ENEMIGOS DE LA IGLESIA PREPARANDO LA CAZUELA DE LENTEJAS
24
ago
“Hablamos, venerables hermanos, de un gran número de católicos seglares y, lo que es más deplorable, sacerdotes…”
(San Pío X Enc. Pacendi)
El 3 de agosto el sitio alemán Katholisch.de, realizó una entrevista
exclusiva al Cardenal Müller donde se puede leer lo siguiente:
El 10 de agosto el sitio Rorate Caeli en su versión en español Adelante la fe (donde puede leer la entrevista completa) realizó una entrevista en exclusiva a Monseñor Schneider donde se puede leer lo siguiente:
Adelante la Fe:
Excmo. Señor. Recientemente ha visitado los Seminarios de la
Fraternidad San Pío X en Estados Unidos y Francia (FSSPX-SSPX). Sabemos
que es un encuentro “discreto”, pero ¿qué valoración puede darnos de lo
que ha visto y hablado con ellos? ¿Qué expectativas ve de una próxima
reconciliación y cuál sería el principal obstáculo para la misma?
Mons. Schneider:
La Santa Sede me pidió que visitara los dos seminarios de la SSPX con
el objeto de sostener un debate sobre un tema teológico concreto con un
grupo de teólogos de dicha hermandad y con Su Excelencia el obispo
Fellay. Esto me demuestra que para la Santa Sede la SSPX no es una
realidad eclesiástica desdeñable, que es preciso tomarla en serio.
Guardo muy buena impresión de mis visitas. Pude observar una sana
realidad teológica, espiritual y humana en ambos seminarios. El espíritu
de sentire cum ecclesia de la SSPX quedó manifiesto cuando me
recibieron como enviado de la Santa Sede con verdadero respeto y mucha
cordialidad. Es más, en ambos seminarios me alegró ver a la entrada la
foto del papa Francisco, el Pontífice actualmente reinante. En las
sacristías había placas con nombre de S.S. Francisco y del ordinario de
la diócesis. Me conmovió el canto del rezo tradicional por el Papa
(“Oremus pro pontifice nostro Francisco…”) durante la solemne exposición
del Santísimo Sacramento. Que yo sepa, no hay razones de peso para
negar a los sacerdotes y fieles de la SSPX reconocimiento canónico
oficial, sino que se los debe aceptar como son entretanto. Eso fue en
realidad lo que solicitó el arzobispo Lefebvre a la Santa Sede: “Que nos
acepten como somos”. A mí me parece que la cuestión del Concilio
Vaticano II no se debe considerar condición sine qua non, ya que se
trató de una asamblea con fines y características primariamente
pastorales. Parte de las declaraciones conciliares refleja únicamente
las circunstancias del momento y tuvo un valor temporal, como suele
pasar con los documentos disciplinares y pastorales. Si nos fijamos en
la perspectiva de los dos milenios de la historia de la Iglesia, podemos
afirmar que por ambas partes (La Santa Sede y la SSPX) hay una
sobrevaloración y sobreestimación de una realidad pastoral de la Iglesia
que es el Concilio Vaticano II. El hecho de que la SSPX crea, celebre
los ritos y lleve una vida moral como exigía y reconocía el Magisterio
Supremo y como observó universalmente la Iglesia durante siglos,
y si además reconoce la legitimidad del Papa y de los obispos
diocesanos y reza públicamente por ellos, reconociendo también la
validez de los sacramentos según la editio typica de los nuevos libros
litúrgicos, debería bastar para reconocer canónicamente a la SSPX por
parte de la Santa Sede. De lo contrario perderá obviamente
credibilidad la tan manida apertura pastoral y ecuménica de la Iglesia
de hoy, y un día la historia reprochará a las autoridades eclesiásticas
actuales por haber impuesto más cargas que las necesarias (cf. Hechos
15:28), lo cual es contrario al método pastoral de los apóstoles.
Los días 7 al 12 de febrero de 1990
Monseñor Lefevbre dictó unas conferencias en exclusiva a las hermanas en
la Abadía de Saint Michel donde les decía lo siguiente: “…Y el Padre Le
Floch nos mostraba bien cuáles habían sido las ideas directivas de esos
diferentes Papas, siempre las mismas, exactamente las mismas en todas
sus encíclicas. Eso nos iluminó verdaderamente, nos mostró cómo había
que juzgar los acontecimientos, dónde estaban los errores, dónde estaba
la verdad, cómo había que pensar… Fue para nosotros, sin lugar a dudas,
una revelación, y eso hizo que se nos quedase grabada. Como ya les he
dicho, para mí el seminario francés fue una verdadera revelación y una
luz para toda una vida sacerdotal y episcopal: ver los acontecimientos
en el espíritu de los sumos pontífices que se sucedieron durante casi un
siglo y medio, más particularmente los acontecimientos de la revolución
francesa y todos los errores que nacieron de todas esas corrientes de
ideas contrarias a la doctrina de Iglesia. Los Papas lo denunciaron, los
Papas los condenaron y por consiguiente también nosotros debíamos
condenarlos. Pero, como suele suceder en
esos casos, los defensores de la Iglesia, los defensores de la Verdad,
los defensores de la tradición de la Iglesia, atraen la ira contra sí.
Atraen la ira de todos los que estiman que hay que hacer componendas con
el mundo, que hay que adaptarse a su tiempo, que no hay que condenar
los errores: “proclamemos la Verdad, pero no condenemos los errores”, un
tipo de gente de doble cara. Es gente peligrosa, que se
llama católica, pero que el mismo tiempo pacta con los enemigos de la
Iglesia. Esa gente no puede soportar la Verdad, la Verdad integra y
firme. No puede soportar que se combatan los errores, que se combata al
mundo y a Satanás, y a los enemigos de la Iglesia, y que
siempre se esté en estado de cruzada. Estamos en una cruzada, en un
combate continuo. También Nuestro Señor proclamó la Verdad. ¡Pues bien!
Le dieron muerte. Le dieron muerte porque proclamaba la Verdad, porque
decía que Él es Dios. ¡Sí! lo es. No podía decir que no lo es. Y todos los mártires prefirieron dar su sangre y su vida antes que entrar en compromisos con los paganos.
Ahora bien, actualmente sufrimos el mismo
combate. ¿Porque somos perseguidos? ¿Por qué soy yo perseguido hoy?
¿Por qué lo son ustedes, lo somos todos en la tradición? Porque
afirmamos la Verdad y condenamos los errores, condenamos el
liberalismo, condenamos el modernismo. Eso es inadmisible para la
iglesia conciliar. El concilio ahora cambió todo eso,
ahora hay que estar hoy bien con los liberales, con los modernistas, con
los francmasones, con los comunistas, con todo el mundo. Se hace
ecumenismo con todo el mundo. ¡Ustedes
están en contra, por consiguiente están contra el concilio, y por lo
tanto contra el Papa! ¡Condenados, pues!… ¡Que se los condene! Ya lo ven ustedes, es lo mismo, los mismos motivos, el mismo combate.
Una vez más, eso fue providencial en mi
existencia. Para mí fue una práctica considerable, porque ahí vi la
malicia y perversidad de estos enemigos de la verdad. Desde entonces, y
sobre todo más tarde, cuando ya era obispo, siempre desconfíe de toda
esa gente que siempre trata de comprometer a la Iglesia, de comprometer
al clero, de comprometer a los obispos con los errores modernos, con el
mundo moderno. Eso me enseñó a ser vigilante cuando recibía a los
sacerdotes, o cuando visitaba las diócesis y escuchaba informes sobre
esto o aquello. Enseguida pensaba: ¡Ah!, tal vez se oponen unos a otros
porque están los liberales y conservadores, los tradicionalistas.
Siempre…Se encuentra esto más o menos en todas partes.
Así, pues, el pobre Padre Le Floch se fue, y cuando volví en 1927 habían nombrado director al Padre Berthet. Él
sí que era un hombre de doble cara, de apariencia tradicional, pero al
mismo tiempo muy acomodaticio… Ya no hablaba de condenación, de lucha,
de combate contra los errores. Dejemos eso, seamos prudentes. Por ese
motivo los últimos años fueron un poco penosos en el seminario. Además,
hubo un cierto número de seminaristas que no supieron soportar esta
condenación del Padre Le Floch y dejaron el seminario en ese momento”.
¡Hay que arrancar la máscara a los falsos hermanos, sean laicos o clérigos!