sábado, 2 de noviembre de 2019



De modo que el tan cacareado marxismo y comunismo del tirano fascista caribeño no pasa de ser una entelequia concebida por el gran mentiroso para ocultar su verdadera ideología tras una cortina de humo. Hoy día, después de que en Cuba han reaparecido corregidos y aumentados los peores males y vicios del capitalismo desenfrenado, y el tirano se ha transformado en un clonado de Batista, Duvalier, Trujillo y Somoza unidos en un monstruo Frankensteiniano, muy pocos todavía se atreven a hablar del comunismo y el marxismo de Castro; aunque haya quien todavía habla sin sonrojo de “un estado más equitativo” en Cuba.       Entonces, ¿por qué los “izquierdistas” y “progresistas” norteamericanos y latinoamericanos aún le profesan una particular admiración? ¿Cuál es el último reducto de los fidelistas? Pues que, a pesar de todo y dígase lo que se diga, Fidel Castro es el único líder latinoamericano que se ha parado firme frente al imperialismo norteamericano, a pesar de más de medio siglo de hostigamiento, agresiones e intentos de asesinato; una imagen que el propio Castro y sus amos del CFR se han esforzado en crear y mantener.      Pero, dada la larga historia de duplicidad demostrada por Castro, ¿no será esta imagen antinorteamericana otra de sus bien elaboradas mentiras? Su amigo de juventud Luis Conte Agüero, escribió en 1968 que Castro “Ha desprestigiado al imperialismo comunista y favorecido a los norteamericanos.”       Y agregó que, “Tan beneficiosa ha sido su labor para la causa del “odiado yankee”, que no sería extraño que en alguna oportunidad lo acusaran de traidor y de agente de la CIA.” 8. Las raíces fascistas del castrismo      En su larga carrera política, Castro ha demostrado ser un gran destructor de organizaciones. Una vez que tomó el poder en Cuba en 1959, utilizó el Ejército Rebelde para destruir su propio Movimiento 26 de julio (M-26-7). Luego, utilizó a la recién creada milicia, “controlada” por los comunistas, para destruir al Ejército Rebelde. Por último, recuperó el control sobre el ejército y la milicia, y creó su propio partido “comunista” después de destruir el verdadero.      Los miembros del viejo Partido Comunista que se plegaron a su voluntad y se unieron al nuevo partido “comunista” de Castro se ganaron la supervivencia política. Los que se negaron, terminaron en el exilio, en la cárcel, o frente a los pelotones de fusilamiento.      Como los políticos corruptos de antaño, Fidel Castro es un oportunista. Cabe destacar que sus objetivos principales en la vida han sido la supervivencia y el poder político. La evidencia indica que, a pesar de los homenajes verbales al marxismo y al comunismo, Castro nunca se ha comprometido con ningún movimiento político o ideología, por lo menos no hasta el punto de verse obligado a defender posiciones ideológicas que obstaculicen su verdaderas metas.      ¿Cuáles son, entonces, los verdaderos ideales de Castro, su raison d’être? Es difícil de decir, pero tenemos algunas pistas. Castro ha sido siempre un soñador y nunca se ha considerado un político. Una de las razones de su incapacidad para tener éxito en ningún campo antes de que se convirtiera en el líder máximo de Cuba, eran sus intereses dispersos. Castro siempre ha sido el gran dilettante, vehementemente en contra de especializarse en algún campo en particular. Sus talentos son más del tipo de supervisión que los de ejecución. Por tanto, no es de extrañarse que haya tenido éxito en el campo de la política.        En realidad la política era un trabajo hecho a su medida. Los políticos por lo general no saben nada de nada, excepto las líneas generales de su programa de partido, pero tienen sus propias ideas en cuanto a cómo debe ser llevado a cabo. Sin embargo, en el caso de Castro, si uno escarba lo suficiente para hallar una ideología política subyacente, encontramos que su pensamiento y acciones están más cerca del fascismo que de cualquier otra ideología.      Fidel Alejandro Castro Ruz nació el 13 de agosto de 1926, en Birán, un pequeño pueblo fundado por la United Fruit Company cerca de Mayarí, en la costa norte de la provincia de Oriente. Pasó sus primeros años en la finca Manacas, cerca de Birán, propiedad de su padre, Ángel Castro. Cuando Fidel llegó a la edad escolar de la enseñanza media, sus padres lo enviaron a Santiago de Cuba, la capital de la provincia de Oriente, para estudiar en la escuela católica de los hermanos de La Salle. Después de un corto período de tiempo fue trasladado a la Escuela de Dolores, de los jesuitas. En 1942, después de terminar la enseñanza media, fue enviado a cursar el bachillerato al prestigioso Colegio de Belén en La Habana, también operado por los jesuitas.      En Belén Fidel se destacó como atleta, orador incansable y buen estudiante, tal vez no muy brillante, pero con una prodigiosa memoria fotográfica. Algunos de sus ex-compañeros de clase afirman que en Belén el joven Fidel cayó bajo la influencia de los padres jesuitas Armando Llorente y Alberto de Castro (sin relación con Fidel).     Los sacerdotes jesuitas del Colegio de Belén, al igual que la mayoría de los curas católicos españoles en Cuba, eran firmes partidarios de la Falange de Francisco Franco, un tipo particular de fascismo español, y albergaban profundos sentimientos antinorteamericanos. Estos sacerdotes inculcaron su entusiasmo por su causa antinorteamericana en las mentes impresionables de algunos de sus jóvenes discípulos en Belén. En particular, el Padre Alberto de Castro, que enseñaba historia de América Latina, tuvo un papel cardinal en inculcar estas ideas. Según él, la independencia de América Latina se había frustrado debido a la adopción de valores y tradiciones materialistas anglosajonas, que suplantaron la dominación cultural española.       De Castro siempre hacía hincapié en cómo Franco había liberado a España de los anglosajones y el materialismo comunista marxista-leninista. También hacía énfasis en que los que tienen la verdad, que sólo es revelada por Dios, tienen el deber moral de defenderla contra todos. El Padre de Castro siempre rechazó los compromisos ideológicos y clamaba por la purificación de la sociedad.      El joven Fidel fue rápidamente cautivado por las enseñanzas de sus profesores jesuitas, y en particular por las ideas del Padre de Castro. Algunos de sus compañeros de estudios afirman que, desde esa época, Fidel había leído la mayor parte de las obras de José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange Española. José Pardo Llada, un comentarista de radio y político que en algún momento fue colaborador cercano de Castro, observó que en su campamento en la Sierra Maestra Fidel tenía las obras completas de Primo de Rivera. Tal parece que Fidel estaba tan fascinado con los discursos de Primo de Rivera, que muchos de estos los sabía de memoria.      También sentía admiración por la imagen de Primo de Rivera, un hombre rico que lo abandonó todo y se fue a luchar por aquello en lo que creía. Algunos de sus compañeros en Belén afirman que Fidel era también un gran admirador de otros líderes fascistas, como Hitler, Mussolini y Perón.       Entre las lecturas preferidas de Castro estaba una colección de ocho volúmenes con los discursos de Mussolini. Por otra parte, Castro le dijo cierta vez a un amigo que había aprendido muchas cosas acerca de la propaganda mediante el estudio de Mi Lucha de Hitler, que también sabía de memoria. Algunos amigos recuerdan que el joven Fidel había puesto en una de las paredes de su habitación un gran mapa de Europa, donde había marcado los avances victoriosos de los panzers de la Wehrmacht.      Carlos Rafael Rodríguez, un ex dirigente del Partido Comunista original de Cuba que más tarde se convirtió en seguidor de Castro, ha confirmado estas historias. En una entrevista con uno de los biógrafos de Castro, Rodríguez le dijo que recordaba un artículo sobre Castro publicado en el periódico conservador Diario de la Marina, cuando Castro era alumno del Colegio de Belén. El artículo menciona que Castro siempre “hablaba sobre el fascismo de una manera favorable.”      Otro libro favorito de Castro era La técnica del golpe de estado, de Curzio Malaparte. Este libro ejerció una influencia tan fuerte en el joven Fidel Castro que, cuando viajó a Colombia en 1948, una de las primeras cosas que hizo fue dar una charla sobre las técnicas del golpe de estado.      El Padre Alberto de Castro había fundado en el Colegio de Belén una sociedad secreta elitista llamada Convivio, a través de la cual atrajo a jóvenes estudiantes con cualidades de liderazgo. Dado que la Orden Jesuita está a cargo de la inteligencia y el espionaje de la Iglesia Católica, no es descabellado suponer que el padre de Castro era en realidad un localizador de talento para los servicios de inteligencia del Vaticano.       Al igual que sus homólogos de la CIA y la KGB, los jesuitas están conscientes de las ventajas del reclutamiento temprano de agentes y agentes de influencia entre las filas de los estudiantes. La mayoría de los estudiantes del Colegio de Belén provenían de la clase alta cubana, y los jesuitas sabían que muchos de ellos con el tiempo acabarían ocupando altos cargos en la economía cubana, la prensa, las fuerzas armadas y el gobierno.      Fidel Castro pronto se convirtió en uno de los miembros más activos de Convivio. En 1943, el padre de Castro y sus discípulos de Convivio firmaron un pacto secreto en el que juraron luchar por una América hispana grande y unida, que se opusiera al control de los traicioneros anglosajones sobre el Nuevo Mundo.      El Dr. José Ignacio Rasco, compañero de escuela de Fidel en Belén, recuerda que en una ocasión, durante una discusión académica, Fidel defendió, como una tesis, la necesidad de un buen dictador en lugar de una democracia. Fidel creía que, en el caso específico de Cuba, los problemas seguirían sin resolverse a menos que una mano fuerte tomara el control de la isla, ya que la democracia había demostrado ser incapaz de resolver los problemas.      Los comunistas cubanos, y los soviéticos a través de ellos, conocían las ideas de Fidel en relación a la lucha de clases, lo que explica por qué nunca confiaron en él ni lo consideraron uno de los suyos. En uno de sus esclarecedores estudios sobre el castrismo, Theodore Draper publicó una carta que Castro escribió a su amigo Luis Conte Agüero el 14 de agosto de 1954. En ella Fidel le informa acerca de su objetivo de “organizar a los hombres del 26 de julio y unir a todos los combatientes en un haz indestructible.”      Haces (el plural de haz), es la versión en español de fasces, la palabra latina usada después para designar el fascismo. Fidel creía firmemente que, en lugar de la lucha de masas del proletariado organizado que predicaban los comunistas, el liderazgo por sí sólo podría proporcionar el catalizador que movilizara al pueblo en la revolución.      En una carta a su amigo Luis Conte Agüero, Castro hace hincapié en las dos condiciones que él considera más importantes que su movimiento M-26-7 debía lograr. Ellos son la disciplina y el liderazgo, especialmente este último. El axioma de Castro “la jefatura es básica”, que repetía una y otra vez en sus artículos, cartas y discursos, está más estrechamente relacionado con el principio del liderazgo (führerprinzip) nazi que con cualquier principio marxista conocido.      El principio del liderazgo es parte integral básica de todos los sistemas fascistas. Contrariamente a lo que hemos visto en la mayoría de los países comunistas, la personalidad de los líderes ha jugado un papel crucial en todos los regímenes fascistas. Como el estudioso del fascismo Walter Laqueur ha señalado con razón, “el liderazgo como institución y símbolo ha sido una parte esencial del fascismo y uno de sus específicas características, en contraste con las formas anteriores de la dictadura, como el gobierno militar.”      Aunque no todos los líderes fascistas han sido carismáticos, la personalidad del líder siempre ha jugado un papel importante en los regímenes fascistas. Es sintomático, sin embargo, que los dos movimientos fascistas más conocidos en la historia de la humanidad han sido, precisamente, los dirigidos por dos líderes carismáticos: Mussolini y Hitler. Por el contrario, la idea del líder carismático está totalmente ausente del pensamiento marxista. Ni siquiera en los tiempos de Stalin o Mao éstos fueron llamados “carismáticos”; una de las mayores críticas a Stalin después de su muerte fue su llamado “culto a la personalidad”.       Por el contrario, los marxistas y comunistas siempre han restado importancia al papel del individuo, dando más importancia al papel de las masas. Aún más, el odio visceral de Castro contra el capitalismo, una de las supuestas pruebas de sus inclinaciones comunistas, no es evidencia de que haya sido izquierdista o marxista, porque los fascistas también se caracterizaban por atacar el capitalismo y el imperialismo extranjero.      Durante los años previos a la Segunda Guerra Mundial, estaba de moda entre los intelectuales cubanos simpatizar con las teorías totalitarias de los entonces miembros del poderoso eje Roma-Berlín-Tokio. Fue tan sólo después de la Segunda Guerra Mundial y la derrota nazi, cuando Fidel Castro era estudiante de la Universidad de La Habana, que las ideas del comunismo comenzaron a ganar popularidad en Cuba, aunque todavía el fascismo atraía a un gran número de la intelectualidad cubana.      Desde muy temprana edad Fidel evidenció una fuerte vocación totalitaria. Conociendo su personalidad psicopática y su ansia de poder personal absoluto, es fácil concluir que se trataba tan sólo de una cuestión de pragmatismo político cuál de las dos ideologías, el fascismo o el comunismo, mejor le serviría a sus propósitos. El Dr. Raúl Chibás, por  algún tiempo aliado político de Castro, afirmó que creía que Fidel estaba “utilizando el comunismo como el sistema más adecuado para alcanzar los objetivos del gobierno de un solo hombre”. Chibás opinaba que Castro se valió del comunismo totalitario para implementar el gobierno dictatorial en Cuba, pero, “Veinticinco años antes podría haber sido el nazismo o el fascismo”.      Varios años después de que Castro tomó el poder en Cuba, se supo que algunas personas en el Departamento de Estado de EE.UU. estaban convencidas de que Castro iba a seguir un camino fascista. Las razones para tal creencia eran que el estilo de liderazgo de Castro se aproximaba más a la dictadura falangista española que a la de los marxistas. Otras razones eran las similitudes entre las técnicas de Castro y las de los nazis y de Mussolini. Esas técnicas ponían énfasis en el nacionalismo y la movilización de masas, exactamente las mismas técnicas que Castro estaba usando en Cuba.      Al parecer no estaban equivocados. Un análisis detallado de la estrategia de Castro desde los primeros días de la revolución demuestra que sus ideas se asemejan más al fascismo que al marxismo y, desde el principio, los comunistas cubanos notaron las similitudes. Como he mencionado anteriormente, después que Castro asaltó el cuartel Moncada en 1953, los comunistas cubanos criticaron la acción y calificaron a sus participantes de “golpistas” y “pequeños burgueses”, términos que en la jerga comunista de esos tiempos connotaban fascista.      Además, el movimiento revolucionario dirigido por Fidel nunca fue definido por los comunistas cubanos como marxista o marxista-leninista, sino “pequeño burgués” y “nacionalista”, una descripción común utilizada por los marxistas para describir el fascismo. Los comunistas cubanos, que eran verdaderos expertos en cuestiones ideológicas, siempre vieron a Castro como un fascista. Es por eso que llamaron el ataque al cuartel Moncada “un intento putschista.” La historia ha demostrado que tenían toda la razón.
9. ¿Un führer caribeño?      Un somero estudio del pensamiento y el comportamiento político de Fidel Castro indica claramente no sólo la carencia de los más elementales rudimentos de marxismo sino una gran influencia de los clásicos del fascismo; hecho que detectaron hace muchos años Hugh Thomas, este autor, Georgie Anne Geyer y el profesor de la Universidad de Berkeley A. James Gregor, quien calificó el castrismo de “variante tropical del fascismo”.      No es marxismo, sino fascismo, las repetidas menciones de que “la jefatura es básica” que aparecen en sus escritos de la Sierra Maestra. No es marxismo, sino fascismo, lo que rezuma la teoría foquista de tomar el poder a través de golpes de estado, que Castro le sopló al oído a Regis Debray.      Pero estos no son los únicos indicios de la tendencia fascista de Fidel Castro. Por ejemplo, las palabras finales de su autodefensa en el juicio por el asalto al cuartel Moncada, “Condenadme, no importa, la Historia me absolverá”, son demasiado similares a las últimas palabras de Hitler en su propia defensa en el juicio por el frustrado putsch de 1923, “Condenadme, no importa, la Diosa de la Historia me absolverá”. La similitud no pasó desapercibida para los comunistas cubanos      Ciertos elementos de los símbolos seleccionados por Castro para sus movimientos políticos también apuntan hacia el fascismo. Por ejemplo, los colores de la bandera del Movimiento 26 de julio eran rojo, negro y blanco. Esto es poco usual porque, a pesar de que el rojo y el blanco son los colores presentes en la bandera cubana, el negro no aparece en ninguno de los símbolos nacionales cubanos.      Hugh Thomas cree que, inconscientemente, Castro tomó la idea de los colores de la bandera anarquista. Sin embargo, rojo, blanco y negro son también los colores de la bandera nazi con la svástika. El hecho de que Castro aprobara o sugiriera el uso del color negro en la bandera del M-26-7 puede haber sido tan sólo el producto de una coincidencia, pero cuando uno lo ve en conjunto con otra información se evidencia que tenía un simbolismo muy específico.      Las primeras unidades de la milicia, creadas en la Universidad de La Habana, llevaban camisas oscuras muy parecidas a las de los nazis. Más aún, en algunas de las primeras concentraciones de masas en la Universidad las milicias desfilaron portando antorchas. La semejanza con las tropas de asalto nazi llegó a ser tan evidente que la milicia de la Universidad pronto cambió sus uniformes por unos más convencionales.      Pero, lejos de ser una nueva idea, la milicia de la Universidad con sus antorchas y sus camisas oscuras eran en realidad un viejo sueño de Fidel Castro. El 27 de enero de 1953, en la víspera del centenario del nacimiento de José Martí, un grupo de seguidores de Fidel se presentó en la Universidad. Luego, bajaron por la escalera central marchando hombro con hombro y portando antorchas en un impresionante desfile al estilo nazi.      Cuando Castro se encontraba en México enfrascado en la preparación de la invasión de Cuba, alguien lo denunció a la policía secreta mexicana, la cual detuvo a algunos de los revolucionarios y registró la casa en que vivían. Entre las cosas que la policía mexicana halló estaba un ejemplar de Mi lucha de Hitler el cual, según algunos que lo conocían de cerca, Castro siempre tenía a mano.      Una autora y periodista norteamericana halló que, “durante sus días de universidad de La Habana, Castro leía a Marx, y el Mi lucha de Hitler” y ambos libros ejercieron una gran influencia en él. Por su parte, Mario Llerena, miembro prominente del M-26-7, afirmó que algunos habían notado en Fidel muchas de las características de un dictador fascista, y que  A menudo había oído decir que uno de los libros favoritos de Fidel era Mi lucha. La evidencia muestra que Castro siempre estuvo muy familiarizado con las ideas de Adolfo Hitler.
     Por ejemplo, sus seguidores más cercanos llamaban a Hitler “el Führer” (el jefe). Entre su círculo íntimo Fidel Castro es llamado “el jefe”. Hitler deshumanizó a sus enemigos llamándolos alimañas. Castro llama a sus opositores gusanos. Castro utilizó la palabra “bandidos” para denominar a los patriotas cubanos que luchaban una guerra de guerrillas contra él en las montañas del Escambray. Por su parte, una instrucción especial de la Oberkommando nazi, fechada el 23 de agosto de 1942, ordenó que, por razones psicológicas, el término “guerrilleros” no se debía utilizar, sino “bandidos.” Es evidente que Castro, un ávido lector de literatura nazi, copió el uso de estos términos de los nazis.      En los primeros años de la revolución, era común escuchar a los asistentes a los mítines y asambleas de masas cantar rítmicamente a coro: “Fidel!, Fi-del!, Fi-del!”. El coro monótono se asemeja demasiado al “Zieg- Heil!, Zieg-Heil!, Zieg-Heil!” [pronúnciese Sig Jail] de los nazis. Un lema común en la Alemania de Hitler era: “El Führer ordena, nosotros obedecemos”. El lema castrista era: “Comandante en Jefe: ¡Ordene!” Evidentemente, hay demasiadas similitudes entre el castrismo y el nazismo para que tan sólo sean producto de la casualidad.      En un discurso pronunciado en Santiago de Cuba a principios de 1959, Castro denunció la “mal intencionada” prensa de Estados Unidos y lanzó la idea de un servicio latinoamericano internacional de noticias, escritas en nuestro propio lenguaje. Inmediatamente, Castro comenzó a reclutar periodistas y, a principios de marzo de 1959, creó la agencia de noticias Prensa Latina, totalmente bajo su control.      Curiosamente, la idea de Castro se parecía mucho, incluso en el nombre, a una similar que otro dictador fascista de América Latina había tenido muchos años antes. El dictador no fue otro que Juan Domingo Perón, quien creó la Agencia Latina, un servicio de noticias que fielmente llevaba a cabo el trabajo de propaganda de su régimen. La analogía entre los nombres y los objetivos de las dos agencias de noticias se torna aún más sorprendente cuando uno descubre que Castro nombró como director de Prensa Latina a Jorge Ricardo Massetti, un periodista argentino, amigo íntimo del Che Guevara, que había trabajado para la Agencia Latina de Perón.      No sólo los comunistas cubanos, sino también los trotskistas, notaron la extraña afinidad entre el nazismo y el castrismo. En abril de 1961, The Militant, una revista trostkista, publicó un artículo titulado “Señales de peligro en Cuba”, en el que el autor señalaba las similitudes entre Hitler y Castro.     A pesar de los intentos más retóricos de Castro de convertir a posteriori la rebelión contra Batista en una revolución de los pobres, la verdad es que en gran medida la rebelión fue un fenómeno de la pequeña burguesía. En realidad, la rebelión armada de Castro fue rechazada por la mayoría de los negros cubanos, que engrosaron el ejército de Batista, así como por la mayoríade las masas pobres de las zonas urbanas y rurales, que vieron con apatía los toros desde la barrera.      Un somero estudio de la rebelión en contra de Batista revela que no fueron ni el “imperialismo yankee” ni las condiciones económicas en Cuba los responsables de la supuesta conversión de Fidel Castro al “comunismo”. Acrecienta aún más el misterio y la complejidad del enigma el hecho de que nunca el Partido Comunista de Cuba se opuso a Batista. Por el contrario, los comunistas cubanos se opusieron a todos los movimientos en contra de Batista, entre ellos el de Fidel Castro. Entonces, ¿cómo pudo Cuba convertirse en un estado comunista, cuando los comunistas cubanos se opusieron a la revolución que produjo ese estado? Si Castro era comunista, ¿por qué el partido comunista inicialmente mantuvo una actitud tan despectiva hacia sus operaciones militares? Si Castro en realidad era comunista, ¿por qué un oficial de la CIA, que testificó en 1959 ante un subcomité del Congreso de los EE.UU., declaró que la evidencia disponible no justificaba esa conclusión?
     Existen pruebas circunstanciales que indican que el motivo principal por el que Castro trató de probar su filiación marxista no era porque creía en el marxismo, sino porque sabía que sólo el comunismo o el fascismo le permitirían mantener el poder ilimitado que había conseguido de repente. Sin embargo, tal como he explicado más arriba, la historia de Fidel Castro muestra que sus ideas se acercaban más al fascismo que al comunismo. Pero el fascismo, sobre todo después de la derrota de la Alemania nazi, ya no estaba de moda, por eso adoptó el disfraz de comunista.      Como bien observó el profesor de la Universidad de Berkeley PaulSeabury, En otra coyuntur a de conflictos internacionales, Castro bien podría haber sido simplemente un fascista antinorteameri cano. En realidad, la filosofía de activismo revolucionario de Castro se parece más a la de Mussolini que a la de Lenin.      La decisión de declarar su revolución marxista fue la estratagema que Castro usó para engañar a amigos y enemigos por igual. Como lo que más temía era la pérdida del poder que había obtenido ilegalmente, tomó el único camino que le facilitaría mantener su liderazgo por siempre; el camino del “comunismo”.      En febrero de 1959, Castro aprobó un decreto llamado la “Ley Fundamental de la Revolución.” El decreto no sólo canceló todos los derechos constitucionales de los ciudadanos, sino que también trasladó el poder legislativo al gabinete, que él controlaba. Esta ley draconiana y antidemocrática fue el equivalente de la Ley de Habilitación en Alemania, que le dio poderes dictatoriales a Adolfo Hitler, o el Patriot Act de los EE.UU, que le otorgó poderes dictatoriales a George W. Bush.       Inmediatamente después de haber aprobado la ley, Castro asumió el cargo de Primer Ministro y le prohibió al Presidente títere que él mismo había nombrado que asistiera a las reuniones del gabinete . Tan sólo seis meses después de que Castro se apropió del poder en Cuba en 1959, el éxodo de cubanos que huían del país había cobrado impulso. Día tras día, cientos de cubanos (niños pequeños, personas mayores y parejas jóvenes y de mediana edad) hacían largas colas ante los mostradores de las compañías aéreas con vuelos desde La Habana. Su equipaje personal incluía los triciclos de los niños, las mantas, las fotografías de sus seres queridos, sus cubiertos de plata y prácticamente todo lo de valor que poseían, como joyas y relojes de oro. En dramáticas escenas que recordaban la fuga de los judíos a principios de la Alemania nazi, los agentes de la Seguridad del Estado castrista en el aeropuerto se incautaban de las propiedades de valor de los que escapaban.      En los primeros meses de 1962 la oposición al régimen de Castro se extendió por todo el país. Las redadas por las tropas del gobierno se hicieron comunes. Aunque Castro se llegó a graduar de la Escuela de Derecho de la Universidad de La Habana, nunca creyó en el imperio de la ley, sino en el imperio de los hombres. A los pocos meses de tomar el poder, el sistema judicial de Cuba se trastornó radicalmente. Al igual que en la Alemania de Hitler, en Cuba el poder del líder (führergewalt) se convirtió en la ley absoluta del país, y todos los caprichos maníacos de Castro se convirtieron de inmediato en códigos y reglamentos de la ley.      En 1962 Castro creó los “tribunales militares móviles,” una técnica de exterminio que hizo que todos los crímenes de Batista lucieran pálidos en comparación. Camiones cubiertos tipo panel viajaban por todo el campo, llevando a cabo en el terreno juicios sumarios. Estos tribunales militares se enviaban a zonas del campo donde alguien había denunciado anónimamente disturbios o infracciones a la nueva ley. Las infracciones comprendían un amplio espectro, desde ser “enemigos del Estado”, “hablar en contra del régimen”, hasta “negarse a asistir a la escuela” o “negarse a hacer trabajo voluntario para cortar la caña de azúcar”.
Los juicios se llevaban a cabo en sólo unos minutos, y la mayoría de los acusados eran ejecutados en el acto.      En muchos casos, los ataúdes habían sido llevados con anterioridad y los propios “jueces” servían como miembros del pelotón de fusilamiento. Los afortunados que no eran fusilados eran condenados a 30 años de trabajos forzados.      A principios de 1964, Castro ya había creado un gran sistema de detenciones masivas, con 57 cárceles y 18 campos de concentración con un estimado de 100.000 presos políticos en un estado de servidumbre total al tirano. Aunque muchas personas todavía creen que, a diferencia de otros tiranos totalitarios, Castro nunca incurrió en arbitrariedades o venganzas personales, la realidad es bien diferente. A pesar de que Castro ha negado que los presos en sus cárceles son torturados o tratados en forma inhumana, muchos de los presos políticos que han logrado escapar han testificado extensamente sobre lo contrario.      Desafortunadamente, en estos momentos los EE.UU. ha implementado en la prisión militar de Guantánamo, y en otras prisiones secretas en diferentes partes del mundo, técnicas de tortura mental y física muy similares a las que se aplican en las prisiones castristas.      A comienzos de 1980, la represión generalizada en Cuba había alcanzado niveles intolerables. En abril de 1980, producto de la desesperación, un grupo de familias cubanas en busca de libertad secuestró un autobús de la ciudad y, después de estrellarlo contra la tapia de la Embajada del Perú en La Habana, trató de entrar a la embajada a través de la brecha en la pared. Los soldados cubanos que rodeaban el complejo abrieron fuego y mataron a varios de ellos, incluyendo niños pequeños y mujeres. Los que lograron penetrar en los terrenos de la embajada pidieron asilo político. Unas horas más tarde, un furioso Fidel apareció en la televisión e insultó a los cubanos que se habían refugiado en la embajada con epítetos que iban desde “gusanos” hasta “agentes de la CIA.” Castro terminó su discurso gritando: “No los queremos aquí. ¡Todo el que quiere irse, que se vaya!” Al día siguiente, las palabras de Castro fueron reproducidas en letras grandes y gruesas en la primera página de los periódicos. Pero al parecer la mayoría de los cubanos tomó su consejo al pie de la letra. El gigantesco tsunami de cubanos que escaparon de la isla a través del puerto de El Mariel luego fue llamado “el éxodo del Mariel”.      Preocupado por el espectáculo de miles de cubanos que trataban de salir legalmente de la isla, Castro dio marcha atrás. Primero, comenzó a llamar “escoria” a los desesperados cubanos que trataban de escapar de la isla, y añadió que eran delincuentes. Poco después, se le ocurrió la diabólica idea de los “actos de repudio”, en los que se acosaba física y psicológicamente a quienes, siguiendo su propia sugerencia, planeaban salir legalmente del país. Una descripción detallada de los “actos de repudio” va más allá del objetivo de este libro, pero es suficiente decir que fueron una nueva puesta en escena de la persecución inicial a los judíos en la Alemania nazi.140      El comportamiento de sus turbas en los “actos de repudio”, inspiró a Castro para la creación de otra de sus abominaciones fascistas, las infames Brigadas de Acción Rápida; grupos de matones y delincuentes comunes patrocinados por el gobierno, al parecer inspiradas en los squadristi, los matones callejeros fascistas de Mussolini, y las SA nazis. La tarea principal de las Brigadas de Acción Rápida es la brutal represión de los disidentes cubanos.      Otra abominación de inspiración fascista creada por Fidel Castro en Cuba son los Comités de Defensa de la Revolución (CDR); grupos de informantes en cada cuadra de la ciudad para espiar a sus conciudadanos. Carente de originalidad, Castro obtuvo su inspiración para los CDR de los blockwarts, una institución muy similar creada por Hitler en la Alemania nazi.
     Aunque ha tomado algún tiempo, al parecer más y más gente en Cuba se ha dado cuenta de las semejanzas entre el castrismo y el nazismo. En 1986, el periódico Granma, órgano oficial del gobierno castrista, publicó en su primera página una fotografía de Castro en una reunión del temido Ministerio del Interior (MININT), la policía secreta de Castro similar a la Gestapo nazi. La foto mostraba a Castro con la mano derecha levantada en el típico saludo nazi y, detrás de él, la palabra “ario” en una pancarta en la pared. La foto había sido captada por un fotógrafo astuto que había encuadrado a propósito las cuatro últimas letras de la palabra “revolucionario” que aparecían en la pancarta. Tan sólo unos cuantos ejemplares del periódico llegaron a la calle antes de que las autoridades castristas descubrieran el subterfugio y confiscaran y destruyeran toda la edición. Acto seguido, una severa purga se llevó a cabo en Granma, y varios periodistas y fotógrafos terminaron en las cárceles de Castro. 10. ¿Es el castrismo fascismo disfrazado de comunismo?      Lo que la mayoría los opositores de Batista tenía en mente cuando luchaban contra el dictador cubano era sólo deshacerse de él y retornar la isla a la normalidad bajo las directrices de la Constitución cubana. O sea, que la lucha contra Batista fue en realidad una rebelión popular para restablecer el orden constitucional, no una revolución para cambiarlo total y drásticamente. Sin embargo, los planes secretos de Castro eran muy diferentes. Su objetivo era no sólo la transformación política de Cuba, sino también la transformación total de la sociedad cubana y la creación de un “hombre nuevo”; una vieja idea fascista. Pero un cambio tan profundo y dramático no era posible tan sólo con cambios sociales superficiales, de modo que los cambios en Cuba fueron radicales. Estos cambios no contemplaban un retorno a la democracia, sino la destrucción total de lo que Castro veía como un sistema social opresivo. De modo que el sistema político y social que Fidel Castro estableció en Cuba y que, desgraciadamente, muchos cubanos estaban tan ansiosos de abrazar, comenzó con una idea utópica y terminó en un sistema de prisiones y campos de concentración.      En síntesis, lo que Castro implementó en Cuba fue su versión del “Estado total”. El término, del que se deriva el adjetivo “totalitario”, fue acuñado por Benito Mussolini. La idea de Castro del “Estado total” implicó la concentración del poder en el Estado y la concentración del poder del Estado en sus propias manos, a expensas de la libertad individual. En definitiva, la revolución de Castro no representó un nuevo tipo de gobierno, sino la continuación del absolutismo político que ha caracterizado la mayor parte de la historia humana, evidenciado por las monarquías absolutas, las oligarquías, las teocracias, las dictaduras y las tiranías.      No obstante, a pesar de que algunos dictadores de América Latina a menudo predicaban el poder ilimitado del Estado, la mayoría de ellos demostraron ser incapaces de aplicarlo. Como regla general, aún durante las más férreas dictaduras latinoamericanas, los ciudadanos de esos países, incluida la Cuba de Batista, disfrutaron una especie de libertad parcial que, si no era una libertad de juri, era por lo menos una libertad de facto. Prueba de ello es que el caso de la Cuba castrista, un país del que varios millones de ciudadanos han escapado a riesgo de sus vidas por motivos políticos, es único en la historia de América Latina.      Si bien es cierto que el exilio inicial se nutrió de miembros de la clase media alta y de algunos de los colaboradores del régimen de Batista, no es menos cierto que poco después los siguieron los miembros de todos los segmentos de la población. Finalmente, como se evidenció durante el éxodo del Mariel en 1980, quienes escapaban de la isla eran los miembros de los sectores más pobres de la población. La razón de esto fue debido a que la
única alta burguesía que ahora existe en Cuba es la formada por Castro, sus colaboradores cercanos y sus familias.      Es evidente que el castrismo no es un ejemplo más de los regímenes dictatoriales que han plagado la historia de América Latina, sino una forma diferente y virulenta del estatismo que sólo está presente en los regímenes totalitarios. Incluso la libertad de facto está ausente en la Cuba de Castro. El castrismo ha evidenciado muchas de las características típicas de los regímenes fascistas, entre ellas, una extraordinaria eficacia en la dominación de sus súbditos, el carácter omnipresente de la coerción, la regimentación total de las masas en una escala que involucra a millones de personas, y la masacre sistemática de los ciudadanos por su propio gobierno. Ninguna de estas cosas tiene paralelo en la historia reciente de América Latina, incluyendo los peores crímenes cometidos por los gobiernos de Argentina, Chile o El Salvador. El hecho de que los principales medios de difusión de los EE.UU. y de América Latina no hayan informado al mundo sobre los crímenes de Castro no significa que éstos no se hayan cometido y que aún se estén cometiendo.      El castrismo comparte con otros regímenes totalitarios la idea de la flexibilidad infinita de los seres humanos, lo que explica su énfasis en la educación como una forma eficiente de propaganda. Además, el constante rechazo del presente en espera de un futuro luminoso que nunca llega, se manifestó en planes grandiosos de reconstrucción social y remodelación humana. Esto le sirvió a Castro de base para la expansión de su poder totalitario a todos los segmentos de la sociedad cubana.      Fue la determinación total de Castro en lograr esos cambios radicales lo que condujo al terror político en Cuba. Todo cambio, incluso para mejorar, siempre implica resistencia y oposición. En una sociedad libre, el cambio radical total simplemente no puede ocurrir, ya que conlleva una gran resistencia por parte de una gran variedad de grupos e intereses. En la sociedad totalitaria de Castro esta resistencia se eliminó mediante la imposición del terror total que finalmente se extendió a todos los ciudadanos.     En las sociedades democráticas los opositores se ven como personas que hay que convencer o derrotar en los comicios electorales. El opositor de hoy bien puede ser el gobernante de mañana. Por el contrario, tanto los fascistas como los comunistas ven a los opositores como enemigos que hay que eliminar. Esto explica la aparición de los campos de concentración en todas las sociedades fascistas y comunistas.      Los campos de concentración no son una distorsión de los regímenes totalitarios, sino parte de su misma esencia. Los regímenes fascistas y comunistas no pueden existir sin un sistema de campos de concentración para “reeducar” a los opositores y aniquilar a los recalcitrantes. El objetivo real de los campos de trabajo esclavo es destruir a la persona jurídica y moral de los seres humanos y privarlos de los últimos residuos de su individualidad.      Desde que Castro asumió el poder en Cuba en 1959, un sistema generalizado de cárceles y campos de concentración se expandió y multiplicó por toda la isla. Otra característica del castrismo que ha sido común en los regímenes fascistas es su pasión por la unanimidad. Fidel Castro está convencido de que la historia ha demostrado que él tiene la razón en todo, y espera que los demás estén de acuerdo con él, lo que justifica aún más la certeza de su visión histórica. Esta pasión por la unanimidad hace que Castro insista en que toda la población bajo su control esté en completo acuerdo con cualquier medida que el régimen les impone. Este acuerdo, que en Cuba se ha expresado en elecciones periódicas controladas y plebiscitos amañados, no debe ser pasivo. Por el contrario, Castro espera un comportamiento entusiasta sobre sus medidas políticas de parte del cautivo pueblo cubano. Los cubanos siempre deben mostrar al mundo que son presa entusiasta de la pasión por la
autoafirmación y autorrealización. Cuando este entusiasmo y pasión no se materializan, el Máximo Líder se enoja mucho.      Dos características cardinales de la mentalidad fascista son el resultado directo del rechazo de la razón y el intelecto, y su sustitución por la voluntad y el espíritu. La primera es la falta de importancia de la teoría, y la segunda es la idea de que la política y la sociedad son sólo una etapa de la revolución permanente y la guerra. No es la teoría lo que moviliza a los fascistas, sino la voluntad del líder. A pesar de los intentos iniciales fallidos de Castro en disfrazar su nacionalismo bajo una cubierta de teoría marxista (que él ignora por completo), su principal herramienta para la movilización de las masas siempre fue su voluntad personal.      Las similitudes entre los regímenes fascistas y los comunistas han sido documentadas amplia y detalladamente por muchos autores. De hecho, el fascismo es un sistema económico en el que las corporaciones controlan el Estado, en tanto que el comunismo es uno en el que el Estado controlas las corporaciones. Pero, a diferencia de los movimientos comunistas, cuyos seguidores son mayormente de la clase obrera, los movimientos fascistas, como la revolución de Castro, atraen a sus seguidores fundamentalmente de las clases medias. Otra diferencia fundamental es que los regímenes comunistas hacen hincapié en el concepto de clase, en tanto que en los regímenes fascistas, al igual que en la Cuba de Castro, el énfasis está en la nación y el Estado.      Contrariamente a los líderes marxistas, que tratan de identificarse con el proletariado y cuyo supuesto objetivo es la emancipación de los trabajadores de la explotación burguesa, el presunto objetivo principal de Castro ha sido la emancipación del pueblo cubano de la explotación por parte de las naciones capitalistas, sobre todo de los EE.UU. Poco tiempo después de que se apropió del poder en Cuba, Castro acuñó el lema “El pueblo unido jamás será vencido”.      Al igual que en el castrismo, para los fascistas el “socialismo” es el socialismo de todo el pueblo, y no sólo del proletariado. Al fundir la clase con la nación, Castro transfirió hábilmente el agente de la revolución del proletariado a la nación. De esta manera, el proletariado cubano fue sustraído de su posición como agente de la historia, tal como indica la teoría marxista, y remplazado por la nación, acorde a la teoría fascista.      Cuando Castro tomó el poder en Cuba en 1959 la isla tenía una de las clases trabajadoras más extensas de América Latina, organizadas en sindicatos poderosos. Algunos de los sindicatos estaban controlados por los comunistas, quienes los utilizaban para fomentar la división de clases. Una de las primeras cosas que hizo Castro, para sorpresa de la mayoría de sus seguidores no comunistas y para mayor sorpresa aún de los comunistas, fue unificar a todos los sindicatos en uno solo y darle el control de éste a los comunistas.      Sin embargo, la inesperada victoria de los comunistas del viejo estilo resultó pírrica. En lugar de una organización que luchaba por los derechos de los trabajadores cubanos, el nuevo sindicato unificado se convirtió en teoría en una organización de la totalidad del pueblo cubano, sin distinciones de clase. Unos meses más tarde, el nuevo sindicato unificado se convirtió en una herramienta política más en manos de Castro, sin ningún poder efectivo para luchar ni a favor de los derechos de los trabajadores cubanos ni por los derechos del pueblo cubano.      Tradicionalmente, los marxistas ven a la sociedad como dividida en clases en una lucha interna, pero el castrismo la ve como la lucha de un estado, un pueblo y una nación en contra de otros estados, otros pueblos, y otras naciones. Pero, tal como sucedió en otros estados fascistas, el objetivo del castrismo, como se ha hecho evidente en Cuba, no era la emancipación de la clase obrera cubana, sino la domesticación total de las masas.
     Y no cabe duda de que lo ha logrado. El castrismo ha castrado a la clase obrera cubana, y la ha privado de todos los derechos y privilegios que había conquistado tras largos años de lucha. Como tal, el castrismo ha resultado ser una herramienta útil al servicio del peor tipo de capitalismo monopolista. Eso explica el por qué últimamente la Cuba de Castro se ha convertido en un refugio para los capitalistas sin escrúpulos que con gran entusiasmo se han aliado con Castro en la más inicua explotación de los trabajadores cubanos.      Contrariamente al comunismo, que es una ideología estrictamente atea, el castrismo comparte con el fascismo su inclinación vagamente deísta. Hitler y Mussolini lograron un acuerdo con la religión organizada, a condición de que la Iglesia aceptara sus Estados fascistas como su jefe supremo político y los apoyaran.       Por su parte, Castro nunca tuvo objeciones de llegar a un acuerdo tácito con la Iglesia Católica, siempre que la Iglesia lo aceptara como máximo líder y lo apoyara. Esto explica el por qué los principales líderes de la Iglesia Católica siempre han visto a Castro como un fascista en vez de un comunista.      La principal razón de los enfrentamientos iniciales entre Castro y la Iglesia Católica se debieron a que el castrismo es en sí una religión secular con un sentido de misión mesiánica, y no podía tolerar las actividades de una religión rival. El objetivo final del castrismo es dominar todos los aspectos de la vida de los cubanos. Por lo tanto, no ve con buenos ojos que los cubanos dediquen tiempo alguno a realizar actividades religiosas que no sean castristas.      Tanto los regímenes comunistas como los fascistas dependen en gran medida de la propaganda masiva para dar legitimidad a su poder. Pero la propaganda en las sociedades comunistas se basa más en el adoctrinamiento ideológico que en los temas emocionales. Por el contrario, el castrismo comparte con los regímenes fascistas su uso quasi religioso de símbolos y ritos, así como su llamado a la emoción y las creencias más que al intelecto y la ideología política.      Hay todavía otra diferencia básica más entre los dos sistemas que debe ser destacada. Contrariamente a los comunistas, los líderes fascistas de todos los matices, incluyendo a Fidel Castro, glorifican la guerra. Una de las principales características que el castrismo comparte con los regímenes totalitarios fascistas es su violencia inmanente, que se torna hacia adentro así como hacia el exterior, y se manifiesta en un constante estado de preparación para la guerra.      La visión fascista de la guerra contrasta con la comunista. Para los comunistas, la guerra es ante todo la lucha entre las clases sociales en vez de entre las naciones. Pero esta lucha de clases, que culmina en la revolución, no constituye un fin en sí misma. De hecho, aunque el comunismo rechaza la posibilidad de paz entre el comunismo y el capitalismo, se prevé, al menos en teoría, un orden pacífico en el mundo comunista. La actitud de los países comunistas de prepararse para la guerra se explica porque consideran que el hombre capitalista es un ser clasista, motivado tan sólo por intereses económicos. Pero esta belicosidad desaparecerá, según los comunistas, cuando la revolución mundial se consuma después de que el capitalismo sea abolido de la faz de la tierra. Por lo tanto, la guerra es un medio necesario para los fines que el Partido Comunista se esfuerza en lograr, pero, al menos en teoría, no es un fin en sí mismo.      Por el contrario, los fascistas, tienen una visión totalmente diferente dela guerra. La glorificación de la guerra y el guerrero, asi como la adoración de la técnica militar y los objetivos de destrucción por sí mismos, son elementos cardinales de la visión fascista del hombre. Esta glorificación es el resultado directo de la importancia ideológica de la colectividad en su dedicación total a ejecutar las órdenes del líder. Como bien lo expresó Benito Mussolini,
El fascis mo. . . no cree ni en la posibilidad ni en la utilidad de la paz perpetua. . . Sólo la guerra lleva a su más alta tensión toda la energía humana e impone el sello de nobleza a los pueblos que tienen el coraje de hacerle frente. Todas las demás actividades no pasan de ser sustitutos que en realidad nunca ponen a los hombres en la situación de que tengan que tomar la gran decisión; la alternativa de vida o muerte.      La carta del Che Guevara a la Conferencia Tricontinental en La Habana en 1966, en la que pedía la creación de “dos, tres. . . muchos Vietnams”, es un mensaje de odio tan virulento y visceral que sólo se encuentra en la literatura fascista, no en la comunista. Tal como crudamente lo expuso Guevara, El odio como factor de lucha; el odio intran si gente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturale s del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selec tiva y fría máquina de matar.      La descripción que hace el Che Guevara del guerrillero perfecto podría aplicarse adecuadamente las tropas SS de Himmler.1 Castro creó en Cuba las mayores fuerzas armadas en América Latina, sólo superadas por las de los Estados Unidos. Desde que llegó al poder en 1959, toda la sociedad cubana y la economía ha permanecido en un constante estado de preparación para la guerra. La preparación para el servicio militar comienza temprano en la vida de los ciudadanos cubanos, y se extiende hasta la vejez. El grado de militarización de la sociedad cubana es desconocido en el resto de América Latina, incluso en las más reaccionarias dictaduras autoritarias. Ni siquiera la Unión Soviética, excepto durante períodos de guerra, se ha acercado al grado de militarización total de la Cuba de Castro. Este tipo de militarización total de la sociedad tan sólo se ha manifestado en los regímenes fascistas, y tuvo su máxima expresión en la Alemania nazi.      La glorificación de la guerra como un fin en sí mismo y el total desprecio del derecho internacional y el orden han caracterizado al régimen castrista desde sus inicios. Esta glorificación de la guerra en Cuba es sólo la continuación de la vida del propio Castro y su pasión por la violencia y las constantes aventuras militares.      Nada evidencia más la ideología fascista del castrismo que sus actividades en relaciones exteriores. Tan sólo unas pocas semanas después de tomar el poder en Cuba, Castro lanzó incursiones militares contra Santo Domingo, Panamá, Venezuela y otros países. Desde entonces, siempre ha mantenido un papel activo en promover actividades subversivas en América Latina, África, América del Norte y Europa.      No fue una coincidencia que el Che Guevara, que en su juventud había sido un fanático seguidor y admirador de Juan Domingo Perón, fue quien desarrolló el proyecto fascista que llamó la teoría del foco de la revolución, más tarde popularizado por Regis Debray en su panfleto Revolución en la Revolución.       Según esta teoría revolucionaria, no es el proletariado organizado, sino pequeñas bandas de hombres armados, la élite que, con ataques de guerrilla en el campo, actuará como “detonador” de las masas a levantarse  hasta el derrocamiento del antiguo régimen y poner la “guerrilla heroica” en el poder. Como bien señaló el profesor Irving Louis Horowitz, a nivel ideológico, la teoría del foco de la revolución, Representa la transformación de las guerrillas en gorilas, en defensores de la militarización total de América Latina. Esto equivale a incorporar la doctrina de derechas en un marco de izquierda.     El hecho también fue observado por el profesor James A. Gregor. En un libro que escribió sobre el fascismo, Gregor señaló que,
La relación entre lo que Debray llama “nacionalismo revolucionario o fidelismo” y el fas cismo es mucho más íntima de lo que los radicales contemporáneos están disp uestos a admitir. . . . Los compromisos políticos con los que Castro llegó al poder eran casi indis tinguibles en el estilo y el contenido de los compromisos programáticos originales de Mussolini en 1922.      La teoría Debray-guevarista del “foco” revolucionario, que en gran medida es la expresión de las ideas de Castro, afirmaba que la construcción de la nueva sociedad dependía de gobernantes “esclarecidos” con los intereses de las masas en sus corazones. La élite castrista, que se considera como una de las más ilustradas “salvadoras” de las masas de todos los tiempos, al parecer creyó que podría imponer sus deseos a la sociedad.      La teoría del foco revolucionario elitista era en realidad una idea fascista, por eso nunca fue aceptada por la mayoría de los partidos comunistas tradicionales en América Latina. Sin embargo, tuvo una favorable acogida entre muchos revolucionarios de ideas afines, en particular los de la pequeña burguesía y la intelectualidad de la izquierda latinoamericana, que comparten con Castro y los conspiradores del CFR un profundo odio y desprecio por las clases humildes, y cuyo más preciado sueño, aunque no lo admitan, es un mundo tecnofascista dominado por los Estados Unidos.      En realidad, la teoría Debray-guevarista del “foco” revolucionario no era más que una forma encubierta de la técnica fascista del golpe de estado que Castro siempre ha admirado. El foquismo estaba diametralmente opuesto a la teoría comunista de la revolución, que se basa en la lucha consciente y organizada de las masas trabajadoras bajo la dirección de un partido comunista controlado por Moscú. Esa fue la razón por la cual los comunistas soviéticos y sus títeres en América Latina siempre vieron las actividades del Che Guevara con extrema desconfianza. Esto explica también por qué el Partido Comunista boliviano no ayudó a Guevara, y tuvo un papel clave en su captura y muerte.      Al igual que la mayoría de los líderes fascistas, Fidel Castro siente una gran pasión por la acción en sí misma, así como un desprecio total por los intelectuales. En una discurso que pronunció en los años sesenta, durante una de las reuniones con algunos escritores y artistas cubanos en la Biblioteca Nacional en La Habana, Castro insistió en su ignorancia de las cosas que preocupaban a la audiencia, en particular los problemas de forma estética y actitud de los intelectuales hacia la revolución, y aclaró que había asistido a la discusión como gobernante y como revolucionario, no como un intelectual. Y todo indica que Castro estaba orgulloso de ello.      En una entrevista con el periodista francés Jacques Arnault, Castro le confeso que, “No soy un intelectual. Soy un hombre de acción revolucionaria”. De la misma forma, en el documental Looking for Fidel de Oliver Stone, Castro le expresó categóricamente al director de cine norteamericano: “No soy teórico de la revolución; soy activista”.      El código de conducta de los regímenes fascistas hace hincapié en la violencia y la mentira en todos los aspectos de las relaciones humanas, tanto dentro de la nación fascista como entre las naciones. Contrariamente al punto de vista democrático, en el que la política se ve como un mecanismo mediante el cual los conflictos sociales y los diferentes intereses se resuelven pacíficamente a través del compromiso, la visión fascista considera que la política es una relación amigo-enemigo.      En el modo democrático de pensar, la antítesis del amigo es el adversario, que es potencialmente el gobernante de mañana. En el punto de vista fascista no hay adversarios, sólo enemigos. Debido a que el fascista ve a todos los opositores como enemigos, y los enemigos representan la encarnación del mal, la única solución es su aniquilación total. Un ejemplo de
esta forma de pensar fue el tratamiento de Castro hacia los países amigos que votaron en 59va. Sesión de la Comisión de Derechos Humanos en Ginebra en el 2003 condenando las violaciones de los derechos humanos en Cuba. Incluso países como México, que se abstuvo de votar, no escaparon a la ira del tirano fascista cubano.      No le fue difícil a Castro engañar a los cubanos anticomunistas aficionados exiliados en los EE.UU., debido a que estaban maduros para la desinformación;  por lo general, la gente cree lo que quiere creer. Pero, a pesar de sus repetidas afirmaciones sobre su presunta ideología marxista, Castro nunca engañó a los tres principales expertos del mundo en comunismo: los propios comunistas, la CIA, y la Iglesia Católica.       Ninguno de ellos, tal vez por razones diferentes, creyó la teoría de que Castro era marxista o comunista, aunque tanto la CIA como el Vaticano la han usado para su beneficio.      Algunos observadores han interpretado el acercamiento entre Castro y la Iglesia Católica como prueba de que Castro ha logrado engañar a la alta jerarquía de la Iglesia. Pero el acercamiento también puede ser interpretado como prueba de que Castro nunca logró engañarlos.      La historia reciente de la Iglesia Católica muestra un odio visceral porel comunismo. Este odio fue formalizado en 1937 por el papa Pio XI en su encíclica anticomunista Divini Redemptoris, en la que calificó al comunismo como “intrísecamente perverso”, y añadió que “no se puede admitir que colaboren con el comunismo, en terreno alguno, los que quieran salvar de la ruina la civilización cristiana”. Además, llamó al comunismo un “azote satánico”.      En contraste, a pesar de que el fascismo también ha demostrado ser un azote satánico intrínsecamente perverso, el Vaticano ha mostrado un profundo amor por todo lo que huela a fascismo. Aunque el Vaticano siempre ha mantenido relaciones cordiales con los líderes fascistas — Hitler, Franco, Perón — nunca las ha tenido con líderes comunistas, y Castro no es la excepción. Por consiguiente, si la Iglesia Católica ha aceptado colaborar con Castro, como lo prueban las visitas de Juan Pablo II y Benedicto XVI a la isla, esto es un elemento más que confirma mi teoría de que el Vaticano considera a Castro un líder fascista.      A mucha gente le resulta difícil aceptar el hecho de que un líder cuyos métodos, su simbolismo y su ideología se parecen al fascismo, no sea derechista. Sin embargo, aunque la mayoría de la gente cree que el fascismo es, por definición, una manifestación política de la derecha, esto no es totalmente cierto. Los nazis, por ejemplo, se consideraban a sí mismos socialistas, defensores de las clases trabajadoras alemanas y enemigos del capitalismo.      La semejanza entre el castrismo y el fascismo explica el por qué Georgie Anne Geyer señaló que Fidel Castro ha creado, “el primer régimen fascista de izquierda en la historia.”168 Pero Geyer se equivoca. En realidad lo que Castro ha creado es el primer régimen fascista disfrazado de comunista en la historia de la humanidad.      No obstante, la idea de que el castrismo no es comunismo, sino fascismo, no es nueva. Ya en 1978, Hugh Thomas escribió: Las técnicas fascistas se usaron tanto durante los primeros días de la revolución cubana en 1959 y 1960 que, de hecho, ese término útil “izquierda fascista” po dría haber sido acuñado para aplicárselo a la misma. El culto de Castro al liderazgo heroico, a la lucha sin fin y al nacionalismo exaltado fue una característica de todos los movimientos fascistas en Europa. La oratoria emocional, los mítines de masas cui dadosamente orquestados, la deliberada creación de tensión antes de que el “líder” hable, las banderas y las turbas intimidadoras, son técnicas castristas que recordaban los días del nazismo.      En un libro anterior, Thomas ya había expresado las similitudes entre el castrismo y el fascismo con tanta claridad que merece citarlo en detalle:
Es tentador analizar la coloración caracte rística del fascismo que Castro le ha dado a su comunismo a la cuban a. Es evidente que Castro, como Chibás, y también como Mos ley o Hitler, cr ee que el poder político reside en “la reacción de una gran audie ncia a un discurso conmovedor.” Amplios sectores de la población cubana, incluyendo personas inteligentes y humanas, han manifestado su deseo de someter su individu alidad a Ca stro, tal como muchos se la sometieron a los líderes fascistas. En la propaganda del régime n [castrista] está pre sente la continua elevación del principio de la violencia y los llamado s a la marcialidad, así como el culto al liderazgo, el énfasis en la apt itud fí sica en el sistema educativo, y la crítica contin ua a las democracias burguesas. La propia declaración de Guevara en El socialismo y el hombre en Cuba, que define el socialismo cubano, compa rte con el fascismo expresiones tales como, “la necesidad de recu perar el ‘hombre total’, que ha sido atomizado y alienado por la so ciedad”, un hombre que no puede encontrarse a sí mismo en la “democraci a burguesa”. El “Hombre Nuevo”, cuyo prototipo es el propio Guevara, es un héroe y hombre de acción, voluntad y carácter, que habría sido admira do por los fascistas franceses, como Brasillach, o Drieu, o el D’Annunzio d e la época demagógica de la República de Fiume, que parece habe r sido un precursor intelectual de Castro. El deseo moralizador de Ca stro y su interé s de romper con todo los incentivos materiales es un reflejo del regeneracionismo fascista, y la presentación de sí mismo como un p adre atento y benévolo recuerda a Mussolini.      Hugh Thomas fue uno de los primeros estudiosos que notó las semejanzas entre castrismo y fascismo. No obstante, un ideólogo muy conocido de la revolución castrista, percibió la verdadera naturaleza del castrismo mucho antes que Thomas y Geyer. En enero de 1960, tan sólo un año después de que Castro se apropió del poder en Cuba, Che Guevara dio una definición concisa de la ideología de la revolución castrista cuando afirmó que “podría esquematizarse llamándola nacionalismo de izquierda.” Como fiel seguidor de Perón, el Che nunca se dejó engañar por el “comunismo” de Castro.      Sin embargo, probablemente la primera mención de la verdadera ideología de Castro fue hecha por su cuñado Rafael Díaz-Balart. Durante un visionario discurso que pronunció ante el Congreso cubano en mayo de 1955, el Representante a la Cámara Díaz-Balart expresó su oposición a la ley del Congreso que aprobó la amnistía a Fidel Castro y sus seguidores encarcelados por su participación en el ataque al Cuartel Moncada. Según Díaz-Balart, Fidel Castro y su grupo solamente quieren una cosa: el poder, pero el poder t otal, que les permita destruir definitivamente todo vestigio de Constitución y de ley en Cuba, para instaurar la más cruel, la más tiranía, una tiranía que enseñaría al pueblo el verdadero significado de lo que es tiranía, un régimen totalitario, inescrupu loso, ladrón y asesino que sería muy difícil de derrocar por lo menos en veinte años. Porque Fidel Castro no es más que un psicópata fascista, que solamente podría pactar desde el poder con las fuerzas del Comunismo Internacional, porque ya el fascismo fue derrotado en la Segunda Guerra Mundial, y solamente el comunismo le daría a Fidel el ropaje pseudo - ideológico para asesinar, robar, violar impunemente todos los derechos y para destruir en forma definitiva todo el acervo espiritual, histórico, moral y jur ídico de nuestra República.[Énfasis añadido.]      Desafortunadamente, en lo único que se equivocó Díaz-Balart fue en el tiempo que duraría la tiranía castrista. Últimamente, más y más personas están llegando a una conclusión similar. José Fernández González, un empresario español que vivió en Cuba cerca de quince años haciendo negocios con el gobierno de Castro, finalmente, descubrió que el “socialismo” de Castro es en realidad fascismo con otro nombre, y lo expuso con gran detalle en un libro que escribió en 1996 y que tituló Del socialismo al fascismo. Por su parte, Rogelio Saunders, un poeta cubano y escritor que vive en La Habana, escribió un
interesante artículo en el que, aunque aparentemente se refiere al fascismo en general, en realidad brinda una descripción bastante precisa del régimen castrista.      Otro a quien Castro no logró engañar fue al presidente norteamericano Ronald Reagan. En un discurso que pronunció en Miami el 20 de mayo de 1983, Reagan afirmó que Castro era básicamente un fascista. Incluso algunos de los oficiales de inteligencia de Castro a cargo de las actividades de desinformación no han podido evitar llegar a una conclusión similar. Jesús Arboleya, profesor de la Universidad de La Habana y miembro de los servicios de inteligencia castristas, afirmó que “La revolución cubana es un proyecto de justicia social que encuentra su viabilidad en el nacionalismo antiimperialista.” Y la conclusión de Arboleya al parecer no es producto de un error, porque unas cuantas páginas más abajo menciona de nuevo “la orientación nacionalista y antiimperialista adoptada por la revolución.” La definición que da Arboleya de la revolución castrista no menciona por parte alguna el comunismo o el marxismo.      Es bueno recordar que, aunque el fascismo de Mussolini y la Falange de Franco fueron definitivamente regímenes de derecha, la posición de los nazis en el espectro político no fue totalmente clara, y algunas de sus políticas fueron en cierta medida orientadas desde la izquierda. Hay que tener en cuenta que, antes de que tomara el poder en Alemania, el Partido Nacional Socialista Obrero Alemán (nazi) era un partido de izquierda; un movimiento revolucionario que había brotado en los bajos fondos de Munich.      Por otra parte, algunos autores consideran los movimientos populares fascistas de Juan Domingo Perón en Argentina y Getulio Vargas en Brasil, como un tipo de fascismo esencialmente progresivo y precursor del castrismo, cuyos regímenes se inclinaron a la izquierda más de lo que los caudillos respectivos habían previsto.      Tal como expliqué anteriormente, la idea de que Castro creó el primer régimen fascista de izquierda en la historia de la humanidad es discutible. Lo que nadie puede negar, es que fue el primer régimen fascista disfrazado de comunismo. En conclusión, parece que, contrariamente a sus afirmaciones de militancia marxista y comunista, el Máximo Líder no es más que un fascista del tipo nazi, y lo seguirá siendo hasta el último día de su vida. O tal vez no. 11. ¿Castrismo o jesuitismo?      Quienes han visto a Fidel Castro simplemente como un líder político nacionalista y antinorteamericano no se han percatado de la verdadera esencia del castrismo. A pesar de que Castro se ha beneficiado con el uso de técnicas organizativas y políticas copiadas de otras organizaciones políticas y religiosas, en especial las comunistas y las fascistas, el énfasis del castrismo en la creación de un hombre nuevo con una nueva conciencia, indica que, básicamente, el castrismo no es un movimiento político sino un culto pagano muy similar al que se originó en Esparta, luego renació en Alemania con el nazismo, y todo indica que está renaciendo en los EE.UU.      Como hemos visto anteriormente, la verdadera ideología de Fidel Castro es un enigma que ha confundido no sólo a la mayoría de los estudiosos que han tratado de descifrarlo, sino también a sus colaboradores más cercanos y a sus enemigos. El hecho de que Castro haya podido ocultar sus verdaderas creencias y filiaciones ideológicas se debe a su extraordinaria habilidad en crear pistas falsas para desorientar a enemigos y amigos. Esta es sin duda una de las razones por las que ha tenido tanto éxito en engañar a casi todo el mundo.      Sin embargo, existe una gran evidencia que indica que, contrariamente a lo que él mismo afirma y la mayoría de la gente cree, Fidel Castro nunca fue, nunca ha sido y nunca será marxista o comunista. Por otra parte, tal parece que ni siquiera es un fascista de verdad. La
relación que Fidel Castro logró establecer con el pueblo cubano y con sus colaboradores cercanos siempre ha sido con su persona, no con sus ideas o con ninguna ideología en  particular. Es por esto que Castro ha cambiado sus ideas muchas veces sin peligro de dañar esta relación. Tal como Herbert Matthews observó, A principios de la revolución sugerí que Castro usó los movimientos y las ideologías como prendas de vestir; poniéndos elas, quitándoselas, tirándolas a la basura, colgándolas en el armari o, pero siempre quien las usaba era el mismo Fidel Castro.      Además, teniendo en cuenta las peculiares características de su modo de pensar, es muy difícil de creer que, durante toda su vida, Fidel Castro haya sido otra cosa que un fanático castrista. No obstante, tal como he mencionado en este libro, un axioma cardinal de inteligencia y espionaje es que las cosas rara vez son lo que parecen ser. ¿Hasta qué punto, podría uno preguntarse, la ideología que ha inspirado a Castro no es el marxismo, tal como el clama, ni el fascismo, como algunos opinan, sino el jesuitismo?      ¿Hasta qué punto el fallido ataque al cuartel Moncada, que los comunistas cubanos calificaron de “intento putschista” — frase clave que en el lenguaje de los comunista significa fascista — no fue de inspiración marxista, sino jesuita? ¿Hasta qué punto la fallida operación nicaragüense no fue una operación Castro-soviética, como algunos alegan, sino una operación conjunta Castro-jesuita?      Un análisis crítico de la doctrina castrista del internacionalismo proletario, la cual se alega fue inspirada por el marxismo, descubre extraordinarios puntos de contacto con la doctrina jesuita del ultramontanismo, la afirmación práctica jesuita del universalismo. El 21 de julio de 1773, el papa Clemente XIV abolió la Orden Jesuita. Sin embargo, en 1776 el jesuita renegado Adam Weishaupt creó la Orden de los Illuminati, una sociedad secreta cuyo fin era destruir todas las religiones y gobiernos del mundo y fundirlos en un nuevo orden mundial, a través de un proceso que llamó “internacionalismo”. ¿Es el internacionalismo castrista en realidad una versión del internacionalismo jesuita de Weishaupt? Al parecer lo es.      El control totalitario de Castro sobre los cubanos no se diferencia mucho de las ideas de Ignacio de Loyola, quien pensaba que la unidad de la Iglesia no era posible sin una sumisión total al Papa. Pero los jesuitas no limitaban sus designios totalitarios a la Iglesia, sino que también deseaban hacer extensivo este absolutismo monástico a la sociedad civil. A sus ojos, los soberanos eran tan sólo representantes temporales del Papa, la verdadera cabeza de la cristiandad. Siempre que los monarcas se mantuvieran serviles al Papa los jesuitas eran sus más fieles servidores, pero si alguno de esos monarcas se rebelaba, los jesuitas se convertían en sus enemigos jurados. Esta visión es muy similar a la actitud que Fidel Castro siempre ha mantenido en sus relaciones con los gobiernos de América Latina.      La palabra compañero usada inicialmente por Castro y luego adoptada por sus seguidores ha sido erróneamente interpretada como sinónimo de camarada, un término con obvias connotaciones comunistas. Pero, lejos de ser una usanza comunista, compañero es en realidad el término escogido por Ignacio de Loyola para que los miembros de la Compañía de Jesús se trataran entre ellos, como medio de enfatizar su lucha colectiva por lograr su objetivo religioso.      Muy pocos parecen haber notado las muchas similitudes entre castrismo y jesuitismo. Sin embargo, los hechos indican que el estado “socialista” que Castro creó en Cuba no difiere mucho del que los jesuitas crearon en Paraguay a comienzos del siglo XVII, en el que los indios guaraníes fueron adoctrinados y obligados a vivir una vida regimentada bajo una férrea disciplina comunitaria. Tal como sucede en la Cuba actual, el estado jesuita no
permitía libertades de ningún tipo. Los nativos no podía disponer de su tiempo y de sus personas libremente, y toda la propiedad pertenecía al estado.      Sin embargo, según los ideólogos jesuitas del momento, los nativos eran felices, porque disfrutaban de educación y salud pública gratis y el estado les garantizaba un trabajo permanente.      Los jesuitas gobernaban a los indios con mano de hierro, y castigaban hasta las más mínimas violaciones del código de conducta que les habían impuesto. El ayuno, la penitencia, los flagelos públicos y la prisión eran usados indiscriminadamente para mantener a los “felices” indios bajo control.  Los indios eran mantenidos aislados del mundo exterior y los comerciantes no podían acercarse a la comuna socialista jesuita. El cuadro descrito anteriormente se parece mucho a la sociedad que Castro ha impuesto en Cuba, incluido el llamado “embargo” económico. ¿Acaso será posible, pudiera uno preguntarse, que tal como lo hicieron los jesuitas en el Paraguay, Castro haya estado todos estos años tratando de crear un estado teocrático jesuita en Cuba?      Al igual que en la Cuba castrista, el experimento socialista de los jesuitas terminó en un fracaso total. Al carecer de incentivos materiales, los indios perdieron todo interés en el trabajo. De la misma forma que Castro ha culpado a los cubanos por su fracaso, los jesuitas culpaban a los indios por el suyo. Según los jesuitas, los indios eran holgazanes, avariciosos y de mentalidad estrecha. Según Castro, los cubanos son holgazanes, avariciosos y carecen de “conciencia revolucionaria”.      En el paraíso jesuita los frutos se echaban a perder en el campo sin que nadie los cosechara, los implementos de labranza se deterioraban sin ser usados y el ganado moría abandonado. Unos pocos años después del comienzo del experimento socialista, el hambre era tal que era común que los indios desenyugaran un buey, lo mataran ahí mismo, encendieran una hoguera, lo cocinaran y se lo comieran.      Difícilmente se pueda hace una descripción mejor de la Cuba actual después de más de medio siglo de castrismo. La matanza ilegal de ganado se ha vuelto tan común, que la Asamblea Nacional tuvo que aprobar una ley que modificaba el código penal vigente para crear sanciones más severas para este tipo de actividad. Según Granma, en 1986 cerca de 17,000 cabezas de ganado fueron robadas y sacrificadas ilegalmente. En 1998 este número se elevó a 48,656.      En 1750 España y Portugal firmaron un tratado por el que se delimitaban las fronteras en América. Mediante este tratado, España le cedió a Portugal los derechos sobre un vasto territorio situado al este del río Uruguay, precisamente en la zona donde los jesuitas habían establecido su estado socialista.      Como resultado, se le ordenó a los jesuitas que se retiraran con sus indios al lado español de la frontera. Lejos de obedecer la orden, los jesuitas armaron a sus súbditos guaraníes y comenzaron una larga guerra de guerrillas contra Portugal. Finalmente, después de muchos años de lucha, permanecieron dueños de la tierra, que finalmente tuvo que ser devuelta a España. ¿Sería posible acaso, que la guerra de guerrillas primero contra Batista y luego contra la mayoría de los gobiernos de América Latina, no haya sido inspirada por Mao, tal como afirmara Castro, sino por los jesuitas?      La organización socialista totalitaria en que se basa la Compañía de Jesús ha sido siempre tan atractiva para los líderes de mentalidad totalitaria que algunos la copiaron exitosamente. Por ejemplo, Heinrich Himmler la tomó de modelo para su organización Schutzstaffel (la tristemente célebre SS), la que creó siguiendo los principios jesuitas. Los estatutos de servicio y los ejercicios espirituales prescritos por Ignacio de Loyola formaron desde el principio parte integral de las SS. Como en la Orden jesuita, la obediencia absoluta al líder era el principio cardinal. Todas y cada una de las órdenes de un superior debían se
aceptadas por sus subordinados sin preguntas o reservas mentales, perinde ac cadaver (como un cadáver).      En un esfuerzo por salirle al paso a las críticas sobre la falta de democracia y libertad en Cuba, Castro ha respondido en varias ocasiones afirmando que, por el contrario, el régimen que ha impuesto al pueblo de Cuba es un ejemplo de verdadera democracia. Uno pudiera preguntarse si la “democracia” que Castro ha implantado en Cuba puede haber estado inspirada en la idea jesuita de democracia dentro de la Orden. En el seno de la Orden los jesuitas tienen total libertad de discutir cómo servir mejor al sistema, pero el sistema en sí mismo es sacrosanto. Castro ha amasado una inmensa fortuna, pero no parece importarle mucho el dinero ni el disfrute de los bienes terrenales. No oculta que siente una gran admiración por los jesuitas debido a que, según él, “Los Jesuitas nunca han estado motivados por la ganancia.” En cierta ocasión, Castro le contó a su biógrafo Carlos Franqui como los jesuitas formaban gente de carácter, y que admiraba su estilo de vida espartano.      No obstante, sería injusto culpar totalmente a los jesuitas por la creación del monstruo que resultó ser Fidel Castro, en lugar de al propio monstruo. Sin embargo, no es menos cierto que los padres jesuitas del Colegio de Belén cometieron una grave violación de sus deberes religiosos cuando, en vez de tratar de neutralizar la malvada criatura que tenían en sus manos, alentaron y cultivaron el lado oscuro de Fidel Castro.      Por otra parte, tal parece que el papel de los jesuitas en cultivar el monstruo de Birán no fue producto de errores, sino de un esfuerzo consciente. El periodista argentino Alfredo Muñoz Unsaín, quien por muchos años fuera corresponsal en La Habana para la agencia France Press, ha contado una anécdota reveladora. Cuando el padre Pedro Arrupe estuvo de visita en Cuba a comienzos de los 80, Muñoz Unsaín habló con el. Muñoz recordó que, durante la conversación, el papa negro le mencionó la excelente tarea educacional de los jesuitas, y terminó diciéndole que estaba muy complacido con el trabajo de los jesuitas en América Latina, en especial cómo muchos de sus discípulos habían llegado a puestos importantes en todo tipo de profesiones. A lo cual Unsaín le ripostó: “Bien, pero no creo que esté orgulloso de todos. No olvide que Fidel Castro fue uno de sus discípulos.” A lo cual Arrupe, en el típico estilo jesuita, contestó a su vez con una pregunta: “Y qué le hace pensar que no estamos orgullosos de Fidel Castro?”      Contrariamente a lo que Castro y sus enemigos afirman, es difícil creer que, durante su larga vida, Fidel Castro haya sido otra cosa que un fanático fidelista. La semejanza entre el castrismo y el nazismo se debe a que tanto el nazismo como el castrismo no son movimientos políticos sino cultos religiosos. No obstante lo anterior, si me viera precisado a definir la ideología de Fidel Castro, lo cual no es fácil, diría que es un especie de jesuita renegado que llegó al poder y lo ha mantenido usando tácticas fascistas.      Su pasión por la mentira no es sino una evidencia más de su cripto jesuitismo — lo que la Compañía eufemísticamente llama “reservas mentales”