SED LIBERA NOS A MALO
Por Fernando Roqué
En
su comentario al Evangelio de san Mateo, el insigne biblista M.J.
Lagrange, tras explicar el sentido de la sexta petición del
Padrenuestro: ‘et ne nos inducas in tentationem’, pasa a considerar la
última petición, en la que justamente han puesto su atención algunos
comentaristas en esta ‘entrada’.
Dice pues el P.Lagrange: “La segunda parte [se refiere al segundo de los dos miembros que los exegetas a menudo consideran por junto, como formando una unidad, a saber, la sexta y la séptima petición], según Orígenes (De orat. XXX, 1) está virtualmente contenida en la primera, razón por la cual la habría omitido San Lucas.
Dice pues el P.Lagrange: “La segunda parte [se refiere al segundo de los dos miembros que los exegetas a menudo consideran por junto, como formando una unidad, a saber, la sexta y la séptima petición], según Orígenes (De orat. XXX, 1) está virtualmente contenida en la primera, razón por la cual la habría omitido San Lucas.
En efecto, éste sería el caso si el
toû ponêroû se entendiera propiamente del demonio, como pensaron San
Juan Crisóstomo y Tertuliano (De fuga in pers.969
c; sed erue nos a maligno). En ese caso, pues, ser librado o preservado
de los engaños y asechanzas del maligno, equivaldría a no sucumbir ante
la tentación. Un gran número de modernos (incluso Schanz) entienden de
igual modo el ‘o ponêrós. No obstante, en San Mateo el demonio no
aparece mencionado expresamente más que una sola vez, en el cap.XIII,
19; y en los LXX este adjetivo no se refiere nunca al demonio, sino que
a menudo aparece tò ponêrón [gén. neutro] para significar el mal; y
éste debe de ser el caso también aquí, queriendo significar toda especie
de mal moral.
En fin, si ‘allá [lat.’sed’] no marca una oposición absoluta, puesto que se trata de dos oraciones unidas por un mismo sentido, sí implica en cambio una suerte de encarecimiento de lo pedido en el miembro precedente” (…) “En una palabra, el sentido sería ‘où mónon…’allà kaí [no sólo… sino también]. San Agustín mismo también ha mostrado la unión estrecha entre los dos miembros de la frase cuando expresa: “Orandum est enim ut NON SOLUM NON INDUCAMUR IN MALUM, quo caremus, quod sexto loco petitur, SED AB ILLO ETIAM LIBEREMUR, QUO IAM INDUCTI SUMUS…” (P. M.J. Lagrange: ‘Évangile selon Sait Matthieu, pa 131/132: Études bibliques, Paris, 1923). [el subrayado es por mi cuenta].
Coincidentemente con Lagrange se expresa otro notable escriturista francés, el abbé Fillion, que en su extenso y riquísimo comentario a San Mateo, dice: “Séptima petición: ‘sed libera nos a malo’. En lo que se refiere a la palabra ‘malo’ (ponêroû), encontramos la duda y la discusión acostumbradas (Cf. v. 37 y su explicación) ¿Está en género masculino, de modo que representa al demonio, el ser malvado por excelencia (“el maligno” dice una vieja versión francesa)? ¿O está en género neutro y designa al mal considerado como un terrible poder que nos amenaza por todas partes? Los Padres griegos y algunos comentaristas que los siguieron, se pronuncian a favor de la primera lectura, al punto que llegan a unificar la sexta y el séptima petición en una sola. El texto querría decirnos, pues, que tras hablar de la tentación, a renglón seguido Jesús nos señalaría a su principal autor. Pero no, la segunda frase [o séptima petición] no es una simple variante de la precedente, sino que tiene un alcance mucho mayor. Y es esto justamente lo que nos enseña la Iglesia en la bella plegaria “Libera nos” que el sacerdote reza en la Misa inmediatamente después del Paternoster. Así pues, a modo de una recapitulación de la última frase de Nuestro Señor, y como para fijar su sentido en una auténtica ‘explanatio’ o glosa, la Iglesia nos ilumina acerca del contenido propio de la oración que cierra el Padrenuestro: ‘Libera nos,quaesumus, Domine,AB OMNIBUS MALIS PRAETERITIS, PRAESENTIBUS ET FUTURIS…’ [el subrayado es por mi cuenta].
Esto se traduce: Líbranos del mal, en cualquiera de las formas que el mismo haya de manifestarse, pues siempre opera en contra de vuestro Reino: del mal pasado, o de nuestros pecados de ayer, que aunque perdonados, han dejado en nosotros huellas funestas; de los enemigos de todo género que nos hostigan en el presente; y de vuestros castigos futuros, que nos hemos ganado bien que merecidamente; en fin, de penas incontables que nos agobian.
Como se advierte, el final de la oración que nos enseña Jesús,a despecho de su forma negativa, comporta una suerte de petición universal, junto la proferición de un anhelo ardiente y general de la redención mesiánica” (Évangile selon S. Matthieu, introduction, critique et commentaires, por M. l’abbé L.Cl. Fillion. Texto bilingüe latín-francés).
Me permito agregar un breve apunte gramatical. Es claro que una atenta lectura del texto, no permite -como expresa Fillion- deducir con certeza, que haya de entenderse “a malo” por “del Maligno”, pues o se trata del ablativo de sustantivo neutro ‘malum’, en cuyo caso debería traducirse por “lo malo”; o bien se trata del ablativo del adjetivo ‘malus’, en cuyo caso se ha de trasladar por “del mal” (como traducen por cierto tanto Lagrange como Fillion). Y si acudimos al texto original, nos encontramos con parecida ambigüedad gramatical, pues, como lo explican los autores citados, ‘ponêrós’ es un adjetivo, equivalente a ‘malus’, pero que precedido del artículo determinante (cosa que no sucede en latín pues la lengua del Lacio carece de tal forma gramatical), adquiere el valor de sustantivo (como por otra parte sucede también en nuestro idioma y en muchos otros); sólo que al estar el vocablo en genitivo, torna incierto su género: puede ser masculino (“del malo”, o “del mal”), o bien neutro (“de lo malo”).
Con ser bastante claro lo expuesto, particularmente en los textos citados, sin embargo traigo a continuación un texto del Magisterio, que habrá de aventar, espero, toda duda sobre la cuestión considerada. Me refiero al Catecismo del Concilio de Trento, aprobado por San Pío V en 1566. Se trata pues de un documento magisterial de primer orden.
Bajo el acápite: DE LA SÉPTIMA PETICIÓN (cap. XVI), de la larga exposición que se hace de la misma, por mor de brevedad extraigo lo más atinente a lo arriba expuesto.
En el parágrafo 6 se dice:”Qué se entiende aquí por la palabra mal, y cuál es el significado de la presente petición.
Síguese la virtud y el significado de esta petición, para que entiendan los fieles que no pedimos en el Padrenuestro ser librados de todos los males. Pues hay ciertas personas que tienen comúnmente por males cosas que son beneficiosas para los que las padecen; como aquel estímulo dado al Apóstol para que con el auxilio de la divina gracia se perfeccionase su virtud en el combate. Estos males, cuando se conoce su virtud, son causa de sumo placer para las almas justas: ¡tan lejos están de pedir a Dios verse libres de ellos! Por lo cual, pedimos a Dios nos libre únicamente de aquellos males que no pueden traer bien alguno al alma; pero los demás, de ninguna manera, con tal que de ellos se saque algún fruto saludable.
Parágrafo 7: Cuántas y cuán graves son las clases de males de los que deseamos vernos libres.
El significado, pues, que encierra en absoluto dicha palabra [entiéndase ‘mal’] es que, después de vernos libres del pecado, nos libremos también del peligro de la tentación, y de los males interiores y exteriores; que estemos seguros del agua, del fuego y del rayo; que el granizo no dañe los frutos de la tierra; que no padezcamos carestía de alimentos, revoluciones ni guerras; pedimos a Dios que aparte de nosotros enfermedades, pestes, y la desolación; que nos libre de prisiones, cárceles, destierros, traiciones, asechanzas y todos los demás males que suelen afligir y perseguir muchísimo a la vida humana; y, por último, que aleje de nosotros toda ocasión de pecados y maldades (…) Pedimos igualmente a Dios no ser sorprendidos por muerte repentina; no incurrir en la divina ira; no hacernos merecedores de los castigos reservados a los impíos, y que no seamos atormentados por el fuego del Purgatorio, del cual suplicamos piadosa y santamente se vean libres nuestros prójimos. La Iglesia INTERPRETA ESTA PETICIÓN EN LA MISA Y EN LAS LETANÍAS DE ESTE MODO, A SABER, QUE PIDAMOS SER LIBRES DE LOS MALES PASADOS PRESENTES Y FUTUROS”(In Can. Missae, post Paternoster).
Para cerrar, una acotación final. El que tendamos a ver un sentido abstracto en la fórmula “líbranos del mal”, más que a una ‘carga’ semántica en tal sentido de la propia palabra ‘mal’, pienso que se debe tal vez a una tendencia del hombre de la Modernidad a volver abstractos aquellos planos de la realidad no tangibles ni personales, pero sin embargo perfectamente concretos, tan o más concretos que los entes del mundo sensible. Para el hombre antiguo y el medieval, penetrada su mentalidad del realismo aristotélico, era imposible tal confusión. Pero con la irrupción a fines de la Edad Media, del nominalismo primero, y unos siglos después el racionalismo-subjetivismo cartesiano, Occidente vio el inicio de la quiebra del ‘espíritu objetivo’, lo cual ha sido fuente y raíz de incontables males. Así pues, puestos a la tarea de resignificar el lenguaje, esto es devolviendo el sentido genuino a las palabras, lejos de pensar que la palabra ‘mal’ designa una abstracción como nos quieren hacer creer los teólogos de la ‘revolución cultural’, reclamamos su fuerte vínculo semántico con una realidad concreta: el Mal.
En fin, si ‘allá [lat.’sed’] no marca una oposición absoluta, puesto que se trata de dos oraciones unidas por un mismo sentido, sí implica en cambio una suerte de encarecimiento de lo pedido en el miembro precedente” (…) “En una palabra, el sentido sería ‘où mónon…’allà kaí [no sólo… sino también]. San Agustín mismo también ha mostrado la unión estrecha entre los dos miembros de la frase cuando expresa: “Orandum est enim ut NON SOLUM NON INDUCAMUR IN MALUM, quo caremus, quod sexto loco petitur, SED AB ILLO ETIAM LIBEREMUR, QUO IAM INDUCTI SUMUS…” (P. M.J. Lagrange: ‘Évangile selon Sait Matthieu, pa 131/132: Études bibliques, Paris, 1923). [el subrayado es por mi cuenta].
Coincidentemente con Lagrange se expresa otro notable escriturista francés, el abbé Fillion, que en su extenso y riquísimo comentario a San Mateo, dice: “Séptima petición: ‘sed libera nos a malo’. En lo que se refiere a la palabra ‘malo’ (ponêroû), encontramos la duda y la discusión acostumbradas (Cf. v. 37 y su explicación) ¿Está en género masculino, de modo que representa al demonio, el ser malvado por excelencia (“el maligno” dice una vieja versión francesa)? ¿O está en género neutro y designa al mal considerado como un terrible poder que nos amenaza por todas partes? Los Padres griegos y algunos comentaristas que los siguieron, se pronuncian a favor de la primera lectura, al punto que llegan a unificar la sexta y el séptima petición en una sola. El texto querría decirnos, pues, que tras hablar de la tentación, a renglón seguido Jesús nos señalaría a su principal autor. Pero no, la segunda frase [o séptima petición] no es una simple variante de la precedente, sino que tiene un alcance mucho mayor. Y es esto justamente lo que nos enseña la Iglesia en la bella plegaria “Libera nos” que el sacerdote reza en la Misa inmediatamente después del Paternoster. Así pues, a modo de una recapitulación de la última frase de Nuestro Señor, y como para fijar su sentido en una auténtica ‘explanatio’ o glosa, la Iglesia nos ilumina acerca del contenido propio de la oración que cierra el Padrenuestro: ‘Libera nos,quaesumus, Domine,AB OMNIBUS MALIS PRAETERITIS, PRAESENTIBUS ET FUTURIS…’ [el subrayado es por mi cuenta].
Esto se traduce: Líbranos del mal, en cualquiera de las formas que el mismo haya de manifestarse, pues siempre opera en contra de vuestro Reino: del mal pasado, o de nuestros pecados de ayer, que aunque perdonados, han dejado en nosotros huellas funestas; de los enemigos de todo género que nos hostigan en el presente; y de vuestros castigos futuros, que nos hemos ganado bien que merecidamente; en fin, de penas incontables que nos agobian.
Como se advierte, el final de la oración que nos enseña Jesús,a despecho de su forma negativa, comporta una suerte de petición universal, junto la proferición de un anhelo ardiente y general de la redención mesiánica” (Évangile selon S. Matthieu, introduction, critique et commentaires, por M. l’abbé L.Cl. Fillion. Texto bilingüe latín-francés).
Me permito agregar un breve apunte gramatical. Es claro que una atenta lectura del texto, no permite -como expresa Fillion- deducir con certeza, que haya de entenderse “a malo” por “del Maligno”, pues o se trata del ablativo de sustantivo neutro ‘malum’, en cuyo caso debería traducirse por “lo malo”; o bien se trata del ablativo del adjetivo ‘malus’, en cuyo caso se ha de trasladar por “del mal” (como traducen por cierto tanto Lagrange como Fillion). Y si acudimos al texto original, nos encontramos con parecida ambigüedad gramatical, pues, como lo explican los autores citados, ‘ponêrós’ es un adjetivo, equivalente a ‘malus’, pero que precedido del artículo determinante (cosa que no sucede en latín pues la lengua del Lacio carece de tal forma gramatical), adquiere el valor de sustantivo (como por otra parte sucede también en nuestro idioma y en muchos otros); sólo que al estar el vocablo en genitivo, torna incierto su género: puede ser masculino (“del malo”, o “del mal”), o bien neutro (“de lo malo”).
Con ser bastante claro lo expuesto, particularmente en los textos citados, sin embargo traigo a continuación un texto del Magisterio, que habrá de aventar, espero, toda duda sobre la cuestión considerada. Me refiero al Catecismo del Concilio de Trento, aprobado por San Pío V en 1566. Se trata pues de un documento magisterial de primer orden.
Bajo el acápite: DE LA SÉPTIMA PETICIÓN (cap. XVI), de la larga exposición que se hace de la misma, por mor de brevedad extraigo lo más atinente a lo arriba expuesto.
En el parágrafo 6 se dice:”Qué se entiende aquí por la palabra mal, y cuál es el significado de la presente petición.
Síguese la virtud y el significado de esta petición, para que entiendan los fieles que no pedimos en el Padrenuestro ser librados de todos los males. Pues hay ciertas personas que tienen comúnmente por males cosas que son beneficiosas para los que las padecen; como aquel estímulo dado al Apóstol para que con el auxilio de la divina gracia se perfeccionase su virtud en el combate. Estos males, cuando se conoce su virtud, son causa de sumo placer para las almas justas: ¡tan lejos están de pedir a Dios verse libres de ellos! Por lo cual, pedimos a Dios nos libre únicamente de aquellos males que no pueden traer bien alguno al alma; pero los demás, de ninguna manera, con tal que de ellos se saque algún fruto saludable.
Parágrafo 7: Cuántas y cuán graves son las clases de males de los que deseamos vernos libres.
El significado, pues, que encierra en absoluto dicha palabra [entiéndase ‘mal’] es que, después de vernos libres del pecado, nos libremos también del peligro de la tentación, y de los males interiores y exteriores; que estemos seguros del agua, del fuego y del rayo; que el granizo no dañe los frutos de la tierra; que no padezcamos carestía de alimentos, revoluciones ni guerras; pedimos a Dios que aparte de nosotros enfermedades, pestes, y la desolación; que nos libre de prisiones, cárceles, destierros, traiciones, asechanzas y todos los demás males que suelen afligir y perseguir muchísimo a la vida humana; y, por último, que aleje de nosotros toda ocasión de pecados y maldades (…) Pedimos igualmente a Dios no ser sorprendidos por muerte repentina; no incurrir en la divina ira; no hacernos merecedores de los castigos reservados a los impíos, y que no seamos atormentados por el fuego del Purgatorio, del cual suplicamos piadosa y santamente se vean libres nuestros prójimos. La Iglesia INTERPRETA ESTA PETICIÓN EN LA MISA Y EN LAS LETANÍAS DE ESTE MODO, A SABER, QUE PIDAMOS SER LIBRES DE LOS MALES PASADOS PRESENTES Y FUTUROS”(In Can. Missae, post Paternoster).
Para cerrar, una acotación final. El que tendamos a ver un sentido abstracto en la fórmula “líbranos del mal”, más que a una ‘carga’ semántica en tal sentido de la propia palabra ‘mal’, pienso que se debe tal vez a una tendencia del hombre de la Modernidad a volver abstractos aquellos planos de la realidad no tangibles ni personales, pero sin embargo perfectamente concretos, tan o más concretos que los entes del mundo sensible. Para el hombre antiguo y el medieval, penetrada su mentalidad del realismo aristotélico, era imposible tal confusión. Pero con la irrupción a fines de la Edad Media, del nominalismo primero, y unos siglos después el racionalismo-subjetivismo cartesiano, Occidente vio el inicio de la quiebra del ‘espíritu objetivo’, lo cual ha sido fuente y raíz de incontables males. Así pues, puestos a la tarea de resignificar el lenguaje, esto es devolviendo el sentido genuino a las palabras, lejos de pensar que la palabra ‘mal’ designa una abstracción como nos quieren hacer creer los teólogos de la ‘revolución cultural’, reclamamos su fuerte vínculo semántico con una realidad concreta: el Mal.
LAUS DEO VIRGINIQUE MATRI
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