domingo, 24 de mayo de 2015

Democracia y comunismo (1939) – Nicolás Berdiaeff


Democracia y comunismo (1939) – Nicolás Berdiaeff



  …Al mito democrático del pueblo soberano creado por Rousseau, Marx opone el mito socialista del proletariado, de esta clase redentora, llamada la voz pública a libertar y a salvar la humanidad. Revestida, al parecer, de un carácter mitológico, o bien cual inconsciente herencia de la antigua idea del Pueblo elegido de Dios, la doctrina marxista de la lucha de clases corresponde, sin embargo, mejor a la realidad que la de Rousseau sobre la voluntad general, infalible y soberana del pueblo en la democracia. 
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Esta infalibilidad Marx la transporta del pueblo soberano al proletariado; pero, en realidad no existe ni en uno ni en otro; los dos son pecadores, como lo son igualmente el Monarca y el Papa, que en política no pueden ser infalibles, En el pueblo de forma democrática la lucha de clases existe indudablemente. La voluntad general del pueblo es una ficción convencional. Existen, desde luego, intereses nacionales, intereses de Estado, que trascienden de las clases y sin la protección de los cuales ninguna sociedad podría subsistir. El poder de la clase alta está, pues, llamado a proteger el mínimo de esos intereses. Pero una democracia comprendida en toda la acepción de la palabra disfraza la lucha de los partidos y se convierte a menudo en instrumento que permite a una clase ejercer la tiranía sobre la otra. Crea entonces una máscara política... El parlamento – que es de suponer expresa la voluntad general del pueblo – es, en realidad, un ruedo en donde se desenvuelve la lucha de los partidos, disimulando a su vez la lucha de clases. Por lo tanto, los intereses vitales de las clases trabajadoras no pueden ser enunciados y están únicamente salvaguardados en los sindicatos. La democracia ha tenido hasta ahora una forma, pero no una realidad, y en esto la crítica del marxismo, y hasta del comunismo, nos parece autorizada. La democracia confiere al hombre derechos políticos, sin darle la posibilidad de beneficiarse de ellos, pues esta posibilidad reside en lo social y económico, pero no en lo político.
  En las democracias políticas los hombres se quedan fácilmente sin trabajos; están expuestos a la miseria, a la indigencia. Los derechos económicos del individuo no están garantizados, y los derechos electorales no le sirven tampoco de apoyo. La igualdad política y jurídica está íntimamente ligada a la desigualdad social y económica. Desaparecen los órdenes sociales y todos los ciudadanos son iguales, y la división de la sociedad en clases alcanza su máxima expresión. He ahí desmentido el mito de la igualdad creada por la revolución. Francia nos ofrece a este respecto fenómenos típicos que se pueden observar en su aspecto más puro. En la democracia, basada en el sufragio universal y en el parlamentarismo, la nación se supedita al Estado, pero la sociedad no. Ésta se ha dividido, y su organización, paralela a la del Estado, encuentra en él mayores dificultades. Fue incontestablemente más fuerte en la Francia pre-revolucionaria.
  No es posible defenderse contra el Estado democrático fundado sobre el mito del pueblo soberano. Las únicas organizaciones sociales efectivas son, lo repito, los sindicatos obreros. Una democracia pura sería social, industrial y económica; expresaría los interese y necesidades efectivos de las varias formas del trabajo y de la creación. El marxismo tiene razón, pero crea a su vez una nueva mitología proletaria que substituye también las realidades por ficciones. Es otra nueva forma fanática de infalibilidad, y ésta es inadmisible, pues la infalibilidad auténtica no puede ser más que una luz espiritual e implica la transfiguración del hombre y de la naturaleza.

Nicolás Berdiaeff  “EL cristianismo y la lucha de clases” – Ed. Espasa Calpe – México – Bs. As. – 3° Edic. 1944. Págs. 27-29.

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