lunes, 2 de febrero de 2015

Diálogo con el Islam: no al baile de máscaras (y III)


Diálogo con el Islam: no al baile de máscaras (y III)


103. Hay algunos aspectos de ambas religiones de los que parece desprenderse una notable afinidad. Por ejemplo en la concepción de Dios como misericordioso, la pertenencia a las religiones del Libro, la común referencia a la tradición de Abrahán...
También por detrás de expresiones idénticas o análogas puede haber acepciones diferentes que es importante conocer y ahondar en ellas por amor a la verdad, no por afán puntilloso de señalar diferencias a cualquier precio.
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Tomemos, por ejemplo, la frase «Dios es misericordioso». Para el musulmán significa que Dios, por ser el Poderoso, puede inclinarse hacia el hombre y hacer uso de su misericordia, o bien negársela a quien quiere. Ahora bien, eso es diferente de la noción del Dios misericordioso que encontramos en el Antiguo Testamento y más aún de la que encontramos en el Nuevo, a saber: que la misericordia de Dios es como la de un padre o la de una madre. En efecto, Dios es para el cristiano la expresión más auténtica del amor y es la fuente de la misericordia que el padre y la madre usan con su hijo. Esta concepción figura en la base de todo el Nuevo Testamento, forma parte de la esencia de la fe y es el comienzo de la oración cristiana más común: el Padre nuestro. Y no es casualidad que entre los noventa y nueve nombres de Dios que la tradición islámica ha sacado del Corán no aparezca el de «Padre», por ser un atributo incompatible con el Dios coránico y negado por el mismo Corán.
Sin embargo, se puede señalar que de la misma raíz árabe de las palabras «clemente» y «misericordioso» (rahmáa o rahirri) deriva asimismo la palabra rahm, que es el seno materno. Eso significa que la misma lengua árabe hubiera podido sugerir la noción «materna» de Dios. Pero ese filón no ha sido apreciado por el islam clásico, aunque algún místico la ha empleado, y esto podría representar una puerta abierta a un ahondamiento en el concepto de Dios común a judíos, cristianos y musulmanes.
104. Otro ejemplo al que se recurre para subrayar las analogías entre el islam y el cristianismo es que ambos son considerados como «religiones del Libro».
La expresión «gente del Libro» es típicamente coránica. Con ella designa el Corán a los judíos y a los cristianos. El motivo es que, en el ambiente árabe que conoció Mahoma, los únicos que tenían un libro revelado eran los judíos y los cristianos. Los musulmanes no lo poseían, y no lo tendrían hasta veinte años después de la muerte de Mahoma, en tiempos de su tercer sucesor, el califa cUthmán. Por consiguiente, desde una perspectiva islámica, sólo desde entonces las tres religiones monoteístas reciben el nombre de religiones del Libro, o sea, basadas en un libro revelado por Dios, aunque Mahoma no mencionó nunca al islam como religión del Libro.
Ahora bien, la expresión es ambigua también, desde el punto de vista cristiano, por dos motivos. En primer lugar, porque significa reconocer, de una manera implícita, que el Corán es un libro revelado por Dios a Mahoma, y este reconocimiento no se ha producido nunca en el cristianismo y no se puede fundamentar teológicamente. En segundo lugar, porque mientras que para los musulmanes la revelación divina se ha dado a conocer a la humanidad de una manera definitiva y cabal en el libro del Corán, cuyo contenido habría bajado directamente del cielo, del cristianismo no puede decirse que se funde en un libro, aunque éste sea revelado, ni puede ser «reducido» a las Sagradas Escrituras. El fundamento del cristianismo no se encuentra, efectivamente, en un libro, sino en un acontecimiento: la Encarnación de Dios, que se hizo hombre en la persona de Jesucristo. La señal de la fe cristiana es, por excelencia, la cruz. En ella se sacrificó Jesús por amor al hombre y por la salvación de toda la humanidad. No es casualidad que las comunidades cristianas orientales, ya desde el principio, venerasen los iconos que representaban a la Virgen con Jesús, y no un icono del Evangelio o de la Biblia. Por otra parte, cuando en la liturgia se lleva el libro de los Evangelios en procesión incensándolo, se hace en cuanto que el Evangelio nos revela a Cristo. Ignacio de Antioquía, a comienzos del siglo II, dice ya de una manera inequívoca en su carta a los fieles de Filadelfia: «Mi tesoro es Jesucristo, mis archivos inamovibles su cruz, su muerte y resurrección, y la fe que viene de él». 
Tomado de:
Samir, K. Cien preguntas sobre el Islam. Ed. Encuentro, 2001, ps. 167-169.