Moeller: Jesucristo en la mentalidad contemporánea
Ofrecemos a nuestros lectores unas páginas
de Charles Moeller sobre Jesucristo en la mentalidad contemporánea. Hace
algunas consideraciones sobre Simone Weil* que tal vez alguno de nuestros lectores pueda criticar o matizar.
I. JESUCRISTO PARA LOS NO CRISTIANOS
La
humanidad de Jesús, como su divinidad, se comprende mal en los medios no
cristianos: o Jesús no es más que un hombre, o no es más que un Dios, pero
en ambos casos su «encarnación» no tiene el sentido ortodoxo que le da el
cristianismo.
1.
Jesús no es más que un hombre.
Ya
los judeocristíanos hacían de Jesús el más grande de los profetas, pero le
negaban la cualidad de Hijo de Dios. Si saltamos por encima de
diecinueve siglos de historia, nos encontramos con Renán, quien en su Vida
de Jesús nos ha dado un retrato idílico (y falso) de aquel a quien él
llamaba el «hombre perfecto», un «dulce idealista», un «revolucionario pacífico».
Hay todavía muchos no cristianos que sienten una profunda admiración por
el hombre que fue Jesús. Sin mucho peligro de error, se podrían distinguir
dos corrientes: la primera ve en Jesús la encarnación casi perfecta del
sentimiento religioso; la segunda se complace en subrayar en Él el amor «a
los humildes y a los desgraciados»: Jesús hombre sería una especie de primer
testigo de un «socialismo evangélico».
Los no cristianos que ven en Jesús
un testigo del sentimiento religioso pertenecen, históricamente, al
liberalismo protestante. Harnack, en 1888, reduce el cristianismo a la
revelación del sentimiento filial hacia Dios-Padre. Esta religión
puramente interior debería estar limpia de todo un revestimiento mitológico
(todo eso que los católicos llaman el dogma); así purificada, la fe
cristiana sería una de las expresiones más simples y más universales del
sentimiento religioso al estado puro: el sentimiento de la dependencia ante
Dios, matizado con una nota de confianza en otras grandes religiones no
cristianas, el bramanismo de Ramanudja, por ejemplo. El presupuesto central es
que Jesús no es un Dios encarnado.
Una
variante de la tendencia religiosa a propósito de Jesús es la que representa,
por ejemplo, Gide. La citamos porque es típica. Según el autor de Nourrítures
terrestres, Jesús no ha sido nunca nada más que el profeta de la
alegría (en el sentido gidiano, una especie de hedonismo panteísta); el
evangelio no contendría ninguna advertencia sobre «el renunciamiento y la
ascesis». La frase «Dios es amor» debe ser invertida: «El amor es Dios.»…
La
segunda tendencia que domina el mundo no cristiano a propósito de Jesús
procede de esas «verdades cristianas convertidas en locura», de las que ya
habla Chesterton. Actualmente está todavía muy extendida, porque la
sostiene la poderosa corriente social que atraviesa nuestro siglo. Recuérdese la
palabra de Maurras sobre el «fermento revolucionario de las bienaventuranzas y
del Magníficat», del que la Iglesia habría hecho bien en expurgar
el catolicismo, por medio de su organización política y social. Históricamente,
esta corriente de evangelismo social se origina en las ideologías progresistas
de los siglos xviii y xix: durante mucho tiempo han sido el vehículo de
las ideas cristianas, podadas de todos sus contextos dogmáticos. Es el
famoso «perfume del vaso quebrado» del que hablaba Renán. Actualmente, cierto
número de revolucionarios ateos ven en Jesús un lejano antepasado del
socialismo. Dicen a veces que de buena gana aceptarían el evangelio, pero
que no pueden sino combatir con todas sus fuerzas a un cristianismo al que la
Iglesia ha comprometido definitivamente con el capitalismo. Pero
entiéndase bien: el Jesús evangélico al que admiran de esa manera no es
bajo ningún título un Dios, sino solamente una encarnación de la religión
del hombre o, mejor, de la religión del pueblo.
Las categorías de pensamiento que
están subyacentes en estas dos tendencias, actualmente están bien
superadas, tanto en la exégesis como en la ciencia y la filosofía. Pero no
conviene hacerse ilusiones: el racionalismo que ama todavía en Jesús y en
su mensaje «el perfume de un perfume, la sombra de una sombra» tiene
todavía innumerables representantes. Conviene establecer siempre, con los
métodos más rigurosos posibles, que es razonable creer en la
divinidad de Jesús.
2.
La encarnación de Jesús no es un «avatar» entre otros muchos.
Hay
no cristianos que ven en Jesús una encarnación de lo divino, de lo absoluto.
Solamente que no sería sino una manifestación entre otras muchas de los
descendimientos sucesivos de Dios en el tiempo: Osiris, Vishnú, Zoroastro, Buda
serían otros ejemplos. En otros términos, Jesús no sería más que un ejemplar,
el más perfecto, conceden algunos, de esa revelación del Dios trascendente al
hombre aprisionado en la cárcel de la materia y del tiempo. Más allá de todas
las diferencias aparentes entre las diversas encarnaciones del absoluto,
convendría remontarse hasta un substrato religioso universal idéntico. Este substrato
estaría claramente expresado en los místicos persas e hindúes. Los que no ven
en Jesús más que al hombre, siguen el error atribuido a Nestorio ; los que, por
el contrario, no ven en Él más que una epifanía transitoria de un absoluto
impersonal, se inspiran, sin saberlo, en la herejía doceta. O, mejor todavía,
siguen a la gnosis en todas sus distintas variedades. El relativismo religioso
pone en peligro el carácter único y trascendente de Jesús.
Thomas Mann, en José y sus
hermanos, es un testigo de este sincretismo «alejandrino», pero lo rebaja
en el sentido de un humanismo profano, por lo menos ante la crisis abierta por Doctor
Fausto… Hay que decir lo mismo de las novelas «místicas» de Somerset
Maughan, de Morgan, de Abellio.
El
relativismo religioso, conjugado con la fascinación que producen la gnosis, las
místicas orientales y todas las formas del metapsiquismo, es uno de los
peligros más graves en la actualidad, porque se esconde bajo el velo de un
misticismo religioso aparentemente universal; además, estas ideologías atraen
por las promesas vagas de poner al creyente en contacto palpable con el
invisible.
La
figura de Jesús está ahogada en un océano de tradiciones religiosas deformadas
para poder entrar en el cuadro de este sincretismo. Aunque por su vida y en
gran parte por su mismo pensamiento está fuera de estas críticas, la intuición
central del pensamiento religioso de Simone Weil es igualmente gnóstico. Afirma
en diversas ocasiones, en sus Cahiers, y repite en su Lettre á un
religieux, que quizá ha habido diversas encarnaciones de Jesús. Además, una
de las articulaciones centrales de su pensamiento es la de rechazar el Antiguo
Testamento y valorar las tradiciones religiosas egipcias, hindúes, persas,
griegas. El pensamiento de Simone Weil es, en lo esencial, y a pesar de sus
grandes aciertos en los detalles, una renovación del catarismo. En Jesús, la
autora no ha querido ver más que la pasión; niega la resurrección de la
humanidad del Salvador: una doctrina que la rechaza no puede ser ya un
«cristianismo parcial»; no es en absoluto cristiana, porque el
cristianismo es, en Jesús, Dios encarnado y resucitado, doctrina de muerte y
de vida. El esnobismo de muchos cristianos por el pensamiento de Simone
Weil es un índice típico del relativismo religioso que marca la evolución
religiosa de nuestro siglo. La gnosis es la tentación permanente que acecha al
espíritu que ha desconocido a Cristo (o que lo ha ignorado). Es la tentación
por excelencia, la que constantemente separa de Jesús (se trata, desde luego,
de la gnosis herética).
El
relativismo religioso es una tendencia muy extendida. Las categorías del
pensamiento, los métodos de investigación sobre los que pretendía fundarse,
actualmente están superados por la exégesis, la historia de las religiones, la
filosofía y la teología. Por desgracia, ese juego de fáciles paralelismos entre
Jesús y Buda, por ejemplo, atraerá siempre al gran público, que, evidentemente,
no está preparado para comprender las disciplinas matizadas y complejas de la
historia de las religiones. Todo el mundo no puede saber que el sistema de un
Reitzenstein, por ejemplo, no es tomado en serio por los especialistas. Sólo
los investigadores serios caerán en la cuenta de la falta de rigor histórico de
que adolecen estos paralelismos. El ambiente catastrófico de este tiempo induce,
por el contrario, a la tentación de abandonarse a hipótesis explicativas en las
que Jesús se convierte en un simple «avatar» del absoluto. Es necesario, por lo
tanto, en apologética, dar a conocer a los alumnos el verdadero estado de las
ciencias religiosas sobre este asunto. El libro de Huby, Christus, es
todavía indispensable, aunque haya sido ya superado en muchos puntos.
La corriente del sincretismo
parece muy diferente de la que representa, por ejemplo, el último Gide. En
realidad, estas dos tendencias surgen de la misma fuente, el racionalismo
religioso. Por ambas partes, la atracción de una explicación enteramente
transparente del universo es la que anima en secreto la gnosis moderna y el
amor a un Jesús puramente hombre; no son más que dos vertientes de un mismo
desarrollo, el de un universo que a partir de los enciclopedistas ha
desconocido a Jesús, Dios y hombre.
Tomado de:
Moeller, Ch. Mentalidad moderna y evangelización. 2ª ed., Herder (1967), ps. 123-127.
* N. de R.: La obra de Moeller es de la década de 1960. Recién en mayo de 1988, en un encuentro de la American
Weil Society en Cambridge, Massachussets, Simone Dietz, amiga de Weil, luego de
años de silencio, reveló que unos pocos meses antes de morir, Simone le pidió
que la bautizara, lo que ella hizo de inmediato.