DIEZ OLVIDOS
Por Antonio Caponnetto
No pasa día —en rigor, no pasa hora— sin que desde todos los medios masivos a su disposición, las izquierdas gobernantes y cogobernantes vuelvan una y otra vez sobre la condena del Proceso y de la Guerra Antisubversiva. Como tampoco pasa una hora sin que desde alguna instancia más o menos jurídica, nacional o transnacional se intente o se ejecute una nueva estrategia para mantener a los presuntos o reales represores de la guerrilla en permanente estado de acusación. Las respuestas y las reacciones que se suscitan ante tal estado de cosas están lejos de ser satisfactorias.
Empezando por las respuestas de los jefes castrenses, que han optado entre entregarse sin combatir, a expensas de su honor, asociarse vergonzosamente al enemigo sirviéndole de guardia pretoriana o de embajadores, o proferir discursos pacifistas. El resultado es una confusión tan multiforme, una mentira tan honda y una falsificación tan sistemática de la historia, que nos parece oportuno presentar la siguiente enunciación de olvidos: 1.- Se ha olvidado, en primer lugar, la existencia del Comunismo Internacional, con su secuela de cien millones de muertos durante el siglo XX. La cifra no es arbitraria, ni retórica ni antojadiza. Es el resultado de un cálculo científico, corroborado tras prolijas y actualizadas investigaciones de carácter demográfico, en una voluminosa obra escrita por seis autores insospechados de antimarxismo: El libro negro del Comunismo, Barcelona, Planeta-Espasa, 1998, en su versión castellana. Los profesionales de la protesta antigenocida, tan prontos a blandir cantidades más emblemáticas y falsas que reales, (como las de los seis millones del Holocausto o la de los treinta mil desaparecidos), no han dicho una sola palabra a propósito de tan monstruosa constatación. Entre el 12 y 14 de junio de 2000, en Vilnus, Lituania, tuvo lugar el Primer Congreso Internacional sobre la Evaluación de los Crímenes del Comunismo (CIECC), organizado por la Fundación de Investigación de Crímenes Comunistas presidida por Vytas Miliauskas. No se ha visto ni se verá jamás allí a representante alguno de las agrupaciones defensoras de los derechos humanos, ni al juez Garzón y sus múltiples secuaces nativos y foráneos. Con lo que se constata una vez más —sin que haga falta— que los invocados derechos no son más que un recurso dialéctico de la Revolución, y que las tales agrupaciones que los invocan no han nacido sino para custodiar los intereses de la praxis marxista. Lo cual —pongámonos de acuerdo— no sería incoherente ni lo más grave si no mediara el hecho de que los mencionados ideólogos y agitadores insisten en presentarse como pacíficos ciudadanos preocupados por cualquier atentado de lesa humanidad. 2.- Se ha olvidado, en segundo lugar, que al amparo de aquella estructura ideológico-homicida apareció en la Argentina el fenómeno del terrorismo marxista, responsable de innúmeros actos delictivos y sanguinarios, y causa eficiente de la guerra revolucionaria, a la que toda Nación así agredida está obligada a enfrentar, aún con el concurso de sus Fuerzas Armadas. No fue un hecho aislado ni eventual ni azaroso ocurrido en nuestro país; fue parte de una planificada y cruenta operación extendida —sucesiva y simultáneamente— por toda América y por otras regiones del mundo. La Argentina no vivió una guerra civil. Fue agredida desde las usinas internacionales del marxismo con el concurso de subversivos vernáculos. 3.- Se ha olvidado, en tercer lugar, que el susodicho terrorismo no fue sólo ni principalmente físico, sino psicológico, político, económico y moral, buscando como blanco antes las almas que las armas. El término subversión —hoy olvidado— da una idea exacta, en recta semántica, de lo que aquella planificada ofensiva comunista quería conseguir y consiguió. El terrorismo resultó derrotado, pero la subversión campea victoriosa, gobierna y justifica y legitima ahora a los terroristas. Este triunfo subversivo —que está instalado en todos los ámbitos, desde el universitario hasta el eclesiástico, desde el periodístico hasta el gubernamental— fue consecuencia directa de la imperdonable ceguera e ignorancia doctrinal de las Fuerzas Armadas, a través de sus sucesivas conducciones, partícipes todas de la cosmovisión liberal, progresista y moderna de la política. Prefirieron proclamar que los argentinos eran derechos y humanos —pagando tributo a las categorías mentales del enemigo— cuando lo que correspondía era saber definirse contrarrevolucionarios. Prefirieron tener por fin la democracia antes que la patria. La paradoja es que los titulares de aquellos gobiernos militares, miopes y cómplices del error no son enjuiciados ni castigados, como debieran serlo, por causa de esta derrota contra la subversión, sino en razón de su victoria contra el terrorismo. 4.- Se ha olvidado, en cuarto lugar, que tanto la subversión como el terrorismo contaron con el apoyo explícito e incondicional de las genéricamente llamadas agrupaciones internacionales de solidaridad. Principalmente de la célula Madres de Plaza de Mayo, cuyas integrantes —que manejan ahora hasta el funcionamiento de una “universidad”, y que han sido insensatamente promovidas, homenajeadas y hasta recibidas en los ámbitos presidenciales— no dejan posibilidad alguna de duda sobre sus propósitos a favor de la lucha armada. Tampoco esto nos parece incoherente o lo más grave, sino el hecho de que se pretenda presentar a las Madres como modelos de la defensa de la vida y de la libertad. Hay que decirlo de una buena vez: Madres, Abuelas e Hijos son tres agrupaciones terroristas que gozan de impunidad, y hasta cuentan en algunos casos con subsidios estatales, llamados eufemísticamente indemnizaciones. Si las cosas se hubieran hecho bien, si una inteligencia cristiana hubiera comandado aquellas acciones bélicas, y una voluntad auténticamente castrense las hubiera consumado, no habrían existido desaparecidos sino ajusticiados, como consecuencia de una límpida, pública y responsable acción punitiva. Es posible, se dirá, que las Madres de Plaza de Mayo hubieran existido igual sin desaparecidos, pues su propósito institucional —quedó después en claro— no era recuperarlos sino apoyarlos y encubrirlos, desde la apelación a lo emocional hasta el uso de las armas. Pero si quienes libraron la guerra justa contra la subversión se hubieran abstenido de utilizar algunos de los mismos procedimientos perversos del adversario, su triunfo moral sobre ellos sería hoy apabullante e incuestionable. 5.- Se ha olvidado, en quinto lugar, que los soldados argentinos que combatieron en la ciudad o en los montes, bajo las formas más o menos clásicas de la guerra o las atípicas que el partisanismo impone, perdiendo por ello sus vidas o arriesgándose a perderlas, merecen la gratitud y el aplauso, el trato heroico y el reconocimiento de su valor. Ellos y sus familias vivieron múltiples peripecias y situaciones de riesgo, hasta que —muchos— cayeron en combate o quedaron gravemente mutilados. Libraron el buen combate sin ensuciar sus uniformes ni sus conductas. Sus nombres y los de las batallas en las que actuaron no pueden ser suprimidos de la memoria nacional, como vilmente viene sucediendo. 6.- Se ha olvidado, en sexto lugar, que no toda acción represiva es inmoral, y que aún del hecho de una represión ilícita no se sigue la inocencia de quienes la hayan padecido. Ambas cosas sucedieron en nuestro país. Hubo una represión del terrorismo perfectamente legítima y encuadrable dentro de los cánones de la guerra justa. Y hubo una represión —aconsejada por los eternos asesores de imagen que continuamente proporciona el poder mundial para estas ocasiones— que violó las normas éticas, siempre vigentes, aún en tiempos de conflagración, desnaturalizando aquella contienda y enlodando a quienes la ordenaban. Mas por enorme que resulte el repudio a aquel modo torcido de reprimir el accionar terrorista, ello no convierte en inocentes a todos aquellos sobre los cuales se ejecutó, ni en torturadores a todos aquellos militares que pelearon. Sin mengua de que hayan podido resultar lesionados algunos inocentes, hubo culpables reprimidos lícitamente y culpables reprimidos ilícitamente. Pero lo más penoso, es que hubo grandes culpables protegidos. Después, y hasta hoy, ocuparían los cargos más encumbrados del Estado. Muchos altos jefes de las FF.AA. deberían responder por esta altísima traición a la patria. 7.- Se ha olvidado, en séptimo lugar, que no existió ninguna dictadura militar ni ningún genocidio. Debió existir la primera —posibilidad prevista en la vida política de una nación y en las formas gubernamentales de emergencia en tiempos de anarquía— como respuesta necesaria y oportuna a la situación extraordinaria que se vivía entonces. Contrariamente, las sucesivas cúpulas castrenses procesistas se declararon en pro de “una democracia moderna, eficiente y estable”, y se comportaron como una variante más del Régimen: la del partido militar. Hasta que trasladaron mansamente el poder al más conocido picapleitos del sanguinario jefe erpiano. La imagen de Bignone entregando satisfecho el mando a Alfonsín, defensor de Santucho, es el símbolo más elocuente de la inexistencia de dictadura castrense alguna, y la prueba más patética de la existencia de una connivencia oprobiosa entre aquellas mencionadas cúpulas procesistas y los mandos subversivos. Así como no hubo dictadura no hubo genocidio, pues muertos por procedimientos lícitos o ilícitos, los guerrilleros abatidos no fueron perseguidos por cuestiones raciales o étnicas, sino por constituir un ejército invasor, de raigambre internacionalista, durante una contienda iniciada formalmente por ellos. Todas las comparaciones que se hacen entre el Proceso y el Nacionalsocialismo, resultan ridiculas, falaces, desproporcionadas y carentes de sustento. Tanto por la falsificación que comporta de los hechos argentinos como por la exageración de los hechos ocurridos en la Alemania del Tercer Reich. La estúpida analogía no es más que propaganda comunista para consumo de ignorantes y de mendaces. 8.- Se ha olvidado, en octavo lugar, que no hubo un terrorismo de Estado sino una cobardía de Estado; del Estado Liberal concretamente, incapaz de hacerse responsable —con nombres y apellidos al pie de las sentencias— de las sanciones penales públicas más drásticas, perfectamente aplicables en tiempos de guerra contra un invasor externo con apoyos nativos. Pero más allá de esta cobardía repudiable, no puede establecerse ninguna simetría entre el Estado agredido que justamente se defiende y preserva, y la acción disociadora de las células guerrilleras, que pretendían constituirse en un Estado dentro del Estado. Hubo acciones represivas del Estado Argentino perfectamente plausibles, como la intervención militar en Tucumán con el Operativo Independencia. Y otras medrosas e indignas, según las cuales, la clandestinidad y la “ofensiva por izquierda” eran preferibles a la reacción diestra y nítida. 9.- Se ha olvidado, en noveno lugar, que no existieron campos de concentración ni holocaustos de ninguna especie. En todo caso, tan mal pudieron pasarla los guerrilleros detenidos como los secuestrados en las cárceles del pueblo. Los casos de Larrabure e Ibarzábal seguirán siendo terriblemente paradigmáticos al respecto. La tortura es un procedimiento inmoral, aunque quepan algunas distinciones casuísticas sobre la aplicación de los castigos físicos. Mas no existe un determinismo que convierte a todo militar en un torturador, sino una naturaleza humana caída que puede degradar al hombre, cualquiera sea el bando al que pertenezca. La dialéctica que hace del militar un torturador y un secuestrador de criaturas y del guerrillero una víctima mansa e indefensa, no resiste la menor confrontación con la realidad y es parte constitutiva de una nueva y grosera leyenda negra. Pero también debe decirse que no toda medida de contención física de un delincuente es tortura, ni lo es todo interrogatorio de un culpable, y que resulta una hipocresía inadmisible escandalizarse por la falta de un trato humano después de habérselo negado a otros. 10.- Se ha olvidado, en décimo lugar, que no eran alegres utopías las que movilizaban a los cuadros guerrilleros sino un odio visible sostenido en una ideología intrínsecamente perversa. No eran tampoco desprotegidos y desguarnecidos corderos, a merced de una jauría desenfrenada de soldados, sino tropas fríamente adiestradas y entrenadas para matar y morir. Ninguna inocencia los caracterizaba. Ningún atenuante los alcanza. Secuestraron y maltrataron a sus víctimas horrorosamente; extorsionaron y se desempeñaron como victimarios de su propio pueblo; practicaron el sadismo entre sus mismos compañeros de lucha; tuvieron sus centros clandestinos de detención; arrojaron a muchos jóvenes y hasta adolescentes al combate, utilizando después sus muertes como propaganda partidaria y como argumentos sentimentales contra la represión. Y no se privaron de escudarse en sus propios hijos para propiciar sus fugas o para cubrirse en las refriegas, dejándolos abandonados en no pocas ocasiones. Esos hijos por los que hoy se reclama fueron, en algunos casos, abandonados por sus mismos padres, después de haberlos usado como coartada, tal como surge con toda claridad de muchas de las actuaciones judiciales respectivas. No todo hijo de desaparecido fue arrancado de sus padres, adulterado en su identidad y entregado en tenencia a una familia sustituía. Muchos fueron abandonados por la pareja de guerrilleros que eventualmente los tenía consigo o que los había engendrado. Y fueron recogidos, adoptados y criados con las mejores intenciones por abnegados ciudadanos o por solícitas familias castrenses. Queden señalados esquemáticamente estos olvidos. No son los únicos sino los que conviene recordar en los duros momentos actuales. Queden señalados, porque recordar es un deber, y olvidar es una culpa. Queden señalados, porque sin la memoria intacta y alerta no se puede marchar al combate. Y el combate aún no ha terminado.
DIEZ OLVIDOS
DIEZ OLVIDOS
DIEZ OLVIDOS
Por Antonio Caponnetto
No pasa día —en rigor, no pasa hora— sin que desde todos los medios
masivos a su disposición, las izquierdas gobernantes y cogobernantes
vuelvan una y otra vez sobre la condena del Proceso y de la Guerra
Antisubversiva. Como tampoco pasa una hora sin que desde alguna
instancia más o menos jurídica, nacional o transnacional se intente o se
ejecute una nueva estrategia para mantener a los presuntos o reales
represores de la guerrilla en permanente estado de acusación. Las
respuestas y las reacciones que se suscitan ante tal estado de cosas
están lejos de ser satisfactorias. Empezando por las respuestas de los
jefes castrenses, que han optado entre entregarse sin combatir, a
expensas de su honor, asociarse vergonzosamente al enemigo sirviéndole
de guardia pretoriana o de embajadores, o proferir discursos pacifistas.
El resultado es una confusión tan multiforme, una mentira tan honda y
una falsificación tan sistemática de la historia, que nos parece
oportuno presentar la siguiente enunciación de olvidos:
1.- Se ha olvidado, en primer lugar, la existencia del Comunismo
Internacional, con su secuela de cien millones de muertos durante el
siglo XX. La cifra no es arbitraria, ni retórica ni antojadiza. Es el
resultado de un cálculo científico, corroborado tras prolijas y
actualizadas investigaciones de carácter demográfico, en una voluminosa
obra escrita por seis autores insospechados de antimarxismo: El libro
negro del Comunismo, Barcelona, Planeta-Espasa, 1998, en su versión
castellana.
Los profesionales de la protesta antigenocida, tan prontos a blandir
cantidades más emblemáticas y falsas que reales, (como las de los seis
millones del Holocausto o la de los treinta mil desaparecidos), no han
dicho una sola palabra a propósito de tan monstruosa constatación. Entre
el 12 y 14 de junio de 2000, en Vilnus, Lituania, tuvo lugar el Primer
Congreso Internacional sobre la Evaluación de los Crímenes del Comunismo
(CIECC), organizado por la Fundación de Investigación de Crímenes
Comunistas presidida por Vytas Miliauskas. No se ha visto ni se verá
jamás allí a representante alguno de las agrupaciones defensoras de los
derechos humanos, ni al juez Garzón y sus múltiples secuaces nativos y
foráneos. Con lo que se constata una vez más —sin que haga falta— que
los invocados derechos no son más que un recurso dialéctico de la
Revolución, y que las tales agrupaciones que los invocan no han nacido
sino para custodiar los intereses de la praxis marxista. Lo cual
—pongámonos de acuerdo— no sería incoherente ni lo más grave si no
mediara el hecho de que los mencionados ideólogos y agitadores insisten
en presentarse como pacíficos ciudadanos preocupados por cualquier
atentado de lesa humanidad.
2.- Se ha olvidado, en segundo lugar, que al amparo de aquella
estructura ideológico-homicida apareció en la Argentina el fenómeno del
terrorismo marxista, responsable de innúmeros actos delictivos y
sanguinarios, y causa eficiente de la guerra revolucionaria, a la que
toda Nación así agredida está obligada a enfrentar, aún con el concurso
de sus Fuerzas Armadas. No fue un hecho aislado ni eventual ni azaroso
ocurrido en nuestro país; fue parte de una planificada y cruenta
operación extendida —sucesiva y simultáneamente— por toda América y por
otras regiones del mundo. La Argentina no vivió una guerra civil. Fue
agredida desde las usinas internacionales del marxismo con el concurso
de subversivos vernáculos.
3.- Se ha olvidado, en tercer lugar, que el susodicho terrorismo no fue
sólo ni principalmente físico, sino psicológico, político, económico y
moral, buscando como blanco antes las almas que las armas. El término
subversión —hoy olvidado— da una idea exacta, en recta semántica, de lo
que aquella planificada ofensiva comunista quería conseguir y consiguió.
El terrorismo resultó derrotado, pero la subversión campea victoriosa,
gobierna y justifica y legitima ahora a los terroristas. Este triunfo
subversivo —que está instalado en todos los ámbitos, desde el
universitario hasta el eclesiástico, desde el periodístico hasta el
gubernamental— fue consecuencia directa de la imperdonable ceguera e
ignorancia doctrinal de las Fuerzas Armadas, a través de sus sucesivas
conducciones, partícipes todas de la cosmovisión liberal, progresista y
moderna de la política. Prefirieron proclamar que los argentinos eran
derechos y humanos —pagando tributo a las categorías mentales del
enemigo— cuando lo que correspondía era saber definirse
contrarrevolucionarios. Prefirieron tener por fin la democracia antes
que la patria. La paradoja es que los titulares de aquellos gobiernos
militares, miopes y cómplices del error no son enjuiciados ni
castigados, como debieran serlo, por causa de esta derrota contra la
subversión, sino en razón de su victoria contra el terrorismo.
4.- Se ha olvidado, en cuarto lugar, que tanto la subversión como el
terrorismo contaron con el apoyo explícito e incondicional de las
genéricamente llamadas agrupaciones internacionales de solidaridad.
Principalmente de la célula Madres de Plaza de Mayo, cuyas integrantes
—que manejan ahora hasta el funcionamiento de una “universidad”, y que
han sido insensatamente promovidas, homenajeadas y hasta recibidas en
los ámbitos presidenciales— no dejan posibilidad alguna de duda sobre
sus propósitos a favor de la lucha armada. Tampoco esto nos parece
incoherente o lo más grave, sino el hecho de que se pretenda presentar a
las Madres como modelos de la defensa de la vida y de la libertad. Hay
que decirlo de una buena vez: Madres, Abuelas e Hijos son tres
agrupaciones terroristas que gozan de impunidad, y hasta cuentan en
algunos casos con subsidios estatales, llamados eufemísticamente
indemnizaciones.
Si las cosas se hubieran hecho bien, si una inteligencia cristiana
hubiera comandado aquellas acciones bélicas, y una voluntad
auténticamente castrense las hubiera consumado, no habrían existido
desaparecidos sino ajusticiados, como consecuencia de una límpida,
pública y responsable acción punitiva. Es posible, se dirá, que las
Madres de Plaza de Mayo hubieran existido igual sin desaparecidos, pues
su propósito institucional —quedó después en claro— no era recuperarlos
sino apoyarlos y encubrirlos, desde la apelación a lo emocional hasta el
uso de las armas. Pero si quienes libraron la guerra justa contra la
subversión se hubieran abstenido de utilizar algunos de los mismos
procedimientos perversos del adversario, su triunfo moral sobre ellos
sería hoy apabullante e incuestionable.
5.- Se ha olvidado, en quinto lugar, que los soldados argentinos que
combatieron en la ciudad o en los montes, bajo las formas más o menos
clásicas de la guerra o las atípicas que el partisanismo impone,
perdiendo por ello sus vidas o arriesgándose a perderlas, merecen la
gratitud y el aplauso, el trato heroico y el reconocimiento de su valor.
Ellos y sus familias vivieron múltiples peripecias y situaciones de
riesgo, hasta que —muchos— cayeron en combate o quedaron gravemente
mutilados. Libraron el buen combate sin ensuciar sus uniformes ni sus
conductas. Sus nombres y los de las batallas en las que actuaron no
pueden ser suprimidos de la memoria nacional, como vilmente viene
sucediendo.
6.- Se ha olvidado, en sexto lugar, que no toda acción represiva es
inmoral, y que aún del hecho de una represión ilícita no se sigue la
inocencia de quienes la hayan padecido. Ambas cosas sucedieron en
nuestro país. Hubo una represión del terrorismo perfectamente legítima y
encuadrable dentro de los cánones de la guerra justa. Y hubo una
represión —aconsejada por los eternos asesores de imagen que
continuamente proporciona el poder mundial para estas ocasiones— que
violó las normas éticas, siempre vigentes, aún en tiempos de
conflagración, desnaturalizando aquella contienda y enlodando a quienes
la ordenaban. Mas por enorme que resulte el repudio a aquel modo torcido
de reprimir el accionar terrorista, ello no convierte en inocentes a
todos aquellos sobre los cuales se ejecutó, ni en torturadores a todos
aquellos militares que pelearon. Sin mengua de que hayan podido resultar
lesionados algunos inocentes, hubo culpables reprimidos lícitamente y
culpables reprimidos ilícitamente. Pero lo más penoso, es que hubo
grandes culpables protegidos. Después, y hasta hoy, ocuparían los cargos
más encumbrados del Estado. Muchos altos jefes de las FF.AA. deberían
responder por esta altísima traición a la patria.
7.- Se ha olvidado, en séptimo lugar, que no existió ninguna dictadura
militar ni ningún genocidio. Debió existir la primera —posibilidad
prevista en la vida política de una nación y en las formas
gubernamentales de emergencia en tiempos de anarquía— como respuesta
necesaria y oportuna a la situación extraordinaria que se vivía
entonces. Contrariamente, las sucesivas cúpulas castrenses procesistas
se declararon en pro de “una democracia moderna, eficiente y estable”, y
se comportaron como una variante más del Régimen: la del partido
militar. Hasta que trasladaron mansamente el poder al más conocido
picapleitos del sanguinario jefe erpiano. La imagen de Bignone
entregando satisfecho el mando a Alfonsín, defensor de Santucho, es el
símbolo más elocuente de la inexistencia de dictadura castrense alguna, y
la prueba más patética de la existencia de una connivencia oprobiosa
entre aquellas mencionadas cúpulas procesistas y los mandos subversivos.
Así como no hubo dictadura no hubo genocidio, pues muertos por
procedimientos lícitos o ilícitos, los guerrilleros abatidos no fueron
perseguidos por cuestiones raciales o étnicas, sino por constituir un
ejército invasor, de raigambre internacionalista, durante una contienda
iniciada formalmente por ellos. Todas las comparaciones que se hacen
entre el Proceso y el Nacionalsocialismo, resultan ridiculas, falaces,
desproporcionadas y carentes de sustento. Tanto por la falsificación que
comporta de los hechos argentinos como por la exageración de los hechos
ocurridos en la Alemania del Tercer Reich. La estúpida analogía no es
más que propaganda comunista para consumo de ignorantes y de mendaces.
8.- Se ha olvidado, en octavo lugar, que no hubo un terrorismo de Estado
sino una cobardía de Estado; del Estado Liberal concretamente, incapaz
de hacerse responsable —con nombres y apellidos al pie de las
sentencias— de las sanciones penales públicas más drásticas,
perfectamente aplicables en tiempos de guerra contra un invasor externo
con apoyos nativos. Pero más allá de esta cobardía repudiable, no puede
establecerse ninguna simetría entre el Estado agredido que justamente se
defiende y preserva, y la acción disociadora de las células
guerrilleras, que pretendían constituirse en un Estado dentro del
Estado. Hubo acciones represivas del Estado Argentino perfectamente
plausibles, como la intervención militar en Tucumán con el Operativo
Independencia. Y otras medrosas e indignas, según las cuales, la
clandestinidad y la “ofensiva por izquierda” eran preferibles a la
reacción diestra y nítida.
9.- Se ha olvidado, en noveno lugar, que no existieron campos de
concentración ni holocaustos de ninguna especie. En todo caso, tan mal
pudieron pasarla los guerrilleros detenidos como los secuestrados en las
cárceles del pueblo. Los casos de Larrabure e Ibarzábal seguirán siendo
terriblemente paradigmáticos al respecto.
La tortura es un procedimiento inmoral, aunque quepan algunas
distinciones casuísticas sobre la aplicación de los castigos físicos.
Mas no existe un determinismo que convierte a todo militar en un
torturador, sino una naturaleza humana caída que puede degradar al
hombre, cualquiera sea el bando al que pertenezca. La dialéctica que
hace del militar un torturador y un secuestrador de criaturas y del
guerrillero una víctima mansa e indefensa, no resiste la menor
confrontación con la realidad y es parte constitutiva de una nueva y
grosera leyenda negra. Pero también debe decirse que no toda medida de
contención física de un delincuente es tortura, ni lo es todo
interrogatorio de un culpable, y que resulta una hipocresía inadmisible
escandalizarse por la falta de un trato humano después de habérselo
negado a otros.
10.- Se ha olvidado, en décimo lugar, que no eran alegres utopías las
que movilizaban a los cuadros guerrilleros sino un odio visible
sostenido en una ideología intrínsecamente perversa. No eran tampoco
desprotegidos y desguarnecidos corderos, a merced de una jauría
desenfrenada de soldados, sino tropas fríamente adiestradas y entrenadas
para matar y morir. Ninguna inocencia los caracterizaba. Ningún
atenuante los alcanza. Secuestraron y maltrataron a sus víctimas
horrorosamente; extorsionaron y se desempeñaron como victimarios de su
propio pueblo; practicaron el sadismo entre sus mismos compañeros de
lucha; tuvieron sus centros clandestinos de detención; arrojaron a
muchos jóvenes y hasta adolescentes al combate, utilizando después sus
muertes como propaganda partidaria y como argumentos sentimentales
contra la represión. Y no se privaron de escudarse en sus propios hijos
para propiciar sus fugas o para cubrirse en las refriegas, dejándolos
abandonados en no pocas ocasiones. Esos hijos por los que hoy se reclama
fueron, en algunos casos, abandonados por sus mismos padres, después de
haberlos usado como coartada, tal como surge con toda claridad de
muchas de las actuaciones judiciales respectivas. No todo hijo de
desaparecido fue arrancado de sus padres, adulterado en su identidad y
entregado en tenencia a una familia sustituía. Muchos fueron abandonados
por la pareja de guerrilleros que eventualmente los tenía consigo o que
los había engendrado. Y fueron recogidos, adoptados y criados con las
mejores intenciones por abnegados ciudadanos o por solícitas familias
castrenses.
Queden señalados esquemáticamente estos olvidos. No son los únicos sino
los que conviene recordar en los duros momentos actuales. Queden
señalados, porque recordar es un deber, y olvidar es una culpa. Queden
señalados, porque sin la memoria intacta y alerta no se puede marchar al
combate. Y el combate aún no ha terminado.
- See more at: http://scolaro.blogspot.com.ar/2015/08/diez-olvidos.html?spref=bl#sthash.IH3r3iDR.dpufDIEZ OLVIDOS
DIEZ OLVIDOS
Por Antonio Caponnetto
No pasa día —en rigor, no pasa hora— sin que desde todos los medios
masivos a su disposición, las izquierdas gobernantes y cogobernantes
vuelvan una y otra vez sobre la condena del Proceso y de la Guerra
Antisubversiva. Como tampoco pasa una hora sin que desde alguna
instancia más o menos jurídica, nacional o transnacional se intente o se
ejecute una nueva estrategia para mantener a los presuntos o reales
represores de la guerrilla en permanente estado de acusación. Las
respuestas y las reacciones que se suscitan ante tal estado de cosas
están lejos de ser satisfactorias. Empezando por las respuestas de los
jefes castrenses, que han optado entre entregarse sin combatir, a
expensas de su honor, asociarse vergonzosamente al enemigo sirviéndole
de guardia pretoriana o de embajadores, o proferir discursos pacifistas.
El resultado es una confusión tan multiforme, una mentira tan honda y
una falsificación tan sistemática de la historia, que nos parece
oportuno presentar la siguiente enunciación de olvidos:
1.- Se ha olvidado, en primer lugar, la existencia del Comunismo
Internacional, con su secuela de cien millones de muertos durante el
siglo XX. La cifra no es arbitraria, ni retórica ni antojadiza. Es el
resultado de un cálculo científico, corroborado tras prolijas y
actualizadas investigaciones de carácter demográfico, en una voluminosa
obra escrita por seis autores insospechados de antimarxismo: El libro
negro del Comunismo, Barcelona, Planeta-Espasa, 1998, en su versión
castellana.
Los profesionales de la protesta antigenocida, tan prontos a blandir
cantidades más emblemáticas y falsas que reales, (como las de los seis
millones del Holocausto o la de los treinta mil desaparecidos), no han
dicho una sola palabra a propósito de tan monstruosa constatación. Entre
el 12 y 14 de junio de 2000, en Vilnus, Lituania, tuvo lugar el Primer
Congreso Internacional sobre la Evaluación de los Crímenes del Comunismo
(CIECC), organizado por la Fundación de Investigación de Crímenes
Comunistas presidida por Vytas Miliauskas. No se ha visto ni se verá
jamás allí a representante alguno de las agrupaciones defensoras de los
derechos humanos, ni al juez Garzón y sus múltiples secuaces nativos y
foráneos. Con lo que se constata una vez más —sin que haga falta— que
los invocados derechos no son más que un recurso dialéctico de la
Revolución, y que las tales agrupaciones que los invocan no han nacido
sino para custodiar los intereses de la praxis marxista. Lo cual
—pongámonos de acuerdo— no sería incoherente ni lo más grave si no
mediara el hecho de que los mencionados ideólogos y agitadores insisten
en presentarse como pacíficos ciudadanos preocupados por cualquier
atentado de lesa humanidad.
2.- Se ha olvidado, en segundo lugar, que al amparo de aquella
estructura ideológico-homicida apareció en la Argentina el fenómeno del
terrorismo marxista, responsable de innúmeros actos delictivos y
sanguinarios, y causa eficiente de la guerra revolucionaria, a la que
toda Nación así agredida está obligada a enfrentar, aún con el concurso
de sus Fuerzas Armadas. No fue un hecho aislado ni eventual ni azaroso
ocurrido en nuestro país; fue parte de una planificada y cruenta
operación extendida —sucesiva y simultáneamente— por toda América y por
otras regiones del mundo. La Argentina no vivió una guerra civil. Fue
agredida desde las usinas internacionales del marxismo con el concurso
de subversivos vernáculos.
3.- Se ha olvidado, en tercer lugar, que el susodicho terrorismo no fue
sólo ni principalmente físico, sino psicológico, político, económico y
moral, buscando como blanco antes las almas que las armas. El término
subversión —hoy olvidado— da una idea exacta, en recta semántica, de lo
que aquella planificada ofensiva comunista quería conseguir y consiguió.
El terrorismo resultó derrotado, pero la subversión campea victoriosa,
gobierna y justifica y legitima ahora a los terroristas. Este triunfo
subversivo —que está instalado en todos los ámbitos, desde el
universitario hasta el eclesiástico, desde el periodístico hasta el
gubernamental— fue consecuencia directa de la imperdonable ceguera e
ignorancia doctrinal de las Fuerzas Armadas, a través de sus sucesivas
conducciones, partícipes todas de la cosmovisión liberal, progresista y
moderna de la política. Prefirieron proclamar que los argentinos eran
derechos y humanos —pagando tributo a las categorías mentales del
enemigo— cuando lo que correspondía era saber definirse
contrarrevolucionarios. Prefirieron tener por fin la democracia antes
que la patria. La paradoja es que los titulares de aquellos gobiernos
militares, miopes y cómplices del error no son enjuiciados ni
castigados, como debieran serlo, por causa de esta derrota contra la
subversión, sino en razón de su victoria contra el terrorismo.
4.- Se ha olvidado, en cuarto lugar, que tanto la subversión como el
terrorismo contaron con el apoyo explícito e incondicional de las
genéricamente llamadas agrupaciones internacionales de solidaridad.
Principalmente de la célula Madres de Plaza de Mayo, cuyas integrantes
—que manejan ahora hasta el funcionamiento de una “universidad”, y que
han sido insensatamente promovidas, homenajeadas y hasta recibidas en
los ámbitos presidenciales— no dejan posibilidad alguna de duda sobre
sus propósitos a favor de la lucha armada. Tampoco esto nos parece
incoherente o lo más grave, sino el hecho de que se pretenda presentar a
las Madres como modelos de la defensa de la vida y de la libertad. Hay
que decirlo de una buena vez: Madres, Abuelas e Hijos son tres
agrupaciones terroristas que gozan de impunidad, y hasta cuentan en
algunos casos con subsidios estatales, llamados eufemísticamente
indemnizaciones.
Si las cosas se hubieran hecho bien, si una inteligencia cristiana
hubiera comandado aquellas acciones bélicas, y una voluntad
auténticamente castrense las hubiera consumado, no habrían existido
desaparecidos sino ajusticiados, como consecuencia de una límpida,
pública y responsable acción punitiva. Es posible, se dirá, que las
Madres de Plaza de Mayo hubieran existido igual sin desaparecidos, pues
su propósito institucional —quedó después en claro— no era recuperarlos
sino apoyarlos y encubrirlos, desde la apelación a lo emocional hasta el
uso de las armas. Pero si quienes libraron la guerra justa contra la
subversión se hubieran abstenido de utilizar algunos de los mismos
procedimientos perversos del adversario, su triunfo moral sobre ellos
sería hoy apabullante e incuestionable.
5.- Se ha olvidado, en quinto lugar, que los soldados argentinos que
combatieron en la ciudad o en los montes, bajo las formas más o menos
clásicas de la guerra o las atípicas que el partisanismo impone,
perdiendo por ello sus vidas o arriesgándose a perderlas, merecen la
gratitud y el aplauso, el trato heroico y el reconocimiento de su valor.
Ellos y sus familias vivieron múltiples peripecias y situaciones de
riesgo, hasta que —muchos— cayeron en combate o quedaron gravemente
mutilados. Libraron el buen combate sin ensuciar sus uniformes ni sus
conductas. Sus nombres y los de las batallas en las que actuaron no
pueden ser suprimidos de la memoria nacional, como vilmente viene
sucediendo.
6.- Se ha olvidado, en sexto lugar, que no toda acción represiva es
inmoral, y que aún del hecho de una represión ilícita no se sigue la
inocencia de quienes la hayan padecido. Ambas cosas sucedieron en
nuestro país. Hubo una represión del terrorismo perfectamente legítima y
encuadrable dentro de los cánones de la guerra justa. Y hubo una
represión —aconsejada por los eternos asesores de imagen que
continuamente proporciona el poder mundial para estas ocasiones— que
violó las normas éticas, siempre vigentes, aún en tiempos de
conflagración, desnaturalizando aquella contienda y enlodando a quienes
la ordenaban. Mas por enorme que resulte el repudio a aquel modo torcido
de reprimir el accionar terrorista, ello no convierte en inocentes a
todos aquellos sobre los cuales se ejecutó, ni en torturadores a todos
aquellos militares que pelearon. Sin mengua de que hayan podido resultar
lesionados algunos inocentes, hubo culpables reprimidos lícitamente y
culpables reprimidos ilícitamente. Pero lo más penoso, es que hubo
grandes culpables protegidos. Después, y hasta hoy, ocuparían los cargos
más encumbrados del Estado. Muchos altos jefes de las FF.AA. deberían
responder por esta altísima traición a la patria.
7.- Se ha olvidado, en séptimo lugar, que no existió ninguna dictadura
militar ni ningún genocidio. Debió existir la primera —posibilidad
prevista en la vida política de una nación y en las formas
gubernamentales de emergencia en tiempos de anarquía— como respuesta
necesaria y oportuna a la situación extraordinaria que se vivía
entonces. Contrariamente, las sucesivas cúpulas castrenses procesistas
se declararon en pro de “una democracia moderna, eficiente y estable”, y
se comportaron como una variante más del Régimen: la del partido
militar. Hasta que trasladaron mansamente el poder al más conocido
picapleitos del sanguinario jefe erpiano. La imagen de Bignone
entregando satisfecho el mando a Alfonsín, defensor de Santucho, es el
símbolo más elocuente de la inexistencia de dictadura castrense alguna, y
la prueba más patética de la existencia de una connivencia oprobiosa
entre aquellas mencionadas cúpulas procesistas y los mandos subversivos.
Así como no hubo dictadura no hubo genocidio, pues muertos por
procedimientos lícitos o ilícitos, los guerrilleros abatidos no fueron
perseguidos por cuestiones raciales o étnicas, sino por constituir un
ejército invasor, de raigambre internacionalista, durante una contienda
iniciada formalmente por ellos. Todas las comparaciones que se hacen
entre el Proceso y el Nacionalsocialismo, resultan ridiculas, falaces,
desproporcionadas y carentes de sustento. Tanto por la falsificación que
comporta de los hechos argentinos como por la exageración de los hechos
ocurridos en la Alemania del Tercer Reich. La estúpida analogía no es
más que propaganda comunista para consumo de ignorantes y de mendaces.
8.- Se ha olvidado, en octavo lugar, que no hubo un terrorismo de Estado
sino una cobardía de Estado; del Estado Liberal concretamente, incapaz
de hacerse responsable —con nombres y apellidos al pie de las
sentencias— de las sanciones penales públicas más drásticas,
perfectamente aplicables en tiempos de guerra contra un invasor externo
con apoyos nativos. Pero más allá de esta cobardía repudiable, no puede
establecerse ninguna simetría entre el Estado agredido que justamente se
defiende y preserva, y la acción disociadora de las células
guerrilleras, que pretendían constituirse en un Estado dentro del
Estado. Hubo acciones represivas del Estado Argentino perfectamente
plausibles, como la intervención militar en Tucumán con el Operativo
Independencia. Y otras medrosas e indignas, según las cuales, la
clandestinidad y la “ofensiva por izquierda” eran preferibles a la
reacción diestra y nítida.
9.- Se ha olvidado, en noveno lugar, que no existieron campos de
concentración ni holocaustos de ninguna especie. En todo caso, tan mal
pudieron pasarla los guerrilleros detenidos como los secuestrados en las
cárceles del pueblo. Los casos de Larrabure e Ibarzábal seguirán siendo
terriblemente paradigmáticos al respecto.
La tortura es un procedimiento inmoral, aunque quepan algunas
distinciones casuísticas sobre la aplicación de los castigos físicos.
Mas no existe un determinismo que convierte a todo militar en un
torturador, sino una naturaleza humana caída que puede degradar al
hombre, cualquiera sea el bando al que pertenezca. La dialéctica que
hace del militar un torturador y un secuestrador de criaturas y del
guerrillero una víctima mansa e indefensa, no resiste la menor
confrontación con la realidad y es parte constitutiva de una nueva y
grosera leyenda negra. Pero también debe decirse que no toda medida de
contención física de un delincuente es tortura, ni lo es todo
interrogatorio de un culpable, y que resulta una hipocresía inadmisible
escandalizarse por la falta de un trato humano después de habérselo
negado a otros.
10.- Se ha olvidado, en décimo lugar, que no eran alegres utopías las
que movilizaban a los cuadros guerrilleros sino un odio visible
sostenido en una ideología intrínsecamente perversa. No eran tampoco
desprotegidos y desguarnecidos corderos, a merced de una jauría
desenfrenada de soldados, sino tropas fríamente adiestradas y entrenadas
para matar y morir. Ninguna inocencia los caracterizaba. Ningún
atenuante los alcanza. Secuestraron y maltrataron a sus víctimas
horrorosamente; extorsionaron y se desempeñaron como victimarios de su
propio pueblo; practicaron el sadismo entre sus mismos compañeros de
lucha; tuvieron sus centros clandestinos de detención; arrojaron a
muchos jóvenes y hasta adolescentes al combate, utilizando después sus
muertes como propaganda partidaria y como argumentos sentimentales
contra la represión. Y no se privaron de escudarse en sus propios hijos
para propiciar sus fugas o para cubrirse en las refriegas, dejándolos
abandonados en no pocas ocasiones. Esos hijos por los que hoy se reclama
fueron, en algunos casos, abandonados por sus mismos padres, después de
haberlos usado como coartada, tal como surge con toda claridad de
muchas de las actuaciones judiciales respectivas. No todo hijo de
desaparecido fue arrancado de sus padres, adulterado en su identidad y
entregado en tenencia a una familia sustituía. Muchos fueron abandonados
por la pareja de guerrilleros que eventualmente los tenía consigo o que
los había engendrado. Y fueron recogidos, adoptados y criados con las
mejores intenciones por abnegados ciudadanos o por solícitas familias
castrenses.
Queden señalados esquemáticamente estos olvidos. No son los únicos sino
los que conviene recordar en los duros momentos actuales. Queden
señalados, porque recordar es un deber, y olvidar es una culpa. Queden
señalados, porque sin la memoria intacta y alerta no se puede marchar al
combate. Y el combate aún no ha terminado.
- See more at: http://scolaro.blogspot.com.ar/2015/08/diez-olvidos.html?spref=bl#sthash.IH3r3iDR.dpuf