ENCOMIO DE LA AMISTAD
Meditando con talmúdica sorna las propuestas del Papa |
Hace ya tiempo que nuestro patrimonio va componiéndose de partes iguales
de vergüenza y escándalo, si no de repugnancia invencible, al advertir
que en la Iglesia ya se ha renunciado incluso al menor esfuerzo en
recatar lo obvio y recurrente.
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No se nos ahorra ninguna impudicia; antes
bien, en un turbión de dichos y hechos a cuál más degradantes, la
Jerarquía eclesiástica se esmera en protagonizar esa novela tan trágica
como funambulesca que podría titularse Allanando el camino del «Otro», y
lo hace ante las cámaras con la más oprobiosa de las convicciones. La
desenvoltura que cualquiera que lleve mitra es capaz de exhibir a la
hora de congeniar con los enemigos de Cristo resulta un dato que a
nadies sorprende, de tan sabido: fruto de una larga parábola que empieza
por la formación en el seminario, donde se enseña a los aspirantes al
sacerdocio el arte de huir más aprisa a la vista del lobo, termina, en
edad mucho menos que provecta, en la tertulia amistosa con todas las
fieras del catálogo.
Para colmo, hasta los tics parecen ser llevados con naturalidad, y la
infamia se alimenta indefinidamente de la situación creada. Porque es
comprensible que una feligresía rematadamente borreguil, sin un águila,
sin un león a decorar sus filas, termine por disgustar al pastor que la
modeló según sus propias disposiciones. Pasa acá lo mismo que se observa
en los rodeos vacunos cuando una vaca malpare e, instintivamente urgida
a prodigarse en atenciones con la cría fallida, tieso aborto falto del
menor hálito de vida, se vuelca a lamer con insistencia a sus
compañeras, y las busca y las persigue con sus remilgos: se dice
entonces que "ha trocado objeto". De la misma manera, el aborto de la
doctrina y la liturgia conciliares y de una feligresía que no ve
ofrecerse en el altar sacrificio sino merienda, un picnic con
guitarreada, empuja desesperadamente al clérigo que fomentó este mismo
estropicio a ensanchar las fronteras de su estado. Se vuelve así un
neo-cura de esos que hoy predominan, con hábitos predominantemente
sociales, un tránsfuga de su parroquia, cuando no acaba por refocilarse
con ateos, judíos o protestantes si ha hecho carrera y ambiciona el
timbre de honor de ser "abierto a todos los intercambios", dicho en
todos los sentidos del término.
El ya no durmáis teresiano encuentra así por destinatario a una
clerecía abismada en el más beato de los sueños, como de costales de
harina, llena de compromisos mundanos y de apretones de mano con los
enemigos de la Cruz, y cada sacerdote se convierte en una tanta brecha
para que las fieras entren a pisotear y saquear los tesoros de la Ciudad
Santa. Esa secta que en el giro de unas pocas décadas logró usurpar los
templos y las diócesis y aun el nombre de católica, esa misma secta
decide que es el momento de imprimirle un mayor vértigo a la caída, y lo
pone a Bergoglio en el timón. Y al tiempo que se logra la aceleración
premeditada y el bombardeo se hace más tupido, una multitud de amigos
acatólicos se agolpan en torno de la figura del pontífice, como el
Secretario General de la ONU,
Ban Ki Moon, que luego de la reciente reunión mantenida con Francisco
fue el encargado de informar a la prensa acerca de la próxima
eco-encíclica, que incorporará al malthusianismo como perla del
Magisterio.
Pero el dato más curioso, en una Roma devenida hace tiempo "kermesse de
las religiones", lo dio el papa al recibir hace una semana a una
Conferencia de Rabinos Europeos con motivo del inminente quincuagésimo
aniversario de la Nostra Aetate. Bien hace el sitio Harvesting the fruit of the Vatican II en
recordar el encomio que el cardenal Koch hizo del infausto documento,
señalando sin rubor que éste motivó una «reordenación fundamental de la
Iglesia Católica», y que Francisco se encargó expresamente de hacer del
mismo documento el «punto de referencia» para las relaciones de Roma con
los judíos, omitido el único punto de referencia que es Cristo, a quien
ya no se debe predicar. Pero lo más saliente, a tenor de los
responsables del sitio, resulta el pronóstico del encuentro que el
rabino Korsia, cabeza de la Conferencia, se promete para octubre próximo
en compañía de Francisco, cuando se cumpla el luctuoso aniversario en
cuestión:
Quizás la Pontificia Comisión para las Relaciones religiosas con los Judíos podría proponerse albergar una celebración en los Jardines Vaticanos en la que el Papa, un conjunto de cardenales y un contingente de prominentes rabinos pudieran unirse para cantar al unísono: «¡crucifícalo! ¡crucifícalo!».
Podrían también planear la plantación de una higuera estéril como símbolo duradero de su diálogo y, sólo por si acaso, el Papa podría despachar a sus hogares a cada uno de los rabinos con un regalo de despedida consistente en treinta monedas de plata.Es muy de creer que Francisco, propuesto por algunos de sus amigos para Gran Rabino de Roma, logre acallar las suspicacias inevitables en aquella facción rabínica que con razón desconfía de los usuales travestimentos de este goyim. Pero un tal encantador de serpientes no se mostrará falto de recursos para torcer toda disensión: siquiera sabrá convencerlos comprometiéndose a hacer, paso por paso, con cabalístico prurito, todo lo contrario que hizo Eugenio Zolli para alcanzar su destino propio.