viernes, 3 de agosto de 2018

Los crímenes de los “buenos”: Francia y Alemania luego de la segunda guerra (1-2)







Los crímenes de los “buenos”: Francia y Alemania luego de la segunda guerra (1-2)

Por Ron Unz

 
En la escuela secundaria me volví un ávido lector de la segunda guerra mundial, el conflicto más titánico jamás peleado. Sin embargo, aunque me gustaba leer las detalladas narrativas de las batallas, especialmente en el frente oriental que en gran medida determinó el resultado de la guerra, tenía mucho menos interés en la historia política, y simplemente me fiaba de los textos convencionales, los cuales suponía bastante confiables.   
Validando esa fuerte percepción, dichas fuentes no parecían ocultar algunos de los aspectos más feos del conflicto y sus secuelas, por ejemplo las notables brutalidades que sufrieron los simpatizantes alemanes luego de la liberación de Francia en 1944. Pierre Laval, líder del gobierno de Vichy y un gran número de sus seguidores fueron enjuiciados y ejecutados por traición, e incluso el Mariscal Petain, héroe francés en la primera guerra mundial, quien en sus últimos años había dado su nombre al régimen como jefe de estado, fue condenado a muerte, aunque su vida luego perdonada. Colaboradores menos prominentes también sufrieron, con las bien conocidas fotos de cientos o miles de mujeres francesas quienes por miedo, amor o dinero tuvieron cierta intimidad con soldados alemanes durante la ocupación, y como consecuencia sus cabezas fueron rapadas y forzadas a caminar por las calles en desfiles vergonzosos.
    
Tales excesos fueron ciertamente desafortunados, pero las guerras y las liberaciones a menudo desatan considerable brutalidad, y esos espectáculos de humillación pública obviamente no se podían comparar con los sangrientos años de control nazi. Por ejemplo, el notorio caso de Oradour-sur-Glane, un pueblo involucrado en la resistencia, donde cientos de hombres, mujeres y niños fueron metidos en una iglesia y quemados vivos. Además, gran cantidad de franceses habían sido deportados a Alemania como trabajo esclavo, violando todo principio legal, creando cierto paralelo con el Gulag stalinista y marcando la similitud entre ambos regímenes totalitarios. Esta, en cualquier caso, había sido mi impresión de esa desafortunada era.
Pero luego, grandes grietas comenzaron a aparecer en esta simple narrativa. Ya he escrito sobre mi descubrimiento de John T. Flynn, uno de los más prominentes intelectuales liberales norteamericanos en la década de 1930, que fue purgado de los medios y sus libros relegados debido a su visión discordante en ciertos temas contenciosos. De un modo u otro, hace algunos años, me enteré de otro libro publicado en 1953 por la misma editorial que había publicado a Flynn.
 
El autor de Odio Incondicional (Unconditional Hatred) era el capitán Russell Grenfell, un oficial naval británico que sirvió con distinción en la primera guerra mundial, y luego trabajó para el colegio de la marina real, publicando seis libros sobre estrategia naval muy estimados y siendo el corresponsal naval del diario Daily Telegraph. Grenfell reconoció la enorme cantidad de propaganda que inevitablemente viene con toda guerra, pero luego de años que la guerra terminara, se empezó a preocupar: si no se aplicaba un antídoto, el veneno remanente de tantas exageraciones permanecería y podría amenazar la paz de Europa en el futuro.
Su notable erudición histórica y reservado tono académico marcan este fascinante libro, que se concentra principalmente en los eventos de ambas guerras mundiales. Uno de los aspectos más intrigantes es que la mayoría de la propaganda anti-alemana que expone sería hoy en día considerada tan absurda que ha sido totalmente olvidada, y la imagen extremadamente hostil que tenemos hoy de la Alemania de Hitler no recibe mucha atención, posiblemente porque era en ese entonces considerada demasiado bizarra para ser tomada seriamente. Entre otras cosas, reporta cómo los más renombrados periódicos británicos publicaron artículos detallando las horribles torturas infligidas a los prisioneros alemanes durante los juicios por crímenes de guerra, con el fin de obtener todo tipo de dudosas confesiones de su parte.
Muchos de los puntos que señala Grenfell abren dudas sobre varios aspectos de la imagen convencional que tenemos sobre la política de ocupación alemana. Nota numerosos casos en la prensa británica de “trabajadores esclavos” franceses que luego de la guerra organizaron reuniones amistosas con sus antiguos empleadores alemanes. Reporta también que en 1940 esos mismos periódicos británicos habían informado el comportamiento ejemplar de los soldados alemanes para con los civiles franceses, aunque luego de ataques terroristas por parte de grupos comunistas hubo sin dudas represalias.
Más importante aún, apunta cómo los enormes bombardeos estratégicos de los aliados contra ciudades francesas y centros industriales mataron una enorme cantidad de civiles, probablemente muchos más que los que murieron en manos alemanas. Y provocaron gran odio como consecuencia inevitable. En Normandía él y otros oficiales británicos fueron advertidos de permanecer muy cautelosos entre civiles franceses por miedo a ser objeto de ataques mortales.
Aunque el contenido y el tono de Grenfell es excepcionalmente moderado y sobrio, no todos aprueban su libro. Ninguna editorial británica estaba dispuesta a publicarlo, y cuando finalmente apareció, su existencia fue ignorada en EEUU. Más ominosamente aun, Grenfell estaba trabajando en una secuela cuando murió abruptamente en 1954 por causas desconocidas con solo 62 años.
 
Una de las referencias de Grenfell es un libro de 1952 titulado “Francia: los Años Trágicos, 1939-1947” (France: The Tragic Years, 1939-1947) de Sisley Huddleston, un autor para mí desconocido. Huddleston fue sin embargo un autor conocido en su época y sus treinta libros sobre Francia lo confirman como un referente en temas franceses para el mundo de habla inglesa. Su entrevista exclusiva con el primer ministro británico Lloyd George en la conferencia de paz en París tuvo repercusión internacional. Pero luego de la segunda guerra mundial le fue muy difícil publicar sus libros. Solo la editorial norteamericana Devin-Adair lo hizo de modo póstumo en 1955. El trabajo de Huddleston sobre el período de Vichy fue recensionado de modo superficial y derogatorio, por eso compré una copia y lo leí.
No puedo atestiguar cuán correcta es la obra de 350 páginas de Huddleston sobre Francia durante la guerra y los años luego de ésta, pero como muy distinguido periodista y observador de largo plazo y testigo presencial de los acontecimientos que él describe, escribiendo en un momento en que la narrativa histórica aún no se había endurecido como una roca, creo que sus opiniones deberían tomarse muy en serio. El círculo personal de Huddleston ciertamente se extendió bastante, con el ex Embajador de los Estados Unidos William Bullitt siendo uno de sus más viejos amigos. Y sin dudas la narrativa de Huddleston es radicalmente diferente a la historia convencional que yo siempre había escuchado.
Juzgar la credibilidad de una fuente a tal distancia en el tiempo no es fácil, pero a veces un único detalle proporciona una pista importante. Al revisar el libro de Huddleston, noté que casualmente menciona que en la primavera 1940 los franceses y los británicos habían estado al borde de un ataque militar contra la Unión Soviética, a la que consideraban el aliado crucial de Alemania, y planearon un asalto a Baku, con la intención para destruir los grandes yacimientos petroleros del Cáucaso de Stalin mediante una campaña de bombardeos estratégicos. Nunca había leído una sola mención de esto en ninguna de mis historias de la segunda guerra mundial, y hasta hace poco la habría descartado como un rumor absurdo de esa época, hace tiempo desacreditado. Pero luego descubrí un artículo del 2015 en The National Interest confirmando exactamente estos hechos, 70 años después de haber sido borrados totalmente de todas nuestras narrativas históricas principales.
En la descripción de Huddleston, el ejército francés se derrumbó en mayo de 1940, y el gobierno llamó desesperadamente a Petain, héroe de la primera guerra y entonces de más de 80 años, desde su puesto como Embajador en España. Pronto el presidente francés le pidió formar un nuevo gobierno y arreglar un armisticio con los victoriosos alemanes, y esta propuesta recibió el apoyo casi unánime de la asamblea nacional y el senado de Francia, incluyendo el respaldo de prácticamente todos los parlamentarios de izquierda. Petain logró este acuerdo y otro voto casi unánime del parlamento francés lo autorizó a negociar un tratado de paz total con Alemania, que ciertamente puso sus acciones políticas sobre la base jurídica más sólida posible. En ese momento, casi todos en Europa creían que la guerra estaba esencialmente terminada, con Gran Bretaña lista para hacer la paz.
Mientras el gobierno francés de Petain, totalmente legítimo, negociaba con Alemania, un pequeño número de intransigentes, entre ellos el coronel Charles de Gaulle, desertó del ejército y huyó al exterior, declarando que tenían la intención de continuar la guerra indefinidamente, aunque inicialmente atrajo un mínimo de apoyo o atención. Un aspecto interesante de la situación fue que de Gaulle había sido durante mucho tiempo uno de los principales protegidos de Petain, y una vez que su perfil político comenzó a levantarse un par de años más tarde, corrían especulaciones de que él y su antiguo mentor habían organizado una “división de trabajo,” con uno haciendo la paz oficial con los alemanes y el otro partiendo para convertirse en el centro de la resistencia en el extranjero dada la incertidumbre reinante y a la expectativa que surgieran otras oportunidades.
Aunque el nuevo gobierno francés de Petain garantizó que su poderosa armada nunca sería usada contra los británicos, Churchill no se arriesgó, y rápidamente lanzó un ataque contra la flota de su antiguo aliado, cuyos barcos estaban desarmados y amarrados en puerto, hundiendo la mayoría de ellos, y matando unos 2.000 franceses en el acto. Este incidente no fue del todo diferente al ataque japonés a Pearl Harbor el año siguiente, y agravió a los franceses por muchos años.
Huddleston luego discute la compleja política francesa de los siguientes años, como la guerra continuó inesperadamente, con Rusia y EEUU finalmente uniéndose a la causa aliada, aumentando grandemente las probabilidades contra una victoria alemana. Durante este período, los líderes políticos y militares franceses tuvieron que hacer equilibrio, resistiendo las demandas alemanas en algunos puntos y consintiendo en otros, mientras que el movimiento interno de la resistencia creció gradualmente, atacando a soldados alemanes y provocando duras represalias. Dada mi falta de experiencia, no puedo juzgar realmente la exactitud de esta narrativa política, pero me parece bastante realista y plausible, aunque los especialistas pueden disentir.
Sin embargo, las afirmaciones más notables en el libro de Huddleston vienen al final, ya que describe lo que finalmente se conoció como “la liberación de Francia” durante 1944-45 cuando las fuerzas alemanas en retirada abandonaron el país. Entre otras cosas, sugiere que el número de franceses que reclamaron credenciales de “resistencia” creció en un orden de cien veces una vez que los alemanes se retiraron y ya no había ningún riesgo en adoptar esa posición.
Y en ese momento, un enorme derramamiento de sangre comenzó, de lejos la peor ola de asesinatos extrajudiciales en toda la historia francesa. La mayoría de los historiadores coinciden que alrededor de 20.000 personas fueron asesinadas en el notorio “Reino del Terror” (NdR. Mr Unz no parece estar al tanto de los asesinatos en la región de la Vendée, que fueron de un orden de magnitud mayor. Allí el Reino del Terror masacró a unos 300.000 cristianos) durante la revolución francesa y quizás 18.000 murieron durante la comuna de París de 1870-71 y su supresión brutal. Pero según Huddleston los líderes norteamericanos estimaron que hubo por lo menos 80.000 “ejecuciones sumarias” sólo en los primeros meses después de la liberación, mientras que el diputado socialista que sirvió como ministro del interior en marzo de 1945 y habría tenido mejores datos, informó a los representantes de de Gaulle que 105.000 asesinatos habían tenido lugar solo entre agosto de 1944 y marzo de 1945, una figura que fue citada extensamente en círculos públicos en ese entonces.
Dado que una gran parte de la población francesa había pasado años comportándose de formas que ahora podrían considerarse “colaboradoras”, un gran número de personas era vulnerable, incluso en riesgo de muerte, y a veces trataron de salvar sus propias vidas denunciando a conocidos o vecinos. Los comunistas clandestinos habían sido durante mucho tiempo un elemento importante de la resistencia, y muchos de ellos tomaron represalias contra sus odiados “enemigos de clase”, mientras que numerosos individuos aprovecharon la oportunidad para resolver problemas personales. Otro factor fue que muchos de los comunistas que habían luchado en la guerra civil española, incluyendo a miles de miembros de las brigadas internacionales, habían huido a Francia después de su derrota militar en 1938, y ahora tomaron la iniciativa en vengarse contra el mismo tipo de fuerzas conservadoras que antes los habían vencido en España.
Aunque el mismo Huddleston era un anciano, muy distinguido periodista internacional con amigos estadounidenses en altos lugares, y había realizado algunos servicios menores para la resistencia, él y su esposa se salvaron por poco de ser ejecutados, y menciona una colección de las numerosas anécdotas que escuchó de víctimas menos afortunadas. Lo cierto es que lo que parece haber sido el peor derramamiento de sangre sectaria en la historia de Francia ha sido rebautizado con dulzura “la liberación” y casi totalmente eliminado de nuestra memoria histórica, excepto por las famosas cabezas rapadas de unas pocas mujeres desgraciadas. En estos días Wikipedia constituye la fría destilación de la verdad oficial, y su entrada sobre esos eventos pone el número de muertos en apenas una décima parte de las cifras citadas por Huddleston, a quien encuentro una fuente mucho más creíble.
Continuará