ADIÓS, SEÑORA
Ya todo es cuesta abajo, señora.
Lentamente, sus días se van
llenado de últimas ocasiones y actos de clausura, y la expectativa se convierte
en nostalgia.
Es natural, a todos nos pasará en
algún momento.
Cualquiera podría darse por
satisfecho en su lugar, ha llegado a lo más alto de su carrera política, y ha
acumulado las dos cosas que más quiso en el mundo: poder y dinero.
Sería el tiempo indicado para
retirarse, descansar y tal vez escribir unas memorias que muchos comprarían y
mentirían haber leído.
Pero usted no es así, ¿verdad?
No, claro que no. Usted detestará cada minuto.
¡El diarero más caro del mundo! |
Al principio los cambios serán
groseramente evidentes. A partir del 11 de diciembre, ya no dispondrá de los
bienes del Estado para su uso personal, deberá procurarse sus propios juguetes,
desplazarse a nivel del suelo y pagar por lo que compre, con dinero dudosamente
suyo.
Abuso de la cadena nacional |
No podrá contarle a millones de
personas los falsos detalles de su vida imaginaria, ni proyectar en un auditorio
obligado sus frustraciones patológicas y los resentimientos que han moldeado su
carácter como el impiadoso cincel de un escultor perverso.
Pero superará eso, señora, porque
la mente humana es maravillosa para adaptarse a variaciones traumáticas: superamos
divorcios, mudanzas, muertes y catástrofes de todo tipo. Incluso hasta
superamos gobiernos desastrosos!
Los que son realmente difíciles
de prevenir por insidiosos y sutiles son los pequeños detalles que marcan la
decadencia. Es como la juventud, señora, que se pierde en forma tan gradual e
inevitable que no nos damos cuenta hasta que un día la imagen que nos devuelve
el espejo nos resulta ajena, extraña y ominosa. El espejo le devolverá su propia imagen, la verdadera
imagen, con una deformidad que Ud. se empeñó en desconocer.
Y usted, acostumbrada a ser el
centro, conocerá la periferia.
Un día alguien se dará cuenta de
que ya no es necesario mantenerla informada de todo.
Un día alguien la hará esperar en
el teléfono.
Un día alguien la recibirá con
indisimulable fastidio.
Un día, señora, notará que
aquella forma de relacionarse con las personas basada en el temor como remedo
deforme del respeto, ya no es efectiva, porque es cosa curiosa el respeto: se
lo obtiene más cuando más se entrega, y usted no ha entregado nada, nunca.
Aquellos a quienes usted ha
ofendido, humillado y agraviado en el ascenso, se presentarán a cobrar sus
cuentas en la caída.
Porque las lealtades alquiladas
no son perennes, señora.
Sus propietarios simplemente
cambian de inquilino.
Cual multitudes de Pedros, la
negarán tres veces, o quinientas, si eso dictan las conveniencias del momento.
Pero usted sabe mejor que nadie cómo es eso…
El poder se escurre entre sus
manos ahora mismo, señora, y no se detendrá.
Soñará, claro, con un futuro
regreso, y tal vez esa esperanza la mantenga a flote por un tiempo.
Pero cuando el periodismo voluble
comience a ignorarla, cuando ya no alcance su primer nombre para identificarla
en la nota de relleno de una página perdida, sentirá la mordida del miedo.
Ya no será "la Jefa".
Será "la vieja". "¿Y ahora que quiere la vieja?" comenzará
a escucharse en tono irritado ante cada llamado, cada pregunta, cada exigencia.
Su enfermizo deseo de
trascendencia será aplastado en este país donde cada gobernante llega a su
puesto con delirios fundacionales.
Cualquier cosa que haya hecho,
cualquier legado que pretendiera dejar podrá ser borrado con una firma, con las
manos levantadas de los mismos que hasta ayer le juraban fidelidad hasta la
muerte.
Usted no será un mito, señora,
porque los mitos se construyen a lo largo de los años con la contribución
deliberada y constante de muchas personas motivadas por el respeto o la
conveniencia.
Descartado el respeto, sólo
quedará la conveniencia, y rápidamente usted se convertirá en alguien
inconveniente.
Quizás entonces se aferre a otra
fantasía, la de fundar una dinastía. Pero ¡ay!, sus herederos no parecen estar
a la altura.
La líder de la claque habla y ellos aplauden ... no saben porque, pero aplauden a rabiar |
Usted ha cometido un terrible
error en su vida, señora: no ha tenido amigos. Y le pesará, porque el refugio
de los afectos está reservado a las personas buenas.
Le quedará, si acaso, la familia,
suponiendo que sean capaces de soportar su creciente amargura.
Sé que está obsesionada por cómo
la recordará la posteridad.
Lo mejor sería que la olvidara
del todo, señora.
Porque de otra manera, la única
huella que dejará su paso por esta vida, será una nota marginal en la Historia
Universal del Fracaso.
Adios, señora... and go to hell daughter of a bitch!
Se desconoce al autor de esta
carta.
NOTA: Las imágenes no corresponden a la nota original.