¿El Papa Malinterpretado? – (InfoCaótica)
Hace unos días, desde el Vaticano se advertía
a los lectores de la necesidad de consultar las fuentes oficiales del Vaticano
para tener ulterior confirmación sobre las declaraciones del Papa Francisco.
Porque si las palabras atribuidas al Papa no aparecen en los medios oficiales,
significa que las fuentes informativas reportan noticias no verdaderas. Esto es
verdad en algunos casos pero no es la verdad completa. En efecto, no basta con
afirmar que si las palabras atribuidas al Papa no aparecen en los medios
oficiales del Vaticano consiguientemente son falsas. ¿En qué quedan los
reportes que medios de comunicación, diferentes a los oficiales del Vaticano,
han hecho sobre las innumerables llamadas telefónicas sorpresivas que el Papa
Francisco ha hecho a diversas personas? Vamos a citar otro ejemplo más
concreto, ¿qué pasa con esta espontánea entrevista, así sea corta, concedida
por Francisco a un periodista durante su visita a Asís? ¿Y qué sucede con las
homilías del Papa Francisco durante la Misa diaria en la Casa Santa Marta?
Quienes asisten a ellas pueden reportar palabras efectivamente dichas por el
Pontífice durante el curso de las mismas, que los medios oficiales del Vaticano
no consignan por motivos que el portavoz vaticano explicó en su momento. ¿Entonces
las reportadas palabras por no aparecer en los medios oficiales del Vaticano
serían falsas? No sabemos si los colaboradores del Papa tienen una clara
estrategia de comunicación. Lo que sí parece bastante claro es que la
verborragia de Pontífice los pone en la necesidad de dar explicaciones que no
se corresponden plenamente con la realidad para salvar declaraciones muchas
veces ambiguas o poco prudentes. Ofrecemos hoy nuestra traducción de un
artículo que enfoca estos problemas de comunicación con saludable realismo.
New Oxford Review, Noviembre de
2013.
“Si somos demasiado explícitos, corremos el
riesgo de equivocarnos”, admitió el Papa Francisco en su larga entrevista con
el P. Antonio Spadaro, S.J., publicada este septiembre por las revistas
jesuitas de todo el mundo. Entonces, ¿el Santo Padre ha sido malinterpretado?
Es sorprendente observar a comentadores impasibles tratando de explicar las
entrevistas del Papa, impostando sus voces: “Los medios sacan al Papa de
contexto” o “sólo quiere una Iglesia más pastoral”. Pero tenemos que hacer una
pregunta difícil: ¿Por qué los defensores de los derechos de los gays y los
promotores del aborto alaban al Papa Francisco por sus palabras, mientras que
muchos fieles católicos quedan perplejos y aprensivos?
Comentadores
católicos conservadores han hecho lo imposible por asegurarnos de que el Santo
Padre no ha contradicho la enseñanza de la Iglesia o cambiado Su doctrina.
Hasta ahí esto es cierto. Cuando los Papas dan entrevistas típicamente no dicen
“nada nuevo” —nos referimos a que no están definiendo ninguna doctrina católica
en materia de Fe y moral. Las entrevistas, sin embargo, pueden producir un
montón de problemas (recordemos el famoso comentario del Papa Benedicto XVI
sobre los condones; ver la nota de la New Oxford con el título “Condón-manía,
el regreso”, enero-febrero de 2011), especialmente cuando la Iglesia no está
preparada para los efectos colaterales. Esta vez, aunque las agencias de
noticias seculares recibieron copias del texto por anticipado con prohibición
de publicarlas antes, ni los obispos ni sus voceros lo hicieron.
El
arzobispo Charles Chaput de Filadelfia, por ejemplo, dijo que fue una
“bendición” estar “fuera de los Estados Unidos el 19 de septiembre cuando las
revistas jesuitas de todo el mundo publicaron las afirmaciones del Papa”. A su
regreso se encontró con una catarata de correos electrónicos. “Algunas personas
se agarraban de la entrevista como si se tratara de un plan de vida… o una
reivindicación”, escribió en el Catholic Philadelphia del 25 de septiembre.
“Una persona alababa al Espíritu Santo por remarcar que ‘la Iglesia debe
enfocarse más en la compasión y la misericordia, y no en las reglas de mentes
estrechas’. Ella agregaba que ‘al final nos hemos liberado de las cadenas de
odio que han gobernado la Iglesia Católica por tantos años y que me llevaron a
dudar si criar a mis hijos en la Iglesia’.” Pero la mayoría de los correos que
recibió el arzobispo fueron de catequistas, sacerdotes y laicos que se sentían
confundidos o desilusionados por la entrevista: “Un sacerdote decía que el Papa
‘implícitamente había acusado a sus hermanos sacerdotes más serios en
cuestiones de moral de ser gente de mente estrecha’, y que ‘[si eres un
sacerdote] que se toma en serio la moral, ahora serás visto públicamente como
un problema’. Otro sacerdote escribió que ‘el problema es que [el Santo Padre]
hace felices a toda la gente equivocada, gente que nunca creerá en el Evangelio
y que seguirá persiguiendo a la Iglesia’.”
Consideremos
que la Liga Nacional de Acción sobre Derecho al Aborto (NARAL por sus siglas en
inglés) dio un salto de alegría y posteó en su muro de Facebook un “Gracias” a
Francisco en nombre de “las mujeres pro-elección de todo el mundo”, mientras
que la Campaña de Derechos Humanos, un grupo de presión de “lesbianas, gays,
bisexuales y transexuales”, tuiteó una imagen que las palabras, “Querido Papa
Francisco, gracias.- Gente LGBT de todo el mundo”.
El
arzobispo Chaput cree que la mayoría de estas preocupaciones se deben al
resultado de los titulares de los medios enfocados en estos temas (“El Papa: La
Iglesia demasiado enfocada en los gays y el aborto: ‘Tenemos que encontrar un
balance en vez de obsesionarnos con estos asuntos’, USA Today; “El Papa contra
‘las reglas de mente estrecha’”, Chicago Tribune), y probablemente esté en lo
cierto. Pero una lectura cuidadosa de le entrevista hace muy poco por aliviar
las preocupaciones. De hecho, tomadas en contexto, las palabras del Papa crean
mayor confusión y generan preocupaciones adicionales.
Lo
que los expertos católicos conservadores han estado diciendo es cierto: el Papa
no ha cambiado la enseñanza de la Iglesia. Pero mientras que Francisco no niega
la verdad o la Fe, implícitamente pone algo de ella en cuestión, no sólo por su
llamado a reordenar prioridades, sino también por su lenguaje incierto e
inexacto. Uno tiene la esperanza de que este uso de la ambigüedad no sea a
propósito, pero aunque no nos guste la mayor parte de su ya famosa entrevista
es ambigua.
Con
frecuencia los poetas se apoyan en la ambigüedad para tocar una multiplicidad
de significados y connotaciones, para adicionar una riqueza que suele faltar en
la prosa y la comunicación práctica de todos los días. Pero para los
científicos, los teólogos y los Papas, la ambigüedad es obstructiva, una fuente
potencial de confusión. Tomemos por ejemplo la respuesta de Francisco a la
pregunta ¿qué significa “sentir con la iglesia”? (nota del editor: en la
entrevista original, la iglesia universal aparece escrita como “iglesia” sin
“I” mayúscula). El Santo Padre primero afirma que no significa “sentir con su
parte jerárquica”. Explica que “el conjunto de fieles es infalible cuando cree,
y manifiesta esta infalibilidad suya al creer, mediante el sentido sobrenatural
de la fe de todo el pueblo que camina” (“todos los fieles, considerados como un
todo, son infalibles en materia de Fe, y el pueblo despliega esta
infallibilitas in credendo” decía el original). Dado que el concepto de
infalibilidad en el contexto católico casi siempre se refiere al Papado,
¿sorprendente acaso que la mayoría de los lectores interpreten esto en el
sentido de que los deseos de la mayoría de los católicos de a pié en “materia
de Fe” gocen de un cierto nivel de infalibilidad? ¿El contenido de la Fe será
ahora determinado democráticamente? Esto sería música para los oídos de los
católicos progresistas. Pero esperemos un minuto, Francisco insiste en que él
no está hablando de “una forma de populismo”. Si no está hablando de una forma
de populismo, ¿de qué habla? La respuesta del Papa es ambigua, sus términos
definidos en forma insuficiente. Y esto es irónico cuando dice que formula su
respuesta “para evitar ser malentendido”.
Las
afirmaciones más ambiguas —y más controversiales— de la entrevista vienen como
respuesta de la pregunta del P. Spadaro, “¿con qué tipo de iglesia sueña?” El
Santo Padre responde extensamente, comparando la Iglesia a un “hospital de
campaña tras una batalla” cuya primera función es sanar a los heridos. “¡Qué
inútil es preguntarle a un herido si tiene altos el colesterol o el azúcar! Hay
que curarle las heridas. Ya hablaremos luego del resto.” ¡Qué metáfora! El
problema es que este vago lenguaje del Papa invita a los intérpretes a llenar
las palabras con su propio significado. Deseamos pensar que la “batalla”
representa el combate espiritual y que los “heridos” son aquellos capturados
por las garras del mal. Pero también los heridos pueden representar a aquéllos
que se sienten marginados de la Iglesia, aquéllos que ponen en duda la misma
naturaleza de lo que la batalla representa. En cualquier caso, parece claro
—creemos— que aquéllos que insisten en hablar con los heridos de guerra acerca
de sus niveles de colesterol son los ministros, los sacerdotes, los
evangelistas y los apologistas de la propia Iglesia.
Seamos
honestos: Francisco no es un poeta. Su ambigüedad no aporta ninguna riqueza.
Sino que genera confusión, especialmente cuando continúa diciendo: “la iglesia
a veces se ha dejado envolver en pequeñas cosas, en pequeños preceptos”. Esta
frase, “pequeños preceptos”, incursiona en terreno peligroso; no define cuáles
preceptos son pequeños. Tal vez quiera referirse a la enseñanza de la Iglesia
en materias de moral sexual. ¿Quién sabe? El problema es que prosigue en el
mismo sentido diciendo que “no podemos seguir insistiendo sólo en cuestiones referentes
al aborto, al matrimonio homosexual o al uso de anticonceptivos”. ¿Podemos
echarle la culpa al New York Times y al Huffington Post por sus titulares
provocativos cuando los dichos del Papa dan crédito a quienes piensan que estos
“pequeños preceptos” son las enseñanzas de la Iglesia sobre el aborto, el
matrimonio del mismo sexo y la anticoncepción? Pareciera deshonesto acusar a
los medios por la mala interpretación de las palabras del Papa, ¿o era, en
verdad, el de los medios su verdadero sentido?
La
mayoría de los católicos que han estado prestando atención las últimas cuatro
décadas sabrán bien que, en realidad, demasiado poco se ha expuesto la
enseñanza de la Iglesia en materia de moral sexual. El mensaje de la Humanae
Vitae de Pablo VI y la Evangelium Vitae de Juan Pablo II rara vez han llegado
al católico de a pié. Tal vez Francisco sugiere que la emisión de este mensaje
desde Roma no ha sido efectiva y que se necesita un nuevo enfoque. Pero esta
interpretación no es más que una especulación. Decir que la Iglesia no puede
“seguir insistiendo sólo en cuestiones referentes al aborto…” no ayuda —ni a
los católicos provida que trabajan en centro de embarazadas en crisis o que dan
su consejo en las veredas de las clínicas abortistas, ni a las mujeres que
sufren tras haber abortado, ni a los lobbies como NARAL que sienten una falsa
confirmación de sus esfuerzos por expandir el aborto por todo el mundo.
¿Realmente
el Santo Padre cree que la Iglesia de hoy se enfoca sólo en asuntos como el
aborto y la moral sexual? Si es así, entonces se traga la vieja mentira que los
católicos heterodoxos favorables a una moral sexual más relajada han estado
dando de comer a los medios. La única razón por la que alguien puede creer que
la Iglesia está “obsesionada” con el aborto y los asuntos de moral sexual es
porque los medios se enfocan en estos temas. Sexo + Iglesia vende. Seguramente
el Santo Padre debe saber de los innumerables católicos que trabajan en obras
caritativas, en proximidad con los pobres y, además, no como los fariseos que
él pretende ver en ellos, sino como servidores desinteresados que “curan
heridas” en la línea del frente.
Además
de los fieles “obsesivos”, Francisco tiene más pescado para freír: Esta vez
específicamente apunta a los sacerdotes. El Santo Padre señala que el
“confesionario no es una sala de tortura, sino aquel lugar de misericordia en
el que el Señor nos empuja a hacer lo mejor que podamos”. No ofrece ningún
contexto para este comentario. ¿No sabemos si se está dirigiendo a católicos no
practicantes para alentarlos a no tener miedo al sacramento de la
Reconciliación, o si, por el contrario, está exponiendo a los viejos sacerdotes
malvados —¿o a los jóvenes salidos de los seminarios inspirados por
Benedicto?—quienes supuestamente ven su sacerdocio como una licencia para
recrear la Inquisición? Bueno, no podemos saberlo. Nuevamente las palabras son
el problema. Nos comenzamos a preguntar si realmente cree que muchos sacerdotes
católicos del siglo XXI se enfocan en “pequeños preceptos”. Las palabras del
Papa permiten esta simple inferencia: No os preocupéis en pecados específicos
como el aborto o el comportamiento homosexual; sólo enfocados en “hacer el
bien”.
Pero,
un momento que hay más. El Santo Padre también ve un problema con la “pastoral
misionera” de la Iglesia y éste empieza con sacerdotes que están obsesionados
“por transmitir de modo desestructurado un conjunto de doctrinas para
imponerlas insistentemente”. De nuevo, sólo podemos presuponer que las
doctrinas a las que se refiere son las relacionadas a la moral sexual debido a
que son las únicas sobre las que ha hablado especialmente. Pero uno se
pregunta, ¿dónde es que están estos sacerdotes que son tan insistentes?
Respondiendo a la entrevista, el obispo Rober Vasa de Santa Rosa (California)
dio su voz a la experiencia de la mayoría cuando dijo que la “vasta mayoría” de
los sacerdotes “jamás habla [de estos temas]” (The Press Democrat, 21 de
septiembre). El cardenal Raymond Burke, superior de la Signatura Apostólica
Vaticana (pero, tal vez, no por mucho tiempo), se hizo eco del sentimiento del
obispo Vasa cuando dijo a The Catholic Servant (septiembre) que la Iglesia no
ha hablado lo suficiente de temas controversiales como la homosexualidad.
Expresó que ha existido “una catequesis deficiente tanto de los niños como de
los jóvenes durante los últimos cincuenta años… Ha habido demasiado silencio
—la gente no quiere hablar de ello porque no es políticamente correcto.”
Claramente
Francisco tiene una concepción diferente sobre lo que ha estado ocurriendo en
la Iglesia. Tiene un problema con la predicación católica —hace campaña contra
ella— pero no es el mismo problema que el obispo Vasa, el cardenal Burke y la
mayoría de los católicos de misa habitual han notado en las últimas décadas. Mientras
que los católicos de los Estados Unidos continúan lamentándose por las homilías
tibias y turbias caracterizadas por la falta de catequesis y de predicación
sobre temas morales, el Papa Francisco toma su hacha contra los miles de
Savonarolas invisibles que dedican sus domingos en condenar el vicio y
despotricar contra la vida inmoral, vanidosa y plácida. Estos sacerdotes
celosos y atronadores están completamente equivocados, dice el Santo Padre: los
sacerdotes desde el púlpito deberían primero proclamar el “amor salvífico de
Dios” (primer acto), luego “una catequesis” (segundo acto) y finalmente
delinear la “consecuencia moral” (tercer acto). En la parroquia típica, sin
embargo, los sacerdotes jamás pasan del primer acto: después de decir alguna
broma, relatar alguna anécdota inicua y alabar al equipo local de fútbol (para
demostrar su “cercanía y proximidad… con los fieles”), se sumerge en las
profundas aguas de los clichés del “Dios te ama” que frecuentemente se
interpreta como “haz lo que quieras porque las reglas morales de mentes
estrechas poco le importan a Dios”. Obviamente, existen sacerdotes que son
excepciones bienvenidas a la norma, pero la mayoría de éstos tienden más o
menos a seguir la formulación homilética en tres actos del Papa más que a
predicar fuego y muerte antes de regresar a sus cámaras de tortura
confesionales.
Y
luego está el asunto de la homosexualidad y el matrimonio del mismo sexo. El
Santo Padre utiliza el mismo nivel de ambigüedad, sumergiéndonos en aguas
pantanosas de la moral. “Durante el vuelo en que regresaba de Río de Janeiro
dije que si una persona homosexual tiene buena voluntad y busca a Dios, yo no
soy quién para juzgarla”, explica en la entrevista. “Al decir esto he dicho lo
que dice el Catecismo… no es posible una injerencia espiritual en la vida
personal.” Como si sus comentarios iniciales en el vuelo desde Río de Janeiro
no hubiese provocado suficiente confusión, el Papa trata de explicarse apelando
a la autoridad del Catecismo. Bueno, el Papa pudo querer decir lo que el
Catecismo dice, pero ni se acerca a decir lo que el Catecismo enseña
(confrontar los números 2357-2359 si de verdad uno quiere saber lo que el
Catecismo sí dice sobre este tópico). Muchos interpretarán las palabras del
Papa no como una reiteración del Catecismo sino como un visto bueno implícito
al estilo de vida homosexual. Francisco no se refiere específicamente al hombre
que lucha internamente con la atracción por el mismo sexo. Habla de la “persona
gay” y de la “persona homosexual”, dejando que el lector interprete libremente
el significado de esto. Más aún, ¿qué quiere decir el Papa cuando dijo “no es
posible una injerencia espiritual en la vida personal”? ¿Predicar la verdad en
la caridad cuenta como “interferencia”? ¿Es “interferencia” oponerse a las
leyes que promueven maldades intrínsecas?
Refiriéndose
al asunto de la homosexualidad, que el Papa exhorta a los fieles a pasar menos
tiempo haciendo, continúa:
“Una
vez una persona, para provocarme, me preguntó si yo aprobaba la homosexualidad.
Yo entonces le respondí con otra pregunta: ‘Dime, Dios, cuando mira a una
persona homosexual, ¿aprueba su existencia con afecto o la rechaza y la
condena?’. Hay que tener siempre en cuenta a la persona. Y aquí entramos en el
misterio del ser humano. En esta vida Dios acompaña a las personas y es nuestro
deber acompañarlas a partir de su condición. Hay que acompañar con
misericordia. Cuando sucede así, el Espíritu Santo inspira al sacerdote la
palabra oportuna.”
Entonces,
aunque el cardenal Bergoglio estuviese intentando ser inteligentemente
socrático, tal vez incluso intentar reiterar la enseñanza del Catecismo, su
respuesta arriesga dejar a quien pregunta con el sentimiento de que, sí, tal
vez este tipo sí aprueba la “homosexualidad” —sea lo que sea que significa con
ello. De nuevo, no lo sabemos porque no lo dice. Pero sí sabemos que no utiliza
cuidadosamente la terminología precisa del Catecismo, que claramente define la homosexualidad
como “relaciones entre hombres o mujeres que experimentan una atracción sexual,
exclusiva o predominante, hacia personas del mismo sexo” (n. 2357). Es
importante notar aquí que el Papa Francisco no aprueba el sexo homosexual ni el
matrimonio entre personas del mismo sexo, pero juzgando por la elección de sus
palabras en la entrevista, el lector no puede saberlo. Nuevamente aquí, sus
palabras son el problema, no su interpretación.
En
una cuestión el Santo Padre es claro, y es éste sin duda el punto principal de
la entrevista: No ganamos demasiados conversos al hacer sobresalir las reglas
de la Iglesia por sobre la misericordia de Jesús. Éste es el aspecto
fundamental de la Fe. Pero una vez que el corazón se convierte, el cuerpo,
digamos, también debe seguir. Y es aquí donde la enseñanza de la Iglesia acerca
de la moral sexual entra en el juego. De lo contrario, todo lo que podemos
ofrecer a un converso es, a la manera protestante, una oportunidad de hacer una
profesión de fe por única vez y luego seguir con sus vidas mundanas. Una vida
católica, por el contrario, ofrece mucho más, si uno está dispuesto a meterse
en los detalles —detalles que el Papa deja al margen como si no importaran.
Juzgando
por esta entrevista y otros indicios, el Papa está tratando de que la Iglesia
hable menos para sí misma y más para los de afuera. Quiere “dialogar” con el
mundo, convertir el mundo. La audiencia a la que se dirige, parece, no es su
rebaño sino que son los acatólicos. El objetivo es admirable pero el método es
imprudente. No es suficiente decir, como dice el Papa, “ya conocemos la opinión
de la Iglesia y yo soy hijo de la Iglesia”. La “opinión de la Iglesia” está
clara para aquéllos que la conocen y aceptan, que es una minoría de los
creyentes de hoy. Los católicos bautizados ya no tienen una única opinión sobre
estas cosas. En vez de producir la unidad en materia de Fe y moral, el Papa
está dejando a los católicos a su suerte, confundidos acerca de lo que
significa vivir una vida consistente con las exigencias del Evangelio. La gente
necesita distinciones; necesita que el Papa una misericordia y verdad. Tanto
Juan Pablo II como Benedicto XVI hicieron esto bastante bien.
Entonces,
¿se ha malinterpretado al Papa Francisco? Para poder responder esta pregunta, deberíamos
poder hacer una fundamental: ¿Qué está diciendo el Papa? La respuesta es: No lo
sabemos. Peor aún, llegados a este punto: No podemos saberlo. Pero es
significante que el Papa Francisco esté diciendo un montón de cosas ambiguas
con gran emotividad. Este Papa evidentemente no ve su rol como ser claro,
enseñar la verdad de una manera que pueda ser entendida por la simple lectura
de su mensaje. La ironía es que utiliza muchas palabras para decir muy poco.
Porque sus palabras son consistentemente oscuras, son por este hecho retórica
vacía. El Papa parece pensar que debe ser más un retórico que un maestro. ¡Qué
triste! Uno podría decir que un maestro necesita emplear la retórica, pero sólo
al servicio de la verdad. Cuando la misma verdad se oscurece, entonces el
maestro no está haciendo demasiado bien su trabajo. Si un maestro oscurece la
verdad a propósito, está abandonando sus obligaciones.
Las
palabras de Francisco nos indican que él no es un Benedicto XVI ni un Juan
Pablo II. Con frecuencia han existido Papas que cambiaron de dirección o de
énfasis respecto a sus predecesores: León XIII no promulgó ningún “sílabo de
errores”, al contrario de Pío IX antes que él o Pío X después, y en general fue
más “abierto” al mundo de manera positiva. Pero no hubo afirmaciones moral o
doctrinalmente ambiguas saliendo de la boca de León XIII. No “corrigió”
implícitamente el ejemplo y la enseñanza de los santos Papas de los que fue
sucesor. Enfatizó verdades distintas que un predecesor inmediato —pero, como
él, enseñó la verdad con claridad.
El
Papa Francisco debería cuidar más de cerca este “cambio de énfasis”. Arriesga
convertirse en el sacerdote de parroquia que usa clichés vacuos y grandes
gestos como un intento de ganarse a sus parroquianos disgustados, inmorales y
heréticos. La historia reciente de la Iglesia posterior al Vaticano II
demuestra que esta estrategia nunca funciona. Una y otra vez hemos sido
testigos de que las iglesias no se llenan cuando la doctrina es disuelta;
eventualmente las iglesias se vacían, tal vez son abandonadas por completo. Si
el Papa Francisco no percibe esto, entonces serán muchos los sufrimientos que
la Iglesia deberá soportar. Pero si él no lo sabe, y persiste sin embargo en
esta ambigüedad, las penas serán mucho mayores.
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