sábado, 30 de mayo de 2015

Moeller: Jesucristo en la mentalidad contemporánea


Moeller: Jesucristo en la mentalidad contemporánea


Ofrecemos a nuestros lectores unas páginas de Charles Moeller sobre Jesucristo en la mentalidad contemporánea. Hace algunas consideraciones sobre Simone Weil* que tal vez alguno de nuestros lectores pueda criticar o matizar.
 
I. JESUCRISTO PARA LOS NO CRISTIANOS
La humanidad de Jesús, como su divinidad, se comprende mal en los medios no cristianos: o Jesús no es más que un hombre, o no es más que un Dios, pero en ambos casos su «encarnación» no tiene el sentido ortodoxo que le da el cristianismo.
1. Jesús no es más que un hombre.
Ya los judeocristíanos hacían de Jesús el más grande de los profetas, pero le negaban la cualidad de Hijo de Dios. Si saltamos por encima de diecinueve siglos de historia, nos encontramos con Renán, quien en su Vida de Jesús nos ha dado un retrato idílico (y falso) de aquel a quien él llamaba el «hombre perfecto», un «dulce idealista», un «revolucionario pacífico». Hay todavía muchos no cristianos que sienten una profunda admiración por el hombre que fue Jesús. Sin mucho peligro de error, se podrían distinguir dos corrientes: la primera ve en Jesús la encarnación casi perfecta del sentimiento religioso; la segunda se complace en subrayar en Él el amor «a los humildes y a los desgraciados»: Jesús hombre sería una especie de primer testigo de un «socialismo evangélico».
Los no cristianos que ven en Jesús un testigo del sentimiento religioso pertenecen, históricamente, al liberalismo protestante. Harnack, en 1888, reduce el cristianismo a la revelación del sentimiento filial hacia Dios-Padre. Esta religión puramente interior debería estar limpia de todo un revestimiento mitológico (todo eso que los católicos llaman el dogma); así purificada, la fe cristiana sería una de las expresiones más simples y más universales del sentimiento religioso al estado puro: el sentimiento de la dependencia ante Dios, matizado con una nota de confianza en otras grandes religiones no cristianas, el bramanismo de Ramanudja, por ejemplo. El presupuesto central es que Jesús no es un Dios encarnado.
Una variante de la tendencia religiosa a propósito de Jesús es la que representa, por ejemplo, Gide. La citamos porque es típica. Según el autor de Nourrítures terrestres, Jesús no ha sido nunca nada más que el profeta de la alegría (en el sentido gidiano, una especie de hedonismo panteísta); el evangelio no contendría ninguna advertencia sobre «el renunciamiento y la ascesis». La frase «Dios es amor» debe ser invertida: «El amor es Dios.»… 
La segunda tendencia que domina el mundo no cristiano a propósito de Jesús procede de esas «verdades cristianas convertidas en locura», de las que ya habla Chesterton. Actualmente está todavía muy extendida, porque la sostiene la poderosa corriente social que atraviesa nuestro siglo. Recuérdese la palabra de Maurras sobre el «fermento revolucionario de las bienaventuranzas y del Magníficat», del que la Iglesia habría hecho bien en expurgar el catolicismo, por medio de su organización política y social. Históricamente, esta corriente de evangelismo social se origina en las ideologías progresistas de los siglos xviii y xix: durante mucho tiempo han sido el vehículo de las ideas cristianas, podadas de todos sus contextos dogmáticos. Es el famoso «perfume del vaso quebrado» del que hablaba Renán. Actualmente, cierto número de revolucionarios ateos ven en Jesús un lejano antepasado del socialismo. Dicen a veces que de buena gana aceptarían el evangelio, pero que no pueden sino combatir con todas sus fuerzas a un cristianismo al que la Iglesia ha comprometido definitivamente con el capitalismo. Pero entiéndase bien: el Jesús evangélico al que admiran de esa manera no es bajo ningún título un Dios, sino solamente una encarnación de la religión del hombre o, mejor, de la religión del pueblo. 
Las categorías de pensamiento que están subyacentes en estas dos tendencias, actualmente están bien superadas, tanto en la exégesis como en la ciencia y la filosofía. Pero no conviene hacerse ilusiones: el racionalismo que ama todavía en Jesús y en su mensaje «el perfume de un perfume, la sombra de una sombra» tiene todavía innumerables representantes. Conviene establecer siempre, con los métodos más rigurosos posibles, que es razonable creer en la divinidad de Jesús.
2. La encarnación de Jesús no es un «avatar» entre otros muchos.
Hay no cristianos que ven en Jesús una encarnación de lo divino, de lo absoluto. Solamente que no sería sino una manifestación entre otras muchas de los descendimientos sucesivos de Dios en el tiempo: Osiris, Vishnú, Zoroastro, Buda serían otros ejemplos. En otros términos, Jesús no sería más que un ejemplar, el más perfecto, conceden algunos, de esa revelación del Dios trascendente al hombre aprisionado en la cárcel de la materia y del tiempo. Más allá de todas las diferencias aparentes entre las diversas encarnaciones del absoluto, convendría remontarse hasta un substrato religioso universal idéntico. Este substrato estaría claramente expresado en los místicos persas e hindúes. Los que no ven en Jesús más que al hombre, siguen el error atribuido a Nestorio ; los que, por el contrario, no ven en Él más que una epifanía transitoria de un absoluto impersonal, se inspiran, sin saberlo, en la herejía doceta. O, mejor todavía, siguen a la gnosis en todas sus distintas variedades. El relativismo religioso pone en peligro el carácter único y trascendente de Jesús.
Thomas Mann, en José y sus hermanos, es un testigo de este sincretismo «alejandrino», pero lo rebaja en el sentido de un humanismo profano, por lo menos ante la crisis abierta por Doctor Fausto… Hay que decir lo mismo de las novelas «místicas» de Somerset Maughan, de Morgan, de Abellio.
El relativismo religioso, conjugado con la fascinación que producen la gnosis, las místicas orientales y todas las formas del metapsiquismo, es uno de los peligros más graves en la actualidad, porque se esconde bajo el velo de un misticismo religioso aparentemente universal; además, estas ideologías atraen por las promesas vagas de poner al creyente en contacto palpable con el invisible.
La figura de Jesús está ahogada en un océano de tradiciones religiosas deformadas para poder entrar en el cuadro de este sincretismo. Aunque por su vida y en gran parte por su mismo pensamiento está fuera de estas críticas, la intuición central del pensamiento religioso de Simone Weil es igualmente gnóstico. Afirma en diversas ocasiones, en sus Cahiers, y repite en su Lettre á un religieux, que quizá ha habido diversas encarnaciones de Jesús. Además, una de las articulaciones centrales de su pensamiento es la de rechazar el Antiguo Testamento y valorar las tradiciones religiosas egipcias, hindúes, persas, griegas. El pensamiento de Simone Weil es, en lo esencial, y a pesar de sus grandes aciertos en los detalles, una renovación del catarismo. En Jesús, la autora no ha querido ver más que la pasión; niega la resurrección de la humanidad del Salvador: una doctrina que la rechaza no puede ser ya un «cristianismo parcial»; no es en absoluto cristiana, porque el cristianismo es, en Jesús, Dios encarnado y resucitado, doctrina de muerte y de vida. El esnobismo de muchos cristianos por el pensamiento de Simone Weil es un índice típico del relativismo religioso que marca la evolución religiosa de nuestro siglo. La gnosis es la tentación permanente que acecha al espíritu que ha desconocido a Cristo (o que lo ha ignorado). Es la tentación por excelencia, la que constantemente separa de Jesús (se trata, desde luego, de la gnosis herética).
El relativismo religioso es una tendencia muy extendida. Las categorías del pensamiento, los métodos de investigación sobre los que pretendía fundarse, actualmente están superados por la exégesis, la historia de las religiones, la filosofía y la teología. Por desgracia, ese juego de fáciles paralelismos entre Jesús y Buda, por ejemplo, atraerá siempre al gran público, que, evidentemente, no está preparado para comprender las disciplinas matizadas y complejas de la historia de las religiones. Todo el mundo no puede saber que el sistema de un Reitzenstein, por ejemplo, no es tomado en serio por los especialistas. Sólo los investigadores serios caerán en la cuenta de la falta de rigor histórico de que adolecen estos paralelismos. El ambiente catastrófico de este tiempo induce, por el contrario, a la tentación de abandonarse a hipótesis explicativas en las que Jesús se convierte en un simple «avatar» del absoluto. Es necesario, por lo tanto, en apologética, dar a conocer a los alumnos el verdadero estado de las ciencias religiosas sobre este asunto. El libro de Huby, Christus, es todavía indispensable, aunque haya sido ya superado en muchos puntos.
La corriente del sincretismo parece muy diferente de la que representa, por ejemplo, el último Gide. En realidad, estas dos tendencias surgen de la misma fuente, el racionalismo religioso. Por ambas partes, la atracción de una explicación enteramente transparente del universo es la que anima en secreto la gnosis moderna y el amor a un Jesús puramente hombre; no son más que dos vertientes de un mismo desarrollo, el de un universo que a partir de los enciclopedistas ha desconocido a Jesús, Dios y hombre.
Tomado de:

Moeller, Ch. Mentalidad moderna y evangelización. 2ª ed., Herder (1967), ps. 123-127.
* N. de R.: La obra de Moeller es de la década de 1960. Recién en mayo de 1988, en un encuentro de la American Weil Society en Cambridge, Massachussets, Simone Dietz, amiga de Weil, luego de años de silencio, reveló que unos pocos meses antes de morir, Simone le pidió que la bautizara, lo que ella hizo de inmediato.