CUANDO LOS PECADORES TIRAN LAS PRIMERAS
PIEDRAS
“Y si lo
hirió con una piedra en la mano, por la cual pueda morir, y muere, es un
asesino; al asesino ciertamente se le dará muerte”.
Por
Antonio Caponnetto
En
tanto los hechos, por su propio peso, se tornan evidencias, escaso o nulo es
el margen que queda para la duda. Todo se vuelve certidumbre
válida.
-Es
evidente que Macri tiene tres ciudades paradigmáticas que guían su gestión
gubernativa. Cartago, Sodoma y Sión. En la primera –según nos lo dice
Aristóteles en la
Política- se valoraba más la riqueza que la virtud. En la
segunda, los pecados contra natura eran política de Estado. La tercera es el
símbolo de la
Sinagoga rampante. Símbolo y garantía a la vez del
destronamiento intencional de Jesucristo. Menos la Civitas Dei, todo
remedo babilónico dará la medida de su polis
ejemplar.
-Es
evidente que, para sus opositores, las tres ciudades poseen el mismo encanto;
y que la materia que los diferencia ocasionalmente no es el funesto abanico de
las predilecciones, sino el que puedan ser los regidores de aquellas urbes siniestras o sus meros
secuaces. Idolatran
sustantivamente lo mismo porque son lo mismo. Se pelean por la alternancia en
los puestos de madame o de ramera, pero todos trabajan para el éxito del mismo
lupanar.
-Es
evidente que las izquierdas, con sus tentáculos múltiples, hacen ostentación
de actos vandálicos, criminales y delictivos, cada vez que se les ocurre;
demostrando que la gimnasia terrorista sigue siendo su apuesta, su fuerte y su
curso de operaciones preferido.
-Es
evidente que nadie se atreve a llamar al accionar de esas izquierdas por su
verdadero nombre: Revolución
Marxista; y hasta se comete el delirio semántico de acusarlas de fascistas
por una supuesta obstaculización que ejecutarían del institucionalismo
regiminoso.
-Es
evidente que las principales testas crapulosas del oficialismo –del de hoy y
del de ayer nomás- utilizan a las fuerzas armadas y de seguridad como meros
fusibles, para que sobre ellos se descargue todo el odio y la vesania de esas
izquierdas pluriformes pero unánimemente asesinas. La consigna emanada de los
más altos poderes políticos es que los garantes de la seguridad permitan la
consumación de los más graves actos delincuenciales, antes que osar la
conjugación del verbo prohibido: reprimir. Y que permitan ser apaleados a
mansalva antes que atreverse a conculcar el derecho humano al desmán que
posee, de mínima, todo miembro de las troikas
nativas.
La
orden de la lenidad para los cien rostros del salvajismo rojo, se cumple a
rajatablas. Su triste consecuencia inmediata también: destrozo de vidas y de
bienes, escarnio del orden y victoria del caos. La sangre de un policía o la
herida de un gendarme se vuelven invisibles. La más superficial magulladura de
un forajido será tenida ipso facto por genocidio. Un vulgar piropo callejero
es ahora violencia de género. Lapidar a mujeres uniformadas es protesta
social. Los mismos que gritan ni una
menos, tienen permiso para usar de blanco mortal a las mujeres de las
fuerzas públicas.
-Es
evidente que la
Iglesia en la Argentina –que acaba de llevar en andas y en
olor de multitud a dos representantes episcopales de la clerecía villeril,
ideologizadora del resentimiento y del rencor del lumpen- ha tomado partido
por el progresismo; herético en lo teológico, subversivo en lo político,
insurreccional en lo social y desquiciado en todo. Del Cardenal Primado para
abajo,la casi totalidad de los pastores son funcionales, ya no a la apostasía,
que es la máxima expresión de su infidelidad, sino al programa revulsivo de
las izquierdas dominantes. Su declamada opción por los pobres, no es porque
les importe de ellos el bienestar ordenado al Reino de Dios, sino la rebelión
social permanente.
Bergoglio –en quien se cumple el neodogma de la infalibilidad para el
mal- sólo le ha insuflado un tinte más ramplón y plebeyo a este cuadro
literalmente apocalíptico, pero no lo ha inventado. Su culpa, seamos francos,
es atizar hasta el escándalo los carbones del averno, pero el averno ya estaba
funcionando hace rato. De todos modos, en el campeonato de los renegados
difícilmente le emparde alguno su puesto en la
avanzada.
Y así
podríamos seguir enunciando evidencias, tan palmarias cuanto desgarradoras. La
llamada “batalla del Congreso” o “De las piedras”, acaecida el pasado 18 de
diciembre, quedará como cifra y epítome de esta patencia de la iniquidad sin
freno.
Lo que,
por culpa del lavado de cerebro colectivo, del pensamiento único dominante y
de la execrable corrección política, no se quiere tornar evidente, es que todo
esto que ocurre se llama democracia. Se llama triunfo de la mitad más uno,
dictamen del sufragio universal, imposición de la deificada soberanía del
pueblo, vigencia plena de la partidocracia, constitucionalismo de cuño
iluminista, tripartición del poder, representantes del pueblo y todo el
repertorio de vejámenes al bien común, fraguado en el aborrecible molde del
liberalismo.
Sí; lo
diremos hasta con nuestro último aliento: la gran culpable es la perversión
democrática; intrínsecamente endemoniada, inherentemente pérfida,
connaturalmente enferma y nefanda. Toma entre nosotros, rotativamente, los
nombres ruines que se han vuelto infamemente familiares: peronismo,
radicalismo, socialismo o macrismo, lo mismo da. En sí mismos y en sus
caciques son la nada absoluta, la fraseología insustancial, la praxeología
aterradora,el activismo oportunista, la corrupción generalizada. Pero en tanto
rostros y brazos rotativos de la perversión democrática, su enemistad con la
salud de la patria se vuelve absoluta.
Que
todavía haya supuestos amigos o próximos que no se den cuenta, sólo prueba la
eficacia de aquel mentado lavaje de cerebro. Pero que haya otros, capaces de
quebrar lanzas por la justificación del sistema imperante, ya no es simple
miopía sino culposo contubernio. Son los católicos libeláticos y los
argentinos perduéllicos. Libeláticos eran llamados los creyentes cobardes, que
para evitar las persecuciones de los poderosos de la tierra, bajo el imperio
romano, procuraban tener un libellus o certificado de que habían
echado incienso a los dioses. Perduéllicos, en el mismo horizonte cultural
romano ya mentado, eran los enemigos internos de la nación. Se lleven ambos
grupos nuestro mayor desprecio. Unos y otros,de consuno, trabajan para probar
la licitud y la conveniencia de legitimar la inserción en el sistema
democrático. Que es trabajar para legitimar la conculcación del
Decálogo.
Nuestro
Señor enseñó, para ejercitar un acto real y concreto de misericordia, que el
que estuviera libre de pecado arrojara la primera piedra a aquella desdichada
mujer adúltera. Y apaciguó la iracundia del fariseísmo. Hoy, la hez de los pecadores y
viciosos, de los crápulas e indecentes de la peor ralea, de los que no se
diferencian en nada de una náusea o de un esputo, han invertido el mandato de
Cristo. Sus piedras arrojadas a mansalva y con la anuencia despiadada de todos
los poderes políticos, claman al cielo pidiendo
justicia.
En esta
nueva Navidad doliente,se nos conceda la gracia de ser los artífices de
aquello que imploró y que prometió Isaías(9,10): “Los ladrillos han caído, pero con piedras labradas los
reedificaremos; los sicómoros han sido cortados, pero con cedros los
reemplazaremos”.
Que otros
tengan vocación de sufragistas, de congresales,de demócratas con encuestas al
tope y estadísticas a favor; de módicos funcionarios del macrismo, del
peronismo u otras subpurulencias derivadas. Se sumarán al
infierno.
La patria
necesita varones y mujeres con vocación de cedro y de piedra labrada. Se
sumarán a ese paraiso, joseantonianamente concebido, con ángeles portadores de
colosales mandobles en los aguilones de la
puerta.