La Vida en miniatura
En estos tiempos, en que
reina la confusión y las ambigüedades, no es para nada raro que no sepamos qué
hacer ni qué decir cuando se nos presentan interrogantes y criticas con
respecto a la defensa de la vida. Frente a una sociedad hedonista, que busca
todo lo contrario en pos de un falso modelo de verdad, de justicia y libertad,
queriendo atribuir “derechos” a diestra y siniestra, sin la cuota de
responsabilidades, ya sean sociales o individuales, que ellos conllevan.
Y ¿por qué no sabemos qué
hacer? Porque no sabemos dónde ni a quien mirar. Muchas veces, quienes deberían
guiarnos, se comportan de maneras que nos llenan aún mas de dudas, ya sea con
sus comentarios o acciones, y ¡quedamos en ascuas! ¡no sabemos para donde
disparar!.
Es por ello que, hoy más
que nunca, es necesario destacar, redescubrir y dar a conocer verdaderos
modelos, arquetipos de la defensa de la vida.
Escribe el padre Alfredo
Sáenz: “El arquetipo es así una suerte de
modelo original que GOLPEA al hombre
y lo ATRAE por su ejemplaridad; un
primer molde inmóvil y permanente, una forma o idea concretada en una persona,
que tiende a MARCAR al individuo,
instándole a su IMITACIÓN” (Arquetipos
Cristianos, pag.8).
Los arquetipos y modelos
se nos proponen para que podamos salir de nuestra comodidad y elevarnos,
trascendernos.
La forma en que la vida
de éstos modelos nos “golpea” y mueve a “imitarlo” es con el golpe de la
ADMIRACIÓN, ese “sentimiento que brota
del alma cuando el hombre percibe, sea la belleza física de alguien, sea su
grandeza moral o su bondad, realizadas en un grado EMINENTE” (Ídem,)
El gran Arquetipo es
Cristo, pero, también, se nos presentan modelos que, habiendo imitado a Cristo
con espíritu magnánimo, participan más de cerca de su ejemplaridad: los Santos.
Y no en muchas ocasiones estos hombre y mujeres se destacaron por virtudes o
cualidades que hayan resultado agradables para la época en que les toco vivir (ni
siquiera en ésta época), sino todo lo contrario. Son justamente estos
arquetipos los que debemos imitar, aunque su ejemplo moleste al mundo.
Tal es el caso del Dr.
Jerome LeJeune, médico genetista y
profesor francés, reconocido por descubrir, entre otras cosas, que el síndrome
de Down se debe a la presencia de una anomalía cromosómica: la Trisomia 21, y
ha sido considerado el Padre de la Genética Moderna.
¿Por qué lo presentamos
como un modelo? Porque supo hacerle frente a la Cultura de la Muerte enarbolando la Bandera de la Vida, sin
tapujos ni respetos humanos, prefiriendo incluso despreciar la fama y
reconocimiento humano para honrar la verdad y honrar a Dios.
El Dr. LeJeune estaba postulado al Premio
Nobel, pero para adquirir tal distinción, tenía que abandonar su línea Pro Vida
(en esos tiempos, Francia debatía el Proyecto de Ley de Aborto Eugenésico, y
por todo el mundo se extendía el libertinaje sexual con todas sus
consecuencias). Ahora bien, no solo se mantuvo firme en su postura, sino que
tuvo la valentía de llevar la causa Pro Vida a las Naciones Unidas y de
referirse a la Organización Mundial de la Salud diciendo en un discurso: ”He aquí una institución para la salud que
se ha transformado en una institución para la muerte”. Como era de
esperarse, desde ese momento fue tachado de fundamentalista, los fondos para
sus investigaciones fueron retirados, y, obviamente, perdió el Premio Nobel.
Esto solo animó mas al Dr.
LeJeune para no solo mantenerse en su postura, sino salirle al paso a la
Cultura de la Muerte con fundamentos científicos, dejando en claro que desde la
concepción nos encontramos frente a un ser humano; “Cada uno de nosotros tiene un momento preciso en
que comenzamos. Es el momento en que toda la necesaria y suficiente información
genética es recogida dentro de una célula, el huevo fertilizado, y este momento
es el momento de la fertilización (fecundación, concepción). Sabemos que esta
información está escrita en un tipo de cinta a la que llamamos ADN… la vida
está escrita en un lenguaje fantásticamente miniaturizado”” Si el mensaje es un
mensaje humano, el ser es un ser humano”.
También, en sus estudios tira
por el piso la Teoría de Genero, demostrando que no sólo somos hombres o
mujeres a causa de una “imposición cultural”, sino que está determinado en
nuestros genes desde el mismo inicio de nuestra existencia: “ El descubrimiento
consiste en que el subrayado del mensaje masculino le dice a la primera célula
cómo construir la membrana que va a proteger al bebé y cómo construir la
placenta que tomará las provisiones de sangre de la mamá; así, de hecho, el
hombre tiene en la primera célula el deber de conseguir el alimento y construir
el albergue, de construir la choza y salir a cazar. Por el contrario, el
mensaje femenino es el de cómo formar diferentes partes que al ser ensambladas
formaran un bebé.
Es verdaderamente
extraordinario que la división de las tareas que encontramos en los mayores ya
está escrita en el diminuto lenguaje de la genética en la primera célula de un
milímetro y medio de ancho que es el epítome, el resumen, la disminución a la mínima
expresión de la persona humana” (Discurso dado el 7/6/1990 ante
la Asamblea Legislativa del Estado de Lousiana, USA)
El Dr. LeJeune fue
presidente de la Pontificia Academia para la Vida, nombrado en febrero de 1994,
pero falleció el 3 de Abril del mismo año, nada más ni nada menos que un
Domingo de Pascua. Como parte de su legado creó junto a su familia una
fundación para estudiar y tratar el Síndrome de Down y otras alteraciones
genéticas mentales, ayudando a miles de personas hasta la actualidad, brindando
tratamientos físicos y psicológicos, orientándolos para tener una calidad de
vida mayor y para aprovechar sus capacidades.
El 28 de Junio de 2007 se
inicio su causa de Beatificación y Canonización. El proceso diocesano concluyo
el 11 de Abril de 2012 en París.
Recemos para que sea
reconocida oficialmente la santidad de su vida, y, sobre todo, imitemos su
entrega generosa al servicio de la Verdad y de la Vida, su fortaleza para
decirle NO a los que quieren instaurar la Cultura de la Muerte, aunque eso
desagrade al mundo contemporáneo.
“ Oh Dios, que has creado
al hombre a tu Imagen y le has destinado a compartir Tu Gloria, te damos
gracias por haberle dado a tu Iglesia el profesor Jerome LeJeune, eminente
servidor de la vida.
Él supo poner su
penetrante inteligencia y su fe profunda al servicio de la defensa de la vida
humana, especialmente de la vida en gestación, en el incansable empeño de
cuidarla y sanarla. Testigo apasionado de la verdad y de la caridad, supo
reconciliar, ante los ojos del mundo contemporáneo, la fe y la razón.
Concédenos por su
intercesión, según Tu Voluntad, la gracia que te pedimos, con la esperanza de
que pronto sea contado entre el número de tus santos. Amén”