Las idas y vueltas de Casandra y el presidente. Por Vicente Massot
Elisa Carrió ladra, sin duda, a
condición de entender que rara vez su intención es morder. Si por ella
fuese el ex–presidente de la Corte Suprema, Ricardo Lorenzetti, nunca
debió haber ostentado cargo de tamaña importancia. Tampoco formar parte
del máximo tribunal de la República Argentina. En el mismo orden de
cosas, y si estuviese a su alcance la decisión, Cristina Fernández se
hallaría presa hace rato. Ahora bien —más allá de estos casos
emblemáticos, en donde las acusaciones destempladas de la líder de la
Coalición Cívica deben ser tomadas al pie de la letra— en pocas otras
oportunidades Lilita ha tenido la intención de levantar patíbulos. Es
cierto que alza la voz como ninguno de sus pares en la cámara baja del
Congreso Nacional y no lo es menos que, a la hora de denunciar actos de
corrupción, no se anda con vueltas. Arremete con furia, como el toro
contra la capa colorada, sin medir riesgos ni pensar demasiado en las
consecuencias que podrían seguirse de sus actos. Pero en sus desplantes y
berrinches, sus fobias y desmesuras, hay distintas categorías que sería
insensato desconocer.
Ella pertenece por voluntad propia a
Cambiemos, una coalición electoral y —sólo en parte— de gobierno, que
ayudó a gestar y de la cual, salvo imponderables, no piensa irse. Al
margen de sus arrebatos emocionales —que no son pocos— es consciente de
que fuera de ese espacio político lo qué existe es el abismo. De modo
tal que el terremoto que ha gestado en la última semana —por peligroso
que parezca— no arrastra la intención de derrumbar una criatura que, en
buena medida, es tan suya como de Mauricio Macri. De la misma manera que
nunca podría acortar las distancias que la separan del peronismo en
cualquiera de sus múltiples variantes, difícilmente estaría dispuesta a
romper Cambiemos.
Si se repasa la relación del presidente
en ejercicio y la diputada de origen chaqueño, lo que salta de manera
inmediata a la vista es que a las turbulencias le han seguido siempre
periodos de remanso. Las riñas públicas han sido luego suavizadas con
palabras dulces. Como todo romance —de naturaleza política en esta
ocasión— las peleas y reconciliaciones son las dos caras de una moneda
común.
En sus orígenes, la Carrió no quería
saber nada con el jefe del Pro y su definición de entonces —como todas
las suyas— fue terminante: ”mi límite es Macri” dijo sin que se le
moviera un pelo. Después vino el acercamiento que epílogo en la
posterior creación
de Cambiemos y un prolongado idilio con alguna que otra discusión. Nada que no fuera conocido y de lo que hubiera que preocuparse. Sin embargo, y casi por generación espontánea, hace pocos días a la calma le continuó la tempestad. El primer blanco de la señora fue el titular de la cartera de Justicia, cosa que no debería sorprender en atención a los vínculos que —según la diputada de la Coalición Cívica— unen a Germán Garavano con el Tano Daniel Angelici. Al tomar estado público la cuestión no fueron pocos los que pensaron en una de las clásicas embestidas de Lilita, enderezada esta vez tanto en contra del ministro como de los operadores judiciales de Balcarce 50. No obstante, la ofensiva escaló de una manera inédita y el blanco resultó ser Macri.
de Cambiemos y un prolongado idilio con alguna que otra discusión. Nada que no fuera conocido y de lo que hubiera que preocuparse. Sin embargo, y casi por generación espontánea, hace pocos días a la calma le continuó la tempestad. El primer blanco de la señora fue el titular de la cartera de Justicia, cosa que no debería sorprender en atención a los vínculos que —según la diputada de la Coalición Cívica— unen a Germán Garavano con el Tano Daniel Angelici. Al tomar estado público la cuestión no fueron pocos los que pensaron en una de las clásicas embestidas de Lilita, enderezada esta vez tanto en contra del ministro como de los operadores judiciales de Balcarce 50. No obstante, la ofensiva escaló de una manera inédita y el blanco resultó ser Macri.
Nunca
antes Elisa Carrió había dicho que su confianza en el presidente estaba
desaparecida y que éste debía escoger entre ella y algunos enclaves
mafiosos que tienen cabida en el oficialismo. Si no lo hiciera
—vaticinó— “va a caer”. Lo que se dice: un discurso sin filtro ninguno y
con un destinatario inequívoco. Si en oportunidades anteriores la
munición pesada había sido dirigida a distintas figuras —inclusive de
primera línea— del gobierno nacional, jamás rozaron al jefe del estado.
Ahora las cosas parecen haber cambiado. De Garavano no se acuerda nadie y
con razón.
En la mesa chica que forman Marcos Peña y
Jaime Durán Barba —conjuntamente con Macri, claro— a Elisa Carrió le
tienen terror básicamente porque la juzgan —y en ello no se equivocan en
lo más mínimo— incontrolable. Desde el mismo momento en que llegó a la
Casa Rosada, el núcleo duro del Pro tomó la decisión —mantenida hasta
hoy— de montar en torno de Lilita una malla de contención. Lo que se
armó, pues, fue un esquema en donde los encargados de calmar las
rabietas de la diputada fuesen personalidades que ella respetase. No
sólo debían actuar cuando hubiese levantado temperatura sino antes, con
el propósito de anticiparse a los ataques de iracundia que todos temían.
A Lilita la han tenido informada de las
decisiones trascendentales que ha tomado el gobierno antes que a toda la
Unión Cívica Radical. Tal es la consideración que ha merecido su figura
de parte del presidente de la Nación. En ningún momento se la dejó de
lado o se soslayó su opinión. Lo que no significa que sus ideas hayan
sido transformadas en políticas de estado. En reiteradas ocasiones
bastaron los buenos oficios de Emilio Monzó. Pero cuando el primer
escalón de contención era sobrepasado, fue Macri el encargado de
recibirla a solas y de ponerle paños fríos a su beligerancia. Casi
podría decirse que en la Rosada definieron una estrategia de malcrianza
que dio sus resultados y tuvo sus costos.
Como
todo le fue tolerado, de alguna manera crearon un personaje que, si
antes resultaba incontrolable, ahora no lo domina ni San Pedro bajado a
la tierra. A una persona con rasgos místicos —que poco le falta para
emular, en eso de escuchar voces celestiales, a Juana de Arco—
consentirle sus caprichos y tenerla entre algodones, es riesgoso. Es
que, consentida siempre, resulta lógico que se crea la figura
emblemática de la república y la voz de la conciencia moral de
Cambiemos. Elisa Carrió siempre consideró a la política una empresa
testimonial y nunca pensó seriamente en ser presidente de la Nación. Lo
suyo es otra cosa. Hasta habría que considerar que no es, la que
acaudilla, una coalición puramente política. Excede con creces lo
político.
Qué pasará ahora? Aún si las cargas le
fueron enderezadas a Macri, la diputada no escalará el diferendo. Por
supuesto que no se retractara ni permitirá que nadie le enmiende la
plana. Dejará que pase el tiempo, se olviden sus andanadas verbales y,
en un par días,
otro asunto habrá ganado las tapas de los diarios y será objeto de interminables polémicas televisivas. La sangre no llegará al río sencillamente porque Macri y Carrió se conocen demasiado bien y a ninguno de los dos se le escapa el resultado catastrófico que tendría una ruptura.
otro asunto habrá ganado las tapas de los diarios y será objeto de interminables polémicas televisivas. La sangre no llegará al río sencillamente porque Macri y Carrió se conocen demasiado bien y a ninguno de los dos se le escapa el resultado catastrófico que tendría una ruptura.
El presidente le tiene tomado el tiempo a
la Carrió. Si la cruzase en público perdería por knock–out. En cambio
si la llama, la cuida, le da en privado la razón y la adula un poco,
sabe que Lilita saldrá hecha una seda de su despacho. Lilita es única y
hay que entenderla. El puesto que se ha ganado, haciendo las veces de
Casandra, no es para cualquiera. La ventaja que lleva Macri es que sabe
los puntos que calza la Carrió y obra en consecuencia. Ni él ni Marcos
Peña caerán nunca en la tentación de tomar las tronitonantes acusaciones
de la Casandra nacional, como si fuesen ultimatums verdaderos. Hay más
fuegos artificiales que otra cosa en una relación que no se vertebra
sobre el eje amor-odio sino sobre uno distinto, cuyas componentes son
tolerancia y malcrianza.