Reflexiones
“Hubo
un tiempo en el que la filosofía del Evangelio gobernaba la sociedad:
entonces, la fuerza de la sabiduría cristiana y el espíritu divino
habían penetrado en las leyes, en las instituciones, en las costumbres
de los pueblos, en todo orden y sector del Estado, cuando la religión
fundada por Jesucristo, colocada establemente al nivel de dignidad que
le correspondía, prosperaba por todas partes, con el favor de los
Príncipes y bajo la legítima tutela de los magistrados… El hecho de que
la Europa cristiana domara a los pueblos bárbaros y los llevara de la
ferocidad a la mansedumbre, de la superstición a la verdad; que
rechazara victoriosamente las invasiones de los Mahometanos; que
mantuviera el primado de la civilización; que supiera siempre ofrecerse a
los demás pueblos como guía y maestra para toda honorable empresa; que
diera verdaderos y múltiples ejemplos de libertad a los pueblos; que
creara con gran sabiduría numerosas instituciones para el alivio de las
miserias humanas; por todo esto, sin duda, debe mucha gratitud a la
(nuestra) religión… Cuando reino y sacerdocio proceden concordes,
procede bien el gobierno del mundo, florece y fructifica la Iglesia. Si,
en cambio, la concordia disminuye, no solo no crecen las cosas
pequeñas, sino que también las grandes caen miserablemente en ruinas” (encíclica Immortale Dei de León XIII).
La
situación que tenemos hoy ante nuestros ojos refleja plenamente las
palabras de León XIII: el mundo de hoy corre hacia su propia ruina.
Las
democracias al servicio de las finanzas masónicas empujan a la sociedad
al abismo, con una desesperada carrera para conceder diversiones y
distracciones a una humanidad cada vez más corrompida.
La sociedad, debilitada por la inmoralidad y dividida por
las rivalidades que inevitablemente acompañan a los vicios, deberá pronto
enfrentarse con la brutalidad de las costumbres de los nuevos inmigrantes, que
tienen de su parte las leyes y a la magistratura progresista. A los ciudadanos
italianos se les quita su territorio ya sea dejando que haga estrago en su
ambiente la criminalidad, ya sea inhibiéndoles la tutela de su casa castigando
la autodefensa contra la criminalidad dentro de los muros domésticos. Será un
problema defendernos de las hordas de bárbaros que llegarán para enriquecernos
culturalmente a golpe de atracos, robos y estupros. Todo gracias al “compromiso
humanitario” de los zelotas democráticos obedientes a las directivas
inmigracionistas.
Los que ingenuamente piensan apelar a las leyes, a la
“justicia”, ignoran que las leyes son tan numerosas, vagas, genéricas, mal
escritas y confusas, que el inquisidor puede elegir al azar con qué
motivaciones aplastar a un individuo o ponerlo en libertad.
La inmigración de masa continuará e inevitablemente alterará
nuestro sistema social y económico. Nuestro País se convertirá en un contenedor
de mano de obra escasamente cualificada y pagada, gestionado por gobiernos
corruptos.
La inmigración proporcionará también los trabajadores para
crímenes y prostitución necesarios para crear un clima de miedo y justificar la
militarización del territorio.
El estado desestabiliza así el orden público para
estabilizar el orden político. El “orden” obviamente querido por la tecnocracia
masónica, en la que los políticos, reducidos al estado de “camareros de los
banqueros”, se preocupan solo del reparto, presentando sus decisiones como si
fueran fundamentales y decisivas.
La decadencia de las instituciones políticas va de la mano
de la decadencia de las instituciones religiosas. Hemos pasado del “instaurare
omnia in Christo” de Pío X a un cristianismo sin Cristo en el que las
ideologías de izquierda se convierten en la nueva teología. En el que el “mal”,
en todas sus formas, es eliminado del pensamiento cristiano, en el que las
categorías de verdadero y falso son invertidas, en el que los dogmas religiosos
y las verdades reveladas son reducidas a opiniones. Parece precisamente que la
jerarquía vaticana haya tomado a la letra lo que decía Marx: “la moral es una
mentira burguesa”. Hoy el clero ya no solo es cómplice sino artífice de la
destrucción de la Iglesia Católica.
La imagen de Bergoglio que besa los zapatos de los líderes
de Sudán y antes aún los pies de los inmigrantes musulmanes, es la imagen de
hombres de Iglesia en plena bancarrota ética y postrados ya a los deseos de la
Bestia Mundialista. Qué amargura ver a este Papa elogiar los argumentos que
agradan a la élite con un lenguaje de marketing. La máxima
autoridad espiritual y moral del planeta que disfraza de sentido ético su
grotesca adulación a lo “políticamente correcto”, seguido por su corte de
Cardenales abiertos y progresistas. Por lo demás, para cumplir los planes
masónicos, para vaciar al Cristianismo de su mensaje evangélico, se necesitan
aduladores de carácter, homínidos proclives al rufianismo que no tienen el
pudor de reducir voluntariamente su propia inmoralidad.
La decadencia espiritual de los tiempos afecta también a un
cierto mundo católico tradicionalista. Algunos tradicionalistas son ahora
conservadores que ya no conservan nada, sino una apariencia de
tradicionalistas, para cubrir su adecuación a los tiempos. Es la esencia de la
mentalidad liberal, conocer la “verdad” pero no conseguir ponerla en práctica.
Encontrar siempre una cómoda excusa para no hacer lo que se debería hacer,
porque no conviene, porque va contra los propios intereses o compromete la
propia imagen. La elección recae siempre en una de las dos opciones: ¿es justo
lo que es útil, o bien es útil lo que es justo? La mayor parte prefiere la
primera opción: mejor hacer lo que conviene, mejor no arriesgar.
Darían ganas de decir: “Señor, ¿qué hemos hecho para
merecernos todo esto?”.
Pero cuando intento volverme alrededor veo que las personas
que están en el poder son el espejo de los que están abajo.
Ya no existen otros nexos sociales más allá del dinero, del
consumo y de la diversión. Incluso las fiestas religiosas cristianas hacen ya
parte del calendario mercadológico de los grandes atracones, se han convertido
en una cita para la “società dei magnaccioni/sociedad de los comilones”, como
recitaba una antigua copla romana.
La gente padece la fascinación de todo lo que halaga los
deseos humanos y los orienta sin frenarlos demasiado. En este contexto, la
mentalidad “liberal de izquierdas” vive su triunfo. “¡Proletarios de todo el
mundo uníos!”, gritaba Marx. Su grito ha sido recogido todavía hoy por los
“estúpidos de todo el mundo” reunidos para destruir a los enemigos ideológicos
del sistema. Para este fin es usada la parte más inmoral de la población que
tenemos ante nuestros ojos: “compañeros radical chic”, “brutodemocráticos”,
“criptogarrapatas”, paladines de los derechos “homo/trans/lesbo”, etc, … Se
reconocen en seguida, leen todos los días el diario “Repubblica”, el
alimento intelectual idóneo para mantener a las ovejas en fila con los
habituales estribillos de lo “políticamente correcto”. Pronto llegarán a gozar
del delirio que ellos mismos impulsan, haciendo pagar a sus hijos la cuenta
carísima de su estulticia.
El totalitarismo, que muchos piensan que pertenece a
realidades lejanas, se está convirtiendo en el dueño de nuestra vida. En un
sistema proyectado para confundir y subyugar nuestras mentes; decir la “verdad”
se convierte en un acto “revolucionario”. San Antonio de Padua nos lo recuerda
de manera elocuente:
“La verdad genera odio; por esto, algunos, para no
incurrir en el odio de sus oyentes, velan su boca con el manto del silencio. Si
predicaran la verdad, como la verdad misma exige y la divina Escritura
abiertamente impone, ellos incurrirían en el odio de las personas mundanas, que
acabarían excluyéndolos de sus ambientes. Pero como caminan según la mentalidad
de los mundanos, temen escandalizarlos, mientras que no se debe nunca faltar a
la verdad, ni siquiera a costa de escándalo” (Sermones, San Antonio
de Padua).
Anonimo pontino
(Traducido por Marianus el eremita)