domingo, 15 de enero de 2017

7.4. Cristianismo y aborto

7.4. Cristianismo y aborto


 
La doctrina actual de la Iglesia católica declara que el embrión es una persona desde el momento de la concepción. Por tal motivo, esta institución considera que el aborto es un asesinato. Incluso lo califica como el peor crimen, ya que considera que el embrión es el más débil de todos los seres humanos. Debido a esto, se encuentra entre los principales partidarios de la penalización del aborto.
En el Antiguo Testamento la vida no es el valor supremo por ejemplo para Abraham e Isaac. Dios manda a Abraham matar a su único hijo. La fe o la creencia en Dios es, en este caso, más valiosa que la vida. Los padres de la Iglesia se dividieron en dos corrientes de opinión:
• Los partidarios de la 'animación' inmediata (desde el momento de la concepción), que consideraban el origen del alma humana por una preexistencia anterior a su unión con el cuerpo (platonismo cristiano) o por una derivación del alma de los padres (traducianismo)
• Los partidarios de la 'animación' mediata o retardada (después de un cierto tiempo), que aceptaban que las almas son creadas por Dios (creacionismo).
La tesis creacionista fue la que se impuso y la que pasó a ser oficial y en consecuencia la tesis de la animación retardada fue la opinión mantenida de forma generalizada durante la Edad Media, determinando que el alma racional aparecía en el varón a los 40 días y en la mujer a los 80.
Al margen de estas corrientes de opinión, lo que es seguro es que en los escritos patrísticos hay un rotundo rechazo al aborto.

Escritos donde se menciona el aborto
La Didajé, que pudo haber sido escrita incluso en el siglo I, es quizás el primer testimonio patrístico en el que se introduce dicha condena:
«He aquí el segundo precepto de la Doctrina: No matarás; no cometerás adulterio; no prostituirás a los niños, ni los inducirás al vicio; no robarás; no te entregarás a la magia, ni a la brujería; no harás abortar a la criatura engendrada en la orgía, y después de nacida no la harás morir» (Didajé II).En la Epístola de Bernabé, escrita en la tercera década del siglo II, se llama hijo al feto que está en el vientre de la madre, se prohíbe expresamente el aborto y se le equipara al asesinato:
«No vacilarás sobre si será o no será. No tomes en vano el nombre de Dios. Amarás a tu prójimo más que a tu propia vida. No matarás a tu hijo en el seno de la madre ni, una vez nacido, le quitarás la vida. No levantes tu mano de tu hijo o de tu hija, sino que, desde su juventud, les enseñarás el temor del Señor» (Ep Bernabé XIX, 5).
«Perseguidores de los buenos, aborrecedores de la verdad, amadores de la mentira, desconocedores de la recompensa de la justicia, que no se adhieren al bien ni al juicio justo, que no atienden a la viuda y al huérfano, que valen no para el temor de Dios, si no para el mal, de quienes está lejos y remota la mansedumbre y la paciencia, que aman la vanidad, que persiguen la recompensa, que no se compadecen del menesteroso, que no sufren con el atribulado, prontos a la maledicencia, desconocedores de Aquel que los creó, matadores de sus hijos por el aborto, destructores de la obra de Dios, que echan de sí al necesitado, que sobreatribulan al atribulado, abogados de los ricos, jueces inicuos de los pobres, pecadores en todo» (Ep Bernabé XX, 2).
El primer apologista latino Minucio Félix, llama parricidio al aborto en su obra Octavius de finales del siglo II:
«Hay algunas mujeres que, bebiendo preparados médicos, extinguen los cimientos del hombre futuro en sus propias entrañas, y de esa forma cometen parricidio antes de parirlo» (Octavius XXXIII).
El apologeta cristiano Atenágoras es igualmente tajante en su consideración sobre el aborto cuando escribió al Emperador Marco Aurelio:
«Decimos a las mujeres que utilizan medicamentos para provocar un aborto que están cometiendo un asesinato, y que tendrán que dar cuentas a Dios por el aborto... contemplamos al feto que está en el vientre como un ser creado, y por lo tanto como un objeto al cuidado de Dios... y no abandonamos a los niños, porque los que los exponen son culpables de asesinar niños» (Atenágoras, En defensa de los cristianos, XXXV).
Los testimonios se multiplican por doquier. Así leemos en la Epístola a Diogneto que los cristianos:
«... se casan como todos los demás hombres y engendran hijos; pero no se desembarazan de su descendencia (fetos)» (Ep a Diogneto V, 6).
Tertuliano condena el aborto como homicidio y reconoce la identidad humana del no nacido:
«Es un homicidio anticipado impedir el nacimiento; poco importa que se suprima el alma ya nacida o que se la haga desaparecer en el nacimiento. Es ya un hombre aquél que lo será» (Apologeticum IX, 8).
Ya en el siglo IV San Basilio va incluso más allá al llamar asesinos no sólo a la mujer que aborta sino a quienes proporcionan lo necesario para abortar, lo cual sería perfectamente aplicable a quienes fabrican o prescriben la píldora abortiva:
«Las mujeres que proporcionan medicinas para causar el aborto así como las que toman las pociones para destruir a los niños no nacidos, son asesinas» (San Basilio, ep 188, VIII).San Jerónimo trata la situación de la mujer que muere mientras procura abortar a su criatura:
«Algunas, al darse cuenta de que han quedado embarazadas por su pecado, toman medicinas para procurar el aborto, y cuando (como ocurre a menudo) mueren a la vez que su retoño, entran en el bajo mundo cargadas no sólo con la culpa de adulterio contra Cristo sino también con la del suicidio y del asesinato de niños» (San Jerónimo, Carta a Eustoquio).
Quizás el texto más dramático en relación al aborto sea un párrafo que aparece en el libro apócrifo conocido como Apocalipsis de Pedro. El libro seguramente es de origen gnóstico, lo cual supone que no debemos considerarlo del mismo valor que las citas anteriores, pero este pequeño párrafo muestra hasta qué punto la condena del aborto estaba presente incluso entre los heterodoxos de los primeros siglos:
«Muy cerca de allí vi otro lugar angosto, donde iban a parar el desagüe y la hediondez de los que allí sufrían tormento, y se formaba allí como un lago. Y allí había mujeres sentadas, sumergidas en aquel albañal hasta la garganta; y frente a ellas, sentados y llorando, muchos niños que habían nacido antes de tiempo; y de ellos salían unos rayos como de fuego que herían los ojos de las mujeres; éstas eran las que habían concebido fuera del matrimonio y se habían procurado aborto» (Ap. Pedro 26).

Consideraciones sobre el aborto desde el seno de la Iglesia Católica
La teología postridentina mantuvo en parte la tesis de la animación retardada. Pero de hecho la moral casuística tendió a solucionar los problemas morales desde la aceptación práctica de la animación inmediata. En la teología se utilizaban dos categorías:
• La animación, entendida como infusión del alma creada por Dios, en el cuerpo humano. Se aceptó esta tesis aristotélica de la sucesión progresiva de almas (sensitiva, animal, racional).
• La formación, entendida como la conformación suficiente del feto para recibir la animación. Llevó a afirmaciones de carácter ideológico como 40 días para el feto varón y 80 días para el feto mujer.
Santo Tomás de Aquino creía que al feto se le infundía el alma después de la concepción sobre el tercer o cuarto mes, los filósofos católicos medievales, aceptaron el aborto que se efectuaba antes de esos meses. No existió ni seguridad ni unanimidad. Lo que sí prevaleció fue la distinción, introducida al traducir al griego el texto del Éxodo 21:22-23, entre feto formado (animado) y no formado (no animado). El atentado contra el feto formado se considera éticamente un homicidio y está sometido a las penas canónicas, mientras que el atentado contra el feto no formado no alcanza la valoración ética de homicidio y está libre de las penas canónicas. Esta distinción desapareció con la Constitución Apostolicae Sedis de Pío IX en 1869.
El papa León XIII, en 1800 declaró en una serie de decretos papales que la destrucción del feto es un pecado mortal. La Iglesia censura el aborto justificado por la necesidad en el que existe conflicto con la vida o salud de la madre sobre todo después de la Encíclica de Pío XI (31 de diciembre de 1930, Casti Connubii). La teología católica actual ya no habla de 'animación' o de 'infusión del alma'. Prefiere el término y la categoría de hominización con lo que se supera un tipo de planteamiento condicionado por la preocupación de hacer coincidir la aparición del sujeto personal con la 'creación del alma por Dios'. El Magisterio eclesiástico católico actual afirma que la vida humana debe ser respetada con todas las exigencias éticas de ser personal desde la fecundación. Así lo expresó el Concilio Vaticano II en la Constitución pastoral Gaudium et Spes:
La vida humana desde su concepción ha de ser salvaguardada con máximo cuidado. (N.51.)
Y ésta es la doctrina que han repetido en múltiples ocasiones los últimos Papas (desde Pío XII), así como todas las conferencias episcopales católicas. Se apoya en los datos biológicos para apoyar la tesis de la condición plenamente humana de la vida desde la fecundación:
La ciencia genética aporta preciosas confirmaciones. Ella ha demostrado que desde el primer instante queda fijado el programa de lo que será este ser viviente; a saber, un hombre y un individuo, provisto ya con todas sus notas propias y características. Con la fecundación ha comenzado la maravillosa aventura humana cada una de cuyas grandes capacidades exige tiempo para ponerse a punto y estar en condiciones de actuar. (Declaración, N.13).
Pero a la ciencia no se le concede capacidad para determinar el estatus humano del embrión y se desconecta la afirmación moral de valor de la vida humana desde la fecundación de la cuestión antropológica sobre estatus: deja intencionadamente a un lado la cuestión del momento de la infusión del alma espiritual. Ninguno de los teólogos católicos admite como criterio el 'derecho de la gestante'. Todos consideran que la condición antropológica no le viene a la vida embrionaria desde fuera sino desde su propio significado. No conceden importancia al hecho del nacimiento, ni a la viabilidad, ni a la configuración de órganos, ni a la aparición de la corteza cerebral. Dentro de esta opinión se sitúan algunos teólogos protestantes.
Aunque el magisterio católico es claro, hay también un grupo de teólogos que se dicen católicos pero son contrarios al mismo (Ch.E. Curran, R.A. McCormick, E. Chiavacci, F. Böckle, J. Fuchs, etc.) y que reservan la condición de estatus plenamente humano a la vida después de la implantación en el útero. Además, el derecho de la Iglesia tipifica el aborto como delito castigado con la excomunión automática o latae sententiae.