La crisis moral como parte de la herencia
La página
del sábado
Las últimas novedades sobre la muerte del fiscal
Alberto Nisman no echan más luz sobre el caso; por el contrario, siembran más
sospechas, y dejan en claro que los nuevos abogados querellantes han cambiado
de estrategia judicial y apuntan a enfrentar por anticipado un dictamen de la
fiscal Viviana Fein, que afirmaría que el fiscal se suicidó. Eso es nada, o casi, con lo que también deja en
claro la denuncia de los abogados Federico Casal, Manuel Romero Victorica y
Juan Pablo Vigliero: hay un hondo hueco moral en la vida pública argentina, de
una anchura y profundidad que no son mensurables, que se ha instalado en la
cultura política de esta década como un elemento más de la cotidianidad, cuando
debería ser la excepción, y que riega de cierta hipocresía, impostura y cinismo
lo que debería ser diáfano y palmario.
De esa forma, lo que sucede no es lo que
pasa, los números no son lo que representan, las actitudes dudosas son poco
menos que dignas, sino heroicas.
Ya es casi un dato en el olvido que Nisman apareció
muerto de un balazo en la cabeza en el baño de su departamento de Puerto Madero
cuatro días después de denunciar a la presidente Cristina Kirchner, al
canciller Héctor Timerman, al diputado Andrés Larroque y al ex piquetero Luis
D’Elía, entre otros, por encubrir el atentado a la AMIA de 1994, y apenas horas
antes de ratificar su denuncia ante una comisión del Congreso. A siete meses de
su muerte, la fiscal Fein, a cargo de la investigación, todavía no puede
dilucidar si el fiscal se suicidó o lo mataron.
¿Qué dicen sobre el caso los abogados de la ex
mujer de Nisman, la juez Sandra Arroyo Salgado, y de sus hijas? Que la
investigación se hizo como el culo (sic). Que hubo otra persona en el
departamento del fiscal. Que Nisman fue atacado y golpeado. Que alguien borró
los mensajes de su celular y lo hizo en persona, no por vía remota, después de
su muerte. Asegurar todo lo anterior y denunciar que Nisman fue asesinado, es
lo mismo. Los abogados, y Vigliero lo hizo en el programa “Desde el Llano” que
conduce Joaquín Morales Solá, destacan sin embargo la capacidad profesional de
la fiscal Fein y de la juez Fabiana Palmaghini. Cómo es que profesionales de
sólida formación y probada honestidad pueden llevar adelante una investigación
“como el culo”, es otro de los misterios del caso, aunque evoca la frase del
gaucho del cuento: “Somos todos muy honrados, pero el poncho no aparece”.
La denuncia de la querella tuvo eco en la prensa y
cayó en la mansedumbre bucólica de los poderes del Estado. Sólo el ministro
jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, desmintió el jueves a los letrados de
Arroyo Salgado. Fernández dijo que “no existe ningún elemento” que sostenga la
hipótesis de una tercera persona en el departamento, ni que esa persona haya
borrado datos del celular del fiscal. ¿Cómo lo sabe el ministro? ¿Tiene acceso
a la causa? ¿Quién le informa sobre la marcha de la investigación? ¿Por qué el
Poder Ejecutivo tiene información de primera mano sobre una investigación
judicial? La exasperante lentitud de la fiscal Fein tiene un motivo que suena
como de sentido común, pero que no tiene sentido ni es común: la fiscal no
eleva su dictamen sobre Nisman, suicidio o asesinato, porque alteraría el clima
electoral de estos meses. Esto es, no lo hizo en agosto por las PASO, no lo
hará hasta octubre por las generales y, si hay segunda vuelta, no lo hará en
noviembre.
¿Por qué el Poder Judicial piensa en los intereses
del poder político? ¿Cómo es que aspira y exige independencia, cuando especula
sobre lo que una decisión judicial puede provocar en el Gobierno o en la
oposición? ¿Qué supone la fiscal Fein que puede provocar su dictamen? Si supone
algo, es porque ya tiene un veredicto. Hace unas semanas, tal como reveló en
este diario el colega Héctor Gambini, el eminente forense Osvaldo Raffo dio la
última conferencia de su dilatada carrera profesional. Sus pares le pidieron
que hablara sobre el caso Nisman y dijo que no podía hacerlo; pero se despidió
con una frase tremenda: “Pasó lo que ustedes piensan que pasó”. Es
difícil saber qué piensa Raffo que pensaba su auditorio. Pero es fácil advertir
que la mayoría de los mortales en la Argentina piensan que a Nisman lo mataron.
Y que la inexplicable morosidad judicial, rodeada de especulaciones políticas,
no hace sino acentuar esa sospecha, aunque en el futuro los dictámenes digan
otras cosas.
Toda esta anormalidad, en la que muchos dicen lo
que nadie piensa y otros muchos piensan lo que nadie dice, transcurre como
normal y acaso como ejemplar ante la indiferencia, si no el beneplácito, de
gran parte de la sociedad. Las tremendas inundaciones que sacudieron a Buenos
Aires, más que acosar al gobernador y candidato presidencial Daniel Scioli por
su inoportuno viaje a Italia, revelaron la ausencia de unas obras que se
prometieron a cartelazo limpio y que no se hicieron. Domingo Pisoni, párroco de
Salto, con su iglesia llena de refugiados, también definió el drama con una
frase: “Aporta más votos Fútbol para Todos que hacer alcantarillas”. Lo que el
buen cura también decía es que, en la Argentina, las obras a largo plazo rara
vez se encaran porque las cintas inaugurales las va a cortar el otro. Y esa
miserable concepción política también es admitida como algo normal, pícaro y
astuto tanto por quienes dicen hablar en nombre del progresismo, como por
quienes son invadidos y arrasados por el agua.
Delfina Rossi, hija del ministro de Defensa Agustín
Rossi, fue nombrada esta semana en un alto cargo en el Banco Nación con un
sueldo de setenta mil pesos. Las sospechas de nepotismo, acomodo, arreglo o
como quiera llamarse al nombramiento, estuvieron lejos de alterar los ánimos de
la muchacha, de 26 años, que defendió su designación basada dijo, en su
capacidad.
En otros
tiempos de otra moral, la señorita Rossi hubiera rechazado la responsabilidad y
esperado a que su padre dejara la función pública y luego ganarse el puesto por
su capacidad. Su lógica, en cambio, fue cargar contra quienes la impugnaban:
“Me atacan -dijo- por ser joven”, cuando la cuestionaban por su dudosa
integridad cívica. Es esa estrategia de presentar como loable lo que no es, o
de pretender ser consecuencia cuando se es causa, la que indica la crisis que
deja como herencia en la moral pública la ya conocida década ganada.
Para
colmo, la señorita Rossi se dejó fotografiar con un retrato del Che Guevara a
sus espaldas.
Niña, que
Guevara no se entere.
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