PARODIA Y DESDORO EN LO DE ROMERO
El desaforado personalismo que aqueja a la Iglesia de nuestros días no ahorra recursos, y a las canonizaciones-express le suma la inclusión en el martirologio de hombres que no consta hayan muerto in odium fidei, por muy conmovedoras que hayan sido las circunstancias de su muerte (notándose, consecuentemente, el desconocimiento oficial de aquellos que sí debieran ser ofrecidos a la pública veneración como testigos).
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La beatificación de monseñor Romero es ejemplar sólo en este sentido, y
se presenta llena de aditamentos que ilustran a suficiencia el caos
doctrinal que cunde del Papa para abajo. Baste indicar, para botón de
muestra, que un alto dignatario de la secta luterana salvadoreña
presente en los festejos de la beatificación se sirvió precisar con ecuménica convicción que «monseñor Romero es de todos, también de los luteranos», abundando que «ya se ha firmado un comunicado conjunto de la Iglesia Católica y la Iglesia Luterana sobre la justificación por la fe que tanto nos había dividido en la historia de la Iglesia».
Pero mejor que estos parleros hablan los pastiches, la grotesca iconografía que acompañó a la apoteosis de Romero, que hizo olvidar -a no ser por la nota paródica presente en algunos de ellos, referida a motivos cristianos tergiversados, salvajemente deformados- que se estaba celebrando la memoria de un obispo católico -de alguien que, al fin de cuentas, había sido consagrado a Cristo. Ángeles trocados por helicópteros; antorchas olímpicas parejas en dignidad al copón, del que asoman hostias hinchadas como huevos; una especie de "sagrado corazón" de Romero; la corona de laurel que una rolliza ninfa flotante le deposita en la cabeza al obispo, etc. Una galería elocuente de aquella fe que hoy triunfa en el mundo.
Pero mejor que estos parleros hablan los pastiches, la grotesca iconografía que acompañó a la apoteosis de Romero, que hizo olvidar -a no ser por la nota paródica presente en algunos de ellos, referida a motivos cristianos tergiversados, salvajemente deformados- que se estaba celebrando la memoria de un obispo católico -de alguien que, al fin de cuentas, había sido consagrado a Cristo. Ángeles trocados por helicópteros; antorchas olímpicas parejas en dignidad al copón, del que asoman hostias hinchadas como huevos; una especie de "sagrado corazón" de Romero; la corona de laurel que una rolliza ninfa flotante le deposita en la cabeza al obispo, etc. Una galería elocuente de aquella fe que hoy triunfa en el mundo.