domingo, 23 de septiembre de 2018

El número de los tontos es infinito


El número de los tontos es infinito. Por Cosme Beccar Varela

El número de los tontos es infinito (Eclesiastés 1.15)
Estamos bajo un gobierno de tontos ensoberbecidos,  que son los más peligrosos de los tontos. Ellos han conseguido entontecer a la masa de la población.
Los tontos ensoberbecidos les hacen creer a los otros tontos cualquier cosa que quieran hacerles creer.
Los tontos están dispuestos a creer en cualquier cosa menos en la verdad. Pueden aceptar la farsa más burda si la presenta alguien que tenga poder político, económico o mediático.
Los tontos son tontos porque quieren.
Ser tonto pertinaz es pecado, porque Dios les da la gracia a todos para usar bien su inteligencia y el tonto es tonto porque rechaza esa gracia.


El tonto no acepta (de verdad) que haya realidades invisibles, espirituales. Los tontos son materalistas.
Los tontos, aunque no lo digan, creen que el Dios verdadero no existe. Tienen sus dioses.
El tonto se pone serio sólo si tiene miedo y en ese caso es más tonto todavía.
La seriedad serena es imposible para un tonto.
Lo que decide una mayoría de tontos es ley en las democracias.
Los tontos nunca tendrán razón, aunque sean mayoría, a no ser por casualidad.
El malo descansa de su maldad, el tonto, jamás (Unamuno)
Un tonto sólo puede ser amigo de otro tonto.
El tonto puede ser astuto por su interés, pero no inteligente.
El tonto se aburre de pensar y aburre a quienes lo rodean, a no ser a los otros tontos.
El tonto carece de sensibilidad para percibir la esencia del cristianismo, la grandeza de lo sublime, la belleza poética, los matices sutiles. Le falta cualquier otra forma de elevación del alma.
El tonto va donde van todos los tontos, carece de personalidad para llegar a sus propias conclusiones y del coraje necesario para ser independiente de los más fuertes.
El tonto teme mucho el “qué dirán”.
El tonto es cruel con el que es más tonto.
El tonto, en general, es malo.
Los tontos si son malos, son peores.
El tonto no puede creer verdaderamente en el Divino Redentor porque no puede ni considerar el misterio infinito de la Encarnación de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad con dos naturalezas, la divina y la humana, ni entenderá nunca las innumerables formas de santidad de los santos, menos aún la de los santos guerreros.  A lo más que llegan es a una visión sensiblera y fugaz de Nestro Señor y de los santos, vacía de doctrina.
El tonto que se dice cristiano se equivoca, porque un tonto no puede seguir a Nuestro Señor Jesucristo que aborrece la tontería. No todo el que dice “¡Señor, Señor!” es cristiano (conf. S. Mateo 7,21). Él aborrecía la tontera de sus mismos Apóstoles antes de Pentecostés. Por eso dijo cuando no pudieron echar un demonio de un poseso, sin distinguirlos en eso de los fariseos: “¡Oh generación incrédula y perversa: ¿Hasta cuando he de estar com vosotros y sufriros.” (S.Lucas  9-41) Y les advirtió no ser ingenuos (una forma mitigada de la tontera) cuando les dijo: “Mirad que os mando como ovejas en medio de lobos. Por tanto, habréis de ser prudentes como serpientes y sencillos como palomas.” (S. Mateo 10-16) La prudencia y la sencillez son parte de la sabiduría de la que los tontos no tienen ni una pizca.
Los tontos son desagradecidos.
Los tontos no saben lo que es el honor y por lo tanto, no lo tienen.
En general los tontos son ignorantes.
Alguien puede ser un gran científico en alguna especialidad sin dejar de ser tonto. El saber mucho de un tema no quita la tontera porque ésta consiste en negarse a juzgar según la realidad del Ser en su totalidad.
El tonto es egoista inmediatista, incapaz de ver y querer el bien común, de tener una visión universal de las cosas y de prever lo que puede llevarlo a su propia ruina.
El tonto es presa fácil del astuto.
El tonto prefiere que le mientan antes que oir verdades que le obliguen a pensar.
El tonto es testarudo para sostener el error y reacio para aceptar cualquier crítica razonable.
El tonto se siente fuerte porque sabe que está rodeado y protegido por muchos tontos.
El que trata de convencer a un tonto de algo bueno y verdadero -además de las otras formas de ser tonto-, también es tonto porque no se da cuenta de que eso es imposible.
Yo no puedo tirar la primera piedra a un tonto en particular porque me comprenden las generales de la ley, pertenezco, por lo menos, a la clase de tontos que menciono en el párrafo anterior.
Todo esto sea escrito sin ánimo de ofender a nadie, pero sospechando que tampoco puedo eximir a nadie. Por otra parte, no me importa que los tontos se ofendan en vez de proponerse abandonar su tontera para lo cual estas líneas tal vez les serían útiles. Que los tontos se ofendan es una tontería más que debe pasarse por alto como el resto de ellas.
Sedes Sapientiae, ora pro nobis. (Sede de la Sabiduría, ruega por nosotros)
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