Históricas
DELANO ROOSEVELT:
EL FARISEO
Muchos círculos oficiales pretenden hoy, como nunca, modificar
la sociedad destruyendo su ética y distorsionando su pasado. En este aspecto
puede ponerse el ejemplo de los Estados Unidos. Su cine y su TV encaminan al mundo
desde tiempo atrás hacia la peor decadencia. Su teoría política, esa que intentan
imponer al mundo con los misiles, está
mostrando sus frutos. Caos y degeneración.
La historia de guerras amorales y compras dudosas le permitieron a los
habitantes yanquis de las trece colonias en la costa Atlántica (1776) llegar en
poco más de setenta años a la costa de Pacífico. Cinco mil kilómetros de extensión prueban lo
que es esa Babilonia. Explotando la fiebre
del oro de California (1848) llegaron al éxtasis. Continuaron arrebatando a México
ricas extensiones. Luego financiaron al masón y falso nacionalista llamado Benito
Juárez para impedir el establecimiento de la monarquía de Maximiliano de Habsburgo
la que con el apoyo del fervoroso catolicismo mexicano impediría la expansión
hacia el sur del voraz yanqui para cumplir su calvinista “Destino manifiesto”.
Nuestra hispanidad fue la víctima. En ella las veinte repúblicas
alienadas, primero al inglés, luego al norteamericano. Pero corresponde nos instalemos
en la XX centuria y decir algo de aquellos años de Franklin Delano Roosevelt
llegado al poder (1933) con oscuros apoyos y en medio de una crisis que su programa
del New Deal no podía bajar de los
diez millones de desempleados. El hombre común norteamericano pensaba que el Estado
no podía seguir gastando y menos que el equipo que rodeaba a Roosevelt siguiera
favoreciendo la expansión de ideas marxistas. Por ello Roosevelt era muy cuestionado.
Y eso, como dice George Olivier que no se conocía la nefasta influencia de su esposa
Eleonor Roosevelt (“vaca sagrada de la democracia”
según la prensa española) notoria simpatizante de la URSS y vinculada a grupos
marxistas tales como el “Comité de no Intervención”.
Cada triunfo de los nacionales en España era un golpe al
diabólico espíritu de Franklin Delano Roosevelt. En 1937 éste decidió, sin decirlo
públicamente, comenzar el rearme con vistas a la guerra. Esta política armamentista
le permitió salir de la crisis y seguir presentándose en sus charlas radiales
tituladas “Junto al Fuego” como partidario
de seguir aislado de los asuntos europeos. Esta Europa renacía con las Revoluciones
Nacionales y sus “sociedades, fuertes, marciales, lacónicas y más justas”. Así
lo expresa el Dr. Luis Togores Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad
San Pablo de Madrid, quien continúa: “El
Pueblo italiano quedó progresivamente ganado por la retórica la ética y los logros
del Fascismo. Italia entera vistió la Camisa Negra y con ella todo el mundo occidental. Pronto en toda Europa surgieron los émulos de
Mussolini. Había llegado la hora del Fascismo”.
El Fariseo de encogió de hombros jurando en su interior
lanzar su veneno. Finalmente sus esfuerzos cristalizaron y estalló la guerra el
del 1 al 3 de setiembre de 1939. Ella, que según dice Mr. Forrestal, fue provocada
por FDR. Así escribe el 27 de diciembre de 1945: “Hoy he jugado al golf con Joe Kennedy que fue Embajador de Roosevelt y
le pregunté acerca de sus conversaciones con Roosevelt y Chamberlain. Kennedy
me afirmó que Franklin Delano Roosevelt y el mundo judío habían arrastrado al
mundo a la guerra” (Diario impreso en Nueva York Año 1951 por Vicking
Press, pág.121). Delano siguió imperturbable. Incluso provocando como matón a
los gobiernos del Eje. En los años1940-41 se produjeron misteriosos hundimientos
de barcos norteamericanos acusando el gobierno del “presidente vitalicio” a submarinos
alemanes o italianos. Pero para desazón de Roosevelt no había reacciones populares
reclamando la declaración de guerra. El gran Fariseo jugó entonces una carta
nueva. Ésta fue conocida como la “Ley de Préstamos y Arriendos”. Mediante ella,
los Estados Unidos proveerían de barcos de guerra a Gran Bretaña, la que de este
modo aumentaría su control en el Atlántico, que estaba muy mermado y a punto de
desastre.
Se oponían a esta decisión belicista la Convención de La
Haya de 1907 que prohibía ceder buques a los beligerantes y una ley norteamericana
de16 de junio de 1917 que no permitía ninguna clase de acuerdo verbal ni escrito
cediendo buques. Nada le importó a Roosevelt, que a través de su consejero
Harry Hopkins (luego descubierto como agente soviético) le comunicó a Churchill:
“El presidente ha decidido que ganemos la
guerra juntos. No tengan dudas”.
Poco después aparecieron nuevas medidas que acercaban a
la guerra deseada por Roosevelt, ya perturbado de hibrys. Entre otras disposiciones
estaban la congelación de fondos ítalo- germanos, cierre de consulados del Reich e italianos en Estados
Unidos, así como prohibición de exportaciones hacia el Imperio del Sol Naciente.
Cuando el mismo diablo posibilitó el desciframiento del Código Secreto Japonés,
Roosevelt tuvo la granada sin espoleta en
sus manos arteras y la arrojó en Pearl Harbor sabiendo con antelación
que el buscado ataque con pertinacia diabólica se produciría el 7 de diciembre
de 1941 a determinada hora. El gran farsante con sus consejeros entre los que
estaba Hopkins y el general Marshall que calculó con precisión la hora del ataque
(luego Premio Nobel de la Paz). Desde ese momento sólo cabía esperar y dejar como
carnada miles de marinos norteamericanos.
Éste se produjo de acuerdo a los cálculos. Lo demás vino por añadidura.
Roosevelt habló al mundo del ataque por sorpresa mentando a la democracia. En
ningún momento el fariseo le tembló la voz cuando habló de los caídos. Un gran
actor para la tragedia más grande que los siglos habían contemplado.
El “Remenber Pearl
Harbor” corrió como reguero de pólvora para los estadounidenses. Abrir campos
de concentración para japoneses alemanes e italianos residentes fue en los Estados
Unidos cuestión de horas. El odio sembrado por el Iscariote dio sus frutos. El
marxismo y Stalin, ya derrotados por el formidable ataque de Eje, encontraron
en el capitalismo financiero su salvación. A Moscú voló Hopkins, ofreciendo toda
la ayuda necesaria y más. Roosevelt había
dispuesto 50.000 millones de dólares (que luego serían 200.000 millones) para
salvar la Revolución que venía del siglo XVI con Lutero y habían continuado Robespierre
y Marat, instaurándose como potencia con Lenín, Stalin, Trotzky y Roosevelt, el
millonario criptomarxista con su banda llamada el Trust de Cerebros (Brain Trust).
Éste era un nuevo equipo gubernativo que no estaba previsto
por la Constitución Federal pero que Roosevelt había instaurado autoritariamente
en su gobierno. W H Chamberlin señala en su libro “Segunda Cruzada Americana” varios puntos con las etapas de Roosevelt
para lanzar a los Estados Unidos a la guerra: cesión de decenas de torpederos
contra el arriendo de bases en las posesiones británicas (septiembre de1940);
organización de “patrullas” en el Atlántico Norte (24 de abril de 1940); Ley de
Préstamos y Arriendos (marzo de 1941); ocupación de Islandia por tropas americanas
(julio de 1941); autorización para armar a los mercantes y enviarlos a zonas de
guerra; orden de abrir fuego dada a todos
los buques americanos (septiembre de 1941); conferencias secretas con los Estados
Mayores Aliados (enero y febrero de 1941).
Rosacampo, Rosenfeld, Roosevelt o como se le quiera llamar degustaba el
pandemónium desatado como un suave licor. Estaba en “paz con su psiquis plena de orgullosa hibrys”.
Falta algo por decir. Dios mediante proseguiremos.
Luis Alfredo Angregnette Capurro