Los crímenes de los “buenos”: Francia y Alemania luego de la segunda guerra (1-2)
Por Ron Unz
En
la escuela secundaria me volví un ávido lector de la segunda guerra
mundial, el conflicto más titánico jamás peleado. Sin embargo, aunque me
gustaba leer las detalladas narrativas de las batallas, especialmente
en el frente oriental que en gran medida determinó el resultado de la
guerra, tenía mucho menos interés en la historia política, y simplemente
me fiaba de los textos convencionales, los cuales suponía bastante
confiables.
Validando esa fuerte percepción, dichas fuentes no parecían ocultar algunos de los aspectos más feos del conflicto y sus secuelas, por ejemplo las notables brutalidades que sufrieron los simpatizantes alemanes luego
de la liberación de Francia en 1944. Pierre Laval, líder del gobierno
de Vichy y un gran número de sus seguidores fueron enjuiciados y
ejecutados por traición, e incluso el Mariscal Petain,
héroe francés en la primera guerra mundial, quien en sus últimos años
había dado su nombre al régimen como jefe de estado, fue condenado a
muerte, aunque su vida luego perdonada. Colaboradores menos prominentes
también sufrieron, con las bien conocidas fotos de cientos o miles de
mujeres francesas quienes por miedo, amor o dinero tuvieron cierta
intimidad con soldados alemanes durante la ocupación, y como
consecuencia sus cabezas fueron rapadas y forzadas a caminar por las
calles en desfiles vergonzosos.
Tales
excesos fueron ciertamente desafortunados, pero las guerras y las
liberaciones a menudo desatan considerable brutalidad, y esos
espectáculos de humillación pública obviamente no se podían comparar con
los sangrientos años de control nazi. Por ejemplo, el notorio caso de
Oradour-sur-Glane, un pueblo involucrado en la resistencia, donde
cientos de hombres, mujeres y niños fueron metidos en una iglesia y
quemados vivos. Además, gran cantidad de franceses habían sido
deportados a Alemania como trabajo esclavo, violando todo principio
legal, creando cierto paralelo con el Gulag stalinista y marcando la
similitud entre ambos regímenes totalitarios. Esta, en cualquier caso,
había sido mi impresión de esa desafortunada era.
Pero luego, grandes grietas comenzaron a aparecer en esta simple narrativa. Ya he escrito sobre mi descubrimiento de John T. Flynn,
uno de los más prominentes intelectuales liberales norteamericanos en
la década de 1930, que fue purgado de los medios y sus libros relegados
debido a su visión discordante en ciertos temas contenciosos. De un modo
u otro, hace algunos años, me enteré de otro libro publicado en 1953
por la misma editorial que había publicado a Flynn.
El autor de Odio Incondicional (Unconditional Hatred)
era el capitán Russell Grenfell, un oficial naval británico que sirvió
con distinción en la primera guerra mundial, y luego trabajó para el
colegio de la marina real, publicando seis libros sobre estrategia naval
muy estimados y siendo el corresponsal naval del diario Daily Telegraph.
Grenfell reconoció la enorme cantidad de propaganda que inevitablemente
viene con toda guerra, pero luego de años que la guerra terminara, se
empezó a preocupar: si no se aplicaba un antídoto, el veneno remanente
de tantas exageraciones permanecería y podría amenazar la paz de Europa
en el futuro.
Su
notable erudición histórica y reservado tono académico marcan este
fascinante libro, que se concentra principalmente en los eventos de
ambas guerras mundiales. Uno de los aspectos más intrigantes es que la
mayoría de la propaganda anti-alemana que expone sería hoy en día
considerada tan absurda que ha sido totalmente olvidada, y la imagen extremadamente hostil que tenemos hoy de la Alemania de Hitler no
recibe mucha atención, posiblemente porque era en ese entonces
considerada demasiado bizarra para ser tomada seriamente. Entre otras
cosas, reporta cómo los más renombrados periódicos británicos publicaron
artículos detallando las horribles torturas infligidas a los prisioneros alemanes durante los juicios por crímenes de guerra, con el fin de obtener todo tipo de dudosas confesiones de su parte.
Muchos
de los puntos que señala Grenfell abren dudas sobre varios aspectos de
la imagen convencional que tenemos sobre la política de ocupación
alemana. Nota numerosos casos en la prensa británica de “trabajadores
esclavos” franceses que luego de la guerra organizaron reuniones
amistosas con sus antiguos empleadores alemanes. Reporta también que en
1940 esos mismos periódicos británicos habían informado el
comportamiento ejemplar de los soldados alemanes para con los civiles
franceses, aunque luego de ataques terroristas por parte de grupos
comunistas hubo sin dudas represalias.
Más importante aún, apunta cómo los
enormes bombardeos estratégicos de los aliados contra ciudades
francesas y centros industriales mataron una enorme cantidad de civiles,
probablemente muchos más que los que murieron en manos alemanas.
Y provocaron gran odio como consecuencia inevitable. En Normandía él y
otros oficiales británicos fueron advertidos de permanecer muy
cautelosos entre civiles franceses por miedo a ser objeto de ataques
mortales.
Aunque
el contenido y el tono de Grenfell es excepcionalmente moderado y
sobrio, no todos aprueban su libro. Ninguna editorial británica estaba
dispuesta a publicarlo, y cuando finalmente apareció, su existencia fue
ignorada en EEUU. Más ominosamente aun, Grenfell estaba trabajando en
una secuela cuando murió abruptamente en 1954 por causas desconocidas
con solo 62 años.
Una de las referencias de Grenfell es un libro de 1952 titulado “Francia: los Años Trágicos, 1939-1947” (France: The Tragic Years, 1939-1947)
de Sisley Huddleston, un autor para mí desconocido. Huddleston fue sin
embargo un autor conocido en su época y sus treinta libros sobre Francia
lo confirman como un referente en temas franceses para el mundo de
habla inglesa. Su entrevista exclusiva con el primer ministro británico
Lloyd George en la conferencia de paz en París tuvo repercusión
internacional. Pero luego de la segunda guerra mundial le fue muy difícil publicar sus libros.
Solo la editorial norteamericana Devin-Adair lo hizo de modo póstumo en
1955. El trabajo de Huddleston sobre el período de Vichy fue
recensionado de modo superficial y derogatorio, por eso compré una copia
y lo leí.
No
puedo atestiguar cuán correcta es la obra de 350 páginas de Huddleston
sobre Francia durante la guerra y los años luego de ésta, pero como muy
distinguido periodista y observador de largo plazo y testigo presencial
de los acontecimientos que él describe, escribiendo en un momento en que
la narrativa histórica aún no se había endurecido como una roca, creo
que sus opiniones deberían tomarse muy en serio. El círculo personal de
Huddleston ciertamente se extendió bastante, con el ex Embajador de los
Estados Unidos William Bullitt siendo uno de sus más viejos amigos. Y
sin dudas la narrativa de Huddleston es radicalmente diferente a la
historia convencional que yo siempre había escuchado.
Juzgar
la credibilidad de una fuente a tal distancia en el tiempo no es fácil,
pero a veces un único detalle proporciona una pista importante. Al
revisar el libro de Huddleston, noté que casualmente menciona que en la
primavera 1940 los franceses y los británicos habían estado al borde de
un ataque militar contra la Unión Soviética, a la que consideraban el
aliado crucial de Alemania, y planearon un asalto a Baku, con la
intención para destruir los grandes yacimientos petroleros del Cáucaso
de Stalin mediante una campaña de bombardeos estratégicos. Nunca había
leído una sola mención de esto en ninguna de mis historias de la segunda
guerra mundial, y hasta hace poco la habría descartado como un rumor
absurdo de esa época, hace tiempo desacreditado. Pero luego descubrí un artículo del 2015 en The National Interest confirmando exactamente estos hechos, 70 años después de haber sido borrados totalmente de todas nuestras narrativas históricas principales.
En
la descripción de Huddleston, el ejército francés se derrumbó en mayo
de 1940, y el gobierno llamó desesperadamente a Petain, héroe de la
primera guerra y entonces de más de 80 años, desde su puesto como
Embajador en España. Pronto el presidente francés le pidió formar un
nuevo gobierno y arreglar un armisticio con los victoriosos alemanes, y esta
propuesta recibió el apoyo casi unánime de la asamblea nacional y el
senado de Francia, incluyendo el respaldo de prácticamente todos los
parlamentarios de izquierda. Petain logró este acuerdo y otro
voto casi unánime del parlamento francés lo autorizó a negociar un
tratado de paz total con Alemania, que ciertamente puso sus acciones
políticas sobre la base jurídica más sólida posible. En ese momento,
casi todos en Europa creían que la guerra estaba esencialmente
terminada, con Gran Bretaña lista para hacer la paz.
Mientras
el gobierno francés de Petain, totalmente legítimo, negociaba con
Alemania, un pequeño número de intransigentes, entre ellos el coronel
Charles de Gaulle, desertó del ejército y huyó al exterior, declarando
que tenían la intención de continuar la guerra indefinidamente, aunque
inicialmente atrajo un mínimo de apoyo o atención. Un aspecto
interesante de la situación fue que de Gaulle había sido durante mucho
tiempo uno de los principales protegidos de Petain, y una vez que su
perfil político comenzó a levantarse un par de años más tarde, corrían
especulaciones de que él y su antiguo mentor habían organizado una
“división de trabajo,” con uno haciendo la paz oficial con los alemanes y
el otro partiendo para convertirse en el centro de la resistencia en el
extranjero dada la incertidumbre reinante y a la expectativa que
surgieran otras oportunidades.
Aunque
el nuevo gobierno francés de Petain garantizó que su poderosa armada
nunca sería usada contra los británicos, Churchill no se arriesgó, y
rápidamente lanzó un ataque contra la flota de su antiguo aliado, cuyos
barcos estaban desarmados y amarrados en puerto, hundiendo la mayoría de
ellos, y matando unos 2.000 franceses en el acto. Este
incidente no fue del todo diferente al ataque japonés a Pearl Harbor el
año siguiente, y agravió a los franceses por muchos años.
Huddleston
luego discute la compleja política francesa de los siguientes años,
como la guerra continuó inesperadamente, con Rusia y EEUU finalmente
uniéndose a la causa aliada, aumentando grandemente las probabilidades
contra una victoria alemana. Durante este período, los líderes políticos
y militares franceses tuvieron que hacer equilibrio, resistiendo las
demandas alemanas en algunos puntos y consintiendo en otros, mientras
que el movimiento interno de la resistencia creció gradualmente,
atacando a soldados alemanes y provocando duras represalias. Dada mi
falta de experiencia, no puedo juzgar realmente la exactitud de esta
narrativa política, pero me parece bastante realista y plausible, aunque
los especialistas pueden disentir.
Sin
embargo, las afirmaciones más notables en el libro de Huddleston vienen
al final, ya que describe lo que finalmente se conoció como “la
liberación de Francia” durante 1944-45 cuando las fuerzas alemanas en
retirada abandonaron el país. Entre otras cosas, sugiere que el
número de franceses que reclamaron credenciales de “resistencia” creció
en un orden de cien veces una vez que los alemanes se retiraron y ya no había ningún riesgo en adoptar esa posición.
Y
en ese momento, un enorme derramamiento de sangre comenzó, de lejos la
peor ola de asesinatos extrajudiciales en toda la historia francesa. La
mayoría de los historiadores coinciden que alrededor de 20.000 personas
fueron asesinadas en el notorio “Reino del Terror” (NdR. Mr Unz no
parece estar al tanto de los asesinatos en la región de la Vendée, que
fueron de un orden de magnitud mayor. Allí el Reino del Terror masacró a
unos 300.000 cristianos) durante la revolución francesa y
quizás 18.000 murieron durante la comuna de París de 1870-71 y su
supresión brutal. Pero según Huddleston los líderes norteamericanos
estimaron que hubo por lo menos 80.000 “ejecuciones sumarias” sólo en los primeros meses después de la liberación,
mientras que el diputado socialista que sirvió como ministro del
interior en marzo de 1945 y habría tenido mejores datos, informó a los
representantes de de Gaulle que 105.000 asesinatos habían tenido lugar solo entre agosto de 1944 y marzo de 1945, una figura que fue citada extensamente en círculos públicos en ese entonces.
Dado
que una gran parte de la población francesa había pasado años
comportándose de formas que ahora podrían considerarse “colaboradoras”,
un gran número de personas era vulnerable, incluso en riesgo de muerte, y
a veces trataron de salvar sus propias vidas denunciando a conocidos o
vecinos. Los comunistas clandestinos habían sido durante mucho tiempo un
elemento importante de la resistencia, y muchos de ellos tomaron
represalias contra sus odiados “enemigos de clase”, mientras que
numerosos individuos aprovecharon la oportunidad para resolver problemas
personales. Otro factor fue que muchos de los comunistas que habían
luchado en la guerra civil española, incluyendo a miles de miembros de
las brigadas internacionales, habían huido a Francia después de su
derrota militar en 1938, y ahora tomaron la iniciativa en vengarse
contra el mismo tipo de fuerzas conservadoras que antes los habían
vencido en España.
Aunque
el mismo Huddleston era un anciano, muy distinguido periodista
internacional con amigos estadounidenses en altos lugares, y había
realizado algunos servicios menores para la resistencia, él y su esposa
se salvaron por poco de ser ejecutados, y menciona una colección de las
numerosas anécdotas que escuchó de víctimas menos afortunadas. Lo cierto
es que lo que parece haber sido el peor derramamiento de sangre
sectaria en la historia de Francia ha sido rebautizado con dulzura “la
liberación” y casi totalmente eliminado de nuestra memoria histórica,
excepto por las famosas cabezas rapadas de unas pocas mujeres
desgraciadas. En estos días Wikipedia constituye la fría destilación de
la verdad oficial, y su entrada sobre
esos eventos pone el número de muertos en apenas una décima parte de
las cifras citadas por Huddleston, a quien encuentro una fuente mucho
más creíble.
Continuará