Meras enmiendas electorales.
Meras
enmiendas electorales.
Pese a los recientes anuncios,
la ansiada reforma política se ha convertido en una
eterna asignatura pendiente. Se escucharon durante meses
grandilocuentes discursos y una larga nómina de potenciales
modificaciones que luego quedaron atascadas, como tantas
otras, a mitad de camino.
Las mejoras siempre
son bienvenidas, aunque ellas sean parciales. Pero se comete
un grosero error cuando se desaprovechan tan alevosamente
las actuales circunstancias que resultan más que favorables
y se elude la posibilidad de ir a fondo con lo realmente
imprescindible. Quedarse en lo superficial sin ir por lo
profundo constituye una equivocación gigante.
Ya se sabe que el patético esquema de boletas
de papel es arcaico y vetusto además de un mecanismo
inmoral muy conveniente para los estafadores crónicos
que siempre pululan en la política doméstica.
Por eso era imperioso buscar variantes y adentrarse en el
estudio de otras posibilidades que previeran la incorporación
de tecnología para darle mayor celeridad.
Nadie duda que las "colectoras" o cualquier otro ardid
similar, son funcionales a las perversas trampas de la política
tradicional. Son demasiados los vicios que conviven dentro
del actual régimen. Las normas deben encargarse de
poner freno a estos dislates y contribuir de un modo efectivo
a otorgarles mayor legitimidad de origen a los candidatos
elegidos.
Los organismos que fiscalizan lo electoral
deben ser independientes, pero no solo desde lo retórico,
sino desde lo fáctico. Para ello es preciso precisar
los mecanismos que tiendan a evitar que los intereses del
gobernante de turno interfieran, de algún modo, en
la genuina voluntad ciudadana.
Los dirigentes
de hoy se han llenado la boca hablando de agilidad, transparencia
y equidad, pero han omitido cuestiones demasiado relevantes
para que esos términos se conviertan en verdaderos
objetivos a cumplir suficientemente creíbles. Lo hecho
hasta acá solo muestra tímidamente algo de esto,
pero no exhibe una convicción profunda para lograr
ese cometido.
Hablar de reforma política
sin abordar cómo se financian los partidos, las campañas
y las elecciones es una falta de respeto a la sociedad toda,
una absoluta defraudación a la confianza de la gente.
Si estos aspectos "sucios" pero esenciales de la política
de este tiempo no se encaran con valentía y determinación
solo se seguirá girando en círculos.
El Estado de la mano de la corrupción estructural
y el silencio cómplice de las corporaciones siguen
siendo la principal fuente de recursos para la actividad
política. Lo hacen sin explicitarlo abiertamente, en
forma disimulada, a escondidas, con todo lo que eso implica.
Quienes esperan que las cosas cambien en serio,
no pretenden solo un poco de insustancial maquillaje o la
implementación de algunos parches, sino que aspiran
a transformaciones más trascendentes. Cuando los que
asumieron la tarea de hacer los deberes como corresponde,
finalmente no lo hacen, terminan pareciéndose demasiado
a sus antecesores y eso no es bueno.
Todas las
propuestas de modificaciones son interesantes pero queda
la sensación de que son incompletas e insuficientes.
Se precisa mucha más claridad conceptual, un dialogo
responsable y un conjunto de propuestas desafiantes que
conduzcan los esfuerzos hacia un nuevo sistema superador.
No se alcanzará jamás algo definitivo, pero se
debe aspirar a un nivel cercano al óptimo para no conformarse
con casi cualquier cosa.
Se avanza solo en pequeños
retoques que además no son consensuados. No sirve de
nada hacer modificaciones con mayorías circunstanciales.
Los cambios consistentes y que pueden permanecer en el tiempo,
son aquellos que gozan de enormes apoyos concretos. No se
debe buscar homogeneidad total en la visión, pero si
es preciso que lo acordado goce de un colosal beneplácito
que asegure cierta continuidad de estas reglas en el futuro.
Esto de proponer ideas aisladas, que no han sido
debidamente debatidas por la sociedad y que solo fueron
escasamente acordadas con una parte del arco político
opositor culminan, inexorablemente, en simples apuestas
por el corto plazo. Aun si se lograran los acompañamientos
parlamentarios necesarios, estas cuestiones no se han madurado
del todo aun y por lo tanto son solo un engranaje de una
estrategia absolutamente coyuntural.
Las reformas
serias no se trabajan ni se instrumentan, con esta premura,
sino con paciencia e inteligencia. También se diseñan
con una dosis mayor de grandeza, mirando fundamentalmente
a las próximas generaciones y no a la inmediatez que
siempre propone la mediocre política contemporánea.
Todo hace pensar que se está desperdiciando
otra brillante ocasión para hacerlo todo mucho mejor.
Esta es solo otra muestra más de que sigue reinando
la improvisación, la infaltable especulación sectorial
y por ello los progresos son casi siempre marginales y totalmente
inestables.
Este camino que recién se empieza
a transitar debería hacer una pausa para reconsiderar
el esquema central que se ha seleccionado. Es preciso no
solo cambiar el sistema electoral vigente sino fundamentalmente
el enfoque elegido para que el resultado de este proceso
no sea tan insignificante.
Existe un importante
riesgo de que las desilusiones del pasado, que todas las
quejas que la gente tiene en el presente se pasen por alto
otra vez y sean nuevamente postergadas para una ocasión
mejor que nunca llega.
Lamentablemente, todo
lo que se ha sabido hasta ahora, muestra que la tan mentada
reforma política en las que tantas esperanzas se habían
depositado desde la ciudadanía será, al menos
por ahora, solamente una interminable lista de meras enmiendas
electorales.
Alberto Medina Méndez
albertomedinamendez@gmail.com