Publico este folleto
del indigne patriota, asesinado por la guerrilla, pues es indispensable acabar con la tiranía
unitaria-liberal- marxista que ahora, tanto como después de Caseros, ininterrumpidamente , está
destruyendo nuestra Patria.
LA IMAGEN FUE AGREGADA Y NO CORRESPONDE A LA PUBLICACION ORIGINAL
San Martín, Doctrinario
de la Política
de Rosas
Jordán
Bruno Genta
(Ediciones del Restaurador, Buenos Aires,
1950)
LA LEYENDA
DE LA TIRANÍA
C
|
aseros
es el primer triunfo decisivo de la política liberal en la Historia Argentina;
no sólo extiende su influencia a todas las manifestaciones de la vida nacional,
sino que logra imponer una gran falsificación de nuestra conciencia histórica
para encubrir con la leyenda del tirano Rosas, la conducta desleal y oportunista
de los emigrados, convictos y confesos de haber alentado la intervención
extranjera y de haber negociado la desmembración del territorio; lo cual unido
al oro que han recibido de los agentes imperialistas en pago de su inapreciable
colaboración, configura la imagen siniestra de
los “reos de lesa Patria”, con la que ellos pretenden confundir a Rosas
ante la posteridad.
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Y esta falsificación de nuestra Historia
nos engaña acerca de lo que somos y tenemos que ser; nos extravía
irremediablemente el juicio sobre las cosas que debemos respetar y las que
debemos temer. La Patria
es la Historia
de la Patria.
¿Qué sentido del patriotismo y de sus
deberes pueden tener los jóvenes argentinos que frecuentan el magisterio de los
doctrinarios de la traición?
Leed y volved a leer esta respuesta de
Alberdi a la pregunta sobre el deber argentino, con motivo del bloqueo francés
del Río de la Plata,
publicada en “El Nacional” de Montevideo, el 28 de noviembre de 1838: “¿Estará el deshonor, entonces, en ligarse al
extranjero para batir al hermano? Sofisma miserable. Todo extranjero es hombre
y todo hombre es nuestro hermano”.
O esta apología de la traición de la Patria que Sarmiento hace
en Facundo, el más celebrado y difundido de sus libros; lectura obligatoria en
nuestras escuelas públicas; “Los que cometieron aquel delito de leso
americanismo, los que se echaron en brazos de Francia para salvar la
civilización europea, sus instituciones, hábitos e ideas en la orillas del
Plata, fueron los jóvenes;: en una palabra, fuimos nosotros”. (IIIª parte,
cap.2).
Y
la verdad es que estos doctrinarios de la traición, los jóvenes esclarecidos de
la brillante generación de Mayo, son
mentores oficiales de la juventud argentina que los reverencia como a
personalidades próceres y maestros de conducta civil, mientras Rosas continúa
siendo “un reo de lesa Patria” y un monstruo moral.
Es necesario que el defensor de la
soberanía nacional sea execrado por los siglos de los siglos, a fin de que
Urquiza, López, Mitre, Sarmiento y Alberdi, aparezcan revestidos con las
acrisoladas virtudes del patriotismo y de la fidelidad. Se trata de un fallo inapelable, de una
sentencia definitiva, de un dogma
secular que debe ser acatado en nuestras interpretaciones y valoraciones
históricas. Nadie puede intentar la más leve
modificación de este prejuicio, consagrado por los más celosos
partidarios de la variabilidad de todas las cosas. No hay como los declamadores
democráticos de la Evolución Universal,
para decretar inmutabilidades en el seno mismo de lo que cambia indefectiblemente.
Dudar de la divinidad de Cristo es signo
inequívoco de una mentalidad evolucionada y progresista; pero poner en duda la
monstruosidad de Rosas es una aberración mental y un crimen inexcusable. Tal es
el criterio de liberales y masones.
Los medios que se emplean para asegurar y
mantener esta gran falsificación de nuestra Historia, superan en vileza y
cobardía a los que usaron para combatir a Rosas en el poder. El ensañamiento
contra Rosas muerto es todavía mayor que el mostrado hacia Rosas vivo. No se
retrocede ante ninguna valla; si es necesario se oculta o se tergiversa la
misma evidencia. No se respeta no se considera en absoluto, el juicio más
autorizado, si ese juicio reconoce el patriotismo, la prudencia y la honestidad
de Rosas; no siquiera si es San Martín quien lo dice.
Los mismos que estiman insuficiente la
medida humana para exaltar a nuestro Gran Capitán y levantan altares laicos
(grotesco intento de entronizar la
idolatría del héroe por odio a Dios), no le escatiman agravios toda vez que declara su adhesión o le testimonia su
gratitud argentina a Rosas. El panegírico se cambia en vituperio: San Martín es
un viejo obcecado y reblandecido, un necio que habla con la suficiencia de los
que no sabe o un padre agradecido por los favores dispensados a sus hijos.
Sarmiento en su biografía del General San
Martín que figura en la galería de
hombres célebres de Chile- Santiago, 1854, no vacila en mentir con su impavidez
habitual, además de atribuir a la debilidad senil de San Martín su adhesión a
la causa de Rosas: “Nada de particular
presentan los últimos años de San Martín , si no es el ofrecimiento hecho al
dictador de Buenos Aires de sus servicios en defensa de la independencia americana que creía amenazada por las potencia
europeas en el Río de la Plata. El poder absoluto del General Rosas sobre los pueblos argentinos no era
parte a distraerle de la antigua y gloriosa preocupación de la
independencia, idea única, absoluta y constante de toda su vida. A ella había consagrado sus días felices, a
ella sacrificaba toda otra consideración, la libertad misma. Pocos meses antes
de morir, escribió a un amigo algunas palabras exagerando las dificultades de
una invasión francesa en el Río de la
Plata, con el conocido intento de apartar de la Asamblea Nacional
de Francia, el pensamiento de hacer justicia a sus reclamaciones por medio de
la guerra. A la hora de su muerte, acordose que tenía una espada histórica, o
creyendo o deseando legársela a su Patria, se la dedicó al General Rosas, como
defensor de la independencia americana… No murmuremos de este error de rótulo
de la misiva, que en su abono tiene su disculpa en la inexacta apreciación de
los hechos y de los hombres que puede traer una ausencia de treinta y tres años
del teatro de los acontecimientos, y las debilidades del juicio en el período
septuagenario” (tomo III, página 296).
En otra página de su vastisima obra,
comentando su visita a Grand Bourg, en el verano de 1845, emplea el mismo
argumento para excusar a San Martín:
“…
San Martín es el ariete desmontado ya,
que sirvió a la destrucción de los españoles; hombre de una pieza, anciano abatido y ajado por las
revoluciones americanas, ve en Rosas al defensor de la independencia amenazada,
y su ánimo noble se exalta y ofusca…
“… San Martín era un hombre viejo, con
debilidades terrenales, con enfermedades de espíritu adquiridas en la vejez…”
(tomo V, pág. 114).
El subrayado nos pertenece y abarca casi
todo el texto porque queremos destacar los recursos innobles de que se vale
Sarmiento para desautorizar la actitud de San Martín hacia Rosas y, al mismo
tiempo, para reducir la agresión imperialista a un fantasma engendrado por el delirio obsesivo de un pobre viejo. Y
también porque es un testimonio de la falta de escrúpulos de que hace gala
Sarmiento, toda vez que estima oportuno mentir para lograr un determinado
efecto. Si escribe una biografía de San Martín para hacer el elogio del héroe
de la independencia, no conviene en absoluto que el legado de su sable aparezca
como una decisión lúcida y serena; nada más fácil para el llamado maestro de América, que es un
consumado maestro en estas actividades: “A la hora de la muerte, acordose que
tenía una espada histórica, o creyendo y
deseando legársela a su patria, se la dedicó al general Rosas… No murmuremos de este error de rótulo
en la misiva que en su abono tiene su disculpa
en la inexacta apreciación de los hechos y de los hombres que puede
traer una ausencia de treinta y seis años (suponemos
que esta cifra es un error tipográfico) del teatro de los acontecimientos y
de las debilidades de juicio en el período septuagenario”.
Hemos repetido esta parte del texto para
mostrar que solamente un impostor de oficio puede incurrir en esta burda
falsificación y en esta inexcusable irreverencia. Si Sarmiento ignora en 1854
que San Martín había redactado su testamento
seis años antes de morir, en estado de plena lucidez y dominio de sí, no
puede ignorar que está inventando las circunstancias de la muerte del héroe
para que el legado a Rosas, aparezca
como el acto irresponsable de un anciano moribundo que no sabe lo que hace.
El Presidente de la Comisión Argentina
de Montevideo, Dr. Valentín Alsina, le
escribe a su amigo D. Félix Frías con motivo de la muerte de San Martín que acaba de conocerse en el Río de la
Plata. El rencor que ha tenido que
disimular en la obligada nota necrológica, lo desahoga en la discreta intimidad
de la carta que está fechada en Montevideo, el 9 de noviembre de 1850:
“… Como militar fue intachable, un héroe:
pero en lo demás era muy mal mirado por los enemigos de Rosas. Ha hecho un gran
daño a nuestra causa con sus prevenciones, casi agrestes y serviles contra el
extranjero… Nos ha dañado mucho fortificando allá y aquí la causa de Rosas, con
sus opiniones y con su nombre; y todavía
lega a un Rosas, tan luego su espada. Esto aturde, humilla e indigna y… pero
mejor es no hablar de esto…”
La verdad es que todavía “aturde, humilla
e indigna” a los abogados de la Democracia. Dicen venerar al héroe nacional, pero
descalifican sus juicios en cuanto se oponen a sus intereses creados. Prefieren
las mentiras de Sarmiento a las verdades de San Martín, porque son discípulos
aprovechados de la escuela histórica
que D. Salvador M. del Carril inaugura en nuestra Patria, con sus
recomendaciones a Lavalle después de la ejecución de Dorrego, en diciembre de
1828:
“…si para llegar siendo digno de un alma
noble, es necesario envolver la impostura con los pasaportes de la verdad, se
embrolla; y si es necesario mentir a la posteridad, se miente y se engaña a los
vivos y a los muertos…”
Los empresarios de la falsificación
metódica y sistemática de nuestra Historia, con aparato documental y crítica
científica o sin estas formalidades aparentes, se sienten plenamente
justificados por esta doctrina de la mentira
patriótica, gemela de la que auspicia la mentira piadosa a fin de que el hombre muera como una vaca y no
como un hombre.
Claro está que esta doctrina suele
revestirse con las denominaciones propias de la filosofía a la moda; y por esto
es que en los días que corren, se llaman
lo mismo existencialismo que pragmatismo.
La mentira patriótica es la “verdad existencial” o la “verdad
pragmática”; algo así como una ficción consoladora, confortable y estimulante
para la vida de las naciones y que debe administrarse de acuerdo con las
necesidades de cada momento y al hilo de la existencia histórica.
Los pueblos, se dice, tienen necesidad de
“mitos” o de “mística” para vivir. La confrontación existencial de la última
guerra ha confirmado que el mito de la Democracia y de la Libertad continúa siendo
la razón vital de la humanidad, frente a los caducos nacionalismos
autoritarios. Esto significa para los vigías de la dialéctica existencial que
el mito saludable, la mística vivificante para las naciones, es todavía la democracia made in USA o made in URSS.
Y el resurgimiento democrático de
post-guerra, en nuestra Patria, exige mantener la leyenda de la Tiranía, más un obligado
complemento que es:
LA
LEYENDA DEL SANTO LAICO
O DEL SANTO
CIVIL
M
|
itre
en su Historia de San Martín, no propone al héroe nacional como paradigma y
ejemplo de la juventud, como su maestro de conducta civil; prefiere a Washington
a pesar de que su obra aparece un monumento levantado al Gran Capitán de los
Andes. En el tomo 1º, cap. 1º, dice:
“”Washington es la más elevada potencia
de la democracia natural”.
Y en el tomo IIIº, cap. 46 agrega:
“Washington dio al mundo la nueva medida
del gobierno humano según la vara de la justicia, y le legó el modelo del
carácter más equilibrado en la grandeza que los hombres hayan admirado y
bendecido”.
Mitre falta notoriamente a la justicia,
al patriotismo y a la discreción en esta temeraria declaración. No discutimos
la personalidad de Washington, pero los argentinos no tenemos necesidad de acudir al extranjero para encontrar “el modelo
del carácter más equilibrado en la grandeza”, el arquetipo civil y maestro de
conducta a quien admirar e imitar: San Martín es, para nosotros, por lo menos
tanto como puede ser Washington para los yanquis.
Por otra parte, las diferencias entre las
dos personalidades son mucho más importantes que sus analogías. Son distintos
por el espíritu y la sangre; esto es, en lo sustancial en la vida de las
naciones.
No debe sorprendernos este juicio de
Mitre, si tenemos en cuenta que es un conspicuo representante de la Democracia y un grado
33 de la Masonería Internacional,
en la época que escribe su Historia de San Martín.
Historiadores y biógrafos más recientes
–Otero, Barcia, Rojas- a pesar de su afinidad ideológica con Mitre, no posponen
a San Martín pero completan la desinformación liberal de su personalidad y lo
exhiben como un paladín de la
Democracia y de la Libertad.
En estar versiones sucesivas San Martín
se parece cada vez menos a sí mismo, al
héroe nacional en la imagen de un hombre de guerra, hecho para obedecer y
mandar, enamorado de la gloria y del peligro; y se parece cada vez más a un buen
demócrata, paladín de las libertades individuales que lucha por una vida
segura y confortable para todo el género humano, sin irritantes exclusiones. Y
estas virtudes burguesas alcanzan en su personalidad, la más completa
perfección, el grado de la santidad
laica como dice Rojas, o de la santidad
civil como dice Barcia.
Otero, por su parte encuadra los hechos
del Libertador en un esquema dialéctico de la más pura inspiración democrática,
cuyos lineamientos generales expone en el cap. X de su voluminosa obra:
“El siglo 19 se caracteriza por dos
grandes acontecimientos y éstos los más opuestos y contradictorios. Mientras por un lado el despotismo hace el
esfuerzo más grande que recuerda la historia para imponerse a la civilización
en el viejo mundo, en el nuevo la libertad rompe en eclosiones indígenas y
ocasiona así el nacimiento de nuevas nacionalidades. En el primero de los
casos, un hombre es el árbitro de los sucesos, pero en el segundo,
doctrinariamente hablando, la personalidades desaparecen y el instinto plebeyo
triunfa de todo jefe o caudillo”.
Y por esto es que en tal peregrina doctrina,
nos dice un poco más adelante que la vitalidad económica es “ la fuerza
expansiva y natural que es la primera razón de ser de los pueblos”; tal cual
diría un materialista burgués o marxista.
Ocurre que Rojas, Barcia y Otero, como
antes Alberdi, Sarmiento, López y Mitre, confunden
la idea de la Patria
con la idea de la
Democracia; y, en consecuencia, identifican la historia
de las nuevas nacionalidades con la
historia de las instituciones democráticas y la libertad de la Patria con las libertades
democráticas.
He aquí el sofisma más peligroso y de
mayor arraigo en la mentalidad de los modernos; su falta de consistencia no le
impide ser universalmente usado para ensayar la justificación de las diversas
formas de deslealtad hacia la Patria. Veamos
una de las sus desviaciones dialécticas:
Si en un momento dado se plantea la Dictadura
como solución política, se discurren, supuesto el falso principio, que la
crisis del régimen democrático es la crisis misma de la Patria. Si los ciudadanos no
pueden soportar el avasallamiento de las libertades públicas, emigran al
extranjero, es la Patria
que se va con ellos. Si los emigrados solicitan y obtienen la intervención
violenta de los poderosos de la tierra para abatir al tirano y reponer la Democracia, es la Patria que vuelve
triunfante a la zaga de los invasores extranjeros, bajo cuya benévola
protección reviven las sagradas libertades.
Son muchas las páginas de Alberdi y de Sarmiento que ilustran esta lógica de la
traición; los textos que se citan al comienzo de este estudio, son
irreprochables como ejemplos.
Claro está que San Martín no participa en absoluto de semejante
criterio liberal, democrático y progresista. Tan sólo el arte de Merlín
aplicado a la Historia
y a sus protagonistas, pueden hacer pasar al héroe nacional como un buen demócrata, un santo laico o un santo de
la espada. Los encantadores del mandil
están en la obra y a punto de conseguir su objeto según todas las
apariencias.
San Martín no es un paladín de la
democracia, ni menos un “santo laico”, ni mucho menos un “santo de la espada”
Tampoco su gloria radica en el buen esposo, ni en el buen padre ni en el abuelo
inmortal. Son dos maneras de desvirtuar su personalidad histórica y su
ejemplaridad ética, con el propósito de confundir el verdadero significado de su grandeza ante la posteridad.
Es lamentable que tanto D. Ricardo Rojas
como D. Augusto Barcia, pasan por alto una de las más discretas razones y una
de las más saludables recomendaciones de su admirado Cervantes en el prólogo
del “Quijote”:
“…ni tiene para que predicar mezclando lo
humano con lo divino, que es un género de mezcla de quien no ha de vestir ningún cristiano
entendimiento”.
Y a ese género de mezcla pertenecen expresiones tan irreverentes y bárbaras como
“Santo laico”, “Santo civil” o “Santo de la espada”. Claro está que es propio
de masones, espiritistas, teósofos y orientalistas afines, confundir lo que es del cielo con lo que es de la tierra, lo
sagrado con lo profano; esto es, mezclar todo con todo para que el espíritu de
las tinieblas se adentre en las almas y en las naciones.
En cuanto al recurso de las virtudes
domésticas, es también un recurso típicamente masónico, para ocultar el sentido
militar de la vida que San Martín encarna con la plenitud del héroe, detrás de
un buen jefe de familia y ciudadano de honradez ejemplar.
No
falta siquiera la ilustración pictórica de este santo laico y premio a la
virtud: “San Martín en Boulogne Sur Mer” de Antonio Alice.
El ilustre y poderoso hermano Dr. Joaquín
V. González, fundador de la Universidad
Nacional de La Plata, interpreta con la
fidelidad de una común inspiración, el famoso cuadro:
“Debo hacer la confidencia de que Alice
es casi un hermano espiritual mío… y este San Martín ha surgido un poco de nuestras amistosas conversaciones
sobre arte.
“Alice logró penetrar, tras prolijo
estudio, la vida de San Martín bajo su faz civil… ha hecho un San Martín civil,
un San Martín alma, un San Martín–sentimiento, inspirado en la vida real y en
las descripciones que del héroe nos han
trasmitido Alberdi y Sarmiento, quienes lo visitaron más o menos a los sesenta
y cinco años…”
(El
silencio de San Martín; conversación histórica en el salón del Museo
Escolar Sarmiento, el 13 de noviembre de
1920).
Es oportuno recordar que Alberdi y
Sarmiento son dos detractores del héroe; sus respectivos testimonios más que de
San Martín hablan de su propio
resentimiento frente al patriota insobornable. No hay un silencio de San Martín
en el destierro, sino un ocultamiento deliberado de sus ideas y de sus
actitudes respecto a los sucesos de la Patria por parte de los enemigos de Rosas,
liberales y masones.
El cuadro del pintor Alice carece de
objetividad y de sinceridad, lo mismo que las descripciones de Alberdi y de
Sarmiento. Es una obra de tesis, una pintura ideológica, realizada con gran
dominio técnico, pero sin realidad ni verdad; esto es, sin belleza. Las
ideologías son antiestéticas porque consisten en ficciones intelectuales
inspiradas por intereses y por pasiones inferiores. Tan sólo la realidad es
estética; tan sólo lo que es, puede ser expresado con belleza. Ni santo ni premio a la virtud; San
Martín es: un soldado a la española, forjado en los dura disciplina
de los tercios imperiales y con el temple de veinte años de vida peligrosa y
con el sólo temor de Dios. En la hora de crisis de la Metrópoli, acude al
terruño para servir a la regeneración política de su pueblo y fundar una Patria en soberanía.
Después, la prueba del largo destierro, más severa que la muerte para el
glorioso soldado; su reclamo de la
Dictadura para salvar a la Patria anarquizada; su
apoyo moral y su colaboración decisiva a la Política de Rosas que mantiene hasta su muerte en
el año 1850, fiel a la consigna da Independencia: Patriotismo sobre todo.
La verdad es que su frecuentación de las
logias masónicas de Cádiz y de Londres, sufre la influencia del liberalismo;
pero sólo dura un momento hasta que la confrontación de los hechos, le revela
la incompatibilidad entre la ideología y
la milicia, entre las libertades burguesas y la disciplina militar.
El Libertador sabe que la libertad
política de una nación nada tiene que
ver con las libertades democráticas que se otorgan a los ciudadanos y a los
residentes extranjeros: un Estado nacional soberano puede regirse por un
estatuto antidemocrático y una Colonia puede tener un régimen democrático.
San Martín sabe después de su
experiencias americana de la política y a la vista de los acontecimientos
europeos, que la Patria no es la Democracia; y que
no nace suscribiendo un contrato ante escribano público ni por el ejercicio
pleno del sufragio universal. El Libertador sabe que surge de sus manos en la
forma de un Ejército y que se la merece en una justa guerra: el Ejército de los Andes es la Patria misma en su primera
existencia, la certidumbre de su ser y el ingreso a la Historia Universal.
El Ejército de los Andes es la Patria misma, porque es la
conjunción disciplinada de todas las energías vitales, la unidad jerarquizada
de todas sus partes, la suma de sus generosidades, de sus devociones y de sus
sacrificios.
La Declaración de la Independencia por el
Congreso de Tucumán, el 9 de julio de 1816, no es más que la afirmación
jurídica de la Patria:
se proclama porque es.
Antes que el Libertador le de forma y
objetividad en el Ejército, la
Patria no es más que una inquietud, algo puramente subjetivo
como un sentimiento o una aspiración. Y es el Gran Capitán que exige la Declaración de la Independencia antes
de ponerse en marcha: el mundo entero debe saber que el Ejército de los Andes
es la Patria
misma en procura de su libertad definitiva.
Es obvio que esta lucha por la libertad
de la Patria
nada tiene que ver de suyo, con la lucha por las libertades democráticas: en la primera se trata del derecho de vivir
en soberanía; en la segunda se trata del derecho de vivir a gusto.
La
Patria nace a
la libertad política como un Ejército. Y el ciudadano que está en filas, no es
un sujeto de derechos sino de deberes; doblega su yo egoísta y se trasciende en
acto de servicio, encuadrado en la doble disciplina de la subordinación y del
valor. La Patria
es obra de soldados antes que de burgueses o de proletarios; nace como un
Ejército y se sostiene finalmente como Ejército en la confrontación de su derecho a la existencia. Y el Ejército
es principalmente el Jefe que lo crea y lo conduce por los caminos de la gloria
que son los de la Patria
misma.
DEFINICIÓN POLÍTICA
DE SAN MARTÍN
L
|
a
disciplina militar sobre la cual se estructura la Patria, es el fundamento de
las otras disciplinas sociales: gobierno, escuela, trabajo, administración,
etc.
Por extraño que pueda parecer, la verdad
es que la espada que se desenvaina por una causa justa, surge para restablecer
y preservar. Los reformadores liberales y declaradores de la paz perpetua, en
cambio, no hacen más que edificar en las nubes
y destruir en la tierra. Nada más fácil que proyectar una “Constitución
que tenga el poder de las Hadas que construían palacios en una noche” (Alberdi,
Bases, cap. 18), y nada más difícil que pretender imponerla “a palos”, violentando la realidad histórica
y tradicional. San Martín es el fundador de la Patria y Rivadavia uno de
sus más eficaces demoledores.
San Martín comprende que lo más urgente ,
una vez triunfante la revolución libertadora, es restaurar la disciplina social
profundamente desquiciada. Y en conformidad con este criterio, escribe a su
amigo D. Vicente Chilavert, en carta fechada en Bruselas, el 1º de enero de
1825:
“Ya tiene Vd. reconocida nuestra
independencia por Inglaterra; la obra es concluida, y los americanos
cosecharán ahora el fruto de sus
trabajos y sacrificios; esto es, si tenemos juicio y si doce años de revolución
nos han enseñado a obedecer, si, señor, a obedecer, pues sin esta circunstancia
no se puede saber mandar”.
Pero Rivadavia y sus satélites están
empeñados en su aventura constitucional; se proponen nada menos que cambiarlo
todo de raíz: arrasar con el antiguo régimen y con los vínculos de la
tradición, para levantar sobre ruinas un régimen completamente nuevo, de
acuerdo a los planes trazados por Juan Jacobo. Los resultados de esta política
utópica son conocidos: pérdida definitiva de la Banda Oriental, el país
entero empeñado a la Banca
inglesa de los Baring Brothers y el recrudecimiento de la anarquía en las
Provincias desunidas del Río de la
Plata.
Desplazados por su ruidoso fracaso, no se
resignan a dejar el poder. Se valen de Lavalle para derrocar al Gobernador
Dorrego, el 1º de diciembre de 1828; pocos días después consiguen hacerlo
fusilar por medio de las más viles adulaciones al jefe de la sublevación. Las
cartas de Salvador del Carril y de Juan Cruz Varela dirigidas a Lavalle con ese
fin, son documentos irrecusables para medir el grado de resentimiento, de
cobardía y de bajeza que acusan los
ilustrados doctores de “casaca negra”. Y también nos ilustran acerca de la
violencia y de la ferocidad que asume la lucha entre federales y unitarios en
la época de Rosas.
La verdad es que estos doctores de la Democracia y de la Libertad, herederos del
siglo de las Luces, no saben ni son capaces de respetar. No soportan la
presencia de una real superioridad porque ellos son los doctrinarios del
gobierno impersonal. Odian a San Martín como odian a Rosas. No le perdonan que
no se haya convertido con su Ejército Libertador en instrumento de sus
bastardas ambiciones; tampoco le perdonan su gloria intacta. Y ahora, después
de obligarlo a expatriarse y de presentarlo dentro y fuera del país como un
tirano, ladrón y ambicioso, al enterarse que San Martín está en la rada del
Puerto de Buenos Aires, hacen público anuncios como el siguiente:
“Ambigüedades: el General San Martín ha
vuelto al país a los cinco años de ausencia, pero después de haber sabido que
se han hecho las paces con el emperador del Brasil”.
Así se expresaban los rivadavianos
vueltos al poder con la revolución del 1º de diciembre. San Martín no
desembarca y solicita pasar a Montevideo para regresar a Europa después de una
breve estadía, habiendo rechazado las propuestas de Lavalle para que asumiera el Gobierno de Buenos Aires
y la dirección política del país, por las razones que expone a su amigo
O’Higgins:
“Las agitaciones consecuentes a 19 años
de ensayos en busca de una libertad que no ha existido y más que todo la difícil situación en que se
haya en el día Buenos Aires, hacen clamar a lo general de los hombres que ven
sus fortunas al borde del precipicio y su futura suerte cubierta de una funesta
incertidumbre, no por un cambio de los principios que nos rigen sino por un gobierno riguroso, en una
palabra, militar, porque el que se ahoga no repara en lo que se agarra. Igualmente
convienen (y en esto ambos partidos) que para que el país pueda existir, es de
absoluta necesidad que uno de los dos desaparezca. Al respecto se trata de
buscar un salvador que, reuniendo el prestigio de la victoria, y más que todo, un brazo vigoroso, salve a la Patria de los males que la
amenazan. La opinión, o por mejor decir, la necesidad, presenta este candidato:
es el general San Martín… ¿Será posible que sea yo el escogido para ser el
verdugo de mis conciudadanos y, cual otro Sila, cubrir mi Patria de
proscripciones?... no amigo, es necesario le hable la verdad: la situación de
este país es tal que al hombre que lo mande no le queda otra alternativa que la
de someterse a una facción o dejar de ser
hombre público; éste último partido es que yo adopto… Si sentimientos menos nobles que los que yo poseo a favor de este
suelo fuera mi norte, yo aprovecharía la coyuntura para engañar e este heroico
pero desgraciado suelo, como lo han hecho unos cuantos demagogos, que con sus
locas teorías lo han precipitado en los males que lo afligen”.
Y pocos días más tarde, en una segunda
carta a O´Higgins, fechada el 13 de abril,
agrega:
“El objeto de Lavalle era el que yo me
encargase del Mando del Ejército y provincia de Buenos aires y transase con la
demás provincias a fin de garantir por mi parte y la de los demás gobernadores,
a los autores del movimiento del 1º de diciembre”.
La claridad del texto nos exime el comentario; tan solo hemos subrayado el
pasaje en que San Martín señala a los
reformadores liberales como a los verdaderos responsables de la anarquía que
devora el país. Rivadavia y sus doctores
progresistas son los importadores de esas
“locas teorías” que están comprometiendo gravemente la obra de la espada: la tiránica imposición
de las libertades democráticas atenta contra la libertad real de la patria,
amenazada con completar su disgregación en insignificantes republiquetas.
Se comprende la respuesta negativa de San Martín. El
Libertador no puede ser un instrumento de partido y menos ponerse al servicio
de los decembristas que acaban de inaugurar con el asesinado del Gobernador
Dorrego, una época de arbitrariedades y violencia extremas. Y a pesar de las
dificultades económicas que lo aguardan regresa junto a su Mercedes, que está
terminando su educación y que pronto
casará con D. Mariano Balcarce.
Llegan tiempos amargos y difíciles para
el héroe que se prolongan hasta el encuentro con Aguado. Un solo testimonio
basta para apreciar sus apuros económicos: en carta a O´Higgins, fechada en
Bruselas, el 12 de enero de 1830, le urge: “… para remitirme algún socorro lo
más pronto que le sea posible. Si, mi buen amigo, lo más pronto que pueda, pues mi situación a pesar de la más
rigurosa economía, cada día es más embarazosa…”
Pero estos apremios demasiado humanos no
pueden interferir sus obligados pasos. No regresa a Buenos Aires porque no debe: su misión histórica terminará en el destierro
y es en Europa donde ha de prestar
todavía nuevos y decisivos servicios a la Patria.
La misión del héroe es única e
intransferible y tiene que cumplirse hasta el fin, en contra de lo que opinan
Alberdi y Mitre. Los accidentes, incluso los azarosos y negativos, no hacen más
que concurrir a la realización de su destino. El obstáculo que a la mirada
superficial parece interrumpir su marcha, no significa más que un nuevo giro de
sus previstos cambios. El héroe es el
más libre de los hombres y por esto es que todos sus pasos son necesarios e
inevitables. Así como el pensamiento más libre es el más sujeto a la identidad,
el más coherente en su desarrollo y el más ceñido a la disciplina lógica; la voluntad
más libre es la más sujeta por sí misma a la fidelidad de un compromiso, la más
ceñida por la necesidad del fin querido y aceptado.
El resentimiento no consigue rozar
siquiera su alma de soldado, revestida por el acero de las antiguas virtudes de
la estirpe que nadie explica mejor que el español Séneca:
“…así tampoco trastorna el ánimo del
varón fuerte la avenida de las adversidades, siempre se queda en su ser; y todo
lo que sucede lo convierte en su propia sustancia, porque es más poderoso que
todas las cosas externas”. (De la Divina
Providencia).
Por eso es que las apreturas de la vida
cotidiana entre los años 1830 y 1835, no le impiden seguir con la más noble y
desinteresada pasión argentina, los acontecimientos de la Patria. Las cartas políticas de
San Martín en estos años adversos, evidencian tanto la grandeza de su alma como
la ponderación de su juicio.
Se ha librado definitivamente de la
sofística demoliberal y tiene los ojos puestos en la dura realidad; ahora sabe
que:
“la causa o el agente que dirige (los
males) no penden tanto de los hombres como de las instituciones -en una
palabra- las cuales no ofrecen a los
gobiernos las garantías necesarias –me explicaré- que no están en armonía con
sus necesidades… veinte años de tristes y espantosas experiencias y veinte años
en busca de una libertad que no ha existido, deben hacer pensar a nuestros
compatriotas con alguna más solidez y lo dificulto… el mal está en las
instituciones y sí solo en las instituciones”.
(Carta dirigida a D. Vicente López y
Planes –Bruselas, 12 de mayo de 1830).
San Martín comprende que el ensayo
jacobino de cambiar la Ciudad
histórica por una ciudad nueva y enteramente prefabricada, es una verdadera
locura y su resultado efectivo, la anarquía y el relajamiento de las
costumbres. No se quebrantan impunemente los vínculos espirituales y sociales;
no se cultiva en vano la duda y el escepticismo en las almas. El liberalismo es
antirreligioso, antinacional y antiheroico; es un principio extranjero allí
donde Dios y la Patria
son fuertes en las almas y los pilares que sostienen las instituciones de la República.
El liberalismo no se descubre jamás en
sus últimas intenciones, participa en la estrategia del disimulo tan grata a
los masones que son sus portavoces y ejecutores: “Sed dulces como la miel,
suaves como la seda y prudentes y cautos como nuestra serpiente sagrada, cuya
cola veréis siempre enroscarse en torno a su presa con la suavidad de una
caricia amorosa”.
Humanidad, Democracia, Paz perpetua,
Civilización, Progreso, Libertad, Igualdad, Fraternidad, tolerancia y respeto
de todas las creencias, de todas las ideas y de todas las costumbres; he aquí algunas expresiones rituales del
liberalismo con su característica dulzura, suavidad, prudencia y cautela para
ir envolviendo a las almas hasta quebrar sus resistencias interiores y
ahogarlas en la confusión de todo con todo.
El héroe se zafa de la sutil
influencia envolvente y permanece en su
ser; nada extraño a su espíritu puede doblegarlo jamás; de ahí el odio que le
profesan los hijos de la serpiente sagrada, tan grande como va a ser la amistad
y la admiración del héroe por el Restaurador y Defensor de la Patria.
Rosas acaba de llegar al gobierno por
primera vez; pero no puede o no juzga oportuno todavía, romper con los métodos
liberales que se vienen declamando desde 1810. A pesar de la obra
constructiva que se realiza en este período –recordemos que es uno de los
principales gestores del Pacto Federal del
4 de enero de 1831, fundamento de la unidad nacional-, lo cierto es que termina
por ceder al criterio político de la clase dirigente porteña, integrada por
federales y unitarios ilustrados en las mismas fuentes ideológicas del Siglo de
las Luces; esto aparte de su hermandad masónica que antaño y hogaño, congrega a
los dirigentes de los partidos políticos antagónicos, según es norma en la Democracia.
Rosas devuelve a la Legislatura de Buenos
Aires las facultades extraordinarias, cuyo ejercicio por la autoridad personal
se estima improcedente prolongar y entrega el gobierno a Balcarce a fines del
año 1832.
No hay en las relaciones sociales ni hay
paz interior; pero los logistas de uno y otro bando necesitan alejar la sombra
de César que se cierne sobre la
República anarquizada. Necesitan cortarle las alas al
Dictador para que no pueda remontar su vuelo de águila. Fingen horror a la
autoridad personal, aunque saben que la autoridad no puede ser más que
personal. Prefieren la apariencia
democrática de los Congresos y de los
Parlamentos, donde se juega a las libres discusiones y a las votaciones libres;
pero, en general, después que los “hermanos” de los diversos partidos han
preparado hábilmente la solución logista. Y cuando el resultado es adverso a
la decisión de la autoridad invisible,
se disponen las medidas necesarias para anularlo prácticamente.
Claro está que las gentes honestas y
patriotas ignoran este juego de ficciones; y finalmente no les queda más que
una reacción extrema –si todavía hay tiempo- para evitar la destrucción de la República.
Y por esto es que San Martín frente a los
sucesos de Buenos Aires le anticipa a O´Higgins en carta fechada en París, el 20 de
marzo de 1831:
“ … A la verdad que cuando uno considera que
tanta sangre y sacrificios no han sido empleados sino para perpetuar el desorden y la
anarquía, se llena el alma de un cruel desconsuelo. Las noticias últimas de
Buenos Aires no dejan la menor esperanza de transacción entre federales y
unitarios y la cuestión debe decidirse
con ríos de sangre americana…”
Las logias secretas que actúan en la Revolución de Mayo,
sirven para minar políticamente a la autoridad española y cumplen un importante
papel en ese sentido, como lo reconoce el mismo San Martín refiriéndose
especialmente a la Logia Lautaro;
pero no solo se revelan incapaces para estabilizar la nueva autoridad política,
sino que precipitan al país por la pendiente de la anarquía y de la disolución
social. La razón es, a nuestro juicio, que muchos de sus miembros no están inspirados como el Libertador por un designio
exclusivamente político (como lo prueban los hechos todos de su vida pública,
tanto en América como en Europa), sino que son masones de vara alta, de esos
que participan en los designios más
ocultos de la Masonería Internacional: su misión es
aprovechar el movimiento emancipador
para hacer su revolución ideológica profunda, absoluta, total; esto es, para
arrasar de las almas la Fe
católica y las antiguas virtudes, para deshacer los vínculos sociales y las
instituciones de la
Tradición.
En otros términos, la Masonería pretende utilizar la Revolución de Mayo para
destruir en los pueblos del Plata, la formidable valla espiritual levantada por
la Contrarreforma
en todo el mundo romano y que resistía desde hacia casi tres siglos, los
embates del liberalismo religioso y filosófico.
La situación oscura e incierta de Buenos
Aires que San Martín describe en su carta a O´Higgins, se hace mucho más
sombría e insegura cuando Rosas deja el gobierno en 1832. Los logistas
federales y unitarios aprovechan su alejamiento
con motivo de su expedición al Desierto, para conspirar bajo la sombra
propicia de Balcarce primero y de Viamonte después ; su preponderancia política
cada vez más decisiva, se traduce en un recrudecimiento de la anarquía y de la
violencia en todo el país que va a culminar con el asesinato de Quiroga a
comienzos del año 1835.
Rosas, por su parte, dedica todo el año 33 a su memorable expedición
que completa la obra colonizadora iniciada en su mocedad y que exalta su
prestigio personal como indiscutible Señor de la Pampa. Tiene sumo interés para
apreciar el grado de comprensión del problema político nacional, alcanzado por
Rosas a esta altura de los acontecimientos, reproducir algunos pasajes de su proclama a los valerosos y sufridos
expedicionarios del ala izquierda, dada en el Río Colorado el 23 de julio de
1833:
“El primer deber de los argentinos es
respetar la religión del Estado…
En vano la corrupción de los tiempos y la
prevaricación de ilustrados, supersticiosos y rudos, con presunciones de
sabiduría, han querido negar el infinito poder de su grandeza…
Nuestra religión engendra virtudes
cristianas que constituyen la base de la
felicidad de los Estados. Ella enseña el
respeto y la sumisión a la Ley,
tan necesaria para la felicidad común”.
Esta visión certera y justa de las causas
de ese estado de revolución en permanencia, como dice San Martín, se completa
con la carta que le envía a Quiroga, el 20 de diciembre de 1834, cuyo contenido
son las instrucciones para el mejor
cumplimiento para su misión ante los gobierno de Tucumán y Salta:
“…Obsérvese que el haber predominado en
el país una facción… que ha descarrilado las opiniones, puesto en choque los
intereses particulares, propagado la inmoralidad y la intriga, y fraccionado en
bandos de tal modo la sociedad, que no ha dejado casi reliquias de ningún
vínculo, extendiéndose su furor hasta romper el más sagrado de todos y el único que podía servir para
restablecer los demás, cual es el de la
religión; y que en este lastimoso
estado es preciso crearlo todo de nuevo, trabajando primero en pequeño; y por fracciones para entablar
después un sistema general que lo abrace todo…
Después de esto, en el estado de
agitación en que están los pueblos, contaminados de unitarios, de logistas, de
aspirantes, de agentes secretos de otras naciones, y de las grandes logias que
tienen en conmoción a toda Europa…”
Y así llega el año de la gran decisión
política: la Ley del
7 de marzo de 1835 que entrega a Rosas la suma del poder público. Este acto
de sinceridad y de coraje termina con las ficciones liberales y con las
mentiras democráticas que están destruyendo a la Patria, e inaugura una política
de verdad que dura casi veinte años, hasta que en 1852, el liberalismo vuelve
al poder que todavía retiene en el día de hoy.
La decisión del 7 de marzo de 1835, no es
más que el reconocimiento jurídico de una superioridad personal, indispensable
para restablecer el orden y la justicia. Se trata de la restauración de la Ley como razón vital y
viviente de un pueblo: cuando se relaja
en las costumbres, necesita volver a identificarse con el prestigio personal de
un verdadero conductor para irradiar
como una disciplina sobre la multitud. El mismo Rosas lo explica en su
primer mensaje a la
Legislatura de Buenos Aires:
“… Efectivamente había llegado aquel
tiempo fatal en que se hace necesario el influjo personal sobre las masas pata
restablecer el orden, las garantías y las mismas leyes desobedecidas”.
Y es esta época de la Restauración que se
consolida la unidad nacional, se restablece la disciplina interior y se impone
la respetabilidad externa de la
República a una altura jamás alcanzada después. La Gran Argentina de Rosas para
obtener esa fuerza moral que la sostiene hasta el presente a pesar de tantas
claudicaciones, tiene que vencer dificultades increíbles y aceptar una vida
peligrosa en continua vigilia sobre la Patria amenazada, fiel a la consigna de Mayo: Patriotismo sobre todo.
Ha llegado el momento de preguntarnos ¿Cuál
es la actitud de San Martín frente a la dictadura de Rosas? ¿Cuál es la definición política del Padre de la Patria en esta encrucijada
del destino nacional? ¿Aprueba o rechaza el poder absoluto y personal como
solución política para salvar a la
Patria?
La verdad que se oculta sistemáticamente
desde hace un siglo, es que San Martín no sólo aprueba la dictadura de Rosas,
sino que anticipa su llegada como la solución prudencial del problema político
y el único medio de salvar a la República.
Más todavía, un año antes de que Rosas sea investido con la
suma del poder público, San Martín
expone la doctrina de la
Dictadura y hasta indica quien va a asumir el gobierno
absoluto. En su extensa y poco conocida carta a su amigo D. Tomás Guido,
fechada en París, el 1º de febrero de 1834, después de hacer una breve reseña
sobre los sucesos de Buenos Aires y de volver sobre sus argumentos anteriores
para explicar “la anarquía hecha costumbre”, dice:
“Que sepan los díscolos y aún los
cívicos, y demás fuerzas armadas de la ciudad, que un par de Regimientos de
milicias de la campaña impide la entrada de ganado por sólo 15 días –y estoy
bien seguro- que el pueblo mismo será el más interesado en evitar todo
trastorno, so pena de no comer, y esto es muy formal. A esto
se me dirá que el que tenga más ascendiente en la campaña será el verdadero
Jefe de Estado; y en este caso no existiría el orden legal. Sin duda, Sr.
Don Tomás esta es mi opinión, por el principio bien simple que el
título de un gobierno no está asignado a
la más o menos liberalidad de sus principios, pero sí a la influencia que tiene
en el bienestar de los que obedecen. Ya es tiempo de dejarnos de teorías
que 24 años de experiencia no han producido más que calamidades. Los hombres no
viven de ilusiones, sino de hechos. ¿Qué me importa que se me repita hasta la saciedad que vivo
en un país de libertad, si por el contrario se me oprime?... Maldita sea la tal
libertad, no será el hijo de mi madre el que vaya a gozar de los beneficios que ella proporciona. Hasta
que no vea establecido un gobierno que los demagogos llamen Tirano y me proteja
contra los bienes que me brinda la actual libertad. Tal vez dirá Vd.: que esta carta está escrita con un humor bien
soldadesco. Vd. Tendrá razón pero convenga que a los 53 años no puede uno
admitir de buena fe el que se le quiera dar gato por liebre.
No hay una sola vez que escriba sobre
nuestro país que no sufra una irritación –dejemos este asunto- y concluyo
diciendo que el hombre que establezca el orden en nuestra Patria: sean cuales
sean los medios que parta ello emplee, es el solo que merecerá el noble título
de su libertador”.
Todo comentario huelga. Y para que no se
crea que se trata de una manifestación aislada o circunstancial, nada mejor que
reproducir algunos pasajes de cartas anteriores y posteriores a la que acabo de
citar. Ya hemos comentado el proceso de sus ideas políticas a partir del año
1825, así como su firme convicción de que los principales responsables de ese
desorden continuado son los liberales. En carta a O´Higgins, fechada en París
el 13 de octubre de 1833, se confirma plenamente en su crítica a la política
demoliberal:
“… Yo estoy firmemente convencido que los males que afligen a los nuevos Estados de América no dependen
tanto de sus habitantes como de sus constituciones que los rigen. Si los que se
llaman legisladores en América hubiesen tenido presente que no se les debe dar
las mejores leyes, pero si las que sean adecuadas a su carácter, la situación de nuestro país sería
diferente…”
En estas sensatas y prudentisimas
observaciones, se escucha la voz de la sabiduría tan antigua como la verdadera
política: la voz de Solón.
A fines del año 1835 – desde hace nueve
meses Rosas gobierna según su ciencia y conciencia- en carta a Guido que lleva
fecha 17 de diciembre, le recuerda que:
“… Hace cerca de dos años escribí a Vd.
que yo no encontraba otro arbitrio para cortar los males que por tanto tiempo
han afligido a nuestra desgraciada
tierra que el establecimiento de un Gobierno fuerte, o más claro,
Absoluto, que enseñase a nuestros compatriotas a obedecer. Yo estoy convencido
que cuando los hombre no quieren obedecer la
Ley, no queda otro arbitrio que la fuerza. 25 años en busca
de una libertad que no solo no ha existido sino que en este largo período de
opresión, la inseguridad individual, la destrucción de fortunas, Desenfreno,
Venalidad, Corrupción, y Guerra Civil han sido el fruto que la Patria ha recogido después
de tantos sacrificios. Ya era tiempo de
poner término a los males de tal tamaño, y para conseguir tan loable objeto yo
miro como bueno y legal todo Gobierno
que establezca el orden de un modo sólido y estable: y no dudo que su opinión,
y la de todos los hombres que aman al país, pensarán como yo”.
Y un año después, el 26 de octubre de
1836, le escribe nuevamente a Guido para volver sobre su doctrina del absolutismo
político y expresarle su complacencia por el rumbo que lleva la República, conducida por
el brazo vigoroso de Rosas:
“… Veo con placer la marcha que sigue
nuestra Patria: Desengañémonos, nuestros países no pueden (a lo menos por
muchos años) regirse de otro modo que por Gobiernos vigorosos, más claro,
Despóticos. Si Santa Cruz en lugar de andar con paños calientes en Congresos
–Soberanía del Pueblo, etc. etc. hubiese dicho claramente sus intenciones
(porque estas son bien palpables) yo no desconfiaría del buen éxito, pero los tres
Congresos que tiene sobre sí, dieron con el en tierra, y lo peor de todo harán
la ruina del país; no hay otro arbitrio para salvar un Estado que tiene (como
el Perú) muchos doctores… que un
gobierno absoluto).
He aquí la definición política de San
Martín, clara, precisa, terminante, como todos los actos de su vida. Un soldado
no habla, no puede hablar de otro modo; llama a las cosas por su verdadero
nombre y no se cuida de los tribunos de la plebe ni de los doctores de la Democracia. Le
repugna el lenguaje de la “serpiente sagrada” y su repertorio de las grandes palabras vacías, las palabras
envolventes como caricias que los demagogos dejan caer sobre la estúpida
multitud y sobre el entusiasmo fácil de la juventud. El viejo soldado de la
independencia ya no se engaña con las huecas abstracciones ni con las
generalizaciones vagas y remotas de la realidad concreta y de las duras
necesidades. Sabe que detrás del velo de esa retórica “sentimentosa” y falaz
acechan las pasiones más bajas y serviles, un gran resentimiento plebeyo en
contra de toda excelencia divina y
humana, en contra de toda legítima superioridad.
San Martín no expone la doctrina de la Dictadura como una
solución política de validez general, aplicable a todos los casos. Sería incurrir
en el dogmatismo vicioso de los discípulos de Juan Jacobo y en el utopismo
liberal de sus “locas teorías”. La política se rige por la razón prudencial;
esto es, una razón práctica que se
pronuncia en cada situación concreta e individual y resuelve lo mejor en vista
del Bien Común. No caben otras generalizaciones de la experiencia ética que las
analogías, pero sin descuidar jamás lo propio e intransferible de la
individualidad histórica que se considera.
Frente a la piedra libre de las abstracciones
democráticas y a la extensión del desorden y la arbitrariedad que precipitan a
su Patria en la servidumbre irremediable,
San Martín reclama una solución reaccionaria y autoritaria, la más reaccionaria
y autoritaria que haya formulado un hombre público argentino, incluido el mismo
Rosas.
El héroe nacional no sabe adular, solo
sabe definir. Le interesa por sobre todas las cosas humanas, la salvación de la Patria aunque se hunda la Democracia con sus
grandes palabras vacías.
San Martín nos ha dejado una lección de
sinceridad, de coraje y de justicia, en esta definición política:
La democracia puede ser un régimen legítimo
y normal de gobierno si es conforme a la
modalidad del pueblo que lo soporta y es capaz de generar auténticas superioridades
rectoras; de lo contrario, se corrompe y degrada en brutal demagogia. Pero el
dogma de la Democracia,
consagrado por masones, liberales y comunistas, como la única solución legítima
que debe darse al gobierno de las
naciones, en nombre de la
Civilización y del Progreso de la Humanidad, es un falso y
monstruoso ídolo, una superstición aberrante, la fuente de la peor de las
tiranías y un pretexto inagotable para todas las formas de traición a la Patria.
Y esta lección magistral de prudencia política
tiene su verificación más completa en la conducta respectiva del Libertador y
de los emigrados de Montevideo y de Santiago de Chile durante la Dictadura de Rosas; es el contraste de la fidelidad y de la
traición, del desinterés y de la venalidad, de la colaboración patriótica y de
la conspiración artera.
San Martín no ha tenido aún contacto directo con Rosas,
cuando expone su doctrina del gobierno absoluto y señala al Comandante de la Campaña como el futuro
Dictador. Recién en el año 1838 y con motivo del primer bloqueo francés, se
inicia una correspondencia histórica entre los dos grandes argentinos que se
mantiene hasta la muerte de San Martín en 1850: se abre a el espontáneo
ofrecimiento del Libertador en defensa de la Patria amenazada, el 5 de agosto de 1838; y se
cierra con una carta de Rosas, fechada en Buenos Aires, el 15 de agosto de 1850
(dos días antes de la muerte da San Martín), en la cual agradece un nuevo y
definitivo testimonio de adhesión a su política de soberanía y de justicia en
pro de la Gran Argentina.
Quiere decir, pues, que mucho antes de
que San Martín brinde todo su apoyo
moral y su decisiva colaboración a la política exterior del Jefe de la Confederación Argentina,
aprueba y adhiere al gobierno absoluto, autoritario y personal de Rosas. No
solo aplaude al Dictador, sino que ha reclamado su advenimiento para salvar a la Patria.
Esta es la verdad histórica que tarde o
temprano habrá de prevalecer en la conciencia argentina; y acaso, no está
lejano el día en que esa correspondencia
trascendental del Padre de la
Patria, claro testimonio de su vida y de sus hechos
ejemplares, sea lectura formativa y obligada de de los jóvenes argentinos, así
como hoy se deforma obligatoriaménte con las páginas de Sarmiento y de Alberdi.
CONCLUSIÓN
C
|
reemos
haber probado que Rosas es el verdadero continuador de la obra histórica de San
Martín: la tarea cumplida por el Restaurador es el complemento necesario de la
que inicia el Libertador de la
Patria.
El camino abierto por San Martín conduce
a la época de Rosas; la trayectoria de su espada no puede llevar jamás ni las
Bases de Alberdi ni la
Pedagogía de Sarmiento; tienen que culminar lógicamente en el
espíritu cesáreo de su continuador histórico. Rosas, por su parte, puede justificar su lucha como una continuación de
la empresa libertadora del gran Capitán de los Andes:
“… Me ha cabido la suerte de consolidar la Independencia que
Vd. conquistó y he podido apreciar sus afanes por los míos”. (Carta de Rosas a San
Martín, fechada en Buenos Aires, el 15 de agosto de 1850).
San Martín y Rosas son dos patriotas
cabales; pero no son democráticos al estilo oligárquico ni al estilo
irigoyenista. No son hombres del pueblo sino las más altas jerarquías humanas
en el pueblo argentino, en cuyo espejo debe mirarse eternamente para ser un
verdadero pueblo y no una plebe servil, sin ideales y sin grandeza.+
Jordán
Bruno Genta
¡¡¡
Viva la Patria
!!!
¡¡¡
Viva la
Confederación Argentina !!!
¡¡¡Viva
el Libertador !!!
¡¡¡Viva
el Restaurador !!!
¡¡¡Soberanía
o Muerte !!!