«Nunca creyeron los reyes de la tierra, ni cuantos habitan en el mundo, que entraría el Enemigo, el Adversario, por las puertas de Jerusalén» (Lm 4, 12).
Ahí está, el enemigo de Cristo y de la Iglesia, Bergoglio, sentado en la Silla que no es suya, que no le pertenece por derecho divino.
El Adversario de Cristo ha puesto su hombre para gobernar la Iglesia, que es sólo de Cristo, que no le pertenece ni al hombre ni al demonio.
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Bergoglio destruye la verdad en su gobierno en la Iglesia. Y la destruye, no con su inteligencia, sino con su voluntad: con un poder humano, dado a él sólo por un tiempo.
Las personas no se convierten por las palabras de Bergoglio, sino por sus obras. Bergoglio no habla con autoridad porque no tiene inteligencia: no sabe llegar al hombre con la inteligencia. Sabe llegar al hombre con el sentimiento, con la voluntad, con las obras.
Sus obras revelan su pecado: son obras en contra de la voluntad de Dios. Obras que gustan al mundo, porque Bergoglio es del mundo. Bergoglio ama al mundo y lo que hay en el mundo. No puede no amarlo, porque en el corazón de Bergoglio no está el amor de Dios.
En Bergoglio sólo está el orgullo de la vida: él quiere su vida de pecado. Y es lo que muestra a todos en la Iglesia: no se corta a la hora de hablar o de hacer algo que vaya en contra de una ley divina; en él la concupiscencia de los ojos: su mente sólo se fija en la inteligencia que mata, que busca la mentira, que oscurece la verdad, que aniquila toda ley de Dios; y en él se encuentra la concupiscencia de la carne: sólo vive para agradar a los hombres en su carne, en su vida material, en sus conquistas humanas.
«Y el mundo pasa»: Y Bergoglio se acaba, no es eterno, no permanece en la Iglesia, porque no obra la Voluntad de Dios:
«Santificaos y sed santos, porque Yo soy Yavé, vuestro Dios. Guardad mis leyes y practicadlas» (Lev 20, 7).
Bergoglio nunca enseña a cumplir con los mandamientos de Dios. Nunca habla de la ley natural; nunca pone al alma en la ley de la gracia. No sabe lo que es la ley del Espíritu. No sabe ni hacer Iglesia ni ser Iglesia.
Bergoglio apoya la filosofía del género. Le dijo a la lesbiana Diego Neria, que fue con su pareja al Vaticano:
«¡Claro que eres hijo de la Iglesia!’ ‘Dios quiere a todos sus hijos. Te acepta como eres’, y por eso la Iglesia te quiere y te acepta como eres» (ver texto)
Esta lesbiana vio las puertas abiertas con Bergoglio:
«Ha salido de él. Vi sus brazos muy abiertos en arropar a todo el mundo y a gente en desigualdad. Unos brazos demasiado abiertos. Y la forma que tenía de hablar y de transmitir era de absoluta bondad».
Con Bergoglio se ha sentido arropada; con Benedicto se sintió discriminada y apartada:
«Pero no he dejado de sentirme católico, apostólico y romano por ello. Cuando naces y te educas en la religión católica, no la pierdes por muy mal que lo pases. Estaba dolido, pero mi base era fuerte».
El Papa Benedicto XVI predicaba la verdad, que no gustaba a este transexual:
«no a filosofías como la del gender» (19 de enero del 2013).
Esta persona transexual es como todo homosexual: «mi base era fuerte». No creen en lo que son: son hombres (tienen una naturaleza humana). Y no creen en Dios: Dios los ha hecho así: hombres. Y, por no creer en estas dos cosas, no pueden creer en el demonio: están poseídos por el demonio.
Todo homosexual y toda lesbiana tienen una posesión demoníaca en sus cuerpos, que los lleva a vivir en contra de la verdad de su naturaleza humana y de la Voluntad de Dios sobre su vida. No son enfermos, son poseídos del demonio. Más que enfermos.
Y ese ir en contra de la verdad los hace escalar la cumbre de la soberbia: hacerse dioses a sí mismos. Y, por lo tanto, ver en los otros, en los que le ayudan a vivir como piensan, a otros dioses:
«Solo puedo decir que (Bergoglio) es un dios, es el más digno representante de Jesús de Nazaret».
Es el precio a pagar por su gran pecado de blasfemia contra el Espíritu Santo. ¡Quedan ciegos para la verdad!
«Lo que con frecuencia se expresa y entiende con el término “gender“, se reduce en definitiva a la auto-emancipación del hombre de la creación y del Creador. El hombre quiere hacerse por sí solo y disponer siempre y exclusivamente por sí solo de lo que le atañe. Pero de este modo vive contra la verdad, vive contra el Espíritu creador» (21 de diciembre del 2008)
La persona homosexual vive contra la verdad de lo que es en su ser humano. Vive oponiéndose a esa verdad de su naturaleza. Y vive contra Dios, que lo ha creado en esa naturaleza.
La homosexualidad es la manipulación del hombre, que busca ser libre para hacer su vida, sin depender ni de Dios ni de su naturaleza humana.
Es la búsqueda de una libertad que no existe en su ser humano, en su esencia, sino que la crea él mismo en su inteligencia.
En el hombre está «inscrito un mensaje que no significa contradicción de nuestra libertad, sino su condición» (Ib). En la naturaleza humana, está la libertad que le lleva a obrar conforme a lo que es en sí mismo.
Para eso es la libertad: para obrar la naturaleza del hombre. Para poner en obra todo lo que el hombre encuentra en su ser de hombre.
Y la libertad no tiene otra función que ésta. No existe una libertad para ir en contra de la propia naturaleza humana. No existe esa libertad natural. No está inscrita en el ser del hombre. El hombre la tiene que crear él mismo. Pero es una creación sólo en su mente, que no se da en la realidad de la vida, de las cosas.: es un ideal que es imposible de vivir en la realidad. Para vivirlo hay que imponerlo a los demás: hay que someter a los demás a los dictados de la propia razón humana. Por eso, los gobiernos hacen leyes abominables a Dios y a los propios hombres. Leyes que no se pueden seguir, porque son una ruptura con todo el orden de la Creación. Por esas leyes abominables, la Creación se parece a otra Sodoma y Gomorra.
Un hombre nace hombre; una mujer nace mujer. Y se es libre para eso: para ser hombre o para ser mujer.
Y todo aquello que contradiga esta libertad en la naturaleza humana es una cosa abominable:
«Si uno se acuesta con otro como se hace con mujer, ambos hacen una cosa abominable» (Lv 20, 13).
Ni el hombre ha nacido para acostarse con otro hombre; ni la mujer está hecha para estar con otra mujer.
No se es libre para ser homosexual o lesbiana. Dios no da la libertad para pecar, para obrar algo moralmente malo.
El pecado siempre es esclavitud, nunca señala libertad. El pecado nunca es camino para ser libre. Sólo la Voluntad de Dios hace caminar al hombre en la libertad del Espíritu.
Quien vive en el pecado, vive imponiendo su propio pensamiento, que le lleva a hacer una obra en contra de sí mismo, en contra de la humanidad y en contra de la misma Creación.
En todo pecado, el hombre se destruye a sí mismo, se hace un mal en sí mismo. Y destruye todo lo demás. El pecado siempre se irradia, como la santidad, pero en opuesto camino.
Su mente soberbia le lleva a obrar algo que, en lo exterior, parece inofensivo, pero que en lo interior, desgarra al alma y al corazón.
Lo que está en la naturaleza humana no es contradictorio con la libertad, sino su condición: es lo que necesita la libertad para poder ejercer su dominio en el hombre.
El hombre domina cuando es libre, cuando ejerce el poder de su libertad. Y lo hace en su naturaleza humana. Quien quiera ser libre fuera de su naturaleza humana obra algo abominable.
El hombre está sometido cuando se esclaviza a algo, cuando otro anula su poder de ser como es: hombre en su naturaleza humana.
El pecado siempre saca al hombre de su ser de hombre. Siempre. El que obra el pecado es dominado en su libertad, e infiere a su naturaleza humana una llaga maligna, que debe ser curada para que el hombre pueda vivir, no sólo espiritual, sino humanamente.
El hombre, pecando, quiere auto-emanciparse: quiere salir de donde está, de su ser de hombre. Este es el anhelo de todo hombre que nace en el pecado original.
Viene a un cuerpo y se encuentra encerrado en ese cuerpo. Y quiere salir, porque comprende que ese no es su cuerpo verdadero.
«Mi cárcel era mi propio cuerpo porque no se correspondía en absoluto con lo que mi alma sentía» (falso hombre, lesbiana, Diego Neria Lejárraga)
Este sentimiento lo tiene todo hombre que viene a este mundo. Las almas espirituales se conforman con la Voluntad de Dios, y con la ayuda de la gracia soportan esta vida, que es sólo un mal rato en una mala posada.
El pecado original dividió al hombre. Por eso, todo hombre experimenta estas angustias. Y de esta división, se vale el demonio para incentivar en los hombres la homosexualidad y el lesbianismo.
Todo hombre que no ha comprendido lo que es el pecado original, que niega el pecado en su vida, que niega al demonio como un ser superior a él, termina en esta abominación de su naturaleza humana.
¿Qué es eso abominable?
Que el hombre se recree a sí mismo:
«El hombre niega tener una naturaleza preconstituida por su corporeidad, que caracteriza al ser humano. Niega la propia naturaleza y decide que esta no se le ha dado como hecho preestablecido, sino que es él mismo quien se la debe crear» (21 de diciembre del 2012).
¡Algo abominable! Negar la propia naturaleza humana: es el pecado de Lucifer para conseguir un ideal: ser dios, no en la esencia, sino en su mente.
Todo homosexual se hace dios a sí mismo: él mismo se crea, se recrea. Él mismo decide su naturaleza humana.
El hombre rechaza que está atado a su naturaleza humana: quiere desligarse de esa atadura para realizarse él mismo, sin necesidad ni de la ley natural ni de su libertad natural.
«el hombre quiere ser absolutus, libre de todo vínculo y de toda constitución natural. Pretende ser independiente y piensa que sólo en la afirmación de sí está su felicidad» (19 de enero del 2013).
Sólo en la afirmación de sí, el hombre pretende alcanzar la felicidad. Sólo en su yo; sólo en su persona. Su orgullo le hace levantarse en contra de su propia naturaleza humana.
Esta es la nueva filosofía de la sexualidad, que cabalga por todo el mundo: el hombre no se nace, se hace; la mujer no se nace, se hace.
Hay que ir en busca de la felicidad que no se encuentra en el propio cuerpo. El cuerpo es una cárcel donde no es posible ser feliz.
Todo homosexual tiene que juzgar a Dios por haberle encerrado en esa cárcel, y no haber puesto un camino para ser feliz.
«Según esta filosofía, el sexo ya no es un dato originario de la naturaleza, que el hombre debe aceptar y llenar personalmente de sentido, sino un papel social del que se decide autónomamente, mientras que hasta ahora era la sociedad la que decidía» (Ib).
Es un papel social. El sexo ya no es de la naturaleza humana, no es de la persona, sino que es un objeto de la sociedad.
El homosexual no tiene fuerza si no está amparado por una estructura social, por una autoridad humana.
Por sí mismo, ningún hombre puede vivir solo en esta vida. Siempre el hombre necesita de algo o de alguien para vivir. Y esto sólo por el pecado original, que mató al hombre en su ser sólo para Dios.
Dios creó al hombre sólo para Él, para que el hombre hiciera una obra divina, que era llevar hijos al Cielo: engendrarlos para el Cielo. Eso fue todo el plan original de Dios con el hombre y con la mujer.
Cuando Dios crea a los seres espirituales, los crea todos al mismo tiempo. Todos a la vez. No hay una generación espiritual ni entre los ángeles ni entre los demonios. Su creación es su misión: son seres para Dios, no para lo creado.
El hombre es un ser para lo creado, no sólo para Dios. Por eso, tiene la misión de engendrar hijos y de llevarlos al Cielo. El hombre vive para un hijo, no sólo para Dios.
Por eso, muy pocos han comprendido lo que es la vida sexual. El sexo define a toda la persona humana en su naturaleza. Sin sexo, la persona no puede existir. Dios ha creado al hombre con un sexo, con un fin en su sexo: engendrar hijos para Dios. De esa manera, el hombre sirve a Dios. Sólo así el hombre es sólo de Dios.
El ángel sólo ha sido creado para servir a Dios, no para tener hijos, no para administrar una creación divina.
Todo hombre sirve a Dios con su sexo. Por eso, todo hombre tiene que preguntarse qué Dios quiere con su sexo. Este es el sentido de la vida de cualquier hombre.
Un homosexual, una lesbiana, no se pregunta esto. Viven en la angustia de su sexo, de su naturaleza humana. No están conformes con lo que son en su ser natural. Están peleando consigo mismos, odiándose a sí mismo porque nacieron así y quieren ser de otra manera.
Un homosexual, para salir de esta angustia vital, necesita una estructura, una legislación, un poder humano, que lo apoye.
Por eso, hoy día todos los gobiernos se han hecho fuertes en el campo homosexual. Y es un gran peligro:
«las políticas que suponen un ataque a la familia amenazan la dignidad humana y el porvenir mismo de la humanidad» (9 de enero del 2012).
El matrimonio homosexual destruye toda la dignidad de la persona humana, la familia y el porvenir de todo hombre. Son una amenaza para todo lo creado.
«Se trata en efecto de una corriente negativa para el hombre, aunque se enmascare de buenos sentimientos con vistas a un presunto progreso o a presuntos derechos, o a un presunto humanismo» (Ib).
Lo que hoy día se legisla en todas los gobiernos es que Dios no ha creado al ser humano como varón o mujer, sino que es la sociedad la que tiene que determinar lo que es el ser humano.
El poder social destruye la familia, el matrimonio de hombre y de mujer. Todos los gobiernos del mundo están destruyendo la creación de Dios en el hombre y en la mujer. Están recreando un hombre y una mujer nuevos, que les sirva a ellos para su propia idolatría.
«Hombre y mujer como realidad de la creación, como naturaleza de la persona humana, ya no existen. El hombre niega su propia naturaleza. Ahora él es sólo espíritu y voluntad». (21 de diciembre del 2012).
Ya el hombre no es hombre: no es ni varón ni mujer. Es un alma, es un espíritu, que elige el cuerpo que quiere para su vida.
Este es el pensamiento diabólico que está en todas partes: el hombre quiere ser como Dios: espíritu. Le molesta su cuerpo. Y, por eso, decide determinar lo que es con su cuerpo. Y tiene que manipular toda la naturaleza del hombre.
Por lo tanto, tiene que rechazar el matrimonio como un vínculo con otra persona: un vínculo en la naturaleza humana. Y sólo puede ver el matrimonio como la autorrealización de su propio yo, sin atarse a nada ni a nadie. Si el otro comparte su vida es sólo como un objeto que le ayuda para conseguir su fin.
Y, por eso:
«La manipulación de la naturaleza, que hoy deploramos por lo que se refiere al medio ambiente, se convierte aquí en la opción de fondo del hombre respecto a sí mismo. En la actualidad, existe sólo el hombre en abstracto, que después elije para sí mismo, autónomamente, una u otra cosa como naturaleza suya» (Ib).
Todos hablan de que el hombre está corrompiendo la Creación con sus progresos, con sus ciencias, con sus técnicas humanas. Y es sólo hablar para no quedarse callado.
Los gobiernos de todo el mundo están manipulando al hombre con leyes para implantar la filosofía del género. Y eso es lo que destruye al hombre mismo. No es la contaminación del medio ambiente, no son las economías que ponen al hombre al borde de una guerra mundial.
Es el mismo hombre el que se aborrece a sí mismo. Es el mismo hombre el que ya no quiere seguir siendo hombre. Sólo se ha inventado un abstracto de hombre: una pintura que, por más que se la vea, se la estudie, no se puede comprender.
No hay quien comprenda a un homosexual ni a una lesbiana, porque no quieren ser ni hombres ni mujeres. Quieren elegir su propia especie, su propia naturaleza, su propia existencia humana.
¡Es una abominación!
«Se niega a hombres y mujeres su exigencia creacional de ser formas de la persona humana que se integran mutuamente» (Ib).
Esto es lo que hacen las leyes abominables del género: negar que el hombre sea hombre, y que la mujer sea mujer. Y, de esa manera, no se pueden integrar en la sociedad natural. El hombre ya no es para unirse a una mujer. El hombre no encuentra su camino dentro de la mujer. Y la mujer no es para ser de un hombre. La mujer no planifica la vida para un hombre. Y, por lo tanto, hay que inventarse una sociedad para ellos, para el nuevo hombre y la nueva mujer: un gobierno mundial, un estado mundial. En donde ya la familia no puede tener cabida, porque:
«si no existe la dualidad de hombre y mujer como dato de la creación, entonces tampoco existe la familia como realidad preestablecida por la creación» (Ib).
Están todos los gobiernos confabulados en contra de la familia que Dios quiere, para implantar la familia que la sociedad busca en su afán de una vida feliz, que le resuelva el destino que su alma no entiende en su cuerpo.
El matrimonio no ha sido creado por Dios, sino que se lo inventa cada sociedad, cada cultura, cada estructura religiosa.
Y eso supone ir en contra de los hijos. Si cada hombre y cada mujer decide lo que es en su naturaleza humana, entonces los hijos son sólo un objeto a buscar, pero no un deseo de la naturaleza humana. No son un amor en la vida, sino un uso que se da para el bien de la sociedad.
Se buscan si van a ser útiles para la sociedad. No se buscan si son un tropiezo para el medio ambiente y para la felicidad, que todo hombre persigue en su autorrealización de su yo.
«Allí donde la libertad de hacer se convierte en libertad de hacerse por uno mismo, se llega necesariamente a negar al Creador mismo y, con ello, también el hombre como criatura de Dios, como imagen de Dios, queda finalmente degradado en la esencia de su ser» (Ib).
La homosexualidad es la degradación del hombre en su esencia. Por eso, dice San Pedro Damián, en su liber gomorrhianus, cap. XVI:
«Este vicio, sin duda, no puede compararse en modo alguno con ningún otro, pues a todos los supera enormemente…Esta peste expulsa el fundamento de la fe, absorbe las fuerzas de la esperanza, destruye el vínculo de la caridad, elimina la justicia, abate el vigor, retira la temperancia, mina el fundamento de la prudencia… El que es devorado por los ensangrentados colmillos de esta famélica bestia, es mantenido lejos, como por cadenas, de cualquier obra buena, y es instigado sin freno que lo contenga, por el precipicio de la más infame perversión. En cuanto se cae en este abismo de total perdición, se lleva a efecto el ser desterrado de la patria celeste, ser separado del Cuerpo de Cristo, rechazados por la autoridad de toda la Iglesia, condenados por el juicio de los Santos Padres, expulsados de la compañía de los ciudadanos de la ciudad celeste. El cielo se vuelve como de hierro, la tierra de bronce: ni se puede ascender a aquél, pues se está lastrado por el peso de crimen, ni sobre aquella podrá por mucho tiempo ocultar sus maldades en el escondrijo de la ignorancia. Ni podrá gozar aquí cuando está vivo, ni siquiera esperar en la otra vida cuando muera, porque ahora deberá soportar el oprobio del escarnio de los hombres y después los tormentos de la condenación eterna».
El hombre y la mujer son bellos porque hacen, en su naturaleza humana, lo que Dios les ha puesto:
«el no a filosofías como la del gender se motiva en que la reciprocidad entre lo masculino y lo femenino es expresión de la belleza de la naturaleza querida por el Creador» (19 de enero del 2013).
Todo homosexual que quiera salir de su pecado, sólo tiene que ser él mismo en su ser de hombre. Tiene que poner su vida en la penitencia de su pecado:
«Pero el hombre sólo logra ser él mismo en la entrega de sí mismo, y sólo abriéndose al otro, a los otros, a los hijos, a la familia; sólo dejándose plasmar en el sufrimiento, descubre la amplitud de ser persona humana » (21 de diciembre del 2012).
Las personas no se convierten por las palabras de Bergoglio, sino por sus obras. Bergoglio no habla con autoridad porque no tiene inteligencia: no sabe llegar al hombre con la inteligencia. Sabe llegar al hombre con el sentimiento, con la voluntad, con las obras.
Sus obras revelan su pecado: son obras en contra de la voluntad de Dios. Obras que gustan al mundo, porque Bergoglio es del mundo. Bergoglio ama al mundo y lo que hay en el mundo. No puede no amarlo, porque en el corazón de Bergoglio no está el amor de Dios.
En Bergoglio sólo está el orgullo de la vida: él quiere su vida de pecado. Y es lo que muestra a todos en la Iglesia: no se corta a la hora de hablar o de hacer algo que vaya en contra de una ley divina; en él la concupiscencia de los ojos: su mente sólo se fija en la inteligencia que mata, que busca la mentira, que oscurece la verdad, que aniquila toda ley de Dios; y en él se encuentra la concupiscencia de la carne: sólo vive para agradar a los hombres en su carne, en su vida material, en sus conquistas humanas.
«Y el mundo pasa»: Y Bergoglio se acaba, no es eterno, no permanece en la Iglesia, porque no obra la Voluntad de Dios:
«Santificaos y sed santos, porque Yo soy Yavé, vuestro Dios. Guardad mis leyes y practicadlas» (Lev 20, 7).
Bergoglio nunca enseña a cumplir con los mandamientos de Dios. Nunca habla de la ley natural; nunca pone al alma en la ley de la gracia. No sabe lo que es la ley del Espíritu. No sabe ni hacer Iglesia ni ser Iglesia.
Bergoglio apoya la filosofía del género. Le dijo a la lesbiana Diego Neria, que fue con su pareja al Vaticano:
«¡Claro que eres hijo de la Iglesia!’ ‘Dios quiere a todos sus hijos. Te acepta como eres’, y por eso la Iglesia te quiere y te acepta como eres» (ver texto)
Esta lesbiana vio las puertas abiertas con Bergoglio:
«Ha salido de él. Vi sus brazos muy abiertos en arropar a todo el mundo y a gente en desigualdad. Unos brazos demasiado abiertos. Y la forma que tenía de hablar y de transmitir era de absoluta bondad».
Con Bergoglio se ha sentido arropada; con Benedicto se sintió discriminada y apartada:
«Pero no he dejado de sentirme católico, apostólico y romano por ello. Cuando naces y te educas en la religión católica, no la pierdes por muy mal que lo pases. Estaba dolido, pero mi base era fuerte».
El Papa Benedicto XVI predicaba la verdad, que no gustaba a este transexual:
«no a filosofías como la del gender» (19 de enero del 2013).
Esta persona transexual es como todo homosexual: «mi base era fuerte». No creen en lo que son: son hombres (tienen una naturaleza humana). Y no creen en Dios: Dios los ha hecho así: hombres. Y, por no creer en estas dos cosas, no pueden creer en el demonio: están poseídos por el demonio.
Todo homosexual y toda lesbiana tienen una posesión demoníaca en sus cuerpos, que los lleva a vivir en contra de la verdad de su naturaleza humana y de la Voluntad de Dios sobre su vida. No son enfermos, son poseídos del demonio. Más que enfermos.
Y ese ir en contra de la verdad los hace escalar la cumbre de la soberbia: hacerse dioses a sí mismos. Y, por lo tanto, ver en los otros, en los que le ayudan a vivir como piensan, a otros dioses:
«Solo puedo decir que (Bergoglio) es un dios, es el más digno representante de Jesús de Nazaret».
Es el precio a pagar por su gran pecado de blasfemia contra el Espíritu Santo. ¡Quedan ciegos para la verdad!
«Lo que con frecuencia se expresa y entiende con el término “gender“, se reduce en definitiva a la auto-emancipación del hombre de la creación y del Creador. El hombre quiere hacerse por sí solo y disponer siempre y exclusivamente por sí solo de lo que le atañe. Pero de este modo vive contra la verdad, vive contra el Espíritu creador» (21 de diciembre del 2008)
La persona homosexual vive contra la verdad de lo que es en su ser humano. Vive oponiéndose a esa verdad de su naturaleza. Y vive contra Dios, que lo ha creado en esa naturaleza.
La homosexualidad es la manipulación del hombre, que busca ser libre para hacer su vida, sin depender ni de Dios ni de su naturaleza humana.
Es la búsqueda de una libertad que no existe en su ser humano, en su esencia, sino que la crea él mismo en su inteligencia.
En el hombre está «inscrito un mensaje que no significa contradicción de nuestra libertad, sino su condición» (Ib). En la naturaleza humana, está la libertad que le lleva a obrar conforme a lo que es en sí mismo.
Para eso es la libertad: para obrar la naturaleza del hombre. Para poner en obra todo lo que el hombre encuentra en su ser de hombre.
Y la libertad no tiene otra función que ésta. No existe una libertad para ir en contra de la propia naturaleza humana. No existe esa libertad natural. No está inscrita en el ser del hombre. El hombre la tiene que crear él mismo. Pero es una creación sólo en su mente, que no se da en la realidad de la vida, de las cosas.: es un ideal que es imposible de vivir en la realidad. Para vivirlo hay que imponerlo a los demás: hay que someter a los demás a los dictados de la propia razón humana. Por eso, los gobiernos hacen leyes abominables a Dios y a los propios hombres. Leyes que no se pueden seguir, porque son una ruptura con todo el orden de la Creación. Por esas leyes abominables, la Creación se parece a otra Sodoma y Gomorra.
Un hombre nace hombre; una mujer nace mujer. Y se es libre para eso: para ser hombre o para ser mujer.
Y todo aquello que contradiga esta libertad en la naturaleza humana es una cosa abominable:
«Si uno se acuesta con otro como se hace con mujer, ambos hacen una cosa abominable» (Lv 20, 13).
Ni el hombre ha nacido para acostarse con otro hombre; ni la mujer está hecha para estar con otra mujer.
No se es libre para ser homosexual o lesbiana. Dios no da la libertad para pecar, para obrar algo moralmente malo.
El pecado siempre es esclavitud, nunca señala libertad. El pecado nunca es camino para ser libre. Sólo la Voluntad de Dios hace caminar al hombre en la libertad del Espíritu.
Quien vive en el pecado, vive imponiendo su propio pensamiento, que le lleva a hacer una obra en contra de sí mismo, en contra de la humanidad y en contra de la misma Creación.
En todo pecado, el hombre se destruye a sí mismo, se hace un mal en sí mismo. Y destruye todo lo demás. El pecado siempre se irradia, como la santidad, pero en opuesto camino.
Su mente soberbia le lleva a obrar algo que, en lo exterior, parece inofensivo, pero que en lo interior, desgarra al alma y al corazón.
Lo que está en la naturaleza humana no es contradictorio con la libertad, sino su condición: es lo que necesita la libertad para poder ejercer su dominio en el hombre.
El hombre domina cuando es libre, cuando ejerce el poder de su libertad. Y lo hace en su naturaleza humana. Quien quiera ser libre fuera de su naturaleza humana obra algo abominable.
El hombre está sometido cuando se esclaviza a algo, cuando otro anula su poder de ser como es: hombre en su naturaleza humana.
El pecado siempre saca al hombre de su ser de hombre. Siempre. El que obra el pecado es dominado en su libertad, e infiere a su naturaleza humana una llaga maligna, que debe ser curada para que el hombre pueda vivir, no sólo espiritual, sino humanamente.
El hombre, pecando, quiere auto-emanciparse: quiere salir de donde está, de su ser de hombre. Este es el anhelo de todo hombre que nace en el pecado original.
Viene a un cuerpo y se encuentra encerrado en ese cuerpo. Y quiere salir, porque comprende que ese no es su cuerpo verdadero.
«Mi cárcel era mi propio cuerpo porque no se correspondía en absoluto con lo que mi alma sentía» (falso hombre, lesbiana, Diego Neria Lejárraga)
Este sentimiento lo tiene todo hombre que viene a este mundo. Las almas espirituales se conforman con la Voluntad de Dios, y con la ayuda de la gracia soportan esta vida, que es sólo un mal rato en una mala posada.
El pecado original dividió al hombre. Por eso, todo hombre experimenta estas angustias. Y de esta división, se vale el demonio para incentivar en los hombres la homosexualidad y el lesbianismo.
Todo hombre que no ha comprendido lo que es el pecado original, que niega el pecado en su vida, que niega al demonio como un ser superior a él, termina en esta abominación de su naturaleza humana.
¿Qué es eso abominable?
Que el hombre se recree a sí mismo:
«El hombre niega tener una naturaleza preconstituida por su corporeidad, que caracteriza al ser humano. Niega la propia naturaleza y decide que esta no se le ha dado como hecho preestablecido, sino que es él mismo quien se la debe crear» (21 de diciembre del 2012).
¡Algo abominable! Negar la propia naturaleza humana: es el pecado de Lucifer para conseguir un ideal: ser dios, no en la esencia, sino en su mente.
Todo homosexual se hace dios a sí mismo: él mismo se crea, se recrea. Él mismo decide su naturaleza humana.
El hombre rechaza que está atado a su naturaleza humana: quiere desligarse de esa atadura para realizarse él mismo, sin necesidad ni de la ley natural ni de su libertad natural.
«el hombre quiere ser absolutus, libre de todo vínculo y de toda constitución natural. Pretende ser independiente y piensa que sólo en la afirmación de sí está su felicidad» (19 de enero del 2013).
Sólo en la afirmación de sí, el hombre pretende alcanzar la felicidad. Sólo en su yo; sólo en su persona. Su orgullo le hace levantarse en contra de su propia naturaleza humana.
Esta es la nueva filosofía de la sexualidad, que cabalga por todo el mundo: el hombre no se nace, se hace; la mujer no se nace, se hace.
Hay que ir en busca de la felicidad que no se encuentra en el propio cuerpo. El cuerpo es una cárcel donde no es posible ser feliz.
Todo homosexual tiene que juzgar a Dios por haberle encerrado en esa cárcel, y no haber puesto un camino para ser feliz.
«Según esta filosofía, el sexo ya no es un dato originario de la naturaleza, que el hombre debe aceptar y llenar personalmente de sentido, sino un papel social del que se decide autónomamente, mientras que hasta ahora era la sociedad la que decidía» (Ib).
Es un papel social. El sexo ya no es de la naturaleza humana, no es de la persona, sino que es un objeto de la sociedad.
El homosexual no tiene fuerza si no está amparado por una estructura social, por una autoridad humana.
Por sí mismo, ningún hombre puede vivir solo en esta vida. Siempre el hombre necesita de algo o de alguien para vivir. Y esto sólo por el pecado original, que mató al hombre en su ser sólo para Dios.
Dios creó al hombre sólo para Él, para que el hombre hiciera una obra divina, que era llevar hijos al Cielo: engendrarlos para el Cielo. Eso fue todo el plan original de Dios con el hombre y con la mujer.
Cuando Dios crea a los seres espirituales, los crea todos al mismo tiempo. Todos a la vez. No hay una generación espiritual ni entre los ángeles ni entre los demonios. Su creación es su misión: son seres para Dios, no para lo creado.
El hombre es un ser para lo creado, no sólo para Dios. Por eso, tiene la misión de engendrar hijos y de llevarlos al Cielo. El hombre vive para un hijo, no sólo para Dios.
Por eso, muy pocos han comprendido lo que es la vida sexual. El sexo define a toda la persona humana en su naturaleza. Sin sexo, la persona no puede existir. Dios ha creado al hombre con un sexo, con un fin en su sexo: engendrar hijos para Dios. De esa manera, el hombre sirve a Dios. Sólo así el hombre es sólo de Dios.
El ángel sólo ha sido creado para servir a Dios, no para tener hijos, no para administrar una creación divina.
Todo hombre sirve a Dios con su sexo. Por eso, todo hombre tiene que preguntarse qué Dios quiere con su sexo. Este es el sentido de la vida de cualquier hombre.
Un homosexual, una lesbiana, no se pregunta esto. Viven en la angustia de su sexo, de su naturaleza humana. No están conformes con lo que son en su ser natural. Están peleando consigo mismos, odiándose a sí mismo porque nacieron así y quieren ser de otra manera.
Un homosexual, para salir de esta angustia vital, necesita una estructura, una legislación, un poder humano, que lo apoye.
Por eso, hoy día todos los gobiernos se han hecho fuertes en el campo homosexual. Y es un gran peligro:
«las políticas que suponen un ataque a la familia amenazan la dignidad humana y el porvenir mismo de la humanidad» (9 de enero del 2012).
El matrimonio homosexual destruye toda la dignidad de la persona humana, la familia y el porvenir de todo hombre. Son una amenaza para todo lo creado.
«Se trata en efecto de una corriente negativa para el hombre, aunque se enmascare de buenos sentimientos con vistas a un presunto progreso o a presuntos derechos, o a un presunto humanismo» (Ib).
Lo que hoy día se legisla en todas los gobiernos es que Dios no ha creado al ser humano como varón o mujer, sino que es la sociedad la que tiene que determinar lo que es el ser humano.
El poder social destruye la familia, el matrimonio de hombre y de mujer. Todos los gobiernos del mundo están destruyendo la creación de Dios en el hombre y en la mujer. Están recreando un hombre y una mujer nuevos, que les sirva a ellos para su propia idolatría.
«Hombre y mujer como realidad de la creación, como naturaleza de la persona humana, ya no existen. El hombre niega su propia naturaleza. Ahora él es sólo espíritu y voluntad». (21 de diciembre del 2012).
Ya el hombre no es hombre: no es ni varón ni mujer. Es un alma, es un espíritu, que elige el cuerpo que quiere para su vida.
Este es el pensamiento diabólico que está en todas partes: el hombre quiere ser como Dios: espíritu. Le molesta su cuerpo. Y, por eso, decide determinar lo que es con su cuerpo. Y tiene que manipular toda la naturaleza del hombre.
Por lo tanto, tiene que rechazar el matrimonio como un vínculo con otra persona: un vínculo en la naturaleza humana. Y sólo puede ver el matrimonio como la autorrealización de su propio yo, sin atarse a nada ni a nadie. Si el otro comparte su vida es sólo como un objeto que le ayuda para conseguir su fin.
Y, por eso:
«La manipulación de la naturaleza, que hoy deploramos por lo que se refiere al medio ambiente, se convierte aquí en la opción de fondo del hombre respecto a sí mismo. En la actualidad, existe sólo el hombre en abstracto, que después elije para sí mismo, autónomamente, una u otra cosa como naturaleza suya» (Ib).
Todos hablan de que el hombre está corrompiendo la Creación con sus progresos, con sus ciencias, con sus técnicas humanas. Y es sólo hablar para no quedarse callado.
Los gobiernos de todo el mundo están manipulando al hombre con leyes para implantar la filosofía del género. Y eso es lo que destruye al hombre mismo. No es la contaminación del medio ambiente, no son las economías que ponen al hombre al borde de una guerra mundial.
Es el mismo hombre el que se aborrece a sí mismo. Es el mismo hombre el que ya no quiere seguir siendo hombre. Sólo se ha inventado un abstracto de hombre: una pintura que, por más que se la vea, se la estudie, no se puede comprender.
No hay quien comprenda a un homosexual ni a una lesbiana, porque no quieren ser ni hombres ni mujeres. Quieren elegir su propia especie, su propia naturaleza, su propia existencia humana.
¡Es una abominación!
«Se niega a hombres y mujeres su exigencia creacional de ser formas de la persona humana que se integran mutuamente» (Ib).
Esto es lo que hacen las leyes abominables del género: negar que el hombre sea hombre, y que la mujer sea mujer. Y, de esa manera, no se pueden integrar en la sociedad natural. El hombre ya no es para unirse a una mujer. El hombre no encuentra su camino dentro de la mujer. Y la mujer no es para ser de un hombre. La mujer no planifica la vida para un hombre. Y, por lo tanto, hay que inventarse una sociedad para ellos, para el nuevo hombre y la nueva mujer: un gobierno mundial, un estado mundial. En donde ya la familia no puede tener cabida, porque:
«si no existe la dualidad de hombre y mujer como dato de la creación, entonces tampoco existe la familia como realidad preestablecida por la creación» (Ib).
Están todos los gobiernos confabulados en contra de la familia que Dios quiere, para implantar la familia que la sociedad busca en su afán de una vida feliz, que le resuelva el destino que su alma no entiende en su cuerpo.
El matrimonio no ha sido creado por Dios, sino que se lo inventa cada sociedad, cada cultura, cada estructura religiosa.
Y eso supone ir en contra de los hijos. Si cada hombre y cada mujer decide lo que es en su naturaleza humana, entonces los hijos son sólo un objeto a buscar, pero no un deseo de la naturaleza humana. No son un amor en la vida, sino un uso que se da para el bien de la sociedad.
Se buscan si van a ser útiles para la sociedad. No se buscan si son un tropiezo para el medio ambiente y para la felicidad, que todo hombre persigue en su autorrealización de su yo.
«Allí donde la libertad de hacer se convierte en libertad de hacerse por uno mismo, se llega necesariamente a negar al Creador mismo y, con ello, también el hombre como criatura de Dios, como imagen de Dios, queda finalmente degradado en la esencia de su ser» (Ib).
La homosexualidad es la degradación del hombre en su esencia. Por eso, dice San Pedro Damián, en su liber gomorrhianus, cap. XVI:
«Este vicio, sin duda, no puede compararse en modo alguno con ningún otro, pues a todos los supera enormemente…Esta peste expulsa el fundamento de la fe, absorbe las fuerzas de la esperanza, destruye el vínculo de la caridad, elimina la justicia, abate el vigor, retira la temperancia, mina el fundamento de la prudencia… El que es devorado por los ensangrentados colmillos de esta famélica bestia, es mantenido lejos, como por cadenas, de cualquier obra buena, y es instigado sin freno que lo contenga, por el precipicio de la más infame perversión. En cuanto se cae en este abismo de total perdición, se lleva a efecto el ser desterrado de la patria celeste, ser separado del Cuerpo de Cristo, rechazados por la autoridad de toda la Iglesia, condenados por el juicio de los Santos Padres, expulsados de la compañía de los ciudadanos de la ciudad celeste. El cielo se vuelve como de hierro, la tierra de bronce: ni se puede ascender a aquél, pues se está lastrado por el peso de crimen, ni sobre aquella podrá por mucho tiempo ocultar sus maldades en el escondrijo de la ignorancia. Ni podrá gozar aquí cuando está vivo, ni siquiera esperar en la otra vida cuando muera, porque ahora deberá soportar el oprobio del escarnio de los hombres y después los tormentos de la condenación eterna».
El hombre y la mujer son bellos porque hacen, en su naturaleza humana, lo que Dios les ha puesto:
«el no a filosofías como la del gender se motiva en que la reciprocidad entre lo masculino y lo femenino es expresión de la belleza de la naturaleza querida por el Creador» (19 de enero del 2013).
Todo homosexual que quiera salir de su pecado, sólo tiene que ser él mismo en su ser de hombre. Tiene que poner su vida en la penitencia de su pecado:
«Pero el hombre sólo logra ser él mismo en la entrega de sí mismo, y sólo abriéndose al otro, a los otros, a los hijos, a la familia; sólo dejándose plasmar en el sufrimiento, descubre la amplitud de ser persona humana » (21 de diciembre del 2012).