EL CURA LOCO
EL SERMÓN DEL CURA LOCO
Padre Leonardo Castellani
Su Majestad Dulcinea
Capítulo X
El pelirrojo vestido de obrero habló con
la cabeza y los brazos en alto, como si estuviese hablando con Dios, él y
Dios solos. Éstos son los discursos que le valieron fama de loco, pero
que ejercían tanta influencia en la gente. Su silueta accionaba como si
quisiera nadar o volar, recortada en la luz lunar, entre las clarísimas
estrellas y la tierra desolada, como un gran pajarraco en el aire; o un
ángel volatinero.
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— Heme aquí otra vez pensando en voz alta
para decidir el rumbo de una vida que nunca lo ha tenido. ¡Oh mi Dios,
hasta cuándo! Heme aquí otra vez teniendo que impulsar y dirigir a
otros, yo que ni siquiera comprendo el gobierno de mí mismo, ¡Me acuerdo
cuando era niño que estaba subido a un árbol de cerezas comiendo
cerezas hasta no poder más y cantando! ¡Oh Dios, cuántos caminos
extraños y solitarios desde entonces, por qué me has cargado con tantos
mundos y el peso de tantos siglos, como si yo no fuese una caña rota y
frágil, como si yo fuese un espíritu inmortal de los que tú gobiernas
directamente! Yo no soy un ángel. Dios mío… ¡levanta tú esta carga!
Y bien, supongamos que me he equivocado,
que el paso que di en 1949 no fue inspirado por Ti, fue una cosa
temeraria, un acto de política y no de religión —y de mala política,
como diría Monseñor Fleurette—. Mi respuesta sería que me fue
simplemente forzoso, que no me era posible en conciencia hacer otra
cosa. Tenía sobre mí el deber hacia mi familia y el deber hacia mi
patria, que son previos y no son contrarios al deber religioso. Mi
familia había sido destrozada en el Neuquén, y había que salvar a dos
miembros de ella, heridos en cuerpo y alma y descarriados; pero para
salvarlos tuve que perderme primero con ellos. Yo estoy hecho de tal
manera que no puedo amar a Dios sino a través de las criaturas, es
decir, de los prójimos, ¡y todos vosotros estáis hechos semejantemente, y
todos los cristianos —menos Monseñor Panchampla!—. Me atrevo a decir
que la raíz de los males de la Iglesia Argentina ha sido el olvido de
este principio: se ha desencarnado, se especializó y eclesiasticó
demasiado, olvidó en la práctica que la gracia supone la natura, y se ha
vuelto una sociedad demasiado artificial, siempre la Iglesia será una
sociedad artificial, o mejor dicho “cultural”, pero ahora se volvió una
sociedad Artificiosa.
— ¡Los curas cobardes! ¡Los curas avarientos! ¡Los curas licenciosos! —gritaron de abajo varias voces.
— ¡Los conozco mejor que ustedes! Son
menos, y menos culpables de lo que ustedes piensan; pero los pocos o
muchos que haya, con el apoyo del Gobierno empeñado en dividirnos, son
la cabeza de puente de la Herejía entre nosotros. Tomad por ejemplo a
los Jesuitas…
El imponente preste yanqui hizo un movimiento de protesta.
— Dejemos por el momento a los jesuitas
—dijo el orador, después de un breve silencio recapacitativo—. ¡Que Dios
los ampare, lo mismo que a nosotros, que buena falta les hace, quiero
decir NOS hace! Reverendo cófrade: ya le voy a decir esta parrafada a usted en particular…
Los ojos de los oyentes se volvieron hacia el gringo rubio, espigado y alto, parecido al finado Eisenhower.
— Estaba hablando de mi fatal conexión
con los revolucionarios peludistas o peralistas o cristeros —clarineó el
Cura—. No puedo menos de creer que fue predeterminada por la
Providencia. Empecé a asistir espiritualmente a los católicos más
necesitados, conforme a la parábola del Buen Pastor, muchos de los
cuales por lo demás, me eran íntimamente cercanos; y esa asistencia
espiritual me llevó muy lejos, porque se dobló de una ayuda temporal, lo
cual en el caso era inevitable: injustamente oprimidos por la herejía,
eran los elementos más sanos del país, y en parte los más distinguidos
¡en todos los órdenes! Aun sin entrar en la discusión de la licitud de
la escarapela Damonte, yo tenía que tener compasión (y no me tendría de
no por discípulo de Cristo) de los que sufrían por razones de conciencia
al no querer llevar la escarapela sospechosa. No tienen necesidad de
médico los sanos sino los enfermos. Por lo demás, al no necesitar para
nada de mi larga preparación intelectual y mis títulos académicos, antes
bien mirarlos con umbrosidad y suspicacia, la Curia los dejó libres
para usarlos como Dios mejor me diera a entender. Porque ¡usarlos debía!
Nadie toma una linterna y la pone adentro del “canastro” de la ropa
sucia. El caballo de carrera que no corre, se pone neurasténico…
Supongamos que todos nos hemos equivocado
y nos hemos lanzado a una empresa sin éxito posible. Pero nosotros no
hemos defendido en el fondo una cosa puramente temporal, sino una causa
eterna, no desencarnada sino encarnada en un cuerpo carnal y en una
patria terrenal. Por eso decimos que Dulcinea es símbolo de la patria y
de la hermosura; y la hermosura es figura de Dios. La novela de
Cervantes es la más grande novela del mundo, porque ha expresado el
núcleo de la filosofía del Cristianismo: la empresa quijotesca por la
búsqueda de la hermosura ideal, Dulcinea, que no es una idea, sino una
persona humana, llámese por el momento Aldonza Lorenzo… y no sé si digo
disparates, Reverendo Cófrade —interrumpió el Cura, volviéndose
al yanqui, que estaba nerviosísimo—, Dulcinea, aunque fuera de mi
“subjetividad” no sea más que una campesina zafia, pero que dentro de mi
fe, dentro de la presión heroica de la mente del caballero, que es la
fe, no es Aldonza Lorenzo ni es un sueño vano, es real, es más real que
todas las realidades materiales, y la prueba está en los grandes hechos
que inspira y las hazañas que produce… Concretamente, nosotros los
cristeros hemos defendido a una mujer que andaba a caballo por la
Patagonia haciendo locuras en defensa, ella, de la patria, por lo cual
merecía ser Reina, y lo era; y yo, yo en defensa de ella, yo que me he
metido en todo este berenjenal ¡porque tenía de defenderla la obligación
más cierta y primitiva!
Supongamos que este movimiento sea
ahogado en sangre, como lo fue el movimiento vendeano cuando la
Revolución Francesa ¡y tantos otros nacidos con móviles santos, y
después fracasados, como la sexta y la séptima cruzada! Bellum facere cum sanctis et vincere eos.
Pero Dios nunca ha pedido al hombre que venza sino que no sea vencido.
Si con recta conciencia caemos, con recta intención y evitando en
nuestra lucha toda maldad y mentira, hemos dado testimonio de que
creemos que lo divino existe en lo humano, hemos atestiguado
indirectamente la Encarnación del Verbo, y hemos traspasado a Dios la
obligación de la defensa y la venganza. Bien sé yo que los estados son
cosas creadas —y creadas por el hombre por cierto— y que un día serán
instrumento del Hombre de Pecado, Hijo de la Perdición. Pero mientras no
me conste que ya todo está viciado y no hay ya resquicio a la
esperanza, tengo derecho —tengo derecho porque tengo deber— de propugnar
todos los valores humanos y culturales creados por la Iglesia del
Occidente, y que llevan para mí el nombre de República Argentina…
Un vociferío enorme se levantó de abajo: “¡La patria! ¡La patria!”, tan unido y fuerte que llegó hasta el cielo.
— Porque yo no defiendo ahora sino
solamente mi FE —gritó el Cura cuando se apagó el vocerío—, contra la
herejía más sutil que existe, la última herejía, dentro de cuyo caldo
nacerá el Anticristo. Muchos de vosotros defendéis el ser histórico de
esta nación, que habéis aprendido a amar, como Uriarte por ejemplo;
otros defendéis o vengáis directamente vuestros bienes arrapiñados, que
consideráis con razón requisito necesario de vuestra vida moral y
racional; como por ejemplo el tagarote de Quiroga Quintana. Pero yo
defiendo directamente la fe católica. Porque este democratismo que se
nos impone a la vez con la mentira y la violencia, es una cosa
religiosa, es el cristianismo de Cristo transformado en el cristianismo
de Panchampla, adulterado, tergiversado, vaciado de todo su contenido; y
rellenado por Juliano Felsenburgh de un contenido satánico…
— ¡Obra de los judíos! —gritó uno; y un gongo impuso silencio.
— A la manera que la Iglesia dice: Extra Ecclesiam nulla salus,
ahora esta Contra-Iglesia o mejor dicho Pseudo-Iglesia proclama: Fuera
de la “democracia” no hay salvación. A los que no admitimos esta
sublimación ilegítima de un sistema político en dogma religioso, nos
llaman peralistas o nazis o cristóbales. El ser “nazi” corresponde a una
nueva categoría de crimen, peor que el robo, el asesinato, el adulterio
y cualquier delito común; no de balde a la policía que lo persigue
llaman Sección Especial. En realidad, corresponde al delito que en otro
tiempo se llamó “herejía”; por eso dije que este “liberalismo”
triunfante ahora es una cosa religiosa: es una religión falsa, peor que
el mahometismo. ¡Se nos quiere hacer creer que la guerra de Norteamérica
contra Asia es una Cruzada, una “guerra santa”! Se ha inventado y
puesto en acción contra nosotros una Inquisición mucho peor que la
antigua, “diametralmente” peor —como sería por ejemplo la inversión
sexual con respecto a la simple lujuria—. Se está repitiendo lo que pasó
en Inglaterra en los siglos XVII y XVIII con la palabra “papista”, y
con los que ella designaba, que eran los cristianos mejores, que fueron
extirpados limpios del país en forma total; con la diferencia que ahora
el proceso es mundial, y se esconde detrás de una hipocresía mucho más
adelantada. ¡Nos matan en nombre de la libertad y en nombre de Cristo!
Toda esta persecución se hace en nombre
del Cristianismo, del cual se han conservado los nombres vaciados y los
ritos falsificados, llegándose hasta el fingir una adhesión zalamera y
enteramente inefectiva al Sumo Pontífice de Roma. Se mantiene el aparato
burocrático de las Curias y aún se fomenta su hipertrofia, pero todas
las asisas sobre que el cristianismo romano se asienta… como la
independencia de la familia y la propiedad privada, la justicia social,
el principio de legitimidad de los gobiernos, el control sobre los
gobernantes, la decencia pública, la convivencia caritativa… la LEY en
fin… todo eso ha sido aniquilado, de sobra lo sabéis, lo habéis sufrido
en carne propia… haciendo al mismo tiempo mucho ruido con todas esas
palabras. Se favorece al clero menos digno, en una diabólica selección
al revés, y de hecho se ha creado un cisma en él, con el sencillísimo
arbitrio de dar las sillas episcopales, no a los más dignos, que son los
más doctos… no a los más inteligentes y espirituales, sino a los más
políticos y puerilmente “piadosos”. Sed non in politica salvabit nos Dominus Jesus.
Pero ¿a qué seguir? Todos lo conocéis por haberlo sufrido, mejor que
yo. La adoración de Dios está siendo sustituida imperceptiblemente por
la adoración del Hombre; y eso sin suprimir a Cristo, sino reduciéndolo
súbdolamente a hombre. El Misterio de Iniquidad, que consiste en la
inversión monstruosa del movimiento adoratorio de hacia el Creador en
hacia la Creatura se ha venficado del modo más completo posible, sin
suprimir uno solo de los dogmas cristianos como la Virgen Madre, el
Santísimo Sacramento, el Crucificado, solamente con convertirlos en
“mitos”, es decir, en símbolos de lo divino que ES lo humano, como dijo
el gran escritor español Unamurri… y yo mismo hace un momento, en otro
sentido. De vosotros no sé; de mí sé decir que no hay descanso para mí,
fuera de la muerte, mientras esta abominación subsista…
El Cura se detuvo un momento y miró a su
gente; y la vio sólo mediocremente interesada. El lungo yanqui hablaba
acaloradamente con un grupo de oficiales, la gente de abajo se movía, de
repente se produjo un revuelo en ellos y apareció el Mulato muy afanoso
buscando a alguien. El Cura suspiró profundamente, y volvió a disertar,
esta vez en tono más grave y atristado:
— El vástago de membrillo de cualquier
manera que se lo plante, sale; pero la estaca de higuera hay que
enterrarla oblicua; las tres partes dentro la tierra y el cogollo
afuera. En todo esto que he hecho yo, no he comprometido a nadie sino a
mí mismo; y aunque estoy casi seguro que camino según la mente del Padre
Santo, sin embargo no he comprometido a Roma. Para esto ha servido
también la hostilidad de la Curia, para darme libertad. Es terrible ser
mal visto de los mismos superiores; pero lo que se pierde en favor, se
gana en independencia. Ahora hemos llegado al final de nuestra aventura.
¿Qué haremos?
En la gente hubo un movimiento de expectativa, y algunos repitieron la interrogación.
— ¿Qué haremos? Vosotros esperáis de mí
respuestas de profeta y yo no soy profeta, respuestas de político y yo
no soy político, soy solamente teólogo; y aun ni tanto. Un profeta
podría responder en forma absoluta, un político en forma conjetural, yo
puedo responder en forma condicionada.
El porvenir próximo del mundo depende del
problema teológico de si Cristo ha de volver a consumar su Reino antes
del fin del mundo o juntamente con el fin del mundo… —dijo
meditativamente.
— Si la Parusía, el Reino de Dios, el
Juicio Final y el Fin del Mundo —quiero decir, del ciclo adámico—, son
cosas simultáneas, como enseña la Facultad de Teología de esta
República, es muy probable que antes de esa liquidación total alboree en
la historia un gran triunfo de la Iglesia y un período de oro para la
religión cristiana —como cree el capitán Arrieta—, el último período por
cierto, en el cual se acaben de cumplir las profecías, principalmente
la de la Conversión del Pueblo Judío y del Único Rebaño con el Único
Pastor. Ese período no podrá ser largo; quizá el tiempo de una vida
humana; y después volverán con la fuerza incontrastable de la catástrofe
las fuerzas demoníacas tremendas que vemos en acción en estos momentos.
— ¡Eso creo yo! —gritó el segundo de los oradores.
— Pero si Cristo ha de venir antes,
a vencer al Anticristo, y a reinar por un período en la tierra; es
decir, si la Parusía y el Juicio Final no coinciden, sino que son dos
sucesos separados, como creyó la tradición apostólica y los Santos
Padres más antiguos… entonces esa esperanza de un próximo triunfo
temporal de la Iglesia, tan predicado por Monseñor Fleurette, no vale;
ni tampoco todas las profecías particulares que se apoyan en ella.
Entonces la actual persecución irá aumentando hasta su máximum —y la voz
del orador tembló con un íntimo pavor— entonces su afianzará la gran
apostasía, sonarán las últimas trompetas derramando las últimas fialas y
“la tribulación magna, cual no la ha habido desde e! principio del
mundo acá”, la persecución externa e interna a la vez hasta el grado de
lo insoportable, que deberá ser abreviada para que no perezca toda
carne, ¡oh hermanos míos!, está sobre nosotros, y nadie puede escapar a
ella. ¡Nadie: ni buenos, ni malos!
Se hizo un movimiento de asombro en el
auditorio, que estaba ahora pendiente de nuevo del extraño discurso. Una
voz gritó estridente: “¿Y tú qué dices?”
Antes que pudiese contestar, se adelantó el Jesuita yanqui y gritó:
— Urge la disolución de esta asamblea,
porque parece que hay peligro, aunque no deben alarmarse. Tengo una
importantísima proposición que hacer. Vengo de Roma con una misión del
Papa…
El otro cura le dio un empujón bastante brusco, y concluyó:
— Yo os digo: morituri te salutant. Elijamos la peor hipótesis. Pongamos la esperanza en Cristo y en su Venida, y nadie puede vencernos…
— ¡Osté poner a mí una pulga en la orega! —gritó el extranjero.
Se había encaramado en el púlpito y gritaba:
— El Adelantado del Río de la Plata les propone por mi medio la paz, prometiendo ¡amnistía general para todos!
y la derogación de los incisos religiosos de la Ley Damonte,
principalmente los artículos acerca del insignia, y de la enseñanza
obligatoria del Neocatolicismo en las escuelas…
— ¿Amnistía para todos? ¡Amnistía para todos! —decían abajo en medio de un garabato de voces.
— El Padre Santo de Roma, muy preocupado
por la Argentina, y sin noticias ciertas, me mandó en misión diplomática
extraordinaria, rogándome me afanase por conseguir la paz.
Interpretando la intención del Santo Padre, yo he negociado con el
Adelantado. El Gobierno está ahora en las mejores disposiciones… —leía
el yanqui en un papel.
— ¿Y quién responde del cumplimiento de esa palabra del Gobierno? —gritó Uriarte.
— La palabra de honor del Adelantado y del Señor Arzobispo de Buenos Aires, o por mejor decir, de la Curia Arzobispal.
— ¡Nos trucidarán a todos apenas
depongamos las armas!!! ¡La palabra de “este” gobierno! ¡Puah! No os
dejéis embaucar —gritó el Desesperado Quiroga Quintana.
En ese momento se oyó un silbido
agudísimo, y el estampido seco de un antiaéreo. “Alarma, el enemigo a la
vista, dispersarse en orden”, gritaron los jefes. El estruendo
horrísono de una bomba cubrió por un momento el estrépito graneado de la
defensa antiaérea. Los faros empezaron a barrer el cielo. De todos los
puntos del horizonte, semejantes a pejerreyes de plata en la limpia luz
lunar, confluían sobre el aeródromo Graffigna los aviones de guerra
“leales”.
— ¡A mí! ¡Salvemos a Dulcinea! —gritó
Edmundo. Pero todas las motos habían apagado sus faroles y el desbande
se producía en la confusión y en la oscuridad taladrada de gritos.
Edmundo seguido del Mulato y algunos reclutas, se lanzó al gran estrado y
le prendió fuego.
El incendio alumbró un amplio círculo,
pero ni Dulcinea ni el Cura aparecían por ningún lado. “¡Miseria!”,
gritó Edmundo. Y se tendió en un surco del terreno para escapar al
tremendo trabajo de las bombas. Allí, al lado suyo, vio relucir
vivamente en el suelo un objeto fulgente, que mostró ser al alcanzarlo
el relicario de oro que llevaba al pecho la fantasmal princesa…
El bombardeo de San Juan la Vieja, que
fue materialmente arada de bombas de 500 libras, fue un suceso histórico
para la Argentina, porque marcó el fin de la rebelión de los
cristóbales, deshaciéndoles toda esperanza. El país no supo nunca bien
lo que pasó allí, porque los diarios empezaron a tejer tal maraña de
mentiras en torno de él, que al poco tiempo se había convertido en un
novelón increíble. Por lo demás, la gente no creía ya a los diarios —a
no ser los sonsos; los cuales son muchos, pero no son gente.
Quizá el resumen mejor del suceso lo dio
un chiquilín correntino llamado Eusapio Berón de Astrada, que estaba
enfermo pasando una temporada con una tía en San Juan la Nueva. Cuando
volvió a Corrientes le preguntó su padre: — ¿Qué tal San Juan? — Son
todos locos —dijo el pibe. — ¿Por qué? — ¡La tía me hizo dormir tres
noches debajo de un colchón! — ¿Qué había? — Bombas. ¡Bum, bum, bum! —
¿Qué pasaba? — Peleaban los soldados. — ¿Qué soldados? — Soldados buenos
y soldados malos. — ¿Y cuáles eran los buenos? — ¿Y yo qué querés que
sepa, si todos estaban vestidos igual? —dijo el pibe muy satisfecho,
mirando al padre con los ojitos medio cerrados.
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Los versos que la mujer fantasma dio al
jesuita diplomático fueron hallados (en su cadáver) y publicados en una
revista humorística-pornográfica del Puerto llamada “El alma de lo
canyengue”. Quitados los aditamentos sarcásticos y obscenos que la
revista añadió, decían así:
Jauja
Yo salí de mis puertos tres esquifes a vela
y a remo a la procura de la Isla Afortunada,
que son trescientas islas, mas la flor de canela
de todas es la incógnita que denominan Jauja:
hirsuta, impervia al paso de toda carabela,
la cedió el rey de Rodas a su primo el de León
sólo se aborda al precio de naufragio y procela
y no la hallaron Vasco de Gama ni Colón.
Rompí todas mis cosas, implacable exterminio,
mi jardín con sus ramos de cedrón y de arauja,
mis libros de Estrabonio, de Plutarco y de Plinio
y dije que iba a América, no dije que iba a Jauja.
Pinté verde los cascos y los remos de minio
y las velas como alas de halcón y de ilusión,
quedé sin rey ni patria, refugio ni dominio,
mi madre y su pañuelo llorando en el balcón.
Muchas veces la he visto, diferentes facciones,
diferentes lugares, siempre la misma Jauja:
sus árboles, sus frondas floridas, sus peñones
sus casas, maderamen del más perito atauja:
su señuelo hechicero de aromas y canciones
enfervecía el celo de mi tripulación
mas desaparecían sus mágicas visiones
apenas la ardua proa tocaba el malecón.
La he visto entre las brumas, la he visto en lontananza
a la luz de la luna y al sol de mediodía
con sus ropas de novia de ensueño y esperanza
y su cuerpo de engaño, decepción y folía,
esfuerzo de mil años de huracán y bonanza,
empresa irrevocable, pues no hay volver atrás,
la isla prometida que hechiza y que descansa
cederá a mis conatos cuando no pueda más.
Surqué rabiosas aguas de mares ignorados,
cabalgué sobre olas de violencia inaudita,
sobre mil brazas de agua con cascos escorados
recorrí la traidora pampa que el sol limita
desde el cabo de Hatteras al golfo de Mogados
dejando atrás la isla que habitó Robinsón
con buena cara al tiempo malo y trucos osados
al hambre y los motines de la tripulación.
Me decían los hombres serios de mi aldehuela:
“Si eso fuera seguro con su prueba segura,
también me arriesgaría yo me hiciera a la vela,
pero arriesgarlo todo sin saber, es locura…”
Pero arriesgarlo todo justamente es el modo,
pues Jauja significa la decisión total,
y es el riesgo absoluto y el arriesgarlo todo
es la fórmula única para hacerla real.
Si estuviera en el mapa y estuviera a la vista
con correos y viajes de ida y vuelta y recreo,
eso sería negocio ya no fuera conquista
y no sería Jauja sino Montevideo.
Dar dos, recibir cuatro, cosa es de petardista,
Jauja no es una playa —Hawai o Miramar—.
No la hizo un matemático sino el Gran Novelista,
ni es hecha sino para marineros de mar.
Las gentes de los puertos donde iba a bastimento
risueñas me miraban pasar como a un tilingo,
yo entendía en sus ojos su irónico comento
aunque nada dijeran o aunque hablaran en gringo,
doncellas que querían sacarme a salvamento
me hacían ojos dulces o charlas de pasión,
la sangre se me alzaba de sed o sentimiento—
mas yo era como un Sísifo volcando su peñón.
Busco la isla de Jauja, sé lo que busco y quiero,
que buscaron los grandes y han encontrado pocos,
el naufragio es seguro y es la ley del crucero,
pues los que quieren verla sin naufragar son locos…
quieren llegar a ella sano y limpio el esquife,
seca la ropa y todos los bagajes en paz,
cuando sólo se arriba lanzando al arrecife
el bote y atacando desnudo a nado el caz.
Busco la isla de Jauja de mis puertos orzando
y echando a un solo dado mi vida y mi fortuna,
la he visto muchas veces de mi puente de mando
al sol de mediodía o a la luz de la luna.
Mis galeotes de balde me lloran: ¿Cuándo, cuándo?
Ni les perdono el remo ni les cedo el timón.
Este es el viaje eterno que es siempre comenzando,
pero el término incierto canta en mi corazón.
Oración
Gracias te doy Dios mío que me diste un hermano
que aunque sea invisible me acompaña y espera,
claro que no lo he visto, pretenderlo era vano,
pues murió varios siglos antes que yo naciera,
mas me dejó su libro que diccionario en mano
de la lengua danesa voy traduciendo yo,
y se ve por la pinta del fraseo baquiano
que él llegó, que él llegó.