renovados, son aquellos que con su fe
en la resurrección de Jesucristo hacen suya toda esta grandiosa Teología
de la Transfiguración. No le tienen miedo al sufrimiento, se abrazan a
la cruz no con conformismo sino como María, que desde su pobreza y desde
su sufrimiento supo decir también: “Ha despachado vacíos a los ricos y
ha colmado de bienes a los humildes, y ha despedido del trono a los
poderosos cuando se convierten en idólatras de su propio poder…”».
María,
desde su pobreza, va en contra de los ricos, de los que tienen
riquezas. María, desde su sufrimiento, va en contra de los poderosos,
que con sus leyes oprimen al pueblo, que se hacen ídolos de su propio
poder. Esto es lucha de clases, pero no el Evangelio de Cristo.
Este
hombre era un político, no un sacerdote. Y lo mataron por eso, no por
otra cosa. No murió dando testimonio de la Verdad, que es Cristo. No
murió defendiendo a Cristo, a la verdad. Murió defendiendo a sus pobres,
a su visión de lo que debía ser Cristo y la Iglesia. Él se metió con
los militares y con los políticos, y acabó mal.
O
estás con Cristo o estás en contra de Cristo. Pero no puede estar en
medio: hoy con Bergoglio, porque ha dicho una cosa muy bonita; mañana lo
critico porque, como siempre, ha desbarrado en su palabra.
En
el Vaticano ya no está la Iglesia en Pedro, sino que está una iglesia
que hay que levantarla para el anticristo. Y tienen que salir de todo
eso. Y es lo que más les cuesta a los católicos, porque se dejan engañar
de la falsa jerarquía, que ya ha tomado posesión en todas las
parroquias, y se va al asalto final: cargarse el dogma.
«La
Iglesia -como tal- ya ha caído; sólo le falta el último empujón de la
bestia para ya dejarla caída, pisoteada del todo en el fango. Si todas
estas reformas -y las que están por llegar- se ejecutan, será el fin de
la Iglesia de Pedro. Sólo unos pocos consagrados escaparán a esta
mentira, que se ciñe sobre la figura de Jesús y su Iglesia. Muy pocos
los que desobedecerán al que se hace llamar Papa, por miedo, por
ignorancia… quedarán muy pocos ya que a muchos serán perseguidos y dados
muerte para que no prediquen la verdad» (Juan Pablo II – Mensajes personales, octubre 2014)