Publicado Por Revista Cabildo Nº 113
Meses Mayo/Junio 2015 3era.Época
CULTURALES
Por Eugenio RODRÍGUEZ MARANGONI
El país sodomizado
VICIOS, desviaciones, perversiones e inconductas varias, que los católicos llamamos pecados, ha habido desde que el mundo es mundo. Sin embargo, desde sus orígenes mismos han recibido una condena generalizada cuando no han sido combatidos y castigados hasta quedar confinados en el ámbito privado y sin otra posibilidad que sobrevivir en la clan¬destinidad, por así decir. Tiempos en que no había confusión entre el bien y el mal, aunque coexistieran. Ni zonas grises entre la licitud e ilicitud de los actos que lastimaran la moral pública.
Mas esos tiempos han cambiado y con ellos el alma de la sociedad tradicional, sus buenas costumbres y sus leyes, a veces justas, a veces injustas pero siempre perfectibles. Acaso debamos remontarnos al Renacimiento y aún antes para encontrar los orígenes de la revolución antropoteísta que ha terminado erigiendo al hombre-individuo en la medida de todas las cosas. Revolución progresiva, hecha de pequeñas "conquistas" que acumuladas se han convertido hoy en una ruptura brutal con el pasado y un corte tajante de los débiles lazos que ataban a ese hombre a una concepción trascedente de la vida y a una conducta reglada por los Diez Mandamientos.
Es cierto, los tiempos cambiaron la fisonomía moral del mundo y también, por supuesto, la de la Argentina, lanzada a disputar el privilegio de ser la primera en la carrera de las perversiones. Para advertir toda la profundidad del proceso subversivo que padecemos basta asomarse a nuestra realidad bien contemporánea y detenerse en el triste espectáculo que nos ofrece y con que se nos ofende a diario. Por ejemplo, un futbolista, devenido con el paso de los años en una decadente bola de sebo procaz y beligerante, se ha convertido en héroe y modelo de imitación gracias a la amoralidad de medios masivos; los ruidos de las bandas de rock y otras estridencias pasan por música y fanatizan a una juventud sin ideales ni rumbo; prostitutas y drogadictos del mundo de la farándula compitiendo con telenovelones de trama pornográfica acaparan la atención en los programas televisivos; legisladores y jueces, entre otras mil aberraciones, convalidan alegremente la licitud de las prácticas contranatura; psicólogos y pedagogos estimulan el onanismo y las prácticas sexuales introduciéndolos subrepticiamente en escuelas y colegios, donde el consumo de estupefacientes ha dejado de ser una excepción para convertirse en un terroríficos dato estadístico.
Y un etcétera interminable ocupado en su mayor parte por los escándalos de la clase política, que reparte sus horas entre sus latrocinios y la sanción de todos los atentados posibles contra el orden natural. Lo que ayer fue, como dijimos, vergonzante y clandestino, es hoy desenfadado e institucionalizado.
No hay duda de que estamos transitando hace tiempo una revolución cultural cuyo signo e inspiración es inequívocamente izquierdista. La situación se asemeja en muchos puntos a la Alemania que precedió al surgimiento del nacional-socialismo y el lema "prohibido prohibir", que ha hecho suya la clase dirigente y la mayoría de los "intelectuales", es el mismo que enarbolaron los estudiantes franceses en aquellas violentas saturnales de mayo de 1968, con consecuencias espantosas.
Y todo invocando hasta el hartazgo los "derechos humanos" y la necesidad de contar con leyes "antidiscriminatorias". Todo en nombre de la Libertad y de la Democracia. Todo en nombre, ahora, de la "inclusión", bajo cuyo amparo una organización de aventureros ostentan afrentosamente sus riquezas en medio del desempleo y la pauperización creciente. Entre tanto, por otro lado pero unidos, los resentidos ideólogos de la revolución cultural ocupan espacios, uno por uno y poco a poco, que el régimen liberal-burgués les cede graciosamente porque no le hace asco a las consecuencias, cuyo desenlace final en el fondo ignoran mientras colman sus apetencias concupiscentes.
Pienso que un espíritu sano puede compartir la convicción de que la Argentina -en realidad, la humanidad toda- se parece cada vez más a Sodoma. ¿Tendrá igual destino? Mi respuesta es hoy tan desesperanzada como seguramente es la suya, y mi ruego poco serio y personal va dirigido a Dios para que ilumine a los futuros gobernantes para que la homosexualidad no se convierta en obligatoria. Hasta que venga lo que tiene que venir y todos esperamos. •
Es cierto, los tiempos cambiaron la fisonomía moral del mundo y también, por supuesto, la de la Argentina, lanzada a disputar el privilegio de ser la primera en la carrera de las perversiones. Para advertir toda la profundidad del proceso subversivo que padecemos basta asomarse a nuestra realidad bien contemporánea y detenerse en el triste espectáculo que nos ofrece y con que se nos ofende a diario. Por ejemplo, un futbolista, devenido con el paso de los años en una decadente bola de sebo procaz y beligerante, se ha convertido en héroe y modelo de imitación gracias a la amoralidad de medios masivos; los ruidos de las bandas de rock y otras estridencias pasan por música y fanatizan a una juventud sin ideales ni rumbo; prostitutas y drogadictos del mundo de la farándula compitiendo con telenovelones de trama pornográfica acaparan la atención en los programas televisivos; legisladores y jueces, entre otras mil aberraciones, convalidan alegremente la licitud de las prácticas contranatura; psicólogos y pedagogos estimulan el onanismo y las prácticas sexuales introduciéndolos subrepticiamente en escuelas y colegios, donde el consumo de estupefacientes ha dejado de ser una excepción para convertirse en un terroríficos dato estadístico.
Y un etcétera interminable ocupado en su mayor parte por los escándalos de la clase política, que reparte sus horas entre sus latrocinios y la sanción de todos los atentados posibles contra el orden natural. Lo que ayer fue, como dijimos, vergonzante y clandestino, es hoy desenfadado e institucionalizado.
No hay duda de que estamos transitando hace tiempo una revolución cultural cuyo signo e inspiración es inequívocamente izquierdista. La situación se asemeja en muchos puntos a la Alemania que precedió al surgimiento del nacional-socialismo y el lema "prohibido prohibir", que ha hecho suya la clase dirigente y la mayoría de los "intelectuales", es el mismo que enarbolaron los estudiantes franceses en aquellas violentas saturnales de mayo de 1968, con consecuencias espantosas.
Y todo invocando hasta el hartazgo los "derechos humanos" y la necesidad de contar con leyes "antidiscriminatorias". Todo en nombre de la Libertad y de la Democracia. Todo en nombre, ahora, de la "inclusión", bajo cuyo amparo una organización de aventureros ostentan afrentosamente sus riquezas en medio del desempleo y la pauperización creciente. Entre tanto, por otro lado pero unidos, los resentidos ideólogos de la revolución cultural ocupan espacios, uno por uno y poco a poco, que el régimen liberal-burgués les cede graciosamente porque no le hace asco a las consecuencias, cuyo desenlace final en el fondo ignoran mientras colman sus apetencias concupiscentes.
Pienso que un espíritu sano puede compartir la convicción de que la Argentina -en realidad, la humanidad toda- se parece cada vez más a Sodoma. ¿Tendrá igual destino? Mi respuesta es hoy tan desesperanzada como seguramente es la suya, y mi ruego poco serio y personal va dirigido a Dios para que ilumine a los futuros gobernantes para que la homosexualidad no se convierta en obligatoria. Hasta que venga lo que tiene que venir y todos esperamos. •