Hace ya un año y medio y para evitar que CFK lo marginara de la
carrera presidencial por sus permanentes intentos de diferenciarse de
ella, Daniel Scioli decidió optar por el camino contrario: hacerse
cristinista ortodoxo. Rodeado por un esquema de poder hostil, renunció
entonces a toda resistencia y se mimetizó con sus cuestionadores.
El síndrome de Estocolmo es una reacción psicológica en la que la
víctima de un secuestro, violación o retención en contra de su voluntad,
desarrolla una relación de complicidad y de un fuerte vínculo afectivo
con quien la ha secuestrado. Principalmente se debe a que malinterpretan
la ausencia de violencia contra su persona como un acto de humanidad
por parte del secuestrador. Las víctimas que experimentan el síndrome
muestran típicamente dos tipos de reacción ante la situación: por una
parte, tienen sentimientos positivos hacia sus secuestradores. mientras
que, por otra parte, muestran miedo e ira contra las autoridades
policiales. A la vez, los propios secuestradores muestran sentimientos
positivos hacia los rehenes.
Practicando una versión política del síndrome de Estocolmo, el ex
motonauta consiguió su objetivo: convertirse en el candidato
presidencial número uno de la Casa Rosada. Hoy por hoy, hablan bien de
él Carlos Kunkel, Diana Conti, Eduardo “Wado” de Pedro, Aníbal
Fernández, etc.
Ahora, con la posibilidad de un triunfo en primera vuelta, los
problemas de Scioli empiezan a diversificarse: ya no puede pensarse sólo
como candidato sino también como eventual presidente dentro de seis
meses.
Es cierto que la presidente no deja de hacerle sentir el rigor. Por
ejemplo, fue su rival Florencio Randazzo y no él, quien apareció para
sacarse foto con los vencedores Juan Manuel Urtubey y Jorge Capitanich
en el Chaco. Es obvio que el gobierno intenta que el Ministro de
Interior y Transporte levante en las encuestas, para que en las PASO del
9 de agosto la diferencia entre éste y el gobernador sea mínima. La
realidad es que la mayor parte de los encuestadores considera que la
ventaja de Scioli sobre Randazzo es demasiado grande como para achicarse
en tan poco tiempo. De ahí que el resultado de las primarias esté
cantado. Ello explica también por qué la presidente, temerosa de que su
candidato rehén tome vuelo, no deja pasar la ocasión de marcar que ella
seguirá siendo la jefa, sin importar quién la suceda. En su discurso del
25 de mayo, se autodefinió como “jefa del movimiento”, un título poco
usado en su larga trayectoria retórica. De este modo, Cristina empezó a
blanquear un esquema de poder similar al que rigió brevemente durante el
retorno de Juan Domingo Perón al país. Mientras fueron presidentes
Héctor Cámpora y Raúl Lastiri, la autoridad suprema la ejercía desde
Gaspar Campos el jefe del Movimiento.
Desde esta jefatura, Cristina ya dejó en claro que Axel Kicillof
seguirá siendo ministro de economía de Scioli, en caso de que éste gane.
Volvió así a manifestar nuevamente el síndrome de Estocolmo y no esperó
para aclarar que para él Kicillof es insustituible, sin medir que los
mercados esperan exactamente lo contrario.
Inmediatamente hubo un segundo paso que indicó que el cristinismo
está acelerando la formación de su cuarto gobierno. La funcionaria
judicial de mayor adhesión al oficialismo, la Procuradora Alejandra Gils
Carbó, aclaró que de ningún modo piensa renunciar en diciembre, ya que
cuenta con estabilidad en su mandato. Además explicó sin inmutarse que
su función es muy técnica y que ella mantiene distancia con el gobierno,
al punto que estuvo a favor del procesamiento de Amado Boudou. Según
una versión, en las próximas semanas, las otras figuras del gobierno que
cuentan con mandatos que superan el 10 de diciembre, el presidente del
Banco Central, Alejandro Vanoli, el Director de la AFIP, Ricardo
Echegaray, y el Director de la UIF, José Sbatella, harían declaraciones
muy similares a las de Gils Carbó. El caso de Echegaray es
particularmente espinoso para Scioli, porque está imputado por actos de
corrupción en varias causas. Es más, para balancear el efecto político
que tendría el ascenso de este último de precandidato a candidato,
distintos operadores presidenciales dejarían trascender nombres de
futuros ministros de diversas áreas, dando a entender que el gabinete se
está armando desde “el movimiento” y que el eventual futuro presidente
será apenas el ejecutor de un mandato superior. En este sentido, una vez
más, la presidente incurre en una obvia contradicción: ella suele
repetir -y lo hizo días atrás- que a partir del 2003 el que dirige la
política económica es el presidente y no el ministro de economía. Pero
en el caso de la gestión Scioli no sería ninguno de los dos.
Un enigma que se agota
Como era de esperarse, desde la oposición empezaron las críticas
contra el proyecto de continuidad integral del kirchnerismo.
Legisladores opositores cuestionaron este fin de semana a Gils Carbó,
por afirmar a la prensa que permanecerá en el cargo más allá del cambio
de gobierno en diciembre y coincidieron en que el camino para separarla
del cargo es a través de un juicio político.
“Ella tiene una estabilidad que la Constitución Nacional no se la da,
sino la ley del Ministerio Público. Lo que está en la Constitución es
la estabilidad de los jueces”, dijo a Clarín el senador radical Mario
Cimadevilla, ex integrante del Consejo de la Magistratura.
“Es tradición que con un cambio de gobierno el procurador renuncie o
le pidan la renuncia”, expresó la diputada del PRO Laura Alonso,
integrante de la comisión de Juicio Político, donde ella planea
presentar nuevos pedidos de remoción de la procuradora a partir de sus
recientes afirmaciones ante los diputados a propósito del proyecto de
implementación de la reforma procesal penal.
Estas primeras reacciones esbozan cuál podría ser la situación al 10
de diciembre. La oposición de opondría a la continuidad masiva de los
funcionarios K en el poder y Scioli, si como presidente continúa bajo el
síndrome de Estocolmo, le daría la razón a CFK y su grupo, asumiendo
así el enorme costo de empezar su gestión perfilándose como un
presidente títere.
La otra alternativa es que, si gana, el gobernador empiece a tratar
de abandonar el síndrome y busque construir su propio poder
presidencial. En ese caso, se abriría en el peronismo un cisma de
difícil pronóstico. A diferencia de por ejemplo Carlos Menem y Eduardo
Duhalde, el kirchnerismo logró con éxito construir un aparato
paraestatal compuesto por multimedios, fuerzas de choque, grupos
empresarios y organizaciones sociales que pueden hacer temblar a
cualquier gobierno, e incluso hacerlo caer.
El enigma de Scioli es probable que dure unos meses más, tomando en
cuenta su estilo tiempista. La diferencia con la etapa que está
terminando es que hasta ahora, con su adhesión incondicional al gobierno
nacional, buscó y está logrando su objetivo: ser candidato. A partir de
que lo logre, su incondicionalidad le pasaría a jugar en contra y hasta
podría darse el caso, teniendo en cuenta la virulencia del
kirchnerismo, que llegue al 10 de diciembre desgastado y sembrando dudas
sobre su futuro en el poder. En este punto hay hasta comentarios que
hablan de post-sciolismo. Uno de los mismos lo hizo recientemente en una
reunión social Julio de Vido afirmando que Scioli sería presidente no
más de un año y que luego renunciaría para abrir el camino a una nueva
elección presidencial y que retorne Cristina.