Publicado el 7 sep. 2018
LA CREMACION DE LOS MUERTOS rito mason y ateo
¿Por qué a la Iglesia no le acaba de gustar la cremación?
La permite con varias condiciones, y no admite echar las cenizas al
viento
La cremación es un fenómeno en crecimiento en Occidente. Pero también lo
es, y más fuerte, lo de dispersar las cenizas en la naturaleza. Incluso
en Italia, en varias ciudades se quiere crear un “jardín de los
recuerdos”, donde poder arrojar las cenizas.
Sin embargo, muchas personas ignoran que esta moda es contraria al Rito
de las exequias católico, que no admite la práctica de dispersar las
cenizas en la naturaleza o de conservarlas en lugares distintos del
cementerio. Esto es incoherente con la fe cristiana, pues supone una
concepción “panteísta” de la naturaleza, o una forma de negar la
creencia en la resurrección. Y tampoco es coherente conservarlas en
casa, como si fueran un objeto (o peor, un objeto de culto).
Es verdad que la Iglesia admite la práctica de la cremación, pero con
matices que conviene conocer. Hay que aclarar que el incinerar un cuerpo
en sí no es problema: supone acelerar un proceso natural de
desintegración. El problema es por qué se hace, cuál es la concepción
religiosa que hay detrás de esta elección.
Según el Catecismo de la Iglesia católica (n. 2301), el Código de
Derecho Canónico (can. 1176) y el Rito de las exequias, la Iglesia
acepta la cremación siempre que esta “no sea dictada por motivos
contrarios a la doctrina cristiana”, y especificando que se prefiere la
sepultura pues es la forma “más idónea para expresar la fe en la
Resurrección de la carne, para alimentar la piedad de los fieles y
favorecer el recuerdo y la oración” por los seres queridos.
Ciertamente, esta postura es más “suave” respecto a la contemplada en el
anterior Código de Derecho Canónico, el de 1917, donde en el can. 1203
se condenaba formalmente la cremación, y en el can. 1240 se privaba de
los Sacramentos y de las exequias a quienes la pedían.
¿Por qué tanta dureza? Para comprenderlo hay que hacer un poco de
historia. Se trata de una cuestión muy beligerante en el siglo XIX y
principios del XX: la cremación era el campo de batalla de la masonería,
especialmente en Italia.
Fue un masón, Salvatore Morelli, el que presentó el 18 de junio de 1867
en la Cámara de los Diputados la propuesta de ley, con el fin de limitar
cada vez más el culto católico, sustituyendo los cementerios por hornos
crematorios. Esta propuesta venía con un prólogo de Giuseppe Garibaldi,
quien alabó a cuantos se atrevían “con audacia sin par a desafiar a los
prejuicios de siglos”.
No solo. En el programa de la masonería italiana de 1874 se lee: “La
masonería italiana, augurando que los cementerios sean exclusivamente
civiles, sin distinciones de creencias y de ritos [esto sí ha sucedido],
se propone promover en los municipios el uso de la cremación como
sustitución del enterramiento”.
Poco después, en 1878, otro masón, Gaetano Pini, fundó la primera
Socrem, Sociedad para la Cremación italiana. Muchas otras surgieron en
varias ciudades, hasta el punto de que se unieron en una Liga Italiana,
dirigida por la masonería. Es más: utilizando el material preparado por
Pini, se adoptó la ley Crispi, con la que desde 1888 la práctica de la
cremación se introdujo oficialmente en el derecho italiano.
Para muchos se trata de una cosa del pasado. Sin embargo, algunos siguen
haciendo de la cremación una bandera ideológica o un sentimiento
anticristiano. No es casualidad que la UAAR, Unione degli Atei e degli
Agnostici Razionalisti, promociona en su web la inscripción a la SOCREM,
al I.Di.Cen.– Istituto Dispersione ceneri e cremazione y al ICREM,
Istituto della Cremazione e Dispersione Ceneri.
Es decir, para ellos la cremación y la dispersión de las cenizas en la
naturaleza es una muestra de ateísmo, de negación de la fe en la
resurrección. Es muy oportuno, por tanto, puntualizar la línea de la
Iglesia sobre el tema.
Todo comienza con la Revolución francesa, por supuesto masónica. Antes
todos los cristianos querían ser enterrados dentro de las iglesias. Pero
dijeron que eso era fuente de epidemias. Por esa razón encalaron las
paredes interiores de las iglesias. Y la Iglesia inventó los cementerios
exteriores y se les llamó camposantos. Los cementerios pasaban a ser un
lugar sagrado. Para los no católicos o apóstatas o suicidas se inventó
el cementerio civil, pegado al otro y muy bien delimitado.
En algunas poblaciones pequeñas se construyó pegado al exterior de una
de las paredes de la iglesia, y todavía se puede comprobar. La
titularidad del cementerio era de la iglesia. En España después de las 2
desamortizaciones masónicas del siglo XIX, pasaron a ser casi todos de
titularidad municipal. Todavía queda alguno en España propiedad de la
parroquia.