Leído para Ud.: “La felicidad de los argentinos y la religión. Iglesia y Estado”. De Héctor H. Hernández
La Argentina, guste o no, tiene raíces católicas;
esto es lo que Hernández intenta explicar en este librito de apenas 134
páginas que acaba de publicar; y son raíces que, aunque su tronco y sus
ramas parezcan las de la higuera del Evangelio, aún subsisten en este
suelo hispano-católico.
Tan
vivas están sus raíces que muchas de sus leyes iniciales (por positivas
que sean), aluden a orígenes cristianos, difíciles de olvidar aun
siendo hijas de padres liberales.
– “¿Por qué el fuego quema y el agua moja?” Por la misma esencia de las cosas, le diríamos a un niño.
– “¿Por qué robar está mal o por qué no pagar los impuestos es delito?” Porque hay un bien y un mal moral que son objetivos.
– “¿Y de dónde sale eso? ¿por qué la poligamia es delito?”
Porque, en el fondo, Argentina toma sus bases morales y espirituales del orden social cristiano.
“iniciar a un chico en la homosexualidad,
constituye un delito de ‘corrupción de menores’ del art 125 del Código
Penal para la concepción del sentido común y del orden natural cristiano
que ‘sostiene’ la Constitución. Pero si una ley pretende validar como
matrimonio la unión de homosexuales hay una contradicción, porque, ¿cómo
va a ser delito si la ley lo pretende regularizar? Entonces, o rige la
moral del sentido común y católica y la ley es inconstitucional (…) o
por el contrario rige el actual estado de disolución de las costumbres”
(p. 13).
Así nomás; guste o no a los iuspositivistas de siempre.
La
Argentina nació católica y, en una enorme parte de su constitutivo
jurídico permanece así; y esto, a pesar de que a muchos les moleste o
crean que es ofensivo para el resto, como nos narra Hernández que sucedió en varios momentos de la historia con la misma jerarquía católica local
que se opuso a la permanencia de artículos pro-Iglesia, por ejemplo, en
la reforma constitucional de 1994 a quienes querían mantener la
obligación de convertir a los indios a la Fe porque esto resultaba
“ofensivo a los pueblos indígenas” (p. 15).
Y les hicimos caso por puro clericalistas que somos.
Hernández
plantea en su librito (en realidad, una serie de artículos nuevos y
viejos acerca del Estado, el bien común, la libertad, la justicia, etc.)
la natural socio-politicidad del hombre y -por ende- la
necesidad de un gobierno que dirija al fin supremo: la felicidad, en
esta vida y, sobre todo, en la futura. De allí el título “La felicidad
de los argentinos y la religión”.
El
que Dios exista y se haya revelado no puede resultar un detalle más, un
ingrediente más de la receta. Si Dios existe y bajó a la tierra,
“el Estado debe reconocer normativamente y de hecho Lo Que la Iglesia es, con sus consecuencias (…). Si la Iglesia no es una institución más, no debe considerársela una institución más” (31)
Pues, por eclesialmente incorrecta que parezca, “si todas las religiones no son iguales la Iglesia católica no debe ser considerada jurídicamente igual a las otras” (ibid.)
Especial atención debería merecer al lector el capítulo segundo titulado “¿Qué es y qué no es el laicismo?”, más aún en estos tiempos en que ya ni se sabe bien qué es y qué no es el cristianismo.
Como siempre, con lenguaje llano, franco y accesible, como si estuviera
hablando en una pulpería de su San Nicolás natal, nos cuenta a qué
viene eso de “laico”, “laicidad”, etc., caratulando sin demasiadas
vueltas al laicismo como un claro “ateísmo social”.
“Laicismo” hoy significa “la doctrina que pretende la exclusión de Dios del orden social” (43).
Y punto.
Hernández
echa mano a la olvidada doctrina católica acerca del catolicismo
liberal para explicar que mutuamente los términos se contraponen,
mostrando cómo hoy, muchos prelados y católicos de misa –incluso diaria–
creen que puede existir eso de un catolicismo de sacristía, un
catolicismo “de paralíticos”, como lo llamaba el beato Anacleto González
Flores, actual patrono de los laicos.
No
baja los brazos el autor y, lejos de caer en fatalismos o en decir que
“todo está perdido”, en varios lugares de su trabajo da fuerzas y eleva
el ánimo:
“Las alusiones aquí hechas al proceso histórico de laicización y a sus resultados no nos deben hacer pensar que el mismo sea fatal”. Ni que la obra laicista haya tenido un éxito proporcional al manejo de los medios que ha utilizado: así después de 130 años de predicársenos que “la Patria es la humanidad” o “la libertad”
(Alberdi, Echeverría), el país entero apoyó la gesta del 2 de abril; y a
pesar de tantos años de enseñanza atea las mayores multitudes que se
congregan en la Argentina son para venerar a la Santísima Virgen María”
(60).
Pasa
revista luego a la verdadera libertad tomista y a la falsa que se nos
quiere imponer por medio de los estados modernos (cap. 4) para terminar
con un trabajo de síntesis en su capítulo V donde, retomando una
conferencia suya, culmina con las palabras que el gran mentor de la
(verdadera) Revolución de Mayo, Cornelio Saavedra, plasmó al final de su
testamento:
“En la última vez que les hablo les pido no abandonen la Santa Religión de sus mayores” (134).
En fin, un librito que vale la pena para,
Que no te la cuenten…
P. Javier Olivera Ravasi, SE
6/11/2019