A LAS VUELTAS CON EL MAGISTERIO.
Lo que estamos intentando desde esta
página, es que la perplejidad ante la contradicción que demuestran los Papas
conciliares con respecto a todo el Magisterio anterior, no nos haga desaparecer
a la Iglesia misma, que esencialmente es Madre y Maestra.
Hace
el P. Álvaro Calderón en su libro “La lámpara bajo el celemín”, la siguiente pregunta: “La
cuestión que nos plantea el magisterio conciliar es la siguiente. En nuestro
combate en defensa de los dogmas tradicionales hemos llegado a rechazar públicamente
nuevas doctrinas que, si no son explícitamente enseñadas por el Concilio, al
menos parecen estar aprobadas y fundadas en documentos conciliares. Ahora bien,
es un dogma tradicional que “el sagrado magisterio ha de ser para cualquier
teólogo en materia de fe y de costumbre la norma próxima y universal de la
verdad” (Pio XII, Humani Generis, DS 3884). Por lo tanto ¿no es ilegítimo,
incoherente y subversivo que, pretendiendo defender la tradición, arguyamos
públicamente contra la autoridad de un Concilio Ecuménico?”.
La respuesta a esta pregunta es esencial
para que no se nos produzcan los siguientes problemas. 1.- Si es un magisterio
contradictorio, pues han fallado y esto demuestra la vacancia de la sede
petrina y probablemente la de las sillas episcopales (sedevacantismo). 2.- No
puede fallar, por lo tanto tenemos que aceptarlas como vienen y adaptarnos. 3.-
El magisterio es una actividad intelectual de hombres y como tal puede tener
fallas; la “infalibilidad” es en sí misma una “novedad” que hay que tomar con
pinzas (algunos lo descartan directamente), o es la “excepción”, y el fiel debe
poner a juicio las enseñanzas de la jerarquía sobre las bases de una “materia”
de fondo doctrinaria, una “verdad objetiva”. 4.- Debemos atenernos a la
doctrina anterior al Concilio y juzgarlo a la luz de esa tradición.
Estas dos últimas son las que se han
hecho comunes entre las personas del ambiente “tradicional”, creando una
especie de actitud “desconfiada” ante la Iglesia y obligando a cada uno a ser
perito o teólogo para juzgar la corrección de las enseñanzas de la Iglesia. Ser
una especie de revisores o controladores de la ortodoxia.
Uno de los principales problemas en esta
forma de ver las cosas, es ¿quién decide qué es lo ortodoxo? Muchos dirán que
hay que estar a la doctrina tradicional, pero ¿cuál es la doctrina tradicional?
Pues ya vemos que en muchos puntos, no hay acuerdo sobre esto, aun entre los de
un mismo grupo con respecto a puntos en concreto. Y esto en virtud de que una
de las grandes tareas del Magisterio Eclesiástico es definir justamente esto;
es decir, cual es la doctrina tradicional.
En fin, la solución sedevacantista es la
más simple para rápidamente sacarse el problema y no niego que es tentadora.
Pero nos deja en una soledad que se enfrenta a la “promesa” y, puede producir
duros frutos de desesperación, y de hecho, los produce. El tiempo pasa y la
prueba pone en duda la vigencia de aquella promesa. La Iglesia se hace
“invisible”.
La segunda pone en sitio a la inteligencia.
Resulta que debemos creer algo distinto a lo que siempre se dijo, es más,
debemos aceptar lo contradictorio, no sólo con el pasado, sino aun en el
presente. Debemos abandonar una forma conceptual y filosófica realista por una
idealista. Debemos receptar los principios filosóficos del liberalismo que
fueran expresamente condenados por San Pio X. Pero fundamentalmente debemos
renunciar al ejercicio de la inteligencia en una “confianza islámica”, parece
que Dios mismo puede ser contradictorio. Esto es lo que se llama “línea media”,
y esto quiere decir que no se hacen modernistas, pero tampoco enfrentan al
modernismo; se deja a la inteligencia flotando en la incertidumbre y en la
perplejidad, dando un voto de confianza voluntario. La línea media es una
enfermedad de la inteligencia y no una aceptación o no del novus ordo. Esto
último es un simplismo para categorizar y encasillar. Normalmente se produce
porque la inteligencia sede ante las razones de “orden” social que priman sobre
la verdad. Es la típica reacción conservadora.
Y la tercera, nos hace desconfiados de
nuestra Madre y Maestra, y aun peor, nos convierte en jueces de lo que
deberíamos ser súbditos, cayendo en una nueva clase de historicismo. Si esto
que se produce hoy es normal – falla humana – debe haber ocurrido muchas veces
antes. Y ponemos a juicio también el pasado que estaba seguro. Ya Trento es
revisable y por qué no el Concilio Vaticano I, y muchas otras cosas. Se rompe
el principio de unidad de criterio y la Iglesia estalla en mil pedazos.
Hay tradicionalistas que piensan que Trento
es un endurecimiento dogmático que quita la frescura medieval, y allí quieren
volver. Como si se pudiera. Trento es la respuesta a la reforma protestante, es
la respuesta adecuada al momento histórico, donde los dogmas que siempre se
sostuvieron en el amor, ahora puestos en duda, había que formularlos como leyes
obligatorias.
La infalibilidad no era necesaria antes (porque
nadie la ponía en duda), recién en el Concilio Vaticano I, y ya comienza a
molestar.
Este tradicionalismo es criticado con
razón, por erigirse en magisterio. Pero entendámonos, el defecto mayor, es
convertir a la teología en magisterio. Me explico: nosotros tenemos la
revelación y aquella primera tradición apostólica, que obran como “máximas” para
enfrentar la vida en la historia. De estas máximas, principios, verdades
fundamentales, o como quieran llamarlas, surge una ciencia que es la teología.
Pero fundamentalmente todos los hombres tienen
que tener un guía o pastor, que ante los avatares históricos, ante los
embates renovados de las fuerzas del mal, nos digan cómo deben ser enfrentados
ya y hoy, con órdenes claras. Esta última actividad es el Magisterio de la
Iglesia que es quien recibe el carisma del espíritu Santo. No el teólogo, sino
el Pastor (que puede o no ser ambas cosas). Y el teólogo debe entender que
estas órdenes (consejos, etc.), que son inspirados, deben ser tenidas en cuenta
como fuente para su ciencia. No es el Pastor quien consulta al teólogo, sino al
revés, porque es el Pastor quien recibe el carisma (esta inversión se dio
grandemente en el Concilio Vaticano II con los famosos “peritos” que se
impusieron a los “pastores”, y terminaron en una pastoral guiada por filósofos,
y no por el Espíritu).
Debemos entender la acción de la Iglesia
con las analogías Cristianas, Cristo no compara a su Iglesia con un aula de
estudiosos o con la Academia griega; es un rebaño, que transcurre una
existencia en el espacio y el tiempo, sujeto a miles de avatares cotidianos y
urgentes, y los que nos promete es darnos un Pastor que la guíe, un Pastor con
un carisma especial.
La asistencia del Espíritu Santo a esta
Madre y Maestra nos fue prometida, y no nos fue prometida como un asunto de
excepción, sino como un asunto “normal”. Nadie piensa que se tiene que andar
cuidando de su madre y de su padre, están allí para proveer el bien. A ellos se
nos pide obediencia. Y a la Iglesia con mayor razón.
Dejemos de lado, por ahora, las
distinciones finas de esta asistencia del Espíritu Santo - que la hace
infalible - de si es cuando está sentado en tal o cual lugar, o cuando pone
cara de, o con el dedo alzado. Lo normal es que el Papa, la jerarquía y el cura
de nuestra parroquia, estén asistidos por el Espíritu Santo para aconsejarnos y
enseñarnos. Sino, Cristo nos ha metido en un verdadero problema y tenemos que
hacernos de una gran biblioteca, estudiar teología, latín, historia sagrada y otras
cosas más, para saber si estos señores no nos están engatusando. Él no nos dice
“vean si guardan la ortodoxia”; nos da unos consejos para que miremos cómo es
el Buen Pastor y cómo el mercenario. Es risible ver cómo los Buenos Pastores
sabían descubrir a los lobos y desde que tenemos “teólogos”, no hay más lobos,
parecen todos ovejas pardas.
De hecho, las feligresías
tradicionalistas no están compuestas ni mínimamente por intelectuales y son muy
pocos los sacerdotes intelectuales. La casi totalidad de estas feligresías son
personas que hartas de mercenarios, descubrieron buenos pastores, vieron sus
frutos y los siguieron. No hace mucho, en medio de la tormenta mediática de
acuerdo o no, paré la oreja en un sermón de Mons. Fellay a ver que decía a los
seminaristas sobre la cuestión. La cuestión es que el sermón era una dolida
arenga para los seminaristas, dirigida a ¡no cometer pecados veniales! Y
bastante humillado, me di cuenta que esa era la solución: curas sin pecados
veniales.
Por otra parte, el problema del
modernismo, son esos miles de curas llenos de pecados.
Si no ¿qué sería de los simples? Y ¡qué
profusión de maestritos!
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Tratando de concluir en este punto,
digamos que el entendimiento del Magisterio Eclesiástico, está sufriendo en los
medios tradicionales una influencia de la interpretación jurídica liberal (y no
menor causa de esto es que está lleno de abogados “pensando”). ¿Qué quiero
decir con esto?:
Los abogados nos hemos acostumbrado a que
las leyes son restrictivas de la libertad y que hay que interpretarlas de modo
restringido o restrictivo, para impedir un poder tiránico. Es un buen criterio
para las leyes humanas, que normalmente tienden a prohibir una serie de actos.
Cuando entendemos que el gobierno es un “mal necesario”, pues restringimos su
poder lo más que se pueda, separamos poderes, etc. Si entendemos que el
gobierno es algo bueno, pues no nos asustan las “sumas de los poderes públicos”
(“limitados por el asesinato” decía chuscamente Alberto Falcionelli). Lo cierto
es que aplicar una interpretación restrictiva a una ley de “amor”, es una buena
estupidez.
La asistencia del Espíritu Santo al Pastor
de la Iglesia, que es el Papa, mediante el carisma de la infalibilidad, es una
ley de “amor”. No nos debe preocupar tanto el restringirla para dar menos poder
o para limitarlo. Es un poder para el bien el que tiene. Un poder dulce. Como
el de la madre. Pero claro, ahora hay que restringir estos poderes de amor,
porque la propaganda ha hecho estragos y ha demostrado que los padres abusan de
los hijos y hay “violencia familiar”. Todo poder es malo y pongámosle límites.
El poder del Papa es bueno y para bien, no
se trata de ponerle límites desde los subordinados, se trata de que su “buena
acción” pastoral sea lo más eficaz posible. No somos una banda de “ciudadanos”
poniéndole límites al posible tirano. El buen pastor, es siempre bueno para las ovejas, el problema
es que se duerma, lo limiten, o le hagan creer que se tiene que autolimitar
para que sus ovejas “maduren”. Y entonces los lobos engordan. Hoy tenemos
tradicionalistas coincidiendo con ultra modernistas en que hay que limitar el
poder del Papa.
El
problema que enfrentamos hoy es justamente el contrario de lo que se está
planteando. La prédica liberal ha hecho estragos en el ejercicio de la
autoridad, y todas las autoridades están defeccionando. Los padres ya no son
más padres, los gobernantes no gobiernan, los curas no son más curas, los
obispos no son pastores y el Papa… (casi piso en falso) no es más la autoridad
de la Iglesia. No sólo las ideas condenan el ejercicio de toda autoridad
magisterial, sino que ya leyes concretas comienzan a penalizarla y gravemente,
anunciando el cumplimiento de profecías que ya no resultan tan arcanas. Es tal
la presión, que se produce la auto-censura. Las autoridades defeccionan en
masa.
Y en medio de esto ¿tengo que soportar que
alguien se preocupe por el “ultramontanismo”? Sin duda tengo que hacer unas
precisiones para que la intención de este escrito resista estas acusaciones (las
que serán bienvenidas y aceptadas como búsqueda de precisión), pero realmente,
estar preocupados por esto ante el hecho palmario de que el problema reside en
la defección de toda autoridad; pues es un poco loco.
Me dirán entonces que se trata del viejo
axioma, ya contemplado, de que la baja de la autoridad, implica la suba del
“poder”, el viejo dicho contrarrevolucionario del “termómetro social”, que se demuestra con las tiranías
democráticas. Pero ni siquiera esto ocurre en la Iglesia. Es cierto que en el
ámbito pequeño del poder Vaticano se producen algunos abusos en medio de una
anarquía que desborda, siendo lo más llamativo la anarquía; pero la Iglesia como institución universal a
defeccionado de todo su poder y jurisdicción ante las naciones hasta quedar
reducida a una triste ONG; ya sea por vía liberal, ya sea de manos de Carlitos
Schmidt con su derecho internacional (que se pone de moda entre los
defeccionantes cristingos, que aprovecho para saludar).
Se ataca la enfermedad con más enfermedad.
Si el Papa es malo, pues que sea menos Papa. Y es justamente al revés, porque
es malo en razón de no querer ser Papa como se debe ser. No tengo problemas en
otorgar a Francisco la mayor infalibilidad; él es que tiene problemas con eso. Él
no la quiere. Nadie quiere tener el peso de la autoridad. Si uno pudiera
provocar que este pescado diga algo autoritario, dogmático, para ser creído por
todos los fieles y con fuerza de verdad… pues no se equivocaría. Simplemente no
quiere ni puede decirlo. No quiere por liberal en el sentir, y no puede por
liberal en lo filosófico.
A medida que los gobiernos son malos, todos
prefieren el más débil, el más liberal, es decir, el más malo. Ahora están
felices porque tienen a Macri y se han sacado la “tiranía” de los K (ni era
para tanto la tiranía, que se sufría entre muchos mimos burgueses) y la
solución es el afloje liberal.
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En muchos, estas desprolijas reflexiones
han causado curiosidad o repulsa. No me anima el gusto por teologizar, lo que
me anima en estas líneas tan criticables es el consejo de que lean “La Lámpara
Bajo el Celemín”, del cual sale en breve una próxima edición. Es un libro arduo
y de alguna manera novedoso; en el sentido de atender a la “novedad” de lo que
ocurre. Pero como dijimos en anterior artículo, no estamos para ideas temibles.
No queremos libros arduos y trabajosos, que hagan sudar, queremos más “literatura”.
Se lo pierden.
Es más, con el libro leído, podrán ponerme “la
tapa” y mandarme a desdecir en varias cosas. Y lo haré con gusto. Por ahora me
mantengo imprudente por lo más, y no por lo menos.