17 de Septiembre de 2019
El Padre Castellani y las elecciones - Antonio Caponnetto
Hemos visto con profundo dolor
que, bajo el amparo y patrocinio del nombre del Padre Leonardo Castellani, un
puñado de amigos entrañables –de cuya honestidad, patriotismo, probada Fe
Católica y rectitud de intenciones tenemos sobradas pruebas- ha instado a dar
su apoyo público al llamado Frente NOS.
No utilizaremos ni un minuto
para probar lo que las evidencias hacen patente; esto es, que dicho Frente NOS
es un conglomerado explícito de todos los funestísimos errores del liberalismo.
Tampoco utilizaremos tiempo alguno para sostener otra evidencia: aquella según
cada cual posee la libertad de elegir sus propias opciones políticas; eso sí, haciéndose
cargo de las consecuencias sin incurrir en los ardides casuistas del
consecuencialismo o del proporcionalismo moral.
Nuestra reacción sólo tiene
dos motivos y por ende dos fines: No se siga diciendo que no se es liberal –en
un acto de craso pelagianismo- cuando se coopera activamente con la
consolidación del sistema demo-liberal. Tal actitud sólo acarrea y suma
confusión. Somos lo que actuamos, puesto que cada quien es hijo de sus obras.
Esto es lo primero.
Y lo segundo, no se siga
utilizando y capitalizando el nombre del Padre Castellani para consumar estos confusos
y desacertados pasos políticos, porque se trata, de mínima, de una malversación
de su nombre y de su ideario; y de máxima, de un fraude intelectual y
espiritual, lisa y llanamente hablando.
Conste expresamente, en
síntesis, que nos mueve la clásica consigna agustiniana, de matar al error y
amar al que yerra. Tanto más en el caso que nos ocupa, cuyos protagonistas son
personas estrecha y antañonamente ligadas a nuestros afectos irrevocables. Estamos
procurando una corrección fraterna, no una confrontación ideológica, de la que
nos hallamos absolutamente alejados y desinteresados.
Lo que reproducimos a
continuación es un fragmento del volumen segundo de nuestra obra “La
democracia: un debate pendiente”(Buenos Aires, Katejon, 2016).
ººººººººººººº
“Se hizo demasiado claro a todos que con el cuento de la
soberanía del pueblo(delegada naturalmente en sus representantes innaturales,
los politiqueros), ella era una tapadera de la plutocracia, un caballo de Troya
de la finanza apátrida, un cobertor de sociedades secretas y una arena
espléndida para el Comunismo; y ainda más, terreno abonado de tilinguería. En
el siglo pasado [el XIX] hubo quienes soñaron con bautizar a la
democracia[...].Se la figuraban como una pagana doncella salvaje y sana, (singular bobería), a la que era una daifa
enferma;malnacida de un adulterio en la cuna fangosa de los asesinatos,
robos,sacrilegios y matanzas ciclópeas de la que llama usted ”
Leonardo Castellani,
Juan XXIII(XXIV). Una
fantasía, Buenos Aires, Theoria, 1964, p. 298-99.
El
caso del Padre Castellani es un clásico entre los nacionalistas democráticos
dispuestos a justificar sus desaciertos a toda costa: el Padre Castellani, nos
dicen, se presentó como diputado de la Alianza Libertadora
Nacionalista, en las elecciones del 24 de febrero de 1946. Ya le hemos dedicado
espacio a comentar este tema, tanto en el volumen precedente de esta obra como
en La perversión democrática. Pero
armándonos de una paciencia que se extingue –al constatar una y otra vez la
misma ceguera de los arguyentes- formulemos nuevas aclaraciones:
a)
Nadie que conozca la vida y la obra del Padre Castellani puede afirmar
seriamente que el cura creía que para pensar y salvar la Argentina había que lanzarse
a “votopartidar”. La patria le importó siempre; le dolió cada vez más; la amó y
procuró servirla con lucidez y coraje; y le dejó como tributo una obra
intelectual y espiritual inmensa, gracias a la cual hasta algunos ajenos a
nuestro ambiente empiezan a conocer y valorar lo recónditamente bueno que puede
parir esta extraña tierra sureña.
Pero
a medida que sus peripecias personales se acentuaron, que el mundo entero
crepitaba en el crepúsculo de los siglos, y que la Iglesia incrementaba
lacerantemente el drama interno de su apostasía, Castellani fue dando a esa
misma vida y obra suya, tan sacerdotales, un inspirado cariz parusíaco y aún
profético; hasta que ganado por la necesidad de predicar el regreso de Cristo y
de predisponerse a una buena muerte, sin olvidarse de “la pobre patria yerma”,
se le notó un acentuado desasimiento de las cuestiones políticas
práctico-prudenciales. Lo central en Jerónimo del Rey acabó siendo lo que
empezó: su consagración a anunciar la Segunda
Venida, no el balotage; su vocación de katejon, no de
sufragista; su disposición a crucificarse por la Palabra, no a inmolarse
por las cifras finales del escrutinio.
Lo
que queremos decir es que hablar del “diputado Castellani”, o mejor aún, del
Castellani candidato a diputado, es incurrir en el similar despropósito de esas
biografías amañadas de los santones liberales que el mismo cura detestaba y de
las cuales se reía a dos carrillos. Como cuando, por ejemplo, se presenta a
Sarmiento como multifacético titán, diciendo de él: “fue minero, maestro, ayudante
de tienda, escritor, senador, presidente, etc, etc”. No; ni prima facie ni como ultima ratio, Castellani puede pasar a la historia por el episodio
de su candidatura, ni servirnos en esto de infalible guía.
Pero
hay más; sigamos.
b)
Salvando las distancias, cuando se lee a Castellani, pasa lo mismo que decíamos
respecto de Julio Irazusta: nadie sale
demócrata. En prosa, en verso, en broma, en serio, en los múltiples géneros
que cultivo, y que no se amilanó en practicar, Castellani aborrece al
liberalismo, al sufragio universal, a la democracia, a los partidos políticos,
al mal menor, a la soberanía del pueblo, a la Constitución del 53 y
a la trampa inherente que significa el Régimen para quien sepa cabalmente cómo
funciona. No hemos hecho un enunciado de objetos aborrecidos por él al azar;
por el contrario, hemos hecho cuidadosa memoria de su enseñanza. Todo puede
constatarlo por sí mismo el que emprenda la gozosa tarea de ir leyendo al cura.
Habiendo
sido ya tan citadas sus públicas y éditadas lecciones al respecto, aportemos
algunos testimonios menos o nada conocidos.
En
el año 1975 escribió para sí, o en forma de carta con destinatario desconocido,
unos comentarios a la biogragía de Hipólito Yrigoyen elaborada por Manuel
Gávez. Créase o no, este comentario está escrito usando como papel los espacios
en blanco de un libro de poemas, al que seguramente no tuvo en mejor estima más
que el que le proporcionara soporte gráfico para redactar sus cuartillas. El
libro es el de Germán Pardo García, Desnudez,
México, Editorial Libros de México, 1973; y las hojas usadas para redactar
sobre ellas son las 148 y 144,¡en ese “orden”! Veamos lo pertinente a nuestro
debate:
“La vida de Don Hipólito Irigoyen [sic]
pergeñada cuidadosamente por Manuel Gálvez es una justificación incomparable de
aquella metáfora o comparación de Ramón Doll, que se podría llamar su
testamento político: ‘El liberalismo, importado hace un siglo de Yanquilandia y
Francia, tuvo en los argentinos el efecto de una damajuana de caña en una jaula
de monos’[...][En] esta vida de Don Hipólito [...]vemos un panorama muy vivo de
aquello de Ramón Doll, dividido en dos partes, a saber:1º, una plebe embriagada
con la soberanía del pueblo a la cual
le han hecho creer que ella manda o debe mandar; poseída por la pasión
politiquera, que es peor que la pasión del juego; y2º los capitostes que amasan
esa plebe, trayéndola al retortero por medio de la astucia y la prosopopeya,
usándola por medio de las votaciones, fraudulentas por lo más, para encaramarse
al mando o a la caja fuerte. Todos son igualmente despreciables, incluso los
honrados como Pellegrini y Sáenz Peña: hombres sin Dios[...].El Régimen y la Causa continuaron su marcha
amalgamados; y Justo, Ortiz, De la
Plaza y demás epígonos vinieron a dar en la pelamesa en que
estamos ahora; que no es ni democracia ni dictadura, ni cosa que tenga nombre
en ninguna lengua. Vivimos sometidos a ladrones y asesinos. ¡Ved en trono a la
noble igualdad! Todos iguales en el desorden. Es que Irigoyen lo mismo que Perón
–que podía haber refundido a fondo la constitución argentina– a pesar de odiar
como creían al liberalismo (que hoy tomó el nombre de Democracia) actuaron el marco
de él. Los dos usaron del sufragio
universal indiscriminado, que el error básico de las actuales mal llamadas Instituciones. Actualmente instituciones significa politiqueros.
El sofisma básico del sistema rusoniano que
domina entre nosotros es suponer que todo hombre de cualquier edad, carácter o
condición que sea está capacitado para conocer qué hombre es el apto para ser Rey efímero y dictatorial deste país; o
por lo menos la mayoría. Eso viene del dogma liberal de la soberanía del pueblo que antes fue una herejía y ahora es una
badulacada. ¡Contra el sentir de Irigoyen, jamás
podrán las votaciones, por puras que
sean, salvar a la patria! [...].Rotundamente fracasó Don Hipólito y nada
dejó fuera de la cama de Perón”.
En carta a Alberto Graffigna del 12 de
octubre de 1971, le dice: “La República
Argentina no tiene remedio hasta la Segunda Venida de
Cristo. El pueblo está demasiado engañado; y los engañadores son demasiado
fuertes. El culto de los ídolos (libertad, democracia, elecciones, partidos
políticos, ins-ti-tu-cio-na-li-dad, etc)está demasiado firme; tanto que el
arzobispo Aramburu es uno de sus feligreses, según parece”. Y en carta a Blanca
Amione, del 3 de agosto de 1974, escribe: “Que el país anda mal lo nota
cualquiera[...]. Es el liberalismo, que es erróneo y herético, condenado por
todos los Papas desde Pío IX –menos el actual-. Afecta a todas las naciones del
mundo. Es la causa de todas las calamidades modernas desde más de siglo y
medio[...]. A la democacaracia la
llaman aquí la Oligarquía,
el Régimen, la Sinarquía,
el Masonismo...Lo mismo que el diablo y todas las cosas feas, tienen muchos
nombres”.
En
“Esencia del liberalismo”, bien conocido entre sus lectores, Castellani
protesta: “¡Maldito sea el mal menor y el que lo inventó. Jamás votaré por el
Mal Menor, y no votaré más si no es por un bien total[...]. En cuanto a mí, no sólo descreo ya en esta farsa sino que
estimo ilícito coinquinar con ella, de donde hasta el fin de mi vida votaré
–porque hay multa- con un sobre vacío. Y si todos los nacionalistas hicieran lo
mismo...” [1]
¿Se
van dando cuenta los nacionalistas democráticos lo peligroso que puede
resultarles mentar a Castellani para proponernos el votopartidismo como acción salvífica; o ampararse en él para la
negación de nuestra tesis de que la democracia es perversa, de que el sufragio
universal es el pecado de mentira universal, y de que no nos resulta lícito
cooperar con tamaño sistema? ¿Se van dando cuenta los simples lectores a qué
parte de esa disputatio convienen más
las razones del Padre Leonardo Castellani?
c)
Ahora sí vayamos a la famosa candidatura. Simplificando un poco las cosas, pero
no faltando a la verdad, diríamos que Castellani tuvo ante ese episodio de su
propia vida dos actitudes: la del arrepentimiento y la de la minimización,
reduciéndolo a una simple broma, a un acontecimiento accidental protagonizado
por mera amistad. Veremos que cabe una tercera valoración, pero la dejaremos
para el final.
En
carta a Ignacio Pirovano, del 6 de octubre de 1953, le confiesa: “¿Adónde
hubiera ido yo, embarcado por simple amistad hacia hombres que más o menos
apreciaba como Durañona y Fresco, en el efímero, fugaz y falso partido ‘nacionalista’?
A malograrme. Era yo entonces demasiado desprevenido y entregado a los demás,
carecía de ‘móviles de retracción’, como dicen; es decir, de la necesaria
cautela y reserva que defienden en uno la propia personalidad. Era necesario
quizá pasar por esa etapa digamos ‘juvenil’; pero era necesario pasarla, salir
de ella; y sin la tribulación, quizá yo me hubiese demorado o eternizado en
ella”
En
su nota “Una religión y una moral de repuesto”[2],
declara sin ambages: “un cura electoralero me inspira más repudio
que un cura concubinario; será que yo no sirvo para esto. Y todavía, si
Dios no nos detiene, el clero argentino va a ayudar al tercer triunfo del
liberalismo y la masonería en la
Argentina –después del cual no se sabe lo que viene- me dijo
Dom Pio Ducadelia, Obispo de Reconquista”.
Conversando
con Pablo Hernández, sale el ríspido tema, y el padre responde: “Me costó
muchos disgustos esa candidatura. Todavía ahora se acuerdan algunos. Pero fue una cosa accidental, hecha por
amistad. Como casi todas las cosas que he hecho en mi vida, fueron por amistad.
Entonces no era, ni fui después, ni jefe nacionalista ni nada por el estilo. Ni siquiera se puede decir que haya sido
nacionalista, aunque escribía en un diario nacionalista”[3].
Y en Los papeles de Benjamín Benavides, se excusa de este modo: “Don Benya
no ama la política, a la cual sin
embargo conoce y juzga desde un punto de vista religioso, desde su punto de
vista. Me convenció que la candidatura a
diputado de Castellani en 1945 fue un error. Yo tenía la idea de que era
‘una buena broma’ –como creo dijo él mismo- dado que era imposible que ganase,
y que por si milagro ganara, se hubiera limitado a callarse, cobrar y votar.
Pero en realidad hubiese sido arrastrado a discusiones inverosímiles”[4].
Abundemos
todavía con un dato más que aporta Sebastián Randle. La carta de Castellani al
padre Cándido Mazón S.J, fechada en Manresa el 12 de octubre de 1947. “Esto [la
candidatura] no lo busqué ni lo quise:
estaba fuera de Buenos Aires y aún un poco fuera de este mundo. Cuando lo supe
me pareció humorístico. Cuando se produjo puse los medios que juzgué más
convenientes in Dómino, aconsejado de mi confesor, para deshacerlo. Si me exigieran ahora que jurase que puse todos
los medios y los medios más eficaces posibles, no lo juraría. Si me pidieran
que jurase no puse ningún medio razonable, juraría mucho menos. Por lo demás,
también están explicados los particulares de este chusco asunto en larga carta de P. Benítez S.J y mía”[5].
Recapitulemos
con honestidad cuanto llevamos dicho. El Padre Leonardo Castellani es quien
dice: 1)que su postulación a candidato a diputado fue un hecho propio de una
etapa inmadura de su existencia, en la que le faltaban los móviles de retracción;
2)que de haber persistido en ese camino se hubiera malogrado e incluso torcido
moralmente, pues ya diputado se hubiera limitado a cobrar y votar; 3) que un
cura electoralero le inspira más repudio que un cura concubinario; 4) que fue un
episodio accidental de su vida, no substancial, movido por los tironeos
afectivos propios que se dan en la amistad; 5)que fue un error que le siguió
ocasionando disgustos muchos años después;6)que no buscó ni hizo nada por
obtener esa candidatura, y que su primer impulso fue anularla; 7) que no debe
considerárselo nacionalista o jefe nacionalista por ese gesto amigo que tuvo en
1945[6];7)que
fue una broma, una humorada, una boutade.
A
la vista de estas claras y rotundas confesiones, ¿cómo es posible que se siga
hablando de la candidatura del padre Castellani a diputado, cual una guía
política para los nacionalistas?; ¿cómo es posible que se procure ignorar y
ocultar el juicio del mismo interesado, que en ningún momento pretende poner
este episodio accidental de su vida como paradigma de praxis o de prudencia
política?;¿cómo es posible que se persista, una y otra vez, en desconocer el
arrepentimiento, la pesadumbre, la compunción y
aún la retractación que el cura manifestó ante aquella circunstancia de
su difícil trayectoria?; ¿cómo es posible, al fin,que se continúe levantando el
pendón del Castellani diputado para justificar la cooperación con el Régimen, cuando el más indicado para
evaluar tamaño suceso, lo evalúa peor que un acto de adulterio, y expresamente
afirma que juzga ilícito coinquinar con la farsa electoralera y democrática?
¿Qué más de lo que ya dijo tendría que haber dicho Castellani para que aquel
acto fugaz y eventual de su larga vida no fuera tomado ahora, por algunos
oportunistas, como el legado, la herencia y el magno bagaje de su magisterio
político?
Se
lo decimos por última vez a cuantos se han valido y se valen de este argumento
para justificar el absurdo voto-partidar:
no pongan más el ejemplo de Castellani diputado. No sirve. No va. No tiene el
menor sustento. Ha caducado en los sucesivos y variados momentos en los cuales
el padre manifestó su toma de distancia ante ese episodio.
d) Pero
hay algo que queremos acotar nosotros, y que podría ser esa tercera explicación
que mencionábamos más arriba.
Cuando
la Alianza Libertadora
Nacionalista se decide a constituirse en partido político y presentarse a
elecciones, apoyando la fórmula de Perón pero con candidatos y boletas
electorales propios, la verdad es que no había entonces ninguna asociación más
políticamente incorrecta que ella. Digámoslo pronto: Alianza era para el mundo
el nazi-fascismo vernáculo en su
versión más estruendosa, más visceral y más
profundamente antidemocrática. Ser de Alianza era pertenecer a la antítesis
de la Unión Democrática;
a una especie de monstruo que los manuales escolares llamaban “el
Totalitarismo”. ¿Sólo para el mundo y su enfermiza guerra semántica –que apela
permanentemente y hasta hoy al sofisma de la reductio ad hitlerum- era la Alianza el nazi-fascismo? La verdad es que no. Alianza
(y no seremos nosotros los que lo formulemos al modo de un reproche) guardaba
sintonía con los grandes movimientos nacionales europeos, que acababan de ser
derrotados. Sintonía de estilo, de talante, de formas y aún de ciertas
concepciones básicas.
Tan
así es lo que decimos que dos fenómenos simultáneos sucedieron cuando los
aliancistas se decidieron a efectuar el tránsito democrático de participar en
la vida regiminosa. Uno fue la continua advertencia de sus principales líderes,
acerca de que tamaño paso –que no podían sino percibir en su fuero íntimo como
una incoherencia- no significaba abjurar de los principios ni de los modos
épicos que habían hecho legendario al grupo. En tal sentido, y sólo a modo de
ejemplo, es más que significativo el discurso pronunciado por Bonifacio Lastra
el 31 de octubre de 1945[7].
Pero
el segundo fenómeno es que el mismo Perón, en uno de sus habituales gestos
canallescos, descalificó políticamente a la Alianza, cuando sus miembros, el 8 de diciembre
de 1945, entablaron uno de sus acostumbrados y fieros pugilatos en la Plaza de Congreso, tratando
de impedir un acto de la mismísima Unión Democrática “por la libertad contra el
nazismo”, tal su lema. El pugilato dejó secuelas de heridos y aún de muertos, y
el consabido repudio de todo el arco liberal, masón, comunista y judaico.
Sumándose a este repudio oportunista, Perón sacó un Comunicado a través de la Junta Consultiva Nacional que
promovía su candidatura, diciendo estas inequívocas palabras propias del
felpudo de los Aliados que había
firmado las Actas de Chapultepec: “Desde hace algún tiempo, sujetos
irresponsables, al grito de ‘¡Viva Rosas
y mueran los judíos, viva Perón!’, escudan su indignidad para sembrar la
alarma y confusión en distintos actos cívicos que se desarrollan normalmente.
Quienes así proceden son sujetos que viven al margen de toda norma democrática
y no pueden integrar las filas de ninguna fuerza política argentina. Condeno
estos procedimientos y espero que se pueda identificar a los culpables para
aplicarles las condignas sanciones”[8].
Es
decir que Alianza era tan revulsivamente anti-democrática, y tanto molestaba a
la naturaleza del Régimen, que Perón decide descalificarla, aún sabiendo que
apoyaba su candidatura. Por eso es otro error de Hernández creer que “Perón se
recostó sobre las posiciones católicas y que enfrente suyo estaban los clásicos
enemigos de la Iglesia:
comunistas, masones, radicales, liberales”[9].
Perón y los enemigos de la
Iglesia fueron siempre aliados y socios, y si hay algo fácil
de probar es tamaño contubernio. Pero no será esta la ocasión.
Mas
volvamos a nuestro hilo argumental. Dado que Alianza era la quintaesencia del
“demonio totalitario antidemocrático”, un sinfín de trabas se le opusieron para
que pudiera efectivizar su conversión a partido político y hasta el día exacto
de los comicios. Trabas legales, administrativas, contables, de recursos
humanos y de medios instrumentales. Trabas de toda índole y procedencia, sin
que faltara el consabido clero felón y la jerarquía medrosa que se escandalizaba
de los brazos en alto, los cóndores imperiales sobre los pechos de los
aliancistas y los himnos castrenses que rubricaban su presencia. Si alguien
supone que aquella campaña electoral tuvo las formas “civilizadas” actuales a
las que estamos acostumbrados, supone muy mal. Fue campaña con tiros, heridos,
muertos y confrontaciones cara a cara, en el terreno de las ideas y en el de
los puños[10].
Y el proverbial 24 de febrero de 1946, tampoco fue una jornada de paz para los
miembros de Alianza.
Castellani
aguantó a pie firme tamaña embestida, y no sólo no abandonó al grupo
nacionalista, sino que más lo acompañó cuanto más arreciaban los ataques.
Sebastián Randle cuenta en su biografía de Don Leonardo, al menos en dos
ocasiones, que el mote de “El cura loco” se lo puso Queraltó a Castellani, y él
mismo terminó asumiéndolo como propio. La locura, claro, consistía,entre otras
cosas, en que el cura no retiraba su adhesión a la Alianza, sabiendo que -en
este caso, sí, sólo para el mundo- no le quedaba otra alternativa que pasar a
la historia como nazi. Castellani se reía del disparate y en más de una ocasión
se asumió como “nazi”, sabiendo que tal condición, en boca del Siglo, no
significaba otra cosa más que un tópico de los agravios aliadófilos. En su Diario Íntimo, el 15 de junio de 1972, está
comentando la revista nacionalista Ulises
y acota: “yo jamás la hubiese llamado Ulises sino Nazis, conforme al chiste de
Anzoátegui: ‘¿sois nazi? Sí, padre, por la gracia de Dios’”.
Emociona
leer y releer la carta que al respecto le mandó Castellani al Cardenal Copello,
el 25 de enero de 1946. En ella habla claramente de las tres razones que lo
mueven a dar su respaldo público a la Alianza Libertadora
Nacionalista. “Estas razones son tres: una de amistad, otra de patriotismo y
otra de celo religioso. Amistad. La
Alianza es una agrupación política de programa católico, a
muchos de cuyos miembros juveniles católicos me atan las relaciones amistosas
que la Iglesia,
en su divina audacia, llama ‘paternidad espiritual’, como en el caso del
padrino de bautismo. Esta agrupación está siendo ahora calumniada, perseguida y hasta baleada por los enemigos de Dios
y de nuestra Madre la Iglesia. Es
justo que la Iglesia
no los desampare en este momento, y ya que Su Eminencia, por razón de su alto
cargo no lo puede, al menos yo puedo (sin responsabilizar a nadie) cumplir con
este acto de caridad y decencia”[11].
Castellani
padeció las consecuencias de su toma de decisión, en todos los terrenos. La Compañía, por supuesto,
terminó de considerarlo un borderline
al que había que marginar y olvidar definitivamente. La jerarquía –o al menos
la parte más visible y formal de ella- estaba dispuesta a tolerar a los curas
demócrata-cristianos –que contaban con el visto bueno de Roma- pero tenía por
impresentables a los nacionalistas. Y el mundo, por supuesto, desde el arco
“intelectual” hasta el eclesiástico lo estigmatizó para siempre con el mote de
nazi. Es más; la justicia le inició acciones penales, que a la postre no
prosperaron[12].Cara
le salió la broma o el sentido del humor a Castellani, si hemos de creerle a
una de sus explicaciones sobre el porqué aceptó la candidatura a diputado. Más
que broma en el sentido corriente del término, lo suyo se asemeja más a la
ironía socrática, que conduce a la cárcel y a la cicuta, no a los festejos del
público.
Llegamos
al fin de nuestra explicación. La candidatura de Castellani, en las
circunstancias temporales y espaciales bajo las cuales sucedió, reviste la forma de un hecho rotundamente
antidemocrático. Fue, en concreto, un
acto anti-democrático, percibido como tal, tanto por quien lo protagonizaba
como por los muchos que le impedían ejecutarlo o lo castigaban por eso. De modo
que he aquí nuestra paradojal conclusión, complementaria de cuanto ya llevamos
dicho sobre este peculiar caso. No sirve de nada hablar de Castellani diputado
para probar que es bueno “voto-partidar”, que es legítimo cooperar con el
sistema, que a la patria la pensará y la salvará el “partido de los buenos”, o
que son convalidables todas las cosas perversas que la democracia contiene y
propala. Castellani jamás aprobó nada de esto. Pero lo paradójico es que si
alguien insiste en poner el ejemplo de su candidatura a diputado, en las
elecciones del 24 de febrero de 1946, por la lista de la Alianza, se topará con un
episodio de neto corte antidemocrático y “nazi-fascista”, una especie de
pateadura de tablero –del religioso, del político y del políticamente
correcto-, de rancia estirpe nacionalista. No se hallará en cambio, en
absoluto, con lo que proponen los nacionalistas funcionales al sistema.
Antonio Caponnetto
[1] Utilizamos la versión publicada
junto con su “Lugones” y “Nueva Crítica Literaria”, por Ediciones Dictio,
Buenos Aires, 1974, p.148,150.
[2] Leonardo Castellani, Una religión y una moral de repuesto, Dinámica Social,n.85-86, Buenos Aires,
1957,p. 9-10.
[3] Pablo José Hernández, Conversaciones con el Padre Castellani,Buenos
Aires, Colihue-Hachette, 1977,p. 104.
[4] Leonardo Castellani, Los papeles de Benjamín Benavides,Buenos
Aires, Dictio, 1978,p. 304.
[5] Cfr. Sebastián Randle, Castellani, Buenos Aires, Vórtice, 2003,
p. 609.
[6] En su Diario íntimo, el 15 de junio de 1972, se queja de los grupos
nacionalistas que le envían publicaciones y lo llaman “camarada nacionalista”.
“Yo no soy camarada de niguno de esos grupos. Actualmente no soy camarada de
nadie. Era camarada de los Padres y Hermanos de la Compañía de Jesús, pero
ellos deshicieron esa camaradería. Ahora soy camarada del Ángel Custodio, a
quien llamé así en una jaculatoria en verso compuesta cuando estaba sin poder
dormir por los dolores y sin poder hablar con nadie”
[7] Puede leerse, junto a otras
manifestaciones análogas, en Hernán Capizzano, Alianza Libertadora Nacionalista. Historia y Crónica (1935-1953),
Buenos Aires,Memoria y Archivo, 2013, p. 229.Quede constancia de que en esta
obra, y en particular en su capítulo VI: “La campaña electoral y las elecciones
del 24 de febrero de 1946”,
hemos hallado razones y datos para deducir esta tercera explicación que estamos
haciendo del Castellani candidato a diputado.
[8] Ibidem, p. 232-233.
[9]
Héctor Hernández, Pensar y salvar...etc.,ob.cit.,p.131.
[10] Cfr. nuevamente Hernán Capizzano,
Alianza...etc.,ob.cit., capítulo VI.
[11] Cfr. Sebastián Randle, Castellani...ob.cit., p.608-609.
Nacionalismo Católico San
Juan Bautista