lunes, 31 de agosto de 2015

“Transparencia tucumana” y convergencia opositora




“Transparencia tucumana” y convergencia opositora

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Los sucesos de Tucumán (una elección provincial cruzada por acusaciones de fraude, quema de urnas, movilizaciones populares y represión ordenada por las autoridades locales) han incorporado ingredientes frescos al debate electoral nacional.

Transparencia a la tucumana

 
A partir de los hechos de Tucumán, Daniel Scioli, el ganador cómodo de las primarias abiertas del 9 de agosto, afronta nuevas dificultades con vistas a octubre. En las presidenciales aquella ventaja de agosto será insuficiente: deberá llegar al 45 por ciento propio o pasar el 40 y superar a su adversario mejor ubicado por diez puntos. Y eso requiere seducir a votantes ajenos, indiferentes, arrepentidos, inconstantes.
Aunque la de Tucumán era una elección provincial, Scioli esperaba apoyarse en una abrumadora victoria del oficialismo para relanzar con fuerza su propia campaña. Por eso asoció (quizás excesivamente) su nombre a los del gobernador José Alperovich y su delfín, Juan Manzur, y a la postre recibió esquirlas del escándalo institucional.
Los procedimientos puestos en práctica en la provincia (desde la vituperable instrumentalización de la pobreza hasta toda la tecnología destinada a falsear o sesgar la auténtica expresión de la ciudadanía) desautorizan notoriamente la definición de “proceso transparente” empleada por el oficialismo para calificar el comicio.
Según Gustavo Gómez, Fiscal General ante la Cámara Federal de Tucumán, hay muchos motivos para cuestionar el comicio tucumano. En sede federal, por caso, investigan dos líneas de irregularidades: “jueces de paz que no han entregado documentos a ciudadanos sino a dirigentes políticos y adulteración de padrones electorales”. Pero las fallas son más e incluyen, según él, la acefalía de la Junta electoral, autoridad máxima del comicio, por lo que el fiscal sostiene que “se puede declarar la nulidad del acto electoral, llamar a una nueva elección y sumarla a la elección nacional de octubre”.
Más allá de esos eventuales remedios, que están en definitiva en manos de la Justicia, aquellos comportamientos afectan inclusive la legitimación de las próximas autoridades provinciales, sean las que sean. Si termina de confirmarse que Juan Manzur será el próximo gobernador, éste “va a tener que remarla de abajo para trabajar una legitimación de origen muy fuerte”, como señaló Juan Manuel Urtubey, gobernador electo de Salta, que había establecido en su provincia la boleta única electrónica.

La opinión de las ciudades

Los hechos de Tucumán y la reticencia oficial a cuestionar responsabilidades y consecuencias tienden un manto de sospechas y dudas sobre el desarrollo de la elección general: ¿será Tucumán un modelo de “proceso transparente” aplicable en octubre?
Los perjuicios para Scioli están a la vista: si su objetivo consiste en llegar al electorado independiente que le permitiría ganar directamente en la primera vuelta, los escándalos de Tucumán no lo ayudan y se suman a otros contratiempos políticos (las inundaciones que sufre la provincia de Buenos Aires; la candidatura a gobernador de ese distrito decisivo de Aníbal Fernández, un político de imagen tan difundida como controvertida; las manifestaciones ostensibles del cristinismo que quieren presentar al candidato como suplente transitorio del apellido K, destinado a obedecer o servir de puente de plata a un retorno de “la Jefa del Proyecto”).
Un dato importante: en Tucumán el oficialismo retrocedió en relación con los porcentajes obtenidos en las PASO y perdió en las cuatro ciudades más importantes (empezando por la capital). La población urbana, donde prevalecen las clases medias, es el asentamiento principal de los votantes independientes y del “voto vacante” en el que necesita echar sus redes Scioli.

La boleta única: Macri + Massa

Otra consecuencia de los hechos tucumanos: ellos facilitaron una plataforma para aproximar a las fuerzas opositoras. Mauricio Macri y Sergio Massa han tenido numerosos desencuentros a lo largo de la campaña electoral y la división entre ellos le venía haciendo el campo orégano al oficialismo. En la elección provincial tucumana, macristas y massistas convergieron tras la candidatura del radical José Cano y pudieron revertir resultados negativos de las PASO y transformarlos en victorias en las ciudades grandes.
Luego, a raíz de los escándalos y de la represión a las manifestaciones del lunes 24, Macri y Massa reforzaron esa convergencia. Ahora, a la luz del escándalo tucumano, trabajan por imponer el sistema de boleta única en la elección de octubre, un recurso al que el oficialismo se resiste con denuedo.
Una ONG, la Red SerFiscal, señaló que la boleta única “ya es aplicada en las cárceles nacionales, en los consulados donde los argentinos votan desde el exterior”, por lo que supondría “una complementación del sistema ya existente y no una modificación”. Seguramente deberá pronunciarse sobre el asunto la Cámara Nacional Electoral que esta semana se reunión con el Presidente de la Corte Suprema después de dar a conocer una acordada en la que señaló que es “imperiosa” la necesidad de modificar el sistema de boletas a partir de los “problemas que ha suscitado en las últimas cuatro elecciones nacionales”. La Cámara se inclina por la utilización de una boleta única, pero no de una votación electrónica de momento.
Para Aníbal Fernández, ese procedimiento expresa “una vocación encubierta de hacer una alianza, que no hicieron cuando tuvieron los tiempos ordenados y conforme el Código Nacional Electoral, porque la boleta única permitiría esta alianza desde el punto de vista fáctico”.
Dato que tergiversa el jefe de gabinete: lo que la boleta única permitiría no sería “una alianza”, sólo facilitaría el ejercicio del derecho ciudadano ya vigente a componer el voto a voluntad, pues permitiría seleccionar los candidatos de cada categoría sin necesidad de emplear el engorroso método de la tijera y el corte de boletas.
Lo que es cierto es que, después de los hechos tucumanos, Scioli se encuentra más expuesto a las tácticas de unidad de la oposición alentadas desde sectores de fuera de los partidos (lo que Macri denominó “el círculo rojo”).
En estas condiciones, un debate público como el que se programa para antes de la elección de octubre probablemente representaría para él afrontar una situación de inferioridad numérica (2-1), con los dos candidatos circunstancialmente retrasados, aliados fácticamente para evitar que la sucesión de la señora de Kirchner se agote en la primera vuelta.

Hora de definiciones

Por otra parte, a Scioli tampoco le resultaría gratuito eludir esa situación dejando vacía su silla en el debate: tal actitud tendría un costo fuerte en el electorado independiente.
Para el cristinismo puro y duro, el camino al triunfo no pasa por ese voto independiente; la clave, según esa trinchera, reside en alinearse fuertemente, sin renuencia, con la continuidad del modelo K.
En buena parte del peronismo tradicional, tanto como en el círculo más próximo al candidato, el criterio es otro: se hace indispensable exhibir la autonomía de Scioli y mostrarlo como encarnación de un ciclo nuevo, diferente.
El salteño Urtubey, que viene actuando como alfil del candidato presidencial y nexo con el sistema de gobernadores peronistas, subrayó esos rasgos en declaraciones de esta última semana: “Cuando Scioli conduzca el país, inmediatamente va a conducir al peronismo. Pretender que sea de otra forma es no entender la lógica de la política”. En otras palabras: habrá cambio de ciclo y cambio de jefatura.
Los tiempos (y los contratiempos) van exigiendo que frases como esa sean ahora pronunciadas por el propio Scioli, no sólo por sus traductores, por representativos, jerarquizados o emblemáticos que sean.
Hasta hace unas semanas existía en los medios y en sectores de la sociedad cierta predisposición a interpretar con benevolencia gestos, silencios o medias palabras de Scioli que se le acreditaban como signos de libertad e independencia frente al vértice K. De hecho, el propio kirchnerismo los caracterizaba de ese modo y los soportaba porque Scioli se hacía fuerte en ese electorado.
Después de Tucumán, el gobernador bonaerense está presionado a jugar con más audacia ante la opinión pública para conseguir lo que antes obtenía con su estilo minimalista.