NO ESCOGIÓ LA MEJOR PARTE…
¡¡POBRE MARTA!!
Todos la vapulean, la critican, la juzgan, la condenan…
No hay nadie que salga en defensa de esta mujer en ninguna charla, en ningún sermón, en ninguna homilía… Lo más que dicen es: “La labor de Marta complementa la de María”, pero añaden inexorablemente: “Sin embargo, el propio Señor dijo que María había escogido la mejor parte”.
Ahora bien, ¿es en realidad tan culpable?
Vamos a averiguarlo.
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En los tres pasajes donde aparece su
hermana María de Betania también está ella, Marta; pero los ojos de
todos se enfocan invariablemente hacia María, la oidora atenta de las
palabras de Jesús.
El Señor, empero, nos ordena categóricamente en Proverbios 31: 8-9:
“Abre tu boca
por el mundo en el juicio de todos los desvalidos. Abre tu boca, juzga
con justicia y defiende la causa del pobre y del menesteroso”.
Saquemos entonces la cara por Marta en
esta oportunidad y defendamos a esta pobre muda que ha sido tan
condenada a través de los siglos.
¿Hay algo que podamos alegar a favor de ella?
¡Pues sí!
MARTA ERA UNA MUJER HOSPITALARIA
En San Lucas 10: 38 leemos lo siguiente:
“Aconteció que yendo de camino, entró (Jesús) en una aldea; y una mujer llamada Marta Le recibió en su casa”.
Era la hermana mayor de los tres y por
ende, la dueña de la casa. Y recibió a Jesús allí –en su propia casa–
para atenderlo y agasajarlo. Y con vistas a eso, nos dice el versículo
40 que:
“Marta se preocupaba con muchos quehaceres…”
Quería atender a Jesús con todo esmero y
por eso, se preocupaba de todos los detalles. Quizás andaba con el
delantal sucio, con la cara tiznada por el carbón, con la frente
sudorosa, pero, ¿qué le importaba nada de eso, si lo estaba haciendo
para Jesús? Al fin y al cabo, en medio de todas sus faenas, su único
pensamiento era Él.
En San Juan 11, en pleno velorio de su
hermano Lázaro, la primera en recibir a Jesús fue Marta. Hizo a un lado
el dolor de su pérdida y en el versículo 20, leemos:
“Entonces Marta, cuando oyó que Jesús venía, salió a encontrarle; pero María se quedó en casa”.
El Señor, para ella, era el primero, el
huésped de honor. Todo lo demás era secundario, incluso su tristeza y su
pesar. Y allá fue a encontrarle.
Y en el capítulo 12 de San Juan, días
después de la resurrección de Lázaro, el versículo 2 nos informa que le
hicieron una cena a Jesús, en la que “Marta servía…”
Todos estaban en la mesa –Jesús, María,
Lázaro, los invitados, etc. Sin embargo, la celebración de Marta era en
la cocina. Ella miraba de lejos y oía a medias las conversaciones, pero
su corazón estaba rebosando de alegría porque allí estaba el Señor, en
su casa y comiendo de los manjares que ella misma había preparado con
tanto amor y con tanta ternura. Y para Marta, eso era suficiente.
Pues bien, ¿hay algo más que podamos decir a favor de Marta?
¡Sí, sí lo hay!
MARTA ERA UNA MUJER DE FE
Es cierto que no pasaba horas a los Pies del Maestro, pero en lo recóndito de su alma vivía una profunda experiencia de fe.
Por eso, aquel triste día del velorio de
Lázaro, cuando Jesús vino a Betania, tuvo lugar este diálogo entre Jesús
y ella, que leemos en San Juan 11: 20-27:
“Entonces
Marta, cuando oyó que Jesús venía, salió a encontrarle; pero María se
quedó en casa. Y Marta dijo a Jesús: Señor, si hubieses estado aquí, mi
hermano no habría muerto. Mas también sé ahora que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo dará.
Jesús le dijo: Tu hermano resucitará. Marta le dijo: Yo sé que
resucitará en la resurrección, en el día postrero. Le dijo Jesús: Yo soy
la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto,
vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente.
¿Crees esto? Le dijo: Sí, Señor; yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo”.
¡Virgen Inmaculada! ¡Qué clase de fe tenía aquella cocinera, ignorada e insignificante!
Esta mujer, que todos señalan con el dedo, fue capaz de decirle a Cristo: “… Yo
sé que todo lo que pidas a Dios, Él te lo dará… Sí, yo he creído que Tú
eres el Cristo, el Hijo de Dios, que ha venido al mundo”.
No pasaría horas interminables a los pies de Jesús, pero tenía una fe que movía las montañas.
¿Algo más que decir acerca de Marta?
Bueno…, vamos a intentarlo.
MARTA ERA UNA MUJER APOSTÓLICA
Llevaba a otros a Cristo. Invitaba a
otras personas para que se acercaran a Jesús. Y por eso, después de ese
diálogo con Jesús, leemos en San Juan 11: 28 que ella “… fue y llamó a María su hermana, diciéndole en secreto: “El Maestro está aquí y te llama”.
Nuestros diálogos con el Señor deben
producir frutos de apostolado. De otro modo, esos diálogos son
estériles. Los sacerdotes, las religiosos de vida activa, los laicos
apostólicos tienen la responsabilidad de anunciar el Evangelio a todas
las personas (cada cual en su esfera). Los religiosos y las religiosas
contemplativos tienen también esa responsabilidad, aunque la desarrollan
en otra esfera –a través de la oración y el sacrificio, etc.
Pero no podemos olvidar que a todos los bautizados Cristo nos ha dado esa gran comisión: “Id por todo el mundo y anunciad el Evangelio a toda criatura”.
Y quiero añadir algo más…
MARTA ERA UNA MUJER GOBERNADA POR EL ESPÍRITU SANTO
En San Lucas 11: 40, le dice a Jesús: “Señor….”
En San Juan 11: 21, se dirige a Él, llamándole también: “Señor…”
En San Juan 11: 27, respondiendo a la pregunta de Jesús, le dice: “Señor….”
Y el Apóstol San Pablo nos enseña en I Corintios 12: 3 que “nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo”.
CONCLUSIÓN
Creo que después de estas reflexiones, ya no sabemos con quién quedarnos, ¿no es cierto?
La realidad, empero, es que todos tenemos que ser “Marías” y todos tenemos que ser “Martas”.
Hay momentos en que se nos exige que seamos “Marías” y que busquemos al Señor en oración profunda, coloquial, sincera y humilde.
Pero hay ocasiones en que las
circunstancias nos demandan que seamos “Martas” y que sirvamos a Jesús
sirviendo a nuestros hermanos.
Pienso que una plegaria que podríamos recitar sería algo así:
“Señor, Tú sabes que deseamos hacer Tu voluntad. Muéstranos cuándo debemos ser “Marías” y cuándo debemos ser “Martas”.
Que no seamos “Marías” cuando Tú quieres que seamos “Martas”, y que no seamos “Martas” cuando Tú deseas que seamos “Marías”.
Y para ello, haz
que tu Espíritu Santo tome el control absoluto de nuestra vida. Toma
todo lo que tenemos y todo lo que somos y ponlo en función de Tu Reino”.
Reynaldo